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jueves, 31 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo VIII


LA  BARBERIA


Pedro  Fuentes


Capítulo  VIII 


Sonó el despertador a las seis de la madrugada, suerte que los días ya empezaban a alargar y ya estaba amaneciendo. Me duché rápidamente, me afeité, preparé cuatro cosas y el neceser en una bolsa de viaje. De pronto me acordé de que no había reservado el hotel, así que esperé a que fuesen las siete menos cuarto y llamé, el guardia de noche todavía no había abandonado recepción, me dijo que no había problema en aquellas fechas y me reservó tres habitaciones contiguas. A las siete menos cinco bajé a la calle con mi bolsa, a las siete menos tres minuto subió por Joaquín María López entrando en Gaztambide un Seat 1500 color crema que parecía recién pintado por el brillo, lo conducía Alfredo, en el asiento de atrás iba Paloma tocada con un sombrero oscuro.

Alfredo me indicó que dejase la bolsa en el maletero y que me sentase a su lado.

Nos pusimos en marcha y lo primero que le dije fue que no había podido ponerme en contacto con Rosario, así que si parábamos a repostar o descansar procuraría llamarle de nuevo en horario escolar, ya que estaba un poco preocupado por que era su costumbre coger ella el teléfono.

Paloma dormitaba en el asiento trasero y Alfredo era un conductor experimentado, mantenía una velocidad constante y se notaba lo cuidado del coche, yo había llevado uno igual durante mi tiempo de mili y sabía de qué hablaba.

Ayer me puse en contacto con mi amigo el policía y de dijo que tenía un compañero de promoción que nos ayudaría, que cuando llegásemos le llamase para darnos los datos. También le comenté que por un descuido no había llamado al hotel pero que lo había hecho esa misma mañana y ya estaban las tres habitaciones reservadas.

El viaje transcurrió sin incidencias, llegamos al temido Despeñaperros y paramos a mitad del recorrido, donde era habitual hacerlo, repostamos y fuimos a tomar algo y descansar un rato.

Aproveché la parada para llamar a Rosario, nadie me contestó, lo intenté varias veces pero no obtuve respuesta ninguna de las veces, pensé que quizás estuviese en el patio o hubiese ido a comprar, pero eso era solamente un pobre consuelo, empezaba a preocuparme.

Cuando lo comenté con Alfredo y Paloma, también se preocuparon, así que abusando de mi amistad llamé al policía, éste me dijo que ya estaba casi todo arreglado, que no habría problemas, entonces le dije lo de Rosario y si podían enviar a alguien hasta la casa. Me contestó que haría lo posible pero no me aseguraba nada, que seguramente estaría comprando o algo así.

Al fin llegamos, Fuimos al hotel e inmediatamente marchamos a casa de Miguel, para no despertar sospechas, quedamos en que fuesen Alfredo y Paloma como si estuviesen de viaje y quisiesen saludar a Rosario.

Llegaron a la casa y nadie les abrió, entonces llamaron a las casa de los lados y en una les dijeron que no sabían nada, en la otra una señora de unos setenta y tantos años les dijo que la hermana del señorito Miguel estaba con gripe y ella había ido a cuidarla a ella y a los niños.

Ya más tranquilos nos fuimos a la casa de Paquita.

Cuando llamaron y ella misma abrió la puerta, por unos momentos, luego se fundieron en un abrazo de risas y lágrimas. Yo veía la escena desde la esquina de la acera de enfrente.

Volvimos al hotel y quedamos que Rosario pasase por allí después de comer, ya que Paquita estaba mejor, así que cuando los niños marchasen al colegio ella vendría.

Llamé a mi amigo el policía y me dijo que fuese a la comisaría que hablarían del asunto.

Así lo hice, quedamos en que al día siguiente todos seríamos citados y abriríamos la barbería.

Al día siguiente, a las diez y media estábamos esperando delante de la barbería todos, Miguel, 
Paquita, Rosario, dos policías uno de ellos el amigo de mi amigo y yo, esperábamos al enviado del juzgado. En la acera de enfrente se había reunido un montón de personas expectantes, entre ellos pude reconocer al dueño del bar de enfrente y a los vecinos a los que yo había entrevistado.

Apareció el juez, su secretario y un cerrajero, le preguntó a los presentes si alguien tenía las llaves, al no responder afirmativamente nadie, dio las órdenes oportunas y el cerrajero procedió a la apertura de la cancela metálica y luego a la puerta de cristal, cosa que le costó más, se retiraron montones de hojas, papeles y porquerías que se acumularon durante casi diez años, fecha en la que se había abierto la puerta.

