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jueves, 25 de abril de 2024

LA MUJER DEL CUADRO (Capítulo V)

 

LA MUJER DEL CUADRO

 

Pedro  Fuentes

 

Capítulo V


Rosendo entró en la casa, se preparó un bocadillo, una cerveza y se puso a escribir unos artículos que tenía bastante retrasados, supo la hora que era cuando empezó a sentir hambre nuevamente, eran las ocho y media, dejó el portátil, subió al lavabo, se lavó un poco, se peinó y salió a la calle cerrando la puerta, cosa que casi nunca hacía, se fue al bar del pueblo, un poco más abajo y entró, allí encontró a los parroquianos de siempre y a la Sra. María que atendía la barra y la cocina.


Buenas tardes, a todo el mundo.


Buenas, le contestaron los parroquianos en general, uno le dijo: ¿Ya ha marchado la señora?


Si, tiene que trabajar, pero volverá pronto, cuando tenga fiesta de nuevo.


Gervasio que estaba por allí le dijo: ¿Ha ocurrido algo nuevo en la casa?


No, nada anormal, de vez en cuando parece oírse a las brujas del pueblo con sus risotadas, pero nada nuevo, como las escobas las tengo guardadas bajo llave y el aspirador no lo saben conducir pues bueno, aquí paz y después gloria.


Por cierto, estoy pensando buscarme un perro que me haga compañía, ¿Alguien sabe de alguien que tenga cachorros y quiera vender alguno?


En el Rincón del Vero hay un refugio de animales y hay recogidos perros de todo tipo y edades, son muchos los turistas que abandonan por los contornos.


Vale, gracias, ya me acercaré por allí.


Sra. María, ¿Me podría preparar unos huevos fritos con longaniza de Graus?


Sí, señor Rosendo, enseguida los hago. ¿Quiere vino?


Sí, claro, tinto de la tierra.


Se sentó en una mesa y se puso a leer el periódico.


Terminó de tomarse los huevos, pidió un café, se lo tomó, pagó, se despidió de los paisanos y se marchó para casa.


Cuando llegó fue directamente al cuarto de baño, cogió un bote de polvos de talco y bajó a la planta baja, entró en la habitación y abrió el armario, que siempre estuvo semi vació, esparció polvos regularmente por todo el suelo, luego fue haciendo lo mismo hasta la puerta de la calle. Cada estancia por la que pasaba la cerraba y si tenía llave se la ponía en el bolsillo.


Subió las escaleras, quitó la bombilla que había a mitad de ésta, llegó a la puerta superior y la cerró por dentro y retiró la llave también, esparció polvos de talco en la sala y se metió en su habitación, también cerró la puerta y se metió en la cama a dormir, estaba bastante cansado y esperaba que si había jaleo, ya habría dormido y descansado algo.


Leyó un rato y al momento le entró el sueño, apagó la luz y metió debajo de la almohada una linterna, el llavero con todas las llaves recogidas y un cuchillo de grandes dimensiones.


No sabía cuánto había dormido cuando oyó un susurro y algo así como un aliento que le llamaba:


¡Rosendo, Rosendo, despierta!


Rosendo al oír aquella voz que repetía su nombre, fue despertándose muy suavemente. La voz venía como de muy lejos, pero a la vez sentía un aliento en su oído ¡Rosendo, Rosendo, despierta!


Cuando por fin se despertó, sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, la muchacha del cuadro estaba allí, en su cama, sobre él, pero no le pesaba, solamente sentía como si una corriente de aire frío le entraba por todos los poros de su cuerpo. Rosendo quiso sujetarla por los hombros pero sus manos de hundieron en una especie de sustancia viscosa fría y repugnante.


Rosendo, Rosendo, repetía la voz de ultratumba, ¡Sígueme! La figura se levantó y cruzó la habitación flotando un palmo por encima del suelo.


Rosendo metió la mano debajo del armario, sacó el cuchillo y lo lanzó hacia la figura, éste se clavó en la puerta y la figura desapareció a través de ella.

Cogió la linterna y las llaves y abriendo la puerta siguió a la figura que parecía esperarle y seguía llamándole:


¡Rosendo, Rosendo, sígueme!


El corazón de Rosendo parecía explotarle dentro de su pecho, le parecía oír todos los huesos de su cuerpo rozando unos contra otros y no sabía si sus rodillas le iban a resistir o bajaría las escaleras rodando, un sudor frío le inundaba la espalda.


Cuando llegó al recibidor, enfocó el suelo con la linterna, los polvos de talco estaban impolutos sobre el suelo y ni siquiera se movían al paso de la corriente de aire frío que él sentía y que salía de la figura de la mujer del cuadro... ésta traspasó la puerta del apartamento y entró, Rosendo abrió de prisa con la llave y también pasó.


La figura se dirigió a la habitación y también traspasó la entrada, se dirigió al armario y desapreció junto con la corriente de aire. Abrió Rosenda y no vio nada, solamente oía:


¡Rosendo, Rosendo, búscame, estoy aquí dentro!


Rosendo sacó toda la ropa, dejó el armario completamente vacío, pero allí no había nada. Se dio la vuelta y entonces se dio cuenta de dos cosas, en el marco del cuadro solamente había un lienzo en blanco y sobre el buró había un libro que antes no estaba, en él, en la ajada portada podía leerse en letras doradas mate ya por el paso del tiempo “Diario”. Abajo, a la derecha, escrito a mano y con tinta un nombre “Leonor”.


viernes, 19 de abril de 2024

LA MUJER DEL CUADRO (Capítulo IV)

 

 

 

 

 

La mujer del cuadro

 

Pedro  Fuentes

 

Capítulo IV


Rendidos por la fiesta y el alcohol Rosendo y Adela se fueron a la cama y se durmieron apaciblemente hasta casi la una del medio día, cuando despertaron encontraron toda la ropa del armario e incluso la de la maleta de Adela esparcida por el suelo, revuelta y arrugada.


No supieron a qué achacarla, ¿Quizás a unos gamberros que vieran la puerta abierta? ¿Tal vez bebieron más de la cuenta y sin enterarse armaron semejante revuelo? Quedaron de acuerdo en olvidar el suceso.


El día transcurrió normal, después de arreglar de nuevo la ropa salieron a dar una vuelta, fueron al pueblo de al lado a comer, hicieron turismo y ya, entrada la tarde volvieron a casa, todo estaba tranquilo y en orden, prepararon embutido y pan para cenar y luego salieron a la plaza a tomar la fresca hasta cosa de las once y media, luego entraron en casa y se fueron a la habitación entre arrumacos, cuando ya estaban acostados y abrazados el uno al otro, de pronto sintieron un frio intenso, la ventana se abrió de golpe y un viento frio les hizo apretarse contra la sábana, única ropa que tenían a mano. Rosendo se levantó a cerrar la ventana cuando se oyó un estropicio en la sala de estar.


Salieron corriendo para ver qué había pasado, abrieron la puerta y en ese mismo momento se cerró la que llevaba a las escaleras. Rosendo la abrió y salió corriendo hacia abajo sin pensar que estaba desnudo y persiguiendo a un posible ladrón.


Llegó abajo y vio que la puerta de la calles estaba cerrada por dentro, entró en el apartamento después de coger una “troza” de al lado de la chimenea y no vio nada anormal, todo estaba correcto, miró al buró que había bajado de la buhardilla y luego al cuadro de la dama que encontró y por un momento creyó ver una sonrisa socarrona en la dama representada.


Cuando subió nuevamente, Adela, envuelta en la colcha de la cama lloraba y temblaba en un ataque de pánico. Rosendo le preparó una tila y una copita del pacharán que él mismo había preparado con aguardiente de Colungo.


A la mañana siguiente, sábado, todo estaba normal en Mieles del Peñón, las gentes se preparaban para ir a la población de al lado, unos a vender sus productos en el mercado semanal y otros a comprar, podía ser un gran día por la gran afluencia de turistas que había al ser sábado y puente.


