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viernes, 27 de abril de 2012

RELATO PALMERO

Hoy es viernes y os voy a contar un relato fruto de mi fantasía pero fundado en la realidad, son varios casos similares los que yo he visto viviendo cerca de la Basílica de las Nieves.
Para evitar que nadie se pueda dar por aludido, quiero publicar una nota para que sirva en el futuro, presente y pasado de este blog.

ADVERTENCIA
Muchas de las historias publicadas son extraídas de la realidad, pero también de la fantasía del autor.
En las reales, los nombres y algunos detalles de los personajes han sido cambiados para evitar que sean reconocidos.
En las que los personajes parecen fantasía, a veces son reales, por lo que también han sido modificados.
Si el lector cree reconocer a algún personaje, se equivoca.
Estas historias no son una autobiografía del autor, pero si hay alguna base de ello en alguna de las historias.
De todas formas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia ¿O no?

En este mundo traidor,
nada es verdad ni es mentira,
todo es según el color
del  cristal con que se mira
                                                                                                            


                                                                                                          (D. Ramón de Campoamor)

Y ahora el relato, pero antes os comento que la próxima semana comienza el primer capítulo de "El Viaje III" Os recomiendo repasar las partes I y II para seguir mejor esta nueva entrega.
BERTILDE Y JUAN RAMON
Pedro Fuentes
Juan Ramón llegó a La Palma en enero de 1.954, estaba destinado a  Los Cancajos, le quedaban dos años de mili, hasta Mayo de 1.956, venía de Fuerteventura, donde había estudiado lo justo para poder entrar a trabajar en una oficina.
En Fuerteventura consiguió entrar en una correduría de seguros, pero cuando empezaba a saber de qué iba la cosa, e incluso tenía una pequeña cartera de clientes, fue llamado a filas y después de un año en Tenerife, lo destinaron a La Palma, a los Cancajos, tenía veintiún años ya cumplidos y pensaba que le habían roto la vida por la mitad. No se le había perdido nada en La Palma y encima no conocía a nadie, además, su familia era gente humilde, su padre tenía trabajo y solo con la ayuda de su hermano lograban llegar a fin de mes, ya que él ahora no ganaba nada y por debajo suyo había dos hermanos más, a los que su padre quería dar por lo menos estudios elementales para que fueran algo más que un peón de obra como era él.
 Así que Juan Ramón tenía que vivir con los cuatro duros que había ahorrado en los seguros para el tiempo de milicia, claro que en el fondo, allí estaría comido y vestido y su único vicio el tabaco.
Llevaba ya allí unos quince días, cuando unos compañeros  lo convencieron para bajar a Santa Cruz aquel domingo por la tarde, así que con su traje militar de paseo, bajaron andando por detrás del puerto por la carretera del campo de fútbol, a la altura de éste, por una carretera estrecha entre la tapia del campo y el mar, oyeron como el Tenisca, club de futbol de la localidad marcaba el segundo gol, si la cosa seguía así, esta semana que entraba iría bien, su sargento era del Tenisca, si de camino, El Mensajero, eterno rival en la categoría, perdía, entonces hasta fumaría gratis la mitad de la semana.