¿Alguien ha tenido las llaves alguna vez? Dijo el juez.

Miguel dijo:

Yo las tuve, pero hace diez años, cuando me fui a mi casa las dejé en casa de mi tío.
¿Quién vive allí ahora?

Yo, dijo Paquita, allí hay un cajón lleno de llaves pero la mayoría no tienen etiqueta y no sé ni de donde son.

Una vez dentro, todos hicieron un semi círculo pegados a la pared, enfrente de los espejos de la barbería. En las estanterías estaba las botellas de lociones, en el mostrador reposaban las máquinas de cortar el pelo y las navajas del afeitado, en un rincón, al fono había seis asientos unidos unos a los otros y en medio unas revistas y un ABC de 18 de Abril de 1954.

Frente al semicírculo nos encontrábamos el juez, el secretario y un policía, el otro policía se encontraba franqueando la puerta de entrada.

El juez le dio la palabra al subinspector y este me la cedió a mí.

Hice un sucinto relato de los hechos y los que me habían llevado allí y dije a boca de jarro:

Usted, y señalé a Miguel, el día dieciocho de abril de 1954, a última hora vino a la barbería con el pretexto de que su tío le afeitase, así que después de cerrar se sentó en ese sillón y su tío le empezó a afeitar, cuando se volvió para preparar el jabón, le clavó un cuchillo en la espalda.

Llevaba unos días planeándolo, se había enterado de varios asuntos, el primero que su tío era el hermano por parte de padre de Rosario, aquí presente, por lo cual no iba a heredar nada, además su tío llevaba una doble vida en Madrid, tenía relaciones con otro hombre y quería dejarlo todo y marcharse con él, cosa que usted no comprendía y que era una mancha para su honor.

Eso tendrán que demostrarlo, dijo Miguel.

Alfredo se aclaró la vos y sacó unos papeles de un porta folios y dijo: Yo soy ese hombre de Madrid, aquí tengo los papeles del padre de Rafael que demuestran que Rosario era su hija, además me dejó un documento que eran sus últimas voluntades por si le pasaba algo. Todo quedó en el olvido cuando desapareció, la primera que dijo de ocultarlos fue Rosario que no quería formar un escándalo, eran otros tiempos y estas cosas no se veían con el mismo prisma que ahora.

Sin cadáver no hay asesinato, además, todavía no han demostrado nada. Dijo Miguel.

Usted, una vez su tío muerto, lo troceó, no le importó nada la sangre, lo tenía previsto, si había preparado la coartada de que su tío, en un descuido, afeitando a un viajero anónimo, le había cortado la yugular, como ya he dicho, una vez troceado, aquella noche hizo un agujero aquí mismo, debajo de ese sillón en el que usted fue el último cliente, ahí enterró las partes no reconocibles de su tío, piernas, brazos y tronco, la cabeza, los pies y las manos se las llevó en un saco de esparto y las enterró en la finca que su familiar tenía a las afueras. Entre otras cosas, usted no se dio cuenta de que su tío fue herido en el tórax durante la guerra y eso nos dará la prueba, el resto, lo metió en la fosa hecha debajo del sillón, e incluso tuvo la macabra idea de cortarle una oreja para dar más realismo al afeitado y la dejó en la papelera de al lado como si se hubiese perdido. Metió los restos es otro saco y los roció de ácido, luego lo tapó y puso el sillón encima, luego se fue a su casa y a los dos días fue a la policía alarmado por la desaparición de Rafael.

Usted y su hermana, cómplice sin saberlo, propagaron el bulo de que había desaparecido y que estaba escondido en casa de un amigo. Cuando la policía hizo todas las pesquisas, en lugar de quitar la sangre con un buen fregado, para corroborar la leyenda, la “limpió” con ácido, con lo cual creó esta mancha que parece de sangre y que no desaparece. Con lo cual nadie quiere comprar el local ni usted vender.

El juez hizo una señal al policía de la puerta y éste hizo entrar una brigada de tres albañiles que 
empezaron a escava, después de retirar el sillón, a metro y medio bajo tierra encontraron el saco y dentro unos huesos carcomidos por el ácido.

Miguel fue detenido, Rosario y sus amigos se abrazaron y emprendieron una nueva vida, Rosario heredó a su hermano y le cedió la casa a Paquita en usufructo de por vida.

Alfredo, su hermana Paloma, Rosario y yo, volvimos en el 1500 a Madrid, ahora, en el asiento de detrás iban las dos señoras.

