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jueves, 25 de noviembre de 2021

BALADA TRISTE (Capítulo I)




BALADA  TRISTE

Pedro  Fuentes


Capítulo  I


Era un otoño con todo su esplendor en parque del Retiro de Madrid, la mañana no era fría, pero sí algo húmeda y había una insinuante neblina, Rodrigo y Carmela estaban sentados en un banco, por entre los árboles de detrás de ellos, ya sin hojas se filtraban unos tímidos rayos de sol que realzaban las pequeñas gotas de agua que contenía el ambiente.

Rodrigo pasó de estar sentado a poner una rodilla en tierra delante de Carmela y cogiéndole la mano derecha le dijo:

Te quiero, Carmela, te he querido desde el primer día que te vi aquella mañana cuando nos cruzamos en la calle Eduardo Dato, desde entonces no he podido dormir sin pensar en ti, Carmela. ¿Quieres casarte conmigo? Y llevándose su mano a los labios, deposito un tierno beso en ella.

Carmela, mientras se levantaba le dijo:

Si, Rodrigo, yo también te he querido siempre, por ti cambié mi vida y por ti viviré el resto.

Se fundieron en un abrazo y sus labios sellaron aquel momento mientras la cámara retrocedía lentamente y el director gritó: ¡Corten! ¡Fin del rodaje! Mañana a las ocho, en el estudio repetiremos una escena que no me gusta como quedó.

Mientras se dirigían a la roulotte para desmaquillarse y cambiarse Angel (Rodrigo) le dijo a Susana (Carmela):

No me esperes a comer, he quedado con Felipe para leer aquella obra de teatro que me dijo que a lo mejor montábamos.

Bueno, vale, así aprovecharé para ir a ver a Mercedes que creo que va a hacer algo y necesita gente.

Angel y Susana llevaban tres años compartiendo sus vidas y su profesión de actores, las cosas hasta ahora no habían sido nada fáciles, mucho sacrificio, algo de teatro en papeles secundarios, publicidad algún papel de figurante en películas.

Esta película que terminando de rodar, “El amor siempre llega” era el primer papel serio de Angel, un actor que ya había cumplido los treinta y dos. Susana había trabajado más, tenía una bonita voz y bailaba muy bien, por lo que había participado en varios musicales. Angel era más bien de teatro, pero salvo las obras que interpretaba en provincias con compañías semi amateurs poca cosa más hacia. Ahora parecía que la cosa iría mejor.

Cuando ya marchaba, Mateo el director le salió al paso y le dijo:

Angel, quisiera comentarte una cosa que me he dado cuenta, y como te conozco desde hace algún tiempo y te considero amigo, me veo autorizado para decírtelo.

Dispara, comentó Angel.

La última escena ha quedado muy bien, ha convencido y luego, con el decorado, que nos ha favorecido, el travelling final ha sido perfecto, pero, ¿Por qué simulaste el beso en la mano y el final con tu mujer?

Chapó, por eso eres director. Pues mira, la cosa no va muy bien.

Pero ¿Ha pasado algo?

No, en realidad nada, a veces sin querer y sin ningún problema la cosa se enfría y es lo peor que puede pasar, porque si hay una causa siempre se puede arreglar, pero cuando el amor se muere es peor.

Angel se dirigió a Argüelles, a la calle Galileo, a una cafetería en la esquina con Joaquín Mª López, un poco más abajo del cine Galileo, entonces de “Arte y Ensayo”.

Cuando llegó, como era cliente habitual, el camarero le dijo:

Ha estado su amigo Felipe y me ha dado este paquete y dice que no podía quedarse, que le llamará.

Abrió el sobre que le dio Román, el camarero y sacó el guión que había en su interior, era un dramón de dos actos, el autor era un antiguo actor que se había dedicado a escribir alguna cosa entre actuaciones en el teatro, ahora se había metido con esa obra y Felipe la iba a dirigir en un café-teatro, el último invento para intentar resucitar ese teatro que todo el mundo dice que está muerto desde que se comercializó la televisión, era un drama llevado en forma de comedia, un trompetista de prestigio tiene un accidente y se destroza el labio y tiene que intentar rehabilitarse para intentar seguir con su profesión.

