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jueves, 27 de febrero de 2025

EL AFILADOR (Capítulo IV)

 

EL AFILADOR

Pedro Fuentes

CAPITULO IV



               He leído en el informe y las declaraciones que tú encontraste el cadáver juntamente con un ciudadano argentino.

               Bueno, en realidad fue Trouvé y su perro, un mastín enorme de setenta kilo, de mi amigo y que se llama Pibe.

               ¿Conoces mucho a Rodolfo?

               Hombre, pues no, lo justo desde hace unos meses de pasear con los perros, se llevan bien y juegan bastante y Rodolfo es una persona con la que se puede hablar de cualquier tema y nosotros lo hacemos, hablamos de perros, de lo divino y de lo humano, pero sabes que me gusta y me precio de conocer a las personas, tanto él como su mujer son una pareja agradables.

               ¿Pudieron los perros acercarse a la víctima? Es decir, lamer sangre o algo por el estilo, lo digo pos las pruebas de ADN, que no vayamos a encontrar algo que nos despiste.

               No, ladraron de miedo, los perros a veces se asustan por el mero hecho de ver a una persona totalmente inmóvil, quien no tiene perros se piensan que los animalitos siempre ladran igual y no es así, por eso, porque los entendimos corrimos hacia allí, comprendimos que algo los había espantado, cuando llegamos estaba a más de tres metros del cadáver, además la tierra estaba húmeda y se hubiesen visto las pisadas por lo menos de Pibe, que pesa unos setenta kilos. Nosotros, como ya habrás visto las declaraciones y por separado, yo, por cierto no sé lo que declaró Rodolfo, Vi de lejos que aquella mujer estaba muerta y bien muerta, es más, me fui para atrás y os llamé, luego me fui a un rincón un poco alejado y estuve vomitando.

               ¿Qué hizo Rodolfo mientras tanto?

               No lo sé, no lo vi, cuando llegó la policía estaba a unos cinco metros a mi derecha, no lo veía bien por las ramas pero estaba pálido como la cera y acariciaba a Pibe que estaba muy nervioso.

               ¿Es verdad lo que dice la prensa de que ha habido tres casos más? Le pregunté.

               No, dos, muy similares pero hay que esperar a la autopsia, en los dos anteriores fue con un cuchillo de picar muy afilado, recién afilado, pero solamente una puñalada fue mortal, la primera, el resto no eran mortales ni de ensañamiento, fueron como para despistar y no hubo avisos, la ropa les fue arrancada después de muerta y en los tres casos, ese mismo día había estado el afilador en el pueblo, ambas mujeres ha reconocido el afilador que fueron con cuchillos grandes a afilar y que incluso una de ellas estuvo coqueteando con él, pero no pasó nada.

               Hemos tenido al afilador veinticuatro horas retenido, interrogándolo porque ha dado la casualidad de que en los tres casos ha estado el mismo día en el pueblo donde se cometieron los asesinatos, además se sabe que va detrás de cualquier cosa que lleve faldas, su mujer le dejó hace tres años acusado entre otras cosas de maltratos. Pero no hay forma, lo único que reconoce es que las tres víctimas habían sido clientes suyas el día que murieron, la segunda estuvo coqueteando con él, le dijo cuatro cosas y quedó con ella aquella tarde en un bar de las afueras del pueblo, fue, pero ella no apareció, se tomó un café y al rato una cola y se marchó a su casa.

               ¿Crees que ha podido ser el asesino? Le dije a José Miguel.

               No, no creo, es un perfecto idiota, pero no creo que sea el culpable, aunque todas las evidencias le señalen a él. Lástima que en los asesinatos anteriores no nos encargamos nosotros y las pruebas que hay no son muy fiables, además no se rastreo bien el terreno y no se encontraron ni huellas ni el cuchillo.

               Mañana vamos a seguir rastreando el terreno y vamos a intentar reconstruir los hechos, ya hemos avisado al argentino y llevaremos también al afilador y por supuesto tú.

               ¿Puedo llamar a Pedro? Como sabes vive en una población cercana y es un tipo muy observador y saca unas conclusiones muy acertadas.

