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jueves, 29 de junio de 2023

LA HIGUERA (Capítulo III)

 

 

LA  HIGUERA

 

Pedro  Fuentes 


CAPITULO III



El lunes siguiente Fernando se presentó en el ayuntamiento para interpelar al alcalde sobre el problema de la higuera, se fue hacia el secretario y éste le dijo que Manolo no le podía recibir, pero que lo mejor que podía hacer es un escrito, que lo llevaran al registro, para darle carácter oficial y se estudiaría para incluirlo en un pleno.



Fernando salió bastante quemado de la charla con Luis el secretario, el cual era más partidario de Manolo que de la oposición, por lo menos durante lo que quedaba de esa legislatura, lo primero que hizo fue dirigirse a su suegro, D. Melquiades, su protector político, pero cuando iba en su busca al casino se encontró con Julita, a la que conoce por ser amiga de su mujer, Mª Carmen, también de la Hermandad de Santa Marina.



¡Julita!, tu novio es un tonto del haba, le dijo Fernando antes incluso de saludarle.



Yo no tengo novio, le respondió. Una persona que antepone el qué dirá el partido a la felicidad de su novia, o es tonto o lo parece, así que lo he mandado a paseo.



Fernando, cada vez más quemado, le dijo:



Tonto no, imbécil, me ha dicho que lo de la higuera habrá que discutirlo en un pleno. ¿Qué se ha creído? Pues si quiere guerra la tendrá.



Julita, que entre otras cosas vio la oportunidad de tocarle la narices a su Manolo le espetó:



Ahora mismo voy a reunir a las hermanas de Santa Marina y va a tener guerra. ¿Cuándo será el pleno?



Bueno, es el primer jueves de cada mes, así que quedan quince días, le contestó Fernando.

Yo voy a hablar con mis chicas esta tarde, y mañana, si quieres nos vemos y comentamos lo que hay, dijo Julita.



Toda esta escena la había visto Manolo desde el despacho del Ayuntamiento, medio escondido detrás de la cortina desde que Fernando salió de allí, le gustaba “estudiar” a sus enemigos políticos por si acaso.



Cuando vio a su novia con la oposición, empezó a especular y la experiencia le dijo que iba a ser más difícil reconquistar a Julita.



Fernando se reunió en el casino con D. Melquiades y le contó lo ocurrido.



D. Melquiades, persona reflexiva, le dijo que no se implicara mucho en el asunto, que se dejase una puerta abierta por si tenía que tirar para atrás, que al fin y al cabo, Manolo tenía las de ganar, ya que aunque se había pedido, todavía no le había sido concedida a la iglesia de Santa Marina el título de Patrimonio Nacional, aunque ya hacía tiempo que se había solicitado, mientras tanto, la iglesia pertenecía al obispado. Por el único lado que podía hacer fuerza era que Manolo viese peligrar la alcaldía en las próximas elecciones, que ya estaban a diez meses vista y las fuerzas del pueblo estaban bastante equilibradas.



Con el consejo de su suegro, aquella tarde reunido con su grupo, acordaron hacer una interpelación a modo de pregunta, solicitando al Ayuntamiento que como bien del pueblo y por tanto de sus habitantes, se habilitara un presupuesto extraordinario para solucionar el problema de la higuera, que tampoco parecía que fuese muy elevado. Dejando en manos de la brigada municipal que estudiase la forma más rápida y económica para erradicar la higuera y por tanto que las tórtolas no pudiesen anidar allí.



Así se hizo y al jueves siguiente, una semana antes del pleno, llevó al registro del Ayuntamiento la interpelación. para su estudio en el próximo pleno.



Cuando Manolo tuvo conocimiento del escrito, llamó a su socio de gobierno, Timoteo, de Izquierda-Los verdes, único representante de su partido.



Timoteo, trabajador del campo y representante sindical del Sindicato Agrario y Ganadero (SAG) era a su vez el cabecilla e impulsor de Izquierda-Los verdes del cual era el cabeza de lista en las municipales, concejal electo, funcionaba como partido bisagra ya que las fuerzas de la derecha y la izquierda estaban equilibradas, aunque el número de votos de la derecha era superior en doscientos.



Timoteo era el concejal de urbanismo del ayuntamiento que gobernaba Manolo.

