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jueves, 20 de diciembre de 2012

¡¡¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!!!!!

Antes de nada, hoy quiero felicitaros la Navidad y el próximo año.

Después, deciros que hoy publico un microrelato que me ha llegado a través de Internet y sin nombre del autor. Lo publico cono "anónimo" pero me gustaría que su autor se pusiese en contacto conmigo para pedirle permiso (atrasado) y rogarle que escriba alguna cosa más para este blog.

También publico un relato que ya se publicó en su día y que hoy repito.

Quiero deciros que voy a estar hasta después de Reyes sin publicar nada porque me voy de vacaiones y no tendré internet.



¡¡¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!!!!
Os deseo que esta Navidad sea una Navidad de 365 días al año.
Y que el próximo año:
El número 2013 de nuestro calendario.
El número uno del periodo diecisiete del calendario Maya.
El año 4.707 del calendario chino.
El año 1.434 Musulmán de la era Hégira.
El año 5.775 del calendario Judío.
El año 2.140 del calendario Tibetano o budista.
Sea el mejor para todos.



CUENTO ANONIMO

En el vientre de una mujer embarazada se encontraban dos bebés. Uno pregunta al otro:
- ¿Tú crees en la vida después del parto?
- Claro que sí. Algo debe existir después del parto. Tal vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos más tarde.
- ¡Tonterías! No hay vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida?
- No lo sé pero seguramente... habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y nos alimentemos por la boca.
- ¡Eso es absurdo! Caminar es imposible. ¿Y comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por donde nos alimentamos. Yo te digo una cosa: la vida después del parto está excluida. El cordón umbilical es demasiado corto.
- Pues yo creo que debe haber algo. Y tal vez sea sólo un poco distinto a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.
- Pero nadie ha vuelto nunca del más allá, después del parto. El parto es el final de la vida. Y a fin de cuentas, la vida no es más que una angustiosa existencia en la oscuridad que no lleva a nada.
- Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos cuidará.
- ¿Mamá? ¿Tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella?
- ¿Dónde? ¡En todo nuestro alrededor! En ella y a través de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.
- ¡Pues yo no me lo creo! Nunca he visto a mamá, por lo tanto, es lógico que no exista.
- Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, tú puedes oírla cantando o sentir cómo acaricia nuestro mundo. ¿Sabes?... Yo pienso que hay una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos para ella...


LA COMIDA   (R)

Pedro Fuentes
974 22………..¿ Mariano? ¡Hola! ¿Eres tú, Mariano?, ¡Soy Jorge! ¡Caray!,  cuánto tiempo sin hablar contigo, casi un año, mira, te llamo porque tengo muchas ganas de verte. El martes que viene tengo que ir a Huesca a juicio y he pensado que quizás pudieras reunirte con nosotros y por lo menos comer juntos, yo voy en el AVE, porque tengo que estar a las once en el juzgado, llamaré a mi madre para que venga y le diré que avise a tu madre y comemos los cuatro juntos si te parece bien. Bueno, vale, no le diremos nada a tu madre de que vienes y así se llevará la sorpresa, vale, vale, nos veremos entonces a las dos en “As campanas”, ya reservaré la mesa yo, ven puntual y así nosotros estaremos un poco antes y le daremos la sorpresa a tu madre. Vale pues, un abrazo y hasta el martes.
Jorge y Mariano se conocen de toda la vida, son uña y carne, nacieron en la misma casa donde residen sus madres respectivas, sus viviendas son pisos contiguos del mismo edificio, fueron a la escuela juntos, salían juntos de jóvenes, luego Jorge se fue a Madrid a estudiar, hizo derecho y allí mismo entró en un bufete muy afamado, pasando de ser pasante a asociado, no le va mal la cosa.
Mariano, no tan buen estudiante y un poco débil de espíritu se puso a trabajar, estudió empresariales, pero al final trabaja como agente de seguros en una  casa  puntera en el ramo y tiene una buena cartera, su labia,  su simpatía y su don de gentes le ha dado pingues resultados.
La madre de Jorge, Lola, tiene sesenta años, no ha trabajado nunca fuera de casa, se dedica a las labores propias del hogar. Se quedó viuda de un militar cuando Jorge tenía cinco años y se dedicó en cuerpo y alma a su educación.
La de Mariano, Adelina, es madre soltera, tuvo al niño casi al mismo tiempo que Lola, se llevan seis meses.
 Adelina, es más joven, fue madre con diecinueve años, fruto de un novio que desapareció.
La familia de Adelina no quiso saber nada, a los primeros síntomas de embarazo, la enviaron a Huesca donde tenía un tío lejano, le compraron el piso, le dieron algo de dinero y su tío le ayudó, sin hacer mucho acto de presencia, el tío, Mariano, fue el padrino de la criatura y le pagó los estudios en un buen colegio.
Adelina cuando el niño tenía dos años se puso a trabajar en una fábrica y vivió dedicada también a su hijo, ayudada bastante por su vecina, sobre todo cuando Lola se quedó viuda.
El martes  Jorge llegó a Huesca, fue al juicio donde defendió a un ex marido en un caso de divorcio bastante liado, el hombre era agente comercial y un día que se sintió mal, volvió a casa a media mañana, su mujer aprovechaba las salidas del marido para dar entrada ella a un amigo que tenía, y así los pilló el marido despechado.
La mujer no trabajaba, había dejado el trabajo al casarse y en base a eso, quiso que el juez le asignara una pensión vitalicia y el piso.  Al no tener hijos no pudo aprovecharse de la circunstancia para que condenaran al marido.
Jorge, que era buen abogado, consiguió como un buen trato darle seis meses de una pensión equivalente al sueldo base interprofesional. Nada pudo hacer la abogada de la ex por ella, el juez no se dejó convencer por lloros y desesperos.
Cuando Jorge salió del Juzgado, fue a casa de su madre, que estaba bastante cerca y allí, cuando terminaron de arreglarse las mujeres, salieron a la calle.
 Adelina, que con el tiempo, y con la ayuda de su tío y de su hijo, había montado una pequeña mercería,  se defendía bien económicamente.
Los tres se dirigieron a un restaurante que estaba de moda, del casco viejo “As campanas”, un sitio acogedor y con buena cocina típica aragonesa.
Llegaron a las dos menos diez y pidieron unos vinos del Somontano y unas aceitunas mientras leían la carta, Jorge y su madre iban hablando entre ellos para alargar el tiempo y que  llegase Mariano, al fin llegó. Su  madre, a la que habían sentado de espaldas a la puerta, fue sorprendida, porque Mariano fue por detrás y le tapó los ojos, pero no le engañó, ella notó rápidamente el olor a la colonia que usaba su hijo. Todos se levantaron y se repartieron abrazos, se sentaron cada uno de ellos a lado de su madre, las cuales quedaron en medio.
La comida fue una gran fiesta, Jorge, más alto y grueso que Mariano, que era más bien pequeño y delgado, llevaba la voz cantante, Mariano lo miraba fascinado como siempre había sido.
Comieron una buena ensalada ilustrada, borrajas con salsa de almendras, pochas con almejas, y de segundo todos coincidieron con el ternasco de Aragón al horno con patatas a lo pobre. De postre les pusieron un carrito con pasteles de la casa y acabaron con él, sobre todo por parte de los hombres a los que les encantaban los dulces y no pensaban en guardar la línea.
La velada se alargó bastante y Adelina dijo que tenía que marcharse a abrir la mercería.
 Jorge y Mariano decidieron  ir andando a la estación, así que salieron ellos hacia el sur y ellas hacia el centro ya que Lola le dijo a Adelina que le acompañaría.
Los dos amigos se dirigieron hacia la estación charlando. Jorge le dijo a Mariano, la próxima vez a ver si es en día de fiesta y nos vemos con nuestras mujeres y los chicos, que  no se van a conocer.
Adelina y Lola se cogieron del brazo y Lola le dijo susurrando al oído: ¿Tú crees que sospecharán alguna vez que somos pareja de hecho?
                                                  FIN