Llegaron a la calle Real, en realidad calle O´Daly sobre las cinco y media y allí empezó el “divertimento” calle Real arriba, hasta la avenida del Puente y calle Real abajo, mirando y sonriendo a las muchachas que cogidas del brazo, y con sus mejores galas paseaban en dirección contraria, de vez en cuando alguna sonrisa era correspondida por las chiquillas, de unos dieciséis a dieciocho años.
A la tercera vuelta, Juan Ramón le sonrió a una moza, de unos diecisiete años que iba acompañada de dos más, se habían cruzado las tres veces y ella, esquiva y altanera miró hacia el otro lado, pero Juan Ramón detectó unos brillos de alegría en los ojos grandes y negros de la muchacha, de cabellos también negros y de piel morena con la clásica belleza canaria.
Acabada aquella vuelta, sabiendo que el Tenisca había ganado y el Mensajero perdido, aprovechando que estaban del lado del Puente, se fueron a una tasca a tomarse unos vinos para celebrarlo.
Dos domingos después, los tres amigos lograron acercarse y hablar con las tres jovencitas entre las que se encontraba Bertilda, Berty para los amigos, la morena de ojos negros que había hecho soñar a Juan Ramón durante quince días.
En aquellos tiempos, en La Palma, no se podía hablar a solas con una mujer y menos vestido de militar, porque al primer día le iban con el alcahueteo a sus padres, así que Bertilda y Juan  Ramón para verse tenían que aprovechar el anonimato del grupo, pero pronto tuvieron suerte, llegaron los carnavales y durante este, la vigilancia y el cotilleo se disipó bastante.
Tuvo Juan Ramón la gran suerte de que la correduría de seguros en la que había trabajado, abrió una oficina en Santa Cruz, le dijeron si quería o podía hacer unas horas allí y éste, después de comentarlo con su sargento, le concedieron un pase pernocta, por lo que quedaba libre de estar en el cuartel si no tenía servicio. El propio sargento le consiguió una casa en la que le alquilaban una habitación.
Pronto entre él y ella se despertó el amor y Berty habló con una tía, hermana de su madre, que tenía pocos años más que ella, para que intercediese ante su hermana, la madre de Berty y dejase que saliesen los dos enamorados con la compañía de Dolores de carabina.
Entre el Ejército, el trabajo, las fiesta y Berty a Juan Ramón se le pasó, la mili volando, seguía enamorado, la madre de ella fue cómplice junto con su hermana de las relaciones de los chicos, el padre de ella algo había oído, pero como eso eran cosas de mujeres.
Estaba pronto a acabar la mili cuando en la correduría de seguros le ofrecieron trabajo fijo, no era gran cosa pero si estaba bien para empezar. Además había ahorrado algo de dinero y hablaba con Bertilde de matrimonio.
Cuando la madre de la niña habló con su marido porque Juan Ramón quería hablar con él, éste dijo rotundo: ¡No! La niña no se casa con un soldado y empleadillo de nada, si la niña quiere casarse, ya le buscaré yo un novio, Matías, mi amigo me ha preguntado si dejaría a su hijo, el abogado, a hablar con ella en serio y yo le he dicho que sí.
Cuando Bertilde se enteró, lloró amargamente y en cuanto vio a Juan Ramón se lo contó. Así que decidieron pasar al ataque, ellos habían pasado un noviazgo de lo más puro, además de la carabina que no los dejaba ni a sol ni a sombra, porque querían llegar puros al matrimonio.
Decidieron la táctica de escaparse juntos, era costumbre entre los jóvenes de la isla escaparse por el barranco de las Maderas y aparecer al día siguiente en la Basílica de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de la isla y a tres  kilómetros.