Desde que salió elegido, estaba intentando cambiar el sentido del tráfico de las calles del pueblo ya que no le gustaba que siendo un pueblo que había crecido de forma circular, casi todas las calles eran radiales que desembocaban justo en la plaza de la Iglesia, también era la plaza del Ayuntamiento, pero éste quedaba al otro lado y las calles que llegaban a la plaza Mayor, según Timoteo, cuando entraban allí lo primero que veían era la iglesia, por lo cual, quería que las calles adyacentes a la iglesia fuesen de entrada para que el ayuntamiento quedase enfrente, las lindantes a la casa consistorial fuesen de salida y las dos calles laterales, una por cada lado fuesen de giro obligatorio a la izquierda al entrar en la plaza. Todas las calles eran de doble sentido hasta que se empezó con la reordenación urbanística, pero como en todas ellas se habían desdoblado las aceras para hacerlas más anchas pero luego se habían estrechado poniendo árboles y bancos, el tráfico se estaba convirtiendo en un caos, por lo que Tim, como lo llamaban en el pueblo, estaba intentando hacer zona peatonal y de bicicletas el centro del pueblo, por lo que insistía con Manolo para que el pleno se lo autorizase en los próximos presupuestos.



Por cierto, Tim no tenía carnet de conducir, él decía que la bicicleta era más ecológica.

jueves, 22 de junio de 2023

LA HIGUERA (Capítulo II)

 

 

LA  HIGUERA 

 

Pedro  Fuentes

CAPITULO II



El domingo siguiente en la misa de 12 había algo más de gente que lo normal, no tanta como el día de la patrona, Santa Marina, el 18 de Julio, pero una cantidad apreciable de fieles.

D. Florián le había comentado la charla con el secretario al sacristán, Rosendo, hombre bastante leído y piadoso y que pese a su edad, 53 años, es pensionista ya que tiene un grave problema del corazón y dedica su tiempo libre, que es bastante, a la parroquia y al jardín que hay en su casa. Está casado con Angustias, y tienen un hijo estudiando magisterio en Madrid.



Rosendo, que no podía ver las malas jugadas del alcalde contra el cura y la Iglesia; por su cuenta, decidió comentarlo con Angustias, su mujer, que cosía en el ropero parroquial y ésta lo comentó allí; donde estaban entre otras, Isabel, la maestra, Martina, la esposa del médico, Lolita, la mujer del farmacéutico, doña Ursula, viuda de un terrateniente del pueblo, mujer muy piadosa y de buen ver, y que tiene una hija, Julita, que habla y bastante en serio con Manolo, el alcalde, pero ésta, también muy piadosa y miembro, Presidenta, de la Hermandad de Santa Marina, lo plantó porque él no quiere boda por la Iglesia a lo que Julita, le contestó:



Sin Iglesia no es boda ni nada, y me importa un pimiento lo que digan los amiguetes del partido y si no te gusta, deja el partido y si no aceptas mis condiciones, ni boda, ni noviazgo ni nada.

Enteradas por Rosendo del suceso del campanario, decidieron movilizarse y comentaron el problema con sus allegados y vecinos.

La que peor lo tuvo fue Lolita, ella tenía dos frentes, uno, el alcalde y otro su marido, Servando “el boticario” dispuesto al laicismo más recalcitrante.

La misa de doce del domingo comenzó normalmente.



En el aire se respiraba un cierto ánimo de lucha, pero de ello, Don Florián no sabía nada, porque nadie le había comentado nada, así que cuando se dirigió al micrófono para la homilía del domingo, no llevaba ninguna intención de exacerbar a sus parroquianos, además siempre había dicho que se conseguía más con buenas palabras que con discusiones, así pues cuando en el sermón dijo que había un pequeño problema en la torre del campanario, que habría que solucionar, no fue en ningún momento con ánimo de levantar el hacha de guerra, ya que lo único que dijo fue que si alguien tenía alguna idea de cómo arreglarlo que se lo comentara y a ver si entre todos encontrábamos la solución.



Fueron varias las interpretaciones de sus palabras, entre ellas, alguien vio un arma para atacar al ayuntamiento.



El médico tiene una hija, Mª Carmen, casada con el hijo de D. Ceferino un terrateniente del pueblo de al lado, Fernando, su hijo, es agricultor y trabaja en las tierras de su padre, tienen buena fortuna y no muchas ganas de trabajar, pero que animado por su progenitor y por su suegro, teniendo como tiene mucha labia y simpatía, se ha afiliado a un partido de centro derecha y es la oposición a Manolo, o sea al alcalde.