viernes, 14 de diciembre de 2012

AHI TE QUEDAS, CARIÑO Y LA HERENCIA

Viernes, dos relatos más, uno nuevo y el otro de los ya editados, espero que os gusten.

Quiero saludar a los lectores nuevos que se han incorporado a este blog desde Israel, espero que les guste y sigan en el grupo de amigos.

Y ahora........


AHÍ TE QUEDAS, CARIÑO
Pedro Fuentes

Ramiro vivía en un puerto de mar y de la mar, era patrón de un crucero costero de Cataluña, era catalán, pero había vivido muchos años en las Islas Canarias, por eso y porque estaba curtido por el sol y porque le quedaba un poco de acento canario todo el mundo lo conocía por “El canario”.
Un día conoció en aquel puerto una chica de su edad, que tenía dos hijos de un matrimonio anterior, se enamoraron.
Pronto se casaron y al año tuvieron una niña,  los cinco parecían felices, los hijos de ella, casi adolecentes aceptaron bien a Ramiro e incluso le siguieron en su afición a la mar y empezaron a introducirse en la vela ligera.
La niña, Rocío era el ojito derecho de su padre, guapa, de ojos grandes y la verdad es que parecía una de esas bellezas canarias pese a no tener nada de esa tierra sino el mote de su padre.
Pasaron cinco años y un día, sin saber ni cómo ni por qué, aunque supongo que habría sus motivos, Ramiro desapareció.
Una breve nota decía:
 Cariño, estoy agobiado, necesito más espacio, te llamaré cuando recupere mi estado anímico.
Nada supo nadie de él, parecía que la tierra se lo hubiese tragado. Incluso una hermana que tenía en Francia dijo que no tenía noticias de él.
Ricardo, hombre de mar, propietario de un velero con el que hacía charters, conocido de Ramiro y de Esperanza, cuando supo de la desaparición le dijo a ella: ¿De verdad no sabes nada? ¿No sabes a donde ha podido ir?
No, ni idea, parecía tan contento y feliz con la niña y mis dos hijos, estaba algo preocupado con mis problemas de salud, pero me animaba mucho y además le gustaba su trabajo.
Mira, la gente de la mar no se separa de su ambiente, yo estoy siempre en los puertos, incluso cuando no estoy trabajando, si existe algún puerto cercano, allí voy, aunque esté de vacaciones y eso hacemos todos los que vivimos en el mar. Si Ramiro está vivo, que seguro que lo está, más pronto o más tarde se cruzará conmigo.
No sé, no sé, me parece imposible que esté vivo y no piense en su hija, es su ojo derecho, solamente con pensar un poco se daría cuenta de lo mal que lo está pasando la niña y no puede ser tan cruel como hacerla sufrir tanto. A mi quizás me reproche algo y no quiera verme ni oírme, pero a su hijita querida no le puede hacer esto.
Si lo encuentro no le diré nada, ¿Quieres que te diga algo a ti?
Si, me gustaría que me dijese a la cara lo que piensa y que por lo menos hable con su hija y se comporte con ella como un padre aunque esté lejos.
Ricardo siguió navegando sobre todo por el Mediterráneo,  a cada puerto que arribaba se paseaba por los muelles, entraba en las cantinas, hablaba con las gentes, supo de unos cuantos que habían marchado de sus casas rumbo al anonimato, pero de Ramiro no supo nada.
Pasado año y medio, se fue de vacaciones  en invierno,  a un clima más agradable, marchó a Canarias.
Voló a Tenerife, en un vuelo programado, llegó al aeropuerto del sur, al Reina Sofía, allí fue recogido con otros pasajeros en un autobús para ir a Puerto de la Cruz, al norte de la isla.
Cuando llegó al hotel, fuera del bullicio de Puerto de la Cruz, muy cerca del Jardín Botánico y con una habitación con vistas al mar, abrió la maleta, no llevaba mucha cosa, estaba acostumbrado a la vida en el mar y a los espacios pequeños de los barcos, además, iba de vacaciones y para Ricardo eso ere ir a ver sitios nuevos, paisajes, piedras, buenas comidas típicas y sobre todo descansar.
Lo  primero que hizo después de ordenar el equipaje fue ir a recoger el coche que había alquilado ya a su agencia de viajes  cuando encargó las vacaciones.
Conducir por Tenerife es bastante caótico, primero porque hay demasiados turistas con coche de alquiler que no conoce bien los sitios y después porque el canario, aunque conduce bien circula bastante rápido, cosa extraña cuando por lo general es gente bastante apacible y tranquila.
