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lunes, 19 de diciembre de 2016

¿PERO QUE HE HECHO YO?

Ya está a la venta el nuevo libro de la trilogía  "LAS HISTORIAS DEL BUHO" "¿Pero qué he hecho yo? y 22 relatos más".

Lo podreis encontrar en el enlace http://www.bubok.es/libros/249832/Pero-que-he-hecho-yo-y-veintidos-relatos-mas Un buen regalo para la Navidad y Reyes.

Aprovecho la ocasión para desear a todos los amigos lectors una

FELIZ NAVIDAD Y UN MUY PROSPERO 2.017

sábado, 3 de diciembre de 2016

LA ESCALERA DE INCENDIOS Y OTROS INCENDIOS

MICRO RELATOS BREVES



Hoy publico otro "micro relato breve" último relato de este año, con el nuevo año seguiré con estas anécdotas de mis años laborales y otras cosas.



la escalera de incendios y otros incendios.........


Pedro Fuentes


En la convocatoria que yo entré, entramos nueve administrativos, luego, en dos años entraron varias convocatorias más, entre ellos mi amigo Javier, que manteníamos la amistad desde los tiempos de colegio en los Escolapios.

La plantilla se rejuveneció, además, entraron varias chicas.

Ya habíamos cambiado de jornada, ahora trabajábamos de de 8 a15 de lunes a sábado y teníamos un rato para desayunar. Varios de los jóvenes, no reuníamos cuando podíamos en la escalera de incendios, lugar tranquilo y fresco, donde charlábamos, mientras comíamos algo que nos traíamos de casa.

Un día, sin querer, alguien tropezó y rompimos un cristal que protegía una manguera contra incendios, no dijimos nada a nadie, nos marchamos de allí y por si las moscas no fuimos nunca más.

Los encargados del edificio, pusieron vigilancia por si descubrían algo, vaya si descubrieron, cogieron infraganti a una pareja, ambos casados, pero él con otra y ella con otro, los cuatro compañeros de trabajo, se lio una buena que no sé cómo terminó, creo que en traslados obligatorios, pero solamente a los dos adúlteros.

Teníamos en la planta quinta un archivo grandioso donde se guardaban los documentos de los últimos dos años, como archivero había dos personas, un chico joven, de los entrados después de mí y un señor mayor, cerca de la jubilación

Para sacar un documento de allí, había que llevar una solicitud, firmada por tu jefe y quedabas registrado en el libro correspondiente. Por cierto, allí vi la orden de pago de “la paga de beneficios” del Presidente de la Telefónica, Barrera de Irimo, el que luego sería Ministro de Hacienda del gobierno de Franco, dimitió o lo hicieron dimitir en 2 meses, para Telefónica fue un innovador, con él un aire nuevo cambió a la gran empresa estatal.

La paga era algo así como unas 55 veces lo que yo ganaba al año. Supongo que se lo merecía, él era el Presidente, yo el penúltimo mono.

Bueno, pues ocurrió que el interventor general tuvo necesidad de consultar unos documentos de archivo, su secretaria había salido del despacho para hacer algo, así que por no molestar a nadie, como el archivo estaba a unos veinticinco metros de su despacho, fue personalmente a buscarlos, llegó a la puerta y estaba cerrado con llave, así que se fue al jefe del que pertenecía el archivo y le inquirió sobre lo que pasaba, el jefe de la sección le informó que Evaristo, el señor mayor había ido al médico, pero que su ayudante estaba, a lo mejor había ido al lavabo o algo así, mientras informaba de esto al interventor, cogió el duplicado de la llave de archivo y se dirigieron a éste, llegaron y la puerta seguía cerrada, la abrió y entraron, encima de la mesa se encontraron al ayudante de archivero y a una de las muchachas que habían entrado en la casa hacía poco, estaban retozando alegremente, semi desnudos y no se enteraron hasta que el interventor carraspeó fuertemente y el jefe nombró a gritos al administrativo.

No llegó la sangre al río porque el chico era sobrino de un miembro del consejo de administración y ella hija de un jefe de sección.


sábado, 19 de noviembre de 2016

TROFEO RAMON DE CARRANZA

                                                        MICRO RELATOS BREVES 

Hoy traigo otro pequeño relato de mis memorias de en la empresa donde trabajé durante toda mi vida laboral, son pequeñas anécdotas y recuerdos que ahora pasan por mi mente con todo lujo de detalles.



A vueltas con el ascensor


Los ascensores son esos aparatos que nos alivian de subir y bajar escalera y en el sitio donde más se habla del tiempo o donde los silencios son más sepulcrales en los de mi empresa pasaba igual salvo en contadas ocasiones donde se podían organizar las más agrias discusiones.
Había en nuestra planta una compañera que era la mayor forofa del Atlético de Madrid que yo haya conocido, conozco a otro, pero me callo su nombre. Esta mujer, rondando ya los 55 años, no se perdía ningún partido en el ya nuevo campo del Atlético, inaugurado el año anterior, el 2 de Octubre de 1.966, jugando contra el Valencia y en el que ambos equipos empataron a 1. El primer gol del Atlético en el nuevo campo, lo marcó Luis Aragonés, ¿Quién si no? .Yo no era aficionado al fútbol, la última vez que fui al Calderón, fue una tarde que pasaba por allí y vi que jugaba la U.D. Las Palmas, al ser de mi tierra, entré a ver el partido, por cierto, ganó el Las Palmas por 2 a 1, eso fue el 21 de Septiembre de 1.969, yo estaba allí, cuando marcó Las Palmas el primero, salté y grité ¡¡¡GOOOOOOOL !!!, Cuando estaba en el aire, recordé dónde estaba y vi a mi alrededor las caras de enfado, me senté y no volví a abrir la boca en el resto del partido.

Antes de ir al relato, quiero aclarar que los verdaderos derbis en el futbol español, eran los de Real Madrid y Atlético de Madrid, o al revés para que no se ofenda ninguno, lo que a la prensa le ha interesado más adelante, ha sido hacer creer que eran Real Madrid y Barcelona, para el Atlético y el Madrid, el Barcelona era un equipo más, el odio visceral y el antagonismo, era precisamente entre el Atlético de Madrid y el Real Madrid.
Bueno, pues siguiendo con la historia, el verano anterior, 1968, en el trofeo Ramón de Carranza, el Atlético había ganado en Cádiz al Barcelona en la final por 1-0, gol de Calleja en el minuto 34, la alineación fue Zubiarraín; Paquito, Griffa, Calleja; Irureta, Iglesias, Ufarte, Luis, Gárate, Adelardo y Collar.

En nuestro despacho, al final  de éste había una compañera acérrima "forofa" del Atlético de Madrid.

Pues bien, cuando el Atlético llegó a Madrid, la “forofa” salió en la prensa ayudando a llevar a hombros a Calleja que llevaba el voluminoso trofeo en las manos, he buscado la foto pero no la he encontrado, aquella final se celebró el día 1 de Septiembre de 1968, que era domingo, la vuelta fue en lunes. En aquella época no se editaban periódicos ese día de la semana, solamente “La Hoja del Lunes”, así que debió ser en los periódicos del martes día 3.

El problema fue que era en horas laborales, pero no hubo nadie que dijera nada al respecto.

Pues como sigo diciendo, un domingo, ya comenzada la Liga, el Atlético había hecho un partido lamentable y el lunes, la “forofa” que no andaba de buen humor, subió al ascensor y pasó al fondo, Esteban y yo, que nos habíamos encontrado tomando café, entramos justo al lado de la puerta, al ver a la compañera, Esteban esperó hasta llegar al segundo y entonces dijo:

¡Vaya m …. de equipo, perdieron por tres pero tenían que haber sido 10, a segunda, este año acaban en segunda, los socios del Atlético se están suicidando.

Desde el rincón le respondieron no muy cariñoso por cierto, alguien se acordó de su familia más allegada y la sangre no llegó al río porque entre todos separamos a los forofos contendientes.

Siempre he dicho que la violencia que hay en el fútbol no la he visto ni en la lucha libre, quizás por eso he llegado a la conclusión de que el futbol no es futbol, es violencia.  


FIN




viernes, 11 de noviembre de 2016

DIA MUNDIAL DE LAS LIBRERIAS

Hoy es el día mundial de las librerías, por eso me permito recordarles que que los relatos de este blog, se pueden comprar a través de los enlaces que a continuación se detallan dentro de los libros de relatos, "El Viaje I" y "El Viaje II"

                                                         
                                                               EL VIAJE  I
http://www.bubok.es/libros/243574/La-misteriosa-dama-de-negro-y-13-relatos-mas


                                                               EL VIAJE  II
http//www.bubok.es/libros/246379/En-busca-de-la-puerta-del-infierno-El-viaje-II



Y ahora, después de la publicidad, otro capítulo de "Microrrelatos braves".



Un cachete en el culete

Ya he dicho que Esteban, mi compañero de trabajo, era un bromista de tomo y lomo, como tal se debe tomar esta anécdota, no hubo ni mala intención ni desprecio a la mujer, simplemente fue una broma que el protagonista no calibró hasta sus últimas consecuencias.

En el edificio había unos grandes ascensores, que normalmente, a las horas punta iban llenos con unas quince personas, a cargo de estos ascensores había una ascensorista que solía ser una viuda de un empleado.

Esto merece una explicación, cuando una empleada contraía matrimonio, la empresa le daba el despido más una dote y dejaba el empleo, eran otros tiempos y otras leyes, si esta ex empleada quedaba viuda, si pedía el reingreso, se le concedía en un puesto adecuado a su anterior empleo y al tiempo transcurrido desde la baja, ya que después de unos cuantos años fuera de la vida laboral, los conocimientos de las personas, habían perdido, en algunos casos, la experiencia que sus antiguos puestos de trabajo, ahora requería. Cuando yo entré, ya se había cambiado la norma y las mujeres cuando se casaban podían seguir trabajando.


Una vez hecha esta aclaración, añado que la ascensorista de aquel turno era una mujer de unos cuarenta y pico de años, alta, más de un metro setenta y tres y peso adecuado a su tamaño, se podía observar en ella que de joven había sido guapa y seguía manteniendo unos encantos pese a su edad. Yo iba en un rincón a la izquierda de la puerta, delante de mí iba Esteban, más a su derecha se encontraba una compañera, creo que era Mary Luz, a su derecha estaba la ascensorista, frente al lado derecho de la puerta y delante del cuadro de mandos, detrás de ella estaba un compañero que tenía cierta fama de que no le gustaba el sexo opuesto.

Esteban me hizo una seña  en la que yo no vi ninguna intención, pasó una mano por delante de Mary Luz, que tampoco se enteró de nada y le dio un cachete en la nalga derecha a la ascensorista, ésta, al recibir el roce, se volvió y no se encomendó a ningún santo, le soltó dos sonoras bofetadas al que tenía detrás de ella, que con una voz baja y potente que hacía creer lo que no era, con respecto a sus gustos y dijo:

¿Por qué mepegas?

Por lo que tú sabes, le contestó la mujer.

Pero si yo no he hecho nada.

Por si acaso, y cállate no sea que cobres de nuevo. Y si no has sido tú dáselas a quien haya sido.
El cachondeo que se organizó en el ascensor fue de órdago, pero llegamos a la cuarta planta y el aparato se vació. Al pasar Esteban por el lado de la ascensorista, ésta le dijo:

Tenía que haber mirado dónde estabas tú.

Esteban y la muchacha se conocían desde hacía muchos años y la sangre no llegó al río.



lunes, 31 de octubre de 2016

NOCHE DE DIFUNTOS



Hoy, 31 de Octubre, víspera de Todos los Santos,os traigo un relato que creo os gustará.

Este relato estará incluido en el tercer tomo de "El Viaje" que se editará el próximo mes de Diciembre en la Editorial BUBOK.




DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA
Pedro Fuentes
Capítulo I

La noche era fría y húmeda, por motivo de trabajo, Domingo había tenido que ir a aquel pueblo a setenta y cinco kilómetros de la ciudad, fue para revisar el montaje una de las tiendas de la cadena para la que trabaja.
El trabajo de Domingo es ese y además formar a las personas que o bien porque adquieren la franquicia o porque la empresa titular los contrata para abrir una tienda y necesitan asesorar al personal.
Allí había ido porque por los estudios de mercado hechos, decían que sería un buen negocio ya que no existía ni en la población, de veinte mil habitantes, ni en las dos poblaciones que distan seis o siete kilómetros, una al norte y otra al sur, más pequeñas pero en una comarca con alto poder adquisitivo, una tienda de dietética.
Una empleada de la firma, en la capital, natural de Villadiego del Monte, que así se llama el pueblo, dio la idea, se hicieron los estudios de mercado y se vio que era una buena plaza.
La familia de la empleada, Maribel, además tenían en la calle Mayor, muy cerca del ayuntamiento y justo antes de entrar en la plaza de la iglesia, un local que reunía las condiciones deseadas.
Se le dio la oportunidad a Maribel de ser ella la que se hiciese cargo de la tienda, la pusiese en marcha y luego seguir con ella o buscar una persona de confianza para poner al frente del negocio.
Como ya estaba próxima la apertura, había ido a inspeccionarlo todo y poner en marcha toda la cuestión informática.
En un principio había acabado a las ocho el trabajo, pero Maribel, a la que Domingo conocía de la central, una muchacha de veintitantos años, cerca de los treinta, con un encanto bastante especial aunque no una gran belleza pero si agradable y simpática, le invitó a cenar, ya que a partir de entonces no se verían hasta la inauguración.
Aceptó la invitación por cortesía pero le fastidiaba un poco volver a casa de noche, en aquel tiempo de otoño y por una carretera comarcal de montaña de unos cincuenta kilómetros hasta llegar a la general.
No había peligro de heladas en aquel tiempo, pero al ser una carretera bordeada por bosques, la humedad había dejado una capa de agua en el asfalto y una ligera neblina parecía salir de entre los árboles hacia la carretera, eran cerca de las doce de la noche y la música del CD del coche le acompañaba.
La niebla iba en aumento, los árboles, a ambos lados de la carretera parecían figuras fantasmagóricas extendiendo su largos brazos sobre la carretera, avanzaba lentamente y cada vez se hacía más largo el camino, todavía faltaban unos treinta kilómetros hasta la general y empezó a tener ganas de orinar, así que aprovechando un estrecho camino que salía de la carretera hacia el bosque, con sumo cuidado de no empotrar el coche contra ninguna piedra ni caer en una cuneta profunda, salió de la carretera, paró y apagó el motor y las luces para no despistar a ningún posible conductor.
Salió del coche y se adentró unos cinco metros en el camino.
De pronto, a la derecha, a unos veinte metros dentro del bosque y por entre los árboles le pareció ver luces que se movían, al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, vio lo que parecía una larga fila de antorchas o velas, un aire fresco que se levantó le traía olor a cera de velas encendidas.
Distinguió unas voces pero no adivinaba a oír ni comprender las palabras, parecían salmos pero no entendía las palabras, a veces parecía latín y otras castellano antiguo e incluso gallego o portugués, otras veces eran canciones, pero también ininteligibles.
Domingo se consideraba más bien miedoso, no en demasía, pero no le gustaba enfrentarse a las cosas que no conoce o le parecen del más allá, pero aquello llamaba su atención, se acercó sigilosamente un poco más para intentar ver con algo de claridad, al fin pudo distinguir que la persona que iba al frente, estaba vestido con una especie de hábito franciscano pero de color blanco y con capucha, pero pese a llevar la capucha puesta le vio la cara, era alargada y demacrada, por un momento pensó que le había visto, porque le pareció que aquellos ojos que parecían flotar dentro de las cuencas, se cruzaron con su mirada cosa improbable porque la noche era muy oscura y la niebla cada vez era más espesa, pero de igual forma que él lo había visto, el fraile blanco también lo pudo ver a él.
El de la cara demacrada llevaba una cruz en una mano y uno especie de acetre con su isopo. Detrás le seguían como unas veintitantas figuras, repartidas en dos filas y digo figuras porque no se podía distinguir las facciones de ninguna, parecían no tener rasgos, pese a que la especie de sábanas blancas que llevaban por encima no les tapaban sino la parte de atrás de las cabezas, lo único que se veía o más bien se adivinaban, eran las cuencas vacías de los ojos.
De pronto se dio cuenta de una cosa que le sobresaltó, no pisaban el suelo, parecían flotar como a unos treinta centímetros del suelo y según pasaban, un viento frío se levantaba, pero éste no movía la llama de las velas, ni la niebla parecía desplazarse, pero llegaba el olor de la cera quemada y el aire en la cara.
Cuando terminó de pasar la procesión, dio la vuelta, lo más sigilosamente posible y llegó al coche, mirando más para detrás por si alguien o algo le seguía, abrió la puerta, miró otra vez hacia los “fantasmas” y se sentó en el asiento.
El grito que dio fue espeluznante, el corazón pareció saltársele del pecho, en ese momento recordó de que aunque bajó del coche para orinar, no lo había hecho, un líquido caliente corrió por la entrepierna de su helado cuerpo.
En el asiento de al lado, estaba sentado el “fraile” encapuchado, con su cruz y su acetre, era más pálido y cadavérico que cuando lo había visto presidiendo la procesión.
Se sujetó al volante con las dos manos e inclinó la cabeza hacia delante y apoyándola entre las manos lloró de pánico. Su cuerpo temblaba como una hoja en un vendaval.


CAPITULO II

El ser que estaba a su lado le miró fijamente, sus ojos, dentro de aquellas órbitas parecían perderse, estaba tan demacrado que se adivinaban en la piel las encías con las piezas dentares. Con una voz seca y firme, pero que parecía de ultratumba me dijo:
¡Pon en marcha el coche y sal a la carretera hacia la izquierda!
Como un autómata le hizo caso, se había quedado como si le hubiesen quitado el alma, era incapaz de pensar, conducía por una carretera estrecha, con muchos árboles a los lados y una niebla espesa que no dejaba ver los márgenes ni la cuneta, pero no importaba, el coche parecía seguir un camino marcado por un piloto automático.
Después de dos curvas, hay una tercera a la izquierda muy peligrosa, allí se han salido muchos coches y han muerto varias personas, tómala con sumo cuidado, luego, a la derecha hay un pequeño llano, entra en él y para el coche. Dijo aquella figura cadavérica que no sabría cómo describir.
Paró el coche, se apoyó en el volante y se quedó dormido.
Le despertaron unos golpes en la ventanilla, sobresaltado, dio un salto y miró fuera.
Dos hombres, con el uniforme de la Guardia Civil miraban desde el exterior, bajó la ventanilla y les dijo: ¿Sucede algo, guardia?
Eso nos lo tendrá que decir usted. Contestó el mayor de los dos detrás de un bigote negro y de grandes proporciones.
No, no sucede nada, venía desde Villadiego del Monte donde estuve trabajando y se me hizo muy tarde, tenía sueño y me paré a dar una cabezadita y veo que debí dormir más de la cuenta porque ya ha amanecido, voy para la capital. Les contestó Domingo.
Pues va usted en dirección contraria, ha salido de Villadiego hacia el norte en lugar de al sur.
No sabía lo que le estaba pasando, no recordaba nada, las últimas imágenes de su mente eran las del cartel de final de Villadiego.
Me debí perder, gracias por haberme despertado, tengo que volver al pueblo para asearme y desayunar, luego volveré a la capital. Siguió diciendo Domingo.
Bueno, si ya ha descansado, puede salir, pero hacia la derecha, Villadiego está en dirección contraria a la que llevaba pero a unos treinta kilómetros, y tenga cuidado, a unos ciento cincuenta metros, a la derecha, hay una curva muy mala en la que han muerto varias personas, aunque el peligro de verdad es de noche y con niebla.
Llegó a la población a las ocho y media, aparcó en la plaza, cerca de la tienda de Maribel y se fue a un hostal de la misma plaza, solicitó una habitación, quería ducharse y cambiarse, por suerte, siempre llevaba en el maletero del coche una pequeña maleta con ropa, ya que muchas veces, por su profesión, a menudo tiene que quedarse fuera de casa sin tenerlo previsto.
Desde el hostal llamó a la empresa para comunicarles que no iría o lo haría por la tarde, que había tenido problemas en la carretera la noche anterior y aprovecharía para terminar algunas cosas en la tienda de Maribel, luego la llamó a ella y quedó en la tienda a partir de las once.
Después de desayunar y ducharse, puso el despertador para las once menos cuarto y se metió en la cama. No logró dormir, intentó repasar lo ocurrido en la última noche, no hubo forma, desde que entraba en la carretera con la niebla hasta que le despertó el Guardia Civil del bigote, no recordaba nada. Era como si la niebla hubiese borrado todo.
A las diez y media, puesto que no había podido dormir, se duchó de nuevo, bajó a la calle, entró en un bar y tomó un café doble. No estaba nervioso, pero parecía que no hubiese dormido en toda la noche, pero eso no era posible, el guardia le despertó y dormía profundamente.
A las once en punto llegó a la tienda donde ya le esperaba Maribel. En lugar de saludo, preguntó directamente:
¿Qué pasó? ¿Tuviste algún accidente?
Domingo le contestó:
No lo sé, salí del pueblo porque vi el cartel de final del Municipio, pero he despertado en el coche a treinta y tantos kilómetros de aquí, pero en dirección contraria, estaba fuera de la carretera y dormido, me despertó la Guardia Civil, pero parece que no haya dormido y estoy cansado, me he metido en la cama del hostal y no he podido ni cerrar los ojos. He llamado a la empresa y les he dicho que estaba aquí, así que terminaremos lo que dejamos a medias en la tienda, de todas las formas, podré hacer mi trabajo por internet.
Si, más vale que te quedes aquí, además, recuerda que mañana es jueves y fiesta de Todos los Santos y podrás hacer puente, porque la verdad es que tienes una cara terrible.
Pasó la mañana lo mejor que pudo, se conectó a internet, resolvió los problemas que tenía en la oficina y se dedicó a terminar los asuntos de la tienda de Maribel.
¿Quieres que vayamos a comer juntos? Me preguntó Maribel.
No, no puedo, tengo tanto sueño que voy a comer ligero y me echaré a dormir hasta las cinco, que vendré a la tienda para que organicemos los stocks y hablar con la central por si hay cosas pendientes, además, antes quiero ir a lavar el coche que huele a demonios. Dijo Domingo.
Así lo hizo, a la una fue a la gasolinera donde hay también un lavadero de coche, lo primero fue lavar el asiento del conductor, entonces vio que el olor procedía de orines, igual que pantalones y ropa interior cuando se los quitó por la mañana, pero no sabía qué había pasado, supuso que dormido en el coche y debido al frío o la postura, se le había escapado algo de orina, pero no recordaba nada.
Cuando terminó, fue al hostal y les comunicó que se quedaría hasta el domingo, luego pasó al restaurant y tomó un buen caldo bien caliente y un entrecot no muy grande, no tomó café y se fue a la habitación a dormir. Decidió ponerse el pijama y meterse en la cama con todas las luces apagadas y la persiana cerrada, puso el despertador a las cinco menos veinte, faltaban dos horas y media.
Imposible, cuando sonó el despertador, estaba en el pequeño balcón de la habitación y se había fumado medio paquete de tabaco.
El resto de la tarde, lo pasó en la tienda con el ordenador, por dos ocasiones se quedó adormilado delante del teclado, a las ocho salieron a la calle y le dijo a Maribel:
Vamos a tomar algo, pero antes quiero comprar tabaco y una botella de whisky, esta noche dormiré como sea.
Tomaron varias cervezas con unas tapas, con aquello ya no pensaba ni cenar, a las nueve y media se despidió de Maribel y fue para el hostal, subió a la habitación, se sirvió medio vaso de whisky y lo bebió mientras fumaba tres cigarrillos y se ponía el pijama, se metió en la cama, apagó la luz y los párpado cayeron sobre los ojos como pesadas persianas metálicas.

