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jueves, 27 de junio de 2019

AMOR VERDADERO



AMOR VERDADERO


  Pedro Fuentes


Capítulo  I


Aquella mañana, cuando desperté no pude imaginar lo que me deparaba el futuro a partir de aquel momento, el sol estaba apareciendo por el horizonte, éste estaba teñido por un tono entre rosado, malva, anaranjado y rojo, no había ninguna nube en el cielo.



Un bucólico día de campo, como tantos otros pero tan diferente, me felicité por otro día que veía el alba,  no siempre es a gusto de todos, pero, si ves amanecer, es que estás vivo y si estás vivo ya es un milagro.

Cuando llegó el pastor, con sus dos perros, ya noté algo diferente, los pastores estaban más arreglados, sus ropas eran más típicas, luego me enteré, hoy toca la etapa de pasar por las calles principales de Madrid, hoy se celebra la fiesta de las trashumancia, el ganado pasará por la Cañada Real y yo también a lomos de una oveja como llevo haciendo desde que salimos de Extremadura, si, soy una pulga y habito en una oveja desde que nací, mi madre me puso en forma de huevo en un establo, allí pasé mi etapa de huevo, pupa y larva, cuando terminé mi desarrollo, ya convertido en pulga, salté sobre una oveja y desde entonces la habito, hay alguna otra, pero este ganado está bastante cuidado y no somos muchas, además, en el tiempo que estamos de trashumancia, los establos son gaseados y pocas colegas sobreviven al asesinato colectivo, yo fui una de las sobrevivientes a la etapa anterior y la verdad es que desde entonces he llevado una vida apacible en el campo, donde me gustaría llegar al final de mis días, aunque ya adulto, hecho de menos la compañía de una pulga hembra que quiera perpetuar la especie en mi compañía.

Ya nos ponemos en marcha, son muchas las ovejas que caminan siguiendo a las guías, van apretadas unas contra otras porque se orientan muy mal y se perderían, además tienen miedo a los perros que las acompañan.

Yo viajaba en una oveja merina, al lado justo de la acera, las gentes, y sobre todo los humanos pequeños estaban en primera fila, sus padres detrás les ayudaban a alargar la mano para que no tuviesen miedo a acariciar las ovejas, una de aquellas manitas me pasó rozando y a punto estuve de quedar enganchado a ella, solamente me salvó que estaba fuertemente trabado con la especie de garfios que tenemos al final de las extremidades, para evitar que si la oveja echa a correr me deje en el suelo.
En un rato de tranquilidad, al pasar por una plaza donde en el centro hay una fuente en forma de mujer en un carro tirado por leones, estuve paseándome de un lado para otro por ver si alguno de mis congéneres viajaba en el mismo animal que yo.

Iba distraído por la barriga de la oveja cuando la calle se volvió a estrechar y el ganado se entorpecía para poder tomar el nuevo camino.

De pronto, sin saber ni cómo ni por qué un perro de los que yo no había visto jamás, pequeño, peludo, con un lazo en la cabeza y vestido como si fuese una persona, se acercó a mi cabalgadura, sorprendiendo a su dueña, que lo llevaba atado e intentó morder a la oveja, con tan mala fortuna que al ir distraído y medio sujeto, al agarrarme fuertemente, me encontré en las barbas de aquel fiero animal.
La experiencia me ha enseñado que cuando subes a un perro, el sitio más seguro es en la parte inferior del cuello, allí, si no lleva uno de esos collares tan desagradables que nos repelen,  no nos puede morder y además la sangre que pasa por allí es la más rica en nutrientes.

Al pasar por entre la ropa que llevaba, ya al final, a la altura del cuello del abrigo, divisé algo, me acerqué y vi una hermosa pulga de color más claro que yo, lo que la distinguía como las conocidas pulgas del gato y del perro, mi color, como pulga del ganado es más oscura, un marrón oscuro que a veces parece negro.

¡Hola! Preciosa, le dije.

Me devolvió un mohín y miró para otro lado.

¡Hola! Preciosa, ¿quizás los ladridos de este fiero animal no te han dejado oír?

Ya le he oído, pero no esperará que me dirija a una pulga de campo que se alimenta de sangre de oveja y que no me han presentado.

Vaya con la señoritinga de ciudad, me llamo Rodolfo,  vengo a la ciudad desde una extensa explotación ganadera y soy descendiente de una estirpe de pulgas que habitamos no en cualquier sitio sino en un rebaño de ovejas merinas, lo más selecto del ganado lanar y no en un perro chillón de ciudad que lo tienen que vestir como un humano para que no se muera de frío.