Ricardo se levantaba temprano y cogía el coche y se dedicaba a recorrer los sitios, una buena cosa, si vas por tu cuenta, es conveniente coger unas propagandas de excursiones, así sabes  a donde van y en qué orden, con lo cual, si sales media hora antes y ellos van en autobús, llegas  a  los sitios y te vas al siguiente cuando los turistas entran en el anterior.
Siendo de mar y viviendo en el mar, cuando pasaba por la costa, si había algún puerto, allí se paraba, visitaba los muelles admiraba los diferentes barcos y hablaba con las gentes del lugar, sobre el tiempo, la pesca, donde comer buen pescado, etc.
Ricardo es una persona tranquila y solitaria, no necesita para nada estar en compañía de nadie, toda su vida tuvo que solucionar sus problemas solo, ya que muy joven se quedó sin padres y fue criado por una hermana que murió cuando él tenía veintitantos años, un par de veces se enamoró y la primera salió mal y la segunda ella murió, luego, al vivir en la mar y para la mar se convirtió en una persona introvertida pero no exento de humor ni alegría, por eso no le preocupaba ir solo a cualquier lado, pero no era esta solitud por timidez o porque fuese parco en palabras, al contrario, entablaba conversación con cualquiera por la calle o en cualquier sitio.
Una mañana que había decidido ir al sur de la isla, desayunó temprano y cogió el coche que tenía aparcado a las puertas del hotel y marchó por la autovía de Santa Cruz para luego coger la autovía del sur, al pasar por la salida que llevaba a Candelaria, se acordó que alguien le había hablado de la Basílica de la Pa trona, La Candelaria y también de los buenos camarones que se pueden comer allí, por lo que decidió parar a la vuelta.
Pasó cerca del aeropuerto Reina Sofía y siguió hasta Puerto Colón.
Aparcó el coche y se dedicó a andar viendo las oficinas de alquiler de embarcaciones y viajes turísticos, tiendas de efectos náuticos, etc. Pronto se dio cuenta de que estaba todo montado de cara al turismo, incluso había excursiones en submarino.
En el muelle grande vio unos catamaranes que se estaban preparando para excursiones a ver las ballenas piloto, ya había zarpado uno, otro estaba soltando amarras y en un tercero la gente estaba subiendo a bordo, tuvo un presentimiento y a un pescador que pasaba por allí y que parecía haber estado toda su vida en aquel puerto y le dijo:
¡Oiga!, por favor, estoy buscando a Ramiro.
El marinero le miró a la cara con extrañeza e hizo un gesto con la cara y los hombros  de interrogación como solo los canarios saben hacer porque son parcos en palabras.
Si, hombre, Ramiro “el catalán”.
Si hombre, claro, aquí lo llamamos así. Pero hoy no está, normalmente va de patrón en ese catamarán que acaba de salir, pero hoy hace fiesta, su novia ha tenido una  hija y él se ha tomado el día de fiesta, si quiere le digo dónde vive y si no, mañana o pasado estará por aquí.
No, ya lo llamaré por teléfono para vernos, he llegado de la península y quería darle una sorpresa y me la ha dado él a mí.
Ricardo se despidió del pescador, entró  en un bar, se tomó un cortado con leche condensada e hizo unas cuantas preguntas por el puerto para cerciorarse de que Ramiro y “el canario” eran la misma persona, además se enteró de que su novia era alemana y trabajaba de guía turística en una agencia de viajes. Después se fue a buscar el coche.
Se dirigió por la autopista del sur y salió en Candelaria, entró en la basílica, allí se acordó de su viejo amigo Pedro, oriundo de Canarias, luego salió, cruzó la plaza, entró en un bar y pidió una jarra y un plato de camarones.
Quince días después, cuando volvió, a los pocos días tuvo que ir al pueblo de Cataluña, donde vivía Esperanza, fue a verla.
Esperanza, he encontrado a Ramiro, si te interesa te digo dónde y si no, me callo lo que sé y aquí no ha pasado nada.
Si, quiero saberlo, Rocío va a hacer la primera comunión y su mayor deseo es que su padre la acompañe.
Ricardo le dio los datos de la agencia donde trabajaba y todo lo que averiguó y le dijo después.
Por cierto, Rocío tiene una hermanita recién nacida.
Cuando Rocío hizo la primera comunión su padre estaba allí.
Desde entonces, en vacaciones  Rocío va a Canarias a casa de su padre.
Ricardo, cuando llega a algún puerto, sigue buscando a otros “desaparecidos”
FIN