Dicho y hecho, nada más acabar la mili, el primer viernes salieron  cada uno por su lado con la coartada ella de que iba de paseo con unas amigas y él a ver a un cliente para un seguro.
Habían quedado al oscurecer detrás del barco de la Virgen. Juan Ramón había preparado unos bocadillos y una pequeña manta de viaje. Cuando se encontraron subieron barranco arriba hasta unas cuevas que él sabía, allí pasaron la noche, al amanecer se levantaron y emprendieron el camino hasta Las Nieves.
Cuando la madre de Berty dio la voz de alarma, todo el mundo se puso a investigar, encontraron una nota de la niña que explicaba que se fugaba con Juan Ramón porque lo quería y nada ni nadie podrían contra ese amor.
A la mañana siguiente, en cuanto amaneció, todos se pusieron en marcha hacia la Basílica, el padre quería llevarse una escopeta de cartuchos pero su mujer le dijo que si la llevaba, ella también le abandonaría.
En las Nieves, por la parte de atrás  de la iglesia hay una especie de aparcamiento entre el cementerio y una puerta y una pared de una finca particular, por el otro lado hay  una especie de mirador en el que se ve un kilómetro de la carretera y trescientos metros del barranco. Allí se parapetaron todos los familiares excepto el padre que fue a hablar con D. José, párroco de la Iglesia, quedó con él que después de lo que había pasado que los casaría allí mismo.
D. José protestó porque las cosas había que hacerlas con papeles y el consentimiento de los novios.
Bueno, bueno, eso ya lo arreglaremos, y el consentimiento lo darían porque para eso se habían escapado, dijo D. Antonio con voz de ordeno y mando.
¡¡ Ya vienen!! . ¡¡ Ya vienen!! . Gritó Juanito, el hermano pequeño de Bertilde mientras corría hacia la plaza donde estaban su padre y el cura.
El sacerdote corrió para la iglesia, D. Antonio fue a donde estaban todos a dar las órdenes oportunas y en grupo llegó hasta la cuesta que llegaba a la plaza de delante de la fachada principal de la iglesia. En medio hay una fuente, a donde se dirigieron los furtivos para lavarse la cara y beber agua, empujados por el padre y protegidos por la madre que quería que todo terminase.
Pasaron a la iglesia y allí estaba el padre de Bertilde en el primer banco de pie. Junto al altar el cura y a su lado Pedrito, el monaguillo. Se acercaron al altar y se pusieron de rodillas en unos reclinatorios que para tal fin habían colocado allí.
Dijo D. José: Nos hemos  reunido aquí para ser testigos del sagrado matrimonio que van a contraer ahora Juan Ramón y Bertilda, teniendo posteriormente que regularizar los papeles para que sea legar este matrimonio y antes de nada, tengo que preguntar ¿Hay alguien que sepa de algún impedimento que haga que este sacramento no se pueda celebrar?
En ese mismo momento la madre de Berty le dijo a su marido. Me ha dicho la niña que no ha pasado nada porque quieren llegar puros al matrimonio.
En ese preciso instante D. José guardó el silencio de precepto por si alguien decía algún impedimento. Y en medio del silencio se oyó a D. Antonio que le contestaba a su esposa:
“Me importa un bledo si ha pasado o no ha pasado nada, es por el ¡Honor de la familia!”.
Una semana después, arreglados los papeles, Bertilde y Juan Ramón marcharon de viaje de novios a Fuerteventura a conocer a la familia del esposo.
FIN

