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sábado, 26 de septiembre de 2015

¡ISABEL! (Me llama María)

Bueno, otra vez en casa, aunque por poco tiempo y quizás me marche para no volver, no estoy dispuesto a vivir en una Cataluña independientes, soy español y como tal me siento. Han sido muchos años los que he vivido por aquí, vine hace muchos años porque esto me gustaba, pero ahora todo ha cambiado, ya no se vive aquí tranquilo, mucha gente tiene miedo a hablar por la calle o incluso dentro de casa.

Hoy publico otro capítulo de YO CONFIESO, "Me llama María, espero que os guste.

Me llama María

Historia real, el “Ricardo” era yo y Enriqueta, Isabel, fue mi gran y verdadero Primer Amor. Si, con mayúsculas.

Estábamos un domingo en casa de Vicente, íbamos a celebrar un “guateque”, era creo que 1964 habían venido muchos amigos y pocas amigas, para solucionarlo, Paco y Joaquín, dos guaperas y yo, decidimos bajar a una cafetería que había al lado de la casa y donde se reunía mucha gente joven, en una mesa estaban Isabel y dos chicas más, Como mis amigos eran unos “guaperas” pero yo era el “enrollado” me dirigí a ellas y las convencí para que viniesen con nosotros. Aquella tarde decidí que Isabel era para mí y ella debió pensar algo parecido, no paramos de bailar en toda la tarde, puse el disco de Charles Aznavour “Isabelle” dos o tres veces y la cosa siguió a partir de entonces. Todo lo demás, es cierto de “Pe” a “Pa” muchas veces lo recuerdo todo con gusto y satisfacción. Si mis lectores se fijan, verán en muchos relatos la figura de una maestra o Isabel.

