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jueves, 20 de febrero de 2014

AMOR VERDADERO (Capítulo I)

Hoy publico el primer capítulo de un relato de tres, es una historia de amor, pero algo diferente, algo que creo no se nos ocurriría a la mayoría de los mortales.

A veces te llega la inspiración en el momento que menos te esperas y entonces la aprovechas.

Picasso dijo: "Cuando te llegue la inspiración, es importante que te encuentre trabajando". Muchas veces no pasa eso, este relato, tierno y sencillo me vino cuando compraba un collar antiparasitario a mi perrita Linda.

Y ahora...................

AMOR VERDADERO
Pedro Fuentes
Capítulo  I

Aquella mañana, cuando desperté no pude imaginar lo que me deparaba el futuro a partir de aquel momento, el sol estaba apareciendo por el horizonte, éste estaba teñido por un tono entre rosado, malva, anaranjado y rojo, no había ninguna nube en el cielo. Un bucólico día de campo, como tantos otros pero tan diferente, me felicité por otro día que veía el amanecer,  no siempre amanece a gusto de todos, pero, si ves amanecer, es que estás vivo y si estás vivo ya es un milagro.
Cuando llegó el pastor, con sus dos perros, ya noté algo diferente, los pastores estaban más arreglados, sus ropas eran más típicas, luego me enteré, hoy toca la etapa de pasar por las calles principales de Madrid, hoy se celebra la fiesta de las trashumancia, el ganado pasará por la Cañada Real y yo también a lomos de una oveja como llevo haciendo desde que salimos de Extremadura, si, soy una pulga y habito en una oveja desde que nací, mi madre me puso en forma de huevo en un establo, allí pasé mi etapa de huevo, pupa y larva, cuando terminé mi desarrollo, ya convertido en pulga, salté sobre una oveja y desde entonces la habito, hay alguna otra, pero este ganado está bastante cuidado y no somos muchas, además, en el tiempo que estamos de trashumancia, los establos son gaseados y pocas colegas sobreviven al asesinato colectivo, yo fui una de las sobrevivientes a la etapa anterior y la verdad es que desde entonces he llevado una vida apacible en el campo, donde me gustaría llegar al final de mis días, aunque ya adulto, hecho de menos la compañía de una pulga hembra que quiera perpetuar la especie en mi compañía.
Ya nos ponemos en marcha, somos muchas las ovejas que caminan siguiendo a las guías, van apretadas unas contra otras porque se orientan muy mal y se perderían, además tienen miedo a los perros que las acompañan.
Yo viajaba en una oveja merina, al lado justo de la acera, las gentes, y sobre todo los humanos pequeños estaban en primera fila, sus padres detrás les ayudaban a alargar la mano para que no tuviesen miedo a acariciar las ovejas, una de aquellas manitas me pasó rozando y a punto estuve de quedar enganchado a ella, solamente me salvó que estaba fuertemente enganchado con la especie de garfios que tenemos al final de mis extremidades para evitar que si la oveja echaba a correr me dejase en el suelo.
En un rato de tranquilidad, al pasar por una plaza donde en el centro había una fuente en forma de mujer en un carro tirado por leones, estuve paseándome de un lado para otro por ver si alguno de mis congéneres viajaba en el mismo animal que yo.
Iba distraído por la barriga de la oveja cuando la calle se volvió a estrechar y el ganado se entorpecía para poder tomar el nuevo camino.
De pronto, sin saber ni cómo ni por qué un perro de los que yo no había visto jamás, pequeño, peludo, con un lazo en la cabeza y vestido como si fuese una persona, se acercó a mi cabalgadura, sorprendiendo a su dueña, que lo llevaba atado e intentó morder a la oveja, con tan mala fortuna que al ir distraído y medio sujeto, al agarrarme fuertemente, me encontré en las barbas de aquel fiero animal.
La experiencia me ha enseñado que cuando subes a un perro, el sitio más seguro es en la parte inferior del cuello, allí, si no lleva uno de esos collares tan desagradables que nos repelen, el no nos puede morder y además la sangre que pasa por allí es la más rica en nutrientes.
Al pasar por entre la ropa que llevaba, ya al final, a la altura del cuello del abrigo, divisé algo, me acerqué y vi una hermosa pulga de color más claro que yo, lo que la distinguía como las conocidas pulgas del gato y del perro, mi color, como pulga del ganado es más oscura, un marrón oscuro que a veces parece negro.
