La Barbería
Pedro Fuentes
Capítulo IV
Eran ya las seis y media de la tarde cuando salí del hotel y me dirigí a casa de Miguel, el sobrino del barbero.
Era una casa más moderna, unifamiliar también, pero más sobria, en ésta las plantas era menos floridas que las de Paquita.
Llamé a la puerta y me abrió una mujer de unos sesenta años vestida de negro y un delantal blanco, en las manos llevaba un paño de cocina, en el que se las secaba.
Buenas tardes, ¿Está don Miguel?
No, en estos momentos no está, pero está a punto de llegar. ¡Mire! Por la esquina de la calle viene, ya le he dicho que llegaría en un momento,
Por la calle venía un hombre de unos cincuenta y pico de años, algo encorvado y apoyándose en un bastón pese a que no parecía cojear.
Buenas tardes, don Miguel, soy Pedro Fuentes y me gustaría hablar un poco con usted sobre su tío Rafael.
Si, ya me ha comentado mi hermana que vendría, pero no tengo nada que decirle, este asunto de mi tío ya está zanjado, pasó hace muchos años y a nadie le gusta que remuevan a sus muertos, dicho esto también hizo la señal de la cruz.
Verá, yo no tengo ningún interés especial, en 1959 con nueve años, mi tía, que vivía aquí me contó una historia, a mí, el relato me impresionó, desde entonces he venido un par de veces a la ciudad y como la barbería sigue cerrada, me gustaría saber más del misterio.
No hay tal misterio, las gentes se han encargado de hablar e inventar historias, con lo cual lo único que ha pasado es que nos han perjudicado a mi hermana y a mí y encima, ahora que ya la gente parece olvidar, aparece usted a remover el asunto.
Mire, yo tengo una hipótesis, se la voy a contar para que se aclaren sus dudas y nos deje en paz.
Pase usted, en el patio estaremos más frescos, me franqueó la entrada y pasamos a un recibidor que nos conducía directamente al patio, ahora si era un verdadero patio andaluz, de las paredes colgaban montones de tiestos con flores, en el centro una fuente que manaba un agua que parecía ser la más fresca del mundo, en un lateral una mesa de hierro forjado y cerámica y encima, un botijo con el pitorro y la boca con unos pequeños paños confeccionados con punto de crochet. ¿Quiere usted algo? ¿Le apetece un fino fresquito?
De acuerdo, don Miguel.
¡Rosario! ¡Traiga una botella fresca de fino y dos copas!
Siéntese, por favor.
Me ofreció una silla, al lado de la mesa del botijo y de espaldas a la fuente. El se sentó enfrente de mí. Sacó un paquete de Ducados y me ofreció. De encima de la mesa cogí una caja de cerillas y le encendí su cigarrillo y luego el mío.
Apareció Rosario con la botella de vino y dos copas, Miguel las llenó, ofreció una y con la suya en la mano hizo ademán de brindar, repetí su gesto y ambos bebimos un sorbo.
A mi tío Rafael le llamaron a hacer el servicio militar, tenía entonces un familiar o amigo oficial de la Guardia de Asalto y se fue voluntario a su unidad, era 1932, allí le sorprendió la segunda república, también en Madrid, la Guerra Civil y luchó contra los rebeldes, cuando acabó la guerra, en la que pasó bastante desapercibido, volvió aquí y se presentó a los nacionales haciéndoles creer que había estado escondido en el pueblo por miedo a los republicanos. Le tocó hacer la mili de nuevo.
Al cabo de los años alguien le denunció y marchó, no se sabe dónde, organizó los bulos sobre la barbería y nunca más se supo de él.
Esa es mi teoría y lo que yo pude saber por los papeles que dejó y yo me encargué de destruir, la mancha de sangre es verdad, antes de desaparecer, cuando preparó la huida, él mismo se hizo un corte en el brazo izquierdo y manchó el suelo de sangre, intentamos sacarla cuando heredamos pero no se nos ocurrió sino echar sosa cáustica y fue peor el remedio que la enfermedad, se comió las baldosas de la sangre y alrededor y quedó una mancha parduzca que ya no ha desaparecido con nada.