LA HERENCIA
Pedro Fuentes
CAPITULO I
Don Cipriano cumplió los 86 años cuando por primera vez en la vida se sintió mal, algo no andaba bien en su interior, no era un hipocondriaco, vio que no tiraba, que se cansaba, le faltaba el aire y sentía una presión en el pecho, así que como vivía solo y además no tenía más familiar que un sobrino segundo, hijo de su primo hermano por parte de padre, decidió llamarlo para decirle que había avisado al portero para que por favor le acompañase a urgencias del hospital de la Seguridad Social, que no estaba muy lejos, le dijo que por favor le acompañase por lo que le dijese el médico.
El señor Cipriano era soltero, toda la vida trabajó de funcionario, persona culta y estudiosa, su único vicio era la lectura, de vez en cuando iba al cine y al bar del hogar del jubilado, allí, además de tomar un cortado, jugaba unas partidas de billar francés con algún antiguo compañero de la Delegación de Hacienda, donde trabajó toda su vida.
Leandro llegó a urgencias justo cuando la enfermera llamaba a Cipriano a la consulta. Quiso pasar con su tío pero la enfermera le dijo que no, que primero entraba solo y si acaso lo avisarían luego.
Dos largas horas después, por los altavoces lo llamaron, primero vio a su tío que le dijo que se encontraba bien pero cansado, luego un médico lo llamó y entraron ambos en un pequeño despacho, allí el doctor sin rodeos le dijo: Su tío ha tenido un infarto de miocardio, esto quiere decir que por un espacio de tiempo más o menos prolongado, ha tenido falta de oxígeno por el bloqueo del flujo sanguíneo hacia el músculo cardiaco. Esto puede ser motivado por una serie de factores, como el colesterol elevado, el consumo de bebidas alcohólicas, una vida sedentaria, o hereditario, por lo que me ha dicho su tío, de la vida ordenada que lleva, seguramente será hereditaria o que al vivir solo, la cuestión alimentaria no sea tan ordenada como él cree. Todo esto será motivo de estudio por el especialista cardiólogo al que le voy a enviar. A partir de ahora, tendrá que llevar una vida más ordenada, andar mucho, no fumar, nada de beber, nada de ejercicios exagerados, una vida reposada y tranquila.
Mi tío vive solo, ¿Usted cree que sería conveniente que viviese con nosotros o en una residencia, o quizás ponerle alguien que lo cuide? Preguntó Leandro.
Una de las tres cosas antes que estar solo, pero la ideal es que viviese con su familia, no es que esté grave, pero si se volviese a repetir el ataque, si está solo podría ser fatal, contestó el doctor.
¿Cree conveniente que conozca su estado?
No tiene importancia, sí es conveniente que sepa que se tiene que cuidar, pero sin decirle la gravedad de la situación, deben decirle las cosas pero sin darle disgustos. Le voy a hacer un informe para su médico de familia y la recomendación para que le envíen al especialista en cardiología, hasta entonces, le recetaré unas pastillas que debe tomar. Esta vez ha sido un ataque leve y cogido muy a tiempo, lo dejaremos en planta uno o dos días para ver cómo reacciona y luego lo enviaremos a casa, mientras tanto pueden irlo preparando. ¿Qué harán luego?
Creo que nos lo llevaremos a casa, tengo dos habitaciones libres desde que dos de mis hijos se han casado, pero antes lo hablaré con mi mujer y mi otro hijo que ya tiene 23 años.
CAPITULO II
A los tres días, don Cipriano se fue a vivir a casa de su sobrino nieto. Leandro y su hijo se encargaron de recoger de su piso las cosas que el anciano quería tener a mano y la ropa que él deseaba, como la habitación que le asignaron, era bastante amplia, le llevaron también el televisor, un equipo de música y los libros que dijo.
Leandro y su mujer, Rosario, pronto hablaron seriamente con su tío y le hicieron ver lo prudente que sería por su parte que hiciese testamento. D. Cipriano a su vez les dijo que de su pensión, aportaría una parte por sus gastos y que a la vez le buscasen una cuidadora, para cuando él quisiese salir e ir al cine, le acompañase, gasto que correría a cargo también de su pensión, que era holgada.
Todo se hizo y a la semana habían contratado por horas una señora de unos cincuenta años, de bastante buen ver y de nacionalidad cubana.
Al cabo de dos meses, en un plan urdido por los padres y el hijo, empezaron a llevarse los domingos a D. Cipriano a comer fuera, cada vez las comidas eran más apetitosas, el vino no faltaba, la copita “era digestiva”, Las veladas cada vez se alargaban más, poco rato pasaba el buen señor en su habitación, el hijo de Leandro, de veintitrés años, Alfredo, algún día lo “sacó” a pasear y lo enredó para llevárselo a una casa de mala reputación, “ya que comprendía que el abuelo tuviese sus necesidades” El hombre se refugió yendo al cine con su cuidadora Edelmira e incluso en lugar de unas horas paseaba cada tarde, iban al bar a tomar unas infusiones, fueron al teatro, pero cuando llegaba a casa, por las noches, las cenas eran opíparas y cada vez más tarde, luego los fines de semana había marcha para comidas y cenas en restaurantes, después, cada dos viernes por la noche el niño de la casa se lo llevaba a los lupanares.
CAPITULO III
A los siete meses, el abuelo falleció, tuvo un fuerte refriado y la lesión cardiaca, agravada por la subida de colesterol y la bajada de defensas, le jugaron una mala pasada. De hecho fue una muerte bastante digna. A la mañana siguiente su sobrina, cuando le llevó el desayuno, lo encontró muerto en la cama.
Después del entierro, a los quince días de llorar al abuelo amargamente, llamaron primero a Edelmira y le dijeron que como no la iban a necesitar más, en agradecimiento le pagarían una mensualidad como gratificación. Edelmira marchó con lágrimas en los ojos. Luego fueron el matrimonio y los tres hijos a la Notaría para declararse herederos legítimos.
El notario los recibió, les ofreció asiento y les dijo: Señores, siento comunicarles que el Sr. Cipriano, en vida hizo donación de todos sus bienes pasados y futuros a doña Edelmira Cienfuegos de nacionalidad cubana y me entregó una carta, en sobre cerrado para que se la entregase a Vds. Cuando reclamasen la herencia, aquí está, debidamente cerrada y lacrada, si me firman el recibí, con mucho gusto se la entregaré. Firmaron y el notario les dijo: les dejo solos en esta salita, por si quieren leer la carta en familia y en privado.
Leandro se sacó del bolsillo las gafas de cerca, rasgó el sobre, carraspeó un par de veces y leyó.
Mis queridísimos sobrinos:
Solamente cuatro letras para deciros que desde el primer momento me di cuenta de vuestras intenciones, me parece mal dejaros sin un céntimo ya que habéis hecho que mis últimos días estuviesen llenos de buena vida.
Cuando me di cuenta de todo, con Edelmira fui al médico, tomaba la medicación que me dabais para el corazón y las que me mandó el medico para el colesterol y para contrarrestar la “mala vida” que me hicisteis pasar, Edelmira me amó y cuidó como nadie lo había hecho, , hasta tal punto, que a ti, Alfredito, te diré que cuando me llevaste a aquellos sitios, yo pagaba otra vez a las señoritas para no hacer nada pero que luego te dijeran a ti lo bien que había ido todo, y lo hacía por respeto y amor a Edelmira, así que decidí haceros esta mala pasada.
Otra noticia, Edelmira y yo nos casamos. Todavía estoy oyendo cuando me dijo “Sí, mi amol”.
FIN


viernes, 7 de diciembre de 2012

CITA EN EL RETIRO III Y LOS CARACOLES (R)

Hoy publico "Cita en el  Retiro" El desenlace y repito la historia de los caracoles, en la que el protagonista es el inefable Ricardo y de segundones Vicente, y yo, transcriptor de la historia. Como ya sabeis, los tres hemlos mantenido una amistad de toda la vida.

Por cierto, Ricardo me ha llamado para que le ayude y escriba una aventura en la que está metido, con lo tranquilo y pacífico que es y vaya jaleos en los que se mete.

