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domingo, 18 de septiembre de 2011

En un lugar de La Mancha

Mañana tengo que irme unos días a terminar un trabajito en el barco, así que os envío unas cosas por si no puedo comunicarme con vosotros desde el portátil. La primera , una foto.

El autor en una "noche sin luna"



Abro hoy un capítulo nuevo en este blog casi nuevo, se llama "Artistas invitados"

El relato que publico hoy es la primera colaboración de este blog, y me llena de orgullo y satisfacción que sea de mi gran amigo Vicente,



Daimiel olímpico. Una historia irreal


(Vicente Fisac)


En un lugar de La Mancha, llamado Daimiel, no ha mucho tiempo se celebraban unas Olimpiadas: las “Olimpiadas de la era (lugar donde se separa el grano de la paja)” en donde tuve la oportunidad de ganar muchas medallas llamadas “tortasoles” porque llevaban la imagen de un girasol.

Uno de mis recuerdos más memorables (de memo) se refieren a mi participación tercera y última participación en estas Olimpiadas que se celebraban cada dos años en una era.

Sin duda mi triunfo más duro fue en la prueba de “1.500 metros atronchacarrizo” (campo a través). Aún recuerdo cómo sonaban las cornetas mientras avanzaba por la estera (alfombra) flanqueado por dos filas de gañanes (especie autóctona de La Mancha que se identifica por su blusón a rayas negras y grises, faja, boina, pañuelo con cuatro nudos en la cabeza, pantalón de pana, albarcas, celtas cortos y posiblemente –porque no se ve- calzoncillos largos) para subir al podio.

Sin embargo para el triunfo en la prueba de “Voltijetas (volteretas) artísticas” lo duro fue el entrenamiento previo para lograr elasticidad. Pero esa elasticidad me vino muy bien para quedar después segundo (tortasol de plata) en la prueba de “Lanzamiento de mendrugo (trozo de pan duro con medidas homologadas)”. También me valió para la prueba de “Lanzamiento de horca (tridente de madera para mover la paja)” en donde el alcance de los lanzamientos se marcaba con la reja del arao y la medición exacta se hacía gracias al ojímetro de precisión del árbitro. Lancé la horca a 105 metros (más o menos) de distancia, lo que supuso un récord olímpico que a día de hoy nadie ha superado, ni siquiera los finolis que lanzan jabalina en vez de horca (el que más se ha acercado ha sido Uwe Hohn, de Alemania Oriental, con un lanzamiento de 104,8 metros en 1984).

Pero quizás la prueba más elegante –y en la que más ligaba- era la de “Tenis rústico” en donde se utilizaban palmetas (de las de matar moscas) en vez de raquetas y donde calcé unas albarcas último modelo de la marca “Ni qué”, unas zoquetas (funda de cuero para proteger la muñeca que se usa para segar) de diseño en las muñecas, y en donde pude alzar el trofeo que, en vez de una copa era un botijo, y recibir finalmente el beso (y algo más que vino después) de la reina de las fiestas.

No tuve tanta suerte, sin embargo, en otras pruebas, como la carrera de tartanas (carro tirado por una mula) o de galeras (carro tirado por dos mulas). Con los animales no tenía tanta mano porque enseguida se me iba la mano. En cambio sí que tenía agilidad para mover las manos con gran celeridad en la prueba de “Vareao” consiguiendo hacer caer del olivo más aceitunas que nadie, aunque un participante, Edelmiro, se quejó de que el olivo que le había tocado varear tenía unas aceitunas muy raras en forma de higo.

Nota del autor.- Salvo las palabras utilizadas que son auténticamente daimieleñas y la referencia a Uwe Hohn que es cierta, todo lo demás es completamente falso.



 

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