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viernes, 30 de enero de 2015

LA BARBERIA

Después de mi lesión, problemas de la espalda, que me han tenido semi postrado, vuelvo con nuevos relatos a este blog que me mantiene en contacto con todos vosotros.

En estos días he descubierto unos amigos y lectores en Cuba, un gran saludo para todos ellos.

Quiero dedicar este relato a mi madre y a mi tía Angelita, su hermana, fallecidas a finales de 2014-

Y ahora..................

LA BARBERIA
Pedro Fuentes
Capítulo  I
Hace muchos años, sobre 1959, en un viaje que hice con mi familia hasta la península, como muchos de vosotros sabéis, soy canario, paseando por una ciudad de Andalucía, acompañado por mi padre, mi madre y mis hermanos además de una tía que residía en aquella ciudad, mi padre, viendo una barbería cerrada, dijo:
Mañana tendremos que buscar una, porque tanto Pedro como yo, y diciendo esto me cogió con la mano un mechón de cabellos, necesitamos un corte de pelo.
Mi tía le dijo:
Pues en ésta es imposible, porque un día no abrió y cuando la gente preguntó por el barbero, había desaparecido, nadie supo dar razón de él, era un hombre soltero, no tenía más familia y era hijo y nieto de barberos.
Mi interés iba en aumento, tenía en aquel entonces unos nueve años y además de una imaginación desbordante, cualquier posible misterio me hacía hervir la sangre. En mi descargo he de decir que al poco de aprender a leer, cayó en mis manos una novela de Agatha  Christie a las que mi padre era aficionado y sin que se enterasen ni mis padres ni mis hermanos mayores, las devoraba.
Enseguida me acerqué a mi tía y le pregunté:
 ¿A dónde se fue?
No lo sé, nadie lo sabe, no se supo nunca más de él, sus herederos, unos sobrinos lejanos, cuando se hicieron cargo de la herencia, abrieron la peluquería y encontraron en el suelo una gran mancha de sangre que no lograron limpiar, y dicen que todavía está, han querido vender el local pero nadie lo quiere comprar y como el edificio es moderno, no lo van tirar para hacer uno nuevo.
¿Y no se supo de quien era la sangre?
Mi madre, protectora, como siempre, dijo a su hermana, mi tía:
¡No le cuentes esas cosas a los niños!
Si, tía, dímelo, ¿No se sabe?
No, no se supo nada ni nadie había desaparecido, hubo alguien que dijo que en el cubo de la basura había aparecido una oreja, pero no era verdad.
Angelita, por favor, deja de contarle idioteces a los niños.
En realidad mis dos hermanos mayores estaban por otras cosas y de mis hermanas una era muy pequeña y la otra jugaba con su muñeca como siempre. La verdad es que desde aquel momento mi tía Angelita se convirtió en mi preferida.
Como conocía a mi madre y sabía perfectamente cómo reaccionaba, cambié socarronamente de tema y le dije:
¿Me llevarás mañana al estanque de los patos en los jardines?
Si, Pedrito, ahora ve con tus hermanos.
No sabía mi madre que no se me escapaban las cosas de la cabeza, hace poco, hablando con ella que ronda los cien años me decía:
Es imposible que te acuerdes de todo eso y que hicieses lo que dices.
Pues sí, me acuerdo y toda la vida, cuando hacía falta, llevaba una doble vida que ninguno de vosotros conocíais, parecía que pasaba de todo pero era como un pozo sin fondo donde guardar los recuerdos.
Cuando ha leído alguno de mis relatos basados en la realidad me dice por norma:
Eso no pasó.
Y yo le contesto invariablemente:
Bueno, pues no, me lo acabo de inventar.
Desde aquel paseo con mi familia, cuando veía a mi tía aprovechaba para preguntarle, no era mucho lo que sabía pero conseguí las fechas y el nombre del peluquero, donde vivía, quienes eran sus sobrinos, todo ello era guardado en mi memoria y un cuaderno que decía que era mi diario pero eran notas de campo de mis vivencias.
Estuvimos en aquella ciudad unos quince días  más y me las arreglé para pasar varias veces por la peluquería y gravarlo todo en mi memoria fotográfica.
Todos los datos que tenía bullían en mi cabeza, no sabía por donde cogerlos, además, dada mi edad y encima en una ciudad desconocida, no me dejaban solo en ningún momento, mi madre ejercía un verdadero control sobre sus hijos, para ella todo eran peligros, era eso quizás lo que me hizo crear un caparazón para huir de lo que yo llamaba tiranía de los mayores, ya que incluso mis hermanos mayores influenciados por la estricta educación, se sentían como pequeños perros guardianes para con su hermano “Pedrito”. Pese a tener dos hermanas y luego otra más, yo era el menor de los críos y objetivo de las disciplinas y desahogos de los mayores.
Con los años entendí que yo era la oveja negra y como tal intenté comportarme para no desairarles.
Al cabo de quince días de viaje por la península,  llegamos a Alicante, donde teníamos que coger el barco de nuevo hacia las Canarias, era el Miguel Martínez de Pinillos, un mixto, pasaje y carga que acababa de ser botado.

  

En él cargaron el coche de mi padre, toda mi familia y un par de pasajeros más y aquella noche partimos hacia Melilla para luego salir para Tenerife y después La Palma, nuestro destino.
De esta compañía fue también el Valbanera, que se hundió el 10 de septiembre de 1919 frente a las costas de Cuba, siendo la mayor tragedia de la Marina Mercante Española. De este barco tendremos ocasión de leer un relato que está en preparación y que cuenta las aventuras y desventuras de un abuelo mío.
Como ya he contado, embarcamos y llegamos a La Palma, si desean, en este mismo blog pueden leer los “Relatos palmeros” de este mismo autor, recuerdos y vivencias mías.
Al cabo del tiempo y dada la distancia y la imposibilidad de seguir mis averiguaciones, todos los recuerdos de la peluquería y de aquella población andaluza pasaron al baúl de los recuerdo (Ese pequeño baúl sigue yendo conmigo), es más, uno de mis mejores amigos también tiene uno y cuando una noche, después de una juerga, cuando se desborda la amistad, ante una penúltima copa nos  contamos lo de nuestros respectivos recuerdos, y no los de Karina, tuvimos que pedir una penúltima copa para celebrarlo. Este amigo es Ricardo, de cuyas aventuras también se cuentan en este blog.
Al poco tiempo, mi familia se trasladó a vivir a Madrid, tenía yo entonces diez años.