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viernes, 14 de diciembre de 2012

AHI TE QUEDAS, CARIÑO Y LA HERENCIA

Viernes, dos relatos más, uno nuevo y el otro de los ya editados, espero que os gusten.

Quiero saludar a los lectores nuevos que se han incorporado a este blog desde Israel, espero que les guste y sigan en el grupo de amigos.

Y ahora........


AHÍ TE QUEDAS, CARIÑO
Pedro Fuentes

Ramiro vivía en un puerto de mar y de la mar, era patrón de un crucero costero de Cataluña, era catalán, pero había vivido muchos años en las Islas Canarias, por eso y porque estaba curtido por el sol y porque le quedaba un poco de acento canario todo el mundo lo conocía por “El canario”.
Un día conoció en aquel puerto una chica de su edad, que tenía dos hijos de un matrimonio anterior, se enamoraron.
Pronto se casaron y al año tuvieron una niña,  los cinco parecían felices, los hijos de ella, casi adolecentes aceptaron bien a Ramiro e incluso le siguieron en su afición a la mar y empezaron a introducirse en la vela ligera.
La niña, Rocío era el ojito derecho de su padre, guapa, de ojos grandes y la verdad es que parecía una de esas bellezas canarias pese a no tener nada de esa tierra sino el mote de su padre.
Pasaron cinco años y un día, sin saber ni cómo ni por qué, aunque supongo que habría sus motivos, Ramiro desapareció.
Una breve nota decía:
 Cariño, estoy agobiado, necesito más espacio, te llamaré cuando recupere mi estado anímico.
Nada supo nadie de él, parecía que la tierra se lo hubiese tragado. Incluso una hermana que tenía en Francia dijo que no tenía noticias de él.
Ricardo, hombre de mar, propietario de un velero con el que hacía charters, conocido de Ramiro y de Esperanza, cuando supo de la desaparición le dijo a ella: ¿De verdad no sabes nada? ¿No sabes a donde ha podido ir?
No, ni idea, parecía tan contento y feliz con la niña y mis dos hijos, estaba algo preocupado con mis problemas de salud, pero me animaba mucho y además le gustaba su trabajo.
Mira, la gente de la mar no se separa de su ambiente, yo estoy siempre en los puertos, incluso cuando no estoy trabajando, si existe algún puerto cercano, allí voy, aunque esté de vacaciones y eso hacemos todos los que vivimos en el mar. Si Ramiro está vivo, que seguro que lo está, más pronto o más tarde se cruzará conmigo.
No sé, no sé, me parece imposible que esté vivo y no piense en su hija, es su ojo derecho, solamente con pensar un poco se daría cuenta de lo mal que lo está pasando la niña y no puede ser tan cruel como hacerla sufrir tanto. A mi quizás me reproche algo y no quiera verme ni oírme, pero a su hijita querida no le puede hacer esto.
Si lo encuentro no le diré nada, ¿Quieres que te diga algo a ti?
Si, me gustaría que me dijese a la cara lo que piensa y que por lo menos hable con su hija y se comporte con ella como un padre aunque esté lejos.
Ricardo siguió navegando sobre todo por el Mediterráneo,  a cada puerto que arribaba se paseaba por los muelles, entraba en las cantinas, hablaba con las gentes, supo de unos cuantos que habían marchado de sus casas rumbo al anonimato, pero de Ramiro no supo nada.
Pasado año y medio, se fue de vacaciones  en invierno,  a un clima más agradable, marchó a Canarias.
Voló a Tenerife, en un vuelo programado, llegó al aeropuerto del sur, al Reina Sofía, allí fue recogido con otros pasajeros en un autobús para ir a Puerto de la Cruz, al norte de la isla.
Cuando llegó al hotel, fuera del bullicio de Puerto de la Cruz, muy cerca del Jardín Botánico y con una habitación con vistas al mar, abrió la maleta, no llevaba mucha cosa, estaba acostumbrado a la vida en el mar y a los espacios pequeños de los barcos, además, iba de vacaciones y para Ricardo eso ere ir a ver sitios nuevos, paisajes, piedras, buenas comidas típicas y sobre todo descansar.
Lo  primero que hizo después de ordenar el equipaje fue ir a recoger el coche que había alquilado ya a su agencia de viajes  cuando encargó las vacaciones.
Conducir por Tenerife es bastante caótico, primero porque hay demasiados turistas con coche de alquiler que no conoce bien los sitios y después porque el canario, aunque conduce bien circula bastante rápido, cosa extraña cuando por lo general es gente bastante apacible y tranquila.
