Espero que os gusten, son dos relatos muy diferentes y los dos basados en hechos reales, aunque los nombres han sido modificados para dejar en secreto a los protagonistas.
Y ahora............
LAS PALMERAS
Pedro Fuentes
Capítulo I
Cuando entramos en Pasapoga, aquella tarde, después del trabajo, mi amigo Javier y yo, íbamos con la idea más o menos de siempre, por las tardes allí se tomaba una copa, era una discoteca más o menos normal, música de disco y muchas almas solitarias que lo único que buscábamos era un poco de calor humano, un roce de cuerpos sin ningún compromiso y quizás una aventura para una noche o quizás dos, nunca tres, aquello sería tomarse algo en serio y no habíamos llegado a casi los cuarenta solteros y sin expectativas de dejar de serlo.
La vida era para cogerla según pasaba, zarandearla y olvidarla pasados los vapores de whisky y de un mal perfume pegajoso.
Aquella tarde era viernes, al día siguiente no se trabajaba, la tarde empezaba y la noche podría prometer cualquier aventura.
Cuando nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad roja que envolvía la sala, vimos en un extremo, en una mesa un par de compañeros de trabajo y divertimento, algo mayores que nosotros y ambos casados, junto a ellos estaban dos chicas no tan chicas, unos cuarenta y pico años y un maquillaje que se dejaba ver pese a la oscuridad, nos llamaron los compañeros y nos sentamos con los cuatro, pedimos dos medios y nos pusieron unas almendras saladas para acompañar.
Nos dijeron que estaban esperando a dos chicas más y mientras tanto alguien empezó a contar chistes. A la media docena de chistes, una de las chicas me dijo que bailásemos, la otra se lo pidió a Javier, pero éste, casquivano, haciéndose el duro dijo que no.
Yo que lo conocía sabía que aquello era “marchemos” si no estas nos arruinan la noche.
Más comedido, algo galante y dispuesto a no hacerle un feo a Martina le dije que si y nos fuimos a bailar.
Pronto comprendí a Javier, Martina se agarró a mi como si fuese el último salvavidas del Titanic, encima, para agravar la situación empezó a sonar el bolero “somos un sueño imposible”. Yo intentaba mover mi cuerpo y mis pies al compás, pero eso si que era un sueño imposible, Martina me había hecho un placaje de lucha, así que a partir del segundo bolero le dije que tenía que ir al lavabo, salí huyendo cobardemente, Javier se percató y dijo:
¡Adiós!, si la mujer de Eduardo había quedado con nosotros, seguro que no se acuerda ya.
Se levantó, vino a mi encuentro y salimos rápidamente.
Una vez en la calle, siendo ya las ocho, decidimos ir a comer algo por ahí para hacer tiempo hasta que abriesen en Las Palmeras, en la glorieta de Quevedo, antro en el que terminábamos muchas noches.
Antro tropical donde los hubiese, Las Palmeras era el número uno, allí nos reuníamos lo mas granado de la noche, cuatro solterones empedernidos, muchos casados en busca de lujuria, algún romántico amargado y varios alcohólicos conocidos.
En la barra unas camareras dispuestas a ganarle copas a los dados al equipo olímpico de dados. El resto eran un montón de meretrices que nunca supe si trabajaban para el local, o si iban de por libre buscando el calor de una noche.
Javier y yo, Eduardo, íbamos alguna vez que otra por allí, no éramos clientes habituales pero si conocidos, la verdad es que gozábamos de bastante reputación en el local, incluso alguna vez una o dos de las camareras se dejaba ganar una de dados.
Normalmente en el sitio había algún grupo de música en vivo, allí los boleros de Tito Puente, Olga Guillot, Moncho e incluso Antonio Machín que había actuado allí en los últimos tiempos, eran el sin vivir de cada noche.
En los años cuarenta y cincuenta, debía ser otra cosa, porque su anuncio salía hasta en el ABC.
Allí, cuando entrabas, ya pedías un whisky Dic, porque pidieses el que pidieses, siempre era el mismo pero en otra botella. Primero pedías que te lo pusiesen seco y luego pedías el hielo, porque si no, si era al revés el licor desaparecía entre las rocas.
BERTILDE Y JUAN RAMON
Pedro Fuentes
Juan Ramón llegó a La Palma en enero de 1.954, estaba destinado a Los Cancajos, le quedaban dos años de mili, hasta Mayo de 1.956, venía de Fuerteventura, donde había estudiado lo justo para poder entrar a trabajar en una oficina.