Y ahora los relatos de hoy.

CITA EN EL RETIRO
Pedro Fuentes
Capítulo III

El día 15 de Mayo de 2011, domingo, llegué a Madrid desde Alicante, me dediqué a recorrer la ciudad como siempre que llego allí después de un largo tiempo de estar ausente.
Paseando fui hacia Sol para recorrer todo el centro, bajé por Preciados y ya noté algo raro, mucha gente joven que iba hacia Sol con mochilas, alguna pancarta todavía enrollada, en sus voces se notaba nerviosismo, hablaban entre ellos muy alto, mientras otros susurraban, Sol estaba tomada en sus alrededores por coches anti disturbios.
Sin comerlo ni beberlo me encontré con el comienzo de la manifestación del 15M. Hice un cálculo de fechas, habían pasado 44 años y 54 días desde que se formalizó el movimiento “22 de Marzo” en la Universidad de Nanterre en Francia, yo, con 62 años me encontraba en otra revuelta que parecía sería de grandes proporciones, mi mente retrocedió ese periodo de tiempo, me pregunté qué sería de mis viejos camaradas, entre ellos uno que perdí de vista allá por 1970 en la Plaza de España, un domingo a las doce del medio día, él terminaba de salir de la Dirección General de Seguridad por revueltas estudiantiles. Nos despedimos entonces y ya no supe más de él, Salvador.
En plena Plaza del Sol, en el comienzo del jaleo tuve un recuerdo para Matilde y todos los amigos y camaradas perdidos. En un principio me alegré de que la juventud empezase a despertar del letargo del consumismo, pensé “El que no es revolucionario a los 17 no es conservador a los 40” No sé de quien era la frase pero me la apliqué, pensaba ya en mi jubilación, mi vida había sido bastante cómoda en lo laboral y me dije: “Esto no es para mí”. Y me marché por la calle Mayor dirección Postas para ir a la Plaza Mayor.
Fuera de la Plaza de Sol se notaba el ambiente de fiesta del día de S. Isidro, patrón de la Villa. Estuve paseando hasta las tantas, Madrid siempre está lleno de gente por las calles, ahora hacía 5 años que no recorría sus calles y todo parecía igual, aunque en el fondo se notaba la profunda crisis en la que andábamos metidos.
El lunes, cuando me desperté, recordé que había estado no sé si soñando o recordando aquel otoño y primavera de 1967/68, miles de escenas pasaron por mi mente, desayuné en el  hotel y como no tenía otra cosa que hacer hasta la tarde que había quedado con mi amigo Vicente, me fui andando tranquilamente al Retiro, ahora en pleno hervidero de la primavera. Paseé por todos aquellos sitios que tan bien conocía de mi juventud.
Encontré el banco en que me había declarado a Matilde y me senté, abrí el periódico que llevaba debajo de mi brazo y me puse a leer.
No habían pasado ni cinco minutos cuando alguien me preguntó:
 ¿Puedo sentarme?
Si, claro. Le contesté sin levantar la mirada de mi periódico.
Al cabo de unos minutos, mientras pasaba de página, levanté la vista, al lado se había sentado una elegante mujer, mayor ya pero con los rasgos de haber sido una gran belleza.
Disculpe, señora, ¿La conozco de algo?
Eso mismo estaba pensando yo, que le conocía pero no sabía de qué.
Yo, cuando tengo un rato o me quiero relajar de mi trabajo, que está muy cerca vengo y me siento aquí.
Pues cuando vengo a Madrid, suelo pasear por el Retiro y a veces me siento aquí, pero no hemos coincidido nunca.
La mujer sonrió y con picardía me miró y dijo: En el otoño de 1967 coincidimos muchas veces.
Le miré a los ojos y dije: Claro, tú…. ¡Tú eres Matilde!
¡Y tú Pedro!

FIN

LOS CARACOLES (R)

Pedro Fuentes

CAPITULO I
Ricardo terminaba de salir del médico, su semblante era de preocupación, el otoño de Madrid, frío y lluvioso no parecía molestarle, andaba meditabundo, con las manos en los bolsillos del abrigo jaspeado. Iba caminando por medio del bulevar de Alberto Aguilera rumbo hacia la glorieta de Bilbao, aunque en realidad no le importaba ni iba a ningún sitio determinado, simplemente pensaba y sus pensamientos no se apartaban de la consulta del doctor, no había duda, el diagnóstico era claro, tres úlceras gastrointestinales, el tratamiento largo y un cambio de vida radical, eso le recordó tres cosas, una, la primera, sacó un paquete de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo puso en la boca y lo encendió, pensando que sería el último, dos, no podría beber, tres, había quedado con su amigo Vicente en la glorieta de S. Bernardo, menos mal que había cogido el rumbo adecuado, ya estaba casi llegando, Pasó la calle Vallehermoso y por delante del cine Conde Duque, a donde querían ir a ver “La semilla del diablo”. Llegó casi con el tiempo justo, por el por el lado superior de S. Bernardo llegaba Vicente con otro viejo conocido, Pedro.
Vicente y Pedro son dos buenos amigos, Vicente, más serio, formal, apasionado de la poesía, parecía un poeta de la generación del 98 enjuto, grandes ojeras, Pedro es más alegre, se diría que demasiado, se toma la vida con descaro, delgado, un bigotillo que no termina de cuajar y apasionado con el teatro, ahora está dando sus primeros pasos en una compañía amateur. Los dos se conocen del colegio, Ricardo empezó siendo amigo de Vicente entre los tres y cuatro o cinco más hicieron un grupo muy peculiar, no les unía casi nada, salían juntos desde hacía años, se lo pasaban bien, muy jóvenes empezaron a organizar guateques, generalmente el casa de Vicente, que era donde más espacio había y donde la familia “dejaba”. Con el tiempo se fueron disgregando, unos porque se emparejaron con alguna chica y otros porque siguieron caminos muy diferentes.
Se encontraron y viendo la cara que traía Ricardo, le preguntó Vicente ¿Te ocurre algo?
 Eso, porque traes una cara que ya, comentó Pedro.
¿Por qué no vamos a una cafetería y os lo cuento?, dijo Ricardo.
Si no vamos al cine, podemos ir a la glorieta de Bilbao a Yucatán, allí estaremos tranquilos y podremos charlar, dijo Pedro.
 Sin más comentarios empezaron a andar hacia el sitio señalado.
Yucatán es una cafetería larga y estrecha, con una barra a la izquierda, luego, al final hay una escalera y arriba un salón con mesas, que son utilizadas en las tardes frías por parejas y estudiantes o grupos pequeños de amigos. Pedro es bastante asiduo y suele venir con alguna chica o compañeras del grupo de teatro para leer y memorizar alguna obra.
Los tres se sentaron en una mesa y pidieron café Vicente y Pedro y Ricardo  un vaso de leche fría.
Bueno, espetó Vicente, ¿qué te ha dicho el médico?
Tengo tres úlceras gastrointestinales, se acabó fumar, beber y comer todo lo que me gusta, además de un montón de medicinas, un jarabe y unos polvos parecidos al bicarbonato.
El caso es que hay un medicamento que dicen que es muy bueno, pero solamente se puede comprar en Andorra o en Francia, Roter. 
Sí, dijo Pedro, recuerdo que mi padre lo había tomado, creo que se lo traían de Canarias.
Una cosa, dijo Pedro de nuevo, ¿Recordáis a aquella novia mía, Isabel?
Cómo no, dijo Vicente, haciendo un aspaviento nos ponías 40 veces el disco de Chales Aznavour en cada guateque.
Bueno, pues cuando acabó Magisterio la enviaron a un pueblo por la carretera de Cuenca, Morata de Tajuña, yo estuve allí, unos críos me abollaron el 600 con una piedra porque casi atropello a un cerdo que cruzó la calle, pero un cerdo de cuatro patas, bueno, dos y dos jamones.
Pues me dijo Isabel que se había torcido un tobillo y la llevaron a una especie de bruja sanadora por allí y le hizo unas friegas y salió andando de allí como si nada, aquella tipa curaba todo. ¿Por qué no cogemos el coche y vamos de excursión? Por probar no se pierde nada, está a unos treinta y tantos quilómetros.
¿Tú crees que esa mujer sabrá algo de úlceras? Le dijo Ricardo.
Ni idea, pero nos vamos a pasar una tarde estupenda riéndonos de los hechizos que te hagan, y lo mismo Vicente escribe algún poema y yo estudio al personaje por si algún día hago “Las brujas de Salem”.



