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jueves, 25 de enero de 2024

EL ENTIERRO (Capítulo II)

 

 

 

EL ENTIERRO

 

Pedro  Fuentes



CAPITULO II


Dentro de la caja me desperté, estaba totalmente a oscuras, no recordaba nada, me moví, de pronto oí la voz de alguien que rezaba un responso, guardé silencio para ver si averiguaba algo y comprendí, me había dado un ataque, estaba en la calle, llegando a mi casa, antes de perder el conocimiento vi que varias personas corrían a socorrerme, alguien dijo:

Es Miguel, vive aquí, en el número nueve, avisad a su mujer. Allí perdí el conocimiento.

Ahora me daba cuenta, creen que he muerto y me llevan a enterrar, pero no puede ser, mi mujer y el doctor saben que soy cataléctico, ¡¡Socorro!!! ¡¡¡Socorro!!!, ¡que no estoy muerto! A la vez que gritaba intentaba moverme, saltaba lo que podía, pero el forro y la guata del ataúd amortiguaban los golpes, ¡lloré!, ¡salté!, ¡grité!, ¡empecé a arrancar el forro y la guata!, ¡me rompía las uñas contra la madera!, ¡me faltaba el aire!, ¡me estaba ahogando!, ¡iba a perder el conocimiento y entonces no tendría escapatoria!, ¡intenté con todas mis fuerzas golpear con las rodilla!, noté que aquello se había desplazado, contuve la respiración para coger fuerzas, me concentré y di dos golpes seguidos contra la madera que había a los pies, entonces sí, todo el ataúd se desplazó y fue cogiendo velocidad, noté cómo resbalaba y caía desde una cierta altura golpeando contra el suelo, allí se rompió la caja, lo primero que vi fue la cara de espantado de un niño en el balcón de un primer piso, luego vi gente que corría despavorida, luego me empecé a incorporar y noté que había caído encima de alguien. ¡¡Dios mío!! ¡¡He caído encima de Marisa, mi mujer!!”

Hasta aquí el relato de Miguel.

En el balcón de casa yo increpé al del capón ¡Lo ves! Yo tenía razón.

Mi madre intentaba llevarme para dentro para que no tuviese pesadillas. Yo seguía agarrado a la barandilla del balcón, pese a lo aterrado que estaba no quería perderme detalle, en aquel momento supe que aquella sería una de las historias de mi vida.

Cuando Miguel se levantó intentó ayudar a su mujer, llamó al médico que iba en la comitiva y éste tomándole el pulso a Marisa dijo: Está muy mal, hay que llevarla a la casa de socorro.

Llamaron un coche y en él subieron Miguel, ya restablecido. Evaristo, el doctor y en medio colocaron a Marisa.

Ya en la camilla del hospital, Miguel, que no había soltado la mano de su esposa le dijo: Marisa, ¿Por qué no esperaste para enterrarme sabiendo que soy cataléptico?

En un susurro dijo:

Evaristo firmó el acta de defunción porque te hizo pruebas.

En ese momento llegó el cura y le dijo a la moribunda:

Marisa, hija, ¿quieres confesarte?

Si. Padre, pero no quiero que se vaya Miguel, sé que voy a morir y quiero que sepa la verdad. Cuando vimos que Miguel tenía el ataque, Evaristo y yo decidimos deshacernos de él, porque llevamos tres años de amantes y queríamos casarnos.

El sacerdote, haciendo la señal de la cruz dijo: Ego te absorbo in nómine………

Marisa espiró en ese momento.

Después de la confesión de ella Evaristo confesó ante la policía y fue condenado.

Miguel marchó del pueblo y vive feliz y contento, no ha vuelto a tener ataques de catalepsia.

FIN

 

jueves, 18 de enero de 2024

EL ENTIERRO (Capítulo I)

 

 

EL  ENTIERRO

 

Pedro Fuentes

 

CAPITULO I

Hace ya bastantes años, en el pueblo donde vivía, para ir al cementerio, había que pasar por delante de mi casa.

Entonces un entierro era un acontecimiento social.

A veces, por los acompañantes, sabías quién se había muerto, otras veías con quién se hablaba o no el muerto, alguna vez vi a la viuda enlutada y llorosa siguiendo al coche fúnebre y al final, medio a escondidas veías a “otra viuda” que confirmaba el “vox pópuli”.

