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jueves, 28 de diciembre de 2023

LA TANGANA

 

LA TANGANA

 

Pedro Fuentes



Temporada 1983/84, Tercera División Nacional de Fútbol, Grupo XII. El partido más violento de la Liga española lo disputaron la S.D. Tenisca y la U.D. Mensajero, los dos de La Palma y máximos rivales desde 1.922.

Pero antes de llegar a aquel partido, el día 3 de Octubre de 1.983, vamos a analizar qué sucedió y por qué se llegó a aquella situación.

La Sociedad Deportiva Tenisca se fundó en 1922 y me remito a las crónicas que dicen:

La fundación del club se gestó en las escalinatas de la Plaza de San Francisco, en Santa Cruz de la Palma, cuando un grupo de jóvenes decidieron crear el Tenisca Club Balompié. Sus nombres eran: Antonio Pérez Castro, Juan Antonio Hernández Toledo, Blas Pérez Casañas, Luis Rodríguez Hernández, Félix Pérez Casañas, Sergio Arrocha Martín, Celestino Hernández Acosta, Nicolás Cabezola Perera, José Arrocha Rodríguez y Domingo Calero Labesse.

Se eligió la denominación de Tenisca para el nuevo club por ser el nombre de una princesa benahoarita; el nombre fue planteado por Luis Rodríguez Hernández.”

Al poco tiempo de su nacimiento, ya hubo sus más y sus menos, a consecuencia de los cuales, un grupo se separó y los escindidos crearon el Mensajero.

Las rencillas y piques entre ellos, existieron durante toda la vida, pocas parejas llegaron al matrimonio siendo cada uno socio de un club diferente, era la versión moderna de “Montescos y Capuletos”.

Se cuenta que el primer partido que jugaron el Tenisca contra el Mensajero y recalco el contra, fue el 13 de Julio de 1924 quedando empatados a 0.

El Mensajero planteó un partido a lo “supercadenaccio”, los once jugadores se metieron debajo de los palos de la portería y no hubo forma de que pudiesen marcar los del Tenisca, la verdad es que no he podido conocer a nadie que me explicase qué hizo el árbitro, qué los jugadores del Tenisca y qué el público, pero creo que con esos ánimos pudo armarse la “gorda”.

Un mes más tarde jugaron de nuevo y el resultado fue de 6-1 a favor del Tenisca.

Las crónicas comentan que entre 1926 y 1930 no se disputaron partidos de futbol en Santa Cruz, todo ello debido a: (copio textualmente de Wiquipedia)

A partir de 1926, y casi hasta 1930, se jugará poco al fútbol en Santa Cruz de La Palma.

La causa parece haber sido la frecuente dureza con que se empleaban los jugadores y que ocasionó más de una grave lesión, amén de grandes polémicas populares en contra del fútbol.”

Temporada tras temporada, cuando coincidían en la misma categoría, los partidos entre Tenisca y Mensajero eran de alto riesgo.

Yo había ido alguna vez con mi padre y algún hermano al viejo campo del Bajamar, creo que en mi vida vi un par de veces un Tenisca-Mensajero y la verdad no recuerdo la violencia que aquellos partidos generaban.

No era muy seguidor del futbol en general y ni de aquel en particular, de aquellos partidos recuerdo vagamente dos cosas, una que me pasaba el partido esperando saliese el balón por el lado de la carretera, porque eso era caer al mar, siempre había allí chicos dispuestos a ganar algún duro por tirarse a recogerlo, la otra era una especie de magdalenas con pasas, no recuerdo como se llamaban, que mi padre me compraba.

Por cierto, si alguna vez mi padre me reñía me vengaba diciéndole que me hacía del Mensajero, lo peor que le podía decir a mi padre.

El era del Tenisca.

Cuando perdía llegaba a casa enfermo.

Todo ello hacía que se fuese caldeando cada vez más el ambiente para los partidos de máxima rivalidad, no ibas a comprar a una tienda por su mayor calidad, ibas por si era del Mensajero o del Tenisca.

Cuando los críos jugaban al futbol, yo jugaba, de crío, en la plaza de Santo Domingo, no jugaban al futbol, se jugaba al “Mensajero-Tenisca”.