ME LLAMA MARIA
Pedro Fuentes


Ricardo tenía unos 16 años cuando conoció a su primer amor, se llamaba Enriqueta y  había terminado el bachillerato elemental. Estaba preparando el ingreso en la Escuela de Magisterio. En los años sesenta ese era el proceder. Después tres años de carrera y si  eras aplicado podías salir de maestro a los dieciocho años, luego no hacía falta oposición, si querías ejercer como Maestro Nacional entrabas en la bolsa de trabajo y según puntuación, solicitabas una plaza de las que quedaban vacantes en el territorio nacional.
Se conocieron de casualidad en un “guateque” en casa de un amigo de Ricardo. Desde el primer momento se gustaron.
Al salir de la casa, ya a las nueve de la noche, en una noche fría del invierno de Madrid, Ricardo le dijo a Enriqueta si le podía acompañar, ella asintió y se dirigieron andando desde la plaza del Conde del Valle de Suchil, donde vivía el amigo.
Subieron a Fernando el Católico y salieron a S. Bernardo y luego a la Glorieta de Quevedo para luego subir por la calle Eloy Gonzalo hasta Juan de Austria, donde vivía Enriqueta, al lado de Hermandades del Trabajo y muy cerca del Mercado de Olavide.
A los cuatro o cinco días de salir con los amigos y asistir a algún “guateque” más, se separaron un poco del grupo y empezaron a verse entre semana algún rato, cuando los estudios se lo permitían, ella con Magisterio, en la calle Ríos Rosas y él con el selectivo de Peritaje Industrial, en Embajadores.
Pronto empezaron también a reunirse para estudiar juntos. Allí se vio la vocación de Enriqueta, con sus métodos de estudio y su disciplina obligaba a Ricardo, que se veía acabando la carrera antes por la obligación de estudiar a la que era sometido.
Al poco tiempo descubrieron algo extraño, entre los dos parecían los polos positivo y negativo de una energía extraña.
Cuando estaban juntos, vieron que tenían un enorme poder, oían conversaciones, adivinaban el pensamiento de las personas que estaban a su alrededor, veían imágenes de cosas que luego ocurrían, se empezaron a dar cuenta de que algunas veces las personas de la cafetería donde se reunían a estudiar, en la glorieta de Iglesias , les contaban y decían cosas que “ya sabían”, era un poder extraño que al principio les hizo gracia y aprovecharon sin darse cuenta de que no debían hacerlo, pero el caso era que luego, por separado no ocurría nada de todo esto.
En aquellos tiempos la juventud no tenía gran poder económico. Cuando no había sino lo justo para pagarse unos cafés, sin saber cómo llegaba el dueño de la cafetería o algún cliente habitual y los invitaba, incluso a chocolate con churros, especialidad de la casa.
 En la cafetería de al lado, más lujosa, había un señor mayor, que vendía tabaco, cerillas, fichas para el teléfono público, etc.. ellos, le compraban el tabaco  y cuando económicamente andaban mal, tres pesetas de “Bisonte”, cinco cigarrillos que se repartían, si la situación era peor, compraban 2 pesetas de “Antillana”, también cinco cigarrillos pero negro y sin filtro. Bueno, pues en esos malos momentos económicos de la pareja, Rosendo, el cerillero les llegó a regalar hasta un paquete de “Chester”.
Ricardo vivía en casa de su hermana que lo había recogido cuando llegó a Madrid para  estudiar,  no tenía más familia, ella estaba casada con un buen hombre que se pasaba la vida trabajando, no tenían hijos y se ocuparon de Ricardo, le dieron casa, estudios y familia. No iban sobrados, tampoco pasaban estrecheces, pero Ricardo era prudente en ese sentido y muchas veces por no pedir dinero hacía algún trabajo esporádico o se pegaba largas caminatas para ahorrar el dinero que le daban para transporte.
Enriqueta no conocía a su madre, había muerto cuando tenía dos años y su hermana mayor, Luisa, cuatro, su padre se había vuelto a casar y las niñas, entonces de 3 y 5, no se llevaban bien con la madrastra ni ella con las niñas.
Para su padre eran dos ángeles, pero era un industrial que trabajaba más de dieciséis horas al día y rara vez veía a sus hijas salvo el domingo.
En aquellos tiempos, Ricardo estaba bastante interesado por todo lo esotérico, no es que fuese un ferviente seguidor, pero había leído mucho sobre el tema y últimamente leía a Lobsang Rampa, hasta entonces Lama y luego al parecer un fraude para vender libros.
A Ricardo le subyugó el tema de los viajes astrales y juntamente con Enriqueta trataban de aprender las técnicas.
 D. Ramón, el padre de Enriqueta, decían que tenía poderes extra sensoriales y se le conocían algunos hechos de predicciones, Ricardo, que trabó amistad con él, había sido testigo en la pequeña fábrica de piezas de automóvil de su propiedad.
Una vez incluso mandó a una operaria a su casa para que se preparase porque le tendrían que operar.
A las 8 horas era internada en un hospital con un ataque de apendicitis.
Una noche, Ricardo en su casa, ya en la cama se dedicó a sus ejercicios de relajación y concentración, intentando poner en práctica los “viajes astrales”, tanto por lo que había leído en algunas publicaciones, difíciles de encontrar en aquellos tiempos en España, así como lo que explicaba Logsam Rampa en su libro “El cordón de plata”
. La fórmula era la siguientes: Acostado encima de la cama, con los pies unidos por el interior, los brazos pegados al cuerpo hasta los codos, los antebrazos sobre el cuerpo hasta unir la punta de todos los dedos de una mano con su par de la otra, inspirar profundamente por la nariz soltando el aire lentamente por la boca intentando vaciar al máximo los pulmones.