Otras te dabas cuenta de que a partir de la tercera o cuarta fila, se contaban chistes, si había sobrinos lejanos, llorando había herencia por medio, en fin, el balcón de mi casa era toda una cátedra de observación y psicología del género humano.

La calle empezaba una pequeña cuesta a partir de mi casa, con lo que teniendo en cuenta que hasta el Camposanto había todavía unos 2.500 metros, era parada obligada para coger aire y poder llegar arriba sin asfixiarse.

En aquellos tiempos, había muy pocos coches, además era costumbre llevar el féretro en un coche fúnebre más o menos elegante según el poderío económico y aparente de la familia.

Delante iba un sacerdote, todos lo llevaban, hasta los ateos más recalcitrantes, acompañado por un par de monaguillos, a veces más y si era un entierro de postín llevaba tres curas, varios sacristanes y media docena de monaguillos.

Inmediatamente detrás iba el coche, a continuación la viuda o el viudo, de estos hay menos normalmente, y luego los familiares, por orden de mayor a menor grado, luego los amigos o amigas y detrás los conocidos, empleados, sirvientes y ya los curiosos y los “amigos de los entierros” u otros “familiares no reconocidos”

Yo era entonces un crío, uno de esos críos callados, de mirada lánguida que parecía no fijarse en nada, pero que oía y procesaba todo lo que entraba en su cerebro.

Muchas veces, ahora, con mi madre, y mis hermanos mayores, soy yo el que se acuerda de esos pequeños detalle e incluso, a mis años, he reconocido trastadas que quedaron impunes por falta de culpable.

Con esto quiero decir lo que ya he dicho, un entierro era un acontecimiento social digno de estudio.

Pero nada tan importante como el entierro que os voy a contar. Viví de pequeño la primera parte, la más importante, pero años más tarde, por mi manía de coleccionar historias, para estar más documentado y ceñirme a los hechos, contacté uno de los protagonistas principales y me contó su historia.

Cuando el sacerdote y los dos monaguillos, pararon delante del balcón en el que yo estaba, todo hacía presagiar un entierro normal, el sacerdote, como tenía por costumbre, hacía la paradita para respirar y coger fuerzas para la cuesta, pero aprovechaba el momento para pedirle a los monaguillos el acetre y el hisopo.

Con ellos se puso al lado derecho del coche fúnebre, una plataforma con cuatro columnas que sujetaban el techo, que terminaba a cuatro vientos y en el vértice central una especie de jarrón con un penacho negro.

Mojó el hisopo en el acetre del agua bendita y mientras recitaba un responso bendecía el ataúd negro azabache.

Desde la posición que yo estaba pensé que el coche se había calado, porque todo él tembló en el momento que el cura lanzaba agua con el hisopo en todas las direcciones.

Para mi gran fantasía, luego, cuando vi el humo en el tubo de escape, pensé: “La caja se ha movido”.

El sacerdote se colocó delante del coche y siguió la marcha, detrás, la viuda, de unos cuarenta y tantos años y de buen ver, acompañada de unas amigas, no tenía más familia, suspiró y sollozó detrás de unas gafas negras y emprendieron la marcha.

Cuando la cuesta empezó a ser más fuerte, lo vi claro, la caja se volvió a mover. Cuando lo dije en voz alta, alguien por detrás me dio un capón de campeonato y me dijo:

¡Calla, coño! que no dices sino tonterías.

jueves, 11 de enero de 2024

LA BODA

 

 

LA BODA


Pedro Fuentes

 

Corría el año 1.956 en Santa Cruz de la Palma, cuando la pareja formada por Iraya y Norberto, estaban preparando las cosas para casarse.

Iraya era de muy buena familia, su padre, D. Ramón, un rico terrateniente se dedicaba a la exportación de frutas, principalmente plátano, pero también tomate y empezaba a experimentar con aguacate, el abuelo, Eusebio, era el que había empezado a comprar fincas cuando la gente empezó a emigrar a Cuba y Venezuela.

Ramón se casó con su novia de toda la vida, Adelaida y al cabo de un año, tuvieron a Iraya, luego, a los 6 años nacieron los gemelos, Eusebio y Roque como los abuelos.

Norberto había terminado derecho y trabajaba en el bufete de su padre, D. Alonso, pero a la vez estaba preparando oposiciones a Notaría, era bastante estudioso y estaba seguro de que las aprobaría, él hubiese esperado más para casarse, pero Iraya le apremiaba y pese a contar tan solo con veinte años, decía que quería ser la primera amiga en casarse y además por todo lo alto en la Basílica de Nuestra Señora de las Nieves.