                                                                                                                                                                                      

viernes, 20 de abril de 2012

BALADA TRISTE

Bueno, otro viernes, hoy tengo una buena noticia, para los seguidores de Ricardo y su velero "El Solitario" he de decirles que muy pronto comenzaré el relato de su tercera aventura se llama El Viaje III  "Pero ¿Qué he hecho yo? está a punto, supongo que en un par de semanas la publicaré, porque mientras tengo algunos relatos que deseo contaros.

Y ahora:
BALADA TRISTE
Pedro Fuentes

CAPITULO I
Era un otoño con todo su esplendor en parque del Retiro de Madrid, la mañana no era fría, pero sí algo húmeda y había una insinuante neblina, Rodrigo y Carmela estaban sentados en un banco, por entre los árboles de detrás de ellos, ya sin hojas se filtraban unos tímidos rayos de sol que realzaban las pequeñas gotas de agua que contenía el ambiente.
Rodrigo pasó de estar sentado a poner una rodilla en tierra delante de Carmela y cogiéndole la mano derecha le dijo:
Te quiero, Carmela, te he querido desde el primer día que te vi aquella mañana cuando nos cruzamos en la calle Eduardo Dato, desde entonces no he podido dormir sin pensar en ti, Carmela. ¿Quieres casarte conmigo? Y llevándose su mano a  los labios, deposito un tierno beso en ella.
Carmela, mientras se levantaba le dijo:
Si, Rodrigo, yo también te he querido siempre, por ti cambié mi vida y por ti viviré el resto.
Se fundieron en un abrazo y sus labios sellaron aquel momento mientras la cámara retrocedía lentamente y el director gritó: ¡Corten! ¡Fin del rodaje! Mañana a las ocho, en el estudio repetiremos una escena que no me gusta como quedó.
Mientras se dirigían a la roulotte para desmaquillarse y cambiarse Angel (Rodrigo) le dijo a Susana (Carmela):
No me esperes a comer, he quedado con Felipe para leer aquella obra de teatro que me dijo que a lo mejor montábamos.
Bueno, vale, así aprovecharé para ir a ver a Mercedes que creo que va a hacer algo y necesita gente.
Angel y Susana llevaban tres años compartiendo sus vidas y su profesión de actores, las cosas hasta ahora no habían sido nada fáciles, mucho sacrificio, algo de teatro en papeles secundarios, publicidad algún papel de figurante en películas. Esta película que terminando de rodar, “El amor siempre llega” era el primer papel serio de Angel, un actor que ya había cumplido los treinta y dos. Susana había trabajado más, tenía una bonita voz y bailaba muy bien, por lo que había participado en varios musicales. Pedro era más bien de teatro, pero salvo las obras que interpretaba en provincias con compañías semi amateurs. Ahora parecía que la cosa iría mejor.
Cuando ya marchaba, Mateo el director le salió al paso y le dijo:
Angel, quisiera comentarte una cosa que me he dado cuenta, y como te conozco desde hace algún tiempo y te considero amigo, me veo autorizado para decírtelo.
Dispara, comentó Angel.
La última escena ha quedado muy bien, ha convencido y luego, con el decorado, que nos ha favorecido, el travelling final ha sido perfecto, pero, ¿Por qué simulaste el beso en la mano y el final con tu mujer?
Chapó, por eso eres director. Pues mira, la cosa no va muy bien.
Pero ¿Ha pasado algo?
No, en realidad nada, a veces sin querer y sin ningún problema la cosa se enfría y es lo peor que puede pasar, porque si hay una causa siempre se puede arreglar, pero cuando el amor se muere es peor.
Angel se dirigió a Argüelles, a la calle Galileo, a una cafetería en la esquina con Joaquín Mª López, un poco más abajo del cine Galileo. Cuando llegó, como era cliente habitual, el camarero le dijo: Ha estado su amigo Felipe y me ha dado este paquete y dice que no podía quedarse, que le llamará.
Abrió el sobre que le dio Román, el camarero y sacó el guión que había en su interior, era un dramón de dos actos, el autor era un antiguo actor que se había dedicado a escribir alguna cosa entre actuaciones en el teatro, ahora se había metido con esa obra y Felipe la iba a dirigir en un café-teatro, el último invento para intentar resucitar ese teatro que todo el mundo dice que está muerto desde que se comercializó la televisión, era un drama llevado en forma de comedia, un trompetista de prestigio tiene un accidente y se destroza el labio y tiene que intentar rehabilitarse para intentar seguir con su profesión. Angel tenía sus dudas en hacerla, pero, claro, si salía bien, le habían prometido un “Estudio 1” y ese podría ser su lanzamiento definitivo, ya que la audiencia y popularidad que da ese medio era a corto plazo y por ahí podrían venir cosas mejores.