Sepa usted, que ese delicado perro, que no comparto con nadie, pertenece a una actriz de revista que me lleva cada día al teatro donde actúa y allí he tenido ocasión de picar a las más bellas vedettes de la capital, además, tenemos un cuplé dedicado a una tatarabuela mía, porque yo soy descendiente directa de la famosa pulga de la Chelito 



y mi abuela hasta hace poco picó a Olga Ramos y por si le interesa, mis abuelos, tíos y mucha familia trabajaron en el Circo Price a las órdenes de un famoso domador de pulgas, 







además de que allí han picado hasta fieros leones que también trabajaban allí.

Vaya, y ¿qué es eso comparado con la apacible vida en la campiña, donde los colores y olores no se desvirtúan con nada? Y ¿Qué tiene la señoritinga que decir de dormir envuelta en pura lana virgen? Solamente con escuchar el estridente ladrido de semejante aprendiz de perro, ya me cansa vivir en la ciudad, menos mal que solamente pasamos dos veces al año.

Para que usted lo sepa. Me llamo Elisenda y no sabe lo que es cada noche ir a la revista y dedicarse a saltar por el patio de butacas de tobillo en tobillo tanto de señoras como de caballeros y muchas de las veces con un leve sabor a alcohol creando un delicioso cóctel que te alegra el corazón y luego, cuando vuelves a tu amada cabalgadura el limpio y aseado perrito, como ya vas bien alimentada, no tienes necesidad de picarlo, con lo cual no se entera de que vives allí y no te molesta con violentos rascados con las patas.

Como se nota que no sabes de la belleza de un bonito amanecer, del canto de los pájaros y del vuelo, yo sé de algún compañero que ha logrado habitar un ave y ha volado por los cielos, contemplando las montañas y los prados desde arriba, vosotros los de ciudad y que habitáis perros y gatos no sabéis nada de la naturaleza, si alguna vez tengo hijos, me gustaría que disfrutasen de la sana y bonita vida en el campo.

Si, si piensas así, lo que no tendrás será una pulga fina i delicada, para unirte a ella, sino una que no tenga olfato y no distinga el pestazo a lana sucia y que sea ciega para no ver todos esos pelos enmarañados de las ovejas y sorda, para no oír ese balar continuo y encima esos perrazos persiguiéndote todo el día.

Me parece que la gente de ciudad no sabe de las maravillas de vivir en el campo, así que yo, ahora, te invito a pasar una temporada en el campo, todavía estamos a punto de coger una oveja y en dos días estaremos en casa.

¡Huy!, ¡No! Ahora viene el invierno y no estoy dispuesta a pasarlo en medio del campo o en corrales apestando a oveja, con lo calentita que estoy yo en el invierno en mi casa de Madrid, además, ahora empieza la temporada de teatro y revista y estaré cada día de marcha, hasta es posible que vea algún familiar mío.

Bueno, si es así y me invitas, podré pasar el invierno contigo y en primavera, cuando las ovejas pasen por aquí camino de la montaña podemos ir con ellas.

En ese momento, el perro salvaje, que se llama Tobi, pegó un salto detrás de una oveja y si no llega a ser por los reflejos y la fortaleza de Rodolfo, que sujetó a Elisenda hacia sí para protegerla, ésta hubiese caído a tierra.

Elisenda se agarró a Rodolfo con todas sus patas y éste aprovechó para abrazarla cariñosamente.

Al fin, después del abrazo que duró más de lo previsto, las dos pulgas, decidieron unir sus vidas y quedarse el invierno a vivir en Madrid.

jueves, 20 de junio de 2019

LA HUELGA




LA HUELGA


  
Pedro Fuentes



Ayer, mi mujer y yo hablamos sobre la huelga general del día siguiente, como no estábamos de acuerdo al cien por cien, decidimos mediante el sistema de moneda al aire qué haríamos.

Salió huelga sí, por lo que decidimos que habría que poner unos servicios mínimos, ya que alguien tendría que hacer las cosas.

Al no estar de acuerdo en los servicios mínimos volvimos a ser democráticos, así que recurriendo nuevamente al sistema de la moneda al aire, decidimos quién haría huelga y quién servicios mínimos.
Moneda al aire, yo pido cara, ella cruz.