¡Hola! Preciosa, le dije.
Me devolvió un mohín y miró para otro lado.
¡Hola! Preciosa, ¿quizás los ladridos de este fiero animal no te han dejado oír?
Ya le he oído, pero no esperará que me dirija a una pulga de campo que se alimenta de sangre de oveja y que no me han presentado.
Vaya con la señoritinga de ciudad, me llamo Rodolfo,  vengo a la ciudad desde una extensa explotación ganadera y soy descendiente de una estirpe de pulgas que habitamos no en cualquier sitio sino en un rebaño de ovejas merinas, lo más selecto del ganado lanar y no en un perro chillón de ciudad que lo tienen que vestir como un humano para que no se muera de frío.
Sepa usted, que ese delicado perro, que no comparto con nadie, pertenece a una actriz de revista que me lleva cada día al teatro donde actúa y allí he tenido ocasión de picar a las más bellas vedettes de la capital, además, tenemos un cuplé dedicado a una tatarabuela mía, porque yo soy descendiente directa de la famosa pulga de la Chelito y mi abuela hasta hace poco picó a Olga Ramos y por si le interesa mis abuelos, tíos y mucha familia trabajaron en el Circo Price a las órdenes de un famoso domador de pulgas, además de que allí han picado hasta fieros leones que también trabajaban allí.
Vaya, y ¿qué es eso comparado con la apacible vida en la campiña, donde los colores y olores no se desvirtúan con nada? Y ¿Qué tiene la señoritinga que decir de dormir envuelta en pura lana virgen? Solamente con escuchar el estridente ladrido de semejante aprendiz de perro, ya me cansa vivir en la ciudad, menos mal que solamente pasamos dos veces al año.
Para que usted lo sepa. Me llamo Elisenda y no sabe lo que es cada noche ir a la revista y dedicarse a saltar por el patio de butacas de tobillo en tobillo tanto de señoras como de caballeros y muchas de las veces con un leve sabor a alcohol creando un delicioso cóctel que te alegra el corazón y luego, cuando vuelves a tu amada cabalgadura el limpio y aseado perrito, como ya vas bien alimentada, no tienes necesidad de picarlo, con lo cual no se entera de que vives allí y no te molesta con violentos rascados con las patas.
Como se nota que no sabes de la belleza de un bonito amanecer, del canto de los pájaros y del vuelo, yo sé de algún compañero que ha logrado habitar un ave y ha volado por los cielos, contemplando las montañas y los prados desde arriba, vosotros los de ciudad y que habitáis perros y gatos no sabéis nada de la naturaleza, si alguna vez tengo hijos, me gustaría que disfrutasen de la sana y bonita vida en el campo.
Si, si piensas así, lo que no tendrás será una pulga fina i delicada, para unirte a ella, sino una que no tenga olfato y no distinga el pestazo a lana sucia y que sea ciega para no ver todos esos pelos enmarañados de las ovejas y sorda, para no oír ese balar continuo y encima esos perrazos persiguiéndote todo el día.
Me parece que la gente de ciudad no sabe de las maravillas de vivir en el campo, así que yo, ahora, te invito a pasar una temporada en el campo, todavía estamos a punto de coger una oveja y en dos días estaremos en casa.
¡Huy!, ¡No! Ahora viene el invierno y no estoy dispuesta a pasarlo en medio del campo o en corrales apestando a oveja, con lo calentita que estoy yo en el invierno en mi casa de Madrid, además, ahora empieza la temporada de teatro y revista y estaré cada día de marcha, hasta es posible que vea algún familiar mío.
Bueno, si es así y me invitas, podré pasar el invierno contigo y en primavera, cuando las ovejas pasen por aquí camino de la montaña podemos ir con ellas.
En ese momento, el perro salvaje, que se llama Tobi, pegó un salto detrás de una oveja y si no llega a ser por los reflejos y la fortaleza de Rodolfo, que sujetó a Elisenda hacia sí para protegerla, ésta hubiese caído a tierra.
Elisenda se agarró a Rodolfo con todas sus patas y éste aprovechó para abrazarla cariñosamente.
Al fin, después del abrazo que duró más de lo previsto, las dos pulgas, decidieron unir sus vidas y quedarse el invierno a vivir en Madrid.

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