Cuando están en Madrid los visito bastante a menudo, si voy a Andalucía y están allí nos vemos también.


FIN

jueves, 24 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo VII

LA  BARBERIA


Pedro  Fuentes


Capítulo  VII


Don Alfredo se quitó las gafas que llevaba, cogió la copa y tomó un trago, luego dijo:

Sí, no ha descubierto nada, estamos seguros de que fue asesinado pero no sabemos dónde pueden estar sus restos, Rafael no se habría marchado sin mí, yo era su amor, si, no se equivoca, Rafael y yo 
éramos pareja desde el primer día que nos conocimos en el cuartel de Guardias de Asalto.

Entonces……., dije mientras pensaba lo que iba a decir, entonces, si Rosario no era el gran amor de Rafael, era……. La hermana por parte de padre de Rafael. ¿Ustedes los sabían?

Si, también lo sabíamos, pero lo manteníamos en secreto, en aquellos tiempos estas historias de amor se mantenían en secreto, primero con la República, luego con la Guerra Civil y después con la dictadura había que silenciar muchas cosas por miedo a chantajes y represalias.

El cuerpo de Rafael desapareció y nadie sabe dónde está. Esa sería la primera cuestión a descubrir y usted no creo que sepa nada.

Sí, lo sé, o más bien lo sospecho, ¿Estarían ustedes dispuestos a venir a Andalucía conmigo? Tengo amistad con un policía aquí en Madrid que nos puede poner en contacto con compañeros suyos en Andalucía y que nos puedan ayudar.

Mi coche es muy pequeño para desplazarnos tres personas, pero podríamos alquilar uno o coger el tren.

Yo conduzco, dijo Alfredo y tengo un Seat 1500 muy cuidado y en buen uso.

Yo cuando voy allí, me hospedo en un pequeño hotel en el centro, muy limpio y agradable, si quieren nos alojaremos allí. Yo esta tarde llamaré a mi amigo y que prepare las cosas para mañana y nosotros podemos salir temprano. Además llamaré a Rosario para avisarles de nuestra visita y para que no hable ni comente nada con nadie, si es lo que yo pienso, podría correr peligro.

Puede llamarla desde aquí dijo Alfredo y me indicó el teléfono en la mesa del despacho.

Cogí el aparato y después de marcar, a las tres señales de llamada contestó una voz de hombre. Colgué rápidamente. Era la hora en que Miguel ya había vuelto del colegio, volveré a llamar a las dos horas dije en voz alta.

Le conté a los hermanos lo que había quedado con Rosario y quedé en llamar luego, a las dos horas.
Ahora me marcho porque quiero localizar a mi amigo el policía, ¿A qué hora podemos quedar para llegar antes de la hora de comer?

Por nosotros, si quiere, podemos pasar a buscarlo a las siete, ¿Dónde vive?

En Argüelles, en Gaztambide. Les di las señas completas y quedamos a las siete en la puerta de casa.
Salí a la calle y en la primera cabina que vi llamé a mi amigo el subinspector, ya había salido, repetí la llamada a su casa y no estaba, sabía por dónde iba normalmente a tomar una copa después del trabajo, así que me dirigí allí, una cafetería al lado de mi casa, ya que él también vivía por allí, efectivamente lo encontré en “Emperador”, estaba haciendo barra junto con una rubia teñida despampanante.
¡Paco! Necesito que me hagas un favor.

Dime, contestó el policía.

Lo separé de la barra y le dije lo que quería, lo llamaría al día siguiente al medio día para saber dónde tenía que ir.

No será fácil, me dijo Paco, es un caso que está cerrado hace mucho tiempo y no sé si alguien se querrá mojar, aunque estoy pensando que tengo un amigo de promoción y está loco por destacar para conseguir un destino mejor, lo llamaré esta noche, porque tengo sus señas en casa.

Pero tienes que Ir por tu casa, así que más te vale que vayas por allí y dejes a la rubia para otro día.
Tranquilo, esto es un ligero pasatiempo, te conseguiré lo que quieres.

A propósito, qué ganas tú con esto, me dijo.

Nada, solamente resolver una historia que me trae de cabeza desde que tenía nueve años.

Bueno, mañana me llamas y te diré a quién tienes que ir a ver, ahora ven conmigo y te invito a una copa con la rubia.

Me cogió del brazo  me llevó tras de sí.

Mira, rubia, te presento a mi amigo Pedro. Es escritor y detective en los ratos libres.

La rubia se acercó a mí y me plantó dos besos con olor a perfume barato.

No me llamo así, soy Coby.