Cuando empezó a leer los folios mecanografiados se encontró con una de esas comedias agridulce de las que Jack Lemmon había hecho en el cine.
Llevaba ya como cosa de una hora leyendo cuando alzó su mirada, para descansar la vista y la mente, en la mesa de enfrente había una jovencita de unos veinte años, que leía un grueso volumen mientras fumaba y tomaba café, en aquel momento también levantó la mirada y coincidió con la de Angel, ambos sonrieron y volvieron a sus quehaceres.
A los pocos minutos, al querer fumar, Angel sacó el mechero y no le encendió, se había quedado sin gasolina. Se levantó y se acercó a Lucía para pedirle fuego, ésta se lo dio pero a la vez se sonrojó, su tez pálida se puso rojo carmín, cogió una caja de cerillas que reposaba encima de un paquete de cigarrillos y se la acercó a Angel, que después de encender el cigarrillo le preguntó: ¿Estudiando?
Si, la Filosofía, esta tarde tengo examen y es un tocho.
¿Estudias por aquí?
Si, en la Normal de Magisterio, en Ríos Rosas.
¿Y tú?
No, yo estaba leyendo un guión que me tendré que aprender, pero solamente lo estaba ojeando, además, no me gusta mucho y lo hago con desgana. Por cierto, me llamo Angel y se supone que  soy actor, ¿Me puedo sentar mientras me fumo el cigarrillo para que luego puedas seguir estudiando?
 Yo Lucía y estoy estudiando Magisterio, si todo va bien, este curso habré acabado y luego haré la oposición. Pero, parece que no estés muy de acuerdo con lo de ser actor.
No lo tengo nada claro. No he hecho otra cosa en mi vida, hoy he terminado de rodar el mejor papel de mi vida, me han dado un guión para una obra de teatro y un posible Estudio 1 de televisión y no sé lo que voy a hacer de mi vida, no me gusta lo que tengo que hacer, este guión es una mierda, encima hoy, cuando terminaba el rodaje me he dado cuenta de que la mujer con la que llevo conviviendo los últimos tres años, no es nada para mí, no he sido capaz ni de rodar con ella la escena de un beso. Nos hemos habituado tanto el uno al otro que ya no somos nada como pareja.
¿Se lo has dicho?
No, todavía no y no sé cómo hacerlo, pero lo haré, no quiero que pierda el tiempo conmigo.
¿También trabaja en el cine?
Si, ella más que yo, canta muy bien y ha hecho varias comedias musicales.
Pero no quiero molestarte más, tienes que estudiar, aunque sea un tocho.
Sí, pero me gustaría seguir hablando contigo.
De acuerdo, pero no hoy, tienes un examen.
Sí, pero salgo a las seis. Si quieres nos vemos aquí a las siete.
De acuerdo, ahora cojo mi maldito guión y me marcho. Diciendo esto, Angel apagó el cigarrillo, recogió sus cosas, pagó las consumiciones y se marchó.
¡Hasta las siete!
¡Adiós!
CAPITULO II
A las siete menos diez estaba Angel sentado en la misma mesa de la mañana y seguía peleándose con el guión, era lo peor de su vida, captaba el personaje, era frío y sabía como hacer creer al público que su personaje era real, tenía la teoría de que no había que meterse a sufrir dentro del personaje, lo suyo, como actor era engañar al público y hacerles ver lo que él quería que viesen, pero memorizar un guión era lo peor que le podía pasar, había tenido verdaderas broncas con los directores, tenía un conocido, actor también que era casi analfabeto, un amigo suyo le leía la obra un par o tres de veces y el primer día de ensayo se la sabía de “P a PA” incluso lo había visto hasta con obras en verso.
A las siete y diez llegó Lucía, traía una cara sonriente se le notaba ligeramente maquillada, su media melena rubia la llevaba recogida en una cola de  caballo.
¡Hola! Dijo Angel mientras se levantaba y le estrechaba la mano, ¿Qué tal el examen?
Bien, estaba inspirada y me salió bien, además, aunque no se note soy una empollona.
¡Qué suerte! Yo dejaría el teatro por no aprenderme los papeles.
A ver, déjame que lea algo, te la leeré en voz alta y me dirás si se te queda mejor.
Angel le alargó los folios, Lucía los miró y leyó el título “Balada triste” ¿De qué va? ¿De ovejas o de música?
De música, pero está escrita como para dormir a las ovejas.
¿Qué papel haces tú?
Gustavo, el trompetista.
A caray, el papel principal. Vamos que eres todo un actor y no uno de reparto, dijo Lucía mientras se le escapó una risita complacida.
A las nueve y media se dieron cuenta de la hora que era y Lucía dijo: ¡Dios! Se me ha hecho tardísimo y se levantó se puso el abrigo y dijo: No me acompañes, si te va bien mañana a las siete aquí mismo; y trae el guión.
CAPITULO III

