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jueves, 29 de marzo de 2012

LA HUELGA

Publico hoy el relato correspondiente al viernes porque mañana estaré de viaje. La semana que viene, no creo que pueda publicar nada, porque estaré fuera y me temo que sin internet, así que la tomaremos de vacaciones hasta el viernes trece que por cierto toca una obra un poco macabra pero escrita con sentido de humor, creo que os gustará.

La historia de hoy es muy de hoy, la verdad es que está calentita y está dedicada a todos aquellos a los que les ha tocado hacer servicios mínimos en la huelga.

Aquí la teneis.

LA HUELGA
(Pedro Fuentes)

Ayer, 28 de Marzo, mi mujer y yo hablamos sobre la huelga general del día siguiente, como no estábamos de acuerdo al cien por cien, decidimos mediante el sistema de moneda al aire qué haríamos. Salió huelga sí, por lo que decidimos que habría que poner unos servicios mínimos, ya que alguien tendría que hacer las cosas.
Al no estar de acuerdo en los servicios mínimos volvimos a ser democráticos, así que recurriendo nuevamente al sistema de la moneda al aire, decidimos quién haría huelga y quién servicios mínimos.
Moneda al aire, yo pido cara, ella cruz. A mi me toca huelga, a ella servicios mínimos.
A las siete de la mañana del día 29 la perrita Linda, una caniche que lleva 14 años con nosotros, se acerca a mi lado de la cama y con su patita empieza a rascar hasta que me despierta, es la hora en que cada día me levanto para sacarla a pasear.
Linda, no, ves con tu ama, yo estoy de huelga y no me toca a mí, despiértala a ella.
Maldito el caso que me hace, se alía con mi mujer y ésta medio despierta y medio dormida zanja la cuestión de la siguiente manera.
Si no sacas a Linda como siempre no te hago comida.
No es justo, a ti te han tocado los servicios mínimos.
Linda no es un servicio mínimo, en un animalito y también tiene sus sentimientos.
Media hora más tarde Linda y yo salíamos a la calle solitaria, los bares empezaban a abrir, las basuras seguían en los portales de las casas, solamente estábamos paseando los dueños de perros. Cuando Linda se puso a hacer sus necesidades fisiológicas pensé por un momento no recogerlas, más que nada por hacer algo de huelga. Pudo más mi sentido cívico y lo recogí.
Cuando llegamos al paseo, un gracioso conocido me dijo:
Como te vea un piquete paseando al perro te va a decir que hay que hacer huelga.
Mira, le dije, mira, mi perra tiene las ideas políticas y sindicales que quiere, que para eso es libre. Además, con lo extremista que es, si no la saco, se hará sus necesidades en casa acordándose de sus amos, así que no me venga un piquete a tocarme las narices.
Una hora después llego a casa dispuesto a tumbarme a la bartola durante el resto de la mañana.