A mi me toca huelga, a ella servicios mínimos.

A las siete de la mañana del día siguiente, la perrita Linda, una caniche que lleva 14 años con nosotros, se acerca a mi lado de la cama y con su patita empieza a rascar hasta que me despierta, es la hora en que cada día me levanto para sacarla a pasear.

Linda, no, ves con tu ama, yo estoy de huelga y no me toca a mí, despiértala a ella.

Maldito el caso que me hace, se alía con mi mujer y ésta medio despierta y medio dormida zanja la cuestión de la siguiente manera.

Si no sacas a Linda como siempre no te hago comida.

No es justo, a ti te han tocado los servicios mínimos.

Linda no es un servicio mínimo, en un animalito y también tiene sus sentimientos
.
Media hora más tarde Linda y yo salíamos a la calle solitaria, los bares empezaban a abrir, las basuras seguían en los portales de las casas, solamente estábamos paseando los dueños de perros.

Cuando Linda se puso a hacer sus necesidades fisiológicas pensé por un momento no recogerlas, más que nada por hacer algo de huelga.

Pudo más mi sentido cívico y lo recogí.

Cuando llegamos al paseo, un gracioso conocido me dijo:

Como te vea un piquete paseando al perro te va a decir que hay que hacer huelga.

Mira, le dije, mira, mi perra tiene las ideas políticas y sindicales que quiere, que para eso es libre.
Además, con lo extremista que es, si no la saco, se hará sus necesidades en casa acordándose de sus amos, así que no me venga un piquete a tocarme las narices.

Una hora después llego a casa dispuesto a tumbarme a la bartola durante el resto de la mañana.

Ya era hora, dijo mi mujer, te estaba esperando porque ha llamado la niña, (treinta y pico de años) que tenía que ir a trabajar y el colegio de los niños ha hecho huelga, que tenemos que ir a quedarnos con ellos, así que vamos que los tiene la vecina pero también tiene que marchar.

Cogemos el coche y noventa kilómetros y hora y media después estamos liberando a la vecina de los niños.
Los niños muy majos y buenos, pero son tres y hay que entretenerlos con algo, además la pequeña ha decidido hacerle perrerías a la perrita, como meterle el dedo en el ojo, tirarle de las orejas, cogerle la lengua, morderle una pata, etc.

Linda decide exiliarse a un balcón y permanecer lo más lejos posible de la preciosa niña.

En esta casa, normalmente al medio día no hay nadie a comer y además suelen ir a comprar el viernes por la tarde, por lo que la de los servicios mínimos decide que hay que ir a comprar algo, así que hace una lista y me dice:

Ves a comprar que yo me quedo con los niños.

Voy a la tienda de al lado y está cerrada por miedo a los piquetes.

Cojo el coche y me voy a una gran superficie que hay lejos de la población y a la que no llegan los piquetes.

Vuelvo a casa y mi mujer está con los niños ya arregladitos, va a ir a un parque cercano para que se entretengan, así que me toca hacer la comida para cuando lleguen coman y no se pongan nerviosos, sobre todo la pequeña que es como una carcoma.

Al medio día nos sentamos a la mesa y como tanto mi mujer como yo tenemos práctica en niños, comen bien y sin jaleos.

A las seis de la tarde llega la hija y su marido a las ocho, hacemos traspaso de poderes y niños y nos vamos.

Con las prisas, no me he dado cuenta de que la aguja de la gasolina está en reserva, bueno, a tres kilómetros hay una gasolinera.

La gasolinera, por miedo a los piquetes o por huelga, está cerrada, bueno, no importa, a cinco kilómetros hay otra. A dos el coche da tres trompicones y se queda parado, hay un poco de campo al lado y lo dejo bien aparcado.

Me pongo en la carretera a hacer señas a los coches que pasan, el que hacía el número ocho para y me lleva hasta la gasolinera que esta vez si está abierta, pido un bidón de cinco litros y vuelvo a hacer auto stop, ahora más fácil desde la misma gasolinera. Llego al coche, echo la gasolina y voy hasta la gasolinera a terminar de llenar.

A las nueve llegamos a casa, pongo la tele para ver las noticias y el éxito de la huelga. Se calcula que la ha seguido un 18% Total un fracaso.

La próxima huelga general  iré a trabajar, se lo juro ahora mismo a Méndez y Toxo y lo haré sobre todo por 3 razones.

