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jueves, 29 de noviembre de 2012

CITA EN EL RETIRO II Y EL HIPOCONDRIACO (R)

Otro capítulo de "Cita en el Retiro", ese Retiro que está en este tiempo muy parecido al que había en la historia que relatamos, con sus hojas caidas, semi secas que van sonando cuando pisamos sobre ellas, además ahora, cuando hay un poco de calima y el sol se filtra entre las ramas peladas de los árboles de hoja caduca, así estaba cuando nuestro protagonista y Matilde paseaban por allí.

Además publico como repetición un pequeño relato que un día me contó Ricardo y que es totalmente cierto, Salvo los nombres de los protagonistas.


CITA EN EL RETIRO
Pedro Fuentes
Capítulo II

Las clases ya habían empezado, yo aquel año había comenzado Filosofía y Letras en la Complutense de Madrid, en la Ciudad Universitaria, ya desde el primer día de clase se empezaba a rumorear que ese año habría muy pocas clases, el ambiente se estaba caldeando, empezábamos a tener noticias de la crisis económica que empezó en Francia a principios del 67, luego ocurrió que las colonias de los grandes estado, recientemente independientes, se negaban en algunos casos a aceptar el “proteccionismo” americano.
En Cuba había triunfado la revolución, Estados Unidos se comprometía de lleno en la guerra de Vietnam, el movimiento hippy empezaba sus campañas de “Haz el amor y no la guerra”.
Pero el disparo de salida de todo lo que se avecinaba fue el encierro de estudiantes en la Universidad de Nanterre en Francia y sobre todo el enfrentamiento verbal entre el <ministro de La Juventud y el Deporte François Missoffe y Coh-Bendit luego conocido como “Dani el Rojo” cabecilla y fundador del movimiento revolucionario “22 de Marzo”.
En España, en esas fechas de 1967 se vivía un gran momento económico, los Planes de Desarrollo estaban creando empresas y puestos de trabajo, La postguerra había terminado, el gobierno franquista había depositado mucha confianza en Cataluña y Vascongadas apoyando la creación de industria y por tanto puestos de trabajo cubiertos por españoles de Andalucía, Aragón y Extremadura sobre todo.
En el año 66 se aprobó la nueva Ley de Prensa conocida también como la “Ley de Fraga” y en la que se aparentaba una libertad mayor que la real, en el 67 se desarrolló la Ley de Libertad Religiosa, que no realizó Fraga, pero se le achacó por los más adictos al régimen, no siendo del agrado de Carrero Blanco, Fraga pagó los platos rotos y fue considerado un “liberal”.
Pese a la nombrada ley de prensa muchos periódicos y revistas fueron “secuestrados” en alguna ocasión como el ABC, La Codorniz. El diario Madrid que fue cerrado definitivamente.
Todo ello fue el caldo de cultivo para que el curso 67/68 en España y sobre todo en la universidad fuese un curso muy conflictivo.
Yo estaba a mis anchas en aquel ambiente revolucionario. Entre que Filosofía y Letras y Derecho llevaban la voz cantante de todo el follón en la “Universitaria” y además en el mundillo del teatro que empezaba con el teatro de protesta y luego en la música comenzaba la canción protesta, sobre todo en Barcelona.
Para Matilde, con sus dieciséis años recién cumplidos era todo un dios, era el héroe revolucionario, a cada momento me pedía que le contase qué pasaba en la Universidad.
Luego, cuando salíamos por ahí, le llevaba a los sitios más bohemios y progres de Madrid.
Las cuevas de Sésamo era cita obligada para tomar una copa después del teatro, en la Cervecería Alemana en la plaza de Santa Ana.
Se maravillaba cuando en alguno de esos sitios nos encontrábamos con algún actor ya conocido y nos saludábamos. Alguna noche aparecíamos por Parnaso, en la calle Viriato, cerca de la glorieta de Iglesias.
 Muchas mañana de domingo le llevaba al Rastro, allí le hacía fotografías reflejando su belleza en aquel ambiente y cada vez que las miraba me recordaban a la actriz francesa Marlene Jobert en la película “El arte de vivir…pero bien” de Yves Robert.
 Yo vivía independiente en Madrid, con unos amigos compartíamos un piso y allí, en mi habitación había instalado mi pequeño estudio fotográfico. Ahora, en aquel pequeño espacio seguía haciendo fotografías a Matilde, le hice un gran book de fotografías.
Por aquel tiempo ya estaba lo bastante liado para estudiar, iba a la Universidad en función de los jaleos que se pudiesen liar, en el teatro hacía alguna cosilla, sin importancia, lo importante era estar en todos los sitios posibles, trabajaba esporádicamente en alguna cosa, pero seguía recibiendo de mi familia a final de mes la transferencia correspondiente, no sé si porque pensaban que seguía estudiando o porque así permanecía alejado de casa.
Gracias a mis fotografías y al book Matilde empezó a pasar modelos para una casa de costura que la contrató, a partir de entonces nuestros encuentros eran cada vez más lejanos, ella fue conociendo otro mundo y yo empezaba a pasar un poco de ella ya que mi vida iba por otros derroteros y vivía en un mundo de bohemia y revolución.


EL HIPOCONDRIACO  (R)

Pedro Fuentes
Esta historia está basada en hechos reales, por lo cual los nombres de sus personajes han sido modificados para conservar la privacidad de los mismos.

Alfredo estaba jubilado cuando Ricardo lo conoció, por la gran afición de los dos por la náutica y la pintura, pronto congeniaron, además tenían el barco en el mismo puerto y muy cerca el uno del otro.
Alfredo era el mayor hipocondríaco del mundo, su médico de cabecera no sabía qué recetarle, ya le había dado todos los placebos existentes. Era tan hipocondríaco que creía tener todas las enfermedades menos las que en realidad tenía, su mujer era una enciclopedia médica, conocía más enfermedades y medicinas que un vademécum, su marido lo tenía todo y más fuerte que nadie, si le dolía la cabeza, o era un derrame cerebral o una embolia, si le dolía el pecho, bueno, eso era gravísimo, un cáncer, una tuberculosis, un ataque cardíaco, en el estómago podría ser cualquier cosa menos que se había pasado comiendo, porque eso sí, era un comedor compulsivo, sus males no se curaban comiendo, pero, se aliviaban bastante. Cuando le dolían las articulaciones, era reuma o artrosis seguro, según él, la espalda, la tenía totalmente rota, además, se auto-medicaba, Ricardo no le podía hablar de nada que fuese relacionado con la salud o la enfermedad, tampoco del hijo de Alfredo, que por cierto era médico forense.
Cómo sería Alfredo que una vez le contaba a Ricardo que había llegado a su casa de noche con su mujer, tenía muchísimas ganas  de orinar, según él por culpa de los problemas de próstata que llevaba desde hacía años y no se explicaba como el PSA no detectaba nada anormal, el caso es que con las prisas llegó al baño sin encender la luz, medio desabrochado el cinturón. Con una mano se bajó la cremallera del pantalón y con la otra buscó entre la ropa, con las prisas cogió la punta del cinturón, la enfocó hacia donde creía adivinar el wáter y se puso a hacer pis, de pronto notó varias sensaciones, una que se estaba orinando encima y otra sensación fue que aquello que tenía entre la mano, era totalmente plano e inerte, se llevó tal susto que pensándose lo peor del mundo y tan mal se sintió que se escaparon dos lágrimas y gritó a su esposa: ¡¡Inés!! Mira lo que me ha pasado. Inés corrió al cuarto de baño, encendió la luz y viendo el espectáculo  soltó una carcajada. Alfredo al fin, armado de valor se miró entre las manos y un suspiro de alivio le recorrió, ya no le importaba ni haberse orinado encima ni las lágrimas escapadas.
Anselmo tuvo un final feliz para su hipocondría, una tarde de principio de verano, cuando todavía no apretaba  el calor, fue a hacer un recado con el coche, era de esas personas que exasperan por llevar una velocidad por lo menos treinta quilómetros por debajo de la permitida, frenaba en casi cada curva, el caso es que en un tramo de recta y en el que no había ni cuneta, tuvo un desmayo, se salió de la vía y se fue parando poco a poco, ya que no ejerció ninguna presión sobre los pedales, al fin, se acabó el recorrido contra un pequeño árbol que ni siquiera se partió. Las personas de un coche que iba detrás, vieron lo ocurrido, corrieron a socorrerlo, cuando llegaron vieron que estaba muerto sobre el volante.
Después de los trámites oportunos, le hicieron la autopsia, su hijo, que el forense  quiso saber lo que le ocurrió y estuvo presente, el informe fue tajante, parada cardiaca sin motivo aparente, tenía un cáncer que se le había ramificado por todo el cuerpo, no había sufrido hasta ahora las consecuencias ni los dolores, no le quedaban ni seis meses de vida y una muerte muy dolorosa, un final espantoso, él que creyó tenerlo todo, murió sin tener nunca la certeza de que no era hipocondriaco sino un enfermo real.
FIN

 

viernes, 23 de noviembre de 2012

CARTA ABIERTA A ARTUR MAS

Hoy, sin que siga de precedente, publico una carta abierta a Artur Mas con motivo de las Elecciones al Parlament Catala. Es una carta llena de amargura escrita como adios a Cataluña si llegan a ganar los independentistas.

