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jueves, 26 de enero de 2023

EL AFILADOR (Capítulo V)

 

 

El Afilador


 Pedro  Fuentes


 

 CAPITULO  V

 

 

A las siete cuarenta llegó Pedro. Cinco minutos más tarde apareció un Land Rover conducido por el policía que me había dado la declaración para firmar, al verme puso cara de “por poco me meto en un lío”.

Guardaron silencio hasta llegar al lugar de los hechos, Pedro y José Miguel se saludaron efusivamente. Hubo presentaciones e instrucciones de lo que iba a hacer. La zona estaba acordonada y vigilada desde que se descubrió el cadáver para evitar que se pudiesen contaminar las posibles pruebas.

José Miguel dirigía la operación, de vez en cuando hacía parar y preguntaba alguna cosa. Además había ordenado que un policía de su equipo hiciese fotografías e incluso disimuladamente a las personas que curioseaban al otro lado de la cinta de “no pasar policía”

Pedro, al lado de Ricardo tomaba notas de vez en cuando.

Cuando se repetía por segunda vez hizo parar y le dijo a Ricardo:

Por favor, quiere repetir qué hizo usted.

Ricardo volvió a explicar al pie de la letra lo que había hecho en los siete minutos que tardó en llegar la policía.

¿Qué hizo con el perro ese rato?

El animalito sabía que pasaba algo raro y estaba no sé si por el frío o porque veía que yo estaba nervioso, temblando, lo cogí en brazos y ya no lo solté hasta que nos fuimos.

¿Y usted? Dijo señalando al Rodolfo. ¿También cogió a su perro en brazos?

Hubo un conato de risotadas y Rodolfo dijo:

No señor, como ya lo tenía cogido de la cadena jalé de él y nos alejamos, yo estaba muy aturdido y no sabía lo que hacía.

Perdone, señor comisario, dijo Pedro:

¿Puedo hacerle una pregunta al señor?

Proceda, dijo José Miguel que durante el acto oficial trataba a sus amigos de usted.

¿No se acercó en ningún momento a la víctima?

Rodolfo pareció dudar pero luego dijo:

 No, no sé…… estaba muy aturdido.

Según las fotos del calzado que llevaban cuando encontraron a la muerta, en los zapatos de Ricardo, que confiesa que se acercó al río, había mucho menos barros del que tenía usted, cuando habían andado lo mismo más o menos. Dijo Pedro.

José Miguel miró a Pedro y éste apreció una ligera sonrisa, luego miró a  Rodolfo, se acercó a él, con cuidado de no estar en el terreno de Pibe y le preguntó a boca jarro:

¿No se acercó en ningún momento al cadáver?

¡No!, estaba aguantando a Pibe, además me aturdí mucho, tuve miedo, aunque llevo muchos años en España, con los papeles en regla y trabajo, soy extranjero y a veces, sin quererlo, se mira de otro modo a los sudamericanos.

No, no miramos de otro modo a los extranjeros, nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Dijo el comisario y luego le soltó de golpe:

Usted se acercó al cadáver y luego, con esta rama que encontramos detrás de esos matorrales, donde estaba cuando llegó la policía, trató de borrar las huellas, mientras tanto el perro estuvo atado a ese árbol de allí, fíjese en las huellas de la cadena en el tronco y las pisadas inquietas de animal.

Rodolfo, totalmente fuera de sí le contesto:

¡Sí! Me acerqué, ¡pero yo no la maté!, cuando la vi, me pareció conocerla, me acerqué,  no, no era quien yo pensaba, la había visto alguna vez por el pueblo pero no la conocía. Luego me di cuenta de lo que había hecho, me entró el pánico y borré las huellas con unas ramas.

El afilador, que hasta el momento estaba callado, tratando de no llamar la atención dijo:

¡Señor comisario! Ese hombre, el día del asesinato, por la mañana estuvo afilando cuchillos y unas tejeras, uno de los cuchillos era grande, de picar, me dijo que se lo dejara bien afilado, que lo usaba mucho.

Rodolfo, medio llorando dijo:

Sr. Policía, los cuchillos están todos en casa y puede revisarlos.

No se preocupe que lo haré, dijo José Miguel. Y a continuación llamó a un agente que llevaba una carpeta, El comisario abrió la carpeta y sacó una foto, se la enseñó al afilador y le preguntó:

¿Es esta la mujer con la que quedó usted en la cafetería?

Sí, creo que sí, pero no vino, le esperé media hora, el camarero se lo puede confirmar, fue en la cafetería Hamilton, que  está al salir del pueblo por la nacional. Estuve allí desde las siete a las siete y media, primero tomé un café y luego una coca porque me iba a marchar y tenía que conducir.