¿Coby? Dije yo.

Si, de Covadonga.

Ah sí, como la de Asturias, contesté.

Pedí un whisky con hielo y seguimos la banal charla hasta que se terminó, entonces me despedí y marché, al llegar a la puerta, cuando ya no me veían, me limpié con la mano las mejillas por si quedaba en mi cara restos de lápiz de labios.


Llegué a casa y llamé a Rosario otra vez, al primer toque de llamada me respondió la misma voz de hombre, que suponía de Miguel. Me quedé bastante preocupado, ya que no era lo normal. Cené y me fui a dormir, mañana había que madrugar.

jueves, 17 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo VI





LA  BARBERIA


Pedro  Fuentes


Capítulo  VI  


A la mañana siguiente, a las siete entré en el comedor a desayunar, tomé un par de tostadas con aceite de oliva, una de las maravillas de Andalucía, luego cogí el coche, un Mini color naranja y negro y marché hacía Madrid, solamente una cosa me preocupaba, pasar Despeñaperros los antes posible y sin camiones.

Llegué a Madrid, aparqué cerca de mi casa, en el barrio de Argüelles y me fui al apartamento, lo primero que hice fue consultar la guía telefónica de calles, efectivamente en Sainz de Baranda había un Carretero García, A. Fui al teléfono y marqué.

¿Don Alfredo Carretero?

Sí, yo soy, ¿Quién llama?

Soy Fuentes, Pedro Fuentes y soy amigo de Rosario de Andalucía.

Sí, sí, ¡dígame! ¿Le pasa algo?

No, por Dios, se encuentra perfectamente, lo que pasa es que estoy intentando averiguar cosas sobre Rafael.

¿No le parece que es un asunto muy antiguo?

No crea, creo que he descubierto algunas cosas bastante importantes y tengo unas teorías que quisiese confirmar para solucionar el caso.

¿Es usted policía o investigador?

No, soy escritor aficionado y vengo siguiendo este caso desde 1959, ahora, después de tantos años he descubierto alguna cosa que usted creo que sabe y junto con otros detalles pudiesen resolver el misterio de la desaparición de Rafael.

¡Dígame! ¿Está usted en Madrid o en Andalucía?

No hace ni media hora que he llegado de allí, ayer estuve con Rosario que me ha dado para usted y su hermana un fuerte abrazo.

¿Cuándo nos podemos ver?

Después de tres horas, donde usted quiera, si desea los visitaré en su casa, cogeré el 61 y me deja cerca de su casa.

¿Le parece a partir de la seis y media en mi casa? ¿Sabe la dirección?

Creo que sí, en Sainz de Baranda, el tercer piso.

Si, efectivamente, tercero A al lado del cine.

Estaré ahí sobre las seis y media o siete menos cuarto.

Me preparé un bocadillo y una cerveza y después de una ducha me acosté a dormir la siesta hasta las cinco.

Me levanté, después de una refrescante ducha, me arreglé, cogí mi bloc  de notas y marché a tomar el 61 rumbo a Narváez esquina a Sainz de Baranda, allí bajé, crucé la calle y ya enfrente del número que buscaba, al ver que no era la hora todavía, entré en un pequeño bar casi enfrente del cine y pedí un café solo.

Llegué a la casa justo a las seis y media, en el portal una mujer, la portera me cerró el paso, simplemente le dije:

Voy a casa de D. Alfredo Carretero.

Tercero A, me contestó.


Gracias, ya lo sé, me está esperando.

Cogí el ascensor, un antiguo aparato de madera  rodeado de una especie de jaula metálica.
Cuando llegué al piso, llamé al timbre y enseguida me abrió una señora de unos sesenta años, su pelo era blanco totalmente y lo llevaba recogido en un perfecto moño en la nuca.

Usted debe de ser Paloma, la vi en una foto que me enseñó Rosario.

Pase, mi hermano le está esperando.

La casa estaba perfectamente amueblada con muebles color caoba, antiquísimos pero brillantes y relucientes.

Pase, mi hermano le espera en la biblioteca.

Era esta sala una habitación no muy grande o más bien lo parecía porque todas las paredes,  salvo la de la ventana, que estaba llena de fotos, todo eran libros de diferentes tipos y tamaños, aquello era el santuario de un gran lector. Entre las fotos descubrí varias copias de las vistas en casa de Miguel. Al pie y de espaldas a la ventana se encontraba Alfredo, de unos sesenta y cinco años, arreglado y con una chaqueta cruzada, llevaba una barba perfectamente recortada y blanca como sus cabellos. Por el bigote y alrededores de su boca más amarillos, deduje que era fumador  empedernido.