Cuando Rosendo se encontró con Gervasio, uno de los vecinos, le preguntó por el golpe de viento frío que había ocurrido. Gervasio le comentó que no había habido el tal viento, que al contrario había sido una noche bochornosa y que incluso tuvo que dormir con la ventana abierta.


Al ver a Rosendo sorprendido le dijo: ¿has visto o ha ocurrido algo raro?


Rosendo le contó lo ocurrido, Gervasio sonrió y le dijo: ¿Es la primera vez que ocurre?


Tan fuerte si, habían ocurrido pequeñas cosas pero no tan fuertes ni tan duraderas.


Por eso internaron al abuelo, decía que veía cosas y que oía gritos, susurros, lamentos, puertas que se abren y cierran con grandes corrientes de aire frío, en el pueblo había quien decía que el abuelo estaba loco y otros que achacaban los hechos a que la casa estaba encantada, siempre hubo comentarios sobre eso, la casa es una buena casa, pero nadie la quería, al final la vendió por poco dinero porque nadie se atrevía a vivir en ella.


Adela salió de la casa y Rosendo le hizo un gesto a Gervasio para que callase y le dijo: Bueno, ya hablaremos, ahora nos vamos al mercado.


Adela perfectamente maquillada no dejaba ver en su rostro la noche de perros que pasó.


Cogieron el coche de Rosendo y se marcharon de compras, se quedaron a comer en un pueblo cercano y regresaron a media tarde. Para entonces medio pueblo sabía que la casa “encantada” daba señales de su existencia. La única persona que no sabía nada era Adela, pero ésta temblaba cada vez que pensaba en la noche.


Después de cenar salieron con sendas sillas a fumar y a tomar la fresca en la plaza.


Subieron a la casa cuando era la una de la noche. Nada parecía extraño, el silencio era absoluto, nada recordaba los dos días anteriores, se fueron a dormir, Adela estaba muy cansada, se había tomado una pastilla para dormir, Rosendo un whisky con hielo, se metieron en la cama, Adela le dio un beso a Rosendo y se desearon buenas noches mientras se cogían de la mano.


Dormían profundamente cuando Adela se despertó sobresaltada, soñaba que iba deslizándose sobre una pista de hielo y un viento helado le daba en la cara, de pronto la pista se terminaba y no podía frenar, cayó al vacío y se despertó, no sabía dónde estaba, gritó, Rosendo se despertó y encendió la luz, Adela no estaba a su lado, había caído de la cama arrastrando la ropa.


La cara de Adela era de niña enrabiada y Rosendo se echó a reír, luego ella también al ver lo ridículo de la situación, pero sus risas se helaron de golpe. De la planta baja les llegó un grito desgarrador de mujer, luego un disparo y después un silencio sepulcral.


Rosendo reaccionó al cabo de unos segundos que le parecieron horas, con el pijama corto de verano que llevaba bajó las escalera de cuatro en cuatro, la puerta de la calle estaba cerrada como él la dejó. Fue al pequeño apartamento y vio que estaba cerrada por dentro, cogió una llave que había encima de la chimenea y con ella empujó la de dentro y abrió, no había nada, fue hasta el buró y vio a los pies de éste un gran charco de sangre todavía fresca, no supo qué hacer, de pronto se volvió asustado, detrás de él algo se había movido, giró rápidamente y vio una figura de mujer envuelta en una sábana, gritó asustado, la figura también gritó, era Adela asustada por el grito de Rosendo. Se abrazaron y Rosendo le indicó donde había visto la sangre. El suelo estaba impoluto, no había ningún rastro de sangre.


Salieron a la calle por si alguien había oído el grito y el disparo, nadie parecía estar despierto, solamente un gato negro cruzó la plaza de derecha a izquierda, Adela recogió sus dedos corazón y anular bajo el pulgar y dejando el índice y meñique estirados tocó con las puntas de estos el marco de madera tres veces, luego estirando la mano de nuevo se santiguó tres veces, tiró del brazo de Rosendo que se quedó petrificado y lo hizo entrar, cerrando la puerta tras de él.


Se sentó en la cama, encima de la almohada, con las rodillas encogidas y rodeadas por sus brazos, mientras de su boca salían suspiros y gemidos, esta vez Rosendo preparó sendos whiskys bien cargados y con hielo hasta arriba del vaso largo, se fue a la habitación, se sentó al lado de Adela casi con la misma posición, brindó con un vaso en cada mano y luego pasó uno a su compañera. En la mesita de noche quedó la botella a la espera con una cubitera al lado, pocas palabras se dijeron hasta que casi al amanecer, con una botella y dos vasos vacíos cayeron rendidos, más borrachos que cansados.


Cuando despertaron a medio día, se ducharon, se dijeron pocas palabras y Adela le dijo para finalizar:


Rosendo, me voy, vente conmigo, por favor.


No, no puedo ir contigo, quiero descubrir qué pasa y hacer lo que vine a hacer, escribir el libro.


No me pidas que vuelva, si quieres verme tendrá que ser muy lejos de esta casa.


Rosendo la acompañó hasta el coche, ella abrió el maletero, él puso la maleta dentro, se dieron un beso que a ambos les supo al último.

miércoles, 10 de abril de 2024

LA MUJER DEL CUADRO (Capítulo III)

 

 

 

La mujer del cuadro

    

Pedro  Fuentes 

 

Capítulo III



Al fin quedó toda la casa pintada, el único problema fue retirar el armario de la habitación de la planta baja, hubo que hacer venir al carpintero del pueblo de al lado, hijo del anterior, ya que su padre ya estaba jubilado y era quien lo había instalado a medida.

Rosendo al final mandó también arreglar la fachada y pintarla. La casa parecía otra.

Se acercaba la noche de San Juan, la noche de las brujas como se le conoce.

Rosendo llamó a una amiga suya y la invitó a pasar el puente allí, San Juan era el viernes, con lo cual, desde la víspera hasta el domingo eran casi cuatro días.

Adela aceptó, era una mujer algo más joven que Rosendo y enamorada de él desde que lo conoció. Este, decía que había vivido tanto tiempo solo que ya no deseaba compartir su mundo con nadie y menos que le intentasen cambiar su vida, pero a Adela le tenía un cierto cariño fruto de tanto tiempo de amistad.

Su relación era un mutuo acuerdo, se encontraban cuatro o cinco veces al año, a veces compartían vacaciones e incluso, estando solos los dos habían acordado que en Navidad se reunían para celebrar una gran fiesta en algún balneario de lujo.

Los muchachos corrían por todo el pueblo buscando muebles viejos para quemar en la gran hoguera que se hacía para todo el pueblo en la plaza de detrás de la iglesia, donde se había hecho siempre, a la altura de lo que había sido la pared posterior del antiguo cementerio y cerca de una fuente de la que nadie bebía salvo los forasteros.

La noche de las brujas todo el pueblo bebía para evitar los hechizos y encantamientos, luego llenaban cubos y con escobas viejas y rotas para que no se pudiesen montar las brujas y con ellas, a modo de hisopo rociaban todas las casas del pueblo. El que no lo hacía padecía todos los males durante el año siguiente hasta la nueva “foguera” de S. Juan.

Siempre se había dicho que el año en que se fugó Leonor, la mujer de Matías con el francés, no habían bendecido la casa.

La rondalla formada por los mozos, ensayaba para la ronda de aquella noche, ya hemos dicho que eran pocos los habitantes, pero para aquellas fechas, venían muchos de los que habían marchado a la capital. Incluso siempre se rumoreaba que vendría una artista de cine y teatro hija del pueblo pero que nunca había vuelto.

