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jueves, 30 de diciembre de 2021

TRAS LA PARED (Capítulo I)

 

 

LA MUJER DEL CUADRO 

 

Pedro Fuentes 

 

Capítulo I 

 

 

Cuando Rosendo decidió que ya estaba cansado de vivir en la gran ciudad, buscó una casa en un pueblo; quería algo tranquilo, pero no un pueblo muerto, tampoco quería algo que en invierno no existiera y en verano se colapsara con visitantes e hijos del pueblo que conservaban una casa y volvían cada verano; llenándose todo de gentes de la capital, con hijos a los que dejaban solos porque allí no pasaban los coches de la ciudad. A partir de entonces el peligro eran las bicicletas y todos los sonidos de la naturaleza era apagados por el vociferar de los niños.

Después de mucho mirar se encontró con un pequeño pueblecito de unos ciento cincuenta habitantes y que en verano se ponía en unos quinientos, pero como el pueblo de al lado, unos siete kilómetros, estaba lleno de vida, encanto y atracciones turísticas, a Mieles del Peñón, que así se llama el pueblo van pocos turistas. Rosendo, que se dedica a escribir; y según él, se retira para crear su mejor libro, un relato que lleva rondando por su cerebro y que no termina de cuajar porque necesita un sitio tranquilo, al fin lo encontró en Mieles del Peñón, fue a visitar a unos amigos al pueblo de al lado y estos lo llevaron de excursión a comprar miel, el producto más conocido y natural del pequeño pueblo. 

Por casualidad vio un pequeño cartel en un balcón que decía “se vende” y un teléfono de la capital, estaba situada la casa en la pequeña plaza del pueblo, a espaldas de la iglesia. 

Más allá de la plaza, al final de ésta había un pequeño muro que servía de asiento y tras él la montaña y la vista del peñón que daba nombre al pueblo, más arriba una ermita y campo, mucho campo.

La casa, situada entre varias más que había en la plaza, y todas habitadas incluso en invierno fue lo que le impulsó a llamar por teléfono, además de un algo irresistible que le habían contado de aquel pueblecito, varias leyendas salidas de la más remota historia; aquel pueblo fue siempre, según las citadas leyendas, pueblo de brujas famosas en el entorno que le rodeaba, allí se celebraba incluso una fiesta tradicional de varios siglos en la que se procesionaba con calaveras y calabazas imitándolas, con velas en su interior las noches cercanas a la de difuntos, a modo de predecesor del moderno halloween. 

El propietario resultó ser un señor de avanzada edad, recluido en un asilo en la capital, con sus facultades mentales reducidas y cuyo administrador era su hijo, el cual quedó con Rosendo para la semana siguiente. Al entrar de la calle en la casa, lo primero que se encontraba era una especie de recibidor sala de estar, con una gran chimenea en su lado izquierdo, al frente una puerta que conducía a las antiguas cuadras, convertidas en pequeño apartamento con un comedor cocina sala de estar, a la izquierda un cuarto de baño con ducha y a la derecha una habitación doble pero un poco reducida por un gran armario que se apoyaba en la pared central. 

Tanto la sala de estar como la habitación tenían sendas ventanas que daban por la cara posterior de la casa a un pequeño patio que se diría que en sus tiempos fue una pocilga. 

A la derecha del recibidor había una escalera empinada que llevaba al piso superior, al llegar a éste, tras pasar una puerta, había una sala recibidor amueblada con dos sofás y una biblioteca bastante extensa, al lado izquierdo de ésta estaba el cuarto de baño completo, a la derecha una puerta con una habitación doble en la que parecía ser dormitorio de matrimonio. 

Al lado derecho, inmediata a la habitación grande estaba la puerta de la cocina, con todos los servicios a la izquierda y una mesa en el centro. 

Al fondo una puerta franqueaba el paso a una terraza bastante grande, la mitad de la cual estaba como tendedero, la otra mitad cubierta por una uralita, con la pica de lavar. Una barandilla por el lado ancho daba sobre la antigua pocilga de la planta baja. 

Saliendo nuevamente al recibidor, a la izquierda se encontraba otra habitación doble, con una pequeña ventana sobre los antiguos chiqueros. 

A la derecha de la escalera había una habitación sencilla y de reducidas dimensiones. 

En la pared del fondo, dos puertas, la de la izquierda que lleva a un comedor y la derecha a una habitación doble ambas con un pequeño balcón a la plaza. 

En la sala superior, a la altura de la puerta del cuarto de baño, se veía en el techo una trampilla que llevaba a la buhardilla, a la que se subía con la ayuda de una escalera transportable. 

La casa estaba en bastante buenas condiciones y en un principio a Rosendo le agradó, tenía posibilidades para lo que él quería, podría instalar su despacho en la habitación doble de arriba.

La habitación de matrimonio sería su habitación, abriría el comedor porque él no era de comer en la cocina y dejaría las otras dos habitaciones por si legaban invitados.

 El piso inferior lo dejaría por si estuviese más caliente en invierno al tener la chimenea cerca. Cuando estuvo tratando con el dueño, le pareció una persona agradable y con muchas ganas de vender lo antes posible. El precio le pareció correcto, más bien bajo. 

El propietario le comentó que la casa era su herencia el día que su padre muriese. 

El no quería vivir allí y la residencia del padre costaba mucho dinero, por lo que se veía obligado a vender la casa. 

El anciano había vivido en el pueblo, en la casa con su mujer y su hijo, que se dedicaba al cultivo de las tierras, hacía ya 25 años que el padre enviudó, y a partir de entonces se le fue un poco la cabeza, luego, cuando la mujer del hijo, quince años más joven que él, y de buen ver, desapareció, según dicen las malas lenguas, se marchó con un francés que había veraneado en el pueblo desde que ambos eran unos críos. Matías, el marido abandonado, se volvió taciturno y aprovechando que un amigo suyo, también del pueblo, le dio trabajo de guarda de noche en una fábrica que tenía en la capital, dejó a su padre solo en el pueblo y marchó. 

El abuelo seguía su vida, era un poco raro, pero en el pueblo todo el mundo le trataba con consideración, una vecina le iba a hacer la limpieza de la casa y él, con un poco de huerta que cultivaba y parte de la cosecha que le correspondía por los terrenos que había cedido para su cultivo a otro vecino decía: 

Yo, mientras tenga para tabaco, unos “chaticos” de vino y unas almendras, ya tengo bastante. 

Pronto llegó Rosendo a un buen trato con Matías y fueron al notario para cerrar el trato. Matías era el administrador de su padre desde que éste empezó a perder sus facultades mentales y fue recluido en un asilo.

viernes, 17 de diciembre de 2021

BALADA TRISTE (Capítulo IV)

  

Balada triste

 

Pedro Fuentes 

 

Capítulo IV 

 

 

Salieron para Peñíscola el miércoles por la tarde. 

Cuando llegaron ya era noche cerrada, encontraron el apartamento que estaba en la calle José Antonio, en la zona nueva, fuera del recinto del castillo y en la playa norte. 

Casi debajo mismo había una tasca en la que estaban ocho parroquianos jugando a las cartas en dos mesas, en la barra un camarero les preguntó qué querían, les sirvió unos bocadillos fríos que era lo único que podía hacer. 

Pese al frío, cuando dieron cuenta de los bocadillos, media botella de vino y un par de cafés, se fueron a la playa y pasearon por ella mientras Lucía contaba lo que sentía que era el mar que no conocía. 

A la mañana siguiente se levantaron temprano, bajaron a desayunar a un bar, ya que no tenían de nada en el apartamento, luego paseaban por la arena de la playa norte mientras Lucía le iba diciendo los pies para que Angel se aprendiera el libreto. 

Así pasaron los cuatro días, subieron al castillo, recorrieron todos los rincones, paseaban por la playa e incluso se descalzaron y dejaron que el mar, helado, mojara sus pies. 

 Cuando regresaron a Madrid, Angel se sabía el papel. 

En el primer ensayo Felipe le dijo: 

Ya sé que hacer para que aprendas un papel, pero no te voy a regalar ni un apartamento ni una Musa.

 Entre los ensayos y los exámenes casi no se vio con Lucía. 

Antes del estreno le dio una entrada para ese día y a partir de entonces pasó los peores nervios de su vida. 

La noche del estreno, antes de empezar la obra vio a Lucía por el ojo del telón. 

Luego, cuando empezó la obra, con los nervios y los focos no pudo verla, ya más tranquilo, en el segundo acto la vio y su cara era alegre y feliz. 

Cuando terminó la obra, que gustó bastante, vio que Lucía no estaba donde habían quedado. 

Al día siguiente la buscó, pero no tenía ni su teléfono, fue a la Escuela de Magisterio, nadie le supo dar razón, por la cafetería no apareció. 