Dos semanas después seguían viéndose casi cada día, los domingos salían al cine o al teatro y una vez fueron a bailar.
Angel había hablado con Susana, en principio ella soltó alguna lagrimita, pero luego comprendió lo que decía Angel y le dio la razón, en el fondo ella veía lo mismo, decidieron que hasta que alguno de los dos encontrase algo, compartirían el apartamento donde vivían, pero Mercedes, la amiga de Susana vivía con otra amiga compartiendo piso pero se tenía que ir, así que decidieron que cuando se marchase, Susana iría con ella.
Las cosas parecían ir mejor, pero Angel no sabía qué pensar, Lucía era una chica alegre y cariñosa, pero no sabía nada de ella, no dejaba que la acompañase hasta su casa, no tenía ni la certeza de que viviese donde decía ni que fuese  quien decía.
Aquella mañana Felipe, el director le dijo: La semana que viene empezamos a ensayar, te he dado bastante tiempo, ¿Cómo lo llevas?
Bastante bien, pero no todo lo bien que quisiese, el personaje lo tengo, pero el texto me falla.
Mira, no me vengas con esas, te voy a hacer un regalo que no sé si te lo mereces, el jueves es fiesta, de voy a dejar el apartamento que tengo en Peñíscola y las llaves del “600”, en este tiempo aquello está muerto pero no hace el frío que hace en Madrid, ves allí y apréndete el libro, el lunes vienes al ensayo con el papel sabido o te olvidas de la obra y lo que pueda venir detrás.
Cuando al día siguiente se encontró con Lucía, le dijo lo que le había dicho Felipe y Lucía contenta y le dijo: Bien. Me encanta Peñíscola desde que la vi en las películas “Calabuch” y El Cid que las rodaron allí, además no conozco el mar sino en las películas. ¿Me dejas que te acompañe y te ayude a estudiar?
Encantado, pero ¿Qué van a decir tus padres a los que no conozco?
Ya les contaré un rollo. Tú dime que sí y yo arreglo todo.
De acuerdo, pero tengo que venir con el papel aprendido.
CAPITULO IV
Salieron para Peñíscola el miércoles por la tarde. Cuando llegaron ya era noche cerrada, encontraron el apartamento que estaba en la calle José Antonio, en la zona nueva, fuera del recito del catillo y en la playa norte. Casi debajo mismo había una tasca en la que estaban ocho parroquianos jugando a las cartas en dos mesas, en la barra un camarero les preguntó qué querían, les hizo unos bocadillos fríos que era lo único que podía hacer.
Pese al frío, cuando dieron cuenta de los bocadillos, media botella de vino y un par de cafés, se fueron a la playa y pasearon por ella mientras Lucía contaba lo que sentía que era el mar que no conocía.
A la mañana siguiente se levantaron temprano, bajaron a desayunar a un bar, ya que no tenían de nada en el apartamento, luego paseaban por la arena de la playa norte mientras Lucía le iba diciendo los pies para que Angel se aprendiera el libreto.
Así pasaron los cuatro días, subieron al castillo, recorrieron todos los rincones, paseaban por la playa e incluso se descalzaron y dejaron que el mar, helado, mojara sus pies.
Cuando regresaron a Madrid, Angel se sabía el papel, en el primer ensayo Felipe le dijo: Ya sé que hacer para que aprendas un papel, pero no te voy a regalar ni un apartamento ni una Musa.
Entre los ensayos y los exámenes casi no se vio con Lucía Antes del estreno le dio una entrada para ese día y a partir de entonces pasó los peores nervios de su vida.
La noche del estreno, antes de empezar la obra vio a Lucía por el ojo del telón. Luego, cuando empezó la obra, con los nervios y los focos no pudo verla, ya más tranquilo, en el segundo acto la vio y su cara era alegre y feliz.
Cuando terminó la obra, que gustó bastante, vio que Lucía no estaba donde habían quedado.
Al día siguiente la buscó, pero no tenía ni su teléfono, fue a la Escuela de Magisterio, nadie le supo dar razón, por la cafetería no apareció.
Pasó el tiempo, hizo el “Estudio 1”, a partir de entonces su carrera fue meteórica, cuando tenía un día libre, la buscaba, no sabía dónde, luego empezó a ir a Peñíscola, paseaba por la playa descalzo, subía al castillo, nada, no supo de ella. Cuando estrenaba alguna obra, en el último acto la veía entre el público, cuando terminaba la obra la veía aplaudir, pero luego se levantaba y desparecía.
Han pasado cuarenta años, Angel se ha convertido en un monstruo de la escena, solamente hace teatro, su única ilusión es verla al final del último acto, no ha cambiado, sigue aparentando 20 años.
FIN