CAPITULO II
Cuatro días después, a media mañana, habían quedado en comer unos bocadillos por el camino, salieron de Argüelles camino de la carreta de Cuenca los tres amigos en un 600 azul de Pedro. La idea era llegar a Morata y una vez allí preguntar, por lo que Pedro sabía, Isabel ya no estaba allí de maestra, además había perdido su rastro hacía algún tiempo.
El tiempo era incluso caluroso para las fechas en que estaban. Llegaron a Morata y pararon en  un bar en la Plaza Mayor, enfrente del Ayuntamiento.
Mientras tomaban dos cafés y un vaso de leche, preguntaron al que parecía dueño y camarero si sabía de una mujer que tenía fama de sanadora.
Si, contestó el interpelado, pero no es aquí, en Morata, tienen que ir por la calle que sale al lado derecho de la iglesia, en esta plaza y siguen hasta que terminan las casas y empieza una carretera asfaltada, estrecha y con muchos agujeros, cuando lleguen al cartel de fin de Morata, a cosa de medio kilómetro, entre dos chopos, a la derecha, verán un camino de tierra, entran por él y pasada la primera curva, a la derecha, verán una casa que parece abandonada, pero que no lo está, si se fijan suele haber un par de cabras atadas delante y además le saldrán dos perros ladrando, son mansos, pero no bajen del coche, paren a la altura de las cabras y llamen sin salir del coche a la Sra. Herminia, ella saldrá y amansará a los perros, entonces podrán salir, ella es la sanadora y algo bruja según dicen.
Se metieron en el coche y siguieron las instrucciones al pie de la letra, a los veinticinco minutos estaban al lado de las cabras y gritando a tres voces por la Sra.  Herminia entre ladridos de los dos perros.
Al fin salió de la casa una mujer muy gruesa, con una bata de andar por casa y mandó callar a los perros, luego les dijo a los tres amigos que bajaran, cosa que hicieron, momento que aprovechó el macho de los dos animales para mear la rueda delantera derecha, mientras que la perra, moviendo el rabo se acercó a Ricardo como si supiese que las próximas comidas serían gracias a él.
¿Qué se les ofrece? Preguntó la Sra.
Pedro, que iba por delante le respondió: Nos han dicho que Vd. es sanadora y traemos a este amigo, que últimamente sufre de muchos dolores de barriga y no se le pasan con nada, para ver si sabe qué le puede pasar y cuál es el remedio.
Que pase él solo,  voy a tener para una media hora, Vds. dos pueden pasear, tengo para unos tres cuartos de hora, pueden tirar por ese camino y llegarán hasta un riachuelo que les gustará, no se preocupen si los perros les siguen, cuando se cansen volverán solos.
Vicente y Pedro, aficionados a la fotografía cogieron sus respectivas cámaras del coche y se fueron al río. Pasaron el tiempo sin pensar, incluso descubrieron unas ruinas donde pudieron poner una cámara para hacerse una foto con el automático.
Transcurridos los 55 minutos, regresaron al coche, Ricardo ya había salido de la casa y estaba sentado en una piedra mirando las cabras.
¿Has solucionado algo? Dijo Vicente deseando que su amigo sanara.
Si,  ¡Jo!  Sin decirle nada supo lo de las úlceras, me ha dado unas bolitas blancas, viscosas y que me parecía como si estuviesen vivas y medio litro de agua entre antes y después para tragarlas, le he preguntado cuánto le debía  y me ha dicho que la voluntad, o sea, ¡mil pelas!. Luego me ha dicho que los próximos tres días tengo que pasarlos a base de ensaladas de lo que yo quiera y toda la que quiera pero sin vinagre y sin sal.
¡Me cago en diez!, eso no hay quien lo pase, dijo Pedro, amigo del buen beber y buen comer, bueno, en fin, que sea por ti, ahora vamos a un bar, pedimos una lechuga y Vicente y yo nos repartimos tu bocadillo con unas cervecitas.

