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martes, 11 de agosto de 2015

LA CABRA Y LA HIGUERA (Yo confieso)

Con motivo de un viaje, adelanto el relato de esta semana.






YO CONFIESO


La cabra y la higuera

Esta historia yo siempre he creído que era una leyenda urbana, solo que cuando me la contaron era un burro y no una cabra, además la figura del gitano no existió. El narrador de este relato, fue el mismo que el del “Tiovivo” y fue contado el mismo día y se refería al mismo pueblo de la provincia de Gerona.



RELATO



LA CABRA Y LA HIGUERA

Pedro Fuentes

En un pequeño pueblo, dedicado casi por completo a la agricultura, donde viven tranquilos y felices unos setecientos habitantes, lejos de carreteras importantes y sin ferrocarril.

 D. Florián, el cura,  descubrió, en la torre del campanario, en un sitio inaccesible, equidistante de la ventana de la campana y el suelo, una higuera de esas que germinan en campanarios y tejados de las  iglesias.

En la mata, unos pájaros están haciendo un nido. 

En el bar, según jugaban al dominó, se lo comentó a Manolo, el alcalde, Anselmo, el boticario, Francisco, el médico y a algún parroquiano más que había por allí.

 Manolo comentó que el ayuntamiento tenía una escalera bastante larga pero que no llegaba ni a la cuarta parte de la altura. ¿No se podría llegar desde el campanario?

No, dijo D. Florián, hay tanto como desde el suelo.

Anselmo dijo:ç:

Yo he oído que las cabras se lo comen todo, y más si se le ha hecho pasar algo de hambre.
Sí, hombre, dijo Francisco, vamos a buscar al gitano ese del pueblo de al lado, el que viene con la cabra, la escalera y la trompeta y como esa ya pasa bastante hambre, la ponemos allí, con la escalera al lado del campanario, le tocan la trompeta y ella solita sube y se come la higuera, se le dan veinte duros al gitano y todo arreglado.

Anselmo miró al médico como si lo quisiese fundir y dijo:

Lo que hay que hacer, es poner una cuerda desde el campanario al suelo, se ata a la cabra y se sube poco a poco hasta que llegue a la higuera y seguro que se la come.

Manolo, vio, la jugada y comentó:

Bien, eso podría funcionar, luego se dio cuenta de que los demás no habían asentido y si no salía el invento, se llevaría él todas las culpas, así que preguntó:

¿Qué les parece a ustedes, señores? Todos asintieron menos el cura, que respondió:

 No sé, no sé, yo pienso que el animal, al verse suspendido allí, por una cuerda, se asustará y no se comerá la mata.

Anselmo, que se veía dueño de la idea, intentó solucionarlo de otra forma y comento:

Si la cuerda se tira desde el campanario y llega hasta el suelo, quizás sea muy larga, si subimos a la cabra al campanario y la vamos bajando poco a poco, al ver que va hacia el suelo, irá más tranquila.

Todos asintieron  y Manolo comentó: Mandaré al alguacil a buscar al gitano y yo le  explicaré lo que tiene que hacer y que se ganará cuarenta duros.

Cuando Evaristo, el gitano de la cabra fue al ayuntamiento a tratar con el alcalde, no las llevaba todas consigo, eso de tener que ir al ayuntamiento, aunque fuese al pueblo del al lado, porque le van a ofrecer un “negocio” no le suena muy bien, en tratos con payos, puede salir muy perjudicado, pero si además de payos, son políticos….. 

Su padre se lo ha dicho siempre, si tienes que tratar con payos o políticos, guarda bien la cartera y no te fíes que son muy mala gente.

Manolo le explicó el caso a Evaristo y a éste en principio no le pareció mal pero por menos de sesenta duros, su cabra y él no trabajaban, porque yo tengo que estar debajo tocando la trompeta para que Rosita esté tranquila, dijo:

Quedaron para el viernes siguiente y por la tarde para que el lado aquel del campanario tuviese sombra, porque Evaristo había dicho que la higuera tendría que estar fría para que no le hiciese mal a Rosita que las higueras y los higos calientes son muy malos.

Se corrió la voz y el viernes, a las seis y media de la tarde la plaza del pueblo parecía de fiesta  mayor.

Eligieron a seis mozos, los más fuertes, la cabra llevaba desde las doce sin probar bocado, la habían ordeñado a las cinco y el bicho no andaba de muy  buen humor, lo de subirse a la escalera en fiestas, también con hambre y rodeada de chiquillos no le parecía mal, pero ahora presentía algo, era cabra pero no tonta.

Cuando le ataron las patas, le vendaron los ojos y entre los seis mozos turnándose de dos en dos empezaron a subir las escaleras del campanario, empezó a dar patadas.

Una vez arriba, cuando aquella gente a los que no conocía le pusieron,  una especie del cinturón que en principio le apretaba pero a base de saltar se lo soltaron un poco. Al arnés le ataron una cuerda gruesa, luego, al collar del cencerro ataron otra más fina, para poderla poner de cara a la higuera, a la voz de ya, Evaristo empezó a tocar “España Cañí” y los mozos empezaron a bajar la cabra, que dentro de lo que cabe, se había tranquilizado.

Cuando llegó a la altura de la higuera la cosa empezó a ponerse mal, no podían dirigirla bien y la planta quedaba en el culo de la bestia, cuando la intentaron girar sobre sí misma, le restregaron las ubres por las ramas, y eso no le gustó, empezó a patear para todos los lados.

 Los mozos que sujetaban la cuerda fina trataron de enderezarla, Rosita saltó, se desequilibró y no se sabe cómo, se deshizo del arnés y se quedó colgando por el collar, la pobre cabra pateaba, intentaba balar  y solamente le salía una especie de chillido,  Evaristo dejó de tocar y gritaba ¡Subirla, subirla rápido! ¡Qué me vais a matar a Rosita!

Fue una premonición, cuando Rosita llegó arriba ya era cadáver.

Cuando la bajaron, los mozos iban serios portando al pobre animal, toda la familia de  Evaristo,  que habían ido a ver la actuación de éste y Rosita, corrieron hacia ella, que yacía en el suelo, todos empezaron a llorar a la vez, si lo hubiesen ensayado no habría salido tan acorde.

¡Rosita!, ¡Rosita!, ¡Era de la familia! Ella nos daba leche y ganaba dinero para nosotros, ahora terminaremos en la ruina y sin Rosita, la mejor cabra en el mundo, y todo por culpa de estos payos que encima se ríen de las desgracias ajenas.

Después de muchos tiras y aflojas, al final Manolo, en colaboración con el cura y la colecta que se hizo en el pueblo, indemnizaron, a Evaristo, que salió llorando del ayuntamiento pero con el dinero necesario para comprarse diez cabras.

Los pajarillos se asustaron y se fueron a hacer el nido en el tejado del campanario, la higuera se secó con los calores del verano, que fue más seco de lo habitual.

Evaristo, que vio la oportunidad de su vida ahora se dedica a hacer quesos de cabra de artesanía e incluso se ha comprado a plazos un motocarro de segunda mano para ir por los pueblos cercanos vendiendo los quesos.

FIN


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