Ricardo se levantaba temprano y cogía el coche y se dedicaba a recorrer los sitios, una buena cosa, si vas por tu cuenta, es conveniente coger unas propagandas de excursiones, así sabes  a donde van y en qué orden, con lo cual, si sales media hora antes y ellos van en autobús, llegas  a  los sitios y te vas al siguiente cuando los turistas entran en el anterior.
Siendo de mar y viviendo en el mar, cuando pasaba por la costa, si había algún puerto, allí se paraba, visitaba los muelles admiraba los diferentes barcos y hablaba con las gentes del lugar, sobre el tiempo, la pesca, donde comer buen pescado, etc.
Ricardo es una persona tranquila y solitaria, no necesita para nada estar en compañía de nadie, toda su vida tuvo que solucionar sus problemas solo, ya que muy joven se quedó sin padres y fue criado por una hermana que murió cuando él tenía veintitantos años, un par de veces se enamoró y la primera salió mal y la segunda ella murió, luego, al vivir en la mar y para la mar se convirtió en una persona introvertida pero no exento de humor ni alegría, por eso no le preocupaba ir solo a cualquier lado, pero no era esta solitud por timidez o porque fuese parco en palabras, al contrario, entablaba conversación con cualquiera por la calle o en cualquier sitio.
Una mañana que había decidido ir al sur de la isla, desayunó temprano y cogió el coche que tenía aparcado a las puertas del hotel y marchó por la autovía de Santa Cruz para luego coger la autovía del sur, al pasar por la salida que llevaba a Candelaria, se acordó que alguien le había hablado de la Basílica de la Pa trona, La Candelaria y también de los buenos camarones que se pueden comer allí, por lo que decidió parar a la vuelta.
Pasó cerca del aeropuerto Reina Sofía y siguió hasta Puerto Colón.
Aparcó el coche y se dedicó a andar viendo las oficinas de alquiler de embarcaciones y viajes turísticos, tiendas de efectos náuticos, etc. Pronto se dio cuenta de que estaba todo montado de cara al turismo, incluso había excursiones en submarino.
En el muelle grande vio unos catamaranes que se estaban preparando para excursiones a ver las ballenas piloto, ya había zarpado uno, otro estaba soltando amarras y en un tercero la gente estaba subiendo a bordo, tuvo un presentimiento y a un pescador que pasaba por allí y que parecía haber estado toda su vida en aquel puerto y le dijo:
¡Oiga!, por favor, estoy buscando a Ramiro.
El marinero le miró a la cara con extrañeza e hizo un gesto con la cara y los hombros  de interrogación como solo los canarios saben hacer porque son parcos en palabras.
Si, hombre, Ramiro “el catalán”.
Si hombre, claro, aquí lo llamamos así. Pero hoy no está, normalmente va de patrón en ese catamarán que acaba de salir, pero hoy hace fiesta, su novia ha tenido una  hija y él se ha tomado el día de fiesta, si quiere le digo dónde vive y si no, mañana o pasado estará por aquí.
No, ya lo llamaré por teléfono para vernos, he llegado de la península y quería darle una sorpresa y me la ha dado él a mí.
Ricardo se despidió del pescador, entró  en un bar, se tomó un cortado con leche condensada e hizo unas cuantas preguntas por el puerto para cerciorarse de que Ramiro y “el canario” eran la misma persona, además se enteró de que su novia era alemana y trabajaba de guía turística en una agencia de viajes. Después se fue a buscar el coche.
Se dirigió por la autopista del sur y salió en Candelaria, entró en la basílica, allí se acordó de su viejo amigo Pedro, oriundo de Canarias, luego salió, cruzó la plaza, entró en un bar y pidió una jarra y un plato de camarones.
Quince días después, cuando volvió, a los pocos días tuvo que ir al pueblo de Cataluña, donde vivía Esperanza, fue a verla.
Esperanza, he encontrado a Ramiro, si te interesa te digo dónde y si no, me callo lo que sé y aquí no ha pasado nada.
Si, quiero saberlo, Rocío va a hacer la primera comunión y su mayor deseo es que su padre la acompañe.
Ricardo le dio los datos de la agencia donde trabajaba y todo lo que averiguó y le dijo después.
Por cierto, Rocío tiene una hermanita recién nacida.
Cuando Rocío hizo la primera comunión su padre estaba allí.
Desde entonces, en vacaciones  Rocío va a Canarias a casa de su padre.
Ricardo, cuando llega a algún puerto, sigue buscando a otros “desaparecidos”
FIN