Los adolecentes se disfrazaban de “Dominica la Coja” famosa bruja de los contornos quemada por la Inquisición, luego, para rememorar la historia, se despojaban del disfraz y lo lanzaban a la “foguera”. Se danzaba alrededor de las lumbres, los chicos de ocho o nueve años llevaban calabazas vacías con cortes imitando calaveras y velas encendidas dentro. Era costumbre asar en ellas patatas y cebollas que se tomaban ya al amanecer rodeadas con los buenos vinos de la zona mezclado con la famosa miel del entorno.

Adela llegó al pueblo sobre las cinco de la tarde, en su coche, aparcó justo a la puerta para descargar la maleta. Iba como siempre, recién maquillada y elegantísima, era de esas mujeres que pese a sus cerca de cincuenta años hacía volverse a los hombres y a muchas mujeres envidiosas.

Rosendo bajó a recibirla y ambos se besaron suavemente en los labios, descargaron la maleta que quedó en la casa y fueron a aparcar en un campo cercano que a tal fin estaba preparado sobre todo cuando en la plaza había fiesta. Luego volvieron andando y cogidos del brazo, ella con sus finos tacones, estaba tan habituada a ellos que le daba lo mismo andar por un sembrado que por la más elegante de las pasarelas.

Cuando llegaron a la casa y entraron, medio pueblo los había visto y le contaba al otro medio. Al fin y al cabo era la primera vez que veían a Rosendo con compañía femenina y ¡qué compañía!

No hubo ni qué preguntar, Adela se instaló en la habitación de matrimonio, con Rosendo.

A las nueve Rosendo tenía ya preparada una cena para dos a base de coctel de aguacate con gambas y luego unos solomillos al jerez, la noche sería larga y había que estar bien alimentados.

Después de cenar, salieron de casa con una cesta con patatas y cebollas para asar y dejaron preparado el vino con miel en la planta baja de la casa, dejaron todo preparado y fueron a tomar café al bar del pueblo, Adela se había cambiado por un conjunto más deportivo y un calzado cómodo pero seguía igual de elegante y apetecible, Rosendo la llevaba del brazo y se la presentaba a sus convecinos que quedaban más maravillados que si hubiese venido este año la famosa actriz hija del pueblo.

A las 10 de la noche se encendió la hoguera, la noche era clara y en el horizonte se veía el resplandor de las hogueras de los pueblos cercanos, cada uno pugnaba por la más grande, ese tendría menos maleficios.

Muchas persona, después de estar un rato en la hoguera, con sus cubos llenos de agua de la fuente y puestos cerca para calentar, saltaban y reían bebiendo los buenos caldos de la zona, el Somontano en esa época empezaba a comercializar sus vinos, unas buenas campañas estaban haciendo que España primero y luego el resto del mundo los conociese como los habían conocido los paisanos durante cientos de años.

Mientras los mayores esperaban para “bendecir” las casas, las parejas jóvenes se perdían por los campos cercanos buscando tréboles.

Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
La noche de San Juan.
Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
Los mis amores van.


Muchas mujeres salían al campo buscando la verbena que tenía que ser recogida en la noche de San Juan porque las leyendas decían:


La verbena, recogida en la noche de S. Juan era febrífugo, sedante, expectorante, antiespasmódico, antirreumático, anti neurálgico, útil en cefaleas y migrañas, digestivo, estomacal, útil en dolores gástricos, depurativo, anti anémico, excelente estimulante de los intercambios metabólicos, diurético, empleado en afecciones renales o hepáticas, usos externos en gargarismos y afecciones dérmicas, astringente, aperitivo, estimulante de las contracciones uterinas en el parto. Ninguna mujer de más de cuarenta años dejaba de tener verbena en casa.


Rosendo y Adela disfrutaban del ambiente de fiesta y bailaban cuando la ronda pasaba cerca, habían sacado dos sillas de casa y junto con los demás vecinos celebraban la fiesta charlando y contado historias de la noche más famosa del año después de la Nochebuena.


Ya eran las dos de la madrugada cuando todo el pueblo en procesión recorrió casa por casa con sus escobas rotas y su agua caliente de la fuente y “bendijeron” casa por casa, luego volvieron a la plaza y se dedicaron a poner en la lumbre las patatas y cebollas.


Empezaba a refrescar y Adela se acurrucaba en el pecho de Rosendo mientras éste la envolvía con su brazo y ambos brindaban nuevamente con un vaso de vino.


Al amanecer todos esperaron para ver la Rueda de Santa Catalina, pero el horizonte estaba cubierto por nubes y no lograron verla. Se terminaron las últimas patatas y cebollas asadas, se tomaron el último vaso de vino con miel y cada cual se retiró a su casa.

jueves, 4 de abril de 2024

LA MUJER DEL CUADRO (Capítulo II)

 

 

 

LA MUJER DEL CUADRO

 

Pedro  Fuentes 

 

Capítulo II



Una vez comprada la casa, en quince días Rosendo se instaló allí. A partir de entonces, cuando se dedicó a charlar con los vecinos, se enteró en parte de la historia de la familia de la casa comprada.

Un vecino, de unos noventa y tantos años, que cada día, al atardecer, salía de una casa cercana a “La Castañera” que así tenía por nombre la casa que había comprado Rosendo y se sentaba en un banco de tronco que estaba adosado a la pared.

Rosendo se presentó al anciano y éste le contaba historias.

Esta plaza, le dijo un día, era un carrascal, estaba detrás de la iglesia, último edificio del pueblo. Según decía mi bisabuelo, aquí, justo pegado a la iglesia estaba el antiguo cementerio, y toda esta fila de casas, las nuestras, eran el comienzo del carrascal.

Justo donde estaba su casa, había una encina centenaria, daba unas bellotas tan dulces que todo el mundo la llamaba “La Castañera”, esto me lo contaba mí bisabuelo, que decía que su padre lo había visto.

Terminaron cortándola porque como usted sabe, y si no ya lo sabrá, este pueblo tiene tradición de las brujas más famosas del contorno que se escondían y aun hoy dicen que se esconden en las cuevas de los barrancos.

Pues bien, en la carrasca donde hoy está su casa, que quedaba por fuera de la pared del cementerio, se reunían las brujas de los contornos y con sus hechizos, en las noches de luna y sobre todo en la de San Juan en Junio y la de San Fabián en Febrero, en las hogueras de las ánimas, a los difuntos del cementerio, alguno de los cuales habían aparecido a la mañana siguiente con las tumbas profanadas y los lobos, que entonces había muchos, despedazando los restos.

Muchos eran los que decían que en las “fogueras” que hacían, saltaban machos cabríos a dos patas poseídos por los demonios y entre estos y las brujas y brujos procreaban íncubos y súcubos.

Muchas noches, se escuchan las campanas en toque de “alerta” dicen que guiadas por un sacristán que murió hace trescientos años en olor de santidad. Aunque yo no las he oído nunca, pero yo duermo como un tronco.

Otros vecinos le contaron que a veces, al pasar por delante de su casa habían oído lamentos, pero lo achacaban a la gran cantidad de gatos que corrían por el pueblo en los días de celo.

Al principio a Rosendo le hizo gracia que su casa fuese una casa de leyenda y esto le hacía concentrarse más en su trabajo, los artículos que mandaba vía internet a los periódicos y revistas en los que colaboraba.

Cuando flaqueaba o el trabajo, o las ganas de trabajar, buscaba por todos lados información sobre las leyendas del pueblo, cosa ardua y difícil, ya que normalmente no eran escritas y las gentes cada vez, con tanta televisión y tanta “modernidad”, no se reunían por las noches al lado de la chimenea o a la puerta de las casas a contar cosas de “brujas”, encima, cuando alguien empezaba, siempre había una madre o un padre “progre” que decía que los niños se iban a traumatizar. Sin embargo, cuando se hablaba de aquellos temas “ocultos” alguna persona mayor decía: ¡ojo! ¡Qué hay ropa tendida! Ya nadie conocía esa frase o no importaba que los niños supiesen antes de tiempo lo que no debían de saber.