CARTA ABIERTA A ARTUR MAS

ADIOS

Veintitrés de Noviembre de 2.012  Pasado mañana habrán elecciones en Cataluña, han sido convocadas al año y medio de la legislatura para tapar las vergüenzas de un partido y unos políticos que no han sabido gobernar y han destinado unos recursos, en plena crisis galopante en todo el mundo, para satisfacer su ignorancia y a muchos amigos para pagar favores, véase “embajadas”, véase concesiones a amigos y miembros del partido, en materia de sanidad y servicios. Han aplicado un euro por receta médica y reducido presupuesto en la sanidad para hacer concesiones como la limpieza, máquinas de agua y bebidas en hospitales y locales públicos, servicios de cáterin, lavanderías, obra civil, etc. a amigos y miembros del partido.
En cuestión de autopistas, véase A7 y A2, cuando en 1.999 quedaron liberalizadas e iban a ser gratuitas, otro presidente del mismo partido, Pujol, a cambio del mantenimiento, dio la concesión a una empresa que su mujer era la principal accionista, entre otras cosas con la obligación de que no se podría subir el peaje, se ha subido cada año.
Por cierto, Sr. Pujol, ¿Le dio las gracias al Suarez por taparle las vergüenzas en lo de Banca Catalana? ¿Y por sacar a su niño querido Oriolito de terra lliure para que se hiciese un hombrecito de provecho y poder conducir su Masseratti último modelo alrededor del palacete de Pedralves, donde vive?
Cuando se han puesto a construir autopistas, véase la de Manresa, véase la del Maresma, véase la de Sitges, las más caras y encima mal diseñadas.
Así una detrás de otra, no lo han hecho peor porque ni por casualidad se pueden hacer tantos despropósitos.
No hablemos del 3,5 % ¿Para qué? Hasta en el parlamento ha salido a relucir. El jefe de la oposición se lo dijo a la cara alto y fuerte, eso, dicho a cualquier persona honrada, no ya en el parlamento, sino en la calle es de los mayores deshonores que se le puede acusar a una persona, para ustedes valen unas disculpitas de nada, claro, no van a matar la gallina de los huevos de oro. Todos sabemos, porque todos conocemos a empresarios que trabajan para la administración que eso es práctica común.
Ahora, para intentar negociar con el Estado, ustedes dicen Madrid para fomentar el odio entre regiones, cuando saben que el Estado reside en todo el territorio nacional (ESPAÑA) incluida Cataluña, se inventan el independentismo cuando sabrían, si hubiesen estudiado, que Cataluña no ha sido jamás independiente, porque antes de ser Cataluña, eran unos condados que pertenecían al Reino de Aragón y a Francia, bueno, sí, en 1934 y durante unas horas. Ahora ponen una venda en los ojos a las masas y les dicen que van a ser independientes, cuando saben de sobra y si no lo saben es que son tan…… como las pegatinas que llevan en los coches, que es económicamente imposible.
La leña la echaron poco a poco durante muchos años, como me dijo un taxista en Checoeslovaquia hace bastantes años, ahora solamente hace falta un político idiota que encienda una cerilla. Han echado la leña, repito y ahora tenemos un capazo de políticos torpes, ineptos, inconscientes, alunados y no sé cuantas cosas más no con una cerilla en la mano sino con un lanzallamas.
Hace ya unos años, le dije a un alcalde de CiU, con el que mantengo algo de amistad: Mira, no te equivoques, mi mujer y yo trabajamos en una empresa estatal, vivimos aquí porque en los años sesenta nos gustó Cataluña y pedimos el traslado (voluntario) no somos inmigrantes, nosotros ganamos igual aquí que en cualquier provincia de España, hemos estado muy bien aquí, tenemos nuestra casa, nuestro barco, gozamos de un nivel de vida más bien alto, cobramos del Estado y lo gastamos aquí, ya que esto es una zona turística, nosotros somos unos turistas de lujo, no venimos 15 días, venimos 365 días, pagamos impuestos y encima revierten parte de ellos a Cataluña. No te equivoques, ten en cuenta que si nosotros decidimos irnos, al menos dos cabezas de familia del pueblo van al paro.
Hoy 23 de Noviembre de 2.012 hemos decidido que según lo que pase el domingo, mi mujer y yo nos marchamos, dejando aquí muchos amigos y muchos años de vida.
Nos sentimos españoles y no estamos dispuestos a recibir vejaciones e insultos por parte de “unas personas”, por llamarles de alguna forma.
Tenemos casa en otras dos provincias españolas, el piso de aquí ya veremos qué hacemos, seguramente lo alquilaremos a inmigrantes a los que pueden obligar a hablar catalán a cambio de unas migajas y una sanidad gratuita.
Tanto mi mujer como yo tenemos un nivel  “C” de catalán, lo aprendimos por cultura, “el saber no ocupa lugar” además me defiendo en inglés e italiano y mi mujer en francés. Cuando nos intentaron obligar a hablarlo, nos negamos. Por cierto, lo aprendimos en tiempos de Franco y nadie nos lo prohibió.

jueves, 22 de noviembre de 2012

CITA EN EL RETIRO Y EL TIOVIVO (R)

Hoy traigo dos relatos muy diferentes, los dos comienzan en tiempos lejanos,

El primero de ellos, "CITA EN EL RETIRO"  es una historia de amor con un final sin escribir, para que cada cual pueda terminarlo a su gusto, de todas las formas, como está en varios capítulos, hay tiempo para la reflexión, para que cada uno pueda decidir.

Hay personas que conocieron parte, sobre todo el principio, a muchos de los que la conocieron puede que queden algo sorprendidos.

De todas formas, son parte de una vida que como suelo decir, nunca se sabe donde empiezan y donde terminan y nisiquiera si terminan.

La otra historia ya se publicó, fue una de las primeras que se publicaron, es "EL TIOVIVO" y es la primera historia que me contó Ricardo de su vida una noche de verano en la cubierta superior de mi barco, el "Little Home".

A Partir de esta historia que abrió el camino, vinieron todas las demás.

Y Ahora.....

