EL VIAJE
La misteriosa dama de negro
Pedro Fuentes
CAPITULO IV
Despuntaba el sol cuando llegó al puerto: la
luna llena no se distinguía en medio del cielo
nublado, el viaje a Túnez sería con luna llena, no había previstas
nubes, con lo cual la travesía sería más agradable.
Al subir a bordo, vio a Cerbero echado y con
cara de estar aburrido, lo llamó y salió corriendo detrás de él, dieron una
vuelta por el muelle y el animal pareció revivir.
Cuando subió de nuevo al barco, se fue a su
camarote, no se oía nada, la noche anterior habría llegado el novio y ahora
estarían descansando.
Se duchó, preparó el desayuno, luego cogió las
cartas correspondientes y marcó el rumbo en ellas, pasarían por el sur de
Menorca, por el canal que le separa de Mallorca y luego ya sería rumbo directo,
si el tiempo acompañaba, llegarían a Túnez a media mañana del día veintiséis.
Gravó los datos en el GPS, recogió todo lo que podía molestar durante la
navegación, revisó las velas, comprobó la carga de la baterías, vio que las
placas solares que llevaba estaban cargando y luego, desde la puerta que bajaba
a los camarotes de popa dio una voz a la pareja para que despertasen y
desayunasen mientras él iba a las oficinas, luego zarparían.
En la oficina, que había abierto hacía un
momento, la gente, dos administrativas y un marinero, comentaban que en una
cala, cerca de Ciudadela, había aparecido esta mañana, el cuerpo destrozado de
unas personas, no se sabía ni si eran hombres o mujeres, los cuerpos estaban
desperdigados por el suelo y la piel y la carne arrancada a trozos, según
comentarios de las personas que llegaron a verlo, incluido el juez y el
forense, había sido atacado por una jauría de perros salvajes, pensaban que
eran dos por los dos cráneos pelados que aparecieron.
Ricardo, que era por lo natural, persona
sensible, se le puso muy mal cuerpo pensando en aquello.
Llegó al barco y los chicos no se habían
despertado, los llamó de nuevo y como viese que no se levantaban, bajó al
camarote y llamó al marco de la puerta, ya que ésta estaba abierta, al no
sentir respuesta, entró, la cama sin deshacer, todo estaba en orden, en
realidad el único vestigio de la pareja era el baúl y un pequeño maletín de
piel encima, que pensó que sería del novio. Lo cogió entre sus manos y comprobó
que no estaba cerrado con llave, lo puso encima de la mesa y lo abrió,
solamente había una muda de ropa interior, un par de camisas y un pequeño
neceser con efectos personales, debajo de todo esto, había un Corán.
Eran las diez y media, cogió su móvil y vio el
teléfono de Lara, llamó al número y le dio un mensaje de apagado o falto de
cobertura.
A las once y medía bajó al camarote grande
otra vez por si descubría algo, vio que los candados del baúl se encontraban
abierto y miró dentro, estaba lleno de ropa,
parecía no haberse estrenado, toda ella era árabe, chilabas de hombre y
de mujer, algún caftán de gran calidad y vivos colores, babuchas, hiyab de
diferentes colores para la cabeza y luego ropa interior de hombre y mujer.
Siguió rebuscando y encontró dos pasaportes en una cartera de piel, los abrió y
vio que eran nuevos, uno con la foto de Lara y el otro a nombre de un chico
árabe, eran pasaportes marroquíes, pero le extrañó una cosa, las únicas
anotación que tenían eran un sello de
salida de España el 23 de junio y el sello de entrada en Túnez con fecha
26 de junio, es decir, para pasado mañana. Siguió buscando y encontró tres
sobres abiertos y con la solapa para dentro, entre los tres calculó que habrían
unos quinientos mil € en billetes la mayoría de 500 y luego una parte de 200.
Guardó todo como estaba y cuando fue a cerrar descubrió en una bolsa que había
con una cremallera en la tapa un teléfono móvil apagado y otro Corán, pero éste
traducido al español.