Cuando la mujer de Matías se fugó con “el francés”, le contó un vecino, las campanas tocaron a “arrebato”. Matías se volvió huraño y al poco tiempo marchó del pueblo, no podía soportar las sonrisas que provocaba al pasar en algunos hombres, sin embargo, alguna mujer que otra lo quiso consolar.

Con el buen tiempo Rosendo decidió pintar la casa, para lo cual avisó a un joven que había en el pueblo que se dedicaba a estos menesteres y a chapuzas de albañilería. Decidieron empezar por la vivienda superior y según cómo, seguir por el apartamento del bajo.

Al mover todos los muebles y trastos de la casa, para retirar algunos y apartar otros, Rosendo cogió una escalera que había en la planta baja y la subió para alcanzar la trampilla de la buhardilla. Subió a ésta y allí encontró algún que otro mueble, entre ellos un buró antiquísimo y precioso que necesitaba restaurar y decidió que lo bajaría la planta baja para dedicarse en los largos días de invierno. También encontró un precioso cuadro al oleo de un rostro de mujer de unos treinta años, una mujer elegante y con una tez blanquísima. Lo apartó para bajarlo.

Con la ayuda de una mujer del pueblo, se dedicó a sacar todos los libros para poder retirar la librería y a la vez sacarle el polvo a estos.

La mayoría de los libros eran novelas y se notaba que eran típicos de mujer, por contenido romántico. Otros, los que menos, eran de historia reciente de España y el resto relatos policiacos y de misterios.

A partir de aquel trasiego, Rosendo empezó a oír sobre todo por las noches, ruidos extraños en la casa, al principio lo achacó a que al mover los muebles y pasarlos todos a la sala de estar superior, hasta pintar las habitaciones, el suelo y las vigas se quejaban. A la tercera noche, el ruido ya fue mucho mayor, salió de su habitación, la primera en ser pintada y notó que los ruidos venían de la planta inferior, se dispuso a descender y cuando iba por la mitad de la escalera notó como una corriente fría le pasaba rozando el cuello y le erizaba el vello de su cuerpo, pensó que se había abierto la puerta de la calle, pero no era así. No vio nada extraño y al subir tuvo la misma impresión pero en sentido contrario. Cuando llegó arriba, encontró la puerta de la buhardilla abierta. Pensó que había sido el aire.

No le dio importancia a los hechos y tampoco los comentó a los vecinos

jueves, 28 de marzo de 2024

LA MUJER DEL CUADRO (Capítulo I)

 

 

LA MUJER DEL CUADRO

 

Pedro Fuentes

 

Capítulo I



Cuando Rosendo decidió que ya estaba cansado de vivir en la gran capital, buscó una casa en un pueblo, quería algo tranquilo, pero no un pueblo muerto, tampoco quería algo que en invierno no existiera y en verano se colapsara con visitantes e hijos del pueblo que conservaban una casa y volvían cada verano, llenándose todo de gentes de la capital, con hijos que dejaban solos porque allí no pasaban los coches de la ciudad. A partir de entonces el peligro eran las bicicletas y todos los sonidos de la naturaleza era apagados por el vociferar de los niños.

Después de mucho mirar se encontró con un pequeño pueblecito de unos ciento cincuenta habitantes y que en verano se ponía en unos quinientos, pero como el pueblo de al lado, unos siete kilómetros, estaba lleno de vida, encanto y atracciones turísticas, a Mieles del Peñón, que así se llama el pueblo van pocos turistas.

Rosendo, que se dedica a escribir; y según él, se retira para crear su mejor libro, un relato que lleva rondando por su cerebro y que no termina de cuajar porque necesita un sitio tranquilo, al fin lo encontró en Mieles del Peñón, fue a visitar a unos amigos al pueblo de al lado y estos lo llevaron de excursión a comprar miel, el producto más conocido y natural del pequeño pueblo.

Por casualidad vio un pequeño cartel en un balcón que decía “se vende” y un teléfono de la capital, estaba situada la casa en la pequeña plaza del pueblo, a espaldas de la iglesia. Más allá de la plaza, al final de ésta había un pequeño muro que servía de asiento y tras él la montaña y la vista del peñón que daba nombre al pueblo, más arriba una ermita y campo, mucho campo.

La casa, situada entre varias más que había en la plaza, y todas habitadas incluso en invierno fue lo que le impulsó a llamar por teléfono, además de un algo irresistible que le habían contado de aquel pueblecito, varias leyendas salidas de la más remota historia; aquel pueblo fue siempre, según las citadas leyendas, pueblo de brujas famosas en el entorno que le rodeaba, allí se celebraba incluso una fiesta tradicional de varios siglos en la que se procesionaba con calaveras y calabazas imitándolas, con velas en su interior las noches cercanas a la de difuntos, a modo de predecesor del moderno halloween.

El propietario resultó ser un señor de avanzada edad, recluido en un asilo en la capital, con sus facultades mentales reducidas y cuyo administrador era su hijo, el cual quedó con Rosendo para la semana siguiente.

Al entrar de la calle en la casa, lo primero que se encontraba era una especie de recibidor sala de estar, con una gran chimenea en su lado izquierdo, al frente una puerta que conducía a las antiguas cuadras, convertidas en pequeño apartamento con un comedor cocina sala de estar, a la izquierda un cuarto de baño con ducha y a la derecha una habitación doble pero un poco reducida por un gran armario que se apoyaba en la pared central. Tanto la sala de estar como la habitación tenían sendas ventanas que daban por la cara posterior de la casa a un pequeño patio que se diría que en sus tiempos fue una pocilga.

A la derecha del recibidor había una escalera empinada que llevaba al piso superior, al llegar a éste, tras pasar una puerta, había una sala recibidor amueblada con dos sofás y una biblioteca bastante extensa, al lado izquierdo de ésta estaba el cuarto de baño completo, a la derecha una puerta con una habitación doble en la que parecía ser dormitorio de matrimonio. Al lado derecho, inmediata a la habitación grande estaba la puerta de la cocina, con todos los servicios a la izquierda y una mesa en el centro. Al fondo una puerta franqueaba el paso a una terraza bastante grande, la mitad de la cual estaba como tendedero, la otra mitad cubierta por una uralita, con la pica de lavar. Una barandilla por el lado ancho daba sobre la antigua pocilga de la planta baja.

Saliendo nuevamente al recibidor, a la izquierda se encontraba otra habitación doble, con una pequeña ventana sobre los antiguos chiqueros. A la derecha de la escalera había una habitación sencilla y de reducidas dimensiones. En la pared del fondo, dos puertas, la de la izquierda que lleva a un comedor y la derecha a una habitación doble ambas con un pequeño balcón a la plaza.

En la sala superior, a la altura de la puerta del cuarto de baño, se veía en el techo una trampilla que llevaba a la buhardilla, a la que se subía con la ayuda de una escalera transportable.

La casa estaba en bastante buenas condiciones y en un principio a Rosendo le agradó, tenía posibilidades para lo que él quería, podría instalar su despacho en la habitación doble de arriba. La habitación de matrimonio sería su habitación, abriría el comedor porque él no era de comer en la cocina y dejaría las otras dos habitaciones por si legaban invitados. El piso inferior lo dejaría por si estuviese más caliente en invierno al tener la chimenea cerca.

Cuando estuvo tratando con el dueño, le pareció una persona agradable y con muchas ganas de vender lo antes posible.

El precio le pareció correcto, más bien bajo. El propietario le comentó que la casa era su herencia el día que su padre muriese. El no quería vivir allí y la residencia del padre costaba mucho dinero, por lo que se veía obligado a vender la casa.