Ya era hora, dijo mi mujer, te estaba esperando porque ha llamado la niña, (treinta y pico de años) que tenía que ir a trabajar y el colegio de los niños ha hecho huelga, que tenemos que ir a quedarnos con ellos, así que vamos que los tiene la vecina pero también tiene que marchar.
Cogemos el coche y noventa kilómetros y hora y media después estamos liberando a la vecina de los niños.
Los niños muy majos y buenos, pero son tres y hay que entretenerlos con algo, además la pequeña ha decidido hacerle perrerías a la perrita, como meterle el dedo en el ojo, tirarle de las orejas, cogerle la lengua, morderle una pata, etc. Linda decide exiliarse a un balcón y permanecer lo más lejos posible de la preciosa niña.
En esta casa, normalmente al medio día no hay nadie a comer y además suelen ir a comprar el viernes por la tarde, por lo que la de los servicios mínimos decide que hay que ir a comprar algo, así que hace una lista y me dice: Ves a comprar que yo me quedo con los niños.
Voy a la tienda de al lado y está cerrada por miedo a los piquetes. Cojo el coche y me voy a una gran superficie que hay lejos de la población y a la que no llegan los piquetes.
Vuelvo a casa y mi mujer está con los niños ya arregladitos, va a ir a un parque cercano para que se entretengan, así que me toca hacer la comida para cuando lleguen coman y no se pongan nerviosos, sobre todo la pequeña que es como una carcoma.
Al medio día nos sentamos a la mesa y como tanto mi mujer como yo tenemos práctica en niños, comen bien y sin jaleos.
A las seis de la tarde llega la hija y su marido a las ocho, hacemos traspaso de poderes y niños y nos vamos.
Con las prisas, no me he dado cuenta de que la aguja de la gasolina está en reserva, bueno, a tres kilómetros hay una gasolinera.
La gasolinera, por miedo a los piquetes o por huelga, está cerrada, bueno, no importa, a cinco kilómetros hay otra. A dos el coche da tres trompicones y se queda parado, hay un poco de campo al lado y lo dejo bien aparcado.
Me pongo en la carretera a hacer señas a los coches que pasan, el que hacía el número ocho para y me lleva hasta la gasolinera que esta vez si está abierta, pido un bidón de cinco litros y vuelvo a hacer auto stop, ahora más fácil desde la misma gasolinera. Llego al coche, echo la gasolina y voy hasta la gasolinera a terminar de llenar.
A las nueve llegamos a casa, pongo la tele para ver las noticias y el éxito de la huelga. Se calcula que la ha seguido un 18% Total un fracaso.
La próxima huelga general  iré a trabajar, se lo juro ahora mismo a Méndez y Toxo y lo haré sobre todo por 3 razones.
Primera.- Si voy a trabajar puede ser que haya un piquete a la puerta del trabajo y no me dejen entrar, por lo que visto lo visto me iré con ellos a tomar cervezas.
Segunda.-Si puedo entrar, como seremos cuatro, pediremos unas pizzas y unas cervezas y nos pasaremos la mañana jugando a las cartas y fumando, ya que no habrá nadie con autoridad para prohibirnos fumar en el puesto de trabajo.
Tercera.- Porque ya estoy jubilado.
FIN