CAPITULO  III

Habían pasado ya dos meses cuando se volvieron a encontrar Pedro y Vicente, este último tenía la lectura de unos poemas suyos en una tertulia y Pedro, invitado, no pudo negarse, a Ricardo no logró encontrarlo, cuando los dos amigos se encontraron preguntaron por él, ninguno sabía nada, se extrañaron y decidieron al día siguiente ver de localizarlo.
Vicente tenía las llaves del apartamento de Ricardo, ya que era la persona más allegada que tenía, Ricardo que era muy  reservado, nunca hablaba con nadie de su familia, todos sus amigos, pocos, sabían que había llegado a Madrid para estudiar y  nadie sabía incluso de dónde era, una vez, en plena borrachera les había confesado a los dos amigos una historia rarísima sobre un tiovivo, pero como Vicente y Pedro estaban casi en el mismo estado lamentable que él, tampoco se enteraron mucho de la historia.
Decidieron ir al apartamento, preguntaron a la portera y ésta les dijo que hacía un par de meses que no lo veía.
Subieron ambos al cuarto piso, letra F, seguidos por la portera, que también quería enterarse y abrieron la puerta, lo que allí vieron les heló la sangre, miles y miles de caracoles lo invadían todo, unos paseándose por el suelo y las paredes, otros muertos, caparazones vacío, las plantas, de las que Ricardo era aficionado, comidas hasta los troncos, pero ningún rastro de Ricardo, parecía que se lo hubiese tragado la tierra.
La portera salió corriendo y avisó al presidente de la comunidad. Este, cuando vio lo que allí pasaba, llamó a sanidad y a la policía.
Cuando Pedro y Vicente contaron lo que sabían de hacía dos meses  al comisario, éste mandó un “Z” a buscar a la Sra. Herminia.
Una vez Herminia en la comisaría, contó todo, ella no había hecho nada malo, Ricardo había ido a pedirle consejo, ella, por buena voluntad, y sin cobrarle nada, porque ella aconseja pero no cobra, lo que pasa es que la gente que es muy buena, le da algo, una gallina, un conejo, diez durillos para que se tome algo, pero ella no cobra, vive de la caridad.
Bueno, el tal Ricardo llegó con unos fuertes dolores, ella pronto vio que tenía llagas en el estómago y le dijo lo que su bisabuela le enseñó a su abuela, ésta a su madre y su madre a ella.
Le mandó una dieta de ensaladas, mucha agua y le dio a tragar enteros, unos cincuenta huevos de caracol repartidos en diez tomas durante media hora, estos huevos, terminan naciendo en su gran mayoría y con sus babas, recorriendo el estómago, tapan las llagas y las curan, luego, después de 15 días, con los ácidos del estómago mueren los caracoles y ya está. Por lo que dicen, los ácidos no los han matado, puede ser que se pasara de comer lechuga y beber agua, pero yo al chico, desde aquel día no lo he vuelto a ver, otras veces he dado el mismo remedio y esto no ha pasado. Dijo la Sra. Herminia con la fe de quien da una clase magistral de medicina.
El comisario, oído todo dijo:
Guardia, encierre a esta bruja en el calabozo hasta que aparezca el chico y que rece porque aparezca y bien porque como le haya pasado algo la acusamos de asesinato.
 Luego empezó las averiguaciones para localizar a la familia de Ricardo, averiguó el pueblo del que era y que allí no le quedaba sino una hermana mayor que no sabía de él pero que esperaba que le llamase como siempre por Navidad.
Pedro y Vicente se dedicaron a llamar a todos los amigos y conocidos e ir por los lugares que frecuentaba Ricardo, pero todos se dieron cuenta de lo poquito que sabían de él, decía que estudiaba, pero no sabían qué, no trabajaba y sin embargo, no es que le sobrara el dinero pero parecía vivir desahogadamente. Diez días después los dos amigos se reunieron en una cafetería en la Glorieta de Iglesias para intercambiar información. No habían logrado nada.
Pedro comentó: Yo no sé qué ha podido pasar, ¿Tú crees que se lo han comido los caracoles?
No puede ser, quedarían los huesos, por lo menos. Sentenció Vicente.
Llevaban media hora elucubrando las muertes más extrañas para Ricardo, cuando Pedro, que estaba sentado frente a la puerta, se quedó con la boca abierta y balbuceó:
¡¡Mira!!.
Vicente miró también y se le cayó la cucharilla del café de las manos. Por la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, apareció Ricardo.
Sus amigos corrieron hacia él, lo abrazaron y lo acribillaron a preguntas.
Ricardo no sabía ni qué ni a quien escuchar. Así que optó por lo más fácil, primero nos sentamos, pido algo y os cuento todo desde el principio dijo.
Vicente, según iban para la mesa le dijo:
¿Sabes que te busca la poli?
Sí, eso ya está arreglado, contestó.
Bueno, primero quiero un whisky y vosotros pedid lo que queráis, pero hay que brindar, que yo invito.
Pidieron tres whiskys y mientras llegaban, Ricardo sacó tabaco y ofreció a sus amigos.
Pedro cogió un cigarrillo y Vicente pasó porque estaba en etapa de dejarlo, las etapas de fumo, no fumo, de Vicente eran cortas e intermitentes.
Bueno, coño, habla ya, dijo Pedro.
Ricardo se echó para atrás en la silla, exhaló el humo del cigarrillo pausadamente y empezó.
Una semana después de lo de la bruja, los dolores de estómago me habían desaparecido, pero sobre todo, por la noche notaba como si el estómago hirviese, no podía comer nada, solamente lechuga y agua. Ya no podía dormir, notaba como mi estómago se desplazaba, además se me empezó a hinchar, por la boca y la nariz me salían unas babas pegajosas y rarísimas, al orinar, el pis es verdoso, y cuando defeco todo son bolitas, al final, cuando vi lo que me ocurría, dio la casualidad que me llamó mi médico y me dijo que había unos laboratorios que estaban probando una tratamiento de choque para las úlceras, que no lo podían sacar al mercado hasta probarlo suficientemente, estaban buscando voluntarios para internarlos en una clínica particular y someterlos al tratamiento intensivo durante dos meses. El ingreso, si me interesaba era al día siguiente, pero que no se podía decir nada a nadie. Yo dije que si, arreglé todo rápidamente, os llamé para deciros que iba a estar fuera pero no os localicé. Inmediatamente, sabiendo que lo que tenía en el estómago sospechaba que eran caracoles vivos, ya que busque en una enciclopedia y vi que lo que me hizo tragar la bruja, eran huevos de caracol, me di cuenta de que con tanta lechuga y agua, con el calor del estómago habían eclosionado y crecido rápidamente, me fui al cajón de los medicamentos, cogí un frasco de sal de frutas y me tomé medio litro de agua con varias cucharadas, el efecto fue inmediato, empecé a vomitar, cada vez que lo hacía, salían puñados de caracoles, unos muertos, otros los más, vivos y muchas cáscaras vacías. Pasé una noche de pesadilla, ya de madrugada solamente vomitaba el agua que bebía, aproveché para comer algo que fuera ácido y salado por matar lo que pudiese quedar.
A la mañana siguiente, después de limpiar lo que pude, le dejé una nota a la Sra. de la limpieza, que tenía que venir. No pudo venir porque marchó a su pueblo por enfermedad grave de un familiar, luego pasó lo que visteis vosotros y la policía, yo me pasé los dos meses en la clínica, a base de medicamentos, cuando salí de allí y llegué a casa me enteré de todo, fui a la poli y arreglé el asunto, luego os he buscado por todos los sitio y ahora entré aquí a buscaros y si no ir a tu casa, Vicente, donde nunca te  encuentro y aquí estoy.
Parece que curado, los laboratorios  lo tienen claro, y yo pienso que gracias a los caracoles.
FIN