El anciano había vivido en el pueblo, en la casa con su mujer y su hijo, que se dedicaba al cultivo de las tierras, hacía ya 25 años que el padre enviudó, y a partir de entonces se le fue un poco la cabeza, luego, cuando la mujer del hijo, quince años más joven que él, y de buen ver, desapareció, según dicen las malas lenguas, se marchó con un francés que había veraneado en el pueblo desde que ambos eran unos críos.

Matías, el marido abandonado, se volvió taciturno y aprovechando que un amigo suyo, también del pueblo, le dio trabajo de guarda de noche en una fábrica que tenía en la capital, dejó a su padre solo en el pueblo y marchó.

El abuelo seguía su vida, era un poco raro, pero en el pueblo todo el mundo le trataba con consideración, una vecina le iba a hacer la limpieza de la casa y él, con un poco de huerta que cultivaba y parte de la cosecha que le correspondía por los terrenos que había cedido para su cultivo a otro vecino decía:

Yo, mientras tenga para tabaco, unos “chaticos” de vino y unas almendras, ya tengo bastante.

Pronto llegó Rosendo a un buen trato con Matías y fueron al notario para cerrar el trato. Matías era el administrador de su padre desde que éste empezó a perder sus facultades mentales y fue recluido en el asilo.

martes, 19 de marzo de 2024

BALADA TRISTE (Capítulo IV)

 

 

 

BALADA  TRISTE

 

 

Pedro  Fuentes 


CAPITULO IV



Salieron para Peñíscola el miércoles por la tarde. Cuando llegaron ya era noche cerrada, encontraron el apartamento que estaba en la calle José Antonio, en la zona nueva, fuera del recinto del catillo y en la playa norte.

Casi debajo mismo había una tasca en la que estaban ocho parroquianos jugando a las cartas en dos mesas, en la barra un camarero les preguntó qué querían, les hizo unos bocadillos fríos que era lo único que podía hacer.

Pese al frío, cuando dieron cuenta de los bocadillos, media botella de vino y un par de cafés, se fueron a la playa y pasearon por ella mientras Lucía contaba lo que sentía que era el mar que no conocía.

A la mañana siguiente se levantaron temprano, bajaron a desayunar a un bar, ya que no tenían de nada en el apartamento, luego paseaban por la arena de la playa norte mientras Lucía le iba diciendo los pies para que Angel se aprendiera el libreto.

Así pasaron los cuatro días, subieron al castillo, recorrieron todos los rincones, paseaban por la playa e incluso se descalzaron y dejaron que el mar, helado, mojara sus pies.

Cuando regresaron a Madrid, Angel se sabía el papel.

En el primer ensayo Felipe le dijo:

Ya sé que hacer para que aprendas un papel, pero no te voy a regalar ni un apartamento ni una Musa.

Entre los ensayos y los exámenes casi no se vio con Lucía. Antes del estreno le dio una entrada para ese día y a partir de entonces pasó los peores nervios de su vida.

La noche del estreno, antes de empezar la obra vio a Lucía por el ojo del telón.

Luego, cuando empezó la obra, con los nervios y los focos no pudo verla, ya más tranquilo, en el segundo acto la vio y su cara era alegre y feliz.

Cuando terminó la obra, que gustó bastante, vio que Lucía no estaba donde habían quedado.

Al día siguiente la buscó, pero no tenía ni su teléfono, fue a la Escuela de Magisterio, nadie le supo dar razón, por la cafetería no apareció.

Pasó el tiempo, hizo el “Estudio 1”, a partir de entonces su carrera fue meteórica, cuando tenía un día libre, la buscaba, no sabía dónde, luego empezó a ir a Peñíscola, paseaba por la playa descalzo, subía al castillo, nada, no supo de ella. Cuando estrenaba alguna obra, en el último acto la veía entre el público, cuando terminaba la obra la veía aplaudir, pero luego se levantaba y desparecía.

Han pasado cuarenta años, Angel se ha convertido en un monstruo de la escena, solamente hace teatro, su única ilusión es verla al final del último acto, no ha cambiado, sigue aparentando 20 años.



FIN


miércoles, 13 de marzo de 2024

BALADA TRISTE (Capítulo III)

 

BALADA TRISTE

 

 

Pedro  Fuentes 

 

CAPITULO III



Dos semanas después seguían viéndose casi cada día, los domingos salían al cine o al teatro y una vez fueron a bailar.

Angel había hablado con Susana, en principio ella soltó alguna lagrimita, pero luego comprendió lo que decía Angel y le dio la razón, en el fondo ella veía lo mismo, decidieron que hasta que alguno de los dos encontrase algo, compartirían el apartamento donde vivían.

Mercedes, la amiga de Susana vivía con otra amiga compartiendo piso pero se tenía que ir, así que decidieron que cuando se marchase, Susana iría con ella.

Las cosas parecían ir mejor, pero Angel no sabía qué pensar, Lucía era una chica alegre y cariñosa, pero no sabía nada de ella, no dejaba que la acompañase hasta su casa, no tenía ni la certeza de que viviese donde decía ni que fuese quien decía.

Aquella mañana Felipe, el director le dijo:

La semana que viene empezamos a ensayar, te he dado bastante tiempo, ¿Cómo lo llevas?

Bastante bien, pero no todo lo bien que quisiese, el personaje lo tengo, pero el texto me falla.

Mira, no me vengas con esas.

Te voy a hacer un regalo que no sé si te lo mereces, el jueves es fiesta, te voy a dejar el apartamento que tengo en Peñíscola y las llaves del “600”, en este tiempo aquello está muerto pero no hace el frío que hace en Madrid, ves allí y apréndete el libro, el lunes vienes al ensayo con el papel sabido o te olvidas de la obra y lo que pueda venir detrás.

Cuando al día siguiente se encontró con Lucía, le dijo lo que le había dicho Felipe y Lucía contenta y le dijo:

Bien. Me encanta Peñíscola desde que la vi en las películas “Calabuch” y “El Cid” que las rodaron allí, además no conozco el mar sino en las películas. ¿Me dejas que te acompañe y te ayude a estudiar?

Encantado, pero ¿Qué van a decir tus padres a los que no conozco?

Ya les contaré un rollo. Tú dime que sí y yo arreglo todo.

De acuerdo, pero tengo que venir con el papel aprendido.

jueves, 7 de marzo de 2024

BALADA TRISTE (Capítulo II)

 

 

Balada triste

 

Pedro  Fuentes

 

CAPITULO II



A las siete menos diez estaba Angel sentado en la misma mesa de la mañana y seguía peleándose con el guión, era lo peor de su vida, captaba el personaje, era frío y sabía como hacer creer al público que su personaje era real, tenía la teoría de que no había que meterse a sufrir dentro del personaje, lo suyo, como actor era engañar al público y hacerles ver lo que él quería que viesen, pero memorizar un guión era lo peor que le podía pasar, había tenido verdaderas broncas con los directores, tenía un conocido, actor también, que era casi analfabeto, un amigo suyo le leía la obra un par o tres de veces y el primer día de ensayo se la sabía de “P a PA” incluso lo había visto hasta con obras en verso.

A las siete y diez llegó Lucía, traía una cara sonriente se le notaba ligeramente maquillada, su media melena rubia la llevaba recogida en una cola de caballo.

¡Hola! Dijo Angel mientras se levantaba y le estrechaba la mano, ¿Qué tal el examen?

Bien, estaba inspirada y me salió bien, además, aunque no se note soy una empollona.

¡Qué suerte! Yo dejaría el teatro por no aprenderme los papeles.

A ver, déjame que lea algo, te la leeré en voz alta y me dirás si se te queda mejor.

Angel le alargó los folios, Lucía los miró y leyó el título “Balada triste” ¿De qué va? ¿De ovejas o de música?

De música, pero está escrita como para dormir a las ovejas.

¿Qué papel haces tú?

Gustavo, el trompetista.

A caray, el papel principal. Vamos que eres todo un actor y no uno de reparto, dijo Lucía mientras se le escapó una risita complacida.