No se preocupe que también lo comprobaré.

El resto de la mañana estuvieron en la escena del crimen, luego, cuando terminaron, José Miguel dijo:

No pueden marchar de su residencia habitual. Los iremos llamando a todos a comisaría para más interrogatorios.

 


 

jueves, 19 de enero de 2023

EL AFILADOR (Capítulo IV)

 

 

 

 

El Afilador

 

Pedro  Fuentes

 

CAPITULO  IV

 

He leído en el informe y las declaraciones que tú encontraste el cadáver juntamente con un ciudadano argentino.

Bueno, en realidad fue Trouvé y su perro, un mastín enorme de setenta kilo, de mi amigo y que se llama Pibe.

¿Conoces mucho a Rodolfo?

Hombre, pues no, lo justo desde hace unos meses de pasear con los perros, se llevan bien y juegan bastante y Rodolfo es una persona con la que se puede hablar de cualquier tema y nosotros lo hacemos, hablamos de perros, de lo divino y de lo humano, pero sabes que me gusta y me precio de conocer a las personas, tanto él como su mujer son una pareja agradables.

¿Pudieron los perros acercarse a la víctima? Es decir, lamer sangre o algo por el estilo, lo digo pos las pruebas de ADN, que no vayamos a encontrar algo que nos despiste.

No, ladraron de miedo, los perros a veces se asustan por el mero hecho de ver a una persona totalmente inmóvil, quien no tiene perros se piensan que los animalitos siempre ladran igual y no es así, por eso, porque los entendimos corrimos hacia allí, comprendimos que algo los había espantado, cuando llegamos estaban a más de tres metros del cadáver, además la tierra estaba húmeda y se hubiesen visto las pisadas por lo menos de Pibe, que pesa unos setenta kilos. Nosotros, como ya habrás visto las declaraciones y por separado, yo, por cierto no sé lo que declaró Rodolfo, vi de lejos que aquella mujer estaba muerta y bien muerta, es más, me fui para atrás y os llamé, luego me fui a un rincón un poco alejado y estuve vomitando.

¿Qué hizo Rodolfo mientras tanto?

No lo sé, no lo vi, cuando llegó la policía estaba a unos cinco metros a mi derecha, no lo veía bien por las ramas pero estaba pálido como la cera y acariciaba a Pibe que estaba muy nervioso.

¿Es verdad lo que dice la prensa de que ha habido tres casos más? Le pregunté.

No,  dos, muy similares pero hay que esperar a la autopsia, en los dos anteriores fue con un cuchillo de picar muy afilado, recién afilado, pero solamente una puñalada fue mortal, la primera, el resto no eran mortales ni de ensañamiento, fueron como para despistar y no hubo avisos, la ropa les fue arrancada después de muerta y en los tres casos, ese mismo día había estado el afilador en el pueblo, ambas mujeres ha reconocido el afilador que fueron con cuchillos grandes a afilar y que incluso una de ellas estuvo coqueteando con él, pero no pasó nada.

Hemos tenido al afilador veinticuatro horas retenido, interrogándolo porque ha dado la casualidad de que en los tres casos ha estado el mismo día en el pueblo donde se cometieron los asesinatos, además se sabe que va detrás de cualquier cosa que lleve faldas, su mujer le dejó hace tres años acusado entre otras cosas de maltratos. Pero no hay forma, lo único que reconoce es que las tres víctimas habían sido clientes suyas el día que murieron, la segunda estuvo coqueteando con él, le dijo cuatro cosas y quedó con ella aquella tarde en un bar de las afueras del pueblo, fue, pero ella no apareció, se tomó un café y al rato una cola y se marchó a su casa.

¿Crees que ha podido ser el asesino? Le dije a José Miguel.

No, no creo, es un perfecto idiota, pero no creo que sea el culpable, aunque todas las evidencias le señalen a él. Lástima que en los asesinatos anteriores no nos encargamos nosotros y las pruebas que hay no son muy fiables, además no se rastreo bien el terreno y no se encontraron ni huellas ni el cuchillo.

Mañana vamos a seguir rastreando el terreno y vamos a intentar reconstruir los hechos, ya hemos avisado al argentino y llevaremos también al afilador y por supuesto tú.

¿Puedo llamar a Pedro? Como sabes vive en una población cercana y es un tipo muy observador y saca unas conclusiones muy acertadas.