Angel tenía sus dudas en hacerla, pero, claro, si salía bien, le habían prometido un “Estudio 1” y ese podría ser su lanzamiento definitivo, ya que la audiencia y popularidad que da ese medio era a corto plazo y por ahí podrían venir cosas mejores.

Cuando empezó a leer los folios mecanografiados se encontró con una de esas comedias agridulce de las que Jack Lemmon había hecho en el cine.

Llevaba ya como cosa de una hora leyendo cuando alzó su mirada, para descansar la vista y la mente, en la mesa de enfrente había una jovencita de unos veinte años, que leía un grueso volumen mientras fumaba y tomaba café, en aquel momento también levantó la mirada y coincidió con la de Angel, ambos sonrieron y volvieron a sus quehaceres.

A los pocos minutos, al querer fumar, Angel sacó el mechero y no le encendió, se había quedado sin gasolina.

Se levantó y se acercó a Lucía para pedirle fuego, ésta se lo dio pero a la vez se sonrojó, su tez pálida se puso rojo carmín, cogió una caja de cerillas que reposaba encima de un paquete de cigarrillos y se la acercó a Angel, que después de encender el cigarrillo le preguntó:

¿Estudiando?

Si, la Filosofía, esta tarde tengo examen y es un tocho.

¿Estudias por aquí?

Si, en la Normal de Magisterio, en Ríos Rosas.

¿Y tú?

No, yo estaba leyendo un guión que me tendré que aprender, pero solamente lo estaba ojeando, además, no me gusta mucho y lo hago con desgana.

Por cierto, me llamo Angel y se supone que soy actor, ¿Me puedo sentar mientras me fumo el cigarrillo para que luego puedas seguir estudiando?

Yo Lucía y estoy estudiando Magisterio, si todo va bien, este curso habré acabado y luego haré la oposición. Pero, parece que no estés muy de acuerdo con lo de ser actor.

No lo tengo nada claro.

No he hecho otra cosa en mi vida, hoy he terminado de rodar el mejor papel de mi vida, me han dado un guión para una obra de teatro y un posible Estudio 1 de televisión y no sé lo que voy a hacer de mi vida, no me gusta lo que tengo que hacer, este guión es una mierda, encima hoy, cuando terminaba el rodaje me he dado cuenta de que la mujer con la que llevo conviviendo los últimos tres años, no es nada para mí, no he sido capaz ni de rodar con ella la escena de un beso.

Nos hemos habituado tanto el uno al otro que ya no somos nada como pareja.

¿Se lo has dicho?

No, todavía no y no sé cómo hacerlo, pero lo haré, no quiero que pierda el tiempo conmigo.

¿También trabaja en el cine?

Si, ella más que yo, canta muy bien y ha hecho varias comedias musicales.

Pero no quiero molestarte más, tienes que estudiar, aunque sea un tocho.

Sí, pero me gustaría seguir hablando contigo.

De acuerdo, pero no hoy, tienes un examen.

Sí, pero salgo a las seis. Si quieres nos vemos aquí a las siete.

De acuerdo, ahora cojo mi maldito guión y me marcho.

Diciendo esto, Angel apagó el cigarrillo, recogió sus cosas, pagó las consumiciones y se marchó.

¡Hasta las siete!

¡Adiós!



 

jueves, 18 de noviembre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo VIII)

 


La  Barbería


Pedro  Fuentes



Capítulo VIII



Sonó el despertador a las seis de la madrugada, suerte que los días ya empezaban a alargar y ya estaba amaneciendo. Me duché rápidamente, me afeité, preparé cuatro cosas y el neceser en una bolsa de viaje. De pronto me acordé de que no había reservado el hotel, así que esperé a que fuesen las siete menos cuarto y llamé, el guardia de noche todavía no había abandonado recepción, me dijo que no había problema en aquellas fechas y me reservó tres habitaciones contiguas. A las siete menos cinco bajé a la calle con mi bolsa, a las siete menos tres minuto subió por Joaquín María López entrando en Gaztambide un Seat 1500 color crema que parecía recién pintado por el brillo, lo conducía Alfredo, en el asiento de atrás iba Paloma tocada con un sombrero oscuro.

Alfredo me indicó que dejase la bolsa en el maletero y que me sentase a su lado.

Nos pusimos en marcha y lo primero que le dije fue que no había podido ponerme en contacto con Rosario, así que si parábamos a repostar o descansar procuraría llamarle de nuevo en horario escolar, ya que estaba un poco preocupado por que era su costumbre coger ella el teléfono.