CAPITULO III

Al amanecer un gallo le despertó con su canto. Se sentó al borde de la cama, al incorporarse para ir al baño, las piernas no resistieron, cayó de rodillas en el suelo, se encontraba totalmente agotado, ojos los tenía irritados, las ojeras parecían más grandes y negras que el día anterior, se metió en la ducha, puso el agua todo lo caliente que pudo resistir, luego cambió a lo más frío posible, repitió la operación cuatro o cinco veces, al principio se despejó algo, pero cuando bajó a desayunar parecía que se iba a caer por los escalones.
Antes de ir a la tienda de Maribel, fue hasta el estanco a comprar tabaco, para ello tuvo que pasar al lado del coche aparcado en una calle lateral de la plaza donde se encontraba el hostal, cuando lo vio, quedó sorprendido, tenía las ruedas llenas de barro y los bajos todos sucios, aunque lo había lavado el día anterior, abrió la puerta y se sentó al volante, la alfombrilla estaba manchada de barro, el mismo barro que había en las ruedas, le pareció, no estaba muy seguro, de que el cuenta kilómetros tenía más kilómetros, daba la impresión de que alguien había utilizado el vehículo.
Salió de nuevo, se aseguró de apuntar los kilómetros y poner el contador parcial a cero, luego cerró la puerta con la llave y se marchó a por el tabaco a un bar ya que era fiesta y el estanco estaba cerrado, también aprovechó para tomar otro café.
Cuando llegó a la tienda, Maribel estaba subiendo la persiana metálica.
¡Qué mala cara traes! ¿No has podido dormir o has estado de juerga? Le dijo.
Domingo le contestó:
No, me acosté temprano y me dormí, no me he despertado en toda la noche y estoy cansado como si hubiese estado corriendo desde ayer.
¿No estarás malo? ¿Tienes fiebre? Aquí tenemos vigorizantes, te voy a preparar uno y el resto te lo tomas tres veces al día.
Domingo, sonriendo le dijo: ¿Ya estás intentando vender el producto sin haber inaugurado y en día de fiesta?
A la una salieron, quedaron en tomar algo y luego tomar el resto del día de fiesta.
Por todo el pueblo se veían, sobre todo mujeres con pañuelos negros y vestidos de luto con ramos de gladiolos y crisantemos que caminaban hacia el cementerio.
¡Maribel! Dijo una señora de unos cincuenta años que pasó por su lado. ¿Sabes que tío Anselmo está mucho mejor? Se ha levantado y todo, el doctor dice que no sabe qué ha pasado, que él no cree en milagros, pero lo parece. Yo pienso que lo mismo son aquel preparado que le llevaste el otro día.
No sabes cuánto me alegro, esta tarde iré a verlo.
¿Sabes, Domingo? Le di el mismo preparado que te he hecho a ti. Las brujas del lugar, que haberlas ahílas, dicen que lo tenía cogido la “Santa Compaña”, cosas de pueblo, lo que tenía era una anemia galopante, últimamente comía como un pajarito. Le preparé aquel combinado que tenemos en la tienda a base de hierro, fósforo, potasio y vitamina C y D. Lo mismo que a ti.
Bueno, bueno, parece que te podremos dejar sola, pero ojo, no te enemistes con el médico, procura darle la razón aunque solamente sea de cara a las gentes del pueblo.
Se despidieron a las dos y Domingo se fue al hostal donde comió e intentó dormir, como no pudo se puso a trabajar hasta la hora de cenar, luego bajó al restaurant y cenó copiosamente, luego se tomó la tercera toma del preparado, subió a la habitación, preparó un buen vaso de whisky y se metió en la cama, cerró los ojos y perdió la conciencia.
Al amanecer abrió los ojos y se encontró en la cama, casi no podía incorporarse, lentamente se deslizó hasta el borde de la cama y haciendo un giro sobre su costado izquierdo, sacó la pierna derecha de debajo de las sábanas, apoyó el pie en el suelo y así pudo incorporarse, le dolía todo el cuerpo, llegó hasta el cuarto de baño y se metió debajo de la ducha, primero bien fría, luego, poco a poco fue abriendo el agua caliente hasta que no pudo resistir el calor, cerró el grifo caliente y abrió de golpe el frío hasta que los huesos le dolieron, volvió al caliente y luego reguló a unos treinta grados, así estuvo un buen rato, luego salió de la ducha y fue a afeitarse, con la toalla limpió el vaho del espejo y se sobresaltó, allí apareció la cara del ser que había visto guiando la procesión de los fantasmas.
No, ¡¡era él!! ¡Sus ojos eran dos bolas de cristal dentro de unos grandes cuencos!, con la delgadez del rostro sus orejas parecían inmensamente grandes, sus piezas dentales se marcaban debajo de la piel, luego se fijó en su cuello, largo y estrecho, sus hombros parecían una percha vacía, su pecho hundido dejaba ver el esternón como un puñal entre sus costillas.
Tan pronto como pudo vestirse, llamó a Maribel y le dijo que por favor fuese con el médico lo antes posible.
Cuando llegaron, Maribel se asustó, el médico no tanto porque no lo conocía de antes.
Maribel, al verlo, le comentó al doctor sin que Domingo se enterase:
Parece mi tío Anselmo antes de curarse.
El galeno le sacó unas muestras de sangre y luego le puso una inyección.
Hasta la tarde, a última hora no tendremos los análisis, mientras tanto, le he puesto una inyección para que duerma por lo menos hasta entonces. Sería conveniente que Maribel llame a su familia para que en el momento que puedan, mejor después de los análisis, le lleven a su casa o al Hospital General.
No tengo familia cercana, dijo Domingo, llama, por favor a la empresa y dile lo que me pasa a Antonio Fernández de mi Departamento, él vendrá a buscarme, somos buenos amigos.
En diez minutos fue perdiendo la conciencia, lo metieron en la cama, con la inyección quedó relajado y dormido, el médico le tomó el pulso, vio que era correcto, lo auscultó y todo parecía normal.
Nos podemos marchar, le dijo a Maribel, dormirá todo el día, cuando estén los análisis la llamaré y vendremos a verle, mientras tanto llame a su amigo a la empresa para que preparen el traslado, ahora, mientras más duerma más se recuperará, no sé lo que puede tener, diría que es un virus, igual que su tío Anselmo. No se han dado más casos, pero hay que estar preparados.
Marcharon y dejaron a Domingo descansando.


CAPITULO IV

A las seis y media, cuando ya había oscurecido, llegó Antonio Fernández, fue a la tienda directamente, allí esperaron la llamada del doctor y quedaron en verse en el hostal.
Cuando se encontraron, después de las presentaciones, Don Julián, el médico, sacó un sobre del bolsillo de la chaqueta y les dio a los dos:
No hay nada raro, algo bajo en hierro y vitamina C, normal en glóbulos rojos y leucocitos, pero nada importante, parece como si estuviese totalmente extenuado, ¿Saben si últimamente ha hecho más esfuerzos de lo normal o ha tenido una actividad frenética, incluso en el plano sexual? ¿Es posible que consumiese drogas o bebiese y fumase de una manera desmedida?
No, doctor, dijo Antonio, yo soy compañero de trabajo y a la vez amigo y es una persona bastante metódica e incluso se cuida físicamente, hace tenis y vamos a correr dos o tres días por semana, pero de una forma prudente.
Yo le conozco menos pero no he oído nunca nada raro de él.
Cuando llegaron a la habitación, llamaron a la puerta, como no abría avisaron a la dueña del hostal y ésta les abrió con otra llave.
Los cuatro, cuando se acostumbraron a la semi oscuridad, se quedaron atónitos, en la cama no había nadie, miraron en el cuarto de baño y tampoco estaba, Maribel, más observadora dijo: La ropa que llevaba esta mañana y que cambió por el pijama está en la silla, doblada tal como la dejó y el pijama no está por aquí. No parece faltar nada del equipaje.
No puede estar muy lejos, en pijama y con el tranquilizante que le inyecté, además de su estado, no puede estar muy lejos. Dijo D. Julián.
¿Sabes, Maribel, dónde está el coche?
Si, está en la parte de detrás del hostal, muy cerca de la tienda, de hecho hemos pasado por allí ahora cuando veníamos, pero no me he fijado.
Bajaron a la calle y fueron hasta el sitio indicado por Maribel, allí no estaba el coche.
¿Dónde está la Guardia Civil? Preguntó Antonio.
Por aquí detrás, a tres manzanas está el cuartelillo, contestó Maribel.
¡Vamos!
D. Julián dijo:
Vayan ustedes, ya me dirán algo.
Antonio y Maribel, a buen paso se dirigieron al cuartelillo, hablaron con el sargento y éste tomó nota, luego llamó por radio a las dos patrullas que estaban de guardia y les dio la descripción del coche y de Domingo.
Uno de los agentes contestó enseguida
Ese coche estaba detenido cerca de la carretera el otro día, al amanecer, cerca de la curva de la “dama blanca” y estaba dentro, durmiendo el sujeto que han descrito, estamos bastante cerca del sitio.
Vayan hacia allí y vigilen los caminos que dan a la carretera norte. Dijo el sargento.
¿Qué es eso de la “dama blanca”? Dijo Antonio.
Bueno, esa es una leyenda urbana, que dice que en una curva que hay muchos accidentes se aparece una mujer con una túnica blanca avisando del peligro. Chorradas de pueblo. Sentenció el sargento.
Muchos dicen que la han visto, del pueblo y forasteros. Dijo Maribel ligeramente enfadada, es más, mi tío Anselmo dice que la vio.
Si mujer, si, como la Santa Compaña. Dijo el sargento sonriendo.
No habían pasado ni diez minutos cuando la emisora hizo un chasquido característico y se oyó la voz del agente:
Mi sargento, estamos en el sitio, el coche está aquí, totalmente cerrado pero no hay nadie dentro ni por los alrededores.
No se muevan de ahí, vamos para allá. Dijo el sargento, dio órdenes a un agente para que se quedase en el cuartelillo y él, otro agente de conductor y Antonio y Maribel montaron en un todo terreno y salieron por la carretera del norte, llovía abundantemente.
Cuando llegaron al lugar, no pudieron ver nada, las posibles huellas habían sido borradas por la lluvia.
Dio órdenes el sargento para que la patrulla se quedase vigilando hasta que fuese otra a relevarles y ellos cuatro fueron carretera arriba, hasta el siguiente pueblo, no vieron nada, cuando llegaron eran más de las diez y no se veía un alma por la calle, solamente había luz en un bar en la plaza Mayor, entraron, en el mostrador estaba un hombre, el dueño, apoyada la barbilla y una cara de aburrimiento en una mano cuyo codo y antebrazo la sujetaban apoyado en la barra, parecía escuchar a un hombre medio borracho que sentado en la mesa más cercana, con un vaso en la mano y que no paraba de decir, lo que el alcohol le dejaba:
Te juro que la he visto, era la Santa Compaña, pasaba cerca de la curva de la “Dama Blanca”.
Domingo no apareció hasta tres meses después, un hombre que recogía leña lo encontró en medio del bosque, vestía una túnica que en su día fue blanca, era un esqueleto con piel, a su alrededor se adivinaban gotas de cera, ni las alimañas se acercaron para comer los despojos.


FIN







domingo, 23 de octubre de 2016

FIESTA DE LA TRASHUMANCIA

Hoy se celebra en Madrid la "Fiesta de la trashumancia", con motivo de la fiesta, publico sin que sirva de precedentes, esta historia publicada en el Tomo I de "EL VIAJE" de la colección "Las historias del buho" "La misteriosa dama de negro. Este libro lo pueden solicitar en el enlace de la Editorial BUBOK
:

 http://www.bubok.es/libros/246386/La-misteriosa-dama-de-negro


AMOR VERDADERO

Pedro Fuentes

Capítulo  I


Aquella mañana, cuando desperté no pude imaginar lo que me deparaba el futuro a partir de aquel momento, el sol estaba apareciendo por el horizonte, éste estaba teñido por un tono entre rosado, malva, anaranjado y rojo, no había ninguna nube en el cielo.

Un bucólico día de campo, como tantos otros pero tan diferente, me felicité por otro día que veía el amanecer,  no siempre amanece a gusto de todos, pero, si ves amanecer, es que estás vivo y si estás vivo ya es un milagro.

Cuando llegó el pastor, con sus dos perros, ya noté algo diferente, los pastores estaban más arreglados, sus ropas eran más típicas, luego me enteré, hoy toca la etapa de pasar por las calles principales de Madrid, hoy se celebra la fiesta de las trashumancia, el ganado pasará por la Cañada Real y yo también a lomos de una oveja como llevo haciendo desde que salimos de Extremadura, si, soy una pulga y habito en una oveja desde que nací, mi madre me puso en forma de huevo en un establo, allí pasé mi etapa de huevo, pupa y larva, cuando terminé mi desarrollo, ya convertido en pulga, salté sobre una oveja y desde entonces la habito, hay alguna otra, pero este ganado está bastante cuidado y no somos muchas, además, en el tiempo que estamos de trashumancia, los establos son gaseados y pocas colegas sobreviven al asesinato colectivo, yo fui una de las sobrevivientes a la etapa anterior y la verdad es que desde entonces he llevado una vida apacible en el campo, donde me gustaría llegar al final de mis días, aunque ya adulto, hecho de menos la compañía de una pulga hembra que quiera perpetuar la especie en mi compañía.

Ya nos ponemos en marcha, somos muchas las ovejas que caminan siguiendo a las guías, van apretadas unas contra otras porque se orientan muy mal y se perderían, además tienen miedo a los perros que las acompañan.

Yo viajaba en una oveja merina, al lado justo de la acera, las gentes, y sobre todo los humanos pequeños estaban en primera fila, sus padres detrás les ayudaban a alargar la mano para que no tuviesen miedo a acariciar las ovejas, una de aquellas manitas me pasó rozando y a punto estuve de quedar enganchado a ella, solamente me salvó que estaba fuertemente trabado con la especie de garfios que tenemos al final de las extremidades para evitar que si la oveja echaba a correr me dejase en el suelo.

