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jueves, 1 de mayo de 2014

LA PRIMERA VEZ QUE VI PARIS (Completo)

Hoy no he podido utilizar el portátil por un problema de conexión, estoy fuera de casa y no he podido solucionarlo, espero hacerlo antes de la próxima semana.

Hoy publico entero el relato de "La primera vez que vi París, espero que os guste.



LA PRIMERA VEZ QUE VI PARIS
Pedro Fuentes
CAPITULO  I

Corría el año 1989 cuando en un viaje intercambio de música y danza, Alejandro tuvo que ir  como responsable de un grupo de chicos y chicas, estudiantes, a diferentes poblaciones de Francia.
Fue un viaje de unos cincuenta alumnos con cinco responsables.
Aquel año, acababa de cumplir los treinta y nueve años y llevaba desde Febrero separado de su mujer, seguían viviendo en la misma vivienda hasta que se pusiesen de acuerdo en el reparto de los bienes y en la custodia de la hija.
Cuando llegaron a  Burdeos, de la organización francesa, subieron al autobús una señora responsable y una intérprete.
Se dirigían a Angers, allí estarían tres días.
Angers, antigua capital de Anjou es una ciudad moderna pero a los pies de la gran ciudad medieval y unida en historia al reino de Aragón a través Yolanda de Aragón, duquesa consorte de Anjou.
Al llegar a Angers, subieron al autocar dos guías, Geraldine y Jeanette, Alejandro y Jeanette, pronto hicieron  amistad, era profesora de historia y gracias a ello, Alejandro se empapó de toda la transcendencia que tuvo Angers como capital de Anjou.
El español de Jeanette no  es muy bueno, el francés de Alejandro peor, pero lo entiende si lo hablan despacio y lo lee con alguna claridad.
Nada más llegar, con el tiempo justo para asearse y cambiarse, fueron recibidos en el Hotel du Ville junto a otros grupos participantes en el festival de danza que empezaría a celebrarse al día siguiente.
Luego los llevaron a un colegio en el centro de la ciudad, era una especie de palacio. En el piso que les tocó alojarse, el segundo, había una gran sala de estar y luego, a la derecha de la escalera un grupo de habitaciones, celdas, individuales para las mujeres y a la izquierda las de los hombres, a la entrada de estas había las duchas, los lavabos y wc, cuatro de cada, los cuales era un poco ajustados para las personas que estaban, pero en Francia, no es muy fácil encontrarse con lujos en ese sentido.

El resto de la tarde, quedó libre para poder salir a visitar la ciudad, se hicieron varios grupos y acompañados por los guías e intérpretes salieron a dar vueltas por el casco antiguo. El castillo de los Anjou se divisaba desde todos los rincones con su majestuosidad.
Alejandro y Jeanette no se separaron para nada, paseaban viendo los grandes jardines que había por todos lados y llegaron hasta el río le Maine, surcado por grandes barcazas y alguna que otra embarcación de recreo.
A la hora de la cena regresaron al colegio donde les fue ofrecida un ágape no muy abundante, de todas las formas, los más jóvenes del grupo, acostumbrados a otro tipo de comida en sus casas, pasaron mucho de la comida, los responsables no se preocuparon mucho porque sabían que luego se hartarían de las galletas que llevaban.
Después de cenar, la gente joven quería salir a pasear, llegaron a las negociaciones de siempre sobre la hora de llegada.
Los responsables se fueron detrás de ellos, un poco por vigilarlos y otro poco por dar una vuelta.
Alejandro y Jeanette salieron juntos, Jeanette no paraba de hablar explicándole la historia de la ciudad durante la edad media, cruzaron el río y le enseñó el cartel de una calle, Yolanda d´Aragón. Le estuvo explicando la importancia de la hija de Juan I rey de Aragón.
Había refrescado un poco y Jeanette se acurrucó en el brazo derecho de Alejandro, pasaban por las calles paseando como una pareja de enamorados.
Al día siguiente fueron al lago de le Maine, un lago artificial alrededor del cual había de todo, pistas de atletismo, campos de futbol, baloncesto, canchas de tenis y de cualquier deporte que se pudiese imaginar, incluso alguna playa artificial en el mismo lago.
Actuarían allí por la tarde, en un teatro al aire libre.
Toda la mañana los danzantes y músicos estaban ocupados con ensayos y el director y coreógrafo quería estar a solas con ellos, así que Jeanette y Alejandro pudieron pasar hasta la hora de la comida juntos, luego, a la hora de las actuaciones volvieron a sentarse en unos jardines y así, velozmente pasaron las horas.
Al tercer día, por la mañana salieron de Angers hacía Chartres, pasaron por le Mans, la organización tuvo el detalle de hacer cruzar al autobús por medio de la ciudad, de unos 140.000 habitantes, para que la viésen.
Jeanette había ido en su coche, un 2 cv porque según ella, me quería dar una sorpresa.
Ya en Chartres disfrutaron paseando por la catedral y el centro de la ciudad, Patrimonio de la Humanidad.
Cuando fueron a cenar, Jeanette le dijo a Alejandro que hablara con alguien de los responsables del grupo porque quería enseñarle algo y que quizás volverían  muy tarde.