En fin, por los papeles que dejó, son las conclusiones que yo saqué, todo lo que podía implicarle con la república y sus ideas políticas, un tanto comprometidas a favor de la FAI y las teorías anarquistas, las destruí, no era cosa de empeorar lo que pudiesen decir vecinos envidiosos, llenos de maldad y revanchismo. Mi tío no fue ni un asesino ni una mala persona, defendió una idea y ayudó a todo el que pudo.
¿No tiene fotografías? Su hermana me enseñó una en su casa con el uniforme de Guardia de Asalto.
No, un par de ellas, las de la guerra y la República las destruí. Tengo varias de cuando hizo la milicia en Madrid y después de la guerra cuando lo incorporaron de nuevo al ejército, por cierto también en Madrid.
¿Puedo ver alguna? La verdad es que creo que su teoría es verdaderamente asumible y como además me dedico a escribir historias, algunas de ellas se empiezan a publicar, la historia de su tío con su teoría puede ser un relato muy interesante y si su tío desapareció voluntariamente y anda por algún rincón del mundo pudiese ser que terminara en sus manos. ¿No ha recibido nunca ninguna noticia o señal de que está vivo? Yo mismo, mi abuelo desapareció hace mucho más tiempo que su familiar y hace poco tuve noticias de dónde había estado hasta su muerte.
No, nunca supimos nada de él, no estaba muy apegado a su familia, de hecho sus únicos familiares vivos eran mi hermana y yo y la verdad, no tuvimos muchas relaciones.
¿Me enseñará las fotos?
Si, espere un momento, tengo un álbum en la biblioteca.
Se levantó y salió por una puerta lateral del patio, mientras tanto me dediqué a curiosear, era un jardín lleno de buen gusto y saber hacer. No vi la mano de Miguel en él.
Entró de nuevo Miguel con un álbum en las manos, iba buscando las fotos que me quería enseñar.
Tiene un patio muy hermoso, le dije.
Sí, pero no es obra mía, lo cuida Rosario, ella ha estado con mi familia toda la vida y es la que se encarga de la casa y de mí, yo soy soltero y si no fuese por ella no sé lo que haría.
Había unas diez fotos de Rafael en el álbum, o por lo menos esas me enseñó. La primera de ellas era la que vi en casa de doña Paquita, Había otra igual, en el mismo sitio, de las clásicas hechas en la puerta del Retiro con Rafael y un compañero de armas, otra de la misma época en lo que parecía una verbena con el mismo compañero y dos chicas jovencitas, bastante más que ellos, los cuatro delante de una especie de noria, una de las chicas me resultó como si la conociese de algo, cosa muy improbable.
El resto eran del otro periodo militar, el de las tropas de Franco y cosa curiosa, parecía rememorar las anteriores. Rafael y su amigo ambos con el mismo uniforme pero su amigo con los galones de cabo. En otra estaba Rafael con una de las dos chicas, ahora con unos años más me di cuenta de que sí la conocía.
¿Sabe el nombre del compañero de armas o el de las chicas?
No, en absoluto.
¿Me dejaría sacar unas copias?
No, desde luego que no.
Bueno, pues muchas gracias por todo, ha sido usted muy amable, no le molesto más, seguro que ha venido del trabajo y no le he dejado ni quitarse la chaqueta.
Bueno, no es un trabajo agotador, soy maestro y solamente trabajo en horario escolar.
Pues le repito, muy agradecido, si alguna vez escribo algo de esta historia lo haré con nombres supuestos y antes de publicarlo les enviaré una copia a usted y su hermana para que me den el consentimiento.
Nos levantamos ambos y me acompañó hasta la puerta, le di la mano y le dije:
Lo dicho, muy agradecido y encantado de conocerle.
Cuando salí de la casa ya empezaba a oscurecer y decidí andar por el centro de la ciudad, por lo que tuve que atravesar aquel parque que de niño recorrí con mi tía y su hermana, mi madre, ya casi en la salida, en un quiosco en el que había estado con mi padre me senté a tomar una cerveza y recordar momentos felices de la infancia, mientras en mi cuaderno recogía todos los datos de la historia de Rafael.