En un rato de tranquilidad, al pasar por una plaza donde en el centro había una fuente en forma de mujer en un carro tirado por leones, estuve paseándome de un lado para otro por ver si alguno de mis congéneres viajaba en el mismo animal que yo.

Iba distraído por la barriga de la oveja cuando la calle se volvió a estrechar y el ganado se entorpecía para poder tomar el nuevo camino.

De pronto, sin saber ni cómo ni por qué un perro de los que yo no había visto jamás, pequeño, peludo, con un lazo en la cabeza y vestido como si fuese una persona, se acercó a mi cabalgadura, sorprendiendo a su dueña, que lo llevaba atado e intentó morder a la oveja, con tan mala fortuna que al ir distraído y medio sujeto, al agarrarme fuertemente, me encontré en las barbas de aquel fiero animal.

La experiencia me ha enseñado que cuando subes a un perro, el sitio más seguro es en la parte inferior del cuello, allí, si no lleva uno de esos collares tan desagradables que nos repelen, el no nos puede morder y además la sangre que pasa por allí es la más rica en nutrientes.

Al pasar por entre la ropa que llevaba, ya al final, a la altura del cuello del abrigo, divisé algo, me acerqué y vi una hermosa pulga de color más claro que yo, lo que la distinguía como las conocidas pulgas del gato y del perro, mi color, como pulga del ganado es más oscura, un marrón oscuro que a veces parece negro.

¡Hola! Preciosa, le dije.

Me devolvió un mohín y miró para otro lado.

¡Hola! Preciosa, ¿quizás los ladridos de este fiero animal no te han dejado oír?
Ya le he oído, pero no esperará que me dirija a una pulga de campo que se alimenta de sangre de oveja y que no me han presentado.

Vaya con la señoritinga de ciudad, me llamo Rodolfo,  vengo a la ciudad desde una extensa explotación ganadera y soy descendiente de una estirpe de pulgas que habitamos no en cualquier sitio sino en un rebaño de ovejas merinas, lo más selecto del ganado lanar y no en un perro chillón de ciudad que lo tienen que vestir como un humano para que no se muera de frío.
Sepa usted, que ese delicado perro, que no comparto con nadie, pertenece a una actriz de revista que me lleva cada día al teatro donde actúa y allí he tenido ocasión de picar a las más bellas vedettes de la capital, además, tenemos un cuplé dedicado a una tatarabuela mía, porque yo soy descendiente directa de la famosa pulga de la Chelito y mi abuela hasta hace poco picó a Olga Ramos y por si le interesa mis abuelos, tíos y mucha familia trabajaron en el Circo Price a las órdenes de un famoso domador de pulgas, además de que allí han picado hasta fieros leones que también trabajaban allí.

Vaya, y ¿qué es eso comparado con la apacible vida en la campiña, donde los colores y olores no se desvirtúan con nada? Y ¿Qué tiene la señoritinga que decir de dormir envuelta en pura lana virgen? Solamente con escuchar el estridente ladrido de semejante aprendiz de perro, ya me cansa vivir en la ciudad, menos mal que solamente pasamos dos veces al año.

Para que usted lo sepa. Me llamo Elisenda y no sabe lo que es cada noche ir a la revista y dedicarse a saltar por el patio de butacas de tobillo en tobillo tanto de señoras como de caballeros y muchas de las veces con un leve sabor a alcohol creando un delicioso cóctel que te alegra el corazón y luego, cuando vuelves a tu amada cabalgadura el limpio y aseado perrito, como ya vas bien alimentada, no tienes necesidad de picarlo, con lo cual no se entera de que vives allí y no te molesta con violentos rascados con las patas.

Como se nota que no sabes de la belleza de un bonito amanecer, del canto de los pájaros y del vuelo, yo sé de algún compañero que ha logrado habitar un ave y ha volado por los cielos, contemplando las montañas y los prados desde arriba, vosotros los de ciudad y que habitáis perros y gatos no sabéis nada de la naturaleza, si alguna vez tengo hijos, me gustaría que disfrutasen de la sana y bonita vida en el campo.

Si, si piensas así, lo que no tendrás será una pulga fina i delicada, para unirte a ella, sino una que no tenga olfato y no distinga el pestazo a lana sucia y que sea ciega para no ver todos esos pelos enmarañados de las ovejas y sorda, para no oír ese balar continuo y encima esos perrazos persiguiéndote todo el día.

Me parece que la gente de ciudad no sabe de las maravillas de vivir en el campo, así que yo, ahora, te invito a pasar una temporada en el campo, todavía estamos a punto de coger una oveja y en dos días estaremos en casa.

¡Huy!, ¡No! Ahora viene el invierno y no estoy dispuesta a pasarlo en medio del campo o en corrales apestando a oveja, con lo calentita que estoy yo en el invierno en mi casa de Madrid, además, ahora empieza la temporada de teatro y revista y estaré cada día de marcha, hasta es posible que vea algún familiar mío.

Bueno, si es así y me invitas, podré pasar el invierno contigo y en primavera, cuando las ovejas pasen por aquí camino de la montaña podemos ir con ellas.

En ese momento, el perro salvaje, que se llama Tobi, pegó un salto detrás de una oveja y si no llega a ser por los reflejos y la fortaleza de Rodolfo, que sujetó a Elisenda hacia sí para protegerla, ésta hubiese caído a tierra.

Elisenda se agarró a Rodolfo con todas sus patas y éste aprovechó para abrazarla cariñosamente.

Al fin, después del abrazo que duró más de lo previsto, las dos pulgas, decidieron unir sus vidas y quedarse el invierno a vivir en Madrid.


CAPITULO  II


El invierno fue muy duro para Rodolfo, si no hubiese sido porque amaba locamente a Elisenda, se hubiese marchado a su tierra aunque fuese a lomos de un jabalí.

Tobi era un desastre, se pasaba el día en la casa corriendo detrás de una pelota y ladrando siempre que oía el más mínimo ruido.

Tres veces al día, la chica de servicio que tenía la dueña de Tobi lo sacaba a la calle, entonces se pasaba todo el rato yendo de árbol a farola y a cualquier cosa vertical marcando el terreno, una vez estuvieron a punto de partirle el lomo pese a que iba atado, porque la muchacha se despistó y el animal vio la escoba de un barrendero y no se lo pensó dos veces, le marcó la escoba y el buen señor se puso hecho una furia. Suerte que Charo, la chica estiró de la correa y lo subió a sus brazos con el peligro que tuvimos Elisenda y yo de caer al vacío.

Lo único bueno del día es cuando vamos al teatro de revistas, la dueña de Tobi lo arregla, le pone sus mejores ropas y lo lleva donde actúa ella, por lo visto es una gran vedette, aunque a mi no me gusta, prefiero el canto de los grillos y las cigarras en el campo, luego, cuando llegamos hay entre los pasillos y escaleras del teatro muchas personas muy raras, todas vestidas o más bien desvestidas con cuatro plumas, parecen disfrazadas de gallinas y los hombres, con unas medias ajustadísimas y hablan muy raro, no como los hombres que pastorean a las ovejas y si te subes a sus brazos tienes que tener mucho cuidado para no caerte, porque los mueven mucho, luego, a veces no sabes a quién picas, porque estás tan tranquilo pegándote un lingotazo de sangre y de pronto se ha arrimado otro y sin querer te vas con el nuevo, luego están los que beben algo que si los sorbes mucho te entra alegría y luego mucho sueño.

Una vez, mes estaba poniendo morado de sangre con coñac y restos de un perfumen que llamaban “nosequé 5” y después de ponerme a bailar, me caí borracho como una cuba y me dormí, cuando desperté había pasado un día y estaba entre unas plumas.

Elisenda se puso hecha una furia, pensó que la había abandonado, me chilló, y chilló, y chilló y a mi me dolía todo el cuerpo. Cuando volví a Tobi se puso a llorar como una loca y me dijo que me había echado mucho de menos y pensó hasta no volver a Tobi, pero luego se arrepintió y volvió a casa con él.

Desde entonces voy con mucho cuidado con lo que libo, no sea que me siente mal, pero si no fuese por esos ratos y otros mejores en compañía de Elisenda no podría resistir hasta la primavera.

Elisenda ya ha puesto algunos huevos en el teatro, porque dice que quisiera que nuestros descendientes fueran artistas como toda su familia, pero yo quisiera que fuesen pulgas campestres como yo, así que en cuanto pasen por aquí las ovejas camino de la Sierra de Gredos, nos iremos con ellas y luego, después del verano iremos a Extremadura para llenar, junto con otras congéneres los establos.

El invierno se hace cada vez más largo, mirándolo fríamente, no se puede vivir mucho tiempo a ese ritmo, he conocido a muchos congéneres en el teatro y en un parque muy grande al que vamos a pasear con Tobi, gracias a nuestros enormes saltos, si andas con cuidado puedes apearte de tu guarida y pasear por la arena y otros perros, hay algún conocido que se ha atrevido a montarse en una paloma y ha volado, dice que es fabuloso, pero yo no me atrevo, si no tuviese una familia a lo mejor lo haría e iría a correr aventuras, pero perdería a Elisenda, además, aunque las pulgas cuando ponen los huevos se desentienden de ellos, te gusta que tus descendientes estén poblando sitios cerca de ti.

Ahora salimos más veces a pasear con Charo, porque ésta ha conocido a un humano, es joven como ella y viste de una forma muy rara y lleva botas y gorro. Como a veces se sientan los dos muy juntos, bajé de Tobi y me acerqué a él, tuve que dar un gran salto para evitar las botas, pero luego, cuando le piqué saboreé la sangre, es parecida a las de los humanos que llevan el ganado, fuerte, espesa y de sabor más natural.

Se enfadó mucho el humano cuando le piqué, dio un manotazo y por poco me pilla, pero no le echó la culpa a Tobi sino al sitio donde se aloja, me pareció entender que decía “cuartel”.
Ahora no subo a él si no está con las manos ocupadas con las de Charo o en cualquier otro sitio.

Elisenda dice que prefiere chupar la sangre de Charo, que sabe como a desinfectante pero con buen olor y no hace daño.
Lo peor son los días que llueve, entonces no nos sacan de casa y si tenemos hambre tenemos que chupar a Tobi y se pone como una fiera a dar patadas por la zona de picada, por lo que Elisenda y yo nos ponemos cada uno a un lado para que no sepa donde rascarse. Tenemos que hacerlo cuando no hay humanos porque si no, dicen que el chucho ha cogido bichos y le ponen una colonia que te deja casi para morir.


CAPITULO  III


Ya está terminando el invierno, la primavera se empieza a notar en las plantas, pequeños brotes salen en los árboles, cuando vamos al Retiro, que así llaman al gran parque que vamos, le explico a Elisenda cosas sobre los árboles y la naturaleza, le enseño que hay pájaros muy peligrosos porque comen toda clase de insectos, entre ellos pulgas.

Al principio Elisenda no distingue un animal de otro, ella solamente conoce a los perros y sabe que hay grandes y pequeños, de mucho pelo y de poco pelo. De los árboles y plantas no sabe nada, no conoce, porque nunca se ha fijado, la hermosura de las flores y lo embriagador de los olores, es más, no conoce ni otro tipo de insectos, una vez que estuvimos de visita en otro perro, le enseñé una garrapata, cuando le dije que era una especie, prima lejana nuestra, no se lo creía.

Las ovejas ya deben de pasar pronto, Charo se lo ha dicho a Paco, su amigo, y como los dos son de campo, han dicho que irían a verlas, como el pretexto es pasear a Tobi, podremos ir con ellos.

El nerviosismo se respiraba en el ambiente, Elisenda no las tenía todas consigo, lo de abandonar la ciudad no era para ella, veía que iba a perder toda la vida de lujo y farándula que había llevado hasta aquel momento, no entendía el campo, no veía que pueda ser bonito el verde de los prados, el color de las rosas, ¿Cómo podía oler bien la hierva después de la lluvia? Las ovejas, el pelo de las ovejas olía que apestaba cuando estaba mojado y tener que vivir allí soportando la humedad, no había saboreado la sangre del pastor, pero si era más fuerte incluso que la de aquel amigo de Charo, que sí la había probado, no podía ser más desagradable, alguna vez, después de picar a Paco tuvo que devolver, yo le decía que era debido a que estaba a punto de poner huevos, pero yo sabía que no.

¡Rodolfo! Por favor, no vayamos al campo, es más divertida la vida en la ciudad, me decía.
No, Elisenda, la vida en el campo es más libre, toda está llena de olores, sabores, colores, aventuras, la alimentación es más sana, la sangre no te hace emborracharte. Le contestaba yo.
Las discusiones entre nosotros eran cada vez mayores, ella gritaba y lloraba por cualquier cosa, yo no podía seguir en la ciudad, mi vida en la ciudad era monótona, además siempre terminaba yendo a picar a aquellos que más parecía que sabían a alcohol, incluso una vez piqué a uno que olía raro, era algo que me hacía sentir exultante, lleno de vida, más ágil que nunca, luego caía en la cuenta de que a la persona que picaba le pasaba lo mismo y luego tenía tanto él como yo volver a saborear aquella sustancia, cada vez necesitaba picar más veces y cada vez la resaca era peor.

