EL AFILADOR
Pedro Fuentes
CAPITULO V
A las siete cuarenta llegó Pedro. Cinco minutos más tarde apareció un Land Rover conducido por el policía que me había dado la declaración para firmar, al verme puso cara de “por poco me meto en un lío”.
Guardaron silencio hasta llegar al lugar de los hechos, Pedro y José Miguel se saludaron efusivamente. Hubo presentaciones e instrucciones de lo que iba a hacer. La zona estaba acordonada y vigilada desde que se descubrió el cadáver para evitar que se pudiesen contaminar las posibles pruebas.
José Miguel dirigía la operación, de vez en cuando hacía parar y preguntaba alguna cosa. Además había ordenado que un policía de su equipo hiciese fotografías e incluso disimuladamente a las personas que curioseaban al otro lado de la cinta de “no pasar policía”
Pedro, al lado de Ricardo tomaba notas de vez en cuando.
Cuando se repetía por segunda vez hizo parar y le dijo a Ricardo:
Por favor, quiere repetir qué hizo usted.
Ricardo volvió a explicar al pie de la letra lo que había hecho en los siete minutos que tardó en llegar la policía.
¿Qué hizo con el perro ese rato?
El animalito sabía que pasaba algo raro y estaba no sé si por el frío o porque veía que yo estaba nervioso, temblando, lo cogí en brazos y ya no lo solté hasta que nos fuimos.
¿Y usted? Dijo señalando al Rodolfo. ¿También cogió a su perro en brazos?
Hubo un conato de risotadas y Rodolfo dijo:
No señor, como ya lo tenía cogido de la cadena jalé de él y nos alejamos, yo estaba muy aturdido y no sabía lo que hacía.
Perdone, señor comisario, dijo Pedro:
¿Puedo hacerle una pregunta al señor?
Proceda, dijo José Miguel que durante el acto oficial trataba a sus amigos de usted.
¿No se acercó en ningún momento a la víctima?
Rodolfo pareció dudar pero luego dijo:
No, no sé…… estaba muy aturdido.
Según las fotos del calzado que llevaban cuando encontraron a la muerta, en los zapatos de Ricardo, que confiesa que se acercó al río, había mucho menos barros del que tenía usted, cuando habían andado lo mismo más o menos. Dijo Pedro.
José Miguel miró a Pedro y éste apreció una ligera sonrisa, luego miró a Rodolfo, se acercó a él, con cuidado de no estar en el terreno de Pibe y le preguntó a boca jarro:
¿No se acercó en ningún momento al cadáver?
¡No!, estaba aguantando a Pibe, además me aturdí mucho, tuve miedo, aunque llevo muchos años en España, con los papeles en regla y trabajo, soy extranjero y a veces, sin quererlo, se mira de otro modo a los sudamericanos.
No, no miramos de otro modo a los extranjeros, nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Dijo el comisario y luego le soltó de golpe:
Usted se acercó al cadáver y luego, con esta rama que encontramos detrás de esos matorrales, donde estaba cuando llegó la policía, trató de borrar las huellas, mientras tanto el perro estuvo atado a ese árbol de allí, fíjese en las huellas de la cadena en el tronco y las pisadas inquietas de animal.
Rodolfo, totalmente fuera de sí le contesto:
¡Sí! Me acerqué, ¡pero yo no la maté!, cuando la vi, me pareció conocerla, me acerqué, no, no era quien yo pensaba, la había visto alguna vez por el pueblo pero no la conocía. Luego me di cuenta de lo que había hecho, me entró el pánico y borré las huellas con unas ramas.
El afilador, que hasta el momento estaba callado, tratando de no llamar la atención dijo:
¡Señor comisario! Ese hombre, el día del asesinato, por la mañana estuvo afilando cuchillos y unas tejeras, uno de los cuchillos era grande, de picar, me dijo que se lo dejara bien afilado, que lo usaba mucho.
Rodolfo, medio llorando dijo:
Sr. Policía, los cuchillos están todos en casa y puede revisarlos.
No se preocupe que lo haré, dijo José Miguel. Y a continuación llamó a un agente que llevaba una carpeta, El comisario abrió la carpeta y sacó una foto, se la enseñó al afilador y le preguntó:
¿Es esta la mujer con la que quedó usted en la cafetería?
Sí, creo que sí, pero no vino, le esperé media hora, el camarero se lo puede confirmar, fue en la cafetería Hamilton, que está al salir del pueblo por la nacional. Estuve allí desde las siete a las siete y media, primero tomé un café y luego una coca porque me iba a marchar y tenía que conducir.
No se preocupe que también lo comprobaré.
El resto de la mañana estuvieron en la escena del crimen, luego, cuando terminaron, José Miguel dijo:
No pueden marchar de su residencia habitual. Los iremos llamando a todos a comisaría para más interrogatorios.