jueves, 12 de abril de 2012

VIERNES TRECE

Si, ya s éque hoy no es viernes trece, pero mañana estaré de viaje y no podré colgar la historia correspondiente, ese es el motivo, no soy superticioso, pero los que crea que hasta el viernes no es el día de la publicación, pueden cerrar el blog y abrirlo de nuevo mañana, así, como la historia es un poco, solo un poco, macabra, pueden abrirla mañana y les hará más juego con el viernes trece.

La historia, pese a lo macabro de los hechos, la pueden leer los niños acompañados de sus padres, yo la viví teniendo siete años y no me creó ningún trauma (o si).

EL ENTIERRO
(Pedro Fuentes)
CAPITULO I
Hace ya bastantes años, en el pueblo donde vivía, para ir al cementerio, había que pasar por delante de mi casa. Entonces  un entierro era un acontecimiento social. A veces, por los acompañantes, sabías quién se había muerto, otras veías con quién se hablaba o no el muerto, alguna vez vi a la viuda enlutada y llorosa siguiendo al coche fúnebre y al final, medio a escondidas veías a “otra viuda” que confirmaba el “vox pópuli”. Otras te dabas cuenta de que a partir de la tercera o cuarta fila, se contaban chistes, si había sobrinos lejanos, llorando había herencia por medio, en fin, el balcón de mi casa era toda una cátedra de observación y psicología del género humano.
La calle empezaba una pequeña cuesta a partir de mi casa, con lo que teniendo en cuenta que hasta el Camposanto había todavía unos 2.500 metros, era parada obligada para coger aire y poder llegar arriba sin asfixiarse.
En aquellos tiempos, había muy pocos coches, además era costumbre  llevar el féretro en un coche fúnebre más o menos elegante según el poderío económico y aparente de la familia.
Delante iba un sacerdote, todos lo llevaban, hasta los ateos más recalcitrantes, acompañado por un par de monaguillos, a veces más y si era un entierro de postín llevaba tres curas, varios sacristanes y media docena de monaguillos. Inmediatamente detrás iba el coche, a continuación la viuda o el viudo, de estos hay menos normalmente, y luego los familiares, por orden de mayor a menor grado, luego los amigos o amigas y detrás los conocidos, empleados, sirvientes y ya los curiosos y los “amigos de los entierros u otros “familiares no reconocidos”
Yo era entonces un crío, uno de esos críos callados, de mirada lánguida que parecía no fijarse en nada, pero que oía y procesaba todo lo que entraba en su cerebro. Muchas veces, ahora, con mi madre, y mis hermanos mayores, soy yo el que se acuerda de esos pequeños detalle e incluso, a mis años, he reconocido trastadas que quedaron impunes por falta de culpable. Con esto quiero decir lo que ya he dicho, un entierro era un acontecimiento social.
Pero nada tan importante como el entierro que os voy a contar. Yo viví de pequeño la primera parte, la más importante, pero años más tarde, por mi manía de coleccionar historias, para estar más documentado y ceñirme a los hechos, contacté uno de los protagonistas principales y me contó su historia.
Cuando el sacerdote y los dos monaguillos, pararon delante del balcón en el que yo estaba, todo hacía presagiar un entierro normal, el sacerdote, como tenía por costumbre, hacía la paradita para respirar y coger fuerzas para la cuesta, pero aprovechaba el momento para pedirle a los monaguillos el acetre y el hisopo. Con ellos se puso al lado derecho del coche fúnebre, una plataforma con cuatro columnas que sujetaban el techo, que terminaba a cuatro vientos y en el vértice central una especie de jarrón con un penacho negro.
Mojó el hisopo en el acetre del agua bendita y mientras recitaba un responso bendecía el ataúd negro azabache.
Desde la posición que yo estaba pensé que el coche se había calado, porque todo él tembló en el momento que el cura lanzaba agua con el hisopo en todas las direcciones. Para mi gran fantasía, luego, cuando vi el humo en el tubo de escape, pensé: “La caja se ha movido”.
El sacerdote se colocó delante del coche y siguió la marcha, detrás, la viuda, de unos cuarenta y tantos años y de buen ver, acompañada de unas amigas, no tenía más familia, suspiró y sollozó detrás de unas gafas negras y emprendieron la marcha.
Cuando la cuesta empezó a ser más fuerte, lo vi claro, la caja se volvió a mover. Cuando lo dije en voz alta, alguien por detrás me dio un capón de campeonato y me dijo:
 ¡Calla, coño! que no dices sino tonterías.