Si, además me encantará saludarlo de nuevo, la vez anterior, si no llega a ser por sus fotos, quizás todavía estaríamos como el 11 de Marzo. Por cierto, llevaremos a Trouvé y a Pibe.

Os pasaremos a buscar a las siete cuarenta y cinco para estar allí a las ocho, que es la hora aproximada a la que encontrasteis el cadáver. ¿Avisas tú a Pedro o lo hago yo?

No, ya lo aviso yo porque si no le vais a dar un susto.

José Miguel se levantó y se despidieron hasta el día siguiente.

A continuación llamé a Pedro y le dije:

¿Pedro? ¡Hola! Soy Ricardo, ¿Te has enterado del crimen de mi pueblo? Bueno, no sé si sabes que yo encontré el cadáver. ¿Sabes que ha venido de Madrid un grupo tipo CSI y que el jefe es José Miguel?

Después de contarle todo, le pedí que viniese y aceptó inmediatamente. Como no, Pedro siempre decía que había aprendido a leer con novelas de Agatha Christie.

 

jueves, 12 de enero de 2023

EL AFILADOR (Capítulo III)

 

 

El  Afilador

 

Pedro  Fuentes  

 

 

CAPITULO III

 

A la mañana siguientes, cuando salí a pasear al perro, de dirigí sin dudarlo hacia el puerto, allí me encontré con las personas de siempre, todos hablaban de lo mismo, decían los periódicos que la mujer asesinada, por lo visto era de la población. Al conocerse que  era uno de los dos que se encontraron el cadáver, todo el mundo me preguntaba,  al final, me marché de allí asqueado por lo macabro de las preguntas y el querer saber de los detalles.

Nuevamente me encontré con Rodolfo y el mastín amigos de Trouvé y mío. Ninguno de los dos, Rodolfo y yo, queríamos volver al río.

Recorrimos el camino comentando lo pasado, Rodolfo estaba un poco indignado, no le había gustado la actitud de la policía, habiendo querido colaborar con ellos, se había sentido acosado por la policía, como si fuese un sospechoso.

¡Che! ¡No querían que leyese la declaración! Me dijo en su acento porteño.

No te preocupes, son formas de hablar, no pasa nada, a mí también me lo hicieron y le contesté y le dije que si no le gustaba que viniese su jefe.

Ya a la vuelta, en el quiosco de periódicos de casa compre el periódico y me fui al apartamento a leerlo.

La prensa no contaba gran cosa, habían identificado a la víctima, era una mujer de mediana edad, le estaban haciendo la autopsia pero no se sabían más detalles, solamente que parecía que había un sospechoso al que estaban interrogando.

Al parecer se estaba esperando a un grupo de la policía científica que llegaría de Madrid, lo que daba veracidad a rumores de que había habido tres casos similares en la provincia pero que se habían acallado por no sembrar el terror entre la población.

Aquella tarde, a eso de las cinco, recibí una llamada telefónica.

¡Sí! ¿Quién es? Contesté

¿Ricardo? Hola, soy José Miguel ¿Te acuerdas de mí? Del caso de “La misteriosa dama de negro”

Estoy en la policía científica y he venido para investigar el caso del “Afilador” y al ver tu nombre relacionado, me gustaría hablar contigo ¿Puedo verte esta tarde? Nada oficial, ¿Puedo acercarme a tu apartamento?

Desde luego, ¿A qué hora vendrás? Además estaré encantado de saludarte.

Vale, te espero en una hora.

A la hora en punto llegó José Miguel, Trouvé pareció conocerle y se lanzó hacia él.

Le saludé como a un viejo camarada y después le ofrecí un café y un whisky que no despreció.

Nos sentamos en sendos sillones, uno frente al otro, encendimos unos cigarrillos, nos contamos las últimas novedades sobre nuestras vidas y brindamos con el alcohol.

El caso es que ya estaba un poco arto de la antiterrorista y conseguí meterme en la científica, una especie de CSI pero con menos medios y más modesta, vamos a la española.

 

miércoles, 4 de enero de 2023

EL AFILADOR (Capítulo II)

 

 

 

EL AFILADOR

 

Pedro  Fuentes

 

CAPITULO II

 

 

Tal y como es costumbre, a eso de las siete y media, por las mañanas, Trouvé suele saltar sobre la cama y me despierta para ir a pasear, así que me toca levantarme, arreglarme, tomar un café con leche y salir a la calle.