D. Alonso, el padre de Norberto, no estaba muy de acuerdo en tan temprana boda, pero él lo veía con otros intereses, pensaba que cuando se casase, se olvidaría de las oposiciones o no tendría tantas ganas de estudiar, sobre todo si venían niños pronto; y así podría contar con él en el bufete, ya que cada vez iba a más y si aprobaba para notario, lo enviarían a cualquier sitio de España.

Doña Concha, la esposa de D. Alonso, no estaba tampoco muy de acuerdo, veía a Adelaida, su consuegra una nueva rica y una metomentodo.

En cuanto a la niña, su futura nuera, una cursi de tomo y lomo y lo único que quería era un novio con una carrera y guapo como Norberto, su niño, hijo único y tan honrado y trabajador.

Iraya, era una jovencita guapa y con bastante buen gusto.

Había hecho los estudios elementales en La Palma, en el colegio de las monjas Dominicas de la Sagrada Familia, más conocido por “La Palmita” donde adquirió una base cultural que amplió con clases de piano, bordados, cocina, etcétera.

Muy coqueta y presumida, solamente pensaba en casarse con Norberto, chico de buen ver y también bastante estirado y lucirlo en las fiestas del Casino y de la alta sociedad palmera, así como pasear los domingos después de la misa de doce en S. Salvador por la calle O´Daly más conocida por calle Real.

La boda, prevista para el 15 de Mayo, iba a ser un gran acontecimiento en La Palma, Adelaida e Iraya lo estaban preparando todo, sería por la tarde, a las seis, tenían ya contratada una rondalla canaria y una soprano, ésta cantaría durante la boda el Ave María de Schubert, la marcha nupcial estaría tocada al órgano por la profesora de piano de Iraya y también acompañaría a la soprano, luego, saliendo de la Basílica tocaría la rondalla y se serviría un vino de honor a los asistentes y curiosos, que se acercasen por Las Nieves. Luego bajarían al Santa Cruz donde se serviría un coctel de bienvenida en el Parador de Turismo y luego la gran cena con baile a continuación.

Norberto, tuvo que dejar en su casa su Fiat Balilla verde y con guardabarros negro recién comprado porque eran solo dos puertas y tenía que llevar a Iraya y a su mamá a hacer recados para la boda, y coger el de su padre, el flamante Fort Taunus tipo familiar del 55.

Ya sabes, le decía Iraya a Norberto, cuando nos casemos, te compras otro coche más grande, además, si tenemos niños pronto, necesitaremos uno como el de tu padre por lo menos.

Cariño, si el coche que tenemos, para nosotros dos es lo mejor, además, está nuevo, me lo acabo de comprar, no tiene ni tres mil kilómetros.

No, cielo, fíjate, no podemos ni llevar a mamá.

Y así quedó zanjada la cuestión del coche.

La tensión iba en aumento a medida que llegaba la fecha de la boda, primero las invitaciones que ya llevaban varios días de retraso, el vestido que no terminaba de quedarle bien, al final habían decidido ir a Tenerife a buscarlo, pero entre pruebas y que a Adelaida también le había gustado uno allí, ya llevaban cuatro viajes a Tenerife en el “crucerillo” La Palma para pruebas y demás.

Norberto, cariño, tienes que acompañarnos a los Llanos a encargar unas flores para decorar la iglesia.

¡Norberto!, cielo, vamos a Fuencaliente para busca vino para después de la boda en Las Nieves.

¡¡Norberto!!, que hay que escribir los sobres de las invitaciones y ponerles los sellos.

¡¡¡Norberto !!!, ¡¡¡Norberto !!!, ¡¡¡ Norberto !!!.

¡¡Cariño!! Ya he vendido el Fiat, se lo he vendido a mi amigo Raúl, lo estrenará el día de la boda para ir a Las Nieves.

¡¡¡Cariño!!! No te puedo acompañar porque tengo que ir a Tazacorte por un problema de una herencia.

Bueno, pues cuando vengas pasarás por El Paso que tengo encargada una seda para hacer unos pañuelos.

Y al fin llegó el catorce de Mayo; y entre todos fueron a Las Nieves para arreglar la Basílica con las flores, Doña Adelaida parecía un comandante en jefe dando órdenes, hasta D. Antonio, el párroco iba de un lado para otro preparando cosas, Norberto iba y venía a Los Llanos a buscar flores con el Taunus de su padre.