Cuando ganaba uno de los dos, en su local social había baile, en el otro apagaban las luces y se dedicaban a mirar por detrás de las cortinas, no sé qué pasaba, pero no me extrañaría que llorasen amargamente.

Después de aquellas refriegas en el campo de futbol, en las casas de los perdedores aquella noche no se cenaba o se cenaba a escondidas del o la forofo. Digo “del o la” porque había también muchas seguidoras de ambos equipos. Según he averiguado, el partido de 1983 condujo a varias parejas a la separación.

A continuación copio íntegramente la crónica del partido publicada en el diario “El País” de 7 de Octubre de 1.983.

El partido Mensajero-Tenisca, de la Tercera División canaria, disputado el pasado domingo, fue considerado por miembros del Comité de Competición como uno de los encuentros más violentos disputados hasta ahora en el fútbol español. Un total de 48 encuentros de suspensión merecieron sus incidentes. El partido de estos dos equipos, que pertenecen a la misma ciudad, Santa Cruz de La Palma de unos 15.000 habitantes, estuvo rodeado de. Circunstancias muy especiales. El árbitro del partido, Gilberto Casañas, de Santa Cruz de Tenerife, aseguró que cada una de las peñas con que cuentan los equipos se jugaron dos millones de pesetas en una apuesta. El colegiado contó que los aficionados de la peña del Mensajero dieron también de ventaja el empate a sus contrincantes. También indicó el árbitro que se filmó el partido en un vídeo por un fotógrafo profesional, que después puso a la venta y que se proyectó al día siguiente en algunos bares de la ciudad. En esa proyección se repitieron los incidentes entre los partidarios de uno y otro equipo. Comentó, además, tener noticias de que algunos matrimonios no se hablan durante algún tiempo al dividirse sus simpatías por uno y otro equipo. Gilberto Casañas recordó que el partido de vuelta se disputará el día de los carnavales y "puede ser sonado".

Gilberto Casañas, árbitro tinerfeño de Tercera División, categoría en la que es veterano por las temporadas que lleva en ella, manifestó: "el follón empezó desde el primer minuto del partido, en el que se pudo comprobar la rivalidad de dos equipos de la misma ciudad que hacía dos años que no se enfrentaban al no pertenecer a la misma categoría. Me aseguraron que el Mensajero se reforzó de tal forma que se gastó unos 50 millones de pesetas en nuevos fichajes. En la ciudad se habla de que el entrenador del Mensajero, Moncho Lamelo, percibe unos cinco millones de pesetas por temporada. Los aficionados de uno y otro equipo están todo el año pensando en este partido. Tenía que haber expulsado a casi todos los jugadores de los dos equipos, pero no lo hice porque entonces yo y mis jueces de línea no hubiéramos salido vivos del campo; hubieran quedado en el terreno de juego sólo tres jugadores, los dos porteros y un defensa del Tenisca, que no se merecieron la expulsión. Expulsé a dos jugadores, uno de cada equipo, porque no tuve otro remedio, porque se agredieron".

El partido, cuyo resultado final fue de empate a un gol, concluyó con el tiempo reglamentario, aunque durante el encuentro se produjeron incidentes entre jugadores y el público intentó en más de una ocasión saltar al terreno de juego. El partido fue interrumpido en dos ocasiones, por espacio de cinco y diez minutos, porque el jugador del Mensajero, Márquez Fernández, se negó en principio a salir del terreno de juego después de que fuera expulsado y provocara la animosidad del público.

Los incidentes más graves se produjeron al finalizar el partido. El público invadió el terreno de juego con la intención de agredir al árbitro. El colegiado no recibió más que puñetazos y patadas, gracias a la intervención de la Policía Nacional. Fue en esos momentos cuando los jugadores y dirigentes sancionados también participaron en los incidentes. Los jugadores y dirigentes han sido castigados con un total de 48 partidos de suspensión y a un directivo se le ha suspendido con seis meses de inhabilitación. Las sanciones se deben a insultos graves y reiterados, en unos casos, y pegar al árbitro y a sus jueces de línea, en otros. .