Pasó el tiempo, hizo el “Estudio 1”, a partir de entonces su carrera fue meteórica, cuando tenía un día libre, la buscaba, no sabía dónde, luego empezó a ir a Peñíscola, paseaba por la playa descalzo, subía al castillo, nada, no supo de ella. 

Cuando estrenaba alguna obra, en el último acto la veía entre el público, cuando terminaba la obra la veía aplaudir, pero luego se levantaba y desparecía.

 Han pasado cuarenta años, Angel se ha convertido en un monstruo de la escena, solamente hace teatro, su única ilusión es verla al final del último acto, no ha cambiado, sigue aparentando 20 años. 

 

FIN

domingo, 12 de diciembre de 2021

BALADA TRISTE (Capítulo III)



Balada  triste


Pedro  Fuentes 


                                                                        Capítulo  III


Dos semanas después seguían viéndose casi cada día, los domingos salían al cine o al teatro y una vez fueron a bailar.

Angel había hablado con Susana, en principio ella soltó alguna lagrimita, pero luego comprendió lo que decía Angel y le dio la razón, en el fondo ella veía lo mismo, decidieron que hasta que alguno de los dos encontrase algo, compartirían el apartamento donde vivían.

Mercedes, la amiga de Susana vivía con otra amiga compartiendo piso pero se tenía que ir, así que decidieron que cuando se marchase, Susana iría con ella.

Las cosas parecían ir mejor, pero Angel no sabía qué pensar, Lucía era una chica alegre y cariñosa, pero no sabía nada de ella, no dejaba que la acompañase hasta su casa, no tenía ni la certeza de que viviese donde decía ni que fuese quien decía.

Aquella mañana Felipe, el director le dijo:

La semana que viene empezamos a ensayar, te he dado bastante tiempo, ¿Cómo lo llevas?

Bastante bien, pero no todo lo bien que quisiese, el personaje lo tengo, pero el texto me falla.

Mira, no me vengas con esas.

Te voy a hacer un regalo que no sé si te lo mereces, el jueves es fiesta, te voy a dejar el apartamento que tengo en Peñíscola y las llaves del “600”, en este tiempo aquello está muerto pero no hace el frío que hace en Madrid, ves allí y apréndete el libro, el lunes vienes al ensayo con el papel sabido o te olvidas de la obra y lo que pueda venir detrás.

Cuando al día siguiente se encontró con Lucía, le dijo lo que le había dicho Felipe y Lucía contenta y le dijo:

Bien. Me encanta Peñíscola desde que la vi en las películas “Calabuch” y “El Cid” que las rodaron allí, además no conozco el mar sino en las películas. ¿Me dejas que te acompañe y te ayude a estudiar?

Encantado, pero ¿Qué van a decir tus padres a los que no conozco?

Ya les contaré un rollo. Tú dime que sí y yo arreglo todo.

De acuerdo, pero tengo que venir con el papel aprendido.


jueves, 2 de diciembre de 2021

BALADA TRISTE (Capítulo II)



Nota del autor: 

Las próximas dos semanas no se publicará este blog. 



Balada  triste

Pedro  Fuentes  

CAPITULO II



A las siete menos diez estaba Angel sentado en la misma mesa de la mañana y seguía peleándose con el guión, era lo peor de su vida, captaba el personaje, era frío y sabía como hacer creer al público que su personaje era real, tenía la teoría de que no había que meterse a sufrir dentro del personaje, lo suyo, como actor era engañar al público y hacerles ver lo que él quería que viesen, pero memorizar un guión era lo peor que le podía pasar, había tenido verdaderas broncas con los directores, tenía un conocido, actor también, que era casi analfabeto, un amigo suyo le leía la obra un par o tres de veces y el primer día de ensayo se la sabía de “P a PA” incluso lo había visto hasta con obras en verso.

A las siete y diez llegó Lucía, traía una cara sonriente se le notaba ligeramente maquillada, su media melena rubia la llevaba recogida en una cola de caballo.

¡Hola! Dijo Angel mientras se levantaba y le estrechaba la mano, ¿Qué tal el examen?

Bien, estaba inspirada y me salió bien, además, aunque no se note soy una empollona.

¡Qué suerte! Yo dejaría el teatro por no aprenderme los papeles.

A ver, déjame que lea algo, te la leeré en voz alta y me dirás si se te queda mejor.

Angel le alargó los folios, Lucía los miró y leyó el título “Balada triste” ¿De qué va? ¿De ovejas o de música?

De música, pero está escrita como para dormir a las ovejas.

¿Qué papel haces tú?

Gustavo, el trompetista.

A caray, el papel principal. Vamos que eres todo un actor y no uno de reparto, dijo Lucía mientras se le escapó una risita complacida.

A las nueve y media se dieron cuenta de la hora que era y Lucía dijo: ¡Dios! Se me ha hecho tardísimo y se levantó se puso el abrigo y dijo:

No me acompañes, si te va bien mañana a las siete aquí mismo; y trae el guión.



jueves, 25 de noviembre de 2021

BALADA TRISTE (Capítulo I)




BALADA  TRISTE

Pedro  Fuentes


Capítulo  I


Era un otoño con todo su esplendor en parque del Retiro de Madrid, la mañana no era fría, pero sí algo húmeda y había una insinuante neblina, Rodrigo y Carmela estaban sentados en un banco, por entre los árboles de detrás de ellos, ya sin hojas se filtraban unos tímidos rayos de sol que realzaban las pequeñas gotas de agua que contenía el ambiente.

Rodrigo pasó de estar sentado a poner una rodilla en tierra delante de Carmela y cogiéndole la mano derecha le dijo:

Te quiero, Carmela, te he querido desde el primer día que te vi aquella mañana cuando nos cruzamos en la calle Eduardo Dato, desde entonces no he podido dormir sin pensar en ti, Carmela. ¿Quieres casarte conmigo? Y llevándose su mano a los labios, deposito un tierno beso en ella.

Carmela, mientras se levantaba le dijo:

Si, Rodrigo, yo también te he querido siempre, por ti cambié mi vida y por ti viviré el resto.

Se fundieron en un abrazo y sus labios sellaron aquel momento mientras la cámara retrocedía lentamente y el director gritó: ¡Corten! ¡Fin del rodaje! Mañana a las ocho, en el estudio repetiremos una escena que no me gusta como quedó.

Mientras se dirigían a la roulotte para desmaquillarse y cambiarse Angel (Rodrigo) le dijo a Susana (Carmela):

No me esperes a comer, he quedado con Felipe para leer aquella obra de teatro que me dijo que a lo mejor montábamos.

Bueno, vale, así aprovecharé para ir a ver a Mercedes que creo que va a hacer algo y necesita gente.

Angel y Susana llevaban tres años compartiendo sus vidas y su profesión de actores, las cosas hasta ahora no habían sido nada fáciles, mucho sacrificio, algo de teatro en papeles secundarios, publicidad algún papel de figurante en películas.

Esta película que terminando de rodar, “El amor siempre llega” era el primer papel serio de Angel, un actor que ya había cumplido los treinta y dos. Susana había trabajado más, tenía una bonita voz y bailaba muy bien, por lo que había participado en varios musicales. Angel era más bien de teatro, pero salvo las obras que interpretaba en provincias con compañías semi amateurs poca cosa más hacia. Ahora parecía que la cosa iría mejor.

Cuando ya marchaba, Mateo el director le salió al paso y le dijo:

Angel, quisiera comentarte una cosa que me he dado cuenta, y como te conozco desde hace algún tiempo y te considero amigo, me veo autorizado para decírtelo.

Dispara, comentó Angel.

La última escena ha quedado muy bien, ha convencido y luego, con el decorado, que nos ha favorecido, el travelling final ha sido perfecto, pero, ¿Por qué simulaste el beso en la mano y el final con tu mujer?

Chapó, por eso eres director. Pues mira, la cosa no va muy bien.

Pero ¿Ha pasado algo?

No, en realidad nada, a veces sin querer y sin ningún problema la cosa se enfría y es lo peor que puede pasar, porque si hay una causa siempre se puede arreglar, pero cuando el amor se muere es peor.

Angel se dirigió a Argüelles, a la calle Galileo, a una cafetería en la esquina con Joaquín Mª López, un poco más abajo del cine Galileo, entonces de “Arte y Ensayo”.

Cuando llegó, como era cliente habitual, el camarero le dijo:

Ha estado su amigo Felipe y me ha dado este paquete y dice que no podía quedarse, que le llamará.