Decididamente volvería al campo, no quería que la ciudad me devorase.

Aquella mañana supe que era el día, Charo cantaba, se arregló, peinó a Tobi con más esmero que nunca con el consiguiente peligro para Elisenda y yo, oí a la vedette como le daba permiso para estar todo el día fuera, pero tenía que sacar a Tobi toda la mañana para que luego estuviese tranquilo el resto del día.

Paco le vino a buscar y nos fuimos con Tobi, miré a la casa por última vez y se me alegró el corazón. Noté que Elisenda lloraba por dentro.

Llegamos a una calle muy ancha, al lado del jardín donde solíamos ir a pasear, nos pusimos en un sitio donde se estrechaba el paso y estaríamos más cerca del ganado, al fondo, por arriba veíamos una puerta muy ancha, de piedra, con unos arcos y unos jardines alrededor protegido con vallas para que el ganado no entrase, al otro lado, más abajo estaba la señora de piedra con el carro de piedra y los leones de piedra donde salté por primera vez sobre Tobi.

Cogí a Elisenda de una pata y le dije:

Ven, Elisenda, saltaremos sobre las primeras, son las más fuertes, las que mandan, además si no nos gustan, podremos bajar y dejar que pasen hasta encontrar alguna que nos guste.

No, Rodolfo, no saltaré, lo he pensado mucho, yo no podré vivir sin mis comodidades, vete tú, yo comprendo que la ciudad te está matando. Me dijo

No, Elisenda, sin ti no podré vivir. Le contesté

Y conmigo te estás matando. ¡Vete! ¡Vete y que seas feliz!

No, no puedo así, ¿Qué será de mi vida?

Encontrarás una pulga de campo y serás feliz, yo me moriría allí, ¡Vete! ¡Te juro que no te olvidaré!

De pronto sentí un empujón, corregí el salto en el aire y caí sobre una mullida lana de una oveja merina.

Miré hacia detrás y ya no vi ni a Elisenda, ni a Tobi ni a Charo ni a su Paco, dos lágrimas cayeron de mis ojos, me acurruque en la lana y dormí, cuando desperté ya salíamos de la ciudad y un inmenso campo invadía todo el horizonte. La oveja en la que cabalgaba corría perseguida por un perro pastor porque nos estábamos separando del rebaño.



FIN

jueves, 20 de octubre de 2016

TODA UNA VIDA

MICRORRELATOS  BREVES

Hoy publico el segundo capítulo de MICRORRELATOS BREVES parte de una vida laboral pero de aquellos tiempos del siglo pasado, pequeñas historias propias y de personas de alrededor. 


MI PRIMER DIA DE TRABAJO EN SERIO


El lunes, a las 8,45 horas, estaba cogiendo el ascensor hasta la cuarta planta, Contabilidad, aquel iba a ser mi lugar de trabajo por muchos años, allí estuve hasta que me fui al Servicio Militar.

Cuando entré en el despacho, sin saber a dónde dirigirme, vi un brazo levantado que me llamaba, era mi jefe inmediato Pedro Rojo, allí había jefes para todo el mundo, tuve suerte, por lo visto era el mejor, el más humano y un buen compañero.

Me dirigí a su mesa y allí me explicó el trabajo que iba a desempeñar.

De todas las provincias de España y de todos los centros que tenían “locutorios”, la cosa iba de telefonía, el lector no se equivoca, en aquellos tiempos y de telefonía, solamente podía ser LA TELEFONICA, la única, la verdadera, la Compañía Telefónica Nacional de España como entonces se llamaba.

Una vez en una carta que recibimos, en otro departamento, en el sobre, escrita con infinidad de faltas de ortografía, como destinatario ponía:  “Telefonica Des paña”.

Allí se recibían todos los documentos de cobros y pago de todos los centros y después de supervisarlos, se resumían en una hoja por días o semanas o periodos de quince días según la importancia, por cuentas y se cuadraban, al final de cada periodo de quince días se hacía un asiento general de la provincia y se enviaban a “perforación”, es decir, se perforaban tarjetas de IBM para enviar a “Proceso de Datos”, aquellos inmensos ordenadores que ocupaban una planta entera del edificio.

Ya iré contando anécdotas porque mi jefe se encargó de que pasase por todos los despacho y sub departamentos de Intervención, le gustó mi aptitud y quiso hacer de mí un experto.

Pese a que en aquellos tiempos, en mis ratos libres me dedicaba al teatro en una compañía amateur, hizo que también ampliase estudios en las ramas que iba tocando dentro de la empresa.

A las diez de la mañana, la primera puerta del despacho, se abrió y una mujer, asomando la cabeza dijo:

 ¡PRENSA!

Por lo menos 15 personas se levantaron hacia allí, volvían con un periódico o revista en la mano, a los pocos días me enteré que aquello era cada día y si hacías, por ejemplo una colección de fascículos  podías encargarlos y la señora de los periódicos te los traía y no tenías ni que encargarte de llevar un control de los que tenías ni cuando llegaban las portadas de algún volumen.

Después de las primeras lecciones teóricas de la mañana, a eso de las doce, el jefe me pasó con el que iba a ser mi primer profesor, Luis Blanco, un maestro que no ejercía como tal el magisterio, sino que había entrado en Telefónica. Era una persona muy profesional y muy buen docente. Tenía unos seis o siete años más que yo, llevaba en la empresa cuatro años. Era de Zaragoza y serio, pocas veces se le veía charlando con el resto de personal, llevaba dos años   casado.

De aquellos tiempos tengo unas cuantas anécdotas, espero acordarme de las más divertidas.
El espacio central del despacho, entre columnas estaba lleno de mesas, formando tres filas, a los pies de cada columna, en una mesita pequeña, estaban las calculadoras a que antes me refería.

Luis y yo estábamos en la primera fila a la derecha, un sitio privilegiado porque nadie veía lo que hacíamos, solamente el de la mesa del costado.

La primera línea la componíamos Luis y yo que todavía no tenía mesa, a nuestra izquierda estaba Mary Cruz, una chica ya entrada en años, soltera y muy amiga de decir que de cría había sido compañera de clase de Irán Eory, la actriz, no sé si era verdad pero no se le pegó nada.

A su izquierda, en la tercera mesa se sentaba un hombre de unos cincuenta y pocos años, muy grueso y al que llamaban sin que él se enterase “el campanilla”, su nombre era Valentín Marín Martín y pasaba mucho tiempo hablando de Barcelona, no sé si era catalán, sé que había vivido allí varios años. Era un gran aficionado a los crucigramas, siempre compraba el ABC y lo primero que hacía era el crucigrama de “Pedro Ocón de Oro”, el gran inventor de los pasatiempos de la prensa de ayer y de hoy. Con él me aficioné a los crucigramas y sobre todo a los jeroglíficos. También jugaba al ajedrez con un compañero de trabajo y vecino, Bolaños.

La segunda línea la formaban García Corral, no me acuerdo de su nombre,  era en sus ratos libre futbolista, jugó en varios equipos de regional, dicen que era muy bueno, pero sus ganas de juerga lo tenían bastante quemado. Su hermano pequeño jugó en el Rayo Vallecano y fue seleccionado para el equipo olímpico español en México, su nombre en el futbol era “Chufi”.

A su lado estaba una muchacha de unos treinta años y llamada Mary Luz, no era ni fea ni guapa sino todo lo contrario, es decir, pasaba desapercibida, una vez, al cabo del tiempo, me preguntó sobre qué tenía que hacer para entablar correspondencia con chicos.

No crean mis lectores que eso se inventó en internet, antes las personas escribían cartas, con su sobre, su sello, su dirección y remite, cualquier persona que en aquellos tiempos, por ejemplo, estuviese enamorado, escribía cartas de amor y las recibía, a veces incluso a “lista de correos” para evitar que los padres se enterasen, sobre todo las chicas.

Yo mismo guardo muchas cartas de las que recibí de algunas enamoradas, otras las rompías con odio y desdén.

Hace poco encontré entre mis recuerdos un mechón de cabellos de Isabel, si habéis leído mis relatos, sabréis de quién se trata.

Bueno, pues le dije a Mary Luz que tenía entendido que en Australia había muchos más hombres que mujeres y le busqué una dirección en una revista de “contactos”, si, tampoco es una invención nueva, mucho antes que internet existían revistas de contactos postales, es más, en las revistas solía haber una sección de personas que pedían escribirse con otras personas, de diferente sexo y de gustos afines. Me hizo caso y escribió pidiendo cartearse con chicos australianos.

Me contaba Mary Luz que había recibido montones de cartas, con pañuelos de cuello y otros detalles, incluso alguno le había invitado a ir a Australia. Le perdí la pista y no sé si marchó para las antípodas.
Un tiempo después otra compañera que estudiaba inglés me preguntó qué podía hacer para perfeccionarlo, le dije que se escribiese con gente de Irlanda, al cabo de unos tres años, cuando estaba en la “mili” me encontré con ella, iba con un chico larguirucho y delgado como una escoba, rubio y lleno de pecas, era su marido irlandés.

Al lado de Mary Luz estaba Esteban Barrio Silva, era el madridista más forofo que tenía el Real Madrid, era la persona que por lo menos aparentaba ser más feliz y bromista, se llevaba bien con todo el mundo menos con los atléticos y anti madridistas. Era amigo desde la niñez con Venancio Muro, un actor que murió en 1976 a los 48 años.


De los compañeros de más atrás no recuerdo mucho, supongo que me iré acordando a medida que escribo.

lunes, 17 de octubre de 2016

LAS HISTORIAS DEL BUHO

Proximo a editarse el tercer volumen de la trilogía "LAS HISTORIAS DEL BUHO" os comunico a continuación que los dos volúmenes anteriores y publicados por la Editorial BUBOK, los podeis encontrar en los siguientes enlaces:

La misteriosa dama de negro


En busca de la puerta del infierno

http//www.bubok.es/libros/246379/En-busca-de-la-puerta-del-infierno-El-viaje-II



miércoles, 12 de octubre de 2016

........Y VOLVER, VOLVER, VOLVER




..........Y VOLVER, VOLVER, VOLVER


Hoy, 12 de Octubre, he decidido volver a publicar en el blogg,

Pero antes de nada, quiero felicitar y felicitarme a todos los españoles en el día de la Fiesta Nacional, Fiesta de la Hispanidad y a todas las "Pilares".

Aunque no haya publicado nada en este verano, no por ello he dejado de trabajar. El tercer tomo de "Las historias del buho" ya está casi a punto de editarse, pero además estoy metido en mi primera novela larga y varias más que están pedndientes de datos y fechas, ya que son historias reales. También he estado trabajando con las estadísticas de las visitas al blogg, ya he pasado de las once mil, cifra creo que bastante importante, por lo menos para mí, que empecé por entretenerme mientras hacía la convalecencia de mi operación de cancer. Ya superado, he demostrado que el cáncer se cura y he llegado a la conclusión de que la mejor medicina es el ser positivo y encararlo todo con buen ánimo.

Bueno, pues como decía estas estadísticas me han sorprendido. En muchas los lectores han coincidido con mis gustos, en otras, varias que escribí en noches que no podía dormir, han sido de las más leidas.

En cuanto a los libros, todos aquellos que han leido uno de ellos, han leio el otro y de camino me han pedido ya el tercer volumen.

Hoy empiezo unos micro relatos dedicados a mi vida laboral, espero que os gusten.