CAPITULO II

La gran sorpresa fue que hizo entrar a Alejandro en el 2 caballos  y le dijo: Alexander. Vous le saves Paris?
No, París no lo conozco.
Eh bien, ce soir nous allons à Paris. La nuit est belle.
Parfait, avec vous à la fin du monde. Dijo Alejandro que ya empezaba a defenderse con el francés.
Cuando sales de Chartres por la A11, ya empiezas a ver por qué a Paris la llaman la ciudad de la luz, a medida que vas haciendo los 91 km que hay de distancia, entre las ciudades  ves  como crece la iluminación.
Dejaron a la derecha Versalles y entraron en París. Era todavía temprano, las diez y media de la noche de primeros de Julio. Entraron por el sur oeste y se encontraron con el Sena, siguieron por la Av. De Versalles y fueron a salir directamente a les Champ du Mars y la torre Eiffel, la bordearon de izquierda a derecha y al momento se encontraron en Montparnasse.
Dieron la vuelta y fueron hacia Montmartre, allí buscaron un parquin y dejaron el coche, vieron el Sacré Cour y luego se dedicaron a callejear  por Pigalle. Entraron a algún que otro local cantaron, se rieron y ya de madrugada, cansados, pero felices y contentos fueron a coger el coche, antes de entrar en él, Alejandro cogió a Jeanette por la cintura, la atrajo hacia él y la besó apasionadamente.
Llegaron a Chartres cuando empezaba a amanecer, tuvieron el tiempo justo de ducharse y Alejandro empezó a despertar a su grupo porque tenían que ir a ensayar.
El día trascurrió con normalidad, Jeanette y Alejandro seguían aprovechando los ratos libre para estar juntos, durante la actuación del día se sentaron en el teatro, en una de las últimas filas y durmieron un par de horas.
Al día siguiente salieron rumbo a Chátelguyon, un pequeño pueblecito al norte de Clermont Ferran, pasaron por Orleans y Bourges, Jeanette dejó el coche en Chartres, ya lo recogería a la vuelta. El grupo de danza se despediría después de dos actuaciones en Chátelguyon y otro pueblecito.
Los alojaron en un colegio de alta montaña también con habitaciones tipo celdas, pero en éste las mujeres estaban en el primer piso y los hombres en el segundo, en la planta baja estaban todos los servicios de comedores, cocinas, aulas y despachos.
Aquella tarde, cuando los grupos estaban ensayando en el teatro, al aire libre, Alejandro bajó de su habitación a buscar a Jeanette para salir a pasear, cuando llegó a su habitación, ella estiró de él y allí, sin ni siquiera pensárselo, se entregaron el uno en los brazos del otro.
El día siguiente, aprovechando la actuación, todo fue más calculado y relajante.
A la mañana siguiente se despidieron, Alejandro volvía a España, Jeanette a Angers.
Alejandro le hizo apuntarle la dirección y teléfono en un papel y le prometió que arreglaría del todo lo de su divorcio y volvería a buscarla.
Cuando llegó a su casa, guardó el papel con sus cosas, arregló todo el papeleo y se buscó un piso para empezar una nueva vida.
Pasó un mes cuando ya estaba todo solucionado y por más que buscó no encontró el papel de los datos de Jeanette donde tenía el nombre, la dirección y el teléfono.
Cogió una semana que le debían de vacaciones en el trabajo y se fue a Angers, es una ciudad de unos ciento cuarenta mil habitantes.
Se la recorrió toda, de arriba abajo, paseó por las calles principales y por las que había pasado con Jeanette, bares, teatros, sabía que era profesora, preguntó por ella en todos los colegios y escuelas, nadie supo darle razón.
Regresó, pero cada vez que reunía más de dos días libres, marchaba a Angers, nada, parecía habérsela tragado la tierra, al final la buscó por Chartres, por París, por Chátelguyon, por todos los sitios por donde pasó con ella él la buscaba, nada, nadie le sabía dar razón.