Abrió el sobre que le dio Román, el camarero y sacó el guión que había en su interior, era un dramón de dos actos, el autor era un antiguo actor que se había dedicado a escribir alguna cosa entre actuaciones en el teatro, ahora se había metido con esa obra y Felipe la iba a dirigir en un café-teatro, el último invento para intentar resucitar ese teatro que todo el mundo dice que está muerto desde que se comercializó la televisión, era un drama llevado en forma de comedia, un trompetista de prestigio tiene un accidente y se destroza el labio y tiene que intentar rehabilitarse para intentar seguir con su profesión.

Angel tenía sus dudas en hacerla, pero, claro, si salía bien, le habían prometido un “Estudio 1” y ese podría ser su lanzamiento definitivo, ya que la audiencia y popularidad que da ese medio era a corto plazo y por ahí podrían venir cosas mejores.

Cuando empezó a leer los folios mecanografiados se encontró con una de esas comedias agridulce de las que Jack Lemmon había hecho en el cine.

Llevaba ya como cosa de una hora leyendo cuando alzó su mirada, para descansar la vista y la mente, en la mesa de enfrente había una jovencita de unos veinte años, que leía un grueso volumen mientras fumaba y tomaba café, en aquel momento también levantó la mirada y coincidió con la de Angel, ambos sonrieron y volvieron a sus quehaceres.

A los pocos minutos, al querer fumar, Angel sacó el mechero y no le encendió, se había quedado sin gasolina.

Se levantó y se acercó a Lucía para pedirle fuego, ésta se lo dio pero a la vez se sonrojó, su tez pálida se puso rojo carmín, cogió una caja de cerillas que reposaba encima de un paquete de cigarrillos y se la acercó a Angel, que después de encender el cigarrillo le preguntó:

¿Estudiando?

Si, la Filosofía, esta tarde tengo examen y es un tocho.

¿Estudias por aquí?

Si, en la Normal de Magisterio, en Ríos Rosas.

¿Y tú?

No, yo estaba leyendo un guión que me tendré que aprender, pero solamente lo estaba ojeando, además, no me gusta mucho y lo hago con desgana.

Por cierto, me llamo Angel y se supone que soy actor, ¿Me puedo sentar mientras me fumo el cigarrillo para que luego puedas seguir estudiando?

Yo Lucía y estoy estudiando Magisterio, si todo va bien, este curso habré acabado y luego haré la oposición. Pero, parece que no estés muy de acuerdo con lo de ser actor.

No lo tengo nada claro.

No he hecho otra cosa en mi vida, hoy he terminado de rodar el mejor papel de mi vida, me han dado un guión para una obra de teatro y un posible Estudio 1 de televisión y no sé lo que voy a hacer de mi vida, no me gusta lo que tengo que hacer, este guión es una mierda, encima hoy, cuando terminaba el rodaje me he dado cuenta de que la mujer con la que llevo conviviendo los últimos tres años, no es nada para mí, no he sido capaz ni de rodar con ella la escena de un beso.

Nos hemos habituado tanto el uno al otro que ya no somos nada como pareja.

¿Se lo has dicho?

No, todavía no y no sé cómo hacerlo, pero lo haré, no quiero que pierda el tiempo conmigo.

¿También trabaja en el cine?

Si, ella más que yo, canta muy bien y ha hecho varias comedias musicales.

Pero no quiero molestarte más, tienes que estudiar, aunque sea un tocho.

Sí, pero me gustaría seguir hablando contigo.

De acuerdo, pero no hoy, tienes un examen.

Sí, pero salgo a las seis. Si quieres nos vemos aquí a las siete.

De acuerdo, ahora cojo mi maldito guión y me marcho.

Diciendo esto, Angel apagó el cigarrillo, recogió sus cosas, pagó las consumiciones y se marchó.

¡Hasta las siete!

¡Adiós!



 

jueves, 18 de noviembre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo VIII)

 


La  Barbería


Pedro  Fuentes



Capítulo VIII



Sonó el despertador a las seis de la madrugada, suerte que los días ya empezaban a alargar y ya estaba amaneciendo. Me duché rápidamente, me afeité, preparé cuatro cosas y el neceser en una bolsa de viaje. De pronto me acordé de que no había reservado el hotel, así que esperé a que fuesen las siete menos cuarto y llamé, el guardia de noche todavía no había abandonado recepción, me dijo que no había problema en aquellas fechas y me reservó tres habitaciones contiguas. A las siete menos cinco bajé a la calle con mi bolsa, a las siete menos tres minuto subió por Joaquín María López entrando en Gaztambide un Seat 1500 color crema que parecía recién pintado por el brillo, lo conducía Alfredo, en el asiento de atrás iba Paloma tocada con un sombrero oscuro.

Alfredo me indicó que dejase la bolsa en el maletero y que me sentase a su lado.

Nos pusimos en marcha y lo primero que le dije fue que no había podido ponerme en contacto con Rosario, así que si parábamos a repostar o descansar procuraría llamarle de nuevo en horario escolar, ya que estaba un poco preocupado por que era su costumbre coger ella el teléfono.

Paloma dormitaba en el asiento trasero y Alfredo era un conductor experimentado, mantenía una velocidad constante y se notaba lo cuidado del coche, yo había llevado uno igual durante mi tiempo de mili y sabía de qué hablaba.

Ayer me puse en contacto con mi amigo el policía y de dijo que tenía un compañero de promoción que nos ayudaría, que cuando llegásemos le llamase para darnos los datos. También le comenté que por un descuido no había llamado al hotel pero que lo había hecho esa misma mañana y ya estaban las tres habitaciones reservadas.

El viaje transcurrió sin incidencias, llegamos al temido Despeñaperros y paramos a mitad del recorrido, donde era habitual hacerlo, repostamos y fuimos a tomar algo y descansar un rato.

Aproveché la parada para llamar a Rosario, nadie me contestó, lo intenté varias veces pero no obtuve respuesta ninguna de las veces, pensé que quizás estuviese en el patio o hubiese ido a comprar, pero eso era solamente un pobre consuelo, empezaba a preocuparme.

Cuando lo comenté con Alfredo y Paloma, también se preocuparon, así que abusando de mi amistad llamé al policía, éste me dijo que ya estaba casi todo arreglado, que no habría problemas, entonces le dije lo de Rosario y si podían enviar a alguien hasta la casa. Me contestó que haría lo posible pero no me aseguraba nada, que seguramente estaría comprando o algo así.

Al fin llegamos, Fuimos al hotel e inmediatamente marchamos a casa de Miguel, para no despertar sospechas, quedamos en que fuesen Alfredo y Paloma como si estuviesen de viaje y quisiesen saludar a Rosario.

Llegaron a la casa y nadie les abrió, entonces llamaron a las casa de los lados y en una les dijeron que no sabían nada, en la otra una señora de unos setenta y tantos años les dijo que la hermana del señorito Miguel estaba con gripe y ella había ido a cuidarla a ella y a los niños.

Ya más tranquilos nos fuimos a la casa de Paquita.

Cuando llamaron y ella misma abrió la puerta, por unos momentos, luego se fundieron en un abrazo de risas y lágrimas. Yo veía la escena desde la esquina de la acera de enfrente.

Volvimos al hotel y quedamos que Rosario pasase por allí después de comer, ya que Paquita estaba mejor, así que cuando los niños marchasen al colegio ella vendría.

Llamé a mi amigo el policía y me dijo que fuese a la comisaría que hablarían del asunto.

Así lo hice, quedamos en que al día siguiente todos seríamos citados y abriríamos la barbería.

Al día siguiente, a las diez y media estábamos esperando delante de la barbería todos, Miguel,, Paquita, Rosario, dos policías uno de ellos el amigo de mi amigo y yo, esperábamos al enviado del juzgado. En la acera de enfrente se había reunido un montón de personas expectantes, entre ellos pude reconocer al dueño del bar de enfrente y a los vecinos a los que yo había entrevistado.

Apareció el juez, su secretario y un cerrajero, le preguntó a los presentes si alguien tenía las llaves, al no responder afirmativamente nadie, dio las órdenes oportunas y el cerrajero procedió a la apertura de la cancela metálica y luego a la puerta de cristal, cosa que le costó más, se retiraron montones de hojas, papeles y porquerías que se acumularon durante casi diez años, fecha en la que se había abierto la puerta.

¿Alguien ha tenido las llaves alguna vez? Dijo el juez.

Miguel dijo:

Yo las tuve, pero hace diez años, cuando me fui a mi casa las dejé en casa de mi tío.

¿Quién vive allí ahora?

Yo, dijo Paquita, allí hay un cajón lleno de llaves pero la mayoría no tienen etiqueta y no sé ni de donde son.

Una vez dentro, todos hicieron un semi círculo pegados a la pared, enfrente de los espejos de la barbería. En las estanterías estaba las botellas de lociones, en el mostrador reposaban las máquinas de cortar el pelo y las navajas del afeitado, en un rincón, al fono había seis asientos unidos unos a los otros y en medio unas revistas y un ABC de 18 de Abril de 1954.