A las nueve y media se dieron cuenta de la hora que era y Lucía dijo: ¡Dios! Se me ha hecho tardísimo y se levantó, se puso el abrigo y dijo:

No me acompañes, si te va bien mañana a las siete aquí mismo; y trae el guión.







jueves, 29 de febrero de 2024

BALADA TRISTE (Capítulo I)

 


BALADA TRISTE



Pedro Fuentes



CAPITULO I



Era un otoño con todo su esplendor en el parque del Retiro de Madrid, la mañana no era fría, pero sí algo húmeda y había una insinuante neblina, Rodrigo y Carmela estaban sentados en un banco, por entre los árboles de detrás de ellos, ya casi sin hojas se filtraban unos tímidos rayos de sol que realzaban las pequeñas gotas de agua que que había dejado el rocío en el ambiente.

Rodrigo pasó de estar sentado a poner una rodilla en tierra delante de Carmela y cogiéndole la mano derecha le dijo:

Te quiero, Carmela, te he querido desde el primer día que te vi aquella mañana cuando nos cruzamos en la calle Eduardo Dato, desde entonces no he podido dormir sin pensar en ti, Carmela. ¿Quieres casarte conmigo? Y llevándose su mano a los labios, deposito un tierno beso en ella.

Carmela, mientras se levantaba le dijo:

Si, Rodrigo, yo también te he querido siempre, por ti cambié mi vida y por ti viviré el resto.

Se fundieron en un abrazo y sus labios sellaron aquel momento mientras la cámara retrocedía lentamente y el director gritó:

¡Corten! ¡Fin del rodaje! Mañana a las ocho, en el estudio repetiremos una escena que no me gusta como quedó.

Mientras se dirigían a la roulotte para desmaquillarse y cambiarse Angel (Rodrigo) le dijo a Susana (Carmela):

No me esperes a comer, he quedado con Felipe para leer aquella obra de teatro que me dijo que a lo mejor montábamos.

Bueno, vale, así aprovecharé para ir a ver a Mercedes que creo que va a hacer algo y necesita gente.

Angel y Susana llevaban tres años compartiendo sus vidas y su profesión de actores, las cosas hasta ahora no habían sido nada fáciles, mucho sacrificio, algo de teatro en papeles secundarios, publicidad, algún papel de figurante en películas.

Esta película que terminando de rodar, “El amor siempre llega” era el primer papel serio de Angel, un actor que ya había cumplido los treinta y dos. Susana había trabajado más, tenía una bonita voz y bailaba muy bien, por lo que había participado en varios musicales. Angel era más bien de teatro, pero salvo las obras que interpretaba en provincias con compañías semi amateurs poca cosa más hacia. Ahora parecía que la cosa iría mejor.

Cuando ya marchaba, Mateo el director le salió al paso y le dijo:

Angel, quisiera comentarte una cosa que me he dado cuenta, y como te conozco desde hace algún tiempo y te considero amigo, me veo autorizado para decírtelo.

Dispara, comentó Angel.

La última escena ha quedado muy bien, ha convencido y luego, con el decorado, que nos ha favorecido, el travelling final ha sido perfecto, pero, ¿Por qué simulaste el beso en la mano y el final con tu mujer?

Chapó, por eso eres director. Pues mira, la cosa no va muy bien.

Pero ¿Ha pasado algo?

No, en realidad nada, a veces sin querer y sin ningún problema la cosa se enfría y es lo peor que puede pasar, porque si hay una causa siempre se puede arreglar, pero cuando el amor se muere es peor.

Angel se dirigió a Argüelles, a la calle Galileo, a una cafetería en la esquina con Joaquín Mª López, un poco más abajo del cine Galileo, entonces de “Arte y Ensayo”.

Cuando llegó, como era cliente habitual, el camarero le dijo:

Ha estado su amigo Felipe y me ha dado este paquete y dice que no podía quedarse, que le llamará.

Abrió el sobre que le dio Román, el camarero y sacó el guión que había en su interior, era un dramón de dos actos, el autor era un antiguo actor que se había dedicado a escribir alguna cosa entre actuaciones en el teatro, ahora se había metido con esa obra y Felipe la iba a dirigir en un café-teatro, el último invento para intentar resucitar ese teatro que todo el mundo dice que está muerto desde que se comercializó la televisión, era un drama llevado en forma de comedia, un trompetista de prestigio tiene un accidente, se destroza el labio y tiene que intentar rehabilitarse para intentar seguir con su profesión.

Angel tenía sus dudas en hacerla, pero, claro, si salía bien, le habían prometido un “Estudio 1” y ese podría ser su lanzamiento definitivo, ya que la audiencia y popularidad que da ese medio era a corto plazo y por ahí podrían venir cosas mejores.

Cuando empezó a leer los folios mecanografiados se encontró con una de esas comedias agridulce de las que Jack Lemmon había hecho en el cine.

Llevaba ya como cosa de una hora leyendo cuando alzó su mirada, para descansar la vista y la mente; en la mesa de enfrente había una jovencita de unos veinte años, que leía un grueso volumen mientras fumaba y tomaba café. En aquel momento, ella también levantó la mirada y coincidió con la de Angel, ambos sonrieron y volvieron a sus quehaceres.

A los pocos minutos, al querer fumar, Angel sacó el mechero y no le encendió, se había quedado sin gasolina.

Se levantó y se acercó a Lucía para pedirle fuego, ésta se lo dio pero a la vez se sonrojó, su tez pálida se puso rojo carmín, cogió una caja de cerillas que reposaba encima de un paquete de cigarrillos y se la acercó a Angel, que después de encender el cigarrillo le preguntó:

¿Estudiando?

Si, la Filosofía, esta tarde tengo examen y es un tocho.

¿Estudias por aquí?

Si, en la Normal de Magisterio, en Ríos Rosas.

¿Y tú?

No, yo estaba leyendo un guión que me tendré que aprender, pero solamente lo estaba ojeando, además, no me gusta mucho y lo hago con desgana.

Por cierto, me llamo Angel y se supone que soy actor, ¿Me puedo sentar mientras me fumo el cigarrillo para que luego puedas seguir estudiando?

Yo Lucía y estoy estudiando Magisterio, si todo va bien, este curso habré acabado y luego haré la oposición. Pero, parece que no estés muy de acuerdo con lo de ser actor.

No lo tengo nada claro.

No he hecho otra cosa en mi vida, hoy he terminado de rodar el mejor papel de mi vida, me han dado un guión para una obra de teatro y un posible Estudio 1 de televisión y no sé lo que voy a hacer de mi vida, no me gusta lo que tengo que hacer, este guión es una mierda, encima hoy, cuando terminaba el rodaje me he dado cuenta de que la mujer con la que llevo conviviendo los últimos tres años, no es nada para mí, no he sido capaz ni de rodar con ella la escena de un beso.

Nos hemos habituado tanto el uno al otro que ya no somos nada como pareja.

¿Se lo has dicho?

No, todavía no y no sé cómo hacerlo, pero lo haré, no quiero que pierda el tiempo conmigo.

¿También trabaja en el cine?

Si, ella más que yo, canta muy bien y ha hecho varias comedias musicales.

Pero no quiero molestarte más, tienes que estudiar, aunque sea un tocho.

Sí, pero me gustaría seguir hablando contigo.

De acuerdo, pero no hoy, tienes un examen.

Sí, pero salgo a las seis. Si quieres nos vemos aquí a las siete.

De acuerdo, ahora cojo mi maldito guión y me marcho.

Diciendo esto, Angel apagó el cigarrillo, recogió sus cosas, pagó las consumiciones y se marchó.

¡Hasta las siete!

