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jueves, 22 de noviembre de 2012

CITA EN EL RETIRO Y EL TIOVIVO (R)

Hoy traigo dos relatos muy diferentes, los dos comienzan en tiempos lejanos,

El primero de ellos, "CITA EN EL RETIRO"  es una historia de amor con un final sin escribir, para que cada cual pueda terminarlo a su gusto, de todas las formas, como está en varios capítulos, hay tiempo para la reflexión, para que cada uno pueda decidir.

Hay personas que conocieron parte, sobre todo el principio, a muchos de los que la conocieron puede que queden algo sorprendidos.

De todas formas, son parte de una vida que como suelo decir, nunca se sabe donde empiezan y donde terminan y nisiquiera si terminan.

La otra historia ya se publicó, fue una de las primeras que se publicaron, es "EL TIOVIVO" y es la primera historia que me contó Ricardo de su vida una noche de verano en la cubierta superior de mi barco, el "Little Home".

A Partir de esta historia que abrió el camino, vinieron todas las demás.

Y Ahora.....

CITA EN EL RETIRO
Pedro Fuentes
Capítulo I
Aquella tarde de domingo se parecía a casi todas las tardes de aquel otoño que ya declinaba, el frío  empezaba a arreciar en el Madrid del año 1967, o cine o guateque, no era tiempo ya para pasear por Rosales, sentarse en algún bar a charlar o salir con alguna chica a recorrer Madrid antes de sentarse en una cafetería y hablar de lo divino y lo humano o del existencialismo próximo al movimiento hippy del que ya se oía hablar a través de las noticias que llegaban sobre la guerra de Vietnam y el rechazo de la juventud a la violencia.
Aquella tarde nos reunimos en casa de Vicente, al final era el sitio ideal, allí celebrábamos la mayoría de los guateques, normalmente cada uno se encargaba de traer a alguna chica, además de las fijas, amigas y amigos de todos, allí nos reuníamos a charlar y bailar, eran los tiempos de Adriano Celentano, Fran Sinatra, Dean Martin, Pino Donaggio, Elvis Presley y tantos y tantos, aunque siempre salía, casi al final de la tarde el Only you de los Platers , aunque ya empezaban a despuntar Los Brincos y otros productos españoles.
No se quien de los nuestros trajo a Matilde y a su hermana, creo que fue uno de los amigos de Vicente que se llamaba Juan Carlos, había otro Juan Carlos, también larguirucho que imitaba a Dean Martin cantando  Everybody love Somebody, el que yo digo estaba enamorado de la hermana de Matilde, yo, desde el momento que vi a Matilde dije: Esta chica me gusta, es una cabecilla loca pero me gusta, tiene estilo.
Era una chiquilla alta, muy alta, delgada, con cara redonda, en la que destacaban unos preciosos ojos verdes casi transparentes, pelo corto muy claro con un tono claro entre rubio y pelirrojo, semi rizado, tez blanca con unas pecas ligeramente remarcadas, en aquellos tiempos estaba de moda pintarse pecas, ella las llevaba naturales. Era una campanilla.
Al poco tiempo de llegar me las apañé para estar bailando con ella. Siempre he sido la antítesis del “bailongo”, es más, siempre me he caracterizado como un fatal bailarín, pero en aquellos tiempos si no bailabas no ligabas, pero yo, con un par de pasos aprendidos de Juan Carlos, el imitador de Dean Martin, que era un gran bailarín, pasaba las tardes bailando si la muchacha merecía la pena.