viernes, 16 de marzo de 2012

FELIX EL GATO

Antes de nada, quiero aclarar que estoy recibiendo mensajes preguntando si Félix fuma o no fuma, quiero dejar claro de una vez por todas que Félix es un animal muy deportista, lo primero que hace por las mañanas, mientras desayuna le gusta leer el Marca, después suele leer otros periodicos e incluso se atreve con alguna novela que otra. Estoy intentando que me ayude con el blog, pero algunas cosas se le atragantan, como a mi.

Félix por la mañana

La historia de hoy es de esas que me gustan, un poco intrigantes y que hacen pensar, por cierto, no voy a dar más pista del sitio porque yo sigo yendo por allí.


EL TESORO
Pedro Fuentes
Estaba paseando por el campo, por un camino de tierra. Una gran llanura se veía a mi derecha el camino la separaba de un bosque de encinas y alcornoques. A ambos lados del camino las zarzas lo invadían todo.
 Hacía bastante tiempo que no llovía y el campo permanecía totalmente seco.
La llanura, en un tiempo había estado sembrada de cereales y estos, ya recolectados,  dejaban un color amarillo dorado,  en el centro de la cual unas  carrascas solitarias, me recordaban las inmensas llanuras del  Serengueti en Tanzania, pero no, estaba cerca del Parque Nacional de Cabañeros en Castilla La Mancha, entre las provincias de Ciudad Real, Toledo y Cáceres.
El sol del mediodía me hizo internarme entre los  árboles para descansar un rato a la sobra de un alcornoque.
Aprovechando un sendero hecho por jabalíes entre las zarzas, crucé y me introduje en el bosque, a unos cien metros del camino, localicé una explanada, allí, a la sombra de un árbol me senté y me refresqué con agua de una cantimplora que llevaba. Como no tenía mucha agua, con el primer sorbo me enjuagué la boca y bebí  tres más, pero no calmé la sed, por lo que después de descansar, me interné más en el bosque buscando algún riachuelo o pozo.
Llevaba unos mil metros andados cuando entre unas ramas vi lo que parecía un pozo o agujero bordeado por unas piedras, pero no se veía agua ni se adivinaba el fondo, me acerqué a las piedras y en ese momento el suelo cedió.
Caí dentro como deslizándome por un tobogán. No se cuanto descendí, pero llegué al fondo y me golpeé con algo duro.
No supe cuanto tiempo estuve inconsciente, abrí los ojos y no vi nada, la oscuridad más absoluta me rodeaba, ni siquiera  se adivinaba la entrada por la que había caído. Palpé mi cuerpo y en principio parecía que no me había roto nada, me incorporé y podía andar, solamente notaba un leve dolor de cabeza.
Saqué el mechero “zippo” que siempre llevo encima como fumador que soy y lo encendí. El suelo estaba lleno de piedras y algunas ramas secas, cogí una y le prendí fuego, ardió bien y pronto noté por el fuego que había una corriente de aire por un pequeño agujero de la pared.
Con otro palo piqué alrededor y con poco esfuerzo cayó tierra y  el agujero se convirtió en una galería por la que podía avanzar casi erguido, de allí venía aire, por lo que supuse que habría una salida, así que cogí tres maderos para que me sirviesen de antorchas y avancé buscando una claridad que me indicase una posible.
Llevaba unos cincuenta metro andados cuando tropecé con algo, enfoqué la antorcha y entonces vi huesos, bastantes huesos, también había ropas viejas que se deshacían solamente con tocarlas, el susto fue impresionante.
