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viernes, 14 de noviembre de 2014

ROJO SOBRE NEGRO

El relato de esta semana, como en él se indica, fue escrito a finales de los años 60, qué raro me suema poner lo "del siglo pasado"

Este relato fue en principio un guión para un corto, pero bueno, ya se explica en el prólogo de dicho relato, así que pasamos directamente a la historia de hoy.

Y ahora...................

                                                            ROJO SOBRE NEGRO

Pedro Fuentes

(Nota del autor)

Este relato fue escrito en torno a 1968, tiempo en el que se escribió “El tercer yo”, obra de teatro, en colaboración entre Vicente Fisac y yo mismo y que se publicó en Editorial Bubok. *  
Es muy posible que  en la presente obra, haya habido una colaboración de los dos amigos, pero no logramos recordarlo. Se escribió  como guión para un corto rodado en 8 mm.
La cinta desapareció, el guión, a través del tiempo ha aparecido en una vieja carpeta junto con otros escritos y recuerdos de aquellos tiempos.
Escena  I

Carlos camina solo y triste en el atardecer.
Sus pasos titubean y se resienten en su lucha contra el asfalto.
Tiene la vista perdida en la lejanía que le impiden los grandes árboles.
Sus ojos, mojados, vagamente difuminan todas las cosas.
A su lado siente pasar ráfagas de viento.
De vez en cuando retumban en sus sienes unos ruidos…..una música estúpida y cambiante.
Va cerniéndose la noche en un revoloteo silencioso sobre su cabeza.
Escena  II
Isabel lo miraba con sus tiernos ojos.
Ella dejó sobre la mesa el contacto frío del vaso.
La mano de Carlos seguía acercándose imperceptiblemente.
De pronto ambos sintieron el contacto de una mano ajena.
Sin decir nada, mirando simplemente aquellas manos, fueron estrechándolas cada vez con más fuerza.
Escena III
Carlos camina lenta y fatigosamente.
Sus pasos se aceleran cada vez que una persona pasa a su lado.
Se diría que huye.
Pero no, nadie le sigue.
Acaso sea su sombra que nunca se aparta de su lado.
Y ante él todo está turbio y extrañado.
No conoce aquella larga avenida, interminable.
Está fatigado, cansado de andar tanto por ese mismo camino, tan recto, sin final.
Escena  IV
¿Cómo es que vienes solo?; le preguntó Antonio mientras le tendía la mano.
“No ha podido venir”, dijo Carlos insensiblemente.
No había podido ir, pero. “No te preocupes”, le había respondido Antonio.
Efectivamente no tenía por qué preocuparse, allí estaba Inés.
Escena  V
Carlos, sin saber por qué ha consultado su reloj.
Son las ocho y media.
Sigue caminando.
El sol rojizo y tenue ilumina su cara.
Escena  VI
¿No te molesta esa luz? Dijo Inés.
Un poco, ¿Por qué? Respondió aun ignorante Carlos.
Sin hablar, en un instante confuso, Carlos se sintió arrastrado al interior de la casa.
Allí no les molestaría aquella tenue luz rojiza.
Entonces no hizo falta que ninguno de los dos comprendiera nada.
Una fuerza superior a ellos los arrastró a un mundo incomprensible de contactos leves.
Escena  VII
Carlos está fatigado y siente un frio mortal que invade su cansado cuerpo.
En un instante aquella avenida se ha transformado en un puente.
El se asoma apoyándose trémulo en la frágil barandilla.
El paisaje de abajo no es distinto.
Coches de diversos colores pasan más deprisa que sus reflejos.
El, torpe, siente de pronto una revelación en su interior.
Su alma quiere volar por el vacío, pero sus manos se aferran brutalmente a aquella barandilla.
En un esfuerzo incomprensible, se da la vuelta y corre atravesando la negra calzada.
Escena  VIII
Solo son unos instantes y su cuerpo vacilante se detiene.
Una ráfaga se acerca hacia él.
Intenta correr, huir.
¡Solo son dos pasos a la acera!
Sin embargo Carlos ha dudado de nuevo y aquella ráfaga continúa hacia su incierto  futuro.
Escena  IX
Volvía Carlos, alegre, a su casa.
Mas cuando ya se disponía a entrar, su vista se posó bruscamente en un cuerpo de mujer: ¡Isabel!
¿Qué haces aquí? Dijo sin titubear Carlos.
Su cerebro marcado por el alcohol no acertaba a reaccionar debidamente.
Ella lo miraba fijamente.
Se observaba en sus ojos una extraña maraña de sensaciones.
Era amor, era desprecio, era…… todo menos indiferencia o asombro.
Escena  X
Al final comprendió Carlos lo que aquellos ojos le decían, o mejor lo intuyó.
Se lanzó loco hacia ella y prorrumpió en gritos o gemidos,
“Yo no he sido, ¿comprendes?
No hice nada.
No tuve la culpa”
Pero ella callaba.
Entonces la presión de las manos de Carlos sobre los hombros de ella se hizo más leve.
Cuando ésta fue ya casi imperceptible, se alejó lentamente.
Las manos que antes aprisionaban sus hombros colgaban ahora muertas de sus brazos y su rostro se alzaba impotente al verla desaparecer.
Escena  XI
Caros yace tendido en el asfalto.
Respira lentamente, con torpeza.
Instintivamente se lleva la mano a la frente y en los dedos siente el caliente líquido.
Se estremece.
Sacando entonces fuerzas de donde no las tiene delante de sus ojos, está manchada con el carmín de la muerte.
Carlos trata de incorporarse y cae pesadamente al negro asfalto de nuevo. Está muerto.

FIN

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