Aquella mañana, como tantas otras nos fuimos hacia el río, por lo que llamamos familiarmente “la ruta del colesterol” a esas horas hay muchas personas corriendo, otros simplemente andando, muchos siendo paseados por sus perros, uno de ellos, un mastín gigantesco y amigo de Trouvé. Como seguíamos el mismo camino, Rodolfo, su dueño y yo decidimos seguir mientras charlábamos de todo, como casi cada día que nos vemos.

Cuando llegamos al río, soltamos a los perros y se dedicaron a perseguirse y jugar. Por lo general Trouvé sale revolcado varias veces, incluso a veces se  mosquea y le gruñe a Pibe el  mastín, el cual no le hace ni caso.

Después de jugar un rato, Trouvé, seguido de Pibe, se adentró por entre la vegetación y a los dos o tres minutos nos sobresaltaron con los ladridos, cosa que no suelen hacer, corrimos hacia donde estaban pensando que no se hubiesen encontrado con alguna alimaña.

Cuando llegamos a donde estaban, nos quedamos parados de golpe, lo que allí vimos era terrible, en el suelo, semi desnuda y cosida a puñaladas había una mujer, su cabeza parecía separada del cuello y un gran tajo corría de oreja a oreja.

Cogimos rápidamente a nuestros perros y los separamos.

Sin hablar cogí el teléfono móvil y llamé a la policía.

Nos separamos del lugar sin mirar aquello.

Yo había visto varios casos de accidentes, y muertes violentas pero aquello me dejó tan mal que me desplacé hacia el río y estuve vomitando hasta que llegó la policía,

A partir de aquel momento empezó a aparecer gente, los que iban llegando al río y veían lo que allí pasaba se quedaron. Siempre me ha horrorizado lo macabra que es la gente cuando hay alguna cosa de estas.

La policía local, rodeó la zona con una cinta de plástico, al poco rato llegó la policía científica, el juez para el levantamiento del cadáver, una ambulancia y varias docenas de personas a las que la policía local trataba de dispersar.

Se hicieron mediciones, se buscaron restos o pistas.

 Rodolfo y yo tuvimos que contar lo ocurrido varias veces, nos hicieron fotos del calzado, ya que aquella noche había llovido algo y había huellas en el barro.

Alguien, de los que miraban comentó:

En mi pueblo dicen que cuando se oye el silbato del “afilaor”, anuncia una muerte.

Otra dijo:

Pues en el mío dicen que va a llover y anoche llovió.

Sí, pero también hubo muerte, replicó otra.

Se nos acercaron varias personas y nos preguntaron si conocíamos a la víctima.

No, no podemos hablar, nos ha dicho la policía que no podemos hablar con nadie.

Al fin, después de varias horas de interrogatorios, tanto “in situ” como en el ayuntamiento, donde habían habilitado un despacho para la policía judicial que había venido de la capital.

Por la tarde, por separado, tuvimos que ratificar las declaraciones tanto Rodolfo como yo.

Cuando llegué allí, otra vez me tomaron todos los datos referentes a nombre, domicilio, carné de identidad, etc. Luego me sacaron tres folios escritos a máquina y un policía me dijo:

¡Firme aquí!

Con mucho gusto, pero antes permítame que lea el escrito. Le contesté.

Ya empezamos mal si no se fía de nosotros. Me dijo.

Oiga, perdone, yo me fio de todo el mundo, pero esto es una cosa muy seria y cualquiera se puede equivocar, así que si no le importa, leeré primero estas hojas, y si no le gusta, avise a su superior y se lo diré a él. Le contesté ya con un tono seco y serio.

Bueno, bueno, ¡Léalo!

Después de leer lo firmé, era mi declaración, igual desde el primer momento.

Bueno, ya puede irse, pero no se marche de la población sin nuestro consentimiento.

Buenas tardes, dije y me apresuré a salir de la habitación.

Ya en la puerta principal, al salir me crucé con el afilador que entraba custodiado por dos agentes.

Aquella noche ni siquiera cené, tenía el estómago bastante revuelto, me metí en la cama, pasé la noche en un duerme vela lleno de pesadillas y escenas del cuerpo cosido a puñaladas, me vinieron a la mente las muertes violentas ocurridas hacía algún tiempo en Menorca y Porto Pino. Trouvé notó mi nerviosismo, saltó sobre la cama y se puso a dormir a mi lado.

Por la ventana, a través de los cristales apareció una luna llena esplendorosa, por mi columna vertebral corrió un escalofrío y empecé a temblar, alargué la mano hacia donde notaba a Trouvé y éste me lamió la mano como muestra de cariño.

Los recuerdo pasaron por mi cabeza, todo aquello quedaba atrás, cuanto tiempo parecía haber transcurrido y sin embargo solamente había pasado un año.