CITA EN EL RETIRO
Pedro Fuentes
Capítulo I
Aquella tarde de domingo se parecía a casi todas las tardes de aquel otoño que ya declinaba, el frío  empezaba a arreciar en el Madrid del año 1967, o cine o guateque, no era tiempo ya para pasear por Rosales, sentarse en algún bar a charlar o salir con alguna chica a recorrer Madrid antes de sentarse en una cafetería y hablar de lo divino y lo humano o del existencialismo próximo al movimiento hippy del que ya se oía hablar a través de las noticias que llegaban sobre la guerra de Vietnam y el rechazo de la juventud a la violencia.
Aquella tarde nos reunimos en casa de Vicente, al final era el sitio ideal, allí celebrábamos la mayoría de los guateques, normalmente cada uno se encargaba de traer a alguna chica, además de las fijas, amigas y amigos de todos, allí nos reuníamos a charlar y bailar, eran los tiempos de Adriano Celentano, Fran Sinatra, Dean Martin, Pino Donaggio, Elvis Presley y tantos y tantos, aunque siempre salía, casi al final de la tarde el Only you de los Platers , aunque ya empezaban a despuntar Los Brincos y otros productos españoles.
No se quien de los nuestros trajo a Matilde y a su hermana, creo que fue uno de los amigos de Vicente que se llamaba Juan Carlos, había otro Juan Carlos, también larguirucho que imitaba a Dean Martin cantando  Everybody love Somebody, el que yo digo estaba enamorado de la hermana de Matilde, yo, desde el momento que vi a Matilde dije: Esta chica me gusta, es una cabecilla loca pero me gusta, tiene estilo.
Era una chiquilla alta, muy alta, delgada, con cara redonda, en la que destacaban unos preciosos ojos verdes casi transparentes, pelo corto muy claro con un tono claro entre rubio y pelirrojo, semi rizado, tez blanca con unas pecas ligeramente remarcadas, en aquellos tiempos estaba de moda pintarse pecas, ella las llevaba naturales. Era una campanilla.
Al poco tiempo de llegar me las apañé para estar bailando con ella. Siempre he sido la antítesis del “bailongo”, es más, siempre me he caracterizado como un fatal bailarín, pero en aquellos tiempos si no bailabas no ligabas, pero yo, con un par de pasos aprendidos de Juan Carlos, el imitador de Dean Martin, que era un gran bailarín, pasaba las tardes bailando si la muchacha merecía la pena.
Matilde tenía un gran estilo, además de su belleza y su gran figura, vestía con una gran elegancia, luego supe que su madre era una gran modista y a las niñas les hacía verdaderos modelos. Su hermana, más joven que ella, no era tan atractiva, pero Matilde, cuando llegó aquella primera tarde, con un maxi abrigo entallado, color burdeos, debajo del cual llevaba una mini falda marrón, un jersey fino de cuello de cisne color beige y unas medias calcetín a juego con el jersey hasta media pierna.
Aquel día no la dejé ni a sol ni a sombra, tenía dieciséis años y yo dieciocho. Quedé con ella para irla a recoger al colegio el miércoles por la tarde y a partir de entonces empezamos a salir.
Aficionado a la fotografía y viendo las posibilidades de ella, al domingo siguiente quedé  para ir al Retiro a hacerle fotos, era una maravilla, Matilde parecía nacida delante de una cámara, le hice cientos de fotografías, era mi modelo.
El parque del Retiro se convirtió en el paseo dominical, entonces, con sus dorados otoñales, sus hojas caídas y el sol que pasaba por entre las ramas de los árboles que perdían sus hojas amarillas y rojas, filtrando rayos de sol que llegaban débiles entre las ligeras neblinas al pelo corto y rizado de Matilde y remarcaban más aquella tez clara, casi transparente. Imaginaba yo que con mi cámara atrapaba a Diana Cazadora, con su túnica, su arco y su cervatillo al lado, eran escenas dignas de David Hamilton.
Por aquel entonces yo estaba metido ya en grupos de teatro de aficionados y empezaba a escribir alguna cosa, Matilde era mi musa, además, cuando tenía tiempo venía conmigo a ensayos y a ver teatro, en aquel entonces existía la claque e ir al teatro, para los aficionados era barato, además conocía a todos los jefes de claque de Madrid.
Bohemio como era, además de que en aquellos tiempos era un joven rebelde dispuesto a luchar por cualquier causa perdida, Matilde, que era una cría que empezaba a salir de casa, me seguía en todas las ocasiones, teniéndome como un héroe revolucionario.
Una mañana de invierno, en una de esas citas en El Retiro le confesé a Matilde mi amor, ella sentada en un banco de madera, con el cuello de su abrigo subido por el frío que hacía, yo con mi chaqueta de pana ancha y una bufanda de punto que me daba tres vueltas al cuello y colgaba todavía medio metro por cada lado, le cogí  su mano izquierda, puse mi rodilla derecha en tierra y mirando hacia ella le confesé mi amor:
Matilde, desde la primera vez que te vi, en casa de Vicente, justo cuando llegaste y te quitaste aquel abrigo burdeos maxi largo y entallado, me enamoré de ti, ha pasado medio otoño en este Retiro al que venimos cada domingo y cada vez que te veo a través del visor de mi cámara y luego, cuando revelo las fotos, sé que no puedo vivir sin ti. Le besé la mano suavemente, ella se puso de pie e hizo levantarme, luego se acercó a mí, me abrazó y me besó en la mejilla primero y luego nuestros labios se rozaron tímidamente. A diez o quince pasos un guardia forestal de El Retiro se ponía el silbato en la boca por si era menester llamarnos la atención. En aquel tiempo esos hechos eran motivo de una multa de 5 pesetas.

EL TIOVIVO  (R)
Pedro Fuentes

Esta historia ocurrió allá por mediados de los 50, en un pueblo de unos de unos 1.800 habitantes y que en aquellos tiempos vivía mayoritariamente de la agricultura y que estaba situado a unos 18 km de una capital de provincias pequeña, omito el nombre para que no sirva de escarnio entre las poblaciones cercanas.
El protagonista de este relato, se llama Anselmo, hijo de un agricultor, sus ideas no eran seguir viviendo toda la vida de un trabajo tan duro y sacrificado, por lo cual por su mente discurrían ideas para montar algún negocio.
Ocurrió que siendo las fiestas de la capital de la provincia, fue allí para divertirse. Dando vueltas por la feria, se paró delante de un tiovivo no muy grande, con sus caballitos que giraban y subían y bajaban al compás de una música llamativa y monótona pero alegre.
Anselmo vio que subían muchas personas, padres con niños, parejas y algún grupo de chicos y chicas. Casi cada vez el lleno era absoluto, miró el precio, lo multiplicó por las personas que subían, vio que muchos repetían, calculó lo que podían gastar de luz, en fin, preguntó, se informó del fabricante e incluso supo de alguno que se vendía de segunda mano.
Como tenía algunos ahorros pensó que con una financiación, al fin y al cabo, tenía tierras para poder ofrecer garantías, lo consultó con su padre, a éste no le supo muy bien, pero, Anselmo era su único hijo, él ya era mayor y pensó que mejor eso a que cansado del trabajo de agricultor, se marchase, además, si salía mal, quizás el dinero perdido le haría afianzarse más en el trabajo de la tierra.
Anselmo tenía hasta el sitio perfecto, casi al lado de la plaza Mayor, su abuelo les había dejado una casa ruinosa y que tenía el solar lo suficientemente grande para montar su feria particular, tiró lo que quedaba de ruinas, acondicionó el terreno, pidió los permisos y empezó los trámites de la compra del tiovivo, empezaría por uno de segunda mano, que le daban garantías y luego, según cómo fuese, quizás hasta podría ampliar el negocio.
La inauguración iba a ser a principios de Junio y como aquello, para el pueblo era un acontecimiento, Anselmo invitó a  todas “las fuerzas vivas” del pueblo, allí estaba el alcalde, el cabo de la guardia civil, el cura, el médico,  la maestra, la hija del farmacéutico, ya que éste está muy mayor y su hija ya ha acabado la carrera y lo va a sustituir al mando de la farmacia.