Pasé por encima cuidando de no pisar ningún resto, me santigüé y seguí andando, la primera antorcha tocaba a su fin, así que encendí otra y seguí andando, ahora olía a humedad y el  suelo se hacía más blando, estaba semi mojado, de pronto noté como un griterío que me asustó, por todos lados se desprendían de la pared murciélagos y salían volando en el mismo sentido que yo andaba, con los palos y la antorcha procuraba separarlos de mi, me acordaba de las viejas historias cuando era niño que decían que se agarraban al pelo, además siempre había oído que eran animales que muchas veces se contagiaban de rabia.
Poco a poco el camino se ensanchaba, la corriente de aire era la misma, pero no se veía claridad por ninguna parte.
Seguí adelante y me encontré con una culebra bastarda, me extrañó verla dentro de una cueva en la época del año que estábamos, quizás fuese por el extremo calor que hacía fuera o porque estuviésemos cerca de una salida, procuré no molestarla, ya que aunque su veneno no sea mortal para el hombre si es molesto por los dolores de cabeza y mareos  que puede producir su picadura.
Cada vez las precauciones que tomaba era mayor, además, me sentía como febril, tenía frío y los temblores de mi cuerpo no me dejaban respirar bien, llevaba ya mucho rato avanzando y no sabía ni a donde iba ni se veía claridad alguna.
El camino se ensanchaba y ya podía andar totalmente de pie, intentaba razonar que si había murciélagos y la culebra bastarda, no podía estar lejos de la salida, así que seguí adelante, ya que además la corriente de aire parecía mayor.
De pronto la cueva se ensanchó y me encontré en una especie de sala de unos veinte metros cuadrados, la examiné a la luz de la antorcha y vi además que en el techo, de unos quince metros de alto, parecía que entraba algo de claridad, me acerqué a la vertical del agujero y choqué con algo duro, miré al suelo y vi un cofre de unos sesenta por cuarenta y cuarenta centímetros de altura.
El cofre estaba cerrado con dos cerraduras, intenté abrirlo y no pude. Entonces, con los dos palos que me quedaban intenté hacer palanca, golpeando con una piedra del suelo, después de mucho esfuerzo, logré que saltara la tapa.
Lo que vi allí fue como un relámpago, parecían monedas de oro, pero al ir a cogerlas, el suelo se abrió a mis pies y bajé resbalando, la velocidad se iba incrementando, de vez en cuando aparecían como raíces de algún árbol, no podía agarrarme a ellas, pronto el tobogán se acabó y entré en un pozo vertical muy amplio y yo, por el centro descendía vertiginosamente, gritaba, un sudor frío me recorría el cuerpo y mientras tanto intentaba contener las ganas de orinar.
De pronto todo se paró, no sentí  ni golpe ni nada, quedé extendido boca arriba, palpé mi cuerpo estaba en una superficie blanda, sudaba por todos los poros de mi piel, las ganas de orinar era casi inaguantable, tanteé a  mi alrededor y pronto vi que estaba encima de mi cama, me puse en pie, encendí la luz y salí corriendo al lavabo, llegué justo a tiempo para poder orinar, había sido una pesadilla horrible, no debí cenar plátanos de postre. Cuando fui a lavarme las manos abrí mi mano izquierda que estaba cerrada, medio agarrotada y de ella cayó una moneda de oro.
He vuelto a “La Raña”  y sus alrededores infinidad de veces, busco el pozo que soñé, el camino, el bosque. Nada no lo he localizado.
FIN