MICRO RELATOS BREVES


Pedro Fuentes


El primer día


Ya hace muchos años, tantos como cuarenta y ocho (48) si, cuarenta y ocho años, ya no me acordaba, pero hoy, rememorando anécdotas, me han venido a la cabeza.
Pues como digo, en los tiempos de Mary Castaña, entré a trabajar en una empresa, una gran empresa en la que ya hace unos años me jubilé, mi vida laboral en serio empezó allí y terminó allí, eran otros tiempos.
Bueno, podríamos decir:
Como decíamos ayer, el lugar donde yo trabajaba era un edificio entero, lleno de despachos, unas mil y pico personas, o sea (este o sea) se lo dedico al padre Rufino, mi profesor de gramática y Literatura que se ponía de los nervios cada vez que lo oía. Pues bien, o sea, como un pueblo de nuestra querida España.
El día que entré en la empresa, llegué desde la oficina de personal a las 11,30 horas, salíamos a la una y por la tarde no se trabajaba porque era sábado.
El jefe, Pedro Rojo me dijo:
Bueno, tocayo, para la hora que es no te voy a explicar nada porque el lunes ya no te acordarás, siéntate en esta mesa y observa a tus compañeros y el ambiente, cuando veas que la gente se levanta y sale de prisa, sal también que es la una y hay que salir.
El lunes, a las nueve, cuando vengas, te pondré con un compañero que te enseñe el trabajo.
Me puse a observar a los compañeros.
En aquella sala habría unas setenta personas, hombres y mujeres de todas las edades, cada uno en su mesa, era un departamento de contabilidad y de vez en cuando se levantaban e iban a una mesa más pequeña, varias distribuidas estratégicamente, en cada una había una calculadora Hispano Olivetti manual, llevaban unas hojas y hacían sus operaciones, se levantaban y volvían a su lugar, por lo visto, el presupuesto no daba para más.
Observé que varias personas iban de una mesa a otra con unas pequeñas tarjetas en la mano, comprobaban unas listas con sus compañeros y se las cambiaban, yo conocía las tarjetas perforadas de IBM, pero aquello no se parecía en nada, ni en tamaño ni en color, al fin, después de varios días vi lo que eran las “fichas” eran cromos de una colección de coches que había salido y se cambiaban los “repes”, no sé si para ellos o para sus hijos.
A la una, a la una en punto según el reloj que había en la pared al principio de la sala, un reloj de madera, grande, que tenía un minutero que andaba a saltos, por cierto, al lado de una foto grande de Franco, si, Franco, el militar, pues bien, saltó la aguja del minutero a las doce, para marcar la saeta de las horas la una en punto y todo el personal se puso de pié, como si un muelle los hubiese hecho levantarse y tres chorros de gente saltaron hacia las tres puertas que había.
A la salida, los cuatro que entramos aquel día en diferentes departamentos, habíamos quedado para contarnos las experiencias y tomarnos unas cañas para celebrar nuestro primer día de trabajo. “Alucinábamos por un tubo” como se dice ahora.








jueves, 23 de junio de 2016

23 DE JUNIO NOCHE DE SAN JUAN

Rompo mi silencio veraniego para publicar un clásico de esta fecha de brujas, fantasmas y meigas, ya ha sido publicado en este blog, pero no he podido resistir la tentación de publicarlo de nuevo.

Y ahora.................

LA MUJER DEL CUADRO
Pedro Fuentes
Capítulo I


Cuando Rosendo decidió que ya estaba cansado de vivir en la gran capital, buscó una casa en un pueblo, quería algo tranquilo, pero no un pueblo muerto, tampoco quería algo que en invierno no existiera y en verano se colapsara con visitantes e hijos del pueblo que conservaban una casa y volvían cada verano, llenándose todo de gentes de la capital, con hijos que dejaban solos porque allí no pasaban los coches de la ciudad. A partir de entonces el peligro eran las bicicletas y todos los sonidos de la naturaleza era apagados por el vociferar de los niños.
Después de mucho mirar se encontró con un pequeño pueblecito de unos ciento cincuenta habitantes y que en verano se ponía en unos quinientos, pero como el pueblo de al lado, unos siete kilómetros, estaba lleno de vida, encanto y atracciones turísticas, a Mieles del Peñón, que así se llama el pueblo van pocos turistas.
Rosendo, que se dedica a escribir; y según él, se retira para crear su mejor libro, un relato que lleva rondando por su cerebro y que no termina de cuajar porque necesita un sitio tranquilo, al fin lo encontró en Mieles del Peñón, fue a visitar a unos amigos al pueblo de al lado y estos lo llevaron de excursión a comprar miel, el producto más conocido y natural del pequeño pueblo.
Por casualidad vio un pequeño cartel en un balcón que decía “se vende” y un teléfono de la capital, estaba situada la casa en la pequeña plaza del pueblo, a espaldas de la iglesia. Más allá de la plaza, al final de ésta había un pequeño muro que servía de asiento y tras él la montaña y la vista del peñón que daba nombre al pueblo, más arriba una ermita y campo, mucho campo.
La casa, situada entre varias más que había en la plaza, y todas habitadas incluso en invierno fue lo que le impulsó a llamar por teléfono, además de un algo irresistible que le habían contado de aquel pueblecito, varias leyendas salidas de la más remota historia; aquel pueblo fue siempre, según las citadas leyendas, pueblo de brujas famosas en el entorno que le rodeaba, allí se celebraba incluso una fiesta tradicional de varios siglos en la que se procesionaba con calaveras y calabazas imitándolas, con velas en su interior las noches cercanas a la de difuntos, a modo de predecesor del moderno halloween.
El propietario resultó ser un señor de avanzada edad, recluido en un asilo en la capital, con sus facultades mentales reducidas y cuyo administrador era su hijo, el cual quedó con Rosendo para la semana siguiente.
Al entrar de la calle en la casa, lo primero que se encontraba era una especie de recibidor sala de estar, con una gran chimenea en su lado izquierdo, al frente una puerta que conducía a las antiguas cuadras, convertidas en pequeño apartamento con un comedor cocina sala de estar, a la izquierda un cuarto de baño con ducha y a la derecha una habitación doble pero un poco reducida por un gran armario que se apoyaba en la pared central. Tanto la sala de estar como la habitación tenían sendas ventanas que daban por la cara posterior de la casa a un pequeño patio que se diría que en sus tiempos fue una pocilga.
A la derecha del recibidor había una escalera empinada que llevaba al piso superior, al llegar a éste, tras pasar una puerta, había una sala recibidor amueblada con dos sofás y una biblioteca bastante extensa, al lado izquierdo de ésta estaba el cuarto de baño completo, a la derecha una puerta con una habitación doble en la que parecía ser dormitorio de matrimonio. Al lado derecho, inmediata a la habitación grande estaba la puerta de la cocina, con todos los servicios a la izquierda y una mesa en el centro. Al fondo una puerta franqueaba el paso a una terraza bastante grande, la mitad de la cual estaba como tendedero, la otra mitad cubierta por una uralita, con la pica de lavar. Una barandilla por el lado ancho daba sobre la antigua pocilga de la planta baja.
Saliendo nuevamente al recibidor, a la izquierda se encontraba otra habitación doble, con una pequeña ventana sobre los antiguos chiqueros. A la derecha de la escalera había una habitación sencilla y de reducidas dimensiones. En la pared del fondo, dos puertas, la de la izquierda que lleva a un comedor y la derecha a una habitación doble ambas con un pequeño balcón a la plaza.
En la sala superior, a la altura de la puerta del cuarto de baño, se veía en el techo una trampilla que llevaba a la buhardilla, a la que se subía con la ayuda de una escalera transportable.
La casa estaba en bastante buenas condiciones y en un principio a Rosendo le agradó, tenía posibilidades para lo que él quería, podría instalar su despacho en la habitación doble de arriba. La habitación de matrimonio sería su habitación, abriría el comedor porque él no era de comer en la cocina y dejaría las otras dos habitaciones por si legaban invitados. El piso inferior lo dejaría por si estuviese más caliente en invierno al tener la chimenea cerca.
Cuando estuvo tratando con el dueño, le pareció una persona agradable y con muchas ganas de vender lo antes posible.
El precio le pareció correcto, más bien bajo. El propietario le comentó que la casa era su herencia el día que su padre muriese. El no quería vivir allí y la residencia del padre costaba mucho dinero, por lo que se veía obligado a vender la casa.
El anciano había vivido en el pueblo, en la casa con su mujer y su hijo, que se dedicaba al cultivo de las tierras, hacía ya 25 años que el padre enviudó, y a partir de entonces se le fue un poco la cabeza, luego, cuando la mujer del hijo, quince años más joven que él, y de buen ver, desapareció, según dicen las malas lenguas, se marchó con un francés que había veraneado en el pueblo desde que ambos eran unos críos.
Matías, el marido abandonado, se volvió taciturno y aprovechando que un amigo suyo, también del pueblo, le dio trabajo de guarda de noche en una fábrica que tenía en la capital, dejó a su padre solo en el pueblo y marchó.
El abuelo seguía su vida, era un poco raro, pero en el pueblo todo el mundo le trataba con consideración, una vecina le iba a hacer la limpieza de la casa y él, con un poco de huerta que cultivaba y parte de la cosecha que le correspondía por los terrenos que había cedido para su cultivo a otro vecino decía:
Yo, mientras tenga para tabaco, unos “chaticos” de vino y unas almendras, ya tengo bastante.
Pronto llegó Rosendo a un buen trato con Matías y fueron al notario para cerrar el trato. Matías era el administrador de su padre desde que éste empezó a perder sus facultades mentales y fue recluido en el asilo.
Capítulo II


Una vez comprada la casa, en quince días Rosendo se instaló allí. A partir de entonces, cuando se dedicó a charlar con los vecinos, se enteró en parte de la historia de la familia de la casa comprada.
Un vecino, de unos noventa y tantos años, que cada día, al atardecer, salía de una casa cercana a “La Castañera” que así tenía por nombre la casa que había comprado Rosendo y se sentaba en un banco de tronco que estaba adosado a la pared.
Rosendo se presentó al anciano y éste le contaba historias.
Esta plaza, le dijo un día, era un carrascal, estaba detrás de la iglesia, último edificio del pueblo. Según decía mi bisabuelo, aquí, justo pegado a la iglesia estaba el antiguo cementerio, y toda esta fila de casas, las nuestras, eran el comienzo del carrascal.
Justo donde estaba su casa, había una encina centenaria, daba unas bellotas tan dulces que todo el mundo la llamaba “La Castañera”, esto me lo contaba mí bisabuelo, que decía que su padre lo había visto.
Terminaron cortándola porque como usted sabe, y si no ya lo sabrá, este pueblo tiene tradición de las brujas más famosas del contorno que se escondían y aun hoy dicen que se esconden en las cuevas de los barrancos.
Pues bien, en la carrasca donde hoy está su casa, que quedaba por fuera de la pared del cementerio, se reunían las brujas de los contornos y con sus hechizos, en las noches de luna y sobre todo en la de San Juan en Junio y la de San Fabián en Febrero, en las hogueras de las ánimas, a los difuntos del cementerio, alguno de los cuales habían aparecido a la mañana siguiente con las tumbas profanadas y los lobos, que entonces había muchos, despedazando los restos.
Muchos eran los que decían que en las “fogueras” que hacían, saltaban machos cabríos a dos patas poseídos por los demonios y entre estos y las brujas y brujos procreaban íncubos y súcubos.
Muchas noches, se escuchan las campanas en toque de “alerta” dicen que guiadas por un sacristán que murió hace trescientos años en olor de santidad. Aunque yo no las he oído nunca, pero yo duermo como un tronco.
Otros vecinos le contaron que a veces, al pasar por delante de su casa habían oído lamentos, pero lo achacaban a la gran cantidad de gatos que corrían por el pueblo en los días de celo.
Al principio a Rosendo le hizo gracia que su casa fuese una casa de leyenda y esto le hacía concentrarse más en su trabajo, los artículos que mandaba vía internet a los periódicos y revistas en los que colaboraba.
Cuando flaqueaba o el trabajo, o las ganas de trabajar, buscaba por todos lados información sobre las leyendas del pueblo, cosa ardua y difícil, ya que normalmente no eran escritas y las gentes cada vez, con tanta televisión y tanta “modernidad”, no se reunían por las noches al lado de la chimenea o a la puerta de las casas a contar cosas de “brujas”, encima, cuando alguien empezaba, siempre había una madre o un padre “progre” que decía que los niños se iban a traumatizar. Sin embargo, cuando se hablaba de aquellos temas “ocultos” alguna persona mayor decía: ¡ojo! ¡Qué hay ropa tendida! Ya nadie conocía esa frase o no importaba que los niños supiesen antes de tiempo lo que no debían de saber.
Cuando la mujer de Matías se fugó con “el francés”, le contó un vecino, las campanas tocaron a “arrebato”. Matías se volvió huraño y al poco tiempo marchó del pueblo, no podía soportar las sonrisas que provocaba al pasar en algunos hombres, sin embargo, alguna mujer que otra lo quiso consolar.
Con el buen tiempo Rosendo decidió pintar la casa, para lo cual avisó a un joven que había en el pueblo que se dedicaba a estos menesteres y a chapuzas de albañilería. Decidieron empezar por la vivienda superior y según cómo, seguir por el apartamento del bajo.
Al mover todos los muebles y trastos de la casa, para retirar algunos y apartar otros, Rosendo cogió una escalera que había en la planta baja y la subió para alcanzar la trampilla de la buhardilla. Subió a ésta y allí encontró algún que otro mueble, entre ellos un buró antiquísimo y precioso que necesitaba restaurar y decidió que lo bajaría la planta baja para dedicarse en los largos días de invierno. También encontró un precioso cuadro al oleo de un rostro de mujer de unos treinta años, una mujer elegante y con una tez blanquísima. Lo apartó para bajarlo.
Con la ayuda de una mujer del pueblo, se dedicó a sacar todos los libros para poder retirar la librería y a la vez sacarle el polvo a estos.
La mayoría de los libros eran novelas y se notaba que eran típicos de mujer, por contenido romántico. Otros, los que menos, eran de historia reciente de España y el resto relatos policiacos y de misterios.
A partir de aquel trasiego, Rosendo empezó a oír sobre todo por las noches, ruidos extraños en la casa, al principio lo achacó a que al mover los muebles y pasarlos todos a la sala de estar superior, hasta pintar las habitaciones, el suelo y las vigas se quejaban. A la tercera noche, el ruido ya fue mucho mayor, salió de su habitación, la primera en ser pintada y notó que los ruidos venían de la planta inferior, se dispuso a descender y cuando iba por la mitad de la escalera notó como una corriente fría le pasaba rozando el cuello y le erizaba el vello de su cuerpo, pensó que se había abierto la puerta de la calle, pero no era así. No vio nada extraño y al subir tuvo la misma impresión pero en sentido contrario. Cuando llegó arriba, encontró la puerta de la buhardilla abierta. Pensó que había sido el aire.
No le dio importancia a los hechos y tampoco los comentó a los vecinos.