               Si, además me encantará saludarlo de nuevo, la vez anterior, si no llega a ser por sus fotos, quizás todavía estaríamos como el 11 de Marzo. Por cierto, llevaremos a Trouvé y a Pibe.

               Os pasaremos a buscar a las siete cuarenta y cinco para estar allí a las ocho, que es la hora aproximada a la que encontrasteis el cadáver. ¿Avisas tú a Pedro o lo hago yo?

               No, ya lo aviso yo porque si no le vais a dar un susto.

               José Miguel se levantó y se despidieron hasta el día siguiente.

               A continuación llamé a Pedro y le dije:

               ¿Pedro? ¡Hola! Soy Ricardo, ¿Te has enterado del crimen de mi pueblo? Bueno, no sé si sabes que yo encontré el cadáver. ¿Sabes que ha venido de Madrid un grupo tipo CSI y que el jefe es José Miguel?

               Después de contarle todo, le pedí que viniese y aceptó inmediatamente. Como no, Pedro siempre decía que había aprendido a leer con novelas de Agatha Christie.

 

jueves, 20 de febrero de 2025

EL AFILADOR (Capítulo III)

 

EL AFILADOR

Pedro Fuentes

CAPITULO III

               A la mañana siguientes, cuando salí a pasear al perro, de dirigí sin dudarlo hacia el puerto, allí me encontré con las personas de siempre, todos hablaban de lo mismo, decían los periódicos que la mujer asesinada, por lo visto era de la población. Al conocerse que era uno de los dos que se encontraron el cadáver, todo el mundo me preguntaba, al final, me marché de allí asqueado por lo macabro de las preguntas y el querer saber de los detalles.

               Nuevamente me encontré con Rodolfo y el mastín amigos de Trouvé y mío. Ninguno de los dos, Rodolfo y yo, queríamos volver al río.

               Recorrimos el camino comentando lo pasado, Rodolfo estaba un poco indignado, no le había gustado la actitud de la policía, habiendo querido colaborar con ellos, se había sentido acosado por la policía, como se fuese un sospechoso.

               ¡Che! ¡No querían que leyese la declaración! Me dijo en su acento porteño.

               No te preocupes, son formas de hablar, no pasa nada, a mí también me lo hicieron y le contesté y le dije que si no le gustaba que viniese su jefe.

               Ya a la vuelta, en el quiosco de periódicos de casa compre el periódico y me fui al apartamento a leerlo.

               La prensa no contaba gran cosa, habían identificado a la víctima, era una mujer de mediana edad, le estaban haciendo la autopsia pero no se sabían más detalles, solamente que parecía que había un sospechoso al que estaban interrogando.

               Al parecer se estaba esperando a un grupo de la policía científica que llegaría de Madrid, lo que daba veracidad a rumores de que había habido tres casos similares en la provincia pero que se habían acallado por no sembrar el terror entre la población.

               Aquella tarde, a eso de las cinco, recibí una llamada telefónica.

                ¡Sí! ¿Quién es? Contestó

               ¿Ricardo? Hola, soy José Miguel ¿Te acuerdas de mí? Del caso de “La misteriosa dama de negro”

               Estoy en la policía científica y he venido para investigar el caso del “Afilador” y al ver tu nombre relacionado, me gustaría hablar contigo ¿Puedo verte esta tarde? Nada oficial, ¿Puedo acercarme a tu apartamento?

               Desde luego, ¿A qué hora vendrás? Además estaré encantado de saludarte.

               Vale, te espero en una hora.

               A la hora en punto llegó José Miguel, Trouvé pareció conocerle y se lanzó hacia él.

               Le saludé como a un viejo camarada y después le ofrecí un café y un whisky que no despreció.

               Nos sentamos en sendos sillones, uno frente al otro, encendimos unos cigarrillos, nos contamos las últimas novedades sobre nuestras vidas y brindamos con el alcohol.

               El caso es que ya estaba un poco arto de la antiterrorista y conseguí meterme en la científica, una especie de CSI pero con menos medios y más modesta, vamos a la española.

jueves, 13 de febrero de 2025

EL AFILADOR (Capítulo II)

 

EL AFILADOR

Pedro Fuentes

CAPITULO II

 

               Tal y como es costumbre, a eso de las siete y media, Trouvé suele saltar sobre la cama y me despierta para ir a pasear, así que me toca levantarme, arreglarme, tomar un café con leche y salir a la calle.