Frente al semicírculo nos encontrábamos el juez, el secretario y un policía, el otro policía se encontraba franqueando la puerta de entrada.

El juez le dio la palabra al subinspector y este me la cedió a mí.

Hice un sucinto relato de los hechos y los que me habían llevado allí y dije a boca de jarro:

Usted, y señalé a Miguel, el día dieciocho de abril de 1954, a última hora vino a la barbería con el pretexto de que su tío le afeitase, así que después de cerrar se sentó en ese sillón y su tío le empezó a afeitar, cuando se volvió para preparar el jabón, le clavó un cuchillo en la espalda.

Llevaba unos días planeándolo, se había enterado de varios asuntos, el primero que su tío era el hermano por parte de padre de Rosario, aquí presente, por lo cual no iba a heredar nada, además su tío llevaba una doble vida en Madrid, tenía relaciones con otro hombre y quería dejarlo todo y marcharse con él, cosa que usted no comprendía y que era una mancha para su honor.

Eso tendrán que demostrarlo, dijo Miguel.

Alfredo se aclaró la vos y sacó unos papeles de un porta folios y dijo: Yo soy ese hombre de Madrid, aquí tengo los papeles del padre de Rafael que demuestran que Rosario era su hija, además me dejó un documento que eran sus últimas voluntades por si le pasaba algo. Todo quedó en el olvido cuando desapareció, la primera que dijo de ocultarlos fue Rosario que no quería formar un escándalo, eran otros tiempos y estas cosas no se veían con el mismo prisma que ahora.

Sin cadáver no hay asesinato, además, todavía no han demostrado nada. Dijo Miguel.

Usted, una vez su tío muerto, lo troceó, no le importó nada la sangre, lo tenía previsto, si había preparado la coartada de que su tío, en un descuido, afeitando a un viajero anónimo, le había cortado la yugular, como ya he dicho, una vez troceado, aquella noche hizo un agujero aquí mismo, debajo de ese sillón en el que usted fue el último cliente, ahí enterró las partes no reconocibles de su tío, piernas, brazos y tronco, la cabeza, los pies y las manos se las llevó en un saco de esparto y las enterró en la finca que su familiar tenía a las afueras. Entre otras cosas, usted no se dio cuenta de que su tío fue herido en el tórax durante la guerra y eso nos dará la prueba, el resto, lo metió en la fosa hecha debajo del sillón, e incluso tuvo la macabra idea de cortarle una oreja para dar más realismo al afeitado y la dejó en la papelera de al lado como si se hubiese perdido. Metió los restos es otro saco y los roció de ácido, luego lo tapó y puso el sillón encima, luego se fue a su casa y a los dos días fue a la policía alarmado por la desaparición de Rafael.

Usted y su hermana, cómplice sin saberlo, propagaron el bulo de que había desaparecido y que estaba escondido en casa de un amigo. Cuando la policía hizo todas las pesquisas, en lugar de quitar la sangre con un buen fregado, para corroborar la leyenda, la “limpió” con ácido, con lo cual creó esta mancha que parece de sangre y que no desaparece. Con lo cual nadie quiere comprar el local ni usted vender.

El juez hizo una señal al policía de la puerta y éste hizo entrar una brigada de tres albañiles que empezaron a escava, después de retirar el sillón, a metro y medio bajo tierra encontraron el saco y dentro unos huesos carcomidos por el ácido.

Miguel fue detenido, Rosario y sus amigos se abrazaron y emprendieron una nueva vida, Rosario heredó a su hermano y le cedió la casa a Paquita en usufructo de por vida.

Alfredo, su hermana Paloma, Rosario y yo, volvimos en el 1500 a Madrid, ahora, en el asiento de detrás iban las dos señoras.

Cuando están en Madrid los visito bastante a menudo, si voy a Andalucía y están allí nos vemos también.



FIN

domingo, 14 de noviembre de 2021

BALADA TRISTE (Capítulo IV)


 Balada  triste


Pedro  Fuentes


Capítulo  IV

Salieron para Peñíscola el miércoles por la tarde. Cuando llegaron ya era noche cerrada, encontraron el apartamento que estaba en la calle José Antonio, en la zona nueva, fuera del recinto del catillo y en la playa norte.

Casi debajo mismo había una tasca en la que estaban ocho parroquianos jugando a las cartas en dos mesas, en la barra un camarero les preguntó qué querían, les hizo unos bocadillos fríos que era lo único que podía hacer.

Pese al frío, cuando dieron cuenta de los bocadillos, media botella de vino y un par de cafés, se fueron a la playa y pasearon por ella mientras Lucía contaba lo que sentía que era el mar que no conocía.

A la mañana siguiente se levantaron temprano, bajaron a desayunar a un bar, ya que no tenían de nada en el apartamento, luego paseaban por la arena de la playa norte mientras Lucía le iba diciendo los pies para que Angel se aprendiera el libreto.

Así pasaron los cuatro días, subieron al castillo, recorrieron todos los rincones, paseaban por la playa e incluso se descalzaron y dejaron que el mar, helado, mojara sus pies.

Cuando regresaron a Madrid, Angel se sabía el papel.

En el primer ensayo Felipe le dijo:

Ya sé que hacer para que aprendas un papel, pero no te voy a regalar ni un apartamento ni una Musa.

Entre los ensayos y los exámenes casi no se vio con Lucía. Antes del estreno le dio una entrada para ese día y a partir de entonces pasó los peores nervios de su vida.

La noche del estreno, antes de empezar la obra vio a Lucía por el ojo del telón.

Luego, cuando empezó la obra, con los nervios y los focos no pudo verla, ya más tranquilo, en el segundo acto la vio y su cara era alegre y feliz.

Cuando terminó la obra, que gustó bastante, vio que Lucía no estaba donde habían quedado.

Al día siguiente la buscó, pero no tenía ni su teléfono, fue a la Escuela de Magisterio, nadie le supo dar razón, por la cafetería no apareció.

Pasó el tiempo, hizo el “Estudio 1”, a partir de entonces su carrera fue meteórica, cuando tenía un día libre, la buscaba, no sabía dónde, luego empezó a ir a Peñíscola, paseaba por la playa descalzo, subía al castillo, nada, no supo de ella. Cuando estrenaba alguna obra, en el último acto la veía entre el público, cuando terminaba la obra la veía aplaudir, pero luego se levantaba y desparecía.

Han pasado cuarenta años, Angel se ha convertido en un monstruo de la escena, solamente hace teatro, su única ilusión es verla al final del último acto, no ha cambiado, sigue aparentando 20 años.



FIN

miércoles, 10 de noviembre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo VII)

 


La  Barbería


Pedro  Fuentes


Capítulo VII


Don Alfredo se quitó las gafas que llevaba, cogió la copa y tomó un trago, luego dijo:

Sí, no ha descubierto nada, estamos seguros de que fue asesinado pero no sabemos dónde pueden estar sus restos, Rafael no se habría marchado sin mí, yo era su amor, si, no se equivoca, Rafael y yo éramos pareja desde el primer día que nos conocimos en el cuartel de Guardias de Asalto.

Entonces……., dije mientras pensaba lo que iba a decir, entonces, si Rosario no era el gran amor de Rafael, era……. La hermana por parte de padre de Rafael. ¿Ustedes los sabían?

Si, también lo sabíamos, pero lo manteníamos en secreto, en aquellos tiempos estas historias de amor se mantenían en secreto, primero con la República, luego con la Guerra Civil y después con la dictadura había que silenciar muchas cosas por miedo a chantajes y represalias.

El cuerpo de Rafael desapareció y nadie sabe dónde está. Esa sería la primera cuestión a descubrir y usted no creo que sepa nada.

Sí, lo sé, o más bien lo sospecho, ¿Estarían ustedes dispuestos a venir a Andalucía conmigo? Tengo amistad con un policía aquí en Madrid que nos puede poner en contacto con compañeros suyos en Andalucía y que nos puedan ayudar.

Mi coche es muy pequeño para desplazarnos tres personas, pero podríamos alquilar uno o coger el tren.

Yo conduzco, dijo Alfredo y tengo un Seat 1500 muy cuidado y en buen uso.

Yo cuando voy allí, me hospedo en un pequeño hotel en el centro, muy limpio y agradable, si quieren nos alojaremos allí. Yo esta tarde llamaré a mi amigo y que prepare las cosas para mañana y nosotros podemos salir temprano. Además llamaré a Rosario para avisarles de nuestra visita y para que no hable ni comente nada con nadie, si es lo que yo pienso, podría correr peligro.