La Virgen de Las Nieves relucía, toda la plata del altar fue limpiada, había flores por todos los lados, hasta las maderas del artesonado del techo parecían recién barnizadas, los blusones blancos de los monaguillos habían sido lavados y almidonados, iba a ser seis, Pedrito, el titular y cinco chiquillos más y dos sacristanes, el fijo y el hijo mayor del fijo.

A las cuatro de la tarde hicieron que se marchara Norberto por aquello de no ver a la novia 24 horas antes de la boda.

¡Amorcito! Vete ya a casa que no me puedes ver hasta mañana y no te olvides, tienes que estar mañana a las seis menos cuarto en la Basílica esperándome. ¿Quién te va a traer?

Me traerá Raúl con el Balilla.

¿Con ese coche vas a venir?

Si, así me despido de él, además mi padre vendrá con el grande con mi madre y los abuelos, llegaremos juntos y aquí mi madre me acompañará al altar como está previsto.

Y llegó el día y la hora, tal como estaba dispuesto, Norberto llegó con su amigo y detrás D. Alonso con el resto de la familia.

Antes de entrar Norberto y Raúl se fumaron un cigarrillo y luego, del brazo de su madre entró hasta los asientos que a tal fin se habían colocado delante del altar, la iglesia estaba rebosante de luz y los invitados, con sus grandes galas llenaban todos los bancos esperando a la novia.

A las seis y diez, Pedrito hizo una seña a D. Antonio y se preparó, porque junto con otro monaguillo tenían que abrir paso al cortejo de la novia, que iría acompañada de su padre, dos primos de la novia delante, después dos crías de más o menos la misma edad, una con las alianzas y otra con las arras, a continuación la novia y su padre, ella con un traje elegantísimo, con un pequeño escote que dejaba lucir en su cuello una gargantilla con brillantes y zafiros, en la cabeza llevaba especie de corona adornada con pedrería y flores de azahar con un pequeño velo por delante que solo dejaba ver la boca. Llevaba una larga cola que sujetaban cuatro niñas dirigidas por Anita y Eloísa, las dos amigas de Iraya.

Al entrar por entre las filas de bancos se oyó un murmullo que D. Antonio intentó acallar con un dedo llevado a sus labios por respeto al sitio donde se encontraban.

Llegó al altar, miró a Norberto, luego a D. Antonio y comenzó la ceremonia.

Don Antonio empezó con el clásico: Nos hemos reunido aquí para celebrar este santo matrimonio…..

Llegó D. Antonio a la parte de: “Si alguien tiene algo que objetar, que hable ahora o calle para siempre” y guardó uno segundos de silencio mientras los presentes se miraban unos a otros por el rabillo del ojo, sin atreverse a moverse por si alguien sospechaba algo. Un estremecimiento corrió por la espalda de los novios.

Raúl, el amigo del novio, que estaba sentado en los últimos bancos, viendo que perdía a su mejor amigo, salió a la puerta a fumar.

Luego, D, Antonio pidió las arras y las alianzas, y ya con los anillos en la mano, los bendijo y dijo:

Iraya, ¿Quieres a Norberto como esposo en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las tristezas hasta que la muerte os separe?

Si quiero, dijo Iraya a punto de empezar a llorar por la emoción.

Luego dijo: Y tú, Norberto, quieres a Iraya como esposa en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y las penas hasta que la muerte os separe?

Norberto dijo en voz baja que solamente lo oyó D. Antonio :”NO”

Y salió corriendo hacia la puerta lateral que le quedaba más cerca y que Raúl había abierto antes de la boda.

Allí lo esperaba su amigo con su Fiat Balilla con el motor en marcha, subió y salieron disparados hacia Santa Cruz.

Los más rápidos que salieron vieron como el Fiat Balilla verde reluciente con los guarda barros negros se perdía detrás de la curva de la Dehesa.

Dicen que lo vieron embarcar en “el crucerillo” La Palma. Otros dicen que se fue con la goleta “Evelia” que zarpó aquella tarde noche hacia Tetuán con un cargamento de plátanos.

Se supo que al cabo de un año aprobó “notarías” y se fue a Galicia destinado.


FIN


 

jueves, 4 de enero de 2024

BERTILDE Y JUAN RAMON

 

 

BERTILDE Y JUAN RAMON


Pedro Fuentes


Juan Ramón llegó a La Palma en enero de 1.954, estaba destinado a Los Cancajos, le quedaban dos años de mili, hasta Mayo de 1.956. Venía de Fuerteventura, donde había estudiado lo justo para poder entrar a trabajar en una oficina.