viernes, 9 de marzo de 2012

EL TONTO, LA AMANTE Y EL IDIOTA

Hoy os traigo una historia cruel como la vida misma, pero antes quiero deciros una cosa, el otro día, cuando conté la historia del gato, recibí una crítica y quiero subsanarla.

Mi hija Marina, a la que dediqué la historia, juntamente con su gato Félix me ha dicho:

Vale, muy bonito, ahora todo el mundo se va a creer que mi gato es drogadicto y eso no es verdad, ni come marihuana ni yo tengo plantada en el balcón.

Lo siento, Marina, y dile a Félix que me perdone.

Ahora la historia de hoy, pero antes quiero darle la bienvenida a los nuevos lectores.

EL TONTO, LA AMANTE Y EL IDIOTA
Pedro Fuentes
Todo empezó cuando los vecinos que teníamos desde hacía años, se separaron. En el acuerdo económico, decidieron que como no tenían hijos y todo lo que habían comprado durante el matrimonio fue el piso, del que quedaba por pagar algo menos de la mitad y el ajuar, acordaron venderlo todo y repartir lo que dieran por ello.
Después de varios intentos fracasados de venta, el ex marido, que en principio se quedó a vivir allí hasta que se vendiese, empezó a utilizarlo de picadero los fines de semana.
Después de varias semanas vimos que la chica era la misma, al cabo de otras seis semanas, entró a vivir en el piso. Llegó a un trato con el dueño, para comprar el medio piso de la ex esposa, él se quedó con toda la hipoteca y ella le pagaba la mitad, por lo que se hizo copropietaria
Al  cabo de dos semanas más ella se trajo a vivir a sus dos hijas, de padres diferentes y a un hermano que no estaba del todo bien de la cabeza y que se dedicaba a espiar a escondidas a las vecinas.
 Como no lo dejaban fumar en la casa, se pasaba el día en el descansillo de las escaleras fumando y tirando colillas y cenizas por los suelos. Fue denunciado a la comunidad y ésta le llamó la atención y puso carteles. Inútil, primero arrancó los carteles, después se metía en el ascensor a fumar y luego echaba un espray ambientador que nadie supo decir qué olía peor.
Este personaje, que cobraba una pensión, no sabemos por qué razón, había recibido una pequeña herencia de sus padres, era el que pagaba la mitad de la hipoteca.
El dueño de la otra mitad de la casa, encontró un trabajo en otra población, por lo que de lunes a viernes vivía fuera. Cuando llegaba el fin de semana, como todas las habitaciones estaban cubiertas por la amante, las dos hijas y el idiota, al tonto se le habilitó un sofá cama en el salón y no se podía acostar hasta que los demás dejaban de ver la televisión y se iban a dormir.
La verdad es que a partir de todo esto, todos los vecinos podían dormir, ya que se habían acabado todos los ruidos de la pareja que ya no decidían “divertirse”.
Las peleas de los tres adultos eran de todos contra todos, aunque a veces se aliaban los dos hermanos contra el copropietario.
 Las hijas iban a su bola, éstas se pasaban el día hablando por teléfono y entre semana, a veces, venían sus respectivos padres, no juntos, que no eran desconocidos, a visitarlas.
El idiota, seguía sus fumeteos en el descansillo, entre un piso y otro, primero llamaba el ascensor, lo dejaba parado en la planta y si veía que alguien lo llamaba, se escondía entre dos pisos, si alguien abría una puerta de algún piso, corría, se metía en el ascensor  y bajaba a la calle antes de que nadie lo viese.
Los vecinos de enfrente, tenían perro y cuando salía a fumar, el animal ladraba y lo tenía marcadísimo.
La amante, al tonto, que era esquizofrénico, le tenía controlado en cuanto a la toma de medicamentos e incluso cuidaba para que no bebiese alcohol, pero de vez en cuando, se pasaba y llegaba a casa el viernes con alguna copa de más, entonces se ponía muy violento, aunque solamente de palabra. Los vecinos de alrededor, intuían que allí podía pasar cualquier cosa y lo denunciaron al presidente de la comunidad, que en su vida laboral era policía nacional. Este, conocía al copropietario y le había comentado o apercibido de las consecuencias que podían tener más denuncias conociendo sus antecedentes, pero no llegó a presenta denuncia formal.
La situación siguió, pero a medida que pasaba el tiempo se iba empeorando, los vecinos decidieron pasar de ellos, además se acostumbraron a humos, ruidos y al espray ambientador.
Las peleas cada vez eran más descontroladas, incluso se llegó a oír algún guantazo, pero pareció que la cosa no pasó a mayores, al idiota le advertía su hermana de que no fumase en las escaleras ni en el ascensor, e incluso el padre de una cría de unos catorce años que vivía en la escalera, lo cogió un día en la escalera y lo agarró por la camisa y le dijo que si volvía a acercarse o tan solo mirar a su hija, le iba a rebanar el cuello. Luego vio al tonto y le apercibió de su “cuñado”.
La pelotera que se oyó aquella noche, un viernes, fue grande, pero a la noche siguiente, que no estaban las crías, porque se las habían llevado sus respectivos padres, fue corta pero intensa, al poco rato apareció la policía  y una ambulancia, se llevó la policía al tonto, la ambulancia se llevó el cadáver de la amante y el idiota se quedó en casa fumando.
La explicación de la policía fue que en plena discusión, el tonto que con los jaleos no se había medicado y además dado positivo de alcohol, apuñaló a su compañera, el idiota se desentendió de la bronca y se fue a su habitación.
De las crías se hicieron cargo sus padres, al tonto lo internaron en un siquiátrico.
Desde entonces el idiota vive solo, fuma lo que quiere dentro del piso y ya no mira a las vecinas, ahora, de vez en cuando, se trae compañía femenina.