Fernando, pronto vio que era el campo abonado para interpelar al alcalde en el próximo pleno.



Las Hermanas de Santa Marina, capitaneadas por Julita, la presidenta, dispuesta a lucirse ante “su” Manolo, las señoras del ropero, cuyo estandarte llevaba Rodrigo y su mujer Amparo, el médico, y varias personas importantes del pueblo siguieron a Fernando, el jefe de la oposición. Por el otro bando no existían todavía fuerzas vivas porque entre otras cosas no iban a misa de doce y no les quitaba el sueño que una higuera hubiese invadido el campanario.

jueves, 15 de junio de 2023

LA HIGUERA (Capítulo I)

 

LA HIGUERA

Pedro Fuentes



PROTAGONISTAS DEL RELATO POR ORDEN DE APARICION



Florián: Cura párroco.

Servando: Farmacéutico.

Amadeo: Cartero y alguacil.

Luis: Secretario del Ayuntamiento.

Manolo: Alcalde electo del pueblo.

Rosendo: Sacristán.

Angustias: Esposa de Rosendo.

Isabel: Maestra del pueblo.

Isabel: : Espos   Martina: Esposa del médico (Ceferino).

Lolita: Mujer del farmacéutico (Servando).

Ursula: Viuda de un terrateniente, madre de Julita.

Julita: Hija de Ursula y “novia” de Manolo. Presidenta de la Hermandad de Santa Marina.

M.ª Carmen: Hija del médico (Melquiades) . Casada con el hijo de Ceferino (Fernando) .

Ceferino: Terrateniente del pueblo de al lado. Padre de Fernando. Suegro de M.ª Carmen

Fernando: Hijo de Ceferino y esposo de M.ª Carmen. Jefe de la oposición en el Ayuntamiento.

Rodrigo y Amparo: Miembros de la Hermandad de Santa Marina.

Melquiades: Padre de M.ª Carmen. Suegro y protector político de Fernando.

Timoteo (Tim): Miembro del partido Izquierda-Los verdes. Socio de gobierno en el Ayuntamiento y concejal de urbanismo.

Ricardo: Amigo de Isabel. Corresponsal del periódico La Provincia.

Efraín: Primo de Tim.

Evaristo: El gitano.

Rosita: La cabra

CAPITULO I

Don Florián era el cura párroco de aquel pequeño pueblo de la sierra, un bonito pueblo al que todavía no se le habían adosado urbanizaciones de veraneantes.



La vida allí era apacible, no estaba cerca de ninguna carretera importante y ni siquiera tenía estación de tren, que se hallaba en el pueblo vecino, a doce kilómetros.



Ya llevaba el párroco 10 años en el pueblo y anteriormente había estado destinado en una parroquia de la capital durante 2 décadas más, pero por motivos de su delicada salud, lo enviaron a la sierra, donde el aire y la vida eran más sanos.



Una tarde del final de la primavera, cuando salía de tomarse un café en el bar de la plaza, mientras jugaba unas partidas de dominó con don Servando el boticario, Amadeo el cartero y alguacil, y don Luis, el secretario del ayuntamiento; alzó la mirada hacia el reloj del campanario que en ese momento marcaba las seis menos 2 minutos y aligeró el paso porque las señoras del ropero estarían al llegar a la sacristía; pero luego se paró en seco y se dio cuenta de que en la torre, a media altura, equidistante del suelo y de la ventana de la campana, había un par de tórtolas posadas, ese no era el problema, era peor, una planta, al parecer una higuera, había nacido allí y por la actitud de las tórtolas y su monótono canto, solamente faltaba que hiciesen nido en el campanario.



Dio don Florián media vuelta y volvió sobre sus pasos hasta el bar, abrió las tiras de la cortina de metal de la puerta y asomando medio cuerpo llamó al alguacil y al secretario, indicándoles con la mano que le siguiesen, cosa que hicieron ellos dos y don Servando que gozaba de una curiosidad innata.



Cuando los tres estaban fuera, al costado del párroco, éste, señalando la torre del campanario les preguntó:

¿Qué ven ustedes?



El primero que habló fue Amadeo, que dijo:

El campanario.