LA HERENCIA
Pedro Fuentes
CAPITULO I
Don Cipriano cumplió los 86 años cuando por primera vez en la vida se sintió mal, algo no andaba bien en su interior, no era un hipocondriaco, vio que no tiraba, que se cansaba, le faltaba el aire y sentía una presión en el pecho, así que como vivía solo y además no tenía más familiar que un sobrino segundo, hijo de su primo hermano por parte de padre, decidió llamarlo para decirle que había avisado al portero para que por favor le acompañase a urgencias del hospital de la Seguridad Social, que no estaba muy lejos, le dijo que por favor le acompañase por lo que le dijese el médico.
El señor Cipriano era soltero, toda la vida trabajó de funcionario, persona culta y estudiosa, su único vicio era la lectura, de vez en cuando iba al cine y al bar del hogar del jubilado, allí, además de tomar un cortado, jugaba unas partidas de billar francés con algún antiguo compañero de la Delegación de Hacienda, donde trabajó toda su vida.
Leandro llegó a urgencias justo cuando la enfermera llamaba a Cipriano a la consulta. Quiso pasar con su tío pero la enfermera le dijo que no, que primero entraba solo y si acaso lo avisarían luego.
Dos largas horas después, por los altavoces lo llamaron, primero vio a su tío que le dijo que se encontraba bien pero cansado, luego un médico lo llamó y entraron ambos en un pequeño despacho, allí el doctor sin rodeos le dijo: Su tío ha tenido un infarto de miocardio, esto quiere decir que por un espacio de tiempo más o menos prolongado, ha tenido falta de oxígeno por el bloqueo del flujo sanguíneo hacia el músculo cardiaco. Esto puede ser motivado por una serie de factores, como el colesterol elevado, el consumo de bebidas alcohólicas, una vida sedentaria, o hereditario, por lo que me ha dicho su tío, de la vida ordenada que lleva, seguramente será hereditaria o que al vivir solo, la cuestión alimentaria no sea tan ordenada como él cree. Todo esto será motivo de estudio por el especialista cardiólogo al que le voy a enviar. A partir de ahora, tendrá que llevar una vida más ordenada, andar mucho, no fumar, nada de beber, nada de ejercicios exagerados, una vida reposada y tranquila.
Mi tío vive solo, ¿Usted cree que sería conveniente que viviese con nosotros o en una residencia, o quizás ponerle alguien que lo cuide? Preguntó Leandro.
Una de las tres cosas antes que estar solo, pero la ideal es que viviese con su familia, no es que esté grave, pero si se volviese a repetir el ataque, si está solo podría ser fatal, contestó el doctor.
¿Cree conveniente que conozca su estado?
No tiene importancia, sí es conveniente que sepa que se tiene que cuidar, pero sin decirle la gravedad de la situación, deben decirle las cosas pero sin darle disgustos. Le voy a hacer un informe para su médico de familia y la recomendación para que le envíen al especialista en cardiología, hasta entonces, le recetaré unas pastillas que debe tomar. Esta vez ha sido un ataque leve y cogido muy a tiempo, lo dejaremos en planta uno o dos días para ver cómo reacciona y luego lo enviaremos a casa, mientras tanto pueden irlo preparando. ¿Qué harán luego?
Creo que nos lo llevaremos a casa, tengo dos habitaciones libres desde que dos de mis hijos se han casado, pero antes lo hablaré con mi mujer y mi otro hijo que ya tiene 23 años.
CAPITULO II
A los tres días, don Cipriano se fue a vivir a casa de su sobrino nieto. Leandro y su hijo se encargaron de recoger de su piso las cosas que el anciano quería tener a mano y la ropa que él deseaba, como la habitación que le asignaron, era bastante amplia, le llevaron también el televisor, un equipo de música y los libros que dijo.