Capítulo III




Al fin quedó toda la casa pintada, el único problema fue retirar el armario de la habitación de la planta baja, hubo que hacer venir al carpintero del pueblo de al lado, hijo del anterior, ya que su padre ya estaba jubilado y era quien lo había instalado a medida.
Rosendo al final mandó también arreglar la fachada y pintarla. La casa parecía otra.
Se acercaba la noche de San Juan, la noche de las brujas como se le conoce.
Rosendo llamó a una amiga suya y la invitó a pasar el puente allí, San Juan era el viernes, con lo cual, desde la víspera hasta el domingo eran casi cuatro días.
Adela aceptó, era una mujer algo más joven que Rosendo y enamorada de él desde que lo conoció. Este, decía que había vivido tanto tiempo solo que ya no deseaba compartir su mundo con nadie y menos que le intentasen cambiar su vida, pero a Adela le tenía un cierto cariño fruto de tanto tiempo de amistad.
Su relación era un mutuo acuerdo, se encontraban cuatro o cinco veces al año, a veces compartían vacaciones e incluso, estando solos los dos habían acordado que en Navidad se reunían para celebrar una gran fiesta en algún balneario de lujo.
Los muchachos corrían por todo el pueblo buscando muebles viejos para quemar en la gran hoguera que se hacía para todo el pueblo en la plaza de detrás de la iglesia, donde se había hecho siempre, a la altura de lo que había sido la pared posterior del antiguo cementerio y cerca de una fuente de la que nadie bebía salvo los forasteros.
La noche de las brujas todo el pueblo bebía para evitar los hechizos y encantamientos, luego llenaban cubos y con escobas viejas y rotas para que no se pudiesen montar las brujas y con ellas, a modo de hisopo rociaban todas las casas del pueblo. El que no lo hacía padecía todos los males durante el año siguiente hasta la nueva “foguera” de S. Juan.
Siempre se había dicho que el año en que se fugó Leonor, la mujer de Matías con el francés, no habían bendecido la casa.
La rondalla formada por los mozos, ensayaba para la ronda de aquella noche, ya hemos dicho que eran pocos los habitantes, pero para aquellas fechas, venían muchos de los que habían marchado a la capital. Incluso siempre se rumoreaba que vendría una artista de cine y teatro hija del pueblo pero que nunca había vuelto.
Los adolecentes se disfrazaban de “Dominica la Coja” famosa bruja de los contornos quemada por la Inquisición, luego, para rememorar la historia, se despojaban del disfraz y lo lanzaban a la “foguera”. Se danzaba alrededor de las lumbres, los chicos de ocho o nueve años llevaban calabazas vacías con cortes imitando calaveras y velas encendidas dentro. Era costumbre asar en ellas patatas y cebollas que se tomaban ya al amanecer rodeadas con los buenos vinos de la zona mezclado con la famosa miel del entorno.
Adela llegó al pueblo sobre las cinco de la tarde, en su coche, aparcó justo a la puerta para descargar la maleta. Iba como siempre, recién maquillada y elegantísima, era de esas mujeres que pese a sus cerca de cincuenta años hacía volverse a los hombres y al muchas mujeres envidiosas.
Rosendo bajó a recibirla y ambos se besaron suavemente en los labios, descargaron la maleta que quedó en la casa y fueron a aparcar en un campo cercano que a tal fin estaba preparado sobre todo cuando en la plaza había fiesta. Luego volvieron andando y cogidos del brazo, ella con sus finos tacones, estaba tan habituada a ellos que le daba lo mismo andar por un sembrado que por la más elegante de las pasarelas.
Cuando llegaron a la casa y entraron, medio pueblo los había visto y le contaba al otro medio. Al fin y al cabo era la primera vez que veían a Rosendo con compañía femenina y ¡qué compañía!
No hubo ni qué preguntar, Adela se instaló en la habitación de matrimonio, con Rosendo.
A las nueve Rosendo tenía ya preparada una cena para dos a base de coctel de aguacate con gambas y luego unos solomillos al jerez, la noche sería larga y había que estar bien alimentados.
Después de cenar, salieron de casa con una cesta con patatas y cebollas para asar y dejaron preparado el vino con miel en la planta baja de la casa, dejaron todo preparado y fueron a tomar café al bar del pueblo, Adela se había cambiado por un conjunto más deportivo y un calzado cómodo pero seguía igual de elegante y apetecible, Rosendo la llevaba del brazo y se la presentaba a sus convecinos que quedaban más maravillados que si hubiese venido este año la famosa actriz hija del pueblo.
A las 10 de la noche se encendió la hoguera, la noche era clara y en el horizonte se veía el resplandor de las hogueras de los pueblos cercanos, cada uno pugnaba por la más grande, ese tendría menos maleficios.
Muchas persona, después de estar un rato en la hoguera, con sus cubos llenos de agua de la fuente y puestos cerca para calentar, saltaban y reían bebiendo los buenos caldos de la zona, el Somontano en esa época empezaba a comercializar sus vinos, unas buenas campañas estaban haciendo que España primero y luego el resto del mundo los conociese como los habían conocido los paisanos durante cientos de años.
Mientras los mayores esperaban para “bendecir” las casas, las parejas jóvenes se perdían por los campos cercanos buscando tréboles.
Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
La noche de San Juan.
Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
Los mis amores van.

Muchas mujeres salían al campo buscando la verbena que tenía que ser recogida en la noche de San Juan porque las leyendas decían:

La verbena, recogida en la noche de S. Juan era febrífugo, sedante, expectorante, antiespasmódico, antirreumático, anti neurálgico, útil en cefaleas y migrañas, digestivo, estomacal, útil en dolores gástricos, depurativo, anti anémico, excelente estimulante de los intercambios metabólicos, diurético, empleado en afecciones renales o hepáticas, usos externos en gargarismos y afecciones dérmicas, astringente, aperitivo, estimulante de las contracciones uterinas en el parto. Ninguna mujer de más de cuarenta años dejaba de tener verbena en casa.

Rosendo y Adela disfrutaban del ambiente de fiesta y bailaban cuando la ronda pasaba cerca, habían sacado dos sillas de casa y junto con los demás vecinos celebraban la fiesta charlando y contado historias de la noche más famosa del año después de la Nochebuena.

Ya eran las dos de la madrugada cuando todo el pueblo en procesión recorrió casa por casa con sus escobas rotas y su agua caliente de la fuente y “bendijeron” casa por casa, luego volvieron a la plaza y se dedicaron a poner en la lumbre las patatas y cebollas.

Empezaba a refrescar y Adela se acurrucaba en el pecho de Rosendo mientras éste la envolvía con su brazo y ambos brindaban nuevamente con un vaso de vino.

Al amanecer todos esperaron para ver la Rueda de Santa Catalina, pero el horizonte estaba cubierto por nubes y no lograron verla. Se terminaron las últimas patatas y cebollas asadas, se tomaron el último vaso de vino con miel y cada cual se retiró a su casa.

Capítulo IV

Rendidos por la fiesta y el alcohol Rosendo y Adela se fueron a la cama y se durmieron apaciblemente hasta casi la una del medio día, cuando despertaron encontraron toda la ropa del armario e incluso la de la maleta de Adela esparcida por el suelo, revuelta y arrugada.

No supieron a qué achacarla, ¿Quizás a unos gamberros que vieran la puerta abierta? ¿Tal vez bebieron más de la cuenta y sin enterarse armaron semejante revuelo? Quedaron de acuerdo en olvidar el suceso.

El día transcurrió normal, después de arreglar de nuevo la ropa salieron a dar una vuelta, fueron al pueblo de al lado a comer, hicieron turismo y ya, entrada la tarde volvieron a casa, todo estaba tranquilo y en orden, prepararon embutido y pan para cenar y luego salieron a la plaza a tomar la fresca hasta cosa de las once y media, luego entraron en casa y se fueron a la habitación entre arrumacos, cuando ya estaban acostados y abrazados el uno al otro, de pronto sintieron un frio intenso, la ventana se abrió de golpe y un viento frio les hizo apretarse contra la sábana, única ropa que tenían a mano. Rosendo se levantó a cerrar la ventana cuando se oyó un estropicio en la sala de estar.

Salieron corriendo para ver qué había pasado, abrieron la puerta y en ese mismo momento se cerró la que llevaba a las escaleras. Rosendo la abrió y salió corriendo hacia abajo sin pensar que estaba desnudo y persiguiendo a un posible ladrón.

Llegó abajo y vio que la puerta de la calles estaba cerrada por dentro, entró en el apartamento después de coger una “troza” de al lado de la chimenea y no vio nada anormal, todo estaba correcto, miró al buró que había bajado de la buhardilla y luego al cuadro de la dama que encontró y por un momento creyó ver una sonrisa socarrona en la dama representada.

Cuando subió nuevamente, Adela, envuelta en la colcha de la cama lloraba y temblaba en un ataque de pánico. Rosendo le preparó una tila y una copita del pacharán que él mismo había preparado con aguardiente de Colungo.

A la mañana siguiente, sábado, todo estaba normal en Mieles del Peñón, las gentes se preparaban para ir a la población de al lado, unos a vender sus productos en el mercado semanal y otros a comprar, podía ser un gran día por la gran afluencia de turistas que había al ser sábado y puente.

Cuando Rosendo se encontró con Gervasio, uno de los vecinos, le preguntó por el golpe de viento frío que había ocurrido. Gervasio le comentó que no había habido el tal viento, que al contrario había sido una noche bochornosa y que incluso tuvo que dormir con la ventana abierta.

Al ver a Rosendo sorprendido le dijo: ¿has visto o ha ocurrido algo raro?

Rosendo le contó lo ocurrido, Gervasio sonrió y le dijo: ¿Es la primera vez que ocurre?

Tan fuerte si, habían ocurrido pequeñas cosas pero no tan fuertes ni tan duraderas.

Por eso internaron al abuelo, decía que veía cosas y que oía gritos, susurros, lamentos, puertas que se abren y cierran con grandes corrientes de aire frío, en el pueblo había quien decía que el abuelo estaba loco y otros que achacaban los hechos a que la casa estaba encantada, siempre hubo comentarios sobre eso, la casa es una buena casa, pero nadie la quería, al final la vendió por poco dinero porque nadie se atrevía a vivir en ella.

Adela salió de la casa y Rosendo le hizo un gesto a Gervasio para que callase y le dijo: Bueno, ya hablaremos, ahora nos vamos al mercado.

Adela perfectamente maquillada no dejaba ver en su rostro la noche de perros que pasó.

Cogieron el coche de Rosendo y se marcharon de compras, se quedaron a comer en un pueblo cercano y regresaron a media tarde. Para entonces medio pueblo sabía que la casa “encantada” daba señales de su existencia. La única persona que no sabía nada era Adela, pero ésta temblaba cada vez que pensaba en la noche.

Después de cenar salieron con sendas sillas a fumar y a tomar la fresca en la plaza.

Subieron a la casa cuando era la una de la noche. Nada parecía extraño, el silencio era absoluto, nada recordaba los dos días anteriores, se fueron a dormir, Adela estaba muy cansada, se había tomado una pastilla para dormir, Rosendo un whisky con hielo, se metieron en la cama, Adela le dio un beso a Rosendo y se desearon buenas noches mientras se cogían de la mano.