Eran las cinco de la tarde de un día muy caluroso para el tiempo que estaban, cuando todos ellos se reunieron en el solar que ya no aparecía yermo, una valla verde de madera lo rodeaba, una parte estaba plantada de césped y alrededor, por dentro de la valla, la madre de Anselmo había puesto su toque femenino plantando unas flores. 
Se había acercado al evento casi todo el pueblo, incluso algún vecino del pueblo de al lado, más pequeño pero que tenía una central  eléctrica que daba luz a  varios pueblos del contorno  y del cual dependían para la energía.
Para la inauguración, el alcalde, D. José diría primero unas palabras, luego pasaría D. Francisco el cura a bendecir las instalaciones, luego todas las  autoridades subirían a los caballitos y darían unas vueltas, para finalmente el público en general podría subir previo pago de la entrada correspondiente.
Los caballitos tenían alrededor un toldo que bajaba y cubría todo el tiovivo y lo protegía de las inclemencias del tiempo y que estaba echada hasta el discurso del Sr. Alcalde, éste, dirigiéndose a la concurrencia les habló de los años de progreso que esperaban a todas las poblaciones de España, gracias al  Caudillo que dirigía los destinos del país, Alabó  la actitud emprendedora que había llevado a Anselmo a ser precursor de la industria del pueblo y había abierto la puerta del turismo en aquella magnífica villa que él tenía el placer de dirigir. Al grito de Viva Franco y arriba España, Anselmo que sujetaba las cuerdas del toldo, tiró de ellas y  lo subió, dejando al descubierto el tiovivo resplandeciente, con unas barras que brillaban con el sol de la tarde y unos caballos de todos los colores.
El señor cura, un orondo personaje de unos cincuenta y cinco años de edad, se acercó al tiovivo, le hizo señas aun monaguillo escuálido de unos 14 años y éste le acercó la estola que se puso encima del alba que ya llevaba, el monaguillo sujetó el acetre con su mano izquierda y le acercó D. Francisco el hisopo, éste lo cogió, lo introdujo en el recipiente y sacudiéndolo sobre los caballitos dijo: in nomine patri et fili……   cuando hubo terminado, Anselmo pidió a los presentes que se subiesen para dar una vuelta de honor.
D. José, el alcalde, con buen criterio dijo a Anselmo y a los demás invitados: Yo creo que no es conveniente que subamos, delante de todo el pueblo, me parece que seremos pasto de las risotadas del personal. Todos asintieron menos el monaguillo que se aferraba al cura y que estaba viendo que iba a perderse lo mejor. Anselmo, hombre de negocios y de mundo, viendo que se le terminaría el acto en un momento contestó: No, Sr Alcalde, está todo previsto, como han visto Uds. Hay un  toldo que cubre todo el artilugio, así que cuando ustedes estén en la plataforma, yo bajaré el toldo, suben a los caballitos y cuando hayan dado unas vueltas, cuando bajen, subiremos de nuevo el toldo y haremos que la gente aplauda. Bueno, si es así, sea por el progreso, dijo el Alcalde y todos asintieron, menos el monaguillo que quería pasar lo más desapercibido posible no fuese a quedarse en tierra.
Todos subieron a la plataforma, bajó el toldo y se subieron a los caballitos, primero el alcalde, luego el sacerdote, a continuación el cabo de la guardia civil, la farmacéutica, a quien gustaba el médico, joven, recién llegado al pueblo, se subió delante de él tomando pose de experta amazona, después se montó la joven maestra, también recién llegada y en su primer año en el cargo, subió luego el monaguillo, con los bártulos de la bendición y procurando que no se le viese.
A la voz de adelante, dicha por el cabo, que ya había visto al monaguillo y al que estuvo a punto de descabalgar pero no le dio tiempo, el tiovivo se puso en marcha.
Había dado el artilugio siete vueltas, cuando Anselmo oyó la débil voz del alcalde que decía:  ¡Anselmo!, ¡ya vale!  Anselmo, presto a obedecer la orden, se acercó a la palanca del freno, quizás por los nervios, a lo peor por una mala instalación, se quedó con el hierro en las manos y aquello no frenó, se dirigió a donde estaba el interruptor general y no lo encontró, eso fue porque con las prisas del montaje y por falta de luz habían hecho un tendido provisional y directo. Nadie había para dar órdenes, las personas que lo habrían podido hacer estaban todas atrapadas en un aparato que a falta de freno, la inercia iba acelerando. Ya llevaban como unas treinta vueltas cuando se oyó al cura que gritaba “¡por Dios!, ¡que paren esto!”.  A la vuelta cuarenta el Guardia Civil gritó “¡¡Paren esto o fusilo a alguien!!”.
Anselmo, desesperado, sudando, manchado de grasa, no sabía qué hacer, a punto del llanto oyó a su padre que le dijo; Coge el Land Rover y vete a la central y que corten la luz. Anselmo una vez más se tuvo que rendir a la sabiduría de su padre. Cogió el coche  y salió a lo que daba de sí. Pasaban de las cien vueltas cuando llegó a dar la orden de corte de energía eléctrica, luego, a la misma velocidad, bajó para poder subir la lona.
Cuando al fin izó el toldo, el espectáculo fue dantesco, El Sr. Alcalde estaba a los pies de su caballito vomitando, el cura se encontraba arrodillado sobre los talones, detrás de su caballo, rezando y llorando, el cabo se mantenía erguido sujetándose a la barra de su caballo, en sus pantalones se notaba que sus esfínteres no le obedecían, el médico, bastante desmejorado,  arrodillado al lado de la farmacéutica que estaba tendida y desmayada, le daba aire, la maestra, fiel a su magisterio se había abrazado al  del caballo, estaba medio inconsciente pero enseñando todo su muslamen, por cierto digno de ver. El único jinete que se encontraba erguido era Ricardito el monaguillo que se estaba echando un trago largo de agua bendita.
El pueblo, pese a los años pasados sigue riendo. Anselmo no ha vuelto de Alemania ni de vacaciones, la farmacéutica se casó con el médico, al cura lo enviaron a otro pueblo, el cabo solicitó traslado, el alcalde se retiró de la política y vive de las rentas, la maestra se casó con un rico terrateniente del pueblo de al lado. Ricardito se fue a Madrid a estudiar y no se sabe gran cosa de él.
FIN

jueves, 15 de noviembre de 2012

SAN BORONDON IV Y LA HUELGA (R)

Hoy terminamos la historia de San Borondón, espero que os guste, entra dentro de la serie "RELATOS PALMEROS" pero no es el último de estos, hay varios más escritos y otros pendientes de terminar, lo digo porque he visto que se han incorporado lectores de Venezuela que por la gran cantidad de emigrantes canarios y sobre todo de La Palma, nosotros, los de aquí a Venezuela le llamamos "La Octava Isla" aunque también así llamamos a San Borondón.

Un saludos para todos vosotros.

El relato antiguo de esta semana se llama "La Huelga". Este se escribió con motivo de la huelga general del 27 de Marzo de este año, no he quitado ni puesto ninguna coma, está como se publicó aquel día.

Espero que la de ayer sea la última en mucho tiempo y nos pongamos a trabajar por sacar de la crisis a este pais al que nadie llama España.

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON
Pedro Fuentes
Capítulo IV

 El doctor D. Benigno, le dijo al náufrago que le llamaría Diego a partir de entonces, se lo llevó a su casa y lo puso a su servicio, según lo hablado con Diego, D. Benigno llegó a la conclusión de que tendría unos setenta y dos años, una vez cortado el pelo y las barbas, y curadas las llagas del sol, parecía otra persona, además, estaba delgado y musculoso, por lo que parecía más joven.
Cada tarde, cuando el doctor dejaba de trabajar se reunía con Diego y éste le explicaba cómo era su vida en San Borondón.
El doctor, que siempre dijo que San Borondón era un espejismo, empezó a creer en el mito, incluso empezó a tomar notas y publicó algunos relatos basados en las vivencias de Diego.
Una tarde, D. Benigno le preguntó: ¿Cómo hiciste la canoa en la que viniste y que tenemos guardada  en el cobertizo?
No la hice, la encontré en una cueva, al lado de la que caí, era más grande y accesible, estaba tapada con hojas de unos helechos gigantes que había en la isla, el cuero de que está hecha, no es de cabra, es de vaca y por allí no hay, además, está forrada con brea, que tampoco hay por allí. Al lado de donde estaba había como un altar con una cruz en medio, parecía un altar y había unas  inscripciones en un idioma que yo no conocía. Las maderas parecían tener cientos de años, pero allí, en esa cueva parecía que todo se conservaba bien, incluso encontré unos frutos que me hicieron sospechar que había alguien más en la isla y que me hizo estar un tiempo escondido vigilando la cueva.
Don Benigno se fue a la biblioteca y rebuscó por todos lados hasta encontrar un libro con grabados de la leyenda de San Brandán, luego encontró unas escrituras y signos celtas, se lo enseñó todo a Diego y éste reconoció parte como los grabados del altar, eran celtas y latín.
El doctor ya no tuvo dudas, alguien había estado en la isla mucho antes y todo hacía parecer que la leyenda de San Brandán que daba nombre a la isla, por lo menos era auténtica.
Otro día, le preguntó si había explorado más cuevas y Diego le contó:
Al costado de donde estaba el altar, había una cueva cuya entrada era muy estrecha, Diego, notando que por allí entraba mucho aire y que se veía luz, ayudado por palos y piedras, ensanchó la entrada, una vez pasada ésta, se fue agrandando y llegó a una gran nave, en el fondo había un pequeño lago, era agua salada, Diego se tiró a nadar en él y vio unas piedra blancas, no pudo coger ninguna porque parecían sujetas al fondo, por la marca en las orillas del lago, se dio cuenta de que allí dentro también había fuertes mareas, por lo cual concluyó que estaba comunicado con el mar abierto.
No tuvo más que esperar a que bajase la marea, cuando ocurrió vio las piedra al completo, eran blancas y brillantes, muy pulidas, la mayoría eran columnas, había a cientos, eran como una iglesia pero rodeadas de gradas, también de aquel material blanco brillante.
Don Benigno buscó otros libros y le enseñó a Diego un grabado de la Grecia clásica.
Si, así era todo, dijo Diego.
El doctor dio un  respingo de alegría, había descubierto la existencia de la Atlántida.