El árbitro del partido abandonó el campo en un furgón de la Policía Nacional. "Me dirigí a la comisaría, donde permanecí hasta las dos de la madrugada, hora en que pude trasladarme a la casa de un amigo, donde me escondí para pernoctar. No podía viajar en avión a Tenerife hasta la mañana siguiente", contó Gilberto Casañas. "A la mañana siguiente" añadió el árbitro, "fui trasladado en un coche de la Policía al aeropuerto, donde me fueron a buscar un grupo de aficionados. La Policía me llevó entonces a la comisaria del aeropuerto y no me dejó hasta que subí al avión que me llevó a Tenerife".”

Después de todo lo comentado, me río de los “derbis” famosos del futbol, léase Real Madrid-Atlético de Madrid, Betis-Sevilla, Barcelona-Español, aunque creo que entre la política, la crispación, la mala educación y muchos periodistas que por vender abusan del enfrentamiento de los seguidores, se está convirtiendo el fútbol en opio para el pueblo y algún día nos arrepentiremos.

No me gusta el futbol por todo lo que conlleva, la última vez que fui a un campo, eran críos de categoría infantil y oí, yo, sin que nadie me lo contara, y no fue en La Palma, cómo un padre le gritaba a su hijo:

“Dale una patada y rómpele la pierna.”

Y a otro:

“Arbitro, hijo de p……, c……….”

Sigo amando a mi tierra, La Palma, y espero que por este relato no me vayan a declarar “Persona nom grata”

FIN

NOTA.-Para este relato, y para mayor veracidad, he tenido que recurrir a varias fuentes a las que quedo agradecido, como:

Wiquipedia.

Diario El País.

Blogg del Sociedad Deportiva Tenisca y Unión Deportiva Mansajero

Blogg del Unión Deportiva Mansajero y Sociedad Deportiva Tenisca

O al revés para que nadie se enfade.






miércoles, 20 de diciembre de 2023

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON (Capítulo IV)

 


 

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON    

 

Pedro  Fuentes

 

Capítulo IV


El doctor D. Benigno, le dijo al náufrago que le llamaría Diego a partir de entonces, se lo llevó a su casa y lo puso a su servicio, según lo hablado con Diego, D. Benigno llegó a la conclusión de que tendría unos setenta y dos años, una vez cortado el pelo y las barbas, y curadas las llagas del sol, parecía otra persona, además, estaba delgado y musculoso, por lo que parecía más joven.

Cada tarde, cuando el doctor dejaba de trabajar se reunía con Diego y éste le explicaba cómo era su vida en San Borondón.

El doctor, que siempre dijo que San Borondón era un espejismo, empezó a creer en el mito, incluso empezó a tomar notas y publicó algunos relatos basados en las vivencias de Diego.

Una tarde, D. Benigno le preguntó: ¿Cómo hiciste la canoa en la que viniste y que tenemos guardada en el cobertizo?

No la hice, la encontré en una cueva, al lado de la que caí, era más grande y accesible, estaba tapada con hojas de unos helechos gigantes que había en la isla, el cuero de que está hecha, no es de cabra, es de vaca y por allí no hay, además, está forrada con brea, que tampoco hay por allí.

Al lado de donde estaba había como un altar con una cruz en medio, parecía un altar y había unas inscripciones en un idioma que yo no conocía. Las maderas parecían tener cientos de años, pero allí, en esa cueva parecía que todo se conservaba bien, incluso encontré unos frutos que me hicieron sospechar que había alguien más en la isla y que me hizo estar un tiempo escondido vigilando la cueva.

Don Benigno se fue a la biblioteca y rebuscó por todos lados hasta encontrar un libro con grabados de la leyenda de San Brandán, luego encontró unas escrituras y signos celtas, se lo enseñó todo a Diego y éste reconoció parte como los grabados del altar, eran celtas y latín.

El doctor ya no tuvo dudas, alguien había estado en la isla mucho antes y todo hacía parecer que la leyenda de San Brandán que daba nombre a la isla, por lo menos era auténtica.

Otro día, le preguntó si había explorado más cuevas y Diego le contó:

Al costado de donde estaba el altar, había una cueva cuya entrada era muy estrecha, yo, notando que por allí entraba mucho aire y que se veía luz, ayudado por palos y piedras, ensanché la entrada, una vez pasada ésta, se fue agrandando y llegó a una gran nave, en el fondo había un pequeño lago, era agua salada, Me tiré a nadar en él y vi unas piedra blancas, no pudo coger ninguna porque parecían sujetas al fondo, por la marca en las orillas del lago, me di cuenta de que allí dentro también había fuertes mareas, por lo cual sospeché que estaba comunicado con el mar abierto.