Ricardo ya no sabía qué pensar, se dirigió a
la oficina, por ver si sabían algo, pero con la excusa de ver las previsiones
del tiempo, además comentó que el nuevo destino, sería Cartagena.
Poca cosa se sabía más, que la chica vestía un
traje negro, largo y que él era parecía ser tan joven como ella y r vestido con
vaqueros y un suéter. Cogió una copia de las previsiones y salió de la oficina
hacia el barco, tendría vientos del sur, así que sobre la marcha cambiaría el
rumbo, se dirigiría a Córcega.
Llegó al barco, soltó amarras y cuando estaba
en la bocana del puerto, tomo rumbo Sur como si efectivamente fuese a
Cartagena, navegaría unas cuantas millas hasta salir de la vista de Menorca,
luego iría hacia el E y luego remontaría hacia el NE. Al salir de la bocana del puerto, se dio cuenta de que
Cervero estaba a su lado. Era un animal muy bonito y cariñoso, pero seguramente
habría un problema, en muchas regiones de España, los perros tienen que llevar
un chip identificativo, lo solían poner en una oreja y si no en un lateral del
cuello, es del tamaño de un grano de arroz y como está en la epidermis, con
tacto se puede localizar.
Llamó al perro, que vino solícito, lo cogió en
brazos y no localizó en las orejas, palpó por el cuello y después de varios
intentos, lo encontró en el lado izquierdo. Cogió de un cofre al lado del timón
un cúter que llevaba y con la punta de éste y con gran destreza, con una
pequeñísima incisión le extrajo el chip, el animalito dio un pequeño gruñido,
Ricardo puso un algodón con alcohol y le limpió la herida que no llegó ni a
sangrar. Tiró el chip por la borda y se rió pensando si se lo tragaba un pez.
La navegación era tranquila, cuando a eso de
las siete de la tarde ya había cogido rumbo NE
hacia Córcega, bajó al camarote grande, abrió el baúl, sacó el dinero y
lo distribuyó envueltos en tres bolsas
de plástico, las selló con cinta aislante y las escondió pegándolas en el
suelo, por debajo, en las sentinas de los tres camarotes de popa, cada una en
uno, cogió el maletín pequeño y lo metió en el baúl, éste con gran esfuerzo, lo
subió a cubierta, hizo un repaso por todo el camarote de cualquier resto del
paso de la pareja e incluso limpió con un paño cualquier huella que hubiesen
podido dejar. Una vez en cubierta, con un taladro de batería, buscó en el arcón
de las herramientas una broca tipo corona, de unos 3 centímetros hizo varios
agujeros por todos los lados del baúl, luego cortó unos treinta metros del
cadenote del ancla de popa, es decir, unos cincuenta kilos de peso, y lo metió
dentro. Luego lo tiró al agua en un sitio que las cartas marcan unos mil
doscientos metros de profundidad, le pasó un cabo por las asas, por poderlo
recuperar si no se hundía, entró el agua por los agujeros y con el peso de la
ropa mojada y el cadenote, se sumergió por completo, soltó uno de los extremos
del cabo y estiró del otro hasta recuperarlo.
El resto del día Ricardo lo pasó oyendo la radio
por si decían algo de la pareja que él estaba seguro que eran Lara y su novio,
lo que más le extrañaba, era las fechas de los pasaportes, parecía como si
quisieran entrar en Túnez sin que nadie lo supiese, ¿Y por qué llevaban tanto
dinero? ¿Serían delincuentes o traficantes? A Ricardo se le pusieron los bellos
de punta, tembló pensando que si el dinero era de la droga, esa gente no se
andaba con chiquitas y lo localizarían en el fin del mundo.
Ya había entrado la noche, conectó el radar al
piloto automático y la alarma por si daba alguna cabezada, aunque cuando
viajaba en solitario dormía en cubierta, al costado del timón.
Dio de comer a Cervero y éste no quiso,
incluso le gruñó, se acordaba quizás del corte para quitarle el chip.
A la media hora el perro empezó a gruñir a
comportarse de una manera extraña, se fue al salón y se quedó allí, no había
probado bocado ni bebido agua, seguía gruñendo, cada vez más fuerte.