En Fuerteventura consiguió entrar en una correduría de seguros, pero cuando empezaba a saber de qué iba la cosa, e incluso tenía una pequeña cartera de clientes, fue llamado a filas y después de un año en Tenerife, lo destinaron a La Palma, a los Cancajos, tenía veintiún años ya cumplidos y pensaba que le habían roto la vida por la mitad. No se le había perdido nada en La Palma y encima no conocía a nadie, además, su familia era gente humilde, su padre tenía trabajo y solo con la ayuda de su hermano lograban llegar a fin de mes, ya que él ahora no ganaba nada y por debajo suyo había dos hermanos más, a los que su padre quería dar por lo menos estudios elementales para que fueran algo más que un peón de obra como era él.
Así que Juan Ramón tenía que vivir con los cuatro duros que había ahorrado en los seguros para el tiempo de milicia, claro que en el fondo, allí estaría comido y vestido y su único vicio el tabaco.
Llevaba ya allí unos quince días, cuando unos compañeros lo convencieron para bajar a Santa Cruz aquel domingo por la tarde, así que con su traje militar de paseo, bajaron andando por detrás del puerto por la carretera del campo de fútbol, a la altura de éste, por una carretera estrecha entre la tapia del campo y el mar, oyeron como el Tenisca, club de futbol de la localidad marcaba el segundo gol, si la cosa seguía así, esta semana que entraba iría bien, su sargento era del Tenisca, si de camino, El Mensajero, eterno rival en la categoría, perdía, entonces hasta fumaría gratis la mitad de la semana.
Llegaron a la calle Real, en realidad calle O´Daly sobre las cinco y media y allí empezó el “divertimento” calle Real arriba, hasta la avenida del Puente y calle Real abajo, mirando y sonriendo a las muchachas que cogidas del brazo, y con sus mejores galas paseaban en dirección contraria, de vez en cuando alguna sonrisa era correspondida por las chiquillas, de unos dieciséis a dieciocho años.
A la tercera vuelta, Juan Ramón le sonrió a una moza, de unos diecisiete años que iba acompañada de dos más, se habían cruzado las tres veces y ella, esquiva y altanera miró hacia el otro lado, pero Juan Ramón detectó unos brillos de alegría en los ojos grandes y negros de la muchacha, de cabellos también negros y de piel morena con la clásica belleza canaria.
Acabada aquella vuelta, sabiendo que el Tenisca había ganado y el Mensajero perdido, aprovechando que estaban del lado del Puente, se fueron a una tasca a tomarse unos vinos para celebrarlo.
Dos domingos después, los tres amigos lograron acercarse y hablar con las tres jovencitas entre las que se encontraba Bertilda, Berty para los amigos, la morena de ojos negros que había hecho soñar a Juan Ramón durante quince días.
En aquellos tiempos, en La Palma, no se podía hablar a solas con una mujer y menos vestido de militar, porque al primer día le iban con el alcahueteo a sus padres, así que Bertilda y Juan Ramón para verse tenían que aprovechar el anonimato del grupo, pero pronto tuvieron suerte, llegaron los carnavales y durante este, la vigilancia y el cotilleo se disipó bastante.
Tuvo Juan Ramón la gran suerte de que la correduría de seguros en la que había trabajado, abrió una oficina en Santa Cruz, le dijeron si quería o podía hacer unas horas allí y éste, después de comentarlo con su sargento, le concedieron un pase pernocta, por lo que quedaba libre de estar en el cuartel si no tenía servicio. El propio sargento le consiguió una casa en la que le alquilaban una habitación.
Pronto entre él y ella se despertó el amor y Berty habló con una tía, hermana de su madre, que tenía pocos años más que ella, para que intercediese ante su hermana, la madre de Berty y dejase que saliesen los dos enamorados con la compañía de Dolores de carabina.
Entre el Ejército, el trabajo, las fiesta y Berty a Juan Ramón se le pasó, la mili volando, seguía enamorado, la madre de ella fue cómplice junto con su hermana de las relaciones de los chicos, el padre algo había oído, pero como eso eran cosas de mujeres.
Estaba pronto a acabar la mili cuando en la correduría de seguros le ofrecieron trabajo fijo, no era gran cosa pero si estaba bien para empezar. Además había ahorrado algo de dinero y hablaba con Bertilde de matrimonio.
