LA MUJER DEL CUADRO
Pedro Fuentes
Capítulo V
Rosendo entró en la casa, se preparó un bocadillo, una cerveza y se puso a escribir unos artículos que tenía bastante retrasados, supo la hora que era cuando empezó a sentir hambre nuevamente, eran las ocho y media, dejó el portátil, subió al lavabo, se lavó un poco, se peinó y salió a la calle cerrando la puerta, cosa que casi nunca hacía, se fue al bar del pueblo, un poco más abajo y entró, allí encontró a los parroquianos de siempre y a la Sra. María que atendía la barra y la cocina.
Buenas tardes, a todo el mundo.
Buenas, le contestaron los parroquianos en general, uno le dijo: ¿Ya ha marchado la señora?
Si, tiene que trabajar, pero volverá pronto, cuando tenga fiesta de nuevo.
Gervasio que estaba por allí le dijo: ¿Ha ocurrido algo nuevo en la casa?
No, nada anormal, de vez en cuando parece oírse a las brujas del pueblo con sus risotadas, pero nada nuevo, como las escobas las tengo guardadas bajo llave y el aspirador no lo saben conducir pues bueno, aquí paz y después gloria.
Por cierto, estoy pensando buscarme un perro que me haga compañía, ¿Alguien sabe de alguien que tenga cachorros y quiera vender alguno?
En el Rincón del Vero hay un refugio de animales y hay recogidos perros de todo tipo y edades, son muchos los turistas que abandonan por los contornos.
Vale, gracias, ya me acercaré por allí.
Sra. María, ¿Me podría preparar unos huevos fritos con longaniza de Graus?
Sí, señor Rosendo, enseguida los hago. ¿Quiere vino?
Sí, claro, tinto de la tierra.
Se sentó en una mesa y se puso a leer el periódico.
Terminó de tomarse los huevos, pidió un café, se lo tomó, pagó, se despidió de los paisanos y se marchó para casa.
Cuando llegó fue directamente al cuarto de baño, cogió un bote de polvos de talco y bajó a la planta baja, entró en la habitación y abrió el armario, que siempre estuvo semi vació, esparció polvos regularmente por todo el suelo, luego fue haciendo lo mismo hasta la puerta de la calle. Cada estancia por la que pasaba la cerraba y si tenía llave se la ponía en el bolsillo.
Subió las escaleras, quitó la bombilla que había a mitad de ésta, llegó a la puerta superior y la cerró por dentro y retiró la llave también, esparció polvos de talco en la sala y se metió en su habitación, también cerró la puerta y se metió en la cama a dormir, estaba bastante cansado y esperaba que si había jaleo, ya habría dormido y descansado algo.
Leyó un rato y al momento le entró el sueño, apagó la luz y metió debajo de la almohada una linterna, el llavero con todas las llaves recogidas y un cuchillo de grandes dimensiones.
No sabía cuánto había dormido cuando oyó un susurro y algo así como un aliento que le llamaba:
¡Rosendo, Rosendo, despierta!
Rosendo al oír aquella voz que repetía su nombre, fue despertándose muy suavemente. La voz venía como de muy lejos, pero a la vez sentía un aliento en su oído ¡Rosendo, Rosendo, despierta!
Cuando por fin se despertó, sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, la muchacha del cuadro estaba allí, en su cama, sobre él, pero no le pesaba, solamente sentía como si una corriente de aire frío le entraba por todos los poros de su cuerpo. Rosendo quiso sujetarla por los hombros pero sus manos de hundieron en una especie de sustancia viscosa fría y repugnante.
Rosendo, Rosendo, repetía la voz de ultratumba, ¡Sígueme! La figura se levantó y cruzó la habitación flotando un palmo por encima del suelo.
Rosendo metió la mano debajo del armario, sacó el cuchillo y lo lanzó hacia la figura, éste se clavó en la puerta y la figura desapareció a través de ella.
Cogió la linterna y las llaves y abriendo la puerta siguió a la figura que parecía esperarle y seguía llamándole:
¡Rosendo, Rosendo, sígueme!
El corazón de Rosendo parecía explotarle dentro de su pecho, le parecía oír todos los huesos de su cuerpo rozando unos contra otros y no sabía si sus rodillas le iban a resistir o bajaría las escaleras rodando, un sudor frío le inundaba la espalda.
Cuando llegó al recibidor, enfocó el suelo con la linterna, los polvos de talco estaban impolutos sobre el suelo y ni siquiera se movían al paso de la corriente de aire frío que él sentía y que salía de la figura de la mujer del cuadro... ésta traspasó la puerta del apartamento y entró, Rosendo abrió de prisa con la llave y también pasó.
La figura se dirigió a la habitación y también traspasó la entrada, se dirigió al armario y desapreció junto con la corriente de aire. Abrió Rosenda y no vio nada, solamente oía:
¡Rosendo, Rosendo, búscame, estoy aquí dentro!
Rosendo sacó toda la ropa, dejó el armario completamente vacío, pero allí no había nada. Se dio la vuelta y entonces se dio cuenta de dos cosas, en el marco del cuadro solamente había un lienzo en blanco y sobre el buró había un libro que antes no estaba, en él, en la ajada portada podía leerse en letras doradas mate ya por el paso del tiempo “Diario”. Abajo, a la derecha, escrito a mano y con tinta un nombre “Leonor”.