¡Adiós!

















































CAPITULO II



A las siete menos diez estaba Angel sentado en la misma mesa de la mañana y seguía peleándose con el guión, era lo peor de su vida, captaba el personaje, era frío y sabía como hacer creer al público que su personaje era real, tenía la teoría de que no había que meterse a sufrir dentro del personaje, lo suyo, como actor era engañar al público y hacerles ver lo que él quería que viesen, pero memorizar un guión era lo peor que le podía pasar, había tenido verdaderas broncas con los directores, tenía un conocido, actor también, que era casi analfabeto, un amigo suyo le leía la obra un par o tres de veces y el primer día de ensayo se la sabía de “P a PA” incluso lo había visto hasta con obras en verso.

A las siete y diez llegó Lucía, traía una cara sonriente se le notaba ligeramente maquillada, su media melena rubia la llevaba recogida en una cola de caballo.

¡Hola! Dijo Angel mientras se levantaba y le estrechaba la mano, ¿Qué tal el examen?

Bien, estaba inspirada y me salió bien, además, aunque no se note soy una empollona.

¡Qué suerte! Yo dejaría el teatro por no aprenderme los papeles.

A ver, déjame que lea algo, te la leeré en voz alta y me dirás si se te queda mejor.

Angel le alargó los folios, Lucía los miró y leyó el título “Balada triste” ¿De qué va? ¿De ovejas o de música?

De música, pero está escrita como para dormir a las ovejas.

¿Qué papel haces tú?

Gustavo, el trompetista.

A caray, el papel principal. Vamos que eres todo un actor y no uno de reparto, dijo Lucía mientras se le escapó una risita complacida.

A las nueve y media se dieron cuenta de la hora que era y Lucía dijo: ¡Dios! Se me ha hecho tardísimo y se levantó, se puso el abrigo y dijo:

No me acompañes, si te va bien mañana a las siete aquí mismo; y trae el guión.











CAPITULO III



Dos semanas después seguían viéndose casi cada día, los domingos salían al cine o al teatro y una vez fueron a bailar.

Angel había hablado con Susana, en principio ella soltó alguna lagrimita, pero luego comprendió lo que decía Angel y le dio la razón, en el fondo ella veía lo mismo, decidieron que hasta que alguno de los dos encontrase algo, compartirían el apartamento donde vivían.

Mercedes, la amiga de Susana vivía con otra amiga compartiendo piso pero se tenía que ir, así que decidieron que cuando se marchase, Susana iría con ella.

Las cosas parecían ir mejor, pero Angel no sabía qué pensar, Lucía era una chica alegre y cariñosa, pero no sabía nada de ella, no dejaba que la acompañase hasta su casa, no tenía ni la certeza de que viviese donde decía ni que fuese quien decía.

Aquella mañana Felipe, el director le dijo:

La semana que viene empezamos a ensayar, te he dado bastante tiempo, ¿Cómo lo llevas?

Bastante bien, pero no todo lo bien que quisiese, el personaje lo tengo, pero el texto me falla.

Mira, no me vengas con esas.

Te voy a hacer un regalo que no sé si te lo mereces, el jueves es fiesta, te voy a dejar el apartamento que tengo en Peñíscola y las llaves del “600”, en este tiempo aquello está muerto pero no hace el frío que hace en Madrid, ves allí y apréndete el libro, el lunes vienes al ensayo con el papel sabido o te olvidas de la obra y lo que pueda venir detrás.

Cuando al día siguiente se encontró con Lucía, le dijo lo que le había dicho Felipe y Lucía contenta y le dijo:

Bien. Me encanta Peñíscola desde que la vi en las películas “Calabuch” y “El Cid” que las rodaron allí, además no conozco el mar sino en las películas. ¿Me dejas que te acompañe y te ayude a estudiar?

Encantado, pero ¿Qué van a decir tus padres a los que no conozco?

Ya les contaré un rollo. Tú dime que sí y yo arreglo todo.

De acuerdo, pero tengo que venir con el papel aprendido.





CAPITULO IV



Salieron para Peñíscola el miércoles por la tarde. Cuando llegaron ya era noche cerrada, encontraron el apartamento que estaba en la calle José Antonio, en la zona nueva, fuera del recinto del catillo y en la playa norte.

Casi debajo mismo había una tasca en la que estaban ocho parroquianos jugando a las cartas en dos mesas, en la barra un camarero les preguntó qué querían, les hizo unos bocadillos fríos que era lo único que podía hacer.

Pese al frío, cuando dieron cuenta de los bocadillos, media botella de vino y un par de cafés, se fueron a la playa y pasearon por ella mientras Lucía contaba lo que sentía que era el mar que no conocía.

A la mañana siguiente se levantaron temprano, bajaron a desayunar a un bar, ya que no tenían de nada en el apartamento, luego paseaban por la arena de la playa norte mientras Lucía le iba diciendo los pies para que Angel se aprendiera el libreto.

Así pasaron los cuatro días, subieron al castillo, recorrieron todos los rincones, paseaban por la playa e incluso se descalzaron y dejaron que el mar, helado, mojara sus pies.

Cuando regresaron a Madrid, Angel se sabía el papel.

En el primer ensayo Felipe le dijo:

Ya sé que hacer para que aprendas un papel, pero no te voy a regalar ni un apartamento ni una Musa.

Entre los ensayos y los exámenes casi no se vio con Lucía. Antes del estreno le dio una entrada para ese día y a partir de entonces pasó los peores nervios de su vida.

La noche del estreno, antes de empezar la obra vio a Lucía por el ojo del telón.

Luego, cuando empezó la obra, con los nervios y los focos no pudo verla, ya más tranquilo, en el segundo acto la vio y su cara era alegre y feliz.

Cuando terminó la obra, que gustó bastante, vio que Lucía no estaba donde habían quedado.

Al día siguiente la buscó, pero no tenía ni su teléfono, fue a la Escuela de Magisterio, nadie le supo dar razón, por la cafetería no apareció.

Pasó el tiempo, hizo el “Estudio 1”, a partir de entonces su carrera fue meteórica, cuando tenía un día libre, la buscaba, no sabía dónde, luego empezó a ir a Peñíscola, paseaba por la playa descalzo, subía al castillo, nada, no supo de ella. Cuando estrenaba alguna obra, en el último acto la veía entre el público, cuando terminaba la obra la veía aplaudir, pero luego se levantaba y desparecía.

Han pasado cuarenta años, Angel se ha convertido en un monstruo de la escena, solamente hace teatro, su única ilusión es verla al final del último acto, no ha cambiado, sigue aparentando 20 años.



FIN



jueves, 22 de febrero de 2024

¿DONDE ESTAS, AMOR? (Capítulo IV)

 

 

  

 

¿DONDE ESTAS, AMOR?  

 

Pedro  Fuentes

 

Capítulo IV


El martes, que por casualidad era además trece, a las cuatro y media de la tarde se reunieron las cuatro amigas en casa de Carmiña, primero tomaron café y luego pasaron a una habitación pequeña, oscura, iluminada por una docena de velas, en medio una mesa redonda, tipo camilla y encima el tablero de la “ouija”, al lado un vaso pequeño, de los usados para ron en los bares.

En el techo, encima de la mesa un espejo circular reflejaba las luces de las velas. En una especie de trinchante que había en la pared del fondo se encontraba extendida la camiseta de Canillo, el delantero centro del Mensajero, alrededor varias imágenes y un cuadro con una foto del difunto Federico flanqueada por dos velas rojas.

Entraron las cuatro amigas y se sentaron alrededor de la mesa en cuatro sillas que a tal fin se encontraban allí.

Mientras os acostumbráis a la penumbra, os vuelvo a repetir que todas las preguntas las haré yo, ya las tengo preparadas para que sean breves y concisas.

No os asustéis, no pasa nada, no habléis ni gritéis porque podemos enfadar a los espíritus y entonces la podrían tomar con nosotras y castigarnos.

Tú, Aurora te sentarás a mi derecha, pondremos el dedo índice de la mano derecha encima del vaso invertido, tocando cada una con la punta el culo del vaso.

