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viernes, 18 de marzo de 2016

LAS CUCARACHAS

Con este relato de hoy, me voy a tomar unas largas vacaciones en las que iré publicando algún relato pero no con fecha fija.

Mientras tanto, estoy preparando los libros "Las historias del búho" Tomo II y III 





 CUCARACHAS


Pedro Fuentes

Capítulo   I

La primavera de aquel año había venido adelantada y calurosa, con lo cual todos los insectos eclosionaron antes, así que, cuando la hija de Begoña, Leticia, nieta de la Sra. Pepita, con su marido y los tres hijos, pequeños, la última de meses, fueron a pasar la Semana Santa con la abuela, la  Sra. Pepita, que vivía sola, en un piso de su hija Begoña, no pudieron imaginar con lo que se iban a encontrar.  Llegaron a la casa, un piso grande, bastante moderno y acogedor, de una pequeña ciudad de provincias.

 A aquel piso,  Begoña, no iba normalmente, puesto que tenía un apartamento más céntrico y ella y su marido preferían estar allí.

Su otro hijo el hermano de Begoña  y los nietos por parte de éste, si iban, tenían aquel piso como si fueran a heredarlo, incluso lo llamaban la “casa familiar”.

Cuando aparecían por allí con uno o dos matrimonios  “invitados” dispuestos a pasar las fiestas patronales, alguna vez habían mandado a la abuela a dormir en el apartamento para ellos estar mejor.
Begoña, amante de la familia y dispuesta a pasar por todo, por el sentir familiar y su ánimo de ayuda, callaba y no protestaba.

Eran las diez de la noche cuando Leticia, su marido y sus tres pequeños, llegaron a la casa donde vivía la abuela, dejaron el equipaje en las habitaciones. Los niños dormirían en la habitación de Leticia cuando ere soltera y allí dejaron las cosas de los críos. Esta habitación, amplia, con una cama grande y espacio para la cunita de viaje de la pequeña, daba a una terraza cerrada por la que se podía acceder a la cocina, esta puerta, normalmente cerrada hacia la habitación, tiene una persiana que generalmente está abierta. Cuando la niña pequeña cenó, la llevaron a la habitación para que durmiese y luego cenar todos los demás.

Leticia cambió a la niña, desplegó la camita de viaje y acostó, luego fue a la puerta de la terraza, la cerró y bajó la persiana.

Un grito de horror heló la respiración de los demás habitantes, todos corrieron hacia allí, la niña grande empezó a llorar, la pequeña le siguió porque no comprendía qué pasaba, el niño, de cinco años dijo:

Papá, ¿Qué son?

La persiana era negra, por ella corrían miles de cucarachas, Leticia dijo:

Abuela, ¿No habías visto eso?

 “No, alguna de vez en cuando en la cocina”.

Leticia corrió hacia la cocina, cerró la persiana que daba desde allí a la terraza y se encontró con el mismo panorama, fue hacia su marido y le dijo:

Espérame en el coche con los niños que yo voy a matar todo lo que pueda y nos iremos al apartamento.

La abuela protestó diciendo que no era para tanto y que ella se quedaba.


                                                        Capítulo   II


Begoña y su marido, Alfredo, aparecieron a los cuatro días de la noche de las cucarachas, llegaron dispuestos a acabar con todas, así que compraron ocho o diez esprays mata cucarachas, venenos de todas las clases y  aquí se acabó el problema, pensaron.

Begoña y Alfredo, o Alfredo y Begoña, tanto monta, monta tanto, era una pareja que  en los años sesenta ya se enfrentaron a todo para salir adelante, se llevaron casi todos los palos de la vida, pero ahora, los dos jubilados y acostumbrados a tirar delante del carro, dijeron esta plaga no es una plaga.
Cuando aparecieron en el piso, después de desmontar unos cuantos muebles y ver lo que había, decidieron, decidió Begoña y dijo sentenciando:

Aquí hay que sacar todos los muebles y electrodomésticos y llamar a una empresa de fumigación.
Media hora más tarde ya sabía qué muebles y qué electrodomésticos poner y quien y cuando iban a fumigar.

La madre de Begoña, la Sra. Pepita no paraba de llorar, ¿cómo le iban a tirar los muebles de su vida? ¿Y sus recuerdos?, Una colección de recetas de cocina en fascículos de la revista Ama que tenía en un armario.

Pero eso no fue lo más duro ni ingrato.  Cuando su queridísimo yerno le dijo que después que en tres días no podía entrar en el piso, uno por el peligro de la cantidad de veneno que se había echado, y dos porque no era conveniente que entrara aire fresco que le diera tregua a las cucarachas, la batalla de San Quintín, fue un juego de niños con la que armó.

Llamó a su hijo para decirle que no le dejaban entrar en casa, pero no le dijo de la plaga ni la próxima fumigación.