No tuve más que esperar a que bajase la marea, cuando ocurrió vi las piedra al completo, eran blancas y brillantes, muy pulidas, la mayoría eran columnas, había a cientos, eran como una iglesia pero rodeadas de gradas, también de aquel material blanco brillante.

Don Benigno buscó otros libros y le enseñó a Diego un grabado de la Grecia clásica.

Si, así era todo, dijo Diego.

El doctor dio un respingo de alegría, había descubierto la existencia de la Atlántida.


FIN




 

 

jueves, 14 de diciembre de 2023

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON (Capítulo III)

 

 

 

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON

 

Pedro  Fuentes

 

 

Capítulo III


Durante el camino por la carretera serpenteante pero bien arreglada, gracias a los buenos años de la exportación de plátanos y tomates, que une a Tazacorte con Los Llanos, el anciano, no dejaba de balbucear palabras de las que solamente se entendía Borondón y Cruz del Sur.

Pronto llegaron al pequeño hospital que estaba atendido por monjas y recién terminado de construir.

Bajaron al náufrago y lo alojaron en una habitación pequeña e individual, ya que el doctor quería que no se le molestase para nada hasta que recobrase perfectamente la conciencia.

Pidió que lo lavaran y limpiasen las llagas de las quemaduras del sol. Después le dieron una cena suave y lo dejaron dormir hasta la mañana siguiente.

Al día siguiente, cuando despertó, ya entrada la mañana le avisaron que el hombre había despertado.

El doctor llegó a la habitación y acercó una silla a la cama, el anciano quería levantarse, pero el médico le tranquilizó y le explicó que tendría que ser poco a poco para no marearse y le pidió que le respondiese a algunas preguntas, si las sabía.

¿Sabes como te llamas? Le preguntó.

Todos en los barcos me llaman “Chino cocinero”

¿De dónde eres?

No lo sé, vivía en una isla, creo que se llamaba Terfe o algo así.

¿Tenerife?

Si, creo que sí, era cocinero, un día huí de mi casa ya que allí no recibía sino golpes y patadas.

Me enrolé en un barco de grumete.

En uno de los barcos que estuve, un marinero se quiso aprovechar de mí, lo empujé cuando íbamos de Cádiz a Tenerife y cayó al mar, desapareció.

El capitán me iba a entregar a las autoridades.

Antes de entrar en el puerto me tiré por la borda y llegué nadando.

Me escondí unos días y cuando vi el Cruz del Sur pedí enrolarme.

Al saber que era cocinero, el capitán, el señor Mendes, un portugués amable me dijo que sí.

No sabía hacia donde zarpábamos, luego supe que el barco lo había fletado un inglés que quería estudiar las plantas, el primer destino era La Palma para coger provisiones y agua. Después salimos rumbo a lo desconocido, cuando supe que íbamos a buscar una isla que nadie había visto y que los marineros creían que era maldita, me arrepentí, hubiese sido mejor la cárcel, pero ya no había remedio.

¿Estas cansado? ¿Quieres que descansemos?

No, ahora parece que me acuerdo de cosas.

Nos sorprendió una gran tormenta, pensamos que moriríamos todos, pero cuando peor estaba la cosa alguien gritó: ¡¡¡Tierra a babor!!! El capitán mandó virar y nos dirigimos a una bahía donde quedamos protegidos.

El barco tenía grandes desperfectos y aquel lugar desconocido nos venía bien.

Pasamos la noche allí, llovía torrencialmente, la mar había bajado, además, en aquella rada quedamos protegidos del mar y del viento que nos azotaba por estribor. Las cámaras, sobre todo la del científico y la del capitán estaban medio inundadas.

A la mañana siguiente el temporal había amainado pero seguía lloviendo, eran unas gotas finas pero persistentes.

Mr. Harvey pidió permiso al capitán para bajar a tierra, preparamos un chinchorro y bajamos cuatro hombres, un marinero de La Palma, el Sr. Inglés, Simón, su ayudante y traductor y yo, recibimos del capitán la orden de no alejarnos de la costa y estar siempre a vista de los que quedaban en el barco, el capitán y dos marineros más que estaban evaluando los daños del barco.