En Fuerteventura consiguió entrar en una correduría de seguros, pero cuando empezaba a saber de qué iba la cosa, e incluso tenía una pequeña cartera de clientes, fue llamado a filas y después de un año en Tenerife, lo destinaron a La Palma, a los Cancajos, tenía veintiún años ya cumplidos y pensaba que le habían roto la vida por la mitad.

No se le había perdido nada en La Palma y encima no conocía a nadie, además, su familia era gente humilde, su padre tenía trabajo y solo con la ayuda de su hermano lograban llegar a fin de mes, ya que él ahora no ganaba nada y por debajo suyo había dos hermanos más, a los que su padre quería dar por lo menos estudios elementales para que fueran algo más que un peón de obra como era él.

Así que Juan Ramón tenía que vivir con los cuatro duros que había ahorrado en los seguros para el tiempo de milicia, claro que en el fondo, allí estaría comido y vestido y su único vicio era el tabaco.

Llevaba ya allí unos quince días, cuando unos compañeros lo convencieron para bajar a Santa Cruz aquel domingo por la tarde, así que con su traje militar de paseo, bajaron andando por detrás del puerto por la carretera del campo de fútbol, a la altura de éste, por una carretera estrecha entre la tapia del campo y el mar, oyeron como el Tenisca, club de futbol de la localidad marcaba el segundo gol, si la cosa seguía así, esta semana que entraba iría bien, su sargento era del Tenisca. Si de camino, El Mensajero, eterno rival en la categoría, perdía, entonces hasta fumaría gratis la mitad de la semana.

Llegaron a la calle Real, en realidad calle O´Daly, sobre las cinco y media y allí empezó el “divertimento” calle Real arriba, hasta la avenida del Puente y calle Real abajo, mirando y sonriendo a las muchachas que cogidas del brazo, y con sus mejores galas paseaban en dirección contraria, de vez en cuando alguna sonrisa era correspondida por las chiquillas, de unos dieciséis a dieciocho años.

A la tercera vuelta, Juan Ramón le sonrió a una moza, de unos diecisiete años que iba acompañada de dos más, se habían cruzado las tres veces y ella, esquiva y altanera miró hacia el otro lado, pero Juan Ramón detectó unos brillos de alegría en los ojos grandes y negros de la muchacha, de cabellos también negros y de piel morena con la clásica belleza canaria.

Acabada aquella vuelta, sabiendo que el Tenisca había ganado y el Mensajero perdido, aprovechando que estaban del lado del Puente, se fueron a una tasca a tomarse unos vinos para celebrarlo.

Dos domingos después, los tres amigos lograron acercarse y hablar con las tres jovencitas entre las que se encontraba Bertilda, Berty para los amigos, la morena de ojos negros que había hecho soñar a Juan Ramón durante quince días.

En aquellos tiempos, en La Palma, no se podía hablar a solas con una mujer y menos vestido de militar, porque al primer día le iban con el alcahueteo a sus padres, así que Bertilda y Juan Ramón para verse tenían que aprovechar el anonimato del grupo, pero pronto tuvieron suerte, llegaron los carnavales y durante este, la vigilancia y el cotilleo se disipó bastante.

Tuvo Juan Ramón la gran suerte de que la correduría de seguros en la que había trabajado, abrió una oficina en Santa Cruz, le dijeron si quería, podía hacer unas horas allí.

Después de comentarlo con su sargento, le concedieron un pase pernocta, por lo que quedaba libre de estar en el cuartel si no tenía servicio. El propio sargento le consiguió una casa en la que le alquilaban una habitación.

Pronto entre él y ella se despertó el amor y Berty habló con una tía, hermana de su madre, que tenía pocos años más que ella, para que intercediese ante su hermana, la madre de Berty y dejase que saliesen los dos enamorados con la compañía de Dolores de carabina.

Entre el Ejército, el trabajo, las fiesta y Berty a Juan Ramón se le pasó, la mili volando, seguía enamorado, la madre de ella fue cómplice junto con su hermana de las relaciones de los chicos, el padre algo había oído, pero como eso eran cosas de mujeres.

Estaba pronto a acabar la mili cuando en la correduría de seguros le ofrecieron trabajo fijo, no era gran cosa pero si estaba bien para empezar. Además había ahorrado algo de dinero y hablaba con Bertilde de matrimonio.