El secretario, Luis, que gozaba con la caza dijo:

Dos tórtolas.

El boticario, Servando, más observador, temiendo que don Florián lo apartase, por su conocido laicismo, indicándole que él no lo había llamado, dijo:



Dos tórtolas posadas en una rama de la higuera que sale del campanario.

Ahí quería llegar, de la pared del campanario sale una higuera que por el poco tiempo que tiene parece ser de grandes proporciones, dijo el cura.



Amadeo, el cartero, que de naturaleza sabía, porque se había criado en ella toda la vida, comentó que las higueras salían muchas veces en lugares insospechados porque la semilla venía en las heces de algún pajarillo que antes había comido higos y claro, la semilla, debidamente abonada y con algo de lluvia germinaba.



El boticario, estuvo a punto de hacer una broma de mal gusto sobre la defecación y el lugar de la misma, pero al mirar al cura, se sonrojó porque éste pareció adivinarle el pensamiento, y cambiando de tema dijo, también con bastante mala idea:



Pues torres muy altas han caído por culpa de una higuera nacida en mal lugar.



El secretario, como cazador comentó:



Esas tórtolas parecen estar preparando nido, no es un sitio muy habitual, pero como nadie las molesta; como secretario; pensó en voz alta:



Esto no se arregla fácilmente, porque está a una considerable altura, desde el campanario no se puede llegar a ella y poner un andamio puede salir muy caro y peligroso.

Hay que sacarla cuanto antes, además, llevamos mucho tiempo detrás de arreglar la iglesia y solo faltaba que ahora tengamos que ir al obispado con otra cosa, pensó don Florián. Luego dijo al secretario:

Hable con el alcalde y mire usted qué se puede hacer, pero tendrá que ser con la máxima urgencia.

El boticario medró y comentó que claro, eso era algo que no correspondía al ayuntamiento sino a la iglesia y a sus fieles.



Ya se habían reunido allí varias personas que miraban el campanario, escuchaban a las personas que hablaban y había una pequeña polémica entre las gentes del pueblo por culpa de la higuera.



A la mañana siguiente el secretario, en cuanto el alcalde electo, llegó al ayuntamiento, se acercó a él y le comentó la reunión de la tarde anterior.



Manolo, el alcalde, personaje que la mayor parte de su vida, tenía ahora 38 años, se la había pasado en Madrid, matriculado en varias carreras, no todas a la vez, sino de una en una, porque según él no terminaba de encontrar su vocación.



Metido en todos los follones posibles, porque además de no gustarle estudiar, se había reunido con un grupo bastante “progre”.

A la muerte de Franco y con la llegada de la Democracia, se había vuelto al pueblo viendo su gran oportunidad en la política.



De padres agricultores y llenos de fe en la inteligencia de su hijo único, al fin y al cabo, los años que vivió en la capital, estudiando, de algo le habría servido, ante la posibilidad de ser los padres del alcalde les llenaba de ilusión.



A la explicación de los hechos que sucintamente le hizo Luis, Manolo sacó un paquete de tabaco rubio, le ofreció un cigarrillo al secretario, que lo aceptó, se puso otro en la boca y esperó a que su subordinado le diese fuego, era esta una de sus tácticas favoritas para crear un clima de interés y a la vez poder pensar lo que iba a decir y dijo:



Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios, y aspiró el humo del cigarro y soltándolo voluptuosamente pensó:



Ya me he quitado el problema de encima” y luego sentenció en voz alta:

La iglesia es de Dios pues que la paguen los curas. Así dejó por zanjado el problema el alcalde, pero solamente fue el comienzo de lo que tenía que ocurrir posteriormente.



D. Florián, ya conocía las salidas de tiesto que se jugaba Manolo, no se extrañó cuando, el secretario, a la tarde siguiente durante la partida de dominó; porque el alcalde le dijo que así lo hiciese para no darle carácter oficial a la negativa y de camino no tener que dar la cara él ante el cura, le comunicó extraoficialmente que el ayuntamiento no se podía hacer cargo, así que sin demostrar la mínima contrariedad, dijo:

Dios pone a cada uno donde le corresponde.

jueves, 8 de junio de 2023

PREPARADO PARA MORIR (Capítulo IV)

 

  

PREPARADO PARA MORIR

 

Pedro  Fuentes

 

CAPITULO IV



El miércoles a las dos de la tarde, de un día soleado de primavera, en la puerta del tanatorio se empezó a reunir la gente.

