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jueves, 23 de mayo de 2013

¿Quién miente a la policía? (El Afilador Capítulo VII)

Algún sospechoso no dice la verdad ¿Cual es el motivo? Todo se irá viendo, el comisario José Miguel y sus dos amigos, Ricardo y Pedro enpiezan a comprobar coartadas.
Si no has leido los capítulos anteriores, hazlo para no perder el hilo, y si quieres saber más de la amistad que los une, puedes leer El Viaje I, El Viaje II y El Viaje III en este mismo blog.

Y ahora.............

EL AFILADOR

Pedro Fuentes

CAPITULO  VII

Ricardo que había estado pensativo mientras hablaban Pedro y el policía dijo:
¿Podemos ir a interrogar al camarero del Hamilton?
Si, dijo José Miguel podemos ir, de hecho es de vital importancia comprobar la coartada del afilador, luego habría que presionar un poco a Rodolfo, sería además muy importante identificar a la segunda mujer, hemos pedido informes a la Interpol, pero todavía no nos han dicho nada, en cuanto a las dos mujeres, la primera y la tercera, eran una viuda joven que se dedicaba a correr por la zona donde fue encontrada y la otra separada, ambas con pocas amistades y con una vida bastante rutinaria y aburrida.
Antes de salir de la oficina, José Miguel se reunió con su equipo. Todo seguía igual, los datos de la tercera víctima eran similares a las dos anteriores, la misma puñalada mortal, degüello de oreja a oreja de izquierda a derecha, luego siete cuchilladas poco profundas.
 No tenía familia en la población, su ex marido vivía en un pueblo cercano, se contactó con él y dijo que se encargaría de todo, entierro, aviso a los familiares, no tenían hijos y hacía ya más de diez años que estaban separados, él se había vuelto a casar.
Desde el primer momento colaboró con la policía y parecía que tenía una coartada bastante aceptable. Dos agentes habían ido esa misma tarde a interrogarle y todavía no habían llegado. El comisario repartió instrucciones y marchó en su coche hacia el bar del pueblo cercano acompañado de los dos amigos y Trouvé que estaba encantado de estar con gente a la que conocía.
Salieron a la carretera y circularon por ésta durante ocho kilómetros con un tráfico muy espeso de camiones, a la salida de la población siguiente, al costado de la carretera vieron las luces de neón rojas que indicaban el Hamilton, era uno de esos sitios de carretera copia de los bares snack de carretera americana de camioneros a los que la gente va cuando no quieren ser vistos con según qué compañías. Eran las siete menos veinte y la tarde ya empezaba a oscurecer, faltaban unos días para el cambio de horario de verano y el día empezaba a alargarse.
Entraron, en la barra había un camarero de unos treinta y pico, casi cuarenta años, había tres clientes en la barra, en un par de mesas se encontraban una pareja y dos mujeres solas que parecían estar buscando compañía, en otra, más al rincón cuatro hombres jugaban a las cartas.
Buenas tardes, dijo José Miguel mientras sacaba disimuladamente una placa que le indicaba que era policía.
Buscamos a Anselmo Fernández, preguntó al camarero.
Si, yo soy, ¿Qué desean?
Hace quince días, estuvo en este local un hombre. A la vez que decía esto el policía le enseñaba una foto, ¿Se acuerda de él?
Si, es el afilador, viene por aquí a menudo, cuando está en pueblo para afilar, ya se lo he contado varias veces a la policía.
Si, pero quiero que me lo repita de nuevo.
Al medio día vino a comer y a afilar los cuchillos de la cocina, cada vez hace lo mismo. Pero ese día volvió por la tarde.
Entró a las siete menos cinco, antes de sentarse en la barra estuvo mirando por el bar como si buscase a alguien, luego se sentó y me preguntó la hora. Faltan tres minutos para las siete. Estuvo aquí hasta las siete y media, estaba esperando a alguien, me preguntó un par de veces la hora, por eso la sé tan exacta, a las siete y media se marchó, casi chocó con el jefe que llegaba en ese momento.
Ricardo preguntó:
¿Qué bebió?
Primero pidió un carajillo de coñac, a eso de las siete y veinte pidió un cuba libre, se lo puse y unos cacahuetes como es costumbre, se lo tomó poco a poco, hasta la mitad y a las siete y media, antes de irse lo apuró de dos tragos, pagó y se fue.
¿Está seguro de que bebió eso? Inquirió Ricardo, él dice que fue un café y una cola.
Iba en una furgoneta azul oscura, sería para que la policía no le dijese nada, si le hubiesen hecho soplar lo habrían pillado.
¿Cómo sabe tanto de él?
Si, ya le he dicho que viene como cada dos meses, nos afila los cuchillos, aquél día vino a primera hora de la tarde, después de comer, nos afiló los cuchillos como siempre, el jefe lo invitó a un carajillo, por eso sé que casi chocó con él por la tarde.
El jefe lo comentó, me dijo:
Va cargadillo, ni me ha conocido, iba de mala leche, ¿Cómo es que ha vuelto hoy?
No sé, me parece que alguna chica le ha dado plantón.
¿Por qué sabe que le habían dado plantón? Dijo Pedro
Los camareros somos un poco psicólogos, olía a colonia a dos metros, iba recién peinado y además me lo comentó. Dijo: la tía puta esa la próxima vez le va a afilar el cuchillo gratis su padre.
¿Vio en qué dirección se fue? Dijo José Miguel.
No, en ese momento me llamaron las dos chicas que había en la mesa para pedirme otra consumición y no lo vi.
Bueno, por ahora tenemos suficiente, si se acuerda de algo más, dijo el comisario dándole una tarjeta, llámeme.
Ya estaban levantados para salir cuando entró un hombre de unos sesenta años al que el camarero lo saludó con un ¡Hola,  jefe!
Salieron del bar y se metieron en el coche.
 

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