Leticia, a instancias de su madre, llamó a Antonio, su primo, para explicarle la situación, a lo que contestó el primo que no era posible, puesto que él había estado en la casa hacía una semana y su “abuelita” no le había dicho nada. Es más, había estado con su mujer en el piso y no se creyó lo que decía su prima, porque “la abuelita” no le dijo nada, y no habían visto nada.


Capítulo  III


Una vez tomadas las riendas de la situación, Begoña y Alfredo se decidieron a atacar, lo primero la comunidad y Sanidad, luego una empresa de fumigación y otra de muebles y electrodomésticos, no había duda, había que tirarlo todo, muebles nuevos, electrodomésticos nuevos y antes una, dos, tres, las que hagan falta, fumigar, había que terminar con la plaga, llegaron a encontrar una cucaracha andando por el congelador, tan tranquila y fresquita. 
        
Llegó el equipo de fumigación, hizo un estudio de los animales, quedó en fumigar tres veces, la primera ya, la segunda una vez quitados todos los muebles y electrodomésticos y la tercera antes de poner los nuevos, todo esto no garantizaba la total desaparición.

Después de la primera vez, cuando Begoña empezó a tirar cosas, comidas, bolsas de legumbres etcétera, la Sra. Pepita lloraba y lloraba, se tiró hasta los congelados, mientras tanto, el fumigador dijo que allí no se podía entrar en cinco días, y la abuela decía:

Pues yo vendré esta tarde.

Begoña decidió quitarle las llaves, no se le podía hacer entender que con los venenos le podría dar algún desmayo y caerse, además, si los insectos tenían aire nuevo, el veneno no les haría tanto efecto.
Total, lloros a su hijo porque Begoña no le dejaba entrar en el piso.

No sabemos cómo entró, pero lo hizo.

Después de las tres fumigaciones, el encargado de ellas dijo:

No hemos encontrado a las hembras, son más grandes y cuando se sienten amenazadas sueltan montones de huevos, hay alguna posibilidad de que estén muertas en algún sitio inaccesibles o que haya quedado alguna viva, lo cual quiere decir que habrá que volver a fumigar.

Una vez pasada la última fumigación y pasados los días de rigor, la señora Pepita volvió a su casa, su hija y su marido se fueron de vacaciones y todo volvió a la normalidad.

Después de volver de un crucero, cuando Begoña llamó a su madre, ésta no contestó, un presentimiento le embargó, cogieron el coche y corrieron a la casa en la que vivía se madre.

Alfredo y su mujer abrieron la puerta de piso, era de noche y al encender la luz vieron como media docena de cucarachas gigantescas y miles de cucarachas pequeñas corrían por todos los sitios, entraron en la casa y buscaron a su madre, allí no había nadie, el único rastro fue el bolso de su madre, abierto encima de la cómoda de su habitación.

Salieron corriendo de la casa, preguntaron a los vecinos, nadie la había visto después de los tres  días que volvió a la casa.

Preguntaron a toda la familia, nadie sabía nada, denunciaron su desaparición a la policía, 

Llamaron a los fumigadores, entraron en el piso, ni rastro, esta vez sí pudieron acabar con las grandes hembras, de un tamaño descomunal, pero de la Sra. Pepita no había ni rastro, salvo por el bolso, se diría que no había entrado en la casa.


EPILOGO


Habían pasado tres meses y todo seguía igual, de la Sra. Pepita nunca más se supo, su libreta bancaria y su tarjeta no habían tenido movimiento, nadie supo dar razón de ella.

Alfredo estaba sentado en su sillón preferido en  casa, leyendo, cerró el libro y lo puso encima de la mesita era La Metamorfosis de Kafka, sonrió, dio una bocanada al puro que fumaba, miró al cielo y dijo dejando que el humo saliese de su boca voluptuosamente:

Los caminos del Señor son inescrutables.
               
F I N



viernes, 11 de marzo de 2016

1.500 METROS



1.500 METROS LISOS


Pedro Fuentes


Advertencia: Esta pequeña historia es verídica, los nombres y algunos datos significativos han sido modificados para conservar la privacidad de las personas, el autor declina toda responsabilidad si alguien se pudiese dar por aludido.

Corría el año sesenta y nueve del siglo pasado cuando a la gente joven, sobre todo estudiantes, les entró la fiebre del atletismo, los que tenían la suerte de ser de buena familia y estudiaban carrera universitaria si además estaban afiliados al Sindicato Español Universitario (SEU) podían entrenar en las pistas de la Ciudad Universitaria de Madrid, allí comienza y termina nuestra historia, en la que casi todos sus protagonistas se conocían.

Alfredo era un corredor de medio fondo que no destacaba gran cosa aunque luego, años más tarde algunos se encargaron de decir que era un corredor  de gran porvenir.