Puede llamarla desde aquí dijo Alfredo y me indicó el teléfono en la mesa del despacho.

Cogí el aparato y después de marcar, a las tres señales de llamada contestó una voz de hombre. Colgué rápidamente. Era la hora en que Miguel ya había vuelto del colegio, volveré a llamar a las dos horas dije en voz alta.

Le conté a los hermanos lo que había quedado con Rosario y quedé en llamar luego, a las dos horas.

Ahora me marcho porque quiero localizar a mi amigo el policía, ¿A qué hora podemos quedar para llegar antes de la hora de comer?

Por nosotros, si quiere, podemos pasar a buscarlo a las siete, ¿Dónde vive?

En Argüelles, en Gaztambide. Les di las señas completas y quedamos a las siete en la puerta de casa.

Salí a la calle y en la primera cabina que vi llamé a mi amigo el subinspector, ya había salido, repetí la llamada a su casa y no estaba, sabía por dónde iba normalmente a tomar una copa después del trabajo, así que me dirigí allí, una cafetería al lado de mi casa, ya que él también vivía por allí, efectivamente lo encontré en “Emperador”, estaba haciendo barra junto con una rubia teñida despampanante.

¡Paco! Necesito que me hagas un favor.

Dime, contestó el policía.

Lo separé de la barra y le dije lo que quería, lo llamaría al día siguiente al medio día para saber dónde tenía que ir.

No será fácil, me dijo Paco, es un caso que está cerrado hace mucho tiempo y no sé si alguien se querrá mojar, aunque estoy pensando que tengo un amigo de promoción y está loco por destacar para conseguir un destino mejor, lo llamaré esta noche, porque tengo sus señas en casa.

Pero tienes que Ir por tu casa, así que más te vale que vayas por allí y dejes a la rubia para otro día.

Tranquilo, esto es un ligero pasatiempo, te conseguiré lo que quieres.

A propósito, qué ganas tú con esto, me dijo.

Nada, solamente resolver una historia que me trae de cabeza desde que tenía nueve años.

Bueno, mañana me llamas y te diré a quién tienes que ir a ver, ahora ven conmigo y te invito a una copa con la rubia.

Me cogió del brazo me llevó tras de sí.

Mira, rubia, te presento a mi amigo Pedro. Es escritor y detective en los ratos libres.

La rubia se acercó a mí y me plantó dos besos con olor a perfume barato.

No me llamo así, soy Coby.

¿Coby? Dije yo.

Si, de Covadonga.

Ah sí, como la de Asturias, contesté.

Pedí un whisky con hielo y seguimos la banal charla hasta que se terminó, entonces me despedí y marché, al llegar a la puerta, cuando ya no me veían, me limpié con la mano las mejillas por si quedaba en mi cara restos de lápiz de labios.

Llegué a casa y llamé a Rosario otra vez, al primer toque de llamada me respondió la misma voz de hombre, que suponía de Miguel. Me quedé bastante preocupado, ya que no era lo normal. Cené y me fui a dormir, mañana había que madrugar.

jueves, 4 de noviembre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo VI)

 

 

La Barbería

 

Pedro Fuentes

 

Capítulo VI

 

A la mañana siguiente, a las siete entré en el comedor a desayunar, tomé un par de tostadas con aceite de oliva, una de las maravillas de Andalucía, luego cogí el coche, un Mini color naranja y negro y marché hacía Madrid, solamente una cosa me preocupaba, pasar Despeñaperros los antes posible y sin camiones.

Llegué a Madrid, aparqué cerca de mi casa, en el barrio de Argüelles y me fui al apartamento, lo primero que hice fue consultar la guía telefónica de calles, efectivamente en Sainz de Baranda había un Carretero García, A. Fui al teléfono y marqué.

¿Don Alfredo Carretero?

Sí, yo soy, ¿Quién llama?

Soy Fuentes, Pedro Fuentes y soy amigo de Rosario de Andalucía.

Sí, sí, ¡dígame! ¿Le pasa algo?

No, por Dios, se encuentra perfectamente, lo que pasa es que estoy intentando averiguar cosas sobre Rafael.

¿No le parece que es un asunto muy antiguo?

No crea, creo que he descubierto algunas cosas bastante importantes y tengo unas teorías que quisiese confirmar para solucionar el caso.

¿Es usted policía o investigador?

No, soy escritor aficionado y vengo siguiendo este caso desde 1959, ahora, después de tantos años he descubierto alguna cosa que usted creo que sabe y junto con otros detalles pudiesen resolver el misterio de la desaparición de Rafael.

¡Dígame! ¿Está usted en Madrid o en Andalucía?

No hace ni media hora que he llegado de allí, ayer estuve con Rosario que me ha dado para usted y su hermana un fuerte abrazo.

¿Cuándo nos podemos ver?

Después de tres horas, donde usted quiera, si desea los visitaré en su casa, cogeré el 61 y me deja cerca de su casa.

¿Le parece a partir de la seis y media en mi casa? ¿Sabe la dirección?

Creo que sí, en Sainz de Baranda, el tercer piso.

Si, efectivamente, tercero A al lado del cine.

Estaré ahí sobre las seis y media o siete menos cuarto.

Me preparé un bocadillo y una cerveza y después de una ducha me acosté a dormir la siesta hasta las cinco.

Me levanté, después de una refrescante ducha, me arreglé, cogí mi bloc  de notas y marché a tomar el 61 rumbo a Narváez esquina a Sainz de Baranda, allí bajé, crucé la calle y ya enfrente del número que buscaba, al ver que no era la hora todavía, entré en un pequeño bar casi enfrente del cine y pedí un café solo.

Llegué a la casa justo a las seis y media, en el portal una mujer, la portera me cerró el paso, simplemente le dije:

Voy a casa de D. Alfredo Carretero.

Tercero A, me contestó.

Gracias, ya lo sé, me está esperando.

Cogí el ascensor, un antiguo aparato de madera  rodeado de una especie de jaula metálica.

Cuando llegué al piso, llamé al timbre y enseguida me abrió una señora de unos sesenta años, su pelo era blanco totalmente y lo llevaba recogido en un perfecto moño en la nuca.

Usted debe de ser Paloma, la vi en una foto que me enseñó Rosario.

Pase, mi hermano le está esperando.

La casa estaba perfectamente amueblada con muebles color caoba, antiquísimos pero brillantes y relucientes.

Pase, mi hermano le espera en la biblioteca.

Era esta sala una habitación no muy grande o más bien lo parecía porque todas las paredes,  salvo la de la ventana, que estaba llena de fotos, todo eran libros de diferentes tipos y tamaños, aquello era el santuario de un gran lector. Entre las fotos descubrí varias copias de las vistas en casa de Miguel. Al pie y de espaldas a la ventana se encontraba Alfredo, de unos sesenta y cinco años, arreglado y con una chaqueta cruzada, llevaba una barba perfectamente recortada y blanca como sus cabellos. Por el bigote y alrededores de su boca más amarillos, deduje que era fumador  empedernido.

Al verme en la puerta se levantó ágilmente y se dirigió a buen paso para darme la mano. Era una mano muy cuidada y arreglada, huesuda pero fuerte.

Don Alfredo, soy Pedro Fuentes y estoy encantadísimo de conocerle, a usted y a su hermana.

En el lado derecho de la habitación había cuatro sillones y una mesa pequeña en medio, en el rincón una lámpara de pie daba luz suficiente para poder leer en cualquiera de los sillones.

¿Le apetece un brandy? Me dijo Alfredo.

Asentí y Paloma enseguida trajo tres copas, luego de un pequeño mueble bar sacó dos botellas, el brandy y dijo yo prefiero anisete.

Me indicó con un gesto que me sentara y así lo hice, ellos dos se sentaron en sendos sillones frente a mí.

Usted dirá, me dijo D. Alfredo.

Bueno, primero les explicaré cómo he llegado hasta aquí, todo empezó cuando tenía nueve años y estando de visita en Andalucía, al pasar por la peluquería, mi tía que es de allí me contó una historia que en la que decían que allí se había cometido un terrible asesinato.

Seguí cronológicamente con la historia hasta que llegué al relato de mi visita a Rosario el día anterior por la mañana.

No sé si ustedes sospechan lo que les voy a decir, pero no creo que Rafael desapareciera por sí mismo, creo que fue asesinado. Porque ni ustedes ni Rosario saben nada y él no habría marchado sin su adorada Rosario ni sus amigos.

 

jueves, 28 de octubre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo V)

 

La Barbería 

 

Pedro  Fuentes 

 

 Capítulo V 

 

A la mañana siguiente, después de un fuerte desayuno y leer los periódicos, a eso de las diez y media  salí a la calle y me dirigí a casa de Miguel, llamé a la puerta y me abrió Rosario. 