Jack organizaba todo, vestía de negro absoluto, con un bombín negro, gafas de sol, guantes blancos y una banda de tela negra con ribetes plateados y letras también color plata en la que se podía leer la ya famosa frase: “I was his friend best friend”.

Al lado suyo a la derecha de la puerta, estaba el director de la Vieja Banda contratada para la ocasión, todos vestidos de negro, bombín, gafas de sol y guantes blancos. Llevaba el director una pequeña sombrilla negra y el borde exterior blanco. Detrás dos tubas, dos trombones de varas, cuatro trompetas, cuatro saxos y cuatro clarinetes. La percusión era portada por dos cajas, un tambor y un bombo en cuya piel se leía “Good save Federico”.

Al otro lado de la puerta estaban los amigos de Federico vestidos de pantalón negro, camisa blanca, gorra de plato y guantes blancos con sus instrumentos de música. También estaban su ex viuda, sus cuatro sobrinos y primos lejanos, solamente faltaba Alfonso.

Llegó a la puerta del tanatorio un coche fúnebre descubierto, con cuatro penachos negros en los vértices del techo que en el centro lucía una peana con una bola negra encima. Dos caballos negros, con herrajes negros y con un penacho negro encima de cada testa. Dos cocheros negros, vestidos de negro y con sombrero de copa guiaban el carruaje.

La banda empezó a tocar un blues triste y melancólico, justo en ese momento aparecieron en la puerta del tanatorio ocho negros de gran altura, vestidos de negro y con camisa blanca portando el féretro, de color plata con ribetes dorados. A mitad de camino del coche, Jack sacó de dentro de su chaqueta un silbato que llevaba colgando de un cordón plateado y pitó dos veces, el director cerró y abrió la sombrilla dos veces, uno de los trompetas dio un toque de atención y empezó a sonar una marcha alegre y llena de ritmo. Los ocho portantes del féretro levantaron la caja con una mano todos lo que pudieron, luego fueron haciendo saltar el ataúd al ritmo de la banda.

Así llegaron hasta el coche, depositaron al difunto en él y se pusieron cuatro a cada lado del carro.

Jack, con el director al lado empezaron a andar delante, la banda les siguió y los caballos fueron a continuación.

Después entraron en la formación dos rollizas negras, vestidas de negro, pero bastante escotadas y con faldas ligeramente cortas y marcadas, llevaba unos pañuelos blanquísimos en donde no paraban de echar sus lágrimas y suspiros.

Cada una de ellas llevaba a su lado un fornido negro vestido a juego y con una sombrilla cada uno, iguales que la de Jack, con ellas daba sombra a las muchachas.

Justo detrás de las plañideras, marchaba la ex mujer de Federico de luto riguroso y unas gafas con las que intentaba taparse la cara.

Llevaba una pancarta en la que se veía una foto de medio cuerpo de Federico y debajo decía en letras doradas “I love Federico”

A continuación marchaban los familiares de luto riguroso, detrás los amigos que iban tocando piezas algo más alegres que las de la banda principal, luego iban amigos y conocidos, todos ellos bailando al son de la música cuando era animada y compungidos cuando la marcha era triste.

Detrás de los amigos se arremolinaba una inmensa cantidad de gente que se habían unido al grupo y bailaban sin saber, que iban en un entierro.

De todos lados, en las aceras salían personas con cámaras y teléfonos móviles para grabar el acontecimiento, aquello fue seguido por la televisión local e incluso apareció por allí un equipo de televisión nacional.

A medida que avanzaban, Jack abría paso andando y bailando a la vez, ahora avanzaba con el pie derecho hacia fuera, desplazando todo el cuerpo, al siguiente el izquierdo, de vez en cuando daba palmas y cuando quería cambiar el ritmo, tocaba el silbato tres veces para ir a lento y dos para rápido, entonces el director cerraba y abría la sombrilla dos o tres veces según fuese necesario, el trompeta primero hacía un toque de atención y uno de los tambores daba un redoble, el bombo golpeaba también dos o tres veces y cambiaba el ritmo, las plañideras con el ritmo lento lloraban y suspiraban a moco tendido, si cambiaba la música con más swing, cogían las sombrillas de sus acompañantes y bailaban con ellos.