Matilde tenía un gran estilo, además de su belleza y su gran figura, vestía con una gran elegancia, luego supe que su madre era una gran modista y a las niñas les hacía verdaderos modelos. Su hermana, más joven que ella, no era tan atractiva, pero Matilde, cuando llegó aquella primera tarde, con un maxi abrigo entallado, color burdeos, debajo del cual llevaba una mini falda marrón, un jersey fino de cuello de cisne color beige y unas medias calcetín a juego con el jersey hasta media pierna.
Aquel día no la dejé ni a sol ni a sombra, tenía dieciséis años y yo dieciocho. Quedé con ella para irla a recoger al colegio el miércoles por la tarde y a partir de entonces empezamos a salir.
Aficionado a la fotografía y viendo las posibilidades de ella, al domingo siguiente quedé  para ir al Retiro a hacerle fotos, era una maravilla, Matilde parecía nacida delante de una cámara, le hice cientos de fotografías, era mi modelo.
El parque del Retiro se convirtió en el paseo dominical, entonces, con sus dorados otoñales, sus hojas caídas y el sol que pasaba por entre las ramas de los árboles que perdían sus hojas amarillas y rojas, filtrando rayos de sol que llegaban débiles entre las ligeras neblinas al pelo corto y rizado de Matilde y remarcaban más aquella tez clara, casi transparente. Imaginaba yo que con mi cámara atrapaba a Diana Cazadora, con su túnica, su arco y su cervatillo al lado, eran escenas dignas de David Hamilton.
Por aquel entonces yo estaba metido ya en grupos de teatro de aficionados y empezaba a escribir alguna cosa, Matilde era mi musa, además, cuando tenía tiempo venía conmigo a ensayos y a ver teatro, en aquel entonces existía la claque e ir al teatro, para los aficionados era barato, además conocía a todos los jefes de claque de Madrid.
Bohemio como era, además de que en aquellos tiempos era un joven rebelde dispuesto a luchar por cualquier causa perdida, Matilde, que era una cría que empezaba a salir de casa, me seguía en todas las ocasiones, teniéndome como un héroe revolucionario.
Una mañana de invierno, en una de esas citas en El Retiro le confesé a Matilde mi amor, ella sentada en un banco de madera, con el cuello de su abrigo subido por el frío que hacía, yo con mi chaqueta de pana ancha y una bufanda de punto que me daba tres vueltas al cuello y colgaba todavía medio metro por cada lado, le cogí  su mano izquierda, puse mi rodilla derecha en tierra y mirando hacia ella le confesé mi amor:
Matilde, desde la primera vez que te vi, en casa de Vicente, justo cuando llegaste y te quitaste aquel abrigo burdeos maxi largo y entallado, me enamoré de ti, ha pasado medio otoño en este Retiro al que venimos cada domingo y cada vez que te veo a través del visor de mi cámara y luego, cuando revelo las fotos, sé que no puedo vivir sin ti. Le besé la mano suavemente, ella se puso de pie e hizo levantarme, luego se acercó a mí, me abrazó y me besó en la mejilla primero y luego nuestros labios se rozaron tímidamente. A diez o quince pasos un guardia forestal de El Retiro se ponía el silbato en la boca por si era menester llamarnos la atención. En aquel tiempo esos hechos eran motivo de una multa de 5 pesetas.