Buenos días, ¿Está don Miguel? 

Buenos días nos de Dios, el señorito no está, se fue a trabajar y ya no volverá hasta la tarde, come en el colegio. 

Verá, ayer perdí un llavero con dos llaves, las de mi casa de Madrid y hoy me he dado cuenta preparándome para la marcha. 

Pues no he encontrado nada y el señorito no me ha dicho nada. Es un llavero que tiene un enano de los de La Bajada de la Virgen en La Palma, que se celebra cada cinco años con dos llaves, una de máxima seguridad y la otra un poco más sencilla del portal de la calle. 

Pase usted y entre los dos quizás veamos más. 

Entramos y le dije: 

Estuve sentado aquí, pero mientras don Miguel fue a buscar las fotos estuve de pie contemplando las flores de esta pared.

 ¡Mire! ¡Aquí están! Dije mientras hacía que recogía el llavero de entre dos macetas y se lo mostraba.

 Usted ha venido por otra cosa, hoy mismo he movido esos tiestos y las llaves no estaban. 

Tiene usted razón, quería hablar con usted pero no quería que nos vieran ni oyera nadie. Usted conoció al señor Rafael, es más, le he reconocido en las fotos de Madrid, usted no cree que él se marchara si no era consigo y a Madrid. 

Allí fueron bastante felices, yo me interesé por él en el año 59 cuando era un chiquillo y he estado intentando saber qué pasó desde entonces. 

Me gustaría saber entre otras cosas el nombre y la dirección del amigo de Rafael en Madrid. 

No sé si se la debo dar, bueno, yo no la sé, pero si cómo encontrarlos, pero quizás no deba. 

Es quizás la última oportunidad de saber qué pasó con Rafael, y creo que eso es lo que más le importa en este mundo. 

Mi madre trabajó con los padres de Rafael y me tuvo a mí dos años después que a Rafael. Cuando mi madre murió, los padres de Rafael se quedaron conmigo y trabajé siempre con ellos, murieron en 1931, cuando la quema de las iglesias, a ellos los mataron porque se refugiaron en una. 

Entonces marché a Madrid porque Rafael era lo único que me quedaba en este mundo. 

Los padres de Miguel y doña Paquita bastantes problemas tenían para salir adelante. 

¿Y su padre? 

No tenía, era hija de madre soltera. 

Pero venga conmigo a la biblioteca, cuando Miguel destruyó todos los papeles de su tío, guardé los datos que me pide en la fotografía de Madrid en la que estamos los cuatro. 

Tenemos que sacar la foto sin que se estropee ni note. En 

la biblioteca Rosario sacó el álbum y abrió a la primera sus hojas, sabía perfectamente dónde estaba, era uno de aquellos álbumes de hojas negras con unos pequeños cortes a la altura de las esquinas de las fotos para sujetarlas, pero aquellas estaban además pegadas por el centro. Con sumo cuidado cogí un fino estilete de encima de una mesa de despacho enfrente de la biblioteca, lo introduje lentamente por detrás de la foto y la despegué sin producir un daño aparente. 

Saqué la foto, le di la vuelta y pude leer: 

Alfredo y Paloma Carretero García. Sainz de Baranda de Madrid. 

Copié los datos en mi libreta y pusimos la foto en su lugar pegada con un poco de cola hecho por Rosario a base de cocer agua con un poco de harina.

 Según veo, sus amigos eran hermanos. ¿Ha tenido contacto con ellos después de aquello? 

Si, cuando desapareció Rafael les escribí pero no sabían nada. Luego se han ido espaciando las cartas y ahora solamente nos escribimos por Navidad. 

¿Lo sabe Miguel? 

Una vez recogió una carta y me la dio, pero no hizo comentario alguno. Sería conveniente que no se enterase de mi visita de hoy. Además me gustaría que me diese un teléfono al que pueda llamarle.

 Rosario escribió un número en un papel y me lo dio. 

Llame siempre en horario escolar, si le digo que se ha equivocado de número cuelgue y espere dos horas, si se lo vuelvo a decir, no llame hasta el día siguiente. Lo mismo le digo si se pone él, cosa improbable porque no lo hace nunca. 

Creo que con esto le podré informar de algo más. Partiré mañana para Madrid. Le diré algo en cuanto descubra lo que sea. 

¡Cuídese, señora Rosario! 

Buen viaje y que tenga mucha suerte y dele un fuerte abrazo de mi parte a Alfredo y a Paloma. 

Rosario me acompañó a la puerta de la calle, la abrió y miró fuera a ambos lados, luego me dijo: 

Salga hacia la derecha y cruce la calle cuanto antes. 

Adiós, Rosario, encantado de conocerle. 

Salí de prisa e hice lo que me dijo, crucé la calle y me fui dirección al parque que visitaba de niño, llegué al estanque de los patos, no era como yo recordaba, el agua estaba bastante sucio y los patos no eran felices, parecían condenados a trabajos forzados a cambio de pan duro que tenían que dejar remojar para poderlo comer, luego me senté en la terraza del bar que iba con mi padre y me tomé una cerveza con una ración de ensaladilla rusa decorada con un par de colines. 

Cerca de allí, entre unos matorrales cantaba un grillo como los que de niño cazaba. 

Mientras bebía la cerveza repasé mis notas e hice alguna nueva; luego me fui al hotel, avisé a recepción de que a la noche tuviesen preparada la factura porque marcharía al día siguiente muy temprano. 

Salí de nuevo y fui paseando hacia más al centro donde había visto un mesón típico donde había comido la otra vez que estuve con mis amigos,

jueves, 21 de octubre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo IV)

 

 La Barbería 

 

Pedro Fuentes 

 

Capítulo IV

 

Eran ya las seis y media de la tarde cuando salí del hotel y me dirigí a casa de Miguel, el sobrino del barbero. 

Era una casa más moderna, unifamiliar también, pero más sobria, en ésta las plantas era menos floridas que las de Paquita. 

Llamé a la puerta y me abrió una mujer de unos sesenta años vestida de negro y un delantal blanco. En las manos llevaba un paño de cocina, en el que se las secaba. 

Buenas tardes, ¿Está don Miguel? 

No, en estos momentos no está, pero está a punto de llegar. ¡Mire! Por la esquina de la calle viene, ya le he dicho que llegaría en un momento. 

Por la calle venía un hombre de unos cincuenta y pico de años, algo encorvado y apoyándose en un bastón pese a que no parecía cojear. 

Buenas tardes, don Miguel, soy Pedro Fuentes y me gustaría hablar un poco con usted sobre su tío Rafael. 

Si, ya me ha comentado mi hermana que vendría, pero no tengo nada que decirle, este asunto de mi tío ya está zanjado, pasó hace muchos años y a nadie le gusta que remuevan a sus muertos, dicho esto también hizo la señal de la cruz. 

Verá, yo no tengo ningún interés especial, en 1959 con nueve años, mi tía, que vivía aquí me contó una historia, a mí, el relato me impresionó, desde entonces he venido un par de veces a la ciudad y como la barbería sigue cerrada, me gustaría saber más del misterio. 

No hay tal misterio, las gentes se han encargado de hablar e inventar historias, con lo cual lo único que ha pasado es que nos han perjudicado a mi hermana y a mí y encima, ahora que ya la gente parece olvidar, aparece usted a remover el asunto. Mire, yo tengo una hipótesis, se la voy a contar para que se aclaren sus dudas y nos deje en paz. 

Pase usted, en el patio estaremos más frescos. 

Me franqueó la entrada y pasamos a un recibidor que nos conducía directamente al patio, ahora si era un verdadero patio andaluz, de las paredes colgaban montones de tiestos con flores, en el centro una fuente que manaba un agua que parecía ser la más fresca del mundo, en un lateral una mesa de hierro forjado y cerámica y encima, un botijo con el pitorro y la boca con unos pequeños paños confeccionados con punto de crochet. 

¿Quiere usted algo? ¿Le apetece un fino fresquito? 

De acuerdo, don Miguel. 

¡Rosario! ¡Traiga una botella fresca de fino y dos copas! Siéntese, por favor. 

Me ofreció una silla, al lado de la mesa del botijo y de espaldas a la fuente. El se sentó enfrente de mí. Sacó un paquete de Ducados y me ofreció. De encima de la mesa cogí una caja de cerillas y le encendí su cigarrillo y luego el mío. 

 Apareció Rosario con la botella de vino y dos copas, Miguel las llenó, ofreció una y con la suya en la mano hizo ademán de brindar, repetí su gesto y ambos bebimos un sorbo. 