Paloma dormitaba en el asiento trasero y Alfredo era un conductor experimentado, mantenía una velocidad constante y se notaba lo cuidado del coche, yo había llevado uno igual durante mi tiempo de mili y sabía de qué hablaba.

Ayer me puse en contacto con mi amigo el policía y de dijo que tenía un compañero de promoción que nos ayudaría, que cuando llegásemos le llamase para darnos los datos. También le comenté que por un descuido no había llamado al hotel pero que lo había hecho esa misma mañana y ya estaban las tres habitaciones reservadas.

El viaje transcurrió sin incidencias, llegamos al temido Despeñaperros y paramos a mitad del recorrido, donde era habitual hacerlo, repostamos y fuimos a tomar algo y descansar un rato.

Aproveché la parada para llamar a Rosario, nadie me contestó, lo intenté varias veces pero no obtuve respuesta ninguna de las veces, pensé que quizás estuviese en el patio o hubiese ido a comprar, pero eso era solamente un pobre consuelo, empezaba a preocuparme.

Cuando lo comenté con Alfredo y Paloma, también se preocuparon, así que abusando de mi amistad llamé al policía, éste me dijo que ya estaba casi todo arreglado, que no habría problemas, entonces le dije lo de Rosario y si podían enviar a alguien hasta la casa. Me contestó que haría lo posible pero no me aseguraba nada, que seguramente estaría comprando o algo así.

Al fin llegamos, Fuimos al hotel e inmediatamente marchamos a casa de Miguel, para no despertar sospechas, quedamos en que fuesen Alfredo y Paloma como si estuviesen de viaje y quisiesen saludar a Rosario.

Llegaron a la casa y nadie les abrió, entonces llamaron a las casa de los lados y en una les dijeron que no sabían nada, en la otra una señora de unos setenta y tantos años les dijo que la hermana del señorito Miguel estaba con gripe y ella había ido a cuidarla a ella y a los niños.

Ya más tranquilos nos fuimos a la casa de Paquita.

Cuando llamaron y ella misma abrió la puerta, por unos momentos, luego se fundieron en un abrazo de risas y lágrimas. Yo veía la escena desde la esquina de la acera de enfrente.

Volvimos al hotel y quedamos que Rosario pasase por allí después de comer, ya que Paquita estaba mejor, así que cuando los niños marchasen al colegio ella vendría.

Llamé a mi amigo el policía y me dijo que fuese a la comisaría que hablarían del asunto.

Así lo hice, quedamos en que al día siguiente todos seríamos citados y abriríamos la barbería.

Al día siguiente, a las diez y media estábamos esperando delante de la barbería todos, Miguel,, Paquita, Rosario, dos policías uno de ellos el amigo de mi amigo y yo, esperábamos al enviado del juzgado. En la acera de enfrente se había reunido un montón de personas expectantes, entre ellos pude reconocer al dueño del bar de enfrente y a los vecinos a los que yo había entrevistado.

Apareció el juez, su secretario y un cerrajero, le preguntó a los presentes si alguien tenía las llaves, al no responder afirmativamente nadie, dio las órdenes oportunas y el cerrajero procedió a la apertura de la cancela metálica y luego a la puerta de cristal, cosa que le costó más, se retiraron montones de hojas, papeles y porquerías que se acumularon durante casi diez años, fecha en la que se había abierto la puerta.

¿Alguien ha tenido las llaves alguna vez? Dijo el juez.

Miguel dijo:

Yo las tuve, pero hace diez años, cuando me fui a mi casa las dejé en casa de mi tío.

¿Quién vive allí ahora?

Yo, dijo Paquita, allí hay un cajón lleno de llaves pero la mayoría no tienen etiqueta y no sé ni de donde son.

Una vez dentro, todos hicieron un semi círculo pegados a la pared, enfrente de los espejos de la barbería. En las estanterías estaba las botellas de lociones, en el mostrador reposaban las máquinas de cortar el pelo y las navajas del afeitado, en un rincón, al fono había seis asientos unidos unos a los otros y en medio unas revistas y un ABC de 18 de Abril de 1954.

Frente al semicírculo nos encontrábamos el juez, el secretario y un policía, el otro policía se encontraba franqueando la puerta de entrada.