Cuando la madre de la niña habló con su marido porque Juan Ramón quería hablar con él, éste dijo rotundo: ¡No! La niña no se casa con un soldado y empleadillo de nada, si la niña quiere casarse, ya le buscaré yo un novio, Matías, mi amigo me ha preguntado si dejaría a su hijo, el abogado, a hablar con ella en serio y yo le he dicho que sí.
Cuando Bertilde se enteró, lloró amargamente y en cuanto vio a Juan Ramón se lo contó. Así que decidieron pasar al ataque, ellos habían pasado un noviazgo de lo más puro, además de la carabina que no los dejaba ni a sol ni a sombra, porque querían llegar puros al matrimonio.
Decidieron la táctica de escaparse juntos, era costumbre entre los jóvenes de la isla escaparse por el barranco de las Maderas y aparecer al día siguiente en la Basílica de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de la isla y a tres kilómetros.
Dicho y hecho, nada más acabar la mili, el primer viernes salieron cada uno por su lado con la coartada ella de que iba de paseo con unas amigas y él a ver a un cliente para un seguro.
Habían quedado al oscurecer detrás del barco de la Virgen. Juan Ramón había preparado unos bocadillos y una pequeña manta de viaje. Cuando se encontraron subieron barranco arriba hasta unas cuevas que él sabía, allí pasaron la noche, al amanecer se levantaron y emprendieron el camino hasta Las Nieves.
Cuando la madre de Berty dio la voz de alarma, todo el mundo se puso a investigar, encontraron una nota de la niña que explicaba que se fugaba con Juan Ramón porque lo quería y nada ni nadie podrían contra ese amor.
A la mañana siguiente, en cuanto amaneció, todos se pusieron en marcha hacia la Basílica, el padre quería llevarse una escopeta de cartuchos pero su mujer le dijo que si la llevaba, ella también le abandonaría.
En las Nieves, por la parte de atrás de la iglesia hay una especie de aparcamiento entre el cementerio y una puerta y una pared de una finca particular, por el otro lado hay una especie de mirador en el que se ve un kilómetro de la carretera y trescientos metros del barranco. Allí se parapetaron todos los familiares excepto el padre que fue a hablar con D. Antonio, párroco de la Iglesia, quedó con él que después de lo que había pasado los casaría allí mismo.
D. Antonio protestó porque las cosas había que hacerlas con papeles y el consentimiento de los novios.
Bueno, bueno, eso ya lo arreglaremos, y el consentimiento lo darían porque para eso se habían escapado, dijo D. José con voz de ordeno y mando.
¡¡ Ya vienen!! . ¡¡ Ya vienen!! . Gritó Juanito, el hermano pequeño de Bertilde mientras corría hacia la plaza donde estaban su padre y el cura.
El sacerdote corrió para la iglesia, D. José fue a donde estaban todos a dar las órdenes oportunas y en grupo llegó hasta la cuesta que llegaba a la plaza de delante de la fachada principal de la iglesia. En medio hay una fuente, a donde se dirigieron los furtivos para lavarse la cara y beber agua, empujados por el padre y protegidos por la madre que quería que todo terminase.
Pasaron a la iglesia y allí estaba el padre de Bertilde en el primer banco de pie. Junto al altar el cura y a su lado Pedrito, el monaguillo. Se acercaron al altar y se pusieron de rodillas en unos reclinatorios que para tal fin habían colocado allí.
Dijo D. Antonio: Nos hemos reunido aquí para ser testigos del sagrado matrimonio que van a contraer ahora Juan Ramón y Bertilda, teniendo posteriormente que regularizar los papeles para que sea legal este matrimonio y antes de nada, tengo que preguntar ¿Hay alguien que sepa de algún impedimento que haga que este sacramento no se pueda celebrar?
En ese mismo momento la madre de Berty le dijo a su marido. Me ha dicho la niña que no ha pasado nada porque quieren llegar puros al matrimonio.
En ese preciso instante D. Antonio guardó el silencio de precepto por si alguien decía algún impedimento. Y en medio del silencio se oyó a D. José que le contestaba a su esposa:
“Me importa un bledo si ha pasado o no ha pasado nada, es por el ¡Honor de la familia!”.
Una semana después, arreglados los papeles, Bertilde y Juan Ramón marcharon de viaje de novios a Fuerteventura a conocer a la familia del esposo.
FIN