A mi tío Rafael le llamaron a hacer el servicio militar, tenía entonces un familiar o amigo oficial de la Guardia de Asalto y se fue voluntario a su unidad, era 1932, allí le sorprendió la segunda república. También en Madrid la Guerra Civil y luchó contra los rebeldes, cuando acabó la guerra, en la que pasó bastante desapercibido, volvió aquí y se presentó a los nacionales haciéndoles creer que había estado escondido en el pueblo por miedo a los republicanos. 

 Le tocó hacer la mili de nuevo. 

 Al cabo de los años alguien le denunció y marchó, no se sabe dónde, organizó los bulos sobre la barbería y nunca más se supo de él. 

Esa es mi teoría y lo que yo pude saber por los papeles que dejó y yo me encargué de destruir, la mancha de sangre es verdad, antes de desaparecer, cuando preparó la huida, él mismo se hizo un corte en el brazo izquierdo y manchó el suelo de sangre, intentamos sacarla cuando heredamos pero no se nos ocurrió sino echar sosa cáustica y fue peor el remedio que la enfermedad, se comió las baldosas de la sangre y alrededor y quedó una mancha parduzca que ya no ha desaparecido con nada. 

En fin, por los papeles que dejó, son las conclusiones que yo saqué, todo lo que podía implicarle con la república y sus ideas políticas, un tanto comprometidas a favor de la FAI y las teorías anarquistas, las destruí, no era cosa de empeorar lo que pudiesen decir vecinos envidiosos, llenos de maldad y revanchismo. 

Mi tío no fue ni un asesino ni una mala persona, defendió una idea y ayudó a todo el que pudo. 

¿No tiene fotografías? Su hermana me enseñó una en su casa con el uniforme de Guardia de Asalto.

 No, un par de ellas, las de la guerra y la República las destruí. 

Tengo varias de cuando hizo la milicia en Madrid y después de la guerra cuando lo incorporaron de nuevo al ejército, por cierto también en Madrid. 

¿Puedo ver alguna? La verdad es que creo que su teoría es verdaderamente asumible y como además me dedico a escribir historias, algunas de ellas se empiezan a publicar, la de su tío con su teoría puede ser un relato muy interesante y si su tío desapareció voluntariamente y anda por algún rincón del mundo pudiese ser que terminara en sus manos. 

¿No ha recibido nunca ninguna noticia o señal de que está vivo? Yo mismo, mi abuelo desapareció hace mucho más tiempo que su familiar y hace poco tuve noticias de dónde había estado hasta su muerte. 

No, nunca supimos nada de él, no estaba muy apegado a su familia, de hecho sus únicos familiares vivos eran mi hermana y yo y la verdad, no tuvimos muchas relaciones. 

¿Me enseñará las fotos? 

Si, espere un momento, tengo un álbum en la biblioteca. 

Se levantó y salió por una puerta lateral del patio, mientras tanto me dediqué a curiosear, era un jardín lleno de buen gusto y saber hacer. No vi la mano de Miguel en él. 

Entró de nuevo Miguel con un álbum en las manos, iba buscando las fotos que me quería enseñar.

 Tiene un patio muy hermoso, le dije. 

Sí, pero no es obra mía, lo cuida Rosario, ella ha estado con mi familia toda la vida y es la que se encarga de la casa y de mí, yo soy soltero y si no fuese por ella no sé lo que haría. 

Había unas diez fotos de Rafael en el álbum, o por lo menos esas me enseñó. La primera de ellas era la que vi en casa de doña Paquita, Había otra igual, en el mismo sitio, de las clásicas hechas en la puerta del Retiro con Rafael y un compañero de armas, otra de la misma época en lo que parecía una verbena con el mismo compañero y dos chicas jovencitas, bastante más que ellos, los cuatro delante de una especie de noria, una de las chicas me resultó como si la conociese de algo, cosa muy improbable. El resto eran del otro periodo militar, el de las tropas de Franco y cosa curiosa, parecía rememorar las anteriores. 

Rafael y su amigo ambos con el mismo uniforme pero su amigo con los galones de cabo. 

En otra estaba Rafael con una de las dos chicas, ahora con unos años más me di cuenta de que sí la conocía. 

¿Sabe el nombre del compañero de armas o el de las chicas?

No, en absoluto. 

¿Me dejaría sacar unas copias? 

No, desde luego que no. 

Bueno, pues muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable, no le molesto más, seguro que ha venido del trabajo y no le he dejado ni quitarse la chaqueta. 

No es un trabajo agotador, soy maestro y solamente trabajo en horario escolar. 

Pues le repito, muy agradecido, si alguna vez escribo algo de esta historia lo haré con nombres supuestos y antes de publicarlo les enviaré una copia a usted y su hermana para que me den el consentimiento. 

Nos levantamos ambos y me acompañó hasta la puerta, le di la mano y le dije: 

Lo dicho, muy agradecido y encantado de conocerle. 

 Cuando salí de la casa ya empezaba a oscurecer y decidí andar por el centro de la ciudad, por lo que tuve que atravesar aquel parque que de niño recorrí con mi tía y su hermana, mi madre, ya casi en la salida, en un quiosco en el que había estado con mi padre me senté a tomar una cerveza y recordar momentos felices de la infancia, mientras en mi cuaderno recogía todos los datos de la historia de Rafael.

jueves, 14 de octubre de 2021

LA BARBERIA /Capítulo III)




La Barbería 
 
 
Pedro Fuentes 
 
 
Capítulo III 
 
 
  Por fin, en 1973, pude tomarme unos días, 20, y me fui, con todas mis notas a la bonita ciudad andaluza, no había descubierto nada verdaderamente importante, pero si lo suficiente para poder seguir algunos hechos, si su familia, aquellos sobrinos lejanos me quisiesen ayudar. 

Me alojé en el mismo hotel que la vez anterior, parecía estar igual, sus flores, sus naranjos, todo era igual, en el mismo centro. 

Lo primero que me planteé fue visitar a los dos sobrinos, a él lo había localizado pronto, ella fue algo más difícil, pero también lo había conseguido gracias a mi amigo el policía. 

La primera visita fue al local de la barbería, allí todo seguía igual. 

Luego fui a ver a la sobrina, me pareció que era más accesible, quizás por ser mujer creía que sería más dialogante y además el interés por enterarse de algo sería mayor. 

Vivía relativamente cerca de la barbería, en un piso heredado de su tío, en realidad, fue la vivienda habitual de Rafael, el peluquero.
 
Era una vivienda unifamiliar, una puerta verde y a ambos lados dos ventanas con rejas adornadas con flores. 

Llamé a la puerta y me abrió una mujer morena, de unos cuarenta años, la clásica belleza andaluza, peinada con un moño y que parecía sacada de un cuadro de Julio Romero de Torres, entre abrió la puerta y asomó su cuerpo por la abertura, a su espalda se podía contemplar un zaguán y detrás una arcada que mostraba la entrada a un patio fresco y lleno de flores. 

¿Doña Paquita González? Sí, yo soy, ¿Qué desea? 

Verá, es una historia muy larga, tan larga que empezó en 1959, cuando yo era un crío. Vine a esta ciudad con mis padres en vacaciones, yo tenía entonces una tía aquí, bueno, pues pasando por la barbería de su tío, que ya estaba cerrada, no sé por qué, mi tía me contó una historia, bueno, nos la contó a todos, pero yo quedé impresionado. 

Allá por el año 1969, estuve de nuevo aquí y vi que el local seguía igual. Como ya de crío, me gustaban los misterios y éste había quedado en mi cabeza, me puse a investigar, de hecho sigo en ello y me gustaría llegar al fondo del asunto. 

Bueno, mi tío desapareció, lo dieron por muerto y ahí se acabó todo, por mi parte creo que no es bueno destapar el asunto ni levantar a los muertos, dijo mientras se santiguaba, estén donde estén, además, yo era entonces muy joven y no recuerdo gran cosa. 

A mí me gustaría visitar la peluquería, saber algo de su tío, si dejó algo escrito, no sé, un poco de su vida, en fin, qué pudo pasar por su cabeza o qué ocurrió. 

Ya le he dicho, yo no sé nada, además, fue mi hermano Miguel el que al ser mayor que yo se encargó de todo.

Su tío vivió en esta casa ¿Verdad? ¿No tienen fotos o algún recuerdo? 

No, solamente hay una foto de él en el salón y otra de sus padres, mis bisabuelos, que eran los abuelos de mi tío, lo demás, los papeles de la barbería y las cosas personales se las llevó mi hermano. 

¿Me deja ver las dos fotos? 

Pase, se las enseñaré, pero no hay nada más. 

Me franqueó el paso y me llevó al salón, era un espacio grande y amueblado con un aparador muy grande al frente, al otro lado un trinchante precioso, haciendo juego y en medio una gran mesa rodeada por ocho sillas, tres a cada lado y dos una en cada cabecera, en el otro rincón, dos grandes sillones, una mesita en medio y una biblioteca, todo ellos haciendo juego. 