FIN

LA HUELGA   (R)
Pedro Fuentes

Ayer, 28 de Marzo, mi mujer y yo hablamos sobre la huelga general del día siguiente, como no estábamos de acuerdo al cien por cien, decidimos mediante el sistema de moneda al aire qué haríamos. Salió huelga sí, por lo que decidimos que habría que poner unos servicios mínimos, ya que alguien tendría que hacer las cosas.
Al no estar de acuerdo en los servicios mínimos volvimos a ser democráticos, así que recurriendo nuevamente al sistema de la moneda al aire, decidimos quién haría huelga y quién servicios mínimos.
Moneda al aire, yo pido cara, ella cruz. A mi me toca huelga, a ella servicios mínimos.
A las siete de la mañana del día 29 la perrita Linda, una caniche que lleva 14 años con nosotros, se acerca a mi lado de la cama y con su patita empieza a rascar hasta que me despierta, es la hora en que cada día me levanto para sacarla a pasear.
Linda, no, ves con tu ama, yo estoy de huelga y no me toca a mí, despiértala a ella.
Maldito el caso que me hace, se alía con mi mujer y ésta medio despierta y medio dormida zanja la cuestión de la siguiente manera.
Si no sacas a Linda como siempre no te hago comida.
No es justo, a ti te han tocado los servicios mínimos.
Linda no es un servicio mínimo, en un animalito y también tiene sus sentimientos.
Media hora más tarde Linda y yo salíamos a la calle solitaria, los bares empezaban a abrir, las basuras seguían en los portales de las casas, solamente estábamos paseando los dueños de perros. Cuando Linda se puso a hacer sus necesidades fisiológicas pensé por un momento no recogerlas, más que nada por hacer algo de huelga. Pudo más mi sentido cívico y lo recogí.
Cuando llegamos al paseo, un gracioso conocido me dijo:
Como te vea un piquete paseando al perro te va a decir que hay que hacer huelga.
Mira, le dije, mira, mi perra tiene las ideas políticas y sindicales que quiere, que para eso es libre. Además, con lo extremista que es, si no la saco, se hará sus necesidades en casa acordándose de sus amos, así que no me venga un piquete a tocarme las narices.
Una hora después llego a casa dispuesto a tumbarme a la bartola durante el resto de la mañana.
Ya era hora, dijo mi mujer, te estaba esperando porque ha llamado la niña, (treinta y pico de años) que tenía que ir a trabajar y el colegio de los niños ha hecho huelga, que tenemos que ir a quedarnos con ellos, así que vamos que los tiene la vecina pero también tiene que marchar.
Cogemos el coche y noventa kilómetros y hora y media después estamos liberando a la vecina de los niños.
Los niños muy majos y buenos, pero son tres y hay que entretenerlos con algo, además la pequeña ha decidido hacerle perrerías a la perrita, como meterle el dedo en el ojo, tirarle de las orejas, cogerle la lengua, morderle una pata, etc. Linda decide exiliarse a un balcón y permanecer lo más lejos posible de la preciosa niña.
En esta casa, normalmente al medio día no hay nadie a comer y además suelen ir a comprar el viernes por la tarde, por lo que la de los servicios mínimos decide que hay que ir a comprar algo, así que hace una lista y me dice: Ves a comprar que yo me quedo con los niños.
Voy a la tienda de al lado y está cerrada por miedo a los piquetes. Cojo el coche y me voy a una gran superficie que hay lejos de la población y a la que no llegan los piquetes.
Vuelvo a casa y mi mujer está con los niños ya arregladitos, va a ir a un parque cercano para que se entretengan, así que me toca hacer la comida para cuando lleguen coman y no se pongan nerviosos, sobre todo la pequeña que es como una carcoma.
Al medio día nos sentamos a la mesa y como tanto mi mujer como yo tenemos práctica en niños, comen bien y sin jaleos.
A las seis de la tarde llega la hija y su marido a las ocho, hacemos traspaso de poderes y niños y nos vamos.
Con las prisas, no me he dado cuenta de que la aguja de la gasolina está en reserva, bueno, a tres kilómetros hay una gasolinera.
La gasolinera, por miedo a los piquetes o por huelga, está cerrada, bueno, no importa, a cinco kilómetros hay otra. A dos el coche da tres trompicones y se queda parado, hay un poco de campo al lado y lo dejo bien aparcado.
Me pongo en la carretera a hacer señas a los coches que pasan, el que hacía el número ocho para y me lleva hasta la gasolinera que esta vez si está abierta, pido un bidón de cinco litros y vuelvo a hacer auto stop, ahora más fácil desde la misma gasolinera. Llego al coche, echo la gasolina y voy hasta la gasolinera a terminar de llenar.
A las nueve llegamos a casa, pongo la tele para ver las noticias y el éxito de la huelga. Se calcula que la ha seguido un 18% Total un fracaso.
La próxima huelga general  iré a trabajar, se lo juro ahora mismo a Méndez y Toxo y lo haré sobre todo por 3 razones.
Primera.- Si voy a trabajar puede ser que haya un piquete a la puerta del trabajo y no me dejen entrar, por lo que visto lo visto me iré con ellos a tomar cervezas.
Segunda.-Si puedo entrar, como seremos cuatro, pediremos unas pizzas y unas cervezas y nos pasaremos la mañana jugando a las cartas y fumando, ya que no habrá nadie con autoridad para prohibirnos fumar en el puesto de trabajo.
Tercera.- Porque ya estoy jubilado y solamente trabajo en casa en mi blog.
FIN


 

jueves, 8 de noviembre de 2012

S. BORONDON III Y O.V.N.I.´s (R)

Mañana toca viaje, así que como no sé si podré tener Internet, hoy publico el Capítulo III de San Borondón y una obra corta ya publicada en su día, O.V.N.I.´s.

Como me la contó Ricardo yo la cuento, si es verdad o no es cosa que no me importa, conozco a Ricardo de toda la vida y sé que no suele ser fantasioso, pero le han pasado tantas cosas en esta vida que ya no sé qué decir, pero como me he visto involucrado en alguna de sus aventuras, me cuesta mucho poner en duda sus palabras.

En cuanto a S. Borondón, hay muchísimas leyendas, he leido y escuchado muchas y esta historia es el resultado de mis investigaciones.

