EL AFILADOR
Pedro Fuentes
CAPITULO XVIII
Aquella tarde, los tres amigos, junto con el equipo de huellas, en dos coches se dirigieron al apartamento del camarero, antes de abrir la puerta que conducía al jardín, ya estaba la vecina en la pequeña terraza de su casa. A instancias del comisario bajó.
Perdone que le molestemos de nuevo, ¿Podría decirnos si la tarde noche que desapareció Anselmo, alguien vino a visitarlo o preguntó por él? Preguntó José Miguel.
No que yo sepa, no vi a nadie.
¿Está segura? Mire que si nos miente puede ser acusada de entorpecer las investigaciones de la policía.
¿No estuvo en el balcón de la casa alguien aquella tarde? Hay testigos que vieron a alguien al pasar por la carretera.
Bueno, es que no recordaba si fue aquel día, estuvo un amigo de Anselmo, su amigo, viene de vez en cuando, ese día estuvo, si va a quedarse mete el coche en el parquin, pero aquel día vino con una moto de gran cilindrada, la dejó en la puerta, al lado de la valla y entró, no había nadie en la casa y abrió él, tiene llave, y estuvo esperando en el balcón, fumó un cigarrillo y se marchó. Ya no vino nadie más.
¿Sabe cómo se llama el amigo y de donde es o vive?
Se llama Adolfo y creo que es de Sitges. Pero los dos son gentes muy correctas, no se meten con nadie ni hacen mal a nadie, además, son educadísimos.
Tendrá que pasar mañana por comisaría, en el ayuntamiento, a firmar una declaración y piense si hay algo más que deba contarnos, terminó el policía.
Ahora vamos a pasar a la casa a revisar unas cosas. Se supone que usted no conoce la dirección de Adolfo en Sitges.
No, señor, a mi no me gusta meterme en la vida de los demás.
Una vez dentro del apartamento dijo el comisario:
Adelante, muchachos, lo quiero todo, hasta el último cabello, colillas, basuras, todo lo que encontréis susceptible de contener ADN, manchas de sangre, lo que sea.
Nosotros, dijo a sus amigos, agendas sobres, teléfonos, direcciones hay que averiguar todo lo que sea del amigo de Sitges.
Al cabo de cuatro horas salieron del apartamento con muestras de todo tipo y la dirección y afiliación completa de Adolfo, por lo visto eran una pareja estable desde hacía mucho tiempo.
José Miguel mandó a los policías a la comisaría para preparar los envíos al laboratorio y los tres amigos se dirigieron al Hamilton.
Al atardecer, el Hamilton se anima bastante, pero cuando empieza a funcionar es cuando termina el día, como hay restaurante y hostal.
Al lado el Hamilton propiamente dicho, que funciona como bar de copas, cuando va terminando el día, además de los clientes asiduos se llena de camioneros que han cubierto el cupo de kilómetros y se quedan a dormir.
A esas horas, cuando llegaron los tres amigos, había algunos clientes, pero más bien moscones que van del trabajo a casa y paran allí un rato para ver a las niñas y retrasar el regreso a casa con la rutina de la mujer y los niños, así que cuando entraron los tres amigos, alguna de las chicas del turno de noche que no saben que es la policía, se alegran porque piensan que sacarán alguna “chapa”.
Hola, dice José Miguel a la primera que se acerca, queremos ver a Dominic, soy policía.
No está, todavía no ha llegado, nos avisó de que hoy se retrasaría.
¿Y Anselmo? El camarero, ¿Ya ha venido?
No, de Anselmo no ha aparecido, menudo mosqueo tiene el jefe, nadie sabe donde está. El jefe creo que ha ido a hablar con un conocido de su amigo para traerlo aquí una temporada.
Ponnos tres cervezas mientras esperamos.
Ricardo que estaba apoyado de espaldas a la barra, le dijo a los dos ¡Mirad quién se acerca!
Los tres miraron hacia el cristal de al lado de la puerta y vieron como se aproximaba entre dos coches la furgoneta del afilador, cuando éste miró hacia dentro, una vez parado vio a los tres hombres de la barra, entonces, disimuladamente, metió la marcha atrás y salió, entonces encendió las luces de nuevo y se marchó.
Bueno, bueno, alguien no nos quiere ver, dijo Pedro.
¿Por qué será? Dijo Ricardo.
Quizás mañana lo debamos llamar de nuevo, será la forma de tenerlo lo más en tensión posible, porque me da la impresión de que sabe algo más de lo que nos cuenta. Comentó José Miguel.
Si, dijo Ricardo, mira disimuladamente hacia mi izquierda detrás de la barra. ¿No te da la impresión de que la niña que nos ha atendido habla de nosotros por el móvil?
Estará avisando al jefe.
¡Caray! Dijo Pedro, este bar está lleno de sorpresas, mira al fondo, tu amigo Rodolfo está sentado en una mesa. ¡Oh! Casualidad de la vida, con Elisabeth.
¡Vaya! ¡Vaya! Este bar parece el “Club social de Cheyenne” Y tu amigo parece que conoce no solo a las muertas sino a las vivas. Quizás se nos ha escapado algo al interrogarlo, ¡estos porteños!
Una vez oí a un argentino que decía: “Dios cuando hizo Argentina le salió tan bien y tan maravilloso que luego, para compensar un poco creó a los argentinos”. Dijo Pedro.
Mañana cuando coincidáis paseando a los perros no le digas nada, esperemos que ahora no nos vean, aunque parece que ven a poca gente. Vámonos a una mesa en el otro rincón a ver si pasamos desapercibidos. Aunque no creo que Domingo venga, ya está avisado de que estamos aquí.
He dado orden de que vigilen de lejos a Adolfo en Sitges, vamos a ver de qué pie cojea y si por casualidad están allí los dos palomos.
A las diez, cuando el Hamilton estaba llenándose de gente para cenar, José Miguel llamó a la camarera que los había atendido y le dijo:
¿Sabes si Dominic tardará más?
¡Huy! Me había olvidado, ha llamado y me ha dicho que se le ha hecho tarde y que hoy no vendrá. Dijo la camarera con una cara de inocencia digna de una ursulina.
José Miguel dijo:
Voy a empezar a citar a unos cuantos personajes, aunque solamente sea para sacarlos de sus casillas a ver quién se equivoca primero en las declaraciones.
Los tres amigos marcharon del bar y cada uno se fue a su casa hasta el día siguiente que quedaron a las diez de la mañana.