Leandro y su mujer, Rosario, pronto hablaron seriamente con su tío y le hicieron ver lo prudente que sería por su parte que hiciese testamento. D. Cipriano a su vez les dijo que de su pensión, aportaría una parte por sus gastos y que a la vez le buscasen una cuidadora, para cuando él quisiese salir e ir al cine, le acompañase, gasto que correría a cargo también de su pensión, que era holgada.
Todo se hizo y a la semana habían contratado por horas una señora de unos cincuenta años, de bastante buen ver y de nacionalidad cubana.
Al cabo de dos meses, en un plan urdido por los padres y el hijo, empezaron a llevarse los domingos a D. Cipriano a comer fuera, cada vez las comidas eran más apetitosas, el vino no faltaba, la copita “era digestiva”, Las veladas cada vez se alargaban más, poco rato pasaba el buen señor en su habitación, el hijo de Leandro, de veintitrés años, Alfredo, algún día lo “sacó” a pasear y lo enredó para llevárselo a una casa de mala reputación, “ya que comprendía que el abuelo tuviese sus necesidades” El hombre se refugió yendo al cine con su cuidadora Edelmira e incluso en lugar de unas horas paseaba cada tarde, iban al bar a tomar unas infusiones, fueron al teatro, pero cuando llegaba a casa, por las noches, las cenas eran opíparas y cada vez más tarde, luego los fines de semana había marcha para comidas y cenas en restaurantes, después, cada dos viernes por la noche el niño de la casa se lo llevaba a los lupanares.
CAPITULO III
A los siete meses, el abuelo falleció, tuvo un fuerte refriado y la lesión cardiaca, agravada por la subida de colesterol y la bajada de defensas, le jugaron una mala pasada. De hecho fue una muerte bastante digna. A la mañana siguiente su sobrina, cuando le llevó el desayuno, lo encontró muerto en la cama.
Después del entierro, a los quince días de llorar al abuelo amargamente, llamaron primero a Edelmira y le dijeron que como no la iban a necesitar más, en agradecimiento le pagarían una mensualidad como gratificación. Edelmira marchó con lágrimas en los ojos. Luego fueron el matrimonio y los tres hijos a la Notaría para declararse herederos legítimos.
El notario los recibió, les ofreció asiento y les dijo: Señores, siento comunicarles que el Sr. Cipriano, en vida hizo donación de todos sus bienes pasados y futuros a doña Edelmira Cienfuegos de nacionalidad cubana y me entregó una carta, en sobre cerrado para que se la entregase a Vds. Cuando reclamasen la herencia, aquí está, debidamente cerrada y lacrada, si me firman el recibí, con mucho gusto se la entregaré. Firmaron y el notario les dijo: les dejo solos en esta salita, por si quieren leer la carta en familia y en privado.
Leandro se sacó del bolsillo las gafas de cerca, rasgó el sobre, carraspeó un par de veces y leyó.
Mis queridísimos sobrinos:
Solamente cuatro letras para deciros que desde el primer momento me di cuenta de vuestras intenciones, me parece mal dejaros sin un céntimo ya que habéis hecho que mis últimos días estuviesen llenos de buena vida.
Cuando me di cuenta de todo, con Edelmira fui al médico, tomaba la medicación que me dabais para el corazón y las que me mandó el medico para el colesterol y para contrarrestar la “mala vida” que me hicisteis pasar, Edelmira me amó y cuidó como nadie lo había hecho, , hasta tal punto, que a ti, Alfredito, te diré que cuando me llevaste a aquellos sitios, yo pagaba otra vez a las señoritas para no hacer nada pero que luego te dijeran a ti lo bien que había ido todo, y lo hacía por respeto y amor a Edelmira, así que decidí haceros esta mala pasada.
Otra noticia, Edelmira y yo nos casamos. Todavía estoy oyendo cuando me dijo “Sí, mi amol”.
FIN


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