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domingo, 22 de enero de 2017

EL EJERCITO (Microrrelatos breves)

Otras pequeñas vivencias y anécdotas según llegan a mi memoria, creo que las pequeñas vivencias son la base de toda una vida,

Ahora, vistas desde la lejanía del tiempo te dejan ver el bosque que los árboles no te dejan ver.

Me doy cuenta cuando busco en mis antiguos escritos y recuerdo estas pequeñas vivencias que casi todos mis relatos, los publicados en "Las historias del buho" en la trilogía editada en BUBOK y otros sin publicar, se podrían ir tejiendo y entre líneas saldría un relato de toda una vida.

Y ahora..................

 EL EJERCITO



Me tocó ir al campamento de la mili a Alcalá de Henares, en aquellos tiempos tenías que hacer tres meses de campamento. Alcalá era el C.I.R. nº 2 (Centro de Instrucción de Reclutas).

Fui a la mili porque en aquellos tiempos, ser objetor, te podían costar tres años de cárcel, luego tenías que hacer la mili, si no querías ibas tres años más a presidio. Después no sé qué pasaba.

Cuando aquella mañana, desde las siete que nos presentamos en el “centro de reclutamiento” al fin, al medio día y sin probar bocado, nos pusieron a todos en fila y nos llevaron fuera del recinto, un teniente coronel, creo que era el que tenía el mando, nos hizo parar delante del cuartel y nos dijo cuatro palabras y para terminar el discurso dijo:

Ahora vamos a entrar, según vallamos pasando, mentalmente, dejan colgados en la pared los c….., porque aquí dentro ni los van a tener ni los van a necesitar.

El campamento, pese a todo, no fue del todo mal, estaba acostumbrado a la vida al aire libre y además, físicamente me encontraba fuerte porque siempre había hecho bastante deporte, lo malo, lo peor era la gran pérdida de tiempo, pasábamos más del día sin hacer nada, luego el juego continuo de hacer la guerra y el sentido de la obediencia y respeto a los mandos superiores aunque fuesen escoria, como lo eran muchos, sobre todo los “chusqueros” que se habían metido allí porque no sabían hacer otra cosa, o lo que es lo mismo, nada.

Tuve la suerte de rodearme con gente bastante normal y los ratos de no hacer nada se hacían más cortos, pero eso sí, me acostumbré como tantos otros a beber vino a “palo seco” y a jugar a las cartas, había noches que nos encerrábamos en el cuarto del cabo de la compañía y pasábamos las noches jugando a las cartas y bebiendo whisky.

Los viernes por la tarde, nos daban permiso y marchábamos a Madrid hasta el domingo por la noche.

En aquel tiempo, encontré cerca de mi casa un bar americano, allí conocí a la encargada de las chicas de alterne, hice amistad con ella, Lucía y nos “enrollamos”, aquello duró hasta que terminé la mili.

Cuando terminé el campamento, utilicé el único “enchufe” que he utilizado en esta vida, logré que me reclamasen desde el Ministerio del Ejército al batallón de automóviles, después de un tiempo con varios servicios, me asignaron de conductor con el capitán general dela IV región,  entonces Andalucía, Don Iñigo López de Mendoza, Grande de España y no sé cuantos títulos nobiliarios más.

Yo era su conductor para cuando iba a Madrid, solía ser una semana al mes, esa semana me pasaba la vida en el coche, pero el resto de tiempo podía ir a trabajar a mi empresa, haciendo turnos hasta completar la jornada.


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