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON
Pedro Fuentes
Capítulo  III

Durante el camino por la carretera serpenteante pero bien arreglada, gracias a los buenos años de la exportación de plátanos y tomates, que une a Tazacorte con Los Llanos, El anciano, no dejaba de balbucear palabras de las que solamente se entendía Borondón y Cruz del Sur.
Pronto llegaron al pequeño hospital que estaba atendido por monjas y recién terminado de construir. 
Bajaron al náufrago y lo alojaron en una habitación pequeña e individual, ya que el doctor quería que no se le molestase para nada hasta que recobrase perfectamente la conciencia.
Pidió que lo lavaran y limpiasen las llagas de las quemaduras del sol. Después le dieron una cena suave y lo dejaron dormir hasta la mañana siguiente.
Al día siguiente, cuando despertó, ya entrada la mañana le avisaron que el hombre había despertado.
El doctor llegó a la habitación y acercó una silla a la cama, el anciano quería levantarse, pero el médico le tranquilizó y le explicó que tendría que se r poco a poco para no marearse y le pidió que le respondiese a algunas preguntas, si las sabía.
¿Sabes como te llamas? Le preguntó.
Todos en los barcos me llaman “Chino cocinero”
¿De dónde eres?
No lo sé, vivía en una isla, creo que se llamaba Terfe o algo así.
¿Tenerife?
Si, creo que sí, era cocinero, un día huí de mi casa ya que allí no recibía sino golpes y patadas.   
Me enrolé en un  barco de grumete. En uno de los barcos que estuve,  un marinero se quiso aprovechar de mí,  lo empujé cuando íbamos de Cádiz a Tenerife y cayó al mar, desapareció.
El capitán me iba a entregar a las autoridades. Antes de entrar en el  puerto me tiré por la borda y llegué nadando. Me escondí unos días y cuando vi el Cruz del Sur pedí enrolarme. Al saber que era cocinero, el  capitán, el señor   Mendes, un portugués amable me dijo que sí.
No sabía hacia donde zarpábamos, luego supe que el barco lo había fletado un inglés que quería estudiar las plantas, el primer destino era La Palma para coger provisiones y agua. Después salimos rumbo a lo desconocido, cuando supe que íbamos a buscar una isla que nadie había visto y que los marineros creían que era maldita, me arrepentí, hubiese sido mejor la cárcel, pero ya no había remedio.
¿Estas cansado? ¿Quieres que descansemos?
No, ahora parece que me acuerdo de cosas.
Nos sorprendió una gran tormenta, pensamos que moriríamos todos, pero cuando  peor estaba la cosa alguien frito: ¡¡¡Tierra a babor!!! El capitán mandó virar y nos dirigimos a una bahía donde quedamos protegidos. El barco tenía grandes desperfectos y aquel lugar desconocido nos venía bien.
Pasamos la noche allí, llovía torrencialmente, la mar había  bajado, además, en aquella rada quedamos protegidos  del mar y del viento que nos azotaba por estribor. Las cámaras, sobre todo la del científico y la del capitán estaban medio inundadas.
A la mañana siguiente el temporal había amainado pero seguía lloviendo, eran unas gotas finas pero persistentes.
Mr. Harvey pidió permiso al capitán para bajar a tierra, preparamos un chinchorro y bajamos  cuatro hombres, un marinero de La Palma, el Sr. Inglés, Simón, su ayudante y traductor y yo, recibimos del capitán la orden de no alejarnos de la costa y estar siempre a vista de los que quedaban en el barco, el capitán y dos marineros más que estaban evaluando los daños del barco.  Nosotros íbamos armados con un fusil y dos pistolas, yo no llevaba armas.
Mr. Harvey tomaba notas de todo lo que veía, a mí, en mi ignorancia, la vegetación me recordaba a la de Cabo Verde y Canarias, dos sitios que conocía, los helechos eran mucho más grandes y los árboles más gruesos y altos, pero eran diferentes a los que yo conocía. La tierra era como la de Canarias, negra y las rocas eran de volcán. Vimos cuevas y algunos animales raros y unas cabras, pero no tenían cuernos, nos extrañó que no  asustarse de nosotros, por lo que D. Simón, que hablaba español nos dijo que el científico afirmaba que era porque no conocían humanos, por lo que nos quedamos tranquilos de que no hubiese salvajes.
Yo me dediqué a recolectar unos frutos que no conocía pero que vi que las cabras los comían, eran dulces si estaban maduros y muy amargos verdes, parecía guayabas, también encontré un fruto verde, como si fuese una mano medio cerrada y con unos pinchos blandos, crecía en una especie de enredadera, corté uno por la mitad y parecía como patatas o boniatos pero más blandos, a una de las cabras, que parecía más amigable y que me seguía le di a comer y lo hizo, con lo cual cogí como unas veinte.
Cuando llegamos al barco el inglés estaba alteradísimo, le preguntó al capitán si sabía dónde estábamos, le contestó que no, que con la tormenta había perdido en control del rumbo y las marcaciones, por lo que habría que esperar a que aclarase y a la vuelta para saberlo.
Mientras arreglábamos el barco, del que se había roto el mástil entre otras cosas, montamos en tierra unas tiendas de campaña y allí se quedaron los ingleses y dos de nosotros que nos turnábamos con el arreglo del barco y acompañar las incursiones que hacían el científico y D. Simón. Yo aprovechaba el tiempo libre para recolectar frutos y “patatas de aire” que resultaron muy apetitosas para acompañar las comidas y hacer puré, además logré ordeñar algunas cabras que cada vez eran más confiadas y también pescar. Un día matamos una especie de lagartos pero bastante grandes y la carne resultó apetitosa.
Un día que estaba solo me fui a buscar alimentos un poco más lejos de lo habitual, por unos acantilados, resbalé y caí, tuve la gran suerte de ir a parar encima de unos matorrales, pero perdí el conocimiento. Cuando desperté no se cuanto tiempo había pasado, le levanté, no parecía tener nada roto salvo un chichón en la frente. Fui hacia la rada, el barco no estaba, me pareció verlo desaparecer por el horizonte a  contraluz del sol que aparecía, por lo que deduje que debí pasar allí por lo menos un día y una noche.
¿Sabes dónde estabas? Preguntó el doctor.
No, ellos nombraban a San Borondón, pero no lo sabían de cierto, lo que sí sé es que por allí no pasaban barcos, en todo el tiempo que allí estuve, nunca vi ninguno.
¿Qué hiciste?
Pasé varios días llorando y aterrorizado, luego pensé que peor era si me hubiese matado, así que me puse a arreglarme la vida, comida no me faltaba, dónde guarecerme del mal tiempo tampoco, no parecía hacer frío allí, sabía que era una isla porque la bordeamos toda, había mucha agua dulce. En un gran árbol al lado de donde elegí para hacerme una choza, pelé una gran superficie de corteza y empecé a marcar una raya por cada día que llevaba allí.
¿Te apetece que paseemos un rato? Dijo el doctor.
Salieron al jardín y pasearon un rato, hasta que los avisaron para comer.
El hombre parecía recuperarse por momentos, mientras comían miraba al doctor y le contaba cosas de las que le ocurrieron en la isla, no se acordaba bien de donde era.
Recordaba que sus primeros años de vida los había vivido en La Palma, allí pasó su infancia, una infancia humilde, con mucha hambre y sin cariño, recordaba que su padre le pegaba, así que un día se había metido en un barco, se escondió y cuando zarpó y ya no se veía la isla se presentó delante del primer marinero que vio y le dijo que le llevara al capitán que quería trabajar de grumete, tenía entonces nos catorce años, el capitán aceptó y nombró al cocinero, que era chino mi protector y maestro, de ahí me vino el nombre de Chino Cocinero, ya sabe, en los barcos el cocinero, que suele ser chino además tiene que hacer cualquier tipo de faena.
Aprendí a cocinar y ya, al siguiente barco que me enrolé, fui de cocinero, fui a Cuba varias veces y cuando tuve el problema con el marinero al que tiré al agua, me enrolé en el Cruz del Sur con el señor Edward Harvey. Yo no quise hacerle mal a aquel hombre, me quiso atacar, me aparté y lo empujé, tropezó con unos cabos y salió por la borda, no sabía nadar y se ahogó, como nadie lo vio me quisieron culpar, por eso huí del barco.