Primera.- Si voy a trabajar puede ser que haya un piquete a la puerta del trabajo y no me dejen entrar, por lo que visto lo visto me iré con ellos a tomar cervezas.

Segunda.-Si puedo entrar, como seremos cuatro, pediremos unas pizzas y unas cervezas y nos pasaremos la mañana jugando a las cartas y fumando, ya que no habrá nadie con autoridad para prohibirnos fumar en el puesto de trabajo.

Tercera.- Porque ya estoy jubilado y solamente trabajo en casa en mi blog.



FIN 

jueves, 13 de junio de 2019

EL TIOVIVO




EL  TIOVIVO



Pedro Fuentes



Esta historia ocurrió allá por mediados de los 50, en un pueblo de unos 1.800 habitantes y que en aquellos tiempos vivía mayoritariamente de la agricultura.

Se encontraba situado a unos 18 km de una capital de provincias pequeña, omito el nombre para que no sirva de escarnio entre las poblaciones cercanas.

El protagonista de este relato, se llama Anselmo, hijo de un agricultor, sus ideas no eran seguir viviendo toda su existencia de un trabajo tan duro y sacrificado, por lo cual por su mente discurrían ideas para montar algún negocio.

Ocurrió que siendo las fiestas de la capital de la provincia, fue allí para divertirse.

Dando vueltas por la feria, se paró delante de un tiovivo no muy grande, con sus caballitos que giraban y subían y bajaban al compás de una música llamativa y monótona pero alegre.
Anselmo vio que subían muchas personas, padres con niños, parejas y algún grupo de chicos y chicas.

Casi cada vez el lleno era absoluto, miró el precio, lo multiplicó por las personas que subían, vio que muchos repetían, calculó lo que podían gastar de luz, en fin, preguntó, se informó del fabricante e incluso supo de alguno que se vendía de segunda mano.

Como tenía algunos ahorros pensó que con una financiación, al fin y al cabo, tenía tierras para poder ofrecer garantías, lo consultó con su padre, a éste no le supo muy bien, pero, Anselmo era su único hijo, él ya era mayor y pensó que mejor eso a que cansado del trabajo de agricultor, se marchase, además, si salía mal, quizás el dinero perdido le haría afianzarse más en el trabajo de la tierra.

Anselmo tenía hasta el sitio perfecto, casi al lado de la plaza Mayor, su abuelo les había dejado una casa ruinosa y que tenía el solar lo suficientemente grande para montar su feria particular, tiró lo que quedaba de ruinas, acondicionó el terreno, pidió los permisos y empezó los trámites de la compra del tiovivo, empezaría por uno de segunda mano, que le daban garantías y luego, según cómo fuese, quizás hasta podría ampliar el negocio.

La inauguración iba a ser a principios de Junio y como aquello, para el pueblo era un acontecimiento, Anselmo invitó a  todas “las fuerzas vivas” del lugar, allí estaba el alcalde, el cabo de la guardia civil, el cura, el médico,  la maestra, la hija del farmacéutico, ya que éste está muy mayor y su hija ya ha acabado la carrera y le va a sustituir al mando de la farmacia.

Eran las cinco de la tarde de un día muy caluroso para el tiempo que estaban, cuando todos ellos se reunieron en el solar que ya no aparecía yermo, una valla verde de madera lo rodeaba, una parte estaba plantada de césped y alrededor, por dentro de la valla, la madre de Anselmo había puesto su toque femenino plantando unas flores.
 
Se había acercado al evento casi todo el pueblo, incluso algún vecino del pueblo de al lado, más pequeño, pero que tenía una central  eléctrica que daba luz a  varios pueblos del contorno  y del cual dependían para la energía.

Para la inauguración, el alcalde, D. José diría primero unas palabras, luego pasaría D. Francisco el cura a bendecir las instalaciones, después todas las  autoridades subirían a los caballitos y darían unas vueltas, para finalmente el público en general podría subir previo pago de la entrada correspondiente.

Los caballitos tenían alrededor un toldo que bajaba y cubría todo el tiovivo y lo protegía de las inclemencias del tiempo y que estaba echada hasta el discurso del Sr. Alcalde, éste, dirigiéndose a la concurrencia les habló de los años de progreso que esperaban a todas las poblaciones de España, gracias al  Caudillo que dirigía los destinos del país.

Alabó  la actitud emprendedora que había llevado a Anselmo a ser precursor de la industria del pueblo y había abierto la puerta del turismo en aquella magnífica villa que él tenía el placer de dirigir.