El juez le dio la palabra al subinspector y este me la cedió a mí.

Hice un sucinto relato de los hechos y los que me habían llevado allí y dije a boca de jarro:

Usted, y señalé a Miguel, el día dieciocho de abril de 1954, a última hora vino a la barbería con el pretexto de que su tío le afeitase, así que después de cerrar se sentó en ese sillón y su tío le empezó a afeitar, cuando se volvió para preparar el jabón, le clavó un cuchillo en la espalda.

Llevaba unos días planeándolo, se había enterado de varios asuntos, el primero que su tío era el hermano por parte de padre de Rosario, aquí presente, por lo cual no iba a heredar nada, además su tío llevaba una doble vida en Madrid, tenía relaciones con otro hombre y quería dejarlo todo y marcharse con él, cosa que usted no comprendía y que era una mancha para su honor.

Eso tendrán que demostrarlo, dijo Miguel.

Alfredo se aclaró la vos y sacó unos papeles de un porta folios y dijo: Yo soy ese hombre de Madrid, aquí tengo los papeles del padre de Rafael que demuestran que Rosario era su hija, además me dejó un documento que eran sus últimas voluntades por si le pasaba algo. Todo quedó en el olvido cuando desapareció, la primera que dijo de ocultarlos fue Rosario que no quería formar un escándalo, eran otros tiempos y estas cosas no se veían con el mismo prisma que ahora.

Sin cadáver no hay asesinato, además, todavía no han demostrado nada. Dijo Miguel.

Usted, una vez su tío muerto, lo troceó, no le importó nada la sangre, lo tenía previsto, si había preparado la coartada de que su tío, en un descuido, afeitando a un viajero anónimo, le había cortado la yugular, como ya he dicho, una vez troceado, aquella noche hizo un agujero aquí mismo, debajo de ese sillón en el que usted fue el último cliente, ahí enterró las partes no reconocibles de su tío, piernas, brazos y tronco, la cabeza, los pies y las manos se las llevó en un saco de esparto y las enterró en la finca que su familiar tenía a las afueras. Entre otras cosas, usted no se dio cuenta de que su tío fue herido en el tórax durante la guerra y eso nos dará la prueba, el resto, lo metió en la fosa hecha debajo del sillón, e incluso tuvo la macabra idea de cortarle una oreja para dar más realismo al afeitado y la dejó en la papelera de al lado como si se hubiese perdido. Metió los restos es otro saco y los roció de ácido, luego lo tapó y puso el sillón encima, luego se fue a su casa y a los dos días fue a la policía alarmado por la desaparición de Rafael.

Usted y su hermana, cómplice sin saberlo, propagaron el bulo de que había desaparecido y que estaba escondido en casa de un amigo. Cuando la policía hizo todas las pesquisas, en lugar de quitar la sangre con un buen fregado, para corroborar la leyenda, la “limpió” con ácido, con lo cual creó esta mancha que parece de sangre y que no desaparece. Con lo cual nadie quiere comprar el local ni usted vender.

El juez hizo una señal al policía de la puerta y éste hizo entrar una brigada de tres albañiles que empezaron a escava, después de retirar el sillón, a metro y medio bajo tierra encontraron el saco y dentro unos huesos carcomidos por el ácido.

Miguel fue detenido, Rosario y sus amigos se abrazaron y emprendieron una nueva vida, Rosario heredó a su hermano y le cedió la casa a Paquita en usufructo de por vida.

Alfredo, su hermana Paloma, Rosario y yo, volvimos en el 1500 a Madrid, ahora, en el asiento de detrás iban las dos señoras.

Cuando están en Madrid los visito bastante a menudo, si voy a Andalucía y están allí nos vemos también.



FIN

domingo, 14 de noviembre de 2021

BALADA TRISTE (Capítulo IV)


 Balada  triste


Pedro  Fuentes


Capítulo  IV

Salieron para Peñíscola el miércoles por la tarde. Cuando llegaron ya era noche cerrada, encontraron el apartamento que estaba en la calle José Antonio, en la zona nueva, fuera del recinto del catillo y en la playa norte.

Casi debajo mismo había una tasca en la que estaban ocho parroquianos jugando a las cartas en dos mesas, en la barra un camarero les preguntó qué querían, les hizo unos bocadillos fríos que era lo único que podía hacer.