EL TIOVIVO  (R)
Pedro Fuentes

Esta historia ocurrió allá por mediados de los 50, en un pueblo de unos de unos 1.800 habitantes y que en aquellos tiempos vivía mayoritariamente de la agricultura y que estaba situado a unos 18 km de una capital de provincias pequeña, omito el nombre para que no sirva de escarnio entre las poblaciones cercanas.
El protagonista de este relato, se llama Anselmo, hijo de un agricultor, sus ideas no eran seguir viviendo toda la vida de un trabajo tan duro y sacrificado, por lo cual por su mente discurrían ideas para montar algún negocio.
Ocurrió que siendo las fiestas de la capital de la provincia, fue allí para divertirse. Dando vueltas por la feria, se paró delante de un tiovivo no muy grande, con sus caballitos que giraban y subían y bajaban al compás de una música llamativa y monótona pero alegre.
Anselmo vio que subían muchas personas, padres con niños, parejas y algún grupo de chicos y chicas. Casi cada vez el lleno era absoluto, miró el precio, lo multiplicó por las personas que subían, vio que muchos repetían, calculó lo que podían gastar de luz, en fin, preguntó, se informó del fabricante e incluso supo de alguno que se vendía de segunda mano.
Como tenía algunos ahorros pensó que con una financiación, al fin y al cabo, tenía tierras para poder ofrecer garantías, lo consultó con su padre, a éste no le supo muy bien, pero, Anselmo era su único hijo, él ya era mayor y pensó que mejor eso a que cansado del trabajo de agricultor, se marchase, además, si salía mal, quizás el dinero perdido le haría afianzarse más en el trabajo de la tierra.
Anselmo tenía hasta el sitio perfecto, casi al lado de la plaza Mayor, su abuelo les había dejado una casa ruinosa y que tenía el solar lo suficientemente grande para montar su feria particular, tiró lo que quedaba de ruinas, acondicionó el terreno, pidió los permisos y empezó los trámites de la compra del tiovivo, empezaría por uno de segunda mano, que le daban garantías y luego, según cómo fuese, quizás hasta podría ampliar el negocio.
La inauguración iba a ser a principios de Junio y como aquello, para el pueblo era un acontecimiento, Anselmo invitó a  todas “las fuerzas vivas” del pueblo, allí estaba el alcalde, el cabo de la guardia civil, el cura, el médico,  la maestra, la hija del farmacéutico, ya que éste está muy mayor y su hija ya ha acabado la carrera y lo va a sustituir al mando de la farmacia.