FIN

viernes, 2 de marzo de 2012

STORMY WEATHER

LLega otro viernes y antes de nada quiero saludar a un seguidor de este blog que según mis estadísticas se ha incorporado desde Australia. Estas cosas son las que me dan más ánimo, saber que hay gente nueva que me sigue, pero me gustaría que me enviaseis vuestros relatos para publicarlos.

La historia de hoy no sé como definirla, fue una de esas que surgen de pronto y que te hacen escribir de un tirón, sin importante lo que abanza la noche y estás encerrado contigo mismo y la música, la que ahora está sonando mientras hago la presentación ¿sabeis cual es? Sencillo "Stormy Weather".

El viernes que viene, el día 8 estaré fuera, espero poderme conectar allí donde esté para mandaros la historia, mientras tanto os dejo la de hoy.


BETTY LA RUBIA
(Pedro Fuentes)

Cuando entré en aquel tugurio no sabía ni por qué lo hacía ni siquiera si tenía ganas de beber, llegué hasta allí simplemente porque había llovido todo el día y sentado en casa frente a mí vieja máquina de escribir, una Remington Standard negra con las letras de la marca doradas.
En el suelo, alrededor estaba lleno de cuartillas arrugadas, el cenicero repleto de colillas y un vaso y una botella  vacios ambos, señal inequívoca de que no lograba hilvanar ninguna historia para enviarle a mi editor, mal vivía de escribir novelas de policías y ladrones, bastante malas, pero me pagaban algunos dólares, mientras tanto, cuando cobraba y podía comer en condiciones, escribía mi gran novela, pero esa no interesaba a nadie por ahora, quizás porque era un poco biográfica como todas las primeras obras y la verdad es que mi vida no le interesaba a nadie, mi mujer, se cansó de trabajar de camarera para que yo escribiese, un mal día se largó con un cliente al otro lado del país. Mi gato, salió una noche de luna y desapareció, a los pocos días lo vi asomado a un balcón, él también me vio, entró como alma que lleva el diablo a la casa y ya no lo vi más.
Así que cuando dejó de llover, ya anochecido me enfundé una gabardina, mi sombrero y salí a la calle, la noche era húmeda, mucho más húmeda que lo normal en New Orleans, así que me subí el cuello de la gabardina, bajé un poco el ala de mis sombrero, metí las manos en los bolsillos y encorvé el cuerpo como para que no se escapase el calor interior.
La calle estaba solitaria, nadie más que yo había tenido la idea de pasear.
A lo lejos se oía el quejido de una trompeta con sordina, me dirigí hacia el lejano sonido, a medida que me acercaba parecía más fuerte y melancólico.
Llegué a una puerta entre abierta, arriba un rótulo que hacía más ruido que color al cambiar del azul al amarillo St. Louis Blue rezaba, entré, no se por qué ni para qué. Tardé unos segundos hasta que pude ver la tenue luz que había encima de la barra, luego pude adivinar unas mesas rodeadas de sillas vacías. En dos rincones estaban dos parejas haciéndose arrumacos. Una pareja más estaba en la pista de baile, llevaban unos pasos tan lentos que parecían parados. Todas las paredes decoradas en terciopelo rojo tenían unos apliques de los que tres cuartas partes estaban apagados. Al final de la barra, a la derecha de ésta, en una pequeña tarima había un trompetista, otro músico que acariciaba un contrabajo con lascivia, sentado en la batería estaba un calvo que movía las escobillas como si estuviese preparándose unos huevos revueltos, un pianista hablaba con un saxo bajo que estaba a su lado mientras tocaba unos compases. Todos ellos eran negros menos el batería que era blanco y destacaba por su cabeza rapada y brillante.
Detrás de la barra un camarero, con camisa blanca y pajarita negra dormitaba apoyando los codos en la barra y la cabeza entre las palmas de las manos.
A mitad de la barra una rubia platino sujetaba un vaso y bebía, con la otra hacía palanca en la barra para mantenerse erguida.
Me acerqué, el camarero, ya más despierto vino hacia mí, hizo un ligero movimiento con la barbilla a modo de interrogante, yo le pedí un whisky doble sin hielo. Me lo trajo y un plato con unos manises. La rubia platino a duras penas se bajó del taburete, se puso un cigarrillo en la boca y me dijo: ¿Me das fuego, cariño?
Sin ni siquiera decir nada, saqué del bolsillo un paquete de tabaco, me puse en la boca un cigarrillo y con la otra mano recogí unas cerillas que el camarero me había lanzado por la barra, le di fuego y encendí también mi cigarrillo.
La rubia platino me dijo ¿Puedo traer mi copa para aquí? No me gusta beber sola. Me encogí de hombros por respuesta, ella le hizo una seña al camarero y éste le envió el vaso patinando por la barra.