CAPITULO III

Pasaron veintiún años, un día, haciendo limpieza de un baúl que tenía de recuerdos, al abrir la tapa, pegado en ésta por dentro vio un papel amarillo, lo cogió y leyó medio borroso:
Jeanette, Rué de……. Teléf. …………… Angers…. Je t´aime
Corrió al teléfono, buscó el prefijo de Francia y marcó, la señal de llamada sonó seis veces que parecieron seis siglos, de pronto alguien le respondió en francés.
¡¡¡Jeanette!!!!! ¿Eres tú? Dijo Alejandro en un perfecto francés. No, Soy Annet, su hija, ella no volverá hasta dentro de una hora.
Dime, por favor, tu madre ¿Está casada?
¿Quién es usted?
Soy Alejandro.
¿De España?
Si, de España, me he vuelto loco buscando a tu madre, he ido a Angers cientos de veces, había perdido el papel con la dirección, ahora lo he encontrado en una caja vieja.
Mamá también te buscó, no se ha querido cambiar de casa porque dice que tú vendrías.
No le digas nada, ahora mismo salgo para ahí, quiero darle la sorpresa, llegaré mañana por la mañana.
Te esperamos, yo también quiero verte, estaba preparándome para irme a París pero me iré pasado mañana.
Cuando Alejandro colgó, cogió la nota y la copió treinta veces y la colgó en todos los muebles de la casa, miró un plano de Angers y buscó la calle, había pasado por ella cientos de veces, era en el barrio antiguo.
Luego llamó a su trabajo y pidió diez días a cuenta de las vacaciones por asunto familiar, sacó el pasaporte de un cajón, se preparó media docena de sándwich y un termo de café cargado, fue al cajero, reunió dinero y marchó dirección a Angers, le quedaban unos 1.000 kms por delante y todos de noche.