Al verme en la puerta se levantó ágilmente y se dirigió a buen paso para darme la mano. Era una mano muy cuidada y arreglada, huesuda pero fuerte.

Don Alfredo, soy Pedro Fuentes y estoy encantadísimo de conocerle, a usted y a su hermana.

En el lado derecho de la habitación había cuatro sillones y una mesa pequeña en medio, en el rincón una lámpara de pie daba luz suficiente para poder leer en cualquiera de los sillones.

¿Le apetece un brandy? Me dijo Alfredo.

Asentí y Paloma enseguida trajo tres copas, luego de un pequeño mueble bar sacó dos botellas, el brandy y dijo yo prefiero anisete.

Me indicó con un gesto que me sentara y así lo hice, ellos dos se sentaron en sendos sillones frente a mí.

Usted dirá, me dijo D. Alfredo.

Bueno, primero les explicaré cómo he llegado hasta aquí, todo empezó cuando tenía nueve años y estando de visita en Andalucía, al pasar por la peluquería, mi tía que es de allí me contó una historia que en la que decían que allí se había cometido un terrible asesinato.

Seguí cronológicamente con la historia hasta que llegué al relato de mi visita a Rosario el día anterior por la mañana.

No sé si ustedes sospechan lo que les voy a decir, pero no creo que Rafael desapareciera por sí mismo, creo que fue asesinado. Porque ni ustedes ni Rosario saben nada y él no habría marchado sin su adorada Rosario ni sus amigos.

jueves, 10 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo V


LA BARBERIA


Pedro  Fuentes


Capítulo  V



A la mañana siguiente, después de un fuerte desayuno y leer los periódicos, a eso de las diez y media de la mañana salí a la calle y me dirigí a casa de Miguel, llamé a la puerta y me abrió Rosario.

Buenos días, ¿Está don Miguel?

Buenos días nos de Dios, el señorito no está, se fue a trabajar y ya no volverá hasta la tarde, come en el colegio.

Verá, ayer perdí un llavero con dos llaves, las de mi casa de Madrid y hoy me he dado cuenta preparándome para la marcha.

Pues no he encontrado nada y el señorito no me ha dicho nada.

Es un llavero que tiene un enano de los de La Bajada de la Virgen en La Palma, que se celebra cada cinco años con dos llaves, una de máxima seguridad y la otra un poco más sencilla del portal de la calle.

Pase usted y entre los dos quizás veamos más.

Entramos y le dije: Estuve sentado aquí, pero mientras don Miguel fue a buscar las fotos estuve de pie contemplando las flores de esta pared.

¡Mire! ¡Aquí están! Dije mientras hacía que recogía el llavero de entre dos macetas y se lo mostraba.
Usted ha venido por otra cosa, hoy mismo he movido esos tiestos y las llaves no estaban.

Tiene usted razón, quería hablar con usted pero no quería que nos vieran ni oyera nadie. Usted conoció al señor Rafael, es más, le he reconocido en las fotos de Madrid, usted no cree que él se marchara si no era consigo y a Madrid. Allí fueron bastante felices, yo me interesé por él en el año 59 cuando era un chiquillo y he estado intentando saber qué pasó desde entonces.

Me gustaría saber entre otras cosas el nombre y la dirección del amigo de Rafael en Madrid.
No sé si se la debo dar, bueno, yo no la sé, pero si cómo encontrarlos, pero quizás no deba.
Es quizás la última oportunidad de saber qué pasó con Rafael, y creo que eso es lo que más le importa en este mundo.

Mi madre trabajó con los padres de Rafael y me tuvo a mí dos años después que a Rafael. Cuando mi madre murió, los padres de Rafael se quedaron conmigo y trabajé siempre con ellos, murieron en 1931, cuando la quema de las iglesias, a ellos los mataron porque se refugiaron en una. Entonces marché a Madrid porque Rafael era lo único que me quedaba en este mundo. Los padres de Miguel y doña Paquita bastantes problemas tenían para salir adelante.

¿Y su padre?

No tenía, era hija de madre soltera. Pero venga conmigo a la biblioteca, cuando Miguel destruyó todos los papeles de su tío, guardé los datos que me pide en la fotografía de Madrid en la que estamos los cuatro. Tenemos que sacar la foto sin que se estropee ni note.

En la biblioteca Rosario sacó el álbum y abrió a la primera sus hojas, sabía perfectamente dónde estaba, era uno de aquellos álbumes de hojas negras con unos pequeños cortes a la altura de las esquinas de las fotos para sujetarlas, pero aquellas estaban además pegadas por el centro.