Gracias Jimmy, le dijo.
¿Cómo te llamas, cariño? A mi me llaman Betty la rubia,  dijo sin esperar contestación, con la voz adormecida por el whisky.
Si me invitas a una copa te cuento mi historia, pero no aquí, sentados en una mesa, porque es muy larga.
Me llamo Ricky y si la historia es buena te invito a todas las copas que quieras, le dije sin saber por qué, quizás porque me dio pena, tal vez porque llevaba mucho tiempo sin hablar con nadie, a lo mejor porque los músicos estaban tocando “Stormy weather”, uno de mis temas favoritos o porque por una vez quería que alguien me contara su historia en lugar de contarlas yo.
Jimmy, nos vamos a aquella mesa, pon dos vasos y una botella de whisky.
La verdad es que me quedé sorprendido cuando empezó la historia, su voz ya no parecía de trapo, se convirtió en una voz fina y elegante, se transformó totalmente, parecía de la alta sociedad de Luisiana, culta y elegante. Al ver el cariz que tomaba, saqué un bloc y un lápiz que siempre llevaba conmigo y me puse a tomar notas.
No sé cuanto tiempo había pasado, Betty al final se había quedado dormida con la cabeza apoyada en la mesa, a mí los vapores del whisky me dejaron ligeramente mareado, encendí el último cigarrillo que me quedaba y me dirigí a la barra para pagar, Jimmy me dijo:
Está invitado por hacer feliz a Betty.
Me puse el sombrero y la gabardina y salí fuera mientras los músicos seguían tocando el mismo tema de “Stormy Weather”. La pareja de la pista bailaba. En las mesas dos parejas se hacían arrumacos.
El sol empezaba a salir y la neblina húmeda de New Orleans me refrescó la cara.
Los lamentos de la trompeta se apagaron al alejarme.
Llegué a mi buhardilla, me duché con agua fría y mientras tomaba un café bien cargado me puse a leer las notas, luego fui a la mesita de la máquina de escribir y empecé una novela “Betty la rubia” no paré sino para hacer café y encender algún cigarrillo.
 No sé cuanto tiempo estuve para escribir doscientos y pico folios. Cuando puse el “fin” me levanté, me tumbé en la cama y dormí durante veinticuatro horas. Me desperté, me duché, me arreglé, cogí el manuscrito y sin ni siquiera leerlo me fui al editor. Entré en su despacho y le dije:
Robert, te traigo algo nuevo, está recién escrito, no lo he releído, pide café y whisky porque lo vamos a leer entero, creo que será un bombazo.
La novela nos gustó a los dos, era una historia de amor, llena de pasiones, corazones rotos y ataques de celos que terminaban en un tremendo drama de asesinato y suicidio.
Robert, después de la lectura me dijo:
Esto no es para mí, es más importante, ahora mismo llamo a un amigo mío, también editor en New York que te va a recibir, mi secretaria hará unas copias y te vas a llevarlas. Te adelantaré algo de dinero, mi amigo Frank te dará otro adelanto, tenías razón, creo que será el libro del año.
Pasé tres meses en New York, se hizo el lanzamiento del libro, se vendió para el cine, fue un éxito.
Después de todo eso, volví a New Orleans. Empezaba a atardecer cuando me dirigí al “lakeside” a la Dauphine street.
 Cuando llegué al St. Louis Blue, no encontré sino una puerta metálica cerrada y pintada de grafitis, del cartel luminoso no había sino una mancha negra. En la acera de enfrente, sentado en una silla había un viejo negro tocando en un banjo la melodía “Blue moon”. Me acerqué a él y le dije:
Por favor, ¿Este no es el St. Louis Blue?
 No señor, lo fue pero hace mucho tiempo.
Bueno, unos cuatro meses, hace ese tiempo estuve yo. Le dije
No Sr me contestó, hace más de cincuenta años, yo he vivido aquí toda mi vida y le puedo decir que hace más de cincuenta años.
Yo estuve. Tocaba el contrabajo allí.
Aquella noche estaba medio lleno, era sábado, aquí se reunía la alta sociedad a oír jazz.
Una señorita muy elegante, clienta asidua y a la que todo el mundo llamaba Betty la rubia, estaba con un amigo de su marido, a éste le habían dicho que ella le engañaba.
El tonteaba con la mafia y aquella noche, junto con dos matones entraron en el local, estábamos tocando “Stormy Weather” cuando dispararon sobre la pobre Betty, luego a su acompañante y todo bicho viviente. Murió mucha gente, lo puede leer en los periódicos de la época.
De los músicos no sobrevivió ninguno, solamente yo porque el contrabajo paró mi bala, quedó incrustada en la tastiera justo a la altura de mi corazón.
 Un camarero se salvó porque se tiró detrás de la barra y también se salvo una pareja que bailaba detrás de una columna.
La policía cerró el St. Louis Blue.
Dicen que las noches tormentosas se escucha la orquesta tocando “Stormy Weather”.
FIN