Al grito de Viva Franco y arriba España, Anselmo que sujetaba las cuerdas del toldo, tiró de ellas y  lo subió, dejando al descubierto el tiovivo resplandeciente, con unas barras que brillaban con el sol de la tarde y unos caballos de todos los colores.




El señor cura, un orondo personaje de unos cincuenta y cinco años de edad, se acercó al tiovivo, le hizo señas aun monaguillo escuálido de unos 13 años y éste le acercó la estola que se puso encima del alba que ya llevaba, el monaguillo sujetó el acetre con su mano izquierda y le acercó a D. Francisco el hisopo, éste lo cogió, lo introdujo en el recipiente y sacudiéndolo sobre los caballitos dijo: In nomine patri et fili……   cuando hubo terminado, Anselmo pidió a los presentes que se subiesen para dar una vuelta de honor.

D. José, el alcalde, con buen criterio dijo a Anselmo y a los demás invitados:

Yo creo que no es conveniente que subamos, delante de todo el pueblo, me parece que seremos pasto de las risotadas del personal.

Todos asintieron menos el monaguillo que se aferraba al cura y que estaba viendo que iba a perderse lo mejor.

Anselmo, hombre de negocios y de mundo, viendo que se le terminaría el acto en un momento contestó:

No, Sr Alcalde, está todo previsto, como han visto Uds. Hay un  toldo que cubre todo el artilugio, así que cuando ustedes estén en la plataforma, yo bajaré el toldo, suben a los caballitos y cuando hayan dado unas vueltas, cuando bajen, subiremos de nuevo el toldo y haremos que la gente aplauda.

Bueno, si es así, sea por el progreso, dijo el Alcalde y todos asintieron, menos el monaguillo que quería pasar lo más desapercibido posible no fuese a quedarse en tierra.
Todos subieron a la plataforma, bajó el toldo y se subieron a los caballitos, primero el alcalde, luego el sacerdote, a continuación el cabo de la guardia civil; la farmacéutica, a quien gustaba el médico, joven, recién llegado al pueblo, se subió delante de él tomando pose de experta amazona, después se montó la joven maestra, también recién llegada y en su primer año en el cargo, subió luego el monaguillo, con los bártulos de la bendición y procurando que no se le viese.

A la voz de adelante, dicha por el cabo, que ya había visto al monaguillo y al que estuvo a punto de descabalgar pero no le dio tiempo, el tiovivo se puso en marcha.

Había dado el artilugio siete vueltas, cuando Anselmo oyó la débil voz del alcalde que decía:

 ¡Anselmo!, ¡ya vale!  

Anselmo, presto a obedecer la orden, se acercó a la palanca del freno, quizás por los nervios, a lo peor por una mala instalación, se quedó con el hierro en las manos y aquello no frenó, se dirigió a donde estaba el interruptor general y no lo encontró, eso fue porque con las prisas del montaje y por falta de luz habían hecho un tendido provisional y directo.

Nadie había para dar órdenes, las personas que lo habrían podido hacer estaban todas atrapadas en un aparato que a falta de freno, la inercia iba acelerando.

Ya llevaban como unas treinta vueltas cuando se oyó al cura que gritaba “¡por Dios!, ¡que paren esto!”.  A la vuelta cuarenta el Guardia Civil gritó:

¡¡Paren esto o fusilo a alguien!!.

Anselmo, desesperado, sudando, manchado de grasa, no sabía qué hacer, a punto del llanto oyó a su padre que le dijo:

 Coge el Land Rover y vete a la central y que corten la luz.

Anselmo una vez más se tuvo que rendir a la sabiduría de su padre. Cogió el coche  y salió a lo que daba de sí. Pasaban de las cien vueltas cuando llegó a dar la orden de corte de energía eléctrica, luego, a la misma velocidad, bajó para poder subir la lona.

Cuando al fin izó el toldo, el espectáculo fue dantesco.

 El Sr. Alcalde estaba a los pies de su caballito vomitando
.
El cura se encontraba arrodillado sobre los talones, detrás de su caballo, rezando y llorando.

El cabo se mantenía erguido sujetándose a la barra de su caballo, en sus pantalones se notaba que sus esfínteres no le obedecían.

El médico, bastante desmejorado,  arrodillado al lado de la farmacéutica, que estaba tendida y desmayada, le daba aire.