Encima del trinchante colgadas en la pared, varias fotos, una de ellas donde se veía un matrimonio, ya mayor, él con unos grandes bigotes y ella con un peinado igual al que lucía la dueña de la casa, el parecido era mucho, la foto, como era costumbre en aquellos retratos estaba coloreada. 

A los lados, varias fotos más, la propietaria con un hombre, su marido y tres criaturas, en un extremo había una con un hombre, también con bigotes y vestido de uniforme, creo que de guardia de asalto, hecha a las puertas de Retiro madrileño y de principios de los treinta. 

Al otro lado, una foto de un matrimonio mayor, ya de los años cincuenta, con una cría de unos doce años y un chico de unos veinte, que resultaron ser los padres con los sobrinos de Rafael.

 Este salón era de mi tío, no se ha tocado nada, solamente alguna foto más moderna, en realidad aquí no entramos casi nunca. 

¿Le importaría darme un vaso de agua? Le dije a la dueña de la casa. 

Si, ahora se lo traigo. 

Al salir Paquita, me di prisa y me dirigí a la biblioteca para ver los títulos de los libros, muchas veces se sabe algo de las personas por lo que leen. Allí estaban los Episodios Nacionales de Don Benito Pérez Galdós, varias obras de Pío Baroja y libros de los autores de la generación del 27, otros de historia de la 2ª República y de la Guerra Civil. 

Cogí uno al azar y vi que sus hojas habían sido leídas e incluso algunas estaban con notas al margen. 

Los dejé rápidamente y en ese momento entró Paquita con un vaso vacío y una jarra con agua.

 Son ustedes unos grandes lectores. 

Sí, mi marido sí, pero todos estos libros eran de mi tío. 

Bueno, pues no la molesto más, iré a ver a su hermano ¿Cree que me podrá ayudar? 

No lo sé, no hablamos de mi tío, hace muchos años, quizás 5 que no tocamos el tema. 

Bueno, muy agradecido por todo, ha sido usted muy amable, doña Paquita. 

Adiós, no sé su nombre….. Fuentes, Pedro Fuentes. Encantado de conocerla y gracias por su amabilidad. 

Sabía que llamaría a su hermano y quería que hablara bien de mí. 

Como ya era casi la hora de comer, entré en un mesón típico y me tomé un Moriles con unas aceitunas, luego me fui a un restaurant cerca del hotel, donde sabía que se comía bien y pedí un salmorejo con berenjenas empanadas fritas y un estofado de rabo de toro, todo ello regado con vino de la tierra, luego me fui al hotel y dormí una buena siesta.

jueves, 7 de octubre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo II)

 

 LA BARBERIA 

 

Pedro Fuentes

 

Capítulo II

 

 

 

En 1969, cuando ya tenía veintiún años, con un grupo de amigos hicimos una excursión de cuatro días a Andalucía, a varias capitales, mis recuerdos de hacía diez años, dormían el sueño de los justos, cuando paseando por aquella ciudad, de pronto algo me sorprendió, allí, frente a mí, había una reja que cerraba un local que parecía abandonado y en los laterales del escaparate se podían divisar todavía los restos inclinados de tres colores, blanco, rojo y azul, encima, donde en su día había unas letras pintadas, a duras penas y con mucha imaginación se podía leer “BARBERIA”. 

Mi amigo y compañero de viaje, Antonio, me estiró del brazo y me dijo: 

¿Qué te pasa? Parece que hayas visto un fantasma.

 Si, lo he visto, delante de mí hay un recuerdo que me impresionó hace diez años, un misterio que aún creo está sin resolver, lástima que mis notas las tengo en Madrid, pero antes de irnos, quiero hacer unas averiguaciones, nos veremos en el hotel a la hora de comer. 

Me dirigí a la acera de enfrente y entré en un bar que había, me acerqué a la barra y al camarero mayor que vi le dije después de pedirle un cortado: 

¿Lleva usted mucho tiempo aquí, en este bar? 

El camarero asintió con la cabeza. 

¿Vio alguna vez esa peluquería de enfrente abierta? 

No, cuando yo llegué llevaba unos tres años cerrada. 

¿Sabe lo que pasó en ella? 

Bueno, creo que nadie lo sabe, he oído muchas cosas en este tiempo, pero de verdad, no sé nada serio, la gente hablaba mucho entonces, se dijeron muchas barbaridades, el caso es que el dueño desapareció pareció tragárselo la tierra, pero eso ha pasado muchas veces y no ha tenido que ser un crimen, de pronto a uno se le cruzan las ideas y decide cambiar de vida y hacer lo que hasta entonces no ha hecho. ¿Quién en esta vida no ha querido nunca romper con todo y empezar de nuevo en otro lugar y de una forma distinta?

 Sí, pero entre otras cosas, a mí me contaron una historia algo distinta a los dos o tres años de cerrarse la barbería, me hablaron incluso de una gran mancha de sangre y de que nadie quiso comprar el local, pese a que era un buen local y en un sitio inmejorable.

 Yo no estuve nunca dentro, pero he conocido a gente que si estuvo y me han contado que la mancha, podía ser hasta una enfermedad del mosaico, lo que pasa es que en esta tierra la gente es muy supersticiosa y empezaron a hablar de un crimen horrendo, de una oreja en la papelera, trapos manchados de sangre, historias de crímenes pasionales, total, que a los herederos les hicieron la puñeta. 

 Decidí que hasta que no volviese a Madrid y recogiese mis notas, no podría seguir la investigación, pese a ello, entré en varios comercios de los alrededores en los que se notaba que no se habían hecho muchos cambios y en los que había personas algo mayores que yo.

 El resultado fue más o menos el mismo, así que volví al hotel con mis compañeros y de nuevo aparqué el asunto hasta una nueva y mejor ocasión, aun a sabiendas de que todo el tiempo que transcurriese, corría en mi contra para esclarecer los hechos.

 Llegué al hotel y me reuní con mis compañeros, comimos y decidimos hacer la siesta una hora para luego salir de nuevo a ver la ciudad.

 Me estiré en la cama y no pude dormir, así que cogí unas hojas de papel y bajé a la terraza del bar, un precioso patio andaluz que en el tiempo que estábamos parecía el vergel que pintaban los poetas andaluces. Un penetrante olor a azahar, mezclado con el aroma embriagador de los claveles floridos, el color de los geranios rojos y blancos eran una lujuria de olores y colores, mi amigo Vicente se habría pasado horas enteras componiendo poesías sobre la belleza de aquel patio. 

Pedí un café y me puse a escribir todo lo que había investigado por la mañana y los recuerdos de mi visita anterior.

 Cuando llegaron mis amigos, yo ya había tomado una resolución, volvería a Madrid, reuniría todos mis apuntes y junto con un conocido, sub inspector de la policía, indagaríamos si era posible, sobre los desaparecidos en las fechas que se “ausentó” el barbero y qué se había conseguido, luego, aprovechando unas vacaciones, volvería a seguir sobre el terreno los datos que consiguiese. 

Salimos a pasear por la ciudad, visitamos el barrio judío, un museo que nos quedaba por ver y luego estuvimos tomando los finos de la región, como en el hotel solamente teníamos media pensión, con unas cuantas tapas típicas nos dimos por cenados, más tarde nos dedicamos a recorrer la ciudad de noche. 

Al día siguiente, domingo, nos levantamos tarde y nos marchamos para Madrid, pararíamos una vez en Despeaperros, para contemplar aunque fuese poco el extraordinario parque Natural y comer sobre la marcha para luego enfilar la carretera Nacional 4 y llegar a media tarde a casa.

 Cuando llegué a mi casa, antes de deshacer la maleta, fui a por el baúl de los recuerdos y busqué el libro de notas, allí estaba, ligeramente ajado por el paso de unos 10 años, pero se podía leer con claridad, estaba escrito con una pluma Parker y se notaba en la letra el paso del tiempo, aquel cuaderno lo había terminado en 1959. Todo estaba allí. 

Me preparé un bocadillo y una cerveza, me senté en la mesa y me dispuse a releer todo y hacer un esquema resumen de todos los hechos. 

Al día siguiente llamé al policía y éste me dijo que intentaría hacer algo, yo, por la tarde, después del trabajo, me fui a la Hemeroteca Nacional a intentar leer los periódicos de aquellas fechas.

Pocos datos pudimos conseguir, efectivamente el barbero había desaparecido y después de las gestiones correspondientes, se le dio oficialmente por muerto, con lo cual sus herederos, dos hermanos, hombre y mujer, sobrinos en segundo grado hicieron las gestiones correspondientes para heredar.