Nosotros íbamos armados con un fusil y dos pistolas, yo no llevaba armas.

Mr. Harvey tomaba notas de todo lo que veía, a mí, en mi ignorancia, la vegetación me recordaba a la de Cabo Verde y Canarias, dos sitios que conocía, los helechos eran mucho más grandes y los árboles más gruesos y altos, pero eran diferentes a los que yo conocía.

La tierra era como la de Canarias, negra y las rocas eran de volcán.

Vimos cuevas y algunos animales raros y unas cabras, pero no tenían cuernos, nos extrañó que no asustarse de nosotros, por lo que D. Simón, que hablaba español nos dijo que el científico afirmaba que era porque no conocían humanos, por lo que nos quedamos tranquilos de que no hubiese salvajes.

Yo me dediqué a recolectar unos frutos que no conocía pero que vi que las cabras los comían, eran dulces si estaban maduros y muy amargos verdes, parecía guayabas, también encontré un fruto verde, como si fuese una mano medio cerrada y con unos pinchos blandos, crecía en una especie de enredadera, corté uno por la mitad y parecía como patatas o boniatos pero más blandos, a una de las cabras, que parecía más amigable y que me seguía le di a comer y lo hizo, con lo cual cogí como unas veinte.

Cuando llegamos al barco el inglés estaba alteradísimo, le preguntó al capitán si sabía dónde estábamos, le contestó que no, que con la tormenta había perdido en control del rumbo y las marcaciones, por lo que habría que esperar a que aclarase y a la vuelta para saberlo.

Mientras arreglábamos el barco, del que se había roto el mástil entre otras cosas, montamos en tierra unas tiendas de campaña y allí se quedaron los ingleses y dos de nosotros que nos turnábamos con el arreglo del barco y acompañar las incursiones que hacían el científico y D. Simón. Yo aprovechaba el tiempo libre para recolectar frutos y “patatas de aire” que resultaron muy apetitosas para acompañar las comidas y hacer puré, además logré ordeñar algunas cabras que cada vez eran más confiadas y también pescar. Un día matamos una especie de lagartos pero bastante grandes y la carne resultó apetitosa.

Un día que estaba solo me fui a buscar alimentos un poco más lejos de lo habitual, por unos acantilados, resbalé y caí, tuve la gran suerte de ir a parar encima de unos matorrales, pero perdí el conocimiento.

Cuando desperté no se cuanto tiempo había pasado, me levanté, no parecía tener nada roto salvo un chichón en la frente.

Fui hacia la rada, el barco no estaba, me pareció verlo desaparecer por el horizonte a contraluz del sol que aparecía, por lo que deduje que debí pasar allí por lo menos un día y una noche.

¿Sabes dónde estabas? Preguntó el doctor.

No, ellos nombraban a San Borondón, pero no lo sabían de cierto, lo que sí sé es que por allí no pasaban barcos, en todo el tiempo que allí estuve, nunca vi ninguno.

¿Qué hiciste?

Pasé varios días llorando y aterrorizado, luego pensé que peor era si me hubiese matado, así que me puse a arreglarme la vida, comida no me faltaba, dónde guarecerme del mal tiempo tampoco, no parecía hacer frío allí, sabía que era una isla porque la bordeamos toda, había mucha agua dulce. En un gran árbol al lado de donde elegí para hacerme una choza, pelé una gran superficie de corteza y empecé a marcar una raya por cada día que llevaba allí.

¿Te apetece que paseemos un rato? Dijo el doctor.

Salieron al jardín y pasearon un rato, hasta que los avisaron para comer.

El hombre parecía recuperarse por momentos, mientras comían miraba al doctor y le contaba cosas de las que le ocurrieron en la isla, no se acordaba bien de donde era.

Recordaba que sus primeros años de vida los había vivido en La Palma, allí pasó su infancia, una infancia humilde, con mucha hambre y sin cariño, recordaba que su padre le pegaba, así que un día se había metido en un barco, se escondió y cuando zarpó y ya no se veía la isla se presentó delante del primer marinero que vio y le dijo que le llevara al capitán que quería trabajar de grumete, tenía entonces nos catorce años, el capitán aceptó y nombró al cocinero, que era chino mi protector y maestro, de ahí me vino el nombre de Chino Cocinero, ya sabe, en los barcos el cocinero, que suele ser chino además tiene que hacer cualquier tipo de faena.