Cuando la madre de la niña habló con su marido porque Juan Ramón quería hablar con él, éste dijo rotundo:

¡No! La niña no se casa con un soldado y empleadillo de nada, si la niña quiere casarse, ya le buscaré yo un novio, Matías, mi amigo me ha preguntado si dejaría a su hijo, el abogado, a hablar con ella en serio y yo le he dicho que sí.

Cuando Bertilde se enteró, lloró amargamente y en cuanto vio a Juan Ramón se lo contó.

Así que decidieron pasar al ataque, ellos habían pasado un noviazgo de lo más puro, además de la carabina que no los dejaba ni a sol ni a sombra, porque querían llegar puros al matrimonio.

Decidieron la táctica de escaparse juntos, era costumbre entre los jóvenes de la isla escaparse por el barranco de las Maderas y aparecer al día siguiente en la Basílica de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de la isla y a tres kilómetros.

Dicho y hecho, nada más acabar la mili, el primer viernes salieron cada uno por su lado con la coartada ella de que iba de paseo con unas amigas y él a ver a un cliente para un seguro.

Habían quedado al oscurecer detrás del barco de la Virgen. Juan Ramón había preparado unos bocadillos y una pequeña manta de viaje.

Cuando se encontraron subieron barranco arriba hasta unas cuevas que él sabía, allí pasaron la noche, al amanecer se levantaron y emprendieron el camino hasta Las Nieves.

Cuando la madre de Berty dio la voz de alarma, todo el mundo se puso a investigar, encontraron una nota de la niña que explicaba que se fugaba con Juan Ramón porque lo quería y nada ni nadie podrían contra ese amor.

A la mañana siguiente, en cuanto amaneció, todos se pusieron en marcha hacia la Basílica, el padre quería llevarse una escopeta de cartuchos pero su mujer le dijo que si la llevaba, ella también le abandonaría.

En las Nieves, por la parte de atrás de la iglesia hay una especie de aparcamiento entre el cementerio y una puerta y una pared de una finca particular, por el otro lado hay una especie de mirador en el que se ve un kilómetro de la carretera y trescientos metros del barranco. Allí se parapetaron todos los familiares excepto el padre que fue a hablar con D. Antonio, párroco de la Iglesia, quedó con él que después de lo que había pasado los casaría allí mismo.

D. Antonio protestó porque las cosas había que hacerlas con papeles y el consentimiento de los novios.

Bueno, bueno, eso ya lo arreglaremos, y el consentimiento lo darían porque para eso se habían escapado, dijo D. José con voz de ordeno y mando.

¡¡ Ya vienen!! . ¡¡ Ya vienen!! . Gritó Juanito, el hermano pequeño de Bertilde mientras corría hacia la plaza donde estaban su padre y el cura.

El sacerdote corrió para la iglesia, D. José fue a donde estaban todos a dar las órdenes oportunas y en grupo llegó hasta la cuesta que llegaba a la plaza de delante de la fachada principal de la iglesia. 

En medio hay una fuente, a donde se dirigieron los furtivos para lavarse la cara y beber agua, empujados por el padre y protegidos por la madre que quería que todo terminase.

Pasaron a la iglesia y allí estaba el padre de Bertilde en el primer banco de pie.

Junto al altar el cura y a su lado Pedrito, el monaguillo. Se acercaron al altar y se pusieron de rodillas en unos reclinatorios que para tal fin habían colocado allí.

Dijo D. Antonio: Nos hemos reunido aquí para ser testigos del sagrado matrimonio que van a contraer ahora Juan Ramón y Bertilda, teniendo posteriormente que regularizar los papeles para que sea legal este matrimonio y antes de nada, tengo que preguntar:

¿Hay alguien que sepa de algún impedimento que haga que este sacramento no se pueda celebrar?

En ese mismo momento la madre de Berty le dijo a su marido. Me ha dicho la niña que no ha pasado nada porque quieren llegar puros al matrimonio.

En ese preciso instante D. Antonio guardó el silencio de precepto por si alguien decía algún impedimento. Y en medio del silencio se oyó a D. José que le contestaba a su esposa:

“Me importa un bledo si ha pasado o no ha pasado nada, es por el ¡Honor de la familia!”.

Una semana después, arreglados los papeles, Bertilde y Juan Ramón marcharon de viaje de novios a Fuerteventura a conocer a la familia del esposo.


FIN