O.V.N.I.´s   (R)

Pedro Fuentes

Corría el año 1966 cuando Ricardo vivía en Madrid, en un barrio periférico. Normalmente iba en coche por la noche hasta su apartamento, pero aquel día lo había dejado en un taller para que le arreglaran un golpe que había tenido en un semáforo, así que volvió en autobús hasta su casa.
Por lo general llegaba al final del trayecto y cruzaba una plaza y un par de calles, pero si bajaba cinco paradas antes, cruzando un descampado de unos 500 metros llegaba a casa antes.
 Por la noche, y sin luz, aquellos 500 metros no eran muy agradables y a más de una persona le habían dado un susto, pero tenía ganas de llegar así que se preparó para salir y lo hizo, cruzó por el sendero hecho de tanto transitarlo y llegó a su casa, era un pequeño apartamento compuesto de salón comedor cocina y una habitación. Cuando entró en el salón vio que la ventana, que daba justo hacia el descampado, estaba abierta. Como por las noches empezaba a refrescar, ya que estaban en otoño, lo primero que hizo fue ir a cerrarla y entonces lo vio.
 Justo al lado del camino, se divisaba un punto muy brillante, como si fuese una linterna o algo similar, pero no había nadie cerca de allí, entró, cogió unos prismáticos de un cajón de la biblioteca, los desenfundó y miró a través de ellos, enfocó al punto luminoso y no observó nada alrededor, fue tanta la curiosidad que bajó nuevamente a la calle y se dirigió al lugar luminoso, pero entonces no brillaba, pero como sabía el punto exacto anduvo  hacia allí, lo encontró, pero antes de tocarlo, observó que el brillo no era propio, la luna llena estaba justo encima de su casa y no se veía desde su ventana, en el objeto se reflejaba la luz de la luna. Era un cilindro de cómo 2,5 centímetros por 15 de largo, color metálico en los  extremos y el centro, unos 8 centímetros negro mate también metálico, en uno de los costados. Ricardo lo cogió y notó mucho peso para el tamaño, unos 3 kilos. Lo primero que hizo después de observarlo fue agitarlo y ponérselo al lado del oído derecho, no sonaba nada dentro, parecía macizo, no sabía qué hacer, decidió llevárselo a casa para estudiarlo y esperar por si alguien reclamaba algo.
Una vez en casa, puso el cilindro sobre la mesa y buscó una abertura, un tornillo, lo cogió con ambas manos e intentó abrirlo como si tuviese rosca, no consiguió nada, lo dejó encima de un estante de la biblioteca y se fue a dormir.
Pasaron varios días, nadie hablaba de nada semejante, no lo comentó con nadie, había últimamente fiebre de “platillos volantes” estaban los “UFOROFOS” que veían naves por todos lados, y los no visionarios, tenías que estar con unos o con otros, no valía el mantenerse al margen. Ricardo se reía de los seguidores, tenía amigos que se reunían en tertulias de visionarios y se dedicaban a coleccionar todo lo que salía en la prensa y libros. Con todo esto, Ricardo no se rebajó a decirle a nadie que él había encontrado un objeto extraño, así que guardó el cilindro en el “baúl de los tesoros” éste baúl era efectivamente un baúl, no muy grande pero muy valioso para él, guardaba desde que salió de su pueblo para estudiar, pequeños objetos muchas veces indescriptibles que no servían para nada pero eran sus tesoros.
A veces pasaban años sin abrir el citado baúl y aún así, lo que caía al fondo se perdía por décadas.
Pasaron muchos años hasta que Ricardo, que pasaba largas temporadas viviendo en su barco, un ketch de 14 metros de eslora, se acordó, un día ya pasado el año 2000, del cilindro misterioso, y como lo único que siempre había ido con él era el baúl, lo abrió buscó en el fondo y allí estaba, no se había oxidado, no había envejecido, su aspecto era el mismo que hacía cuarenta años, quizás brillaba un poco más. Volvió a examinarlo, intentó abrirlo, no hacía ningún ruido, lo puso cerca del compás del barco, parecía metal, pero la aguja del compás no se movió, encendió la emisora, el GPS, la sonda, el piloto automático, nada, no alteró el funcionamiento de ningún aparato. Lo puso al lado del cuadro de mandos como decoración al lado de un escapulario de la Virgen del Carmen. Allí se quedó durante algún tiempo más.
Una noche, sobre las dos o las tres, tuvo un sueño, le parecía estar febril. Notó que alguien lo despertaba, era un ser extraño, parecía humano pero tenía unos rasgos como indeterminados, le pidió “la memoria”, Ricardo no sabía qué contestar, otro ser semejante al anterior apareció en la puerta del camarote donde dormía y le dijo algo al primero algo que no entendió.
Salieron los dos rápidamente. Ricardo siguió durmiendo en el estado febril  que sentía. Ya de madrugada se levantó al lavabo y bebió un vaso de agua con un paracetamol, luego durmió hasta las nueve.
Aquella mañana, cuando salió del barco para dar la vuelta de cada día, el contramaestre le dijo: ¿No vio nada anoche?
¿Nada de qué? Contestó.
 Nada, unos que dicen que han visto un O.V.N.I. esta noche por encima del puerto. No, no he visto nada, he dormido toda la noche, contestó.
Cuando Ricardo volvió del paseo, entró en el barco, miró en el cuadro de mandos y vio que el cilindro había desaparecido.

FIN

 

jueves, 1 de noviembre de 2012

LEYENDA PALMERA (S. BORONDON)

Hoy os traigo el segundo capítulo de "El náufrago de S. Borondón) una antigua leyenda Palmera y del resto del mundo, ¿Existió quizás San Borondón?
Una vez, siendo chiquito, estando por Tazacorte, en La Palma, estaba en una pequeña colina mirando al mar, era un día que había calima, en el horizonte me pareció ver algo como una isla, le pregunté a mi hermano mayor y me dijo: Eso es San Borondón.

Con los años descubrí que mi hermano me tomaba el pelo con sus bromas, ¿Fue verdad lo que me dijo? ¿Fue otra broma?

También publico hoy, aprovechando la noche de difuntos un relato ya publicado "El entierro".

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON
Pedro Fuentes
Capítulo  II

Cuando llegaron a Tazacorte un grupo de personas le estaban esperando, primero porque era mucho más tarde de lo habitual, y segundo porque alguien había observado que llevaba algo remolcado y los curiosos, que no sabían qué podía ser se acercaron a la playa donde varaban las embarcaciones.
Antes de llegar, antes de nada, Norberto se puso de pie y gritó: ¡Avisen a doña Concepción! ¡Traigo un náufrago medio muerto! Esta Sra. era medio enfermera, ayudaba en los partos y si había alguna urgencia, lo atendía mientras llegaba el médico, Don Benigno que vivía y trabajaba en los Llanos y no bajaba si no era algo grave.
Cuando vararon, lo primero que hizo Norberto fue dar dos cajas con los bonitos pescados a sus dos hijos mayores para que se los llevasen a D. Elías, que estaría preocupado por si le pasaba algo a su embarcación.
Doña Concepción llegó rápidamente, hizo que bajaran  al náufrago y lo pusiesen en el suelo, encima de unas mantas que a tal fin había colocado, luego lo tapó con otra y le dio agua a beber mientras le decía:
Bebe a sorbitos, despacito, despacito, primero mójate la boca y los labios antes de tragar. ¿Te duele algo?
Le tomó el pulso y lo encontró débil, pero estable, le fue poniendo un paño húmedo por la cara y el hombre empezó a abrir los ojos.
¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes?, ¿Dónde me han encontrado?
Tranquilo, te ha encontrado Norberto, un pescador de aquí, estabas a la deriva en este extraño bote. ¿De donde vienes?
No lo sé, yo vivía solo en la isla, me dejaron allí hace mucho tiempo, había un barco, La Cruz del Sur, una goleta, pero hace mucho tiempo, se marcharon y me dejaron solo, a medida que contaba esto, empezó a llorar y a temblar.
¿Tienes frío?
No, tengo miedo, no me dejen, no me dejen solo otra vez.
Al momento llegó el doctor, Don Benigno se acercó y con la mirada inquirió a Doña Concepción, ésta miró al doctor y le dijo:
No sé, doctor, se lo ha encontrado Norberto en alta mar, estaba medio muerto en este chinchorro tan raro, lo recogió y lo ha traído remolcado, dice que estaba en una isla, donde lo habían dejado, ha nombrado una goleta, La Cruz del Sur.
No puede ser, dijo el doctor, La Cruz del Sur fue una goleta fletada por Mr Edward Harvey hace medio siglo por lo menos para ir a la isla de San Borondón, El barco regresó a Tenerife. El capitán creo que se llamaba Mendes y era medio portugués, de Madeira, Contó que había dejado a Mr Harvey y a su ayudante y traductor Simón a bordo de un vapor con el que se cruzaron y que se dirigía a Funchal, luego, después de arreglar el barco, que tuvo problemas con un temporal, cuando llegaron a Cádiz marchó para Inglaterra con un cargamento de fruta y desapareció en la travesía, hubo un tremendo temporal y al parecer naufragó, había varios palmeros en la tripulación, todos murieron, pero uno, el cocinero, un agricultor también palmero, de Santa Cruz se quedó perdido en San Borondón. En la estancia allí se adentró en la isla y ya nadie lo vio más.
Al  ver D. Benigno que el náufrago mejoraba lentamente, decidió que lo subieran a su coche y se lo llevó a Los Llanos, al pequeño hospital que allí había e internarlo por lo menos hasta que se recuperase del aturdimiento  y a la vez poder hablar con él puesto que por lo que decía, había estado en S. Borondón.