Pese al frío, cuando dieron cuenta de los bocadillos, media botella de vino y un par de cafés, se fueron a la playa y pasearon por ella mientras Lucía contaba lo que sentía que era el mar que no conocía.

A la mañana siguiente se levantaron temprano, bajaron a desayunar a un bar, ya que no tenían de nada en el apartamento, luego paseaban por la arena de la playa norte mientras Lucía le iba diciendo los pies para que Angel se aprendiera el libreto.

Así pasaron los cuatro días, subieron al castillo, recorrieron todos los rincones, paseaban por la playa e incluso se descalzaron y dejaron que el mar, helado, mojara sus pies.

Cuando regresaron a Madrid, Angel se sabía el papel.

En el primer ensayo Felipe le dijo:

Ya sé que hacer para que aprendas un papel, pero no te voy a regalar ni un apartamento ni una Musa.

Entre los ensayos y los exámenes casi no se vio con Lucía. Antes del estreno le dio una entrada para ese día y a partir de entonces pasó los peores nervios de su vida.

La noche del estreno, antes de empezar la obra vio a Lucía por el ojo del telón.

Luego, cuando empezó la obra, con los nervios y los focos no pudo verla, ya más tranquilo, en el segundo acto la vio y su cara era alegre y feliz.

Cuando terminó la obra, que gustó bastante, vio que Lucía no estaba donde habían quedado.

Al día siguiente la buscó, pero no tenía ni su teléfono, fue a la Escuela de Magisterio, nadie le supo dar razón, por la cafetería no apareció.

Pasó el tiempo, hizo el “Estudio 1”, a partir de entonces su carrera fue meteórica, cuando tenía un día libre, la buscaba, no sabía dónde, luego empezó a ir a Peñíscola, paseaba por la playa descalzo, subía al castillo, nada, no supo de ella. Cuando estrenaba alguna obra, en el último acto la veía entre el público, cuando terminaba la obra la veía aplaudir, pero luego se levantaba y desparecía.

Han pasado cuarenta años, Angel se ha convertido en un monstruo de la escena, solamente hace teatro, su única ilusión es verla al final del último acto, no ha cambiado, sigue aparentando 20 años.



FIN

miércoles, 10 de noviembre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo VII)

 


La  Barbería


Pedro  Fuentes


Capítulo VII


Don Alfredo se quitó las gafas que llevaba, cogió la copa y tomó un trago, luego dijo:

Sí, no ha descubierto nada, estamos seguros de que fue asesinado pero no sabemos dónde pueden estar sus restos, Rafael no se habría marchado sin mí, yo era su amor, si, no se equivoca, Rafael y yo éramos pareja desde el primer día que nos conocimos en el cuartel de Guardias de Asalto.

Entonces……., dije mientras pensaba lo que iba a decir, entonces, si Rosario no era el gran amor de Rafael, era……. La hermana por parte de padre de Rafael. ¿Ustedes los sabían?

Si, también lo sabíamos, pero lo manteníamos en secreto, en aquellos tiempos estas historias de amor se mantenían en secreto, primero con la República, luego con la Guerra Civil y después con la dictadura había que silenciar muchas cosas por miedo a chantajes y represalias.

El cuerpo de Rafael desapareció y nadie sabe dónde está. Esa sería la primera cuestión a descubrir y usted no creo que sepa nada.

Sí, lo sé, o más bien lo sospecho, ¿Estarían ustedes dispuestos a venir a Andalucía conmigo? Tengo amistad con un policía aquí en Madrid que nos puede poner en contacto con compañeros suyos en Andalucía y que nos puedan ayudar.

Mi coche es muy pequeño para desplazarnos tres personas, pero podríamos alquilar uno o coger el tren.

Yo conduzco, dijo Alfredo y tengo un Seat 1500 muy cuidado y en buen uso.

Yo cuando voy allí, me hospedo en un pequeño hotel en el centro, muy limpio y agradable, si quieren nos alojaremos allí. Yo esta tarde llamaré a mi amigo y que prepare las cosas para mañana y nosotros podemos salir temprano. Además llamaré a Rosario para avisarles de nuestra visita y para que no hable ni comente nada con nadie, si es lo que yo pienso, podría correr peligro.