Con sumo cuidado cogí un fino estilete de encima de una mesa de despacho enfrente de la biblioteca, lo introduje lentamente por detrás de la foto y la despegué sin producir un daño aparente.

Saqué la foto, le di la vuelta y pude leer Alfredo y Paloma Carretero García. Sainz de Baranda de  Madrid.

Copié los datos en mi libreta y pusimos la foto en su lugar pegada con un poco de cola hecho por Rosario a base de cocer agua con un poco de harina.

Según veo, sus amigos eran hermanos. ¿Ha tenido contacto con ellos después de aquello?

Si, cuando desapareció Rafael les escribí pero no sabían nada. Luego se han ido espaciando las cartas y ahora solamente nos escribimos por Navidad.

¿Lo sabe Miguel?

Una vez recogió una carta y me la dio, pero no hizo comentario alguno.

Sería conveniente que no le hiciese ningún comentario de mi visita de hoy. Además me gustaría que me diese un teléfono al que pueda llamarle.

Rosario escribió un número en un papel y me lo dio.

Llame siempre en horario escolar, si le digo que se ha equivocado de número cuelgue y espere dos horas, si se lo vuelvo a decir, no llame hasta el día siguiente. Lo mismo le digo si se pone él, cosa improbable porque no lo hace nunca.

Creo que con esto le podré informar de algo más. Partiré mañana para Madrid. Le diré algo en cuanto descubra lo que sea.

¡Cuídese, señora Rosario!

Buen viaje y que tenga mucha suerte y dele un fuerte abrazo de mi parte a Alfredo y a Paloma.
Rosario me acompañó a la puerta de la calle, la abrió y miró fuera a ambos lados, luego me dijo: Salga hacia la derecha y cruce la calle cuanto antes.

Adiós, Rosario, encantado de conocerle.

Salí de prisa e hice lo que me dijo, crucé la calle y me fui dirección al parque que visitaba de niño, llegué al estanque de los patos, no era como yo recordaba, el agua estaba bastante sucio y los patos no eran felices, parecían condenados a trabajos forzados a cambio de pan duro que tenían que dejar remojar para poderlo comer, luego me senté en la terraza del bar que iba con mi padre y me tomé una cerveza con una ración de ensaladilla rusa decorada con un par de colines, cerca de allí, entre unos matorrales cantaba un grillo como los que de niño cazaba.

Mientras bebía la cerveza repasé mis notas e hice alguna nueva. Luego me fui al hotel, avisé a recepción de que a la noche tuviesen preparada la factura porque marcharía al día siguiente muy temprano. Salí de nuevo y fui paseando hacia más al centro donde había visto un mesón típico donde había comido la otra vez que estuve con mis amigos,

l del patio, mientras tanto me dediqué a curiosear, era un jardín lleno de buen gusto y saber hacer. No vi la mano de Miguel en él.


Entró de nuevo Miguel con un álbum en las manos, iba buscando las fotos que me quería enseñar.
Tiene un patio muy hermoso, le dije.

Sí, pero no es obra mía, lo cuida Rosario, ella ha estado con mi familia toda la vida y es la que se encarga de la casa y de mí, yo soy soltero y si no fuese por ella no sé lo que haría.

Había unas diez fotos de Rafael en el álbum, o por lo menos esas me enseñó. La primera de ellas era la que vi en casa de doña Paquita, Había otra igual, en el mismo sitio, de las clásicas hechas en la puerta del Retiro con Rafael y un compañero de armas, otra de la misma época en lo que parecía una verbena con el mismo compañero y dos chicas jovencitas, bastante más que ellos, los cuatro delante de una especie de noria, una de las chicas me resultó como si la conociese de algo, cosa muy improbable.

El resto eran del otro periodo militar, el de las tropas de Franco y cosa curiosa, parecía rememorar las anteriores. Rafael y su amigo ambos con el mismo uniforme pero su amigo con los galones de cabo. En otra estaba Rafael con una de las dos chicas, ahora con unos años más me di cuenta de que sí la conocía.

¿Sabe el nombre del compañero de armas o el de las chicas?

No, en absoluto.

¿Me dejaría sacar unas copias?

No, desde luego que no.

Bueno, pues muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable, no le molesto más, seguro que ha venido del trabajo y no le he dejado ni quitarse la chaqueta.