EL ENTIERRO (R)
(Pedro Fuentes)
CAPITULO I
Hace ya bastantes años, en el pueblo donde vivía, para ir al cementerio, había que pasar por delante de mi casa. Entonces  un entierro era un acontecimiento social. A veces, por los acompañantes, sabías quién se había muerto, otras veías con quién se hablaba o no el muerto, alguna vez vi a la viuda enlutada y llorosa siguiendo al coche fúnebre y al final, medio a escondidas veías a “otra viuda” que confirmaba el “vox pópuli”. Otras te dabas cuenta de que a partir de la tercera o cuarta fila, se contaban chistes, si había sobrinos lejanos, llorando había herencia por medio, en fin, el balcón de mi casa era toda una cátedra de observación y psicología del género humano.
La calle empezaba una pequeña cuesta a partir de mi casa, con lo que teniendo en cuenta que hasta el Camposanto había todavía unos 2.500 metros, era parada obligada para coger aire y poder llegar arriba sin asfixiarse.
En aquellos tiempos, había muy pocos coches, además era costumbre  llevar el féretro en un coche fúnebre más o menos elegante según el poderío económico y aparente de la familia.
Delante iba un sacerdote, todos lo llevaban, hasta los ateos más recalcitrantes, acompañado por un par de monaguillos, a veces más y si era un entierro de postín llevaba tres curas, varios sacristanes y media docena de monaguillos. Inmediatamente detrás iba el coche, a continuación la viuda o el viudo, de estos hay menos normalmente, y luego los familiares, por orden de mayor a menor grado, luego los amigos o amigas y detrás los conocidos, empleados, sirvientes y ya los curiosos y los “amigos de los entierros u otros “familiares no reconocidos”
Yo era entonces un crío, uno de esos críos callados, de mirada lánguida que parecía no fijarse en nada, pero que oía y procesaba todo lo que entraba en su cerebro. Muchas veces, ahora, con mi madre, y mis hermanos mayores, soy yo el que se acuerda de esos pequeños detalle e incluso, a mis años, he reconocido trastadas que quedaron impunes por falta de culpable. Con esto quiero decir lo que ya he dicho, un entierro era un acontecimiento social.
Pero nada tan importante como el entierro que os voy a contar. Yo viví de pequeño la primera parte, la más importante, pero años más tarde, por mi manía de coleccionar historias, para estar más documentado y ceñirme a los hechos, contacté uno de los protagonistas principales y me contó su historia.
Cuando el sacerdote y los dos monaguillos, pararon delante del balcón en el que yo estaba, todo hacía presagiar un entierro normal, el sacerdote, como tenía por costumbre, hacía la paradita para respirar y coger fuerzas para la cuesta, pero aprovechaba el momento para pedirle a los monaguillos el acetre y el hisopo. Con ellos se puso al lado derecho del coche fúnebre, una plataforma con cuatro columnas que sujetaban el techo, que terminaba a cuatro vientos y en el vértice central una especie de jarrón con un penacho negro.
Mojó el hisopo en el acetre del agua bendita y mientras recitaba un responso bendecía el ataúd negro azabache.
Desde la posición que yo estaba pensé que el coche se había calado, porque todo él tembló en el momento que el cura lanzaba agua con el hisopo en todas las direcciones. Para mi gran fantasía, luego, cuando vi el humo en el tubo de escape, pensé: “La caja se ha movido”.
El sacerdote se colocó delante del coche y siguió la marcha, detrás, la viuda, de unos cuarenta y tantos años y de buen ver, acompañada de unas amigas, no tenía más familia, suspiró y sollozó detrás de unas gafas negras y emprendieron la marcha.
Cuando la cuesta empezó a ser más fuerte, lo vi claro, la caja se volvió a mover. Cuando lo dije en voz alta, alguien por detrás me dio un capón de campeonato y me dijo:
 ¡Calla, coño! que no dices sino tonterías.

CAPITULO  II

“Dentro de la caja me desperté, estaba totalmente a oscuras, no recordaba nada, me moví, de pronto oí la voz de alguien que rezaba un responso, guardé silencio para ver si averiguaba algo y comprendí, me había dado un ataque, estaba en la calle, llegando a mi casa, antes de perder el conocimiento vi que varias personas corrían a socorrerme, alguien dijo:
Es Miguel, vive aquí, en el número nueve, avisad a su mujer. Allí perdí el conocimiento.
Ahora me daba cuenta, creen que he muerto y me llevan a enterrar, pero no puede ser, mi mujer y el doctor saben que soy cataléctico, ¡¡Socorro!!! ¡¡¡Socorro!!!, ¡que no estoy muerto! A la vez que gritaba intentaba moverme, saltaba lo que podía, pero el forro y la guata del ataúd amortiguaban los golpes, ¡lloré!, ¡salté!, ¡grité!, ¡empecé a arrancar el forro y la guata!, ¡me rompía las uñas contra la madera!, ¡me faltaba el aire!, ¡me estaba ahogando!, ¡iba a perder el conocimiento y entonces no tendría escapatoria!, ¡intenté con todas mis fuerzas golpear con las rodilla!, noté que aquello se había desplazado, contuve la respiración para coger fuerzas, me concentré y di dos golpes seguidos contra la madera que había a los pies, entonces sí, todo el ataúd se desplazó y fue cogiendo velocidad, noté cómo resbalaba y caía desde una cierta altura golpeando contra el suelo, allí se rompió la caja, lo primero que vi fue la cara de espantado de un niño en el balcón de un primer piso, luego vi gente que corría despavorida, luego me empecé a incorporar y noté que había caído encima de alguien. ¡¡Dios mío!! ¡¡He caído encima de Marisa, mi mujer!!”
Hasta aquí el relato de Miguel.
En el balcón de casa yo increpé al del capón ¡Lo ves! Yo tenía razón.
Mi madre intentaba llevarme para dentro para que no tuviese pesadillas. Yo seguía agarrado a la barandilla del balcón, pese a lo aterrado que estaba no quería perderme detalle, en aquel momento supe que aquella sería una de las historias de mi vida.
Cuando Miguel se levantó intentó ayudar a su mujer, llamó al médico que iba en la comitiva y éste tomándole el pulso a Marisa dijo: Está muy mal, hay que llevarla a la casa de socorro.
Llamaron un coche y y en él subieron  Miguel, ya restablecido. Evaristo, el doctor y en medio colocaron a Marisa.
Ya en la camilla del hospital, Miguel, que no había soltado la mano de su esposa le dijo: Marisa, ¿Por qué no esperaste para enterrarme sabiendo que soy cataléptico?
En un susurro dijo:
Evaristo firmó el acta de defunción porque te hizo pruebas.
En ese momento llegó el cura y le dijo a la moribunda:
Marisa, hija, ¿quieres confesarte?
Si. Padre, pero no quiero que se vaya Miguel, sé que voy a morir y quiero que sepa la verdad. Cuando vimos que Miguel tenía el ataque, Evaristo y yo decidimos deshacernos de él, porque llevamos tres años de amantes y queríamos casarnos.
El sacerdote, haciendo la señal de la cruz dijo: Ego te absorbo in nómine………
Marisa espiró en ese momento.
Después de la confesión de ella Evaristo confesó ante la policía y fue condenado.
Miguel marchó del pueblo y vive feliz y contento, no ha vuelto a tener ataques de catalepsia.
FIN