A partir de la frontera empezó a llover el ruido del limpia parabrisas era cansino, a veces se mezclaba con la música de jazz que sonaba en el CD, no había casi circulación, conocía bastante bien la carretera y además le gustaba conducir.
Seguía lloviendo, chip-chop, chip-chop, chip-chop, el agua saltaba por efecto del limpia, chip-chop, caía más que la que salía, chip-chop, Alejandro empezó a sentir cansancio en sus ojos, chip-chop. Los párpados le pesaban, chip-chop, pero quería seguir, notaba como a veces no veía las rayas de la carretera, notó que se desplazaba lateralmente, oyó como pisaba la banda rugosa del arcén.
Frenó, al lado de la carretera había un poco de campo, paró allí, apagó las luces y, se preparó un sándwich y un tazón de café, comió lentamente, luego bajó del coche, seguía lloviendo, agradeció las gotas de lluvia en la cara, anduvo durante diez minutos, subió al coche y siguió la marcha.
Llevaba ya cuatrocientos kilómetros, vio el cartel de una gasolinera a mil metros. Quinientos y flecha indicadora de derecha a los doscientos, entró en las instalaciones, era autoservicio, llenó el depósito, cerró el coche y fue al lavabo, cuando salió parecía que no llovía tanto. A lo lejos se veía una pequeña población. Subió al coche y arrancó, antes de incorporarse a la carretera vio como un coche de la gendarmería entraba a la estación de servicio.
Ahora, más desvelado intentaba mantener una velocidad no alta pero si constante, paró de llover pero la carretera estaba muy mojada, por el espejo retrovisor se acercaban unas luces, se acercó un coche, encendió el intermitente y lo adelantó con holgura, era el coche de los gendarmes.
La carretera era bastante recta, de vez en cuando se encontraba con las luces traseras de un camión, los adelantamientos era  fáciles gracias a la visibilidad de las señales.
Al cabo de dos horas encontró un área de servicio, entró, cerró el coche por dentro, sacó una pequeña manta de viaje y se puso el teléfono móvil para que le avisase a la hora y media.
Si hace 21 años hubiese habido móviles Jeanette y yo no habríamos perdido este tiempo. ¿Cómo será ahora?
 Tenía 20 años cuando nos conocimos, ahora 40 y yo 60 ¿Y su hija Annet? No parecía ser una cría; y sabía de su existencia, ¿Sería mayor? No me dijo nada de que tuviese una hija, Quizás sea una jovencita y la tuvo después de lo nuestro.
¿Me olvidó?
La cabeza de Alejandro daba vueltas en medio de la noche, en el CD ahora sonaban unos blues, cuantas noches había pasado estos últimos tiempos ahogándose en whisky, llorando, oyendo blues y pensando en Jeanette.
Durmió intensamente, cuando sonó la alarma se encontró descansado, fue la lavabo, se duchó, se afeitó y salió para el coche, eran las tres de la madrugada, le faltaban unas cuatro horas.

CAPITULO IV

A las siete y media localizó la calle, pudo aparcar en la misma puerta, al lado había una panadería, compró dos baguettes y media docena de croissant. Llamó al timbre insistentemente, respondió Jeanette y Alejandro le dijo:
Jeanette, j'apporte un cadeau pour vous afin que je prends à nouveau à Paris.
¡¡¡¡¡Alejandro!!!!!! Le respondió y abrió la puerta, era una casa antigua, de tres pisos, sin ascensor.
Alejandro empezó a subir lo más aprisa que pudo, Jeanette, en camisón saltó sobre sus brazos en el rellano del primer piso.
La bolsa de la panadería voló por los aires, sus rostros se fundieron en un beso empapado en lágrimas.
¡¡Jeanette!!!!! Estás preciosa, ¿Sabes que perdí la nota? La encontré ayer, pero he pasado por aquí debajo cientos de veces buscándote.
No me acordaba del nombre de la calle, ayer encontré la nota y llamé, se puso tu hija y le dije que no te dijera nada para darte la sorpresa.
Jeanette, entre risas, llantos y la fatiga de las carreras, mientras subían le dijo:
Tu hija no me dijo nada, ya la encontré nerviosa anoche, pero no me dijo nada.
¿Qué quieres decir? ¿Te quedaste embarazada aquellos días y lo has pasado todo sola? ¿No me buscaste?
¿Sabes lo grande que es Barcelona? Solamente sabía que te llamabas Alejandro y hablabas muy mal el francés.
Hemos ido unas cuantas veces, pero es tan difícil.
Subieron hasta el pequeño piso donde les esperaba Annet, allí se fundieron los tres en un abrazo de alegrías y lágrimas.


FIN

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