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miércoles, 8 de marzo de 2017

ASI DEJE DE FUMAR (2ª parte)

ASI DEJE DE FUMAR 2ª PARTE Comienzo hoy la segunda parte de ......, He llegado a Madrid y  coienza la segunda parte de este relato/memoria, que creo os gustará.



Y ahora..............................







ASÍ DEJÉ DE FUMAR


SEGUNDA PARTE



CAPITULO I


Cuando llegué a Madrid, me costó muchísimo adaptarme, en Madrid no podía estar en la calle, es más, no podía salir solo. No había campo a mi alrededor, encima me matricularon en un colegio que solamente tenía que cruzar la calle y aún así. No podía ir solo, además tenía un acento que en aquellos tiempos, en Madrid no se oía, muchas palabras no se entendían entre el seseo y que no todas las cosas se llamaban igual, en fin, creo que tardé un par de años en empezar a aclimatarme, además las temperaturas de Madrid eran mucho más bajas, yo no sabía lo que era un abrigo hasta que llegué aquí, ademas, ¿Cómo se podía vivir sin mar y sin barcos?

Por aquellos tiempos, empecé a escribir alguna cosilla, me encantaba cuando pedían alguna redacción en el colegio y después la gimnasia, yo era un crío muy fuerte y con la gimnasia me desfogaba.

Enfrente del colegio, se ponía una mujer mayor con una cesta y vendía pipas de girasol, regaliz de palo, anisetes y pequeños caramelos y también cigarrillos sueltos, De vez en cuando le compraba unos Celtas cortos, aquello sabía peor que los palitos de calabaza que mi hermano me había dado a probar.

Me dediqué, cuando veía que mi padre tenía llena la caja de picadura a liarme cigarrillos, me había agenciado una carterita de papel de fumar y guardaba todo como oro en paño,

A los catorce años, siempre que reunía dinero, me compraba Antillana sin filtro, no era gran cosa pero si mejor que los Celtas y eran económicos, si mi presupuesto no llegaba, estaban los Ideales, eran cigarrillos liados pero el papel sin pegar, había que apretarlos y con la lengua humedecías el borde del papel y pegarlo, a aquello lo llamaban, no sé por qué “caldo de gallina”, También había unos paquetes de picadura que llamaban cuarterones que eran malísimos y que había que vigilar porque a veces tenían verdaderas estacas.

De todas formas, yo tenía mucha suerte porque mi padre fumaba mucho y yo era el único hermano que fumaba en serio.

A partir de entonces ya era un fumador empedernido, además, con catorce años, ya andaba un poco más suelto, con el pretexto de que me iba al colegio antes, para estar en el patio jugando al futbol o charlando con los compañeros antes de entrar en clase, l medio día comía de prisa y en lugar de irme al colegio, bajaba por la calle Donoso cortés en lugar de subir y me metía en unos billares que había allí, nadie nos decía nada por fumar, es más todos nos escondíamos allí a fumar y a jugar al futbolín, el viejo que estaba allí para vigilar y dar cambio, estaba siempre con la mosca detrás de la oreja, había unas arandelas que en la ferretería que había más abajo, por dos pesetas te daban un montón y éstas, en los futbolines hacían el efecto de una peseta, teníamos mucho cuidado de no echar muchas arandelas porque el viejo se podía dar cuenta, así que de vez en cuando metíamos una arandela y cambiábamos de futbolín como quien cambiaba de equipo.

En mi casa muchas veces, cuando faltaba alguna cosa como la sal, o el azúcar o cualquier otro producto, yo estaba dispuesto a ir a buscarlo, así, entre las propinas que me daban por ir y lo que lograba sisar, siempre tenía algo de dinero que mantenía en el mayor de los secretos, porque mi hermano siempre me estaba pidiendo.

Total, que aprendí a espabilarme, pero mis compañías no eran de lo mejor.

Con el tiempo, me iba alejando cada vez más de mi casa, hice amistad con algunos compañeros de clase que vivían cerca y me aficioné al cine, en realidad era lo único que podías hacer los días que no tenías colegio o cuando llegaban las vacaciones, de cines andábamos bien sobrados en el barrio, casi todos eran de sección continua, estaba el Pelayo en Fernández de los Río, el California en la calle Andrés Mellado, un poco más arriba el Emperador, también en Fernández de los Ríos, en Guzmán el Bueno, uno el Guzmán el Bueno, más hacia Cea Bermúdez y el otro el cine Iris tocando casi a Alberto Aguilera, éste era un poco chungo, en frente tenía un bar Antonio Molina, el cantante de copla y canción española ahora cuando veo a alguna de sus hijas recuerdo que allí, había entrado alguna vez con mi amigo Javier, recuerdo a dos niñas bastante mal vestidas y a la más pequeña con los mocos colgando y muchas veces descalza. Más arriba, también en Donoso Cortés estaba el cine Apolo y a la misma altura, pero en Joaquín María López estaba el Vallehermoso, un poco antes, en la calle Galileo estaba el cine del mismo nombre que luego hicieron de arte y ensayo, estaba también más abajo, a la altura de Fernando el Católico el Magallanes, un poco más arriba, ya en Quevedo, el cine del mismo nombre, al lado de una sala de fiestas, Las Palmeras, capítulo a parte de este mismo autor.

Estos eran los cines que había más cerca y de sesión continua, había otros, bastante cerca que eran de estreno y por lo tanto más caros, de una sola película y a los que por lo general no íbamos mi amigo Javier y yo, forofos del cine, mi amigo fan de las películas policíacas, de terror y del oeste, a mi me gustaban más las comedias, policíacas y de ciencia ficción.

Unos años más tarde, en verano, me encontré en el cine California con mi compañero de pupitre del colegio, Vicente, en el colegio teníamos una amistad de patio de colegio y horario escolar, pero aquella tarde, cuando salí a fumar en el descanso, él también salió, empezamos a hablar y entre nosotros nació una gran amistad que perdura. Él tenía una pandilla muy maja y muy compenetrados, del colegio de los Escolapios solamente éramos Vicente y yo, que entonces me había convertido en un lobo solitario.

Mi madre siempre tuvo la ilusión de que yo me haría sacerdote y un poco antes de aquellos tiempos, quizás un año, estuve estudiando en el seminario que los Escolapios tenían en Getafe.

No estaba mal, me adapté muy bien a aquella vida y creo que fue una gran base para mi vida posterior, tenía un director espiritual, el padre Román, un gran sacerdote que supo encaminar la vida del grupo que estábamos a su cargo, él fue el primero que supo que en el cine Guzmán el Bueno, en unas vacaciones, conocí a una chica de más o menos mi edad y que ahora no recuerdo cómo se llamaba, y comprendí que me tiraba más una cara bonita que el celibato.

Seguí mi amistad con el padre Román, tuve la mala suerte de que al poco de que a él lo destinaron a Ecuador, yo, por culpa de un fracaso amoroso entré en la primera mayor crisis religiosa de mi vida.






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