Bueno, no es un trabajo agotador, soy maestro y solamente trabajo en horario escolar.
Pues le repito, muy agradecido, si alguna vez escribo algo de esta historia lo haré con nombres supuestos y antes de publicarlo les enviaré una copia a usted y su hermana para que me den el consentimiento.

Nos levantamos ambos y me acompañó hasta la puerta, le di la mano y le dije:

Lo dicho, muy agradecido y encantado de conocerle.


Cuando salí de la casa ya empezaba a oscurecer y decidí andar por el centro de la ciudad, por lo que tuve que atravesar aquel parque que de niño recorrí con mi tía y su hermana, mi madre, ya casi en la salida, en un quiosco en el que había estado con mi padre me senté a tomar una cerveza y recordar momentos felices de la infancia, mientras en mi cuaderno recogía todos los datos de la historia de Rafael.

jueves, 3 de octubre de 2019

LA BARBERIA Capítulo IV

LA  BARBERIA 


Pedro  Fuentes


Capítulo  IV


Eran ya las seis y media de la tarde cuando salí del hotel y me dirigí a casa de Miguel, el sobrino del barbero.

Era una casa más moderna, unifamiliar también, pero más sobria, en ésta las plantas era menos floridas que las de Paquita.

Llamé a la puerta y me abrió una mujer de unos sesenta años vestida de negro y un delantal blanco, en las manos llevaba un paño de cocina, en el que se las secaba.

Buenas tardes, ¿Está don Miguel?

No, en estos momentos no está, pero está a punto de llegar. ¡Mire! Por la esquina de la calle viene, ya le he dicho que llegaría en un momento,

Por la calle venía un hombre de unos cincuenta y pico de años, algo encorvado y apoyándose en un bastón pese a que no parecía cojear.

Buenas tardes, don Miguel, soy Pedro Fuentes y me gustaría hablar un poco con usted sobre su tío Rafael.

Si, ya me ha comentado mi hermana que vendría, pero no tengo nada que decirle, este asunto de mi tío ya está zanjado, pasó hace muchos años y a nadie le gusta que remuevan a sus muertos, dicho esto también hizo la señal de la cruz.

Verá, yo no tengo ningún interés especial, en 1959 con nueve años, mi tía, que vivía aquí me contó una historia, a mí, el relato me impresionó, desde entonces he venido un par de veces a la ciudad y como la barbería sigue cerrada, me gustaría saber más del misterio.

No hay tal misterio, las gentes se han encargado de hablar e inventar historias, con lo cual lo único que ha pasado  es que nos han perjudicado a mi hermana y a mí y encima, ahora que ya la gente parece olvidar, aparece usted a remover el asunto.


Mire, yo tengo una hipótesis, se la voy a contar para que se aclaren sus dudas y nos deje en paz.
Pase usted, en el patio estaremos más frescos, me franqueó la entrada y pasamos a un recibidor que nos conducía directamente al patio, ahora si era un verdadero patio andaluz, de las paredes colgaban montones de tiestos con flores, en el centro una fuente que manaba un agua que parecía ser la más fresca del mundo, en un lateral una mesa de hierro forjado y cerámica y encima, un botijo con el pitorro y la boca con unos pequeños paños confeccionados con punto de crochet. ¿Quiere usted algo?

¿Le apetece un fino fresquito?

De acuerdo, don Miguel
.
¡Rosario! ¡Traiga una botella fresca de fino y dos copas!

Siéntese, por favor.

Me ofreció una silla, al lado de la mesa del botijo y de espaldas a la fuente. El se sentó enfrente de mí. Sacó un paquete de Ducados y me ofreció. De encima de la mesa cogí una caja de cerillas y le encendí su cigarrillo y luego el mío.

 Apareció Rosario con la botella de vino y dos copas, Miguel las llenó, ofreció una y con la suya en la mano hizo ademán de  brindar, repetí su gesto y ambos bebimos un sorbo.

A mi tío Rafael  le llamaron a hacer el servicio militar, tenía entonces un familiar o amigo oficial de la Guardia de Asalto y se fue voluntario a su unidad, era 1932, allí le sorprendió la segunda república, también en Madrid, la Guerra Civil y luchó contra los rebeldes, cuando  acabó la guerra, en la que pasó  bastante desapercibido, volvió aquí y se presentó a los nacionales haciéndoles creer que había estado escondido en el pueblo por miedo a los republicanos.  Le tocó hacer la mili de nuevo.

Al cabo de los años alguien le denunció y marchó, no se sabe dónde, organizó los bulos sobre la barbería y nunca más se supo de él.