Dormían profundamente cuando Adela se despertó sobresaltada, soñaba que iba deslizándose sobre una pista de hielo y un viento helado le daba en la cara, de pronto la pista se terminaba y no podía frenar, cayó al vacío y se despertó, no sabía dónde estaba, gritó, Rosendo se despertó y encendió la luz, Adela no estaba a su lado, había caído de la cama arrastrando la ropa.

La cara de Adela era de niña enrabiada y Rosendo se echó a reír, luego ella también al ver lo ridículo de la situación, pero sus risas se helaron de golpe. De la planta baja les llegó un grito desgarrador de mujer, luego un disparo y después un silencio sepulcral.

Rosendo reaccionó al cabo de unos segundos que le parecieron horas, con el pijama corto de verano que llevaba bajó las escalera de cuatro en cuatro, la puerta de la calle estaba cerrada como él la dejó. Fue al pequeño apartamento y vio que estaba cerrada por dentro, cogió una llave que había encima de la chimenea y con ella empujó la de dentro y abrió, no había nada, fue hasta el buró y vio a los pies de éste un gran charco de sangre todavía fresca, no supo qué hacer, de pronto se volvió asustado, detrás de él algo se había movido, giró rápidamente y vio una figura de mujer envuelta en una sábana, gritó asustado, la figura también gritó, era Adela asustada por el grito de Rosendo. Se abrazaron y Rosendo le indicó donde había visto la sangre. El suelo estaba impoluto, no había ningún rastro de sangre.

Salieron a la calle por si alguien había oído el grito y el disparo, nadie parecía estar despierto, solamente un gato negro cruzó la plaza de derecha a izquierda, Adela recogió sus dedos corazón y anular bajo el pulgar y dejando el índice y meñique estirados tocó con las puntas de estos el marco de madera tres veces, luego estirando la mano de nuevo se santiguó tres veces, tiró del brazo de Rosendo que se quedó petrificado y lo hizo entrar, cerrando la puerta tras de él.

Se sentó en la cama, encima de la almohada, con las rodillas encogidas y rodeadas por sus brazos, mientras de su boca salían suspiros y gemidos, esta vez Rosendo preparó sendos whiskys bien cargados y con hielo hasta arriba del vaso largo, se fue a la habitación, se sentó al lado de Adela casi con la misma posición, brindó con un vaso en cada mano y luego pasó uno a su compañera. En la mesita de noche quedó la botella a la espera con una cubitera al lado, pocas palabras se dijeron hasta que casi al amanecer, con una botella y dos vasos vacíos cayeron rendidos, más borrachos que cansados.

Cuando despertaron a medio día, se ducharon, se dijeron pocas palabras y Adela le dijo para finalizar:

Rosendo, me voy, vente conmigo, por favor.

No, no puedo ir contigo, quiero descubrir qué pasa y hacer lo que vine a hacer, escribir el libro.

No me pidas que vuelva, si quieres verme tendrá que ser muy lejos de esta casa.

Rosendo la acompañó hasta el coche, ella abrió el maletero, él puso la maleta dentro, se dieron un beso que a ambos les supo al último.



Capítulo V

Rosendo entró en la casa, se preparó un bocadillo, una cerveza y se puso a escribir unos artículos que tenía bastante retrasados, supo la hora que era cuando empezó a sentir hambre nuevamente, eran las ocho y media, dejó el portátil, subió al lavabo, se lavó un poco, se peinó y salió a la calle cerrando la puerta, cosa que casi nunca hacía, se fue al bar del pueblo, un poco más abajo y entró, allí encontró a los parroquianos de siempre y a la Sra. María que atendía la barra y la cocina.

Buenas tardes, a todo el mundo.

Buenas, le contestaron los parroquianos en general, uno le dijo: ¿Ya ha marchado la señora?

Si, tiene que trabajar, pero volverá pronto, cuando tenga fiesta de nuevo.

Gervasio que estaba por allí le dijo: ¿Ha ocurrido algo nuevo en la casa?

No, nada anormal, de vez en cuando parece oírse a las brujas del pueblo con sus risotadas, pero nada nuevo, como las escobas las tengo guardadas bajo llave y el aspirador no lo saben conducir pues bueno, aquí paz y después gloria.

Por cierto, estoy pensando buscarme un perro que me haga compañía, ¿Alguien sabe de alguien que tenga cachorros y quiera vender alguno?

En el Rincón del Vero hay un refugio de animales y hay recogidos perros de todo tipo y edades, son muchos los turistas que abandonan por los contornos.

Vale, gracias, ya me acercaré por allí.

Sra. María, ¿Me podría preparar unos huevos fritos con longaniza de Graus?

Sí, señor Rosendo, enseguida los hago. ¿Quiere vino?

Sí, claro, tinto de la tierra.

Se sentó en una mesa y se puso a leer el periódico.

Terminó de tomarse los huevos, pidió un café, se lo tomó, pagó, se despidió de los paisanos y se marchó para casa.

Cuando llegó fue directamente al cuarto de baño, cogió un bote de polvos de talco y bajó a la planta baja, entró en la habitación y abrió el armario, que siempre estuvo semi vació, esparció polvos regularmente por todo el suelo, luego fue haciendo lo mismo hasta la puerta de la calle. Cada estancia por la que pasaba la cerraba y si tenía llave se la ponía en el bolsillo.

Subió las escaleras, quitó la bombilla que había a mitad de ésta, llegó a la puerta superior y la cerró por dentro y retiró la llave también, esparció polvos de talco en la sala y se metió en su habitación, también cerró la puerta y se metió en la cama a dormir, estaba bastante cansado y esperaba que si había jaleo, ya habría dormido y descansado algo.

Leyó un rato y al momento le entró el sueño, apagó la luz y metió debajo de la almohada una linterna, el llavero con todas las llaves recogidas y un cuchillo de grandes dimensiones.

No sabía cuánto había dormido cuando oyó un susurro y algo así como un aliento que le llamaba:

¡Rosendo, Rosendo, despierta!

Rosendo al oír aquella voz que repetía su nombre, fue despertándose muy suavemente. La voz venía como de muy lejos, pero a la vez sentía un aliento en su oído ¡Rosendo, Rosendo, despierta!

Cuando por fin se despertó, sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, la muchacha del cuadro estaba allí, en su cama, sobre él, pero no le pesaba, solamente sentía como si una corriente de aire frío le entraba por todos los poros de su cuerpo. Rosendo quiso sujetarla por los hombros pero sus manos de hundieron en una especie de sustancia viscosa fría y repugnante.

Rosendo, Rosendo, repetía la voz de ultratumba, ¡Sígueme! La figura se levantó y cruzó la habitación flotando un palmo por encima del suelo.

Rosendo metió la mano debajo del armario, sacó el cuchillo y lo lanzó hacia la figura, éste se clavó en la puerta y la figura desapareció a través de ella.
Cogió la linterna y las llaves y abriendo la puerta siguió a la figura que parecía esperarle y seguía llamándole:

¡Rosendo, Rosendo, sígueme!

El corazón de Rosendo parecía explotarle dentro de su pecho, le parecía oír todos los huesos de su cuerpo rozando unos contra otros y no sabía si sus rodillas le iban a resistir o bajaría las escaleras rodando, un sudor frío le inundaba la espalda.

Cuando llegó al recibidor, enfocó el suelo con la linterna, los polvos de talco estaban impolutos sobre el suelo y ni siquiera se movían al paso de la corriente de aire frío que él sentía y que salía de la figura de la mujer del cuadro... ésta traspasó la puerta del apartamento y entró, Rosendo abrió de prisa con la llave y también pasó.

La figura se dirigió a la habitación y también traspasó la entrada, se dirigió al armario y desapreció junto con la corriente de aire. Abrió Rosenda y no vio nada, solamente oía:

¡Rosendo, Rosendo, búscame, estoy aquí dentro!

Rosendo sacó toda la ropa, dejó el armario completamente vacío, pero allí no había nada. Se dio la vuelta y entonces se dio cuenta de dos cosas, en el marco del cuadro solamente había un lienzo en blanco y sobre el buró había un libro que antes no estaba, en él, en la ajada portada podía leerse en letras doradas mate ya por el paso del tiempo “Diario”. Abajo, a la derecha, escrito a mano y con tinta un nombre “Leonor”.


Capítulo VI

Cuando Rosendo vio aquello, ya no tuvo dudas, pensó que algo nuevo y extraño le estaba pasando, algo que cambiaría el curso de su vida, su corazón empezó a entrar en un estado de excitación contenida, ya no era miedo ni siquiera a lo desconocido, subió a la planta superior con el diario entre la manos, cogió una botella de whisky, una cubitera y un vaso largo, se fue a su sillón favorito, el que iba consigo a todas las casas en las que había vivido desde hacía treinta años, puso una lámpara de pie a su lado y se sentó, bebió un buen trago que degustó a lo largo y ancho de su boca antes de tragarlo, encendió un Romeo y Julieta, sopló el polvo que había en el libro, lo abrió por la primera página y leyó:

23 de Junio de 1.963.- Me llamo Leonor, tengo 15 años y me han regalado este diario que voy a escribir durante toda mi vida.

Hoy es la noche de S. Juan y esta será la primera vez que saldré por la noche con mis amigos y amigas……

Rosendo leyó y leyó el resto de la noche, cuando empezaba a amanecer preparó una cafetera grande, había terminado con un cuarto de la botella de whisky y fumado tres Romeo y Julieta, entonces se dio cuenta de la tremenda humareda que había en la sala de estar, así que cuando volvió con un termo lleno de café, abrió una ventana delante y otra detrás y creó una corriente de aire que nada tenía que ver al de las apariciones.

Cuando ya el sol de junio empezó a calentar, Rosendo cerró el diario después de leer el final.

23 de Junio de 1.985.- Hoy mi diario cumple veintidós años, le he sido tan fiel como a mi marido, mi diario me cree y mi marido no, sigue con sus tremendos celos, ha llegado un momento que me da mucho miedo, los últimos tiempos sospecha y cree que le engaño con Jean Pierre. No sé cómo decirle que no es verdad, que lo único que pasa es que Jean Pierre y yo nos conocemos desde críos, desde que empezó a venir al pueblo con sus padres a veranear, pero no hay ni ha habido jamás algo más que esa amistad, además, él volverá hoy a París para casarse con la novia de toda la vida.

Le tengo tanto miedo a mi marido que le he pedido a Jean Pierre que me lleve con él por lo menos hasta San Sebastián, porque no puedo más, no soporto los malos tratos de mi marido y ese infierno de los celos, al principio pensé que era porque me quería, pero ahora sé que no, está enfermo y no quiere curarse.

Mañana, cuando amanezca le he dicho a Jean Pierre que si decido ir con él estaré al lado de su coche para irnos, si no, que no me espere.

Hoy será el último día que te escriba, diario mío y tú, Matías, si alguna vez lees esto, quiero que sepas que te quiero y te he querido siempre desde hace veintidós años cuando salimos juntos la primera vez y cuando encontraste aquel trébol, en la noche de S. Juan me lo ofreciste y te declaraste, yo tenía quince años como en la canción y jamás ha habido otro hombre que no fueses tú.

Rosendo se duchó, se arregló y cogió el coche, se fue a Barbastro, aparcó y se fue a la comisaría, allí pidió ver al comisario, éste le recibió, luego salieron juntos, pidió su coche y un Land Rover con una dotación de cuatro hombres.

Llevaron a Rosendo hasta el aparcamiento, cogió su coche y los otros dos le siguieron hasta Mieles del Peñón, allí aparcaron delante de la casa de Rosendo y entraron, el pueblo ya se había reunido a la puerta, un policía guardaba la puerta, los demás entraron en el apartamento de la planta baja, allí retiraron el armario de la habitación, luego con dos picos y una pala empezaron a tirar la pared, era una falsa pared, cuando tuvieron un agujero de aproximadamente un metro, a la señas del comisario pararon y éste con una linterna miró en el interior. Luego, volviéndose sacó el teléfono móvil de su bolsillo e hizo una llamada.

Soy el comisario Alfredo Martínez, cursen una orden de detención contra Matías Requejo, sospechoso de asesinato de su esposa Leonor. En la mesa de mi despacho están sus señas en Zaragoza.

EPILOGO

Rosendo siguió viviendo en su casa de Mieles del Peñón, donde escribió su libro “La mujer del cuadro” que obtuvo un rotundo éxito, luego siguió con otros de gran éxito.

Cuando se celebraron las exequias por Leonor, Jean Pierre llegó desde París con su mujer.

Adela volvió al pueblo y se instaló con Rosendo en la casa, después de pasar por la iglesia donde los casó un cura campechano, párroco y amigo del pueblo.

Rosendo y Adela cada 22 de Junio se marchan y vuelven el 26 como muy pronto. Los vecinos dicen que no se han oído ruidos la noche de San Juan, en la casa que ya no llaman “la carrasca” sino la casa de Leonor.


FIN