Puede llamarla desde aquí dijo Alfredo y me indicó el teléfono en la mesa del despacho.

Cogí el aparato y después de marcar, a las tres señales de llamada contestó una voz de hombre. Colgué rápidamente. Era la hora en que Miguel ya había vuelto del colegio, volveré a llamar a las dos horas dije en voz alta.

Le conté a los hermanos lo que había quedado con Rosario y quedé en llamar luego, a las dos horas.

Ahora me marcho porque quiero localizar a mi amigo el policía, ¿A qué hora podemos quedar para llegar antes de la hora de comer?

Por nosotros, si quiere, podemos pasar a buscarlo a las siete, ¿Dónde vive?

En Argüelles, en Gaztambide. Les di las señas completas y quedamos a las siete en la puerta de casa.

Salí a la calle y en la primera cabina que vi llamé a mi amigo el subinspector, ya había salido, repetí la llamada a su casa y no estaba, sabía por dónde iba normalmente a tomar una copa después del trabajo, así que me dirigí allí, una cafetería al lado de mi casa, ya que él también vivía por allí, efectivamente lo encontré en “Emperador”, estaba haciendo barra junto con una rubia teñida despampanante.

¡Paco! Necesito que me hagas un favor.

Dime, contestó el policía.

Lo separé de la barra y le dije lo que quería, lo llamaría al día siguiente al medio día para saber dónde tenía que ir.

No será fácil, me dijo Paco, es un caso que está cerrado hace mucho tiempo y no sé si alguien se querrá mojar, aunque estoy pensando que tengo un amigo de promoción y está loco por destacar para conseguir un destino mejor, lo llamaré esta noche, porque tengo sus señas en casa.

Pero tienes que Ir por tu casa, así que más te vale que vayas por allí y dejes a la rubia para otro día.

Tranquilo, esto es un ligero pasatiempo, te conseguiré lo que quieres.

A propósito, qué ganas tú con esto, me dijo.

Nada, solamente resolver una historia que me trae de cabeza desde que tenía nueve años.

Bueno, mañana me llamas y te diré a quién tienes que ir a ver, ahora ven conmigo y te invito a una copa con la rubia.

Me cogió del brazo me llevó tras de sí.

Mira, rubia, te presento a mi amigo Pedro. Es escritor y detective en los ratos libres.

La rubia se acercó a mí y me plantó dos besos con olor a perfume barato.

No me llamo así, soy Coby.

¿Coby? Dije yo.

Si, de Covadonga.

Ah sí, como la de Asturias, contesté.

Pedí un whisky con hielo y seguimos la banal charla hasta que se terminó, entonces me despedí y marché, al llegar a la puerta, cuando ya no me veían, me limpié con la mano las mejillas por si quedaba en mi cara restos de lápiz de labios.

Llegué a casa y llamé a Rosario otra vez, al primer toque de llamada me respondió la misma voz de hombre, que suponía de Miguel. Me quedé bastante preocupado, ya que no era lo normal. Cené y me fui a dormir, mañana había que madrugar.

jueves, 4 de noviembre de 2021

LA BARBERIA (Capítulo VI)

 

 

La Barbería

 

Pedro Fuentes

 

Capítulo VI

 

A la mañana siguiente, a las siete entré en el comedor a desayunar, tomé un par de tostadas con aceite de oliva, una de las maravillas de Andalucía, luego cogí el coche, un Mini color naranja y negro y marché hacía Madrid, solamente una cosa me preocupaba, pasar Despeñaperros los antes posible y sin camiones.

Llegué a Madrid, aparqué cerca de mi casa, en el barrio de Argüelles y me fui al apartamento, lo primero que hice fue consultar la guía telefónica de calles, efectivamente en Sainz de Baranda había un Carretero García, A. Fui al teléfono y marqué.

¿Don Alfredo Carretero?

Sí, yo soy, ¿Quién llama?

Soy Fuentes, Pedro Fuentes y soy amigo de Rosario de Andalucía.

Sí, sí, ¡dígame! ¿Le pasa algo?

No, por Dios, se encuentra perfectamente, lo que pasa es que estoy intentando averiguar cosas sobre Rafael.

¿No le parece que es un asunto muy antiguo?

No crea, creo que he descubierto algunas cosas bastante importantes y tengo unas teorías que quisiese confirmar para solucionar el caso.