Eran las cinco de la tarde de un día muy caluroso para el tiempo que estaban, cuando todos ellos se reunieron en el solar que ya no aparecía yermo, una valla verde de madera lo rodeaba, una parte estaba plantada de césped y alrededor, por dentro de la valla, la madre de Anselmo había puesto su toque femenino plantando unas flores. 
Se había acercado al evento casi todo el pueblo, incluso algún vecino del pueblo de al lado, más pequeño pero que tenía una central  eléctrica que daba luz a  varios pueblos del contorno  y del cual dependían para la energía.
Para la inauguración, el alcalde, D. José diría primero unas palabras, luego pasaría D. Francisco el cura a bendecir las instalaciones, luego todas las  autoridades subirían a los caballitos y darían unas vueltas, para finalmente el público en general podría subir previo pago de la entrada correspondiente.
Los caballitos tenían alrededor un toldo que bajaba y cubría todo el tiovivo y lo protegía de las inclemencias del tiempo y que estaba echada hasta el discurso del Sr. Alcalde, éste, dirigiéndose a la concurrencia les habló de los años de progreso que esperaban a todas las poblaciones de España, gracias al  Caudillo que dirigía los destinos del país, Alabó  la actitud emprendedora que había llevado a Anselmo a ser precursor de la industria del pueblo y había abierto la puerta del turismo en aquella magnífica villa que él tenía el placer de dirigir. Al grito de Viva Franco y arriba España, Anselmo que sujetaba las cuerdas del toldo, tiró de ellas y  lo subió, dejando al descubierto el tiovivo resplandeciente, con unas barras que brillaban con el sol de la tarde y unos caballos de todos los colores.
El señor cura, un orondo personaje de unos cincuenta y cinco años de edad, se acercó al tiovivo, le hizo señas aun monaguillo escuálido de unos 14 años y éste le acercó la estola que se puso encima del alba que ya llevaba, el monaguillo sujetó el acetre con su mano izquierda y le acercó D. Francisco el hisopo, éste lo cogió, lo introdujo en el recipiente y sacudiéndolo sobre los caballitos dijo: in nomine patri et fili……   cuando hubo terminado, Anselmo pidió a los presentes que se subiesen para dar una vuelta de honor.
D. José, el alcalde, con buen criterio dijo a Anselmo y a los demás invitados: Yo creo que no es conveniente que subamos, delante de todo el pueblo, me parece que seremos pasto de las risotadas del personal. Todos asintieron menos el monaguillo que se aferraba al cura y que estaba viendo que iba a perderse lo mejor. Anselmo, hombre de negocios y de mundo, viendo que se le terminaría el acto en un momento contestó: No, Sr Alcalde, está todo previsto, como han visto Uds. Hay un  toldo que cubre todo el artilugio, así que cuando ustedes estén en la plataforma, yo bajaré el toldo, suben a los caballitos y cuando hayan dado unas vueltas, cuando bajen, subiremos de nuevo el toldo y haremos que la gente aplauda. Bueno, si es así, sea por el progreso, dijo el Alcalde y todos asintieron, menos el monaguillo que quería pasar lo más desapercibido posible no fuese a quedarse en tierra.
Todos subieron a la plataforma, bajó el toldo y se subieron a los caballitos, primero el alcalde, luego el sacerdote, a continuación el cabo de la guardia civil, la farmacéutica, a quien gustaba el médico, joven, recién llegado al pueblo, se subió delante de él tomando pose de experta amazona, después se montó la joven maestra, también recién llegada y en su primer año en el cargo, subió luego el monaguillo, con los bártulos de la bendición y procurando que no se le viese.
A la voz de adelante, dicha por el cabo, que ya había visto al monaguillo y al que estuvo a punto de descabalgar pero no le dio tiempo, el tiovivo se puso en marcha.
Había dado el artilugio siete vueltas, cuando Anselmo oyó la débil voz del alcalde que decía:  ¡Anselmo!, ¡ya vale!  Anselmo, presto a obedecer la orden, se acercó a la palanca del freno, quizás por los nervios, a lo peor por una mala instalación, se quedó con el hierro en las manos y aquello no frenó, se dirigió a donde estaba el interruptor general y no lo encontró, eso fue porque con las prisas del montaje y por falta de luz habían hecho un tendido provisional y directo. Nadie había para dar órdenes, las personas que lo habrían podido hacer estaban todas atrapadas en un aparato que a falta de freno, la inercia iba acelerando. Ya llevaban como unas treinta vueltas cuando se oyó al cura que gritaba “¡por Dios!, ¡que paren esto!”.  A la vuelta cuarenta el Guardia Civil gritó “¡¡Paren esto o fusilo a alguien!!”.
Anselmo, desesperado, sudando, manchado de grasa, no sabía qué hacer, a punto del llanto oyó a su padre que le dijo; Coge el Land Rover y vete a la central y que corten la luz. Anselmo una vez más se tuvo que rendir a la sabiduría de su padre. Cogió el coche  y salió a lo que daba de sí. Pasaban de las cien vueltas cuando llegó a dar la orden de corte de energía eléctrica, luego, a la misma velocidad, bajó para poder subir la lona.
Cuando al fin izó el toldo, el espectáculo fue dantesco, El Sr. Alcalde estaba a los pies de su caballito vomitando, el cura se encontraba arrodillado sobre los talones, detrás de su caballo, rezando y llorando, el cabo se mantenía erguido sujetándose a la barra de su caballo, en sus pantalones se notaba que sus esfínteres no le obedecían, el médico, bastante desmejorado,  arrodillado al lado de la farmacéutica que estaba tendida y desmayada, le daba aire, la maestra, fiel a su magisterio se había abrazado al  del caballo, estaba medio inconsciente pero enseñando todo su muslamen, por cierto digno de ver. El único jinete que se encontraba erguido era Ricardito el monaguillo que se estaba echando un trago largo de agua bendita.
El pueblo, pese a los años pasados sigue riendo. Anselmo no ha vuelto de Alemania ni de vacaciones, la farmacéutica se casó con el médico, al cura lo enviaron a otro pueblo, el cabo solicitó traslado, el alcalde se retiró de la política y vive de las rentas, la maestra se casó con un rico terrateniente del pueblo de al lado. Ricardito se fue a Madrid a estudiar y no se sabe gran cosa de él.
FIN

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