La ex daba varias vueltas en redondo como las muchachas que en los combates de boxeo anuncian el round.

En fin, tardaron en llegar a la iglesia una hora cuando se tardan diez minutos andando.

Llegaron a la iglesia y todo el mundo, en señal de respeto calló, salió el sacerdote con su roquete blanco y su estola negra, le acompañaba Alfonso con el isopo y el agua bendita.

El sacerdote hizo una corta plegaria, bendijo el ataúd, Alfonso se santiguó cristianamente mientras un par de lágrimas rodaron por sus mejillas. Entraron a la iglesia, se cerraron las puertas y Jack, poniéndose al frente de la banda, sacó el silbato y pitó tres veces.

Entonces todos los músicos empezaron “When the saint go marching in”, ya seguiría esta pieza hasta llegar al crematorio, mientras todo el mundo bailaba y algunos músicos hacían algún solo con alguna variación de la más pura jazz sección.

A la llegada al crematorio, los ocho acompañantes del coche de caballos vuelven a coger el féretro y lo llevan dentro bailando y haciendo bailar el ataúd, lo depositan en una mesa que hay dispuesta al fondo y la gente ahora entra en silencio y se sienta en los bancos ordenadamente, de la cortina de detrás de la caja salen un grupo de hombres y mujeres ataviados con túnicas lilas y se ponen a los lados, el director da la señal y comienzan a cantar “Swing low sweet chariot”.

Cuando terminan de cantar, la mesa va entrando lentamente por entre las cortinas mientras un bajo interpreta “Deep River”. Cuando termina, de entre las cortinas sale Jack. Se pone en el sitio donde antes había estado la mesa con el ataúd y dice:

Hermanos, nos hemos reunido hoy aquí para rendir homenaje y despedir a nuestro gran amigo Federico, muchos son los que han venido porque lo querían, otros por el interés, alguno por curiosidad y uno, no ha venido porque no quería ver a su tío envuelto en semejante jolgorio el día de su funeral.

Me dirán que faltaba otra persona, para ver lo que él había creado.

Cuando organizó todo este sarao me dijo:

Lástima, yo no lo podré ver. Y yo le contesté:

Yo soy tu mejor amigo, te doy mis ojos para que lo veas y mis oídos para que lo oigas, y mi nariz para que huelas y todos mis sentidos para que tengas i vivas un entierro como los de New Orleans.

La idea fue de él, pero yo la hice posible, todo por mi mejor amigo, y diciendo esto, puso las dos manos sobre sus orejas y estiró.

En la sala se oyó un grito aterrador, alguno se desmayó, Jack se sacó una careta y allí estaba Federico.

No os asustéis, no he muerto, solamente quería ver mi funeral. Gracias a todos por venir, y ahora os espero en mi casa para comer frijoles rojos y arroz al más puro estilo de New Orleans y cerveza de barril Abita recién traída de Louisiana.



FIN

jueves, 1 de junio de 2023

PREPARADO PARA MORIR (Capítulo III)

 

 

 

PREPARADO PARA MORIR

 

Pedro  Fuentes

 

CAPITULO III



A los cinco días Ernesto, el dueño del local donde actuaba Federico con sus amigos recibió un telegrama urgente, decía: Federico muerto terribles accidente Stop Vuelvo a casa con cadáver embalsamado Stop Preparen funeral Stop I was his best friend JACK.

Al día siguiente llegó Jack con el ataúd, fue depositado en el Tanatorio. Lo primero que hizo fue pedir todos los permisos incluido el de esperar a enterrarlo seis días después, como venía embalsamado desde Francia no había problema, fue más complicado el Ayuntamiento, el entierro tenía que salir del Tanatorio, bajar una avenida hasta la iglesia a la que pertenecía Federico.

El cura puso todas las pegas del mundo y decidieron que llegaría la comitiva a la plaza de delante del templo, allí el párroco saldría, diría un responso y seguiría el cortejo hasta el crematorio, que estaba en la carretera de salida de la población pero por el otro lado, por lo que había que pasar por la primera avenida, arteria principal de tráfico, suerte que había un paseo central, luego, por la calle Mayor hasta la iglesia, pasarían por la tienda de Federico y luego una calle de muchísimo tráfico hasta salir a la carretera y ya el cementerio y crematorio.