La maestra, fiel a su magisterio, se había abrazado al  caballo, estaba medio inconsciente, pero enseñando todo su muslamen, por cierto digno de ver.

 El único jinete que se encontraba erguido era Ricardito el monaguillo que se estaba echando un trago largo de agua bendita.

El pueblo, pese a los años pasados sigue riendo. Anselmo no ha vuelto de Alemania ni de vacaciones, la farmacéutica se casó con el médico, al cura lo enviaron a otro pueblo, el cabo solicitó traslado, el alcalde se retiró de la política y vive de las rentas, la maestra se casó con un rico terrateniente del pueblo de al lado. Ricardito se fue a Madrid a estudiar y no se sabe gran cosa de él.                                                       



FIN

jueves, 6 de junio de 2019

LOS CARACOLES Capítulo III


LOS CARACOLES



Pedro  Fuentes



CAPITULO  III



Habían pasado ya dos meses cuando se volvieron a encontrar Pedro y Vicente, este último tenía la lectura de unos poemas suyos en una tertulia y Pedro, invitado, no pudo negarse, a Ricardo no logró localizarlo.

Cuando los dos amigos se encontraron, se preguntaron por él, ninguno sabía nada,  extrañados, decidieron ir a su casa al día siguiente.

Vicente tenía las llaves del apartamento de Ricardo, ya que era la persona más allegada que tenía.
Ricardo que era muy  reservado, nunca hablaba con nadie de su familia, todos sus amigos, pocos, sabían que había llegado a Madrid para estudiar y  nadie sabía incluso de dónde era, una vez, en plena borrachera les había confesado a los dos amigos una historia rarísima sobre un tiovivo, pero como Vicente y Pedro estaban casi en el mismo estado lamentable que él, tampoco se enteraron mucho de la historia.

Decidieron ir al apartamento, preguntaron a la portera y ésta les dijo que hacía un par de meses que no lo veía.

Subieron ambos al cuarto piso, letra F, seguidos por la portera, que también quería enterarse y abrieron la puerta, lo que allí vieron les heló la sangre, miles y miles de caracoles lo invadían todo, unos paseándose por el suelo y las paredes, otros muertos, caparazones vacío, las plantas, de las que Ricardo era aficionado, comidas hasta los troncos, pero ningún rastro de Ricardo, parecía que se lo hubiese tragado la tierra.

La portera salió corriendo y avisó al presidente de la comunidad. Este, cuando vio lo que allí pasaba, llamó a sanidad y a la policía.

Cuando Pedro y Vicente contaron lo que sabían de hacía dos meses  al comisario, éste mandó un “Z” a buscar a la Sra. Herminia.

Una vez Herminia en la comisaría, contó todo, ella no había hecho nada malo, Ricardo había ido a pedirle consejo, ella, por buena voluntad, y sin cobrarle nada, porque ella aconseja pero no cobra, lo que pasa es que la gente que es muy buena, le da algo, una gallina, un conejo, diez durillos para que se tome algo, pero ella no cobra, vive de la caridad.

Bueno, el tal Ricardo llegó con unos fuertes dolores, ella pronto vio que tenía llagas en el estómago y le dijo lo que su bisabuela le enseñó a su abuela, ésta a su madre y su madre a ella

 Le mandó una dieta de ensaladas, mucha agua y le dio a tragar enteros, unos cincuenta huevos de caracol repartidos en diez tomas durante media hora, estos huevos, terminan eclosionando en su gran mayoría y con sus babas, recorriendo el estómago, tapan las llagas y las curan, luego, después de 15 días, con los ácidos del estómago mueren los caracoles y ya está.

Por lo que dicen, los ácidos no los han matado, puede ser que se pasara de comer lechuga y beber agua, pero yo al chico, desde aquel día no lo he vuelto a ver, otras veces he dado el mismo remedio y esto no ha pasado. Dijo la Sra. Herminia con la fe de quien da una clase magistral de medicina.
El comisario, oído todo dijo
:
Guardia, encierre a esta bruja en el calabozo hasta que aparezca el chico y que rece porque aparezca y bien porque como le haya pasado algo la acusamos de asesinato.

Luego empezó las averiguaciones para localizar a la familia de Ricardo, localizó el pueblo del que era y que allí no le quedaba nadie, al parecer sus padres habían muerto, y hacía poco, su hermana y su cuñado fallecieron en un accidente, tenía un tutor que era militar, pero estaba destinado desde hacía poco a Melilla.