¿Es usted policía o investigador?

No, soy escritor aficionado y vengo siguiendo este caso desde 1959, ahora, después de tantos años he descubierto alguna cosa que usted creo que sabe y junto con otros detalles pudiesen resolver el misterio de la desaparición de Rafael.

¡Dígame! ¿Está usted en Madrid o en Andalucía?

No hace ni media hora que he llegado de allí, ayer estuve con Rosario que me ha dado para usted y su hermana un fuerte abrazo.

¿Cuándo nos podemos ver?

Después de tres horas, donde usted quiera, si desea los visitaré en su casa, cogeré el 61 y me deja cerca de su casa.

¿Le parece a partir de la seis y media en mi casa? ¿Sabe la dirección?

Creo que sí, en Sainz de Baranda, el tercer piso.

Si, efectivamente, tercero A al lado del cine.

Estaré ahí sobre las seis y media o siete menos cuarto.

Me preparé un bocadillo y una cerveza y después de una ducha me acosté a dormir la siesta hasta las cinco.

Me levanté, después de una refrescante ducha, me arreglé, cogí mi bloc  de notas y marché a tomar el 61 rumbo a Narváez esquina a Sainz de Baranda, allí bajé, crucé la calle y ya enfrente del número que buscaba, al ver que no era la hora todavía, entré en un pequeño bar casi enfrente del cine y pedí un café solo.

Llegué a la casa justo a las seis y media, en el portal una mujer, la portera me cerró el paso, simplemente le dije:

Voy a casa de D. Alfredo Carretero.

Tercero A, me contestó.

Gracias, ya lo sé, me está esperando.

Cogí el ascensor, un antiguo aparato de madera  rodeado de una especie de jaula metálica.

Cuando llegué al piso, llamé al timbre y enseguida me abrió una señora de unos sesenta años, su pelo era blanco totalmente y lo llevaba recogido en un perfecto moño en la nuca.

Usted debe de ser Paloma, la vi en una foto que me enseñó Rosario.

Pase, mi hermano le está esperando.

La casa estaba perfectamente amueblada con muebles color caoba, antiquísimos pero brillantes y relucientes.

Pase, mi hermano le espera en la biblioteca.

Era esta sala una habitación no muy grande o más bien lo parecía porque todas las paredes,  salvo la de la ventana, que estaba llena de fotos, todo eran libros de diferentes tipos y tamaños, aquello era el santuario de un gran lector. Entre las fotos descubrí varias copias de las vistas en casa de Miguel. Al pie y de espaldas a la ventana se encontraba Alfredo, de unos sesenta y cinco años, arreglado y con una chaqueta cruzada, llevaba una barba perfectamente recortada y blanca como sus cabellos. Por el bigote y alrededores de su boca más amarillos, deduje que era fumador  empedernido.

Al verme en la puerta se levantó ágilmente y se dirigió a buen paso para darme la mano. Era una mano muy cuidada y arreglada, huesuda pero fuerte.

Don Alfredo, soy Pedro Fuentes y estoy encantadísimo de conocerle, a usted y a su hermana.

En el lado derecho de la habitación había cuatro sillones y una mesa pequeña en medio, en el rincón una lámpara de pie daba luz suficiente para poder leer en cualquiera de los sillones.

¿Le apetece un brandy? Me dijo Alfredo.

Asentí y Paloma enseguida trajo tres copas, luego de un pequeño mueble bar sacó dos botellas, el brandy y dijo yo prefiero anisete.

Me indicó con un gesto que me sentara y así lo hice, ellos dos se sentaron en sendos sillones frente a mí.

Usted dirá, me dijo D. Alfredo.

Bueno, primero les explicaré cómo he llegado hasta aquí, todo empezó cuando tenía nueve años y estando de visita en Andalucía, al pasar por la peluquería, mi tía que es de allí me contó una historia que en la que decían que allí se había cometido un terrible asesinato.

Seguí cronológicamente con la historia hasta que llegué al relato de mi visita a Rosario el día anterior por la mañana.

No sé si ustedes sospechan lo que les voy a decir, pero no creo que Rafael desapareciera por sí mismo, creo que fue asesinado. Porque ni ustedes ni Rosario saben nada y él no habría marchado sin su adorada Rosario ni sus amigos.