Aprendí a cocinar y ya, al siguiente barco que me enrolé, fui de cocinero, fui a Cuba varias veces y cuando tuve el problema con el marinero al que tiré al agua, me enrolé en el Cruz del Sur con el señor Edward Harvey.

Yo no quise hacerle mal a aquel hombre, me quiso atacar, me aparté y lo empujé, tropezó con unos cabos y salió por la borda, no sabía nadar y se ahogó, como nadie lo vio me quisieron culpar, por eso huí del barco.


 

jueves, 7 de diciembre de 2023

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON (Capítulo II)

 

 

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON


Pedro Fuent




Capítulo II


Cuando llegaron a Tazacorte un grupo de personas le estaban esperando, primero porque era mucho más tarde de lo habitual, y segundo porque alguien había observado que llevaba algo remolcado y los curiosos, que no sabían qué podía ser se acercaron a la playa donde varaban las embarcaciones.

Antes de llegar, antes de nada, Norberto se puso de pie y gritó: ¡Avisen a doña Concepción!

¡Traigo un náufrago medio muerto!

Esta Sra. era medio enfermera, ayudaba en los partos y si había alguna urgencia, lo atendía mientras llegaba el médico, Don Benigno que vivía y trabajaba en los Llanos y no bajaba si no era algo grave.

Cuando vararon, lo primero que hizo Norberto fue dar dos cajas con los bonitos pescados a sus dos hijos mayores para que se los llevasen a D. Elías, que estaría preocupado por si le pasaba algo a su embarcación.

Doña Concepción llegó rápidamente, hizo que bajaran al náufrago y lo pusiesen en el suelo, encima de unas mantas que a tal fin había colocado, luego lo tapó con otra y le dio agua a beber mientras le decía:

Bebe a sorbitos, despacito, despacito, primero mójate la boca y los labios antes de tragar. ¿Te duele algo?

Le tomó el pulso y lo encontró débil, pero estable, le fue poniendo un paño húmedo por la cara y el hombre empezó a abrir los ojos.

¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes?, ¿Dónde me han encontrado?

Tranquilo, te ha encontrado Norberto, un pescador de aquí, estabas a la deriva en este extraño bote. ¿De donde vienes?

No lo sé, yo vivía solo en la isla, me dejaron allí hace mucho tiempo, había un barco, La Cruz del Sur, una goleta, pero hace mucho tiempo, se marcharon y me dejaron solo, a medida que contaba esto, empezó a llorar y a temblar.

¿Tienes frío?

No, tengo miedo, no me dejen, no me dejen solo otra vez.

Al momento llegó el doctor, Don Benigno se acercó y con la mirada inquirió a Doña Concepción, ésta miró al doctor y le dijo:

No sé, doctor, se lo ha encontrado Norberto en alta mar, estaba medio muerto en este chinchorro tan raro, lo recogió y lo ha traído remolcado, dice que estaba en una isla, donde lo habían dejado, ha nombrado una goleta, La Cruz del Sur.

No puede ser, dijo el doctor, La Cruz del Sur fue una goleta fletada por Mr Edward Harvey hace medio siglo por lo menos para ir a la isla de San Borondón, El barco regresó a Tenerife.

El capitán creo que se llamaba Mendes y era medio portugués, de Madeira, Contó que había dejado a Mr Harvey y a su ayudante y traductor Simón a bordo de un vapor con el que se cruzaron y que se dirigía a Funchal, luego, después de arreglar el barco, que tuvo problemas con un temporal, cuando llegaron a Cádiz marchó para Inglaterra con un cargamento de fruta y desapareció en la travesía, hubo un tremendo temporal y al parecer naufragó, había varios palmeros en la tripulación, todos murieron, pero uno, el cocinero, un agricultor también palmero, de Santa Cruz se quedó perdido en San Borondón.

En la estancia allí se adentró en la isla y ya nadie lo vio más.

Al ver D. Benigno que el náufrago mejoraba lentamente, decidió que lo subieran a su coche y se lo llevó a Los Llanos, al pequeño hospital que allí había e internarlo por lo menos hasta que se recuperase del aturdimiento y a la vez poder hablar con él puesto que por lo que decía, había estado en S. Borondón