Estos ejercicios respiratorios hay que repetirlos durante todo el tiempo, luego, imaginarse que estamos situados en medio de la frente, a la altura del entrecejo, donde está situado el “tercer ojo”.
Mirando hacia abajo, “ver” los dedos de los pies e ir subiendo hacia arriba, notando como las sensaciones van desapareciendo y van desconectando, hasta llegar a la frente, dejando al cuerpo insensible y totalmente desconectando, entonces se produce el despegue y vemos cómo flotamos y el cuerpo se queda inerte encima de la cama, y lo “vemos” entonces nos vamos desplazando por la habitación.
Cuando tenemos una cierta práctica, salimos por el resto de la casa, luego, con la experiencia, saldremos de la casa e iremos recorriendo los alrededores, reconociendo muy bien el camino para poder volver siguiendo el “cordón de plata” que nos une al cuerpo yacente. 
Estaba ya Ricardo “viajando” en dirección a casa a de Enriqueta, con la que había “quedado” en el recorrido para ver si era posible, cuando se dio cuenta de que no podía seguir, que alguna fuerza extraña tiraba desde atrás por el “cordón”, y por más fuerza que hacía, la resistencia era mayor, hasta tal punto que decidió abandonarse y dejarse guiar.
Al fin llegó a un parque, le pareció que pasaba por encima del Estanque del Retiro, pero lo vio en blanco y negro, como en tiempos pasados, luego, después de pasar algunos parterres, entró en una glorieta bordeada por unos bancos antiguos, en uno de ellos había una señora joven, extremadamente delgada, vestida con un camisón, blanco con puntillas en el cuello y en las mangas, su cara era cadavérica y las cuencas de los ojos parecían vacías, con unas grandes ojeras, lo llamó con la mano y le dijo:
Ricardo, ven y siéntate a mi lado.
¿Quién eres? Le preguntó Ricardo.
Me llamo María y soy la madre de Enriqueta, he venido a avisarte, no podéis usar los poderes que tenéis para vuestro provecho, ahora sois jóvenes y no lo comprendéis, de todas formas, los dos unidos podéis ser muy peligrosos, podríais sin querer destruiros, ahora vete y dile a Ramón que tenga cuidado, que ahora su fábrica va bien pero las gentes para las que trabaja se van a hundir y pueden arrastrarlo a él, ahora vete y cuéntaselo a Enriqueta.
Ricardo se dejó arrastrar por el “cordón de plata” y despertó en su cama recordándolo todo perfectamente.
La tarde siguiente, Ricardo fue a recoger a Enriqueta a la Escuela de Magisterio porque tenía clase por la tarde, decidieron ir andando, salieron a Cea Bermúdez y subieron por allí hasta Bravo Murillo, por donde bajaron hasta la glorieta de Iglesias, una vez allí entraron en la cafetería churrería a tomar un café y charlar un rato. Ricardo le contó a Enriqueta lo de la noche anterior, ésta, sorprendida le dijo. ¿Sabes que yo solamente he visto una foto de mi madre?.  Era en el Retiro, ya cuando estaba muy enferma, pero era con un vestido y una rebeca, pero ya estaba muy delgada, se la descubrí a mi padre en la mesa del despacho que tiene en casa, se dejó la llave de los cajones puesta y le estuve revolviendo, luego, cuando vayamos a casa, subes y mientras yo entretengo a Adela, tú le explicas lo que te pasó a mi padre.
Así lo hicieron. Cuando Ricardo le explicó todo al padre de Enriqueta, éste se quedó lívido, abrió un cajón, sacó una foto y se la entregó a Ricardo, la miró y dijo:
Si, es ella, pero vestía un camisón blanco con encajes.
Ese camisón que tú dices, se lo compré un mes antes de morir y le gustó mucho, me hizo prometer que la enterraría con él.
En cuanto al trabajo, es correcto, la cosa no anda nada bien, la fábrica matriz está al borde de la suspensión de pago, si cae, me deben tantos pedidos que me dejarán en la ruina y ellos son los principales clientes, para reconvertirlo todo, hace falta tanto dinero que tememos que sería la ruina no solo para mí sino para muchos del sector, pero te pido por favor que no comentes esto con las niñas ni con  Adela.
Quince días después, D. Ramón se arruinó, mal vendió lo que pudo salvar y con algo de dinero que tenía ahorrado se dedicó a otros negocios y salió adelante.
Enriqueta y Ricardo se fueron dando cuenta de que cada vez se adentraban más y más en un mundo lleno de sensaciones desconocidas, se les hacía muy grande conocer los hechos antes de que ocurrieran, además, cada vez terminaban más agotados por el esfuerzo mental que realizaban.
Acudieron a un jesuita antiguo profesor de Ricardo, el padre Lázaro. Este, gran aficionado y estudioso del tema, les aconsejó que como ya se acercaba el verano y Enriqueta se iba fuera a hacer el Servicio Social, aprovecharan para no verse ni estar en contacto para estudiar qué pasaba.
Al regreso del verano, se encontraron de nuevo, habían pasado todo el verano sin agobios ni premoniciones, de mutuo acuerdo decidieron seguir cada uno por su lado.
Muchos años después, se encontraron por casualidad, hablaron de sus vidas y del pasado, no tuvieron ninguna sensación extraña ni la habían tenido desde que se separaron.
Se despidieron como amigos.
                                                                                   
                                                                                    FIN 

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