CAPITULO  II

“Dentro de la caja me desperté, estaba totalmente a oscuras, no recordaba nada, me moví, de pronto oí la voz de alguien que rezaba un responso, guardé silencio para ver si averiguaba algo y comprendí, me había dado un ataque, estaba en la calle, llegando a mi casa, antes de perder el conocimiento vi que varias personas corrían a socorrerme, alguien dijo:
Es Miguel, vive aquí, en el número nueve, avisad a su mujer. Allí perdí el conocimiento.
Ahora me daba cuenta, creen que he muerto y me llevan a enterrar, pero no puede ser, mi mujer y el doctor saben que soy cataléctico, ¡¡Socorro!!! ¡¡¡Socorro!!!, ¡que no estoy muerto! A la vez que gritaba intentaba moverme, saltaba lo que podía, pero el forro y la guata del ataúd amortiguaban los golpes, ¡lloré!, ¡salté!, ¡grité!, ¡empecé a arrancar el forro y la guata!, ¡me rompía las uñas contra la madera!, ¡me faltaba el aire!, ¡me estaba ahogando!, ¡iba a perder el conocimiento y entonces no tendría escapatoria!, ¡intenté con todas mis fuerzas golpear con las rodilla!, noté que aquello se había desplazado, contuve la respiración para coger fuerzas, me concentré y di dos golpes seguidos contra la madera que había a los pies, entonces sí, todo el ataúd se desplazó y fue cogiendo velocidad, noté cómo resbalaba y caía desde una cierta altura golpeando contra el suelo, allí se rompió la caja, lo primero que vi fue la cara de espantado de un niño en el balcón de un primer piso, luego vi gente que corría despavorida, luego me empecé a incorporar y noté que había caído encima de alguien. ¡¡Dios mío!! ¡¡He caído encima de Marisa, mi mujer!!”
Hasta aquí el relato de Miguel.
En el balcón de casa yo increpé al del capón ¡Lo ves! Yo tenía razón.
Mi madre intentaba llevarme para dentro para que no tuviese pesadillas. Yo seguía agarrado a la barandilla del balcón, pese a lo aterrado que estaba no quería perderme detalle, en aquel momento supe que aquella sería una de las historias de mi vida.
Cuando Miguel se levantó intentó ayudar a su mujer, llamó al médico que iba en la comitiva y éste tomándole el pulso a Marisa dijo: Está muy mal, hay que llevarla a la casa de socorro.
Llamaron un coche y y en él subieron  Miguel, ya restablecido. Evaristo, el doctor y en medio colocaron a Marisa.
Ya en la camilla del hospital, Miguel, que no había soltado la mano de su esposa le dijo: Marisa, ¿Por qué no esperaste para enterrarme sabiendo que soy cataléptico?
En un susurro dijo:
Evaristo firmó el acta de defunción porque te hizo pruebas.
En ese momento llegó el cura y le dijo a la moribunda:
Marisa, hija, ¿quieres confesarte?
Si. Padre, pero no quiero que se vaya Miguel, sé que voy a morir y quiero que sepa la verdad. Cuando vimos que Miguel tenía el ataque, Evaristo y yo decidimos deshacernos de él, porque llevamos tres años de amantes y queríamos casarnos.
El sacerdote, haciendo la señal de la cruz dijo: Ego te absorbo in nómine………
Marisa espiró en ese momento.
Después de la confesión de ella Evaristo confesó ante la policía y fue condenado.
Miguel marchó del pueblo y vive feliz y contento, no ha vuelto a tener ataques de catalepsia.
FIN