Era un chico joven, bastante amigo de las bromas, tenía una alopecia fulminante, pese a su corta edad, acababa de entrar en la universidad,  con dieciocho años, bastante acomplejado de su calvicie, pese a su carácter bromista, lucía una boina que creo no se quitaba ni para ducharse, por lo cual fue rebautizado como “El Boina”. La verdad es que en la pista de atletismo, corriendo y desde la grada no se apreciaba bien si era boina o una medio melena morena.

Se celebraban por aquellas fechas los preparatorios y clasificatorios de aquel año para el campeonato de España y Alfredo, como tantos otros se entrenaba para 1500 y 3000 metros.

En aquellos tiempos el equipamiento deportivo no era nada del otro mundo, Alfredo corría con una camiseta imperio blanca y un pantalón de baño negro, quiero recordar que con una fina tirilla blanca en los laterales. Sus zapatillas Puma de clavos, todo un lujo en aquellos tiempos y su ya conocida boina, chico de poco peso y poca estructura como cualquier corredor de fondo, con el pelo, poco, por detrás algo más largo de lo habitual para aquellos tiempos y la boina más parecía un famélico músico moderno con más cabeza que cuerpo.

Cuando fueron avisados los participantes para una serie de 1.500 metros, entre ellos Alfredo, se dirigieron a la salida, eran tres vueltas y media. El juez de salida mandó a los corredores a sus marcas, entre ellos “El Boina”.

Cada uno ocupó su lugar, se dio el disparo de salida y todos los corredores se apelotonaron, “El Boina” se situó en la segunda calle y de la mitad para  atrás.

La carrera iba bastante igualada y la media vuelta primera y la segunda fueron muy similares, salvo dos corredores un poco adelantados, Alfredo seguía por la calle exterior ligeramente rezagado de su predecesor y emparejado a otro corredor. A las tres vueltas alguien comentó,”El Boina” se ha retirado, en el pelotón no está y otro respondió y en la cabeza menos.

Nadie vio a Alfredo retirarse, no acabó la carrera, “El Boina”  había desaparecido, nadie supo de él hasta que un empleado que recorría las pistas viendo si los clavos de las zapatillas habían causado desperfectos, se encontró con un agujero de unos setenta centímetros de diámetro y más de dos metros de profundidad, de las que salía un lamento que decía “socorro, socorro, por Dios, sacadme de aquí” era Alfredo alias “El Boina”. Se lo había tragado la tierra, se había abierto un socavón y “El Boina” había caído en él sin que nadie se enterase. Ni que decir tiene que no se clasificó.

Según algunos comentarios, dejó el deporte, a otros he oído decir que se dedicó a los cien metros lisos, que como era más corta la carrera, si le pasaba algo se sabría antes.

Al cabo del tiempo me lo encontré un día. Se había dedicado a la política.






FIN


jueves, 3 de marzo de 2016

EL CHOCOLATE





EL CHOCOLATE


Pedro Fuentes

Corrían los años 90, casi ya en el dos mil, cuando un día por la mañana llegó Luis a la oficina y le dijo a Ricardo:

Vamos a tomar café.

Ricardo se levantó y se fueron a la planta donde estaba instalada una cafetera de monedas. cuando se tomaban el café, Luis sacó una pastilla marrón de unos 8 centímetros por 6 y le dijo:

¿Sabes qué es esto?

Sí, una pastilla de chocolate.

¡No!, no es porque la he probado y no sabe a chocolate.

“No, hombre no, del que se fuma, resina de hachís, pregúntale a Juan, él entiende algo de esto, trabaja con chavales y supongo que algo sabe.

Juan, que en sus ratos libres se dedica a montar conciertos para jóvenes, ha comentado que alguna vez ha visto al hijo pequeño de Luis por los conciertos.
 
Está en su despacho, Luis y Ricardo entran en él, Luis saca la pastilla  y le pregunta:

¿Sabes qué es esto?

 Sí, contestó, es resina de hachís, pero está lavada, eso le ha quitado algo de calidad. ¿Dónde la encontraste?

En el bolsillo de una camisa de mi hijo pequeño, la mujer la vio cuando la sacó de la lavadora, pero no puede ser, solamente tiene 14 años.

Si no te lo crees, pregúntale Miguel, ese es un experto, le contestó Juan.

El tal Miguel, joven, de veinte  y tantos años, en sus ratos libres toca la batería en un grupo heavy metal y trabaja de mecánico en la misma empresa.

Fueron hacia él, lo encontraron en el taller, los tres se acercaron y Luis le espetó:

Miguel, ¿Tú sabes qué es esto?

Miguel cogió la pastilla con aire de curiosidad,  la olió, cortó un pequeño trozo, se lo puso en la boca, se lo pasó de un lado al otro como si fuese un enólogo y sentenció:

Es resina de hachís, está lavado con agua fría, es de Marruecos, buena calidad, de la zona de Rissani, 4.000 pesetas la pastilla.


FIN