Esa es mi teoría y lo que yo pude  saber por los papeles que dejó y yo me encargué de destruir, la mancha de sangre es verdad, antes de desaparecer, cuando preparó la huida, él mismo se hizo un corte en el brazo izquierdo y manchó el suelo de sangre, intentamos sacarla cuando heredamos pero no se nos ocurrió sino echar sosa cáustica y fue peor el remedio que la enfermedad, se comió las baldosas de la sangre y alrededor y quedó una mancha parduzca que  ya no ha desaparecido con nada.

En fin, por los papeles que dejó, son las conclusiones que yo saqué, todo lo que podía implicarle con la república y sus ideas políticas, un tanto comprometidas a favor de la FAI y las teorías anarquistas, las destruí, no era cosa de empeorar lo que pudiesen decir vecinos envidiosos, llenos de maldad y revanchismo. Mi tío no fue ni un asesino ni una mala persona, defendió una idea y ayudó a todo el que pudo.

¿No tiene fotografías? Su hermana me enseñó una en su casa con el uniforme de Guardia de Asalto.
No, un par de ellas, las de la guerra y la República las destruí. Tengo varias de cuando hizo la milicia en Madrid y después de la guerra cuando lo incorporaron de nuevo al ejército, por cierto también en Madrid.

¿Puedo ver alguna? La verdad es que creo que su teoría es verdaderamente asumible y como además me dedico a escribir historias, algunas de ellas se empiezan a publicar, la historia de su tío con su teoría puede ser un relato muy interesante y si su tío desapareció voluntariamente y anda por algún rincón del mundo pudiese ser que terminara en sus manos. ¿No ha recibido nunca ninguna noticia o señal de que está vivo? Yo mismo, mi abuelo desapareció hace mucho más tiempo que su familiar y hace poco tuve noticias de dónde había estado hasta su muerte.

No, nunca supimos nada de él, no estaba muy apegado a su familia, de hecho sus únicos familiares vivos eran mi hermana y yo y la verdad, no tuvimos muchas relaciones

¿Me enseñará las fotos?

Si, espere un momento, tengo un álbum en la biblioteca.

Se levantó y salió por una puerta lateral del patio, mientras tanto me dediqué a curiosear, era un jardín lleno de buen gusto y saber hacer. No vi la mano de Miguel en él.

Entró de nuevo Miguel con un álbum en las manos, iba buscando las fotos que me quería enseñar.
Tiene un patio muy hermoso, le dije.

Sí, pero no es obra mía, lo cuida Rosario, ella ha estado con mi familia toda la vida y es la que se encarga de la casa y de mí, yo soy soltero y si no fuese por ella no sé lo que haría.

Había unas diez fotos de Rafael en el álbum, o por lo menos esas me enseñó. La primera de ellas era la que vi en casa de doña Paquita, Había otra igual, en el mismo sitio, de las clásicas hechas en la puerta del Retiro con Rafael y un compañero de armas, otra de la misma época en lo que parecía una verbena con el mismo compañero y dos chicas jovencitas, bastante más que ellos, los cuatro delante de una especie de noria, una de las chicas me resultó como si la conociese de algo, cosa muy improbable.

El resto eran del otro periodo militar, el de las tropas de Franco y cosa curiosa, parecía rememorar las anteriores. Rafael y su amigo ambos con el mismo uniforme pero su amigo con los galones de cabo. En otra estaba Rafael con una de las dos chicas, ahora con unos años más me di cuenta de que sí la conocía.

¿Sabe el nombre del compañero de armas o el de las chicas?

No, en absoluto.

¿Me dejaría sacar unas copias?

No, desde luego que no.

Bueno, pues muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable, no le molesto más, seguro que ha venido del trabajo y no le he dejado ni quitarse la chaqueta.

Bueno, no es un trabajo agotador, soy maestro y solamente trabajo en horario escolar.

Pues le repito, muy agradecido, si alguna vez escribo algo de esta historia lo haré con nombres supuestos y antes de publicarlo les enviaré una copia a usted y su hermana para que me den el consentimiento.

Nos levantamos ambos y me acompañó hasta la puerta, le di la mano y le dije:

Lo dicho, muy agradecido y encantado de conocerle
.

Cuando salí de la casa ya empezaba a oscurecer y decidí andar por el centro de la ciudad, por lo que tuve que atravesar aquel parque que de niño recorrí con mi tía y su hermana, mi madre, ya casi en la salida, en un quiosco en el que había estado con mi padre me senté a tomar una cerveza y recordar momentos felices de la infancia, mientras en mi cuaderno recogía todos los datos de la historia de Rafael.