jueves, 29 de noviembre de 2012

CITA EN EL RETIRO II Y EL HIPOCONDRIACO (R)

Otro capítulo de "Cita en el Retiro", ese Retiro que está en este tiempo muy parecido al que había en la historia que relatamos, con sus hojas caidas, semi secas que van sonando cuando pisamos sobre ellas, además ahora, cuando hay un poco de calima y el sol se filtra entre las ramas peladas de los árboles de hoja caduca, así estaba cuando nuestro protagonista y Matilde paseaban por allí.

Además publico como repetición un pequeño relato que un día me contó Ricardo y que es totalmente cierto, Salvo los nombres de los protagonistas.


CITA EN EL RETIRO
Pedro Fuentes
Capítulo II

Las clases ya habían empezado, yo aquel año había comenzado Filosofía y Letras en la Complutense de Madrid, en la Ciudad Universitaria, ya desde el primer día de clase se empezaba a rumorear que ese año habría muy pocas clases, el ambiente se estaba caldeando, empezábamos a tener noticias de la crisis económica que empezó en Francia a principios del 67, luego ocurrió que las colonias de los grandes estado, recientemente independientes, se negaban en algunos casos a aceptar el “proteccionismo” americano.
En Cuba había triunfado la revolución, Estados Unidos se comprometía de lleno en la guerra de Vietnam, el movimiento hippy empezaba sus campañas de “Haz el amor y no la guerra”.
Pero el disparo de salida de todo lo que se avecinaba fue el encierro de estudiantes en la Universidad de Nanterre en Francia y sobre todo el enfrentamiento verbal entre el <ministro de La Juventud y el Deporte François Missoffe y Coh-Bendit luego conocido como “Dani el Rojo” cabecilla y fundador del movimiento revolucionario “22 de Marzo”.
En España, en esas fechas de 1967 se vivía un gran momento económico, los Planes de Desarrollo estaban creando empresas y puestos de trabajo, La postguerra había terminado, el gobierno franquista había depositado mucha confianza en Cataluña y Vascongadas apoyando la creación de industria y por tanto puestos de trabajo cubiertos por españoles de Andalucía, Aragón y Extremadura sobre todo.
En el año 66 se aprobó la nueva Ley de Prensa conocida también como la “Ley de Fraga” y en la que se aparentaba una libertad mayor que la real, en el 67 se desarrolló la Ley de Libertad Religiosa, que no realizó Fraga, pero se le achacó por los más adictos al régimen, no siendo del agrado de Carrero Blanco, Fraga pagó los platos rotos y fue considerado un “liberal”.
Pese a la nombrada ley de prensa muchos periódicos y revistas fueron “secuestrados” en alguna ocasión como el ABC, La Codorniz. El diario Madrid que fue cerrado definitivamente.
Todo ello fue el caldo de cultivo para que el curso 67/68 en España y sobre todo en la universidad fuese un curso muy conflictivo.
Yo estaba a mis anchas en aquel ambiente revolucionario. Entre que Filosofía y Letras y Derecho llevaban la voz cantante de todo el follón en la “Universitaria” y además en el mundillo del teatro que empezaba con el teatro de protesta y luego en la música comenzaba la canción protesta, sobre todo en Barcelona.
Para Matilde, con sus dieciséis años recién cumplidos era todo un dios, era el héroe revolucionario, a cada momento me pedía que le contase qué pasaba en la Universidad.
Luego, cuando salíamos por ahí, le llevaba a los sitios más bohemios y progres de Madrid.
Las cuevas de Sésamo era cita obligada para tomar una copa después del teatro, en la Cervecería Alemana en la plaza de Santa Ana.
Se maravillaba cuando en alguno de esos sitios nos encontrábamos con algún actor ya conocido y nos saludábamos. Alguna noche aparecíamos por Parnaso, en la calle Viriato, cerca de la glorieta de Iglesias.
 Muchas mañana de domingo le llevaba al Rastro, allí le hacía fotografías reflejando su belleza en aquel ambiente y cada vez que las miraba me recordaban a la actriz francesa Marlene Jobert en la película “El arte de vivir…pero bien” de Yves Robert.
 Yo vivía independiente en Madrid, con unos amigos compartíamos un piso y allí, en mi habitación había instalado mi pequeño estudio fotográfico. Ahora, en aquel pequeño espacio seguía haciendo fotografías a Matilde, le hice un gran book de fotografías.
Por aquel tiempo ya estaba lo bastante liado para estudiar, iba a la Universidad en función de los jaleos que se pudiesen liar, en el teatro hacía alguna cosilla, sin importancia, lo importante era estar en todos los sitios posibles, trabajaba esporádicamente en alguna cosa, pero seguía recibiendo de mi familia a final de mes la transferencia correspondiente, no sé si porque pensaban que seguía estudiando o porque así permanecía alejado de casa.
Gracias a mis fotografías y al book Matilde empezó a pasar modelos para una casa de costura que la