Pedro y Vicente se dedicaron a llamar a todos los amigos y conocidos e ir por los lugares que frecuentaba Ricardo, pero todos se dieron cuenta de lo poquito que sabían de él, decía que estudiaba, pero no sabían qué, no trabajaba y sin embargo, no es que le sobrara el dinero pero parecía vivir desahogadamente.
Diez días después l
os dos amigos se reunieron en una cafetería en la Glorieta de Iglesias para intercambiar información. No habían logrado nada.

Pedro comentó:

Yo no sé qué ha podido pasar, ¿Tú crees que se lo han comido los caracoles?

No puede ser, quedarían los huesos, por lo menos. Sentenció Vicente.

Llevaban media hora elucubrando las muertes más extrañas para Ricardo, cuando Pedro, que estaba sentado frente a la puerta, se quedó con la boca abierta y balbuceó:

¡¡Mira!!
.
Vicente miró también y se le cayó la cucharilla del café de las manos.
Por la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, apareció Ricardo.

Sus amigos corrieron hacia él, lo abrazaron y lo acribillaron a preguntas, Ricardo no sabía ni qué ni a quien escuchar. Así que optó por lo más fácil, primero nos sentamos, pido algo y os cuento todo desde el principio dijo.

Vicente, según iban para la mesa le dijo:

¿Sabes que te busca la poli?

Sí, eso ya está arreglado, contestó.

Bueno, primero quiero un whisky y vosotros pedid lo que queráis, pero hay que brindar, que yo invito.

Pidieron tres whiskys y mientras llegaban, Ricardo sacó tabaco y ofreció a sus amigos, Pedro cogió un cigarrillo y Vicente pasó porque estaba en etapa de dejarlo, las etapas de fumo, no fumo, de Vicente eran cortas e intermitentes.

Bueno, coño, habla ya, dijo Pedro.

Ricardo se echó para atrás en la silla, exhaló el humo del cigarrillo pausadamente y empezó.

Una semana después de lo de la bruja, los dolores de estómago me habían desaparecido, pero sobre todo, por la noche notaba como si el estómago hirviese, no podía comer nada, solamente lechuga y agua.

Ya no podía dormir, notaba como mi estómago se desplazaba, además se me empezó a hinchar, por la boca y la nariz me salían unas babas pegajosas y rarísimas, al orinar, el pis es verdoso, y cuando defeco todo son bolitas, al final, cuando vi lo que me ocurría, dio la casualidad que me llamó mi médico y me dijo que había unos laboratorios que estaban probando una tratamiento de choque para las úlceras, que no lo podían sacar al mercado hasta probarlo suficientemente, estaban buscando voluntarios para internarlos en una clínica particular y someterlos al tratamiento intensivo durante dos meses.

El ingreso, si me interesaba era al día siguiente, pero que no se podía decir nada a nadie.

Yo dije que si, arreglé todo rápidamente, os llamé para deciros que iba a estar fuera pero no os localicé.
 Inmediatamente, sabiendo que lo que tenía en el estómago sospechaba que eran caracoles vivos, ya que busque en una enciclopedia y vi que lo que me hizo tragar la bruja, eran huevos de caracol, me di cuenta de que con tanta lechuga y agua, con el calor del estómago habían eclosionado y crecido rápidamente, me fui al cajón de los medicamentos, cogí un frasco de sal de frutas y me tomé medio litro de agua con varias cucharadas, el efecto fue inmediato, empecé a vomitar, cada vez que lo hacía, salían puñados de caracoles, unos muertos, otros los más, vivos y muchas cáscaras vacías.

Pasé una noche de pesadilla, ya de madrugada solamente vomitaba el agua que bebía, aproveché para comer algo que fuera ácido y salado por matar lo que pudiese quedar. A la mañana siguiente, después de limpiar lo que pude, le dejé una nota a la Sra. de la limpieza, que tenía que venir

No pudo venir porque marchó a su pueblo por enfermedad grave de un familiar, luego pasó lo que visteis vosotros y la policía, yo me pasé los dos meses en la clínica, a base de medicamentos, cuando salí de allí y llegué a casa me enteré de todo, fui a la poli y arreglé el asunto, luego os he buscado por todos los sitio y ahora entré aquí a buscaros y si no ir a tu casa, Vicente, donde nunca te  encuentro y aquí estoy.

Parece que curado, los laboratorios no lo tienen claro, y yo pienso que gracias a los caracoles.



FIN