Al fin salió por el horizonte la luna llena y
Ricardo entró al salón a buscar tabaco y a prepararse un whisky, no tuvo ni
tiempo de entrar, lo que vio le hizo orinarse en los pantalones, una figura
monstruosa saltó sobre él, tenía forma de perro, pero de más de un metro de
alto, con tres cabezas con unos dientes de más de cuatro centímetros en unas
encías rojas como la sangre, una espuma espesa le salía de entre los dientes,
en el color del pelo y la pechera eran como Cervero, las orejas iguales pero
más grandes Ricardo saltó hacia atrás y esquivó el primer ataque, luego corrió
hacia las escaletas laterales que subían al palo mayor, cuando ya subía, notó
como una de las bocas había lanzado un mordisco sobre su pierna izquierda a la
altura del gemelo, el traje de agua que se había puesto sobre los vaqueros para
evitar la humedad de la noche le salvó de una dentellada y solamente le había
clavado un colmillo, esto le hizo correr más y trepar varios metros, al fin se
vio a salvo, la fiera gruñía por sus tres bocas, incluso hubo un momento que
una cabeza atacó a la del otro costado.
Ricardo temblaba y sudaba a la vez, no había
visto monstruo más raro en su vida, luego empezaron a pasar imágenes por su
mente, de repente le vino una y ya no se borró, estampas de la mitología, un
nombre se asoció a la imagen que vio de niño en un grabado y que le había hecho tener pesadillas muchas
noches, Cancerbero, el guardián de la puerta de los infiernos.
Rezó y rezó para que no pudiese llegar hasta
él, estaba ya más arriba de la mitad de mástil, buscó y encontró el cinturón
del pantalón que llevaba debajo, con él se sujetó al mástil, los pies le
reposaban sobre una cruceta de éste, esperaba que no soplase más viento que la
pequeña brisa que había porque le podría poner en peligro.
Suerte que era la noche más corta del año y
pronto amanecería.
Hombre, pensó, había oído hablar varias veces
de la rueda de santa Catalina, un fenómeno que se veía al amanecer del día 24
de Junio. Si era verdad hoy tendría ocasión de verla y muy clarita, desde la
primera fila.
Cuando iba llegando el amanecer, la bestia
parecía calmarse, cuando salió el sol, en un amanecer que le pareció a Ricardo
el más radiante, comprobó que la bestia iba disminuyendo de tamaño, al igual
que sus tres cabezas.
Cuando el sol calentó la banda de babor del
barco, el perro había recobrado su tamaño y estado natural y estaba llorando a
los pies del mástil.
Ricardo había sacado sus conclusiones, la
noche anterior, Lara y su novio habrían sacado a Cervero a pasear, se
encontraron en la cala al lado de Ciudadela con que salía la luna llena y la
fiera se abalanzó sobre ellos y organizó la matanza de los dos chicos, luego se
retiraría a cualquier rincón y por la mañana volvió al barco.
Ricardo pensó, había visto la luna llena esta
noche por segunda vez, todavía quedaban noches con luna llena, bajó con sumo
cuidado y vio que el animalito se le acercaba, lo cogió en brazos, no sabía si
tenía culpa de nada, pero se fue a sotavento y sin que se diera cuenta lo tiró
al agua lo más fuerte que pudo.
Vio como no hacía por nadar, se quedó estático
a flor de agua y con la mirada de fuego que tenían las tres cabezas de la noche
anterior, no hizo ningún movimiento, se diría que sabía que todo movimiento que
hiciese terminaría agotándolo. En cinco minutos ya no se veía.
Ricardo cambió de rumbo, ya no hacía falta
esconderse tanto, sabía cómo había sido la desaparición y nadie podía
relacionar a los chicos con él, viró al W, iría a la Costa Brava, allí
decidiría el nuevo destino.
Cogió el botiquín y se desinfectó la pierna y
la curó, luego le puso un vendaje y se dispuso a prepararse una abundante
comida.