Con la mano izquierda, abierta tocareis con los dedos índice y corazón el tablero hacia el centro de la mesa procurando que no se mueva.

Este tablero lo conseguí en Galicia, perteneció a una buena mujer que murió quemada en la hoguera porque la acusaron de bruja. Dijo Carmiña y continuó:

Si no hay ninguna duda poned vuestras manos como os he dicho y empezaremos.

¿Estamos todas tranquilas?

Las cuatro asintieron con la cabeza.

¿Estamos relajadas?

Nuevamente asintieron.

Sabéis que estamos aquí para invocar el espíritu de Federico o de algún amigo que nos pueda informar.

¡Yo te invoco Federico para que te acerques!

¡Federico! ¿Estás aquí?

Nada pasó, Aurora repitió por tres veces la pregunta y no pasó nada.

¡Yo te invoco a ti, espíritu desconocido para que me informes de Federico!

La llama de varias velas se movieron impulsadas por una corriente de aire frío que giró en redondo sobre las cabezas de las cuatro mujeres.

¿Hay alguien aquí? Preguntó Carmiña.

El vaso movido como por un resorte se desplazó hacia el ángulo superior derecho donde podía leerse “SI”

¿Eres amigo?

El vaso giró sobre sí mismo sin moverse del “SI”

¿Eres Federico?

Ahora el vaso se desplazó al extremo inferior izquierdo donde ponía “NO”

¿Conoces a Federico?

El vaso volvió al “SI”

¿Lo has visto recientemente?

“SI”

¿Está cerca?

“SI”

¿Podrá venir?

“NO”

¿Podremos verlo pronto?

“SI”

¿Dónde?

El vaso pareció volverse loco yendo de letra en letra: C I R C O D E M A R T E R I Ñ A D E G A L L O S

¿Cuando?

Nuevamente el vaso empezó el baile: D O M I N G O 1 8 T A R D E

¿Cómo lo veremos?

E L O S V E R A. Comunicó el vaso y siguió: L L E V A C A M I S E T A C A N I L L O.

Carmiña le preguntó nuevamente. ¿Está bien?

El vaso ya no se movió.

¿Te has marchado?

Nada, ningún movimiento del vaso.

¡Chicas! Esto se ha terminado.

Se levantaron de la mesa y salieron de la habitación, Aurora lloraba sobre la camiseta de Canillo.

Carmiña sirvió agua fría para todas y se pusieron a organizar el domingo y a pensar qué le dirían al marido las dos casadas.

Las cuatro mujeres llegaron al Circo de Marte el domingo a las cuatro de la tarde, todas llevaban gafas de sol y procuraban pasar desapercibidas y que nadie las conociese. Pidieron un palco y allí medio se escondieron, pusieron a Aurora delante con su camiseta de Canillo y esperaron.

Empezaron las peleas, nadie parecía mirar a los palcos, en esto la puerta se abrió y asomó un hombre que se le notaba algo bebido.

Perdón, me he equivocado, buscaba el lavabo.

En ese momento ya empezaba la quinta riña, pesaron a los gallos, les echaron unas gotas de limón en los laterales de los picos, los azuzaron el uno contra el otro y a la señal del árbitro los soltaron, el uno blanco y de nombre Tenisqueño, el otro colorado y por nombre Brutus.

Al primer picotazo de Brutus, Tenisqueño debió pensar que más valía vivir sin honra que morir desangrado y pegó un salto y un revoloteo y fue a caer en la falda de Aurora.

Aurora gritó: ¡Federico, amor mío, has vuelto!


FIN



jueves, 15 de febrero de 2024

¿DONDE ESTAS, AMOR? (Capítulo III)

 

 

¿DONDE ESTAS, AMOR?  


Pedro  Fuentes


 

Capítulo III


Al año siguiente, cuando amanecía la primavera, Aurora comenzó a ponerse ropa de alivio, los amigos se habían portado muy bien con ella, vinieron sus hijos y ella se fue luego a Madrid donde pasó un mes, luego tuvo que hacerse cargo de la agencia y del resto de las cosas, había trabajado en una oficina cuando era soltera, pero ahora todo era distinto, Rogelio le ayudó muchísimo, le buscó una persona de confianza para que la pusiese al día mientras le llevaba la agencia.

Carmiña estuvo siempre a su lado.

Sus hijos le llamaban y viajaban a La Palma siempre que podían, la Navidad de aquel año la pasó en Madrid en casa de su hijo y en compañía de la hija que también llegó.

Aquella Navidad fue muy triste salvo dos noticias, su nuera estaba embarazada del que sería su primer nieto y su hija les había anunciado que para el verano siguiente en septiembre, se casaría con Otto, un novio alemán que tenía; y se casarían en La Palma, en la Basílica de la Virgen de Las Nieves.

Con lo de la boda de María Fernanda se abrió un mundo nuevo para Aurora, ella era la encargada de prepararlo todo, luego, para septiembre llegarían la niña y su novio, para terminar de montarlo todo, en los últimos quince días, una semana antes empezaban a llegar los familiares del novio y varios amigos, de estos las invitaciones las mandarían desde Alemania, el resto le dejaron la lista de invitados a Aurora, más los que ella añadiera.

Además, para finales de junio nacería el niño de Eloy y Enriqueta, Aurora quería estar en Madrid por esas fechas.

Los acontecimientos más importantes de su vida actual y Federico no estaba para disfrutarlos junto a ella.

Cuando llegaba la noche, cuando dejaba la rutina y el trabajo cotidiano empezaba a sentir la soledad y a llorar a su amado esposo, era como era, pero ella lo quería.

Una tarde que había invitado a Carmiña a su casa para merendar, llegó ésta más sonriente que nunca.

Nada más entrar le dijo:

Aurora, ¿Sabes que Amanda ha encontrado los sellos?

¿Si? ¿Dónde estaban?

Hicimos una “ouija” y logramos que apareciera el espíritu de su marido, le preguntamos varias cosas, no tenía ninguna amiga, los sellos estaban en un cajón secreto que tenía la mesa de su despacho.

Menos mal, quería tirarla porque era muy vieja y tenía carcoma.

Creo que es el momento de hacer la “ouija” para ver si tu marido aparece.

¿No querías saber si se ha reencarnado?

No sé, me da miedo jugar con esas cosas, total, ya descansa en paz y hay que dejar que los muertos reposen.

No pasa nada, lo hemos hecho muchas veces, incluso a Rosario ahora le encanta y si vieras las preguntas que hace, se dedica a cotillear haciendo preguntas indiscretas.

La haremos en casa, que tengo una salita ya preparada donde no cuesta nada relajarse y concentrarse, pero tenemos que esperar que mi marido tenga que ir a Tenerife, porque no le gusta que haga eso.

Pasaron tres semanas en las que las dos amigas se dedicaron a elegir ropas y complementos para la boda de María Fernanda, incluso prepararon un viaje relámpago a Tenerife para ver cosas, luego las invitaciones, lo tenían todo controlado.

Rogelio volvió un día del banco y le dijo a Carmiña: El martes tengo que irme a una reunión a Tenerife, bueno, más que una reunión, estaré tres días fuera.

Carmiña llamó a Aurora y le dijo:

Aurora, prepárate, el martes a las cinco de la tarde haremos la reunión seremos Amanda, Rosario, tú y yo, Amanda y Rosario ya han hecho varias y saben estar y concentrase.

Yo te iré explicando lo que haremos durante estos días y así el martes iremos al grano.

Solamente trataremos de lo tuyo, sería conveniente que trajeses alguna cosa que fuese de él exclusivamente, algo a lo que tuviese un cariño especial ¿Hay algo?

Si, ya sé, la camiseta de Canillo, que marcó el gol de ascenso a tercera división, firmada por todo el equipo del Mensajero.

¡