               Aquella mañana, como tantas otras nos fuimos hacia el río, por lo que llamamos familiarmente “la ruta del colesterol” a esas horas hay muchas personas corriendo, otros simplemente andando, muchos siendo paseados por sus perros, uno de ellos, un mastín gigantesco y amigo de Trouvé. Como seguíamos el mismo camino, Rodolfo, su dueño y yo decidimos seguir mientras charlábamos de todo como casi cada día que nos vemos.

               Cuando llegamos al río, soltamos a los perros y se dedicaron a perseguirse y jugar. Por lo general Trouvé sale revolcado varias veces, incluso a veces se mosquea y le gruñe a Pibe el mastín, el cual no le hace ni caso.

               Después de jugar un rato, Trouvé, seguido de Pibe, se adentró por entre la vegetación y a los dos o tres minutos nos sobresaltaron con los ladridos, cosa que no suelen hacer, corrimos hacia donde estaban pensando que no se hubiesen encontrado con alguna alimaña.

               Cuando llegamos a donde estaban, nos quedamos parados de golpe, lo que allí vimos era terrible, en el suelo, semi desnuda y cosida a puñaladas había una mujer, su cabeza parecía separada del cuello y un gran tajo corría de oreja a oreja.

               Cogimos rápidamente a nuestros perros y los separamos.

               Sin hablar cogí el teléfono móvil y llamé a la policía.

               Nos separamos del lugar sin mirar aquello.

               Yo había visto varios casos de accidentes, y muertes violentas pero aquello me dejó tan mal que me desplacé hacia el río y estuve vomitando hasta que llegó la policía,

               A partir de aquel momento empezó a aparecer gente, los que iban llegando al río y veían lo que allí pasaba se quedaron. Siempre me ha horrorizado lo macabra que es la gente cuando hay alguna cosa de estas.

               La policía local, rodeó la zona con una cinta de plástico, al poco rato llegó la policía científica, el juez para el levantamiento del cadáver, una ambulancia y varias docenas de personas a las que la policía local trataba de dispersar.

               Se hicieron mediciones, se buscaron restos o pistas.

               Rodolfo y yo tuvimos que contar lo ocurrido varias veces, nos hicieron fotos del calzado, ya que aquella noche había llovido algo y había huellas en el barro.

               Alguien, de los que miraban comentó:

               En mi pueblo dicen que cuando se oye el silbato del “afilaor”, anuncia una muerte.

               Otra dijo:

               Pues en el mío dicen que va a llover y anoche llovió.

               Sí, pero también hubo muerte, replicó otra.

               Se nos acercaron varias personas y nos preguntaron si conocíamos a la víctima.

               No, no podemos hablar, nos ha dicho la policía que no podemos hablar con nadie.

               Al fin, después de varias horas de interrogatorios, tanto “in situ” como en el ayuntamiento, donde habían habilitado un despacho para la policía judicial que había venido de la capital.

               Por la tarde, por separado, tuvimos que ratificar las declaraciones tanto Rodolfo como yo.

               Cuando llegué allí, otra vez me tomaron todos los datos referentes a nombre, domicilio, carné de identidad, etc. Luego me sacaron tres folios escritos a máquina y un policía me dijo:

               ¡Firme aquí!

                Con mucho gusto, pero antes permítame que lea el escrito. Le contesté.

               Ya empezamos mal si no se fía de nosotros. Me dijo.

               Oiga, perdone, yo me fio de todo el mundo, pero esto es una cosa muy seria y cualquiera se puede equivocar, así que si no le importa, leeré primero estas hojas, y si no le gusta, avise a su superior y se lo diré a él. Le contesté ya con un tono seco y serio.

               Bueno, bueno, ¡Léalo!

               Después de leer lo firmé, era mi declaración, igual desde el primer momento.

               Bueno, ya puede irse, pero no se marche de la población sin nuestro consentimiento.

               Buenas tardes, dije y me apresuré a salir de la habitación.

               Ya en la puerta principal, al salir me crucé con el afilador que entraba custodiado por dos agentes.

               Aquella noche ni siquiera cené, tenía el estómago bastante revuelto, me metí en la cama, pasé la noche en un duerme vela lleno de pesadillas y escenas del cuerpo cosido a puñaladas, me vinieron a la mente las muertes violentas ocurridas hacía algún tiempo en Menorca y Porto Pino. Trouvé notó mi nerviosismo, saltó sobre la cama y se puso a dormir a mi lado.

               Por la ventana, a través de los cristales apareció una luna llena esplendorosa, por mi columna vertebral corrió un escalofrío y empecé a temblar, alargué la mano hacia donde notaba a Trouvé y este me lamió la mano como muestra de cariño.

               Los recuerdo pasaron por mi cabeza, todo aquello quedaba atrás, cuanto tiempo parecía haber transcurrido y sin embargo y sin embargo solamente había pasado un año.


 

 

jueves, 6 de febrero de 2025

EL AFILADOR (Capítulo I)

 

EL AFILADOR



Pedro Fuentes



CAPITULO I



               Martes 18 de Marzo, estaba en mi apartamento, escribiendo unas notas para mi amigo Pedro, “mi biógrafo”, cuando oí en la calle, por un megáfono alguien que gritaba machaconamente:

¡              Ya está aquí el afilador, se afilan cuchillos, navajas, tijeras, hachas, todo tipo de utensilios de cocina, máquinas de embutidos! Y hacía sonar un característico silbato de varias notas.

               La retahíla duró unos 25 minutos hasta que se perdió en la lejanía, me trajo recuerdos de el Rastro de Madrid, en los años sesenta, cuando en algún puesto se anunciaban “¡Cuchillos, navajas, mecheros, mujeres en cueros!”. Los tres artículos primeros en voz alta y clara y lo último bajo y entre dientes, para burlar a la censura y a la vez hacerlo más misterioso y apetitoso, se refería entonces a calendarios de bolsillo en el que por delante había fotos de chicas muy ligeras de ropa.

               Seguí con mis notas y me olvidé del “afilaor”.

               El pueblo donde resido, es una población costera de unos veinticinco mil habitantes, con una larga playa y al fondo de ésta la desembocadura de un río en el que escasamente hay agua.

               Las edificaciones no llegan sino a la mitad del paseo que continúa unos dos kilómetros más a lo largo de la playa.

               Luego en verano, esa parte del pueblo se llena de turistas, ya que es en esa zona donde están los hoteles y apartamentos, pero eso solamente pasa a partir de mediados de junio, cuando los críos terminan el colegio.

               Ahora había perdido el hilo, la cancioncilla del “afilaor” seguía machacona en mi cabeza mezclándose con la del Rastro, así que decidí coger a mi perro, Trouvé y salir a pasear, Trouvé es un pincher enano, mi gran amigo desde que lo salvé de las garras de Satanás en una de mis aventuras, escrita por Pedro, mi amigo de toda la vida.

               Como hacía buen día salimos rumbo al río. Por las mañanas solemos ir en dirección al puerto, para de camino echarle una ojeada a mi barco y asegurarme de que todo estuviese bien. Pero ese paseo había sido por la mañana temprano.

               Al final de las últimas edificaciones me encontré de nuevo con la furgoneta y el megáfono del afilador, tenía las puertas traseras abiertas y con una piedra de afilar iba trabajando, mientras por el megáfono seguía el eslogan. Media docena de mujeres esperaban turno para afilar mientras el individuo les contaba chistes y anécdotas subidas de tono.

               Llegamos al río por donde solamente había un hilo de agua, allí solté a Trouvé y estuvo corriendo de un lado para el otro persiguiendo una pelota de tenis que yo le tiraba y con la que él soñaba que era el mejor de los conejos por cazar.

               Era la una del medio día cuando volvimos a casa.

               Después de comer y hacer diez minutos de siesta frente al televisor me metí en el despacho hasta las ocho que mi perro se puso a pasear nervioso ante mí. Era la forma de decirme que ya era hora de salir a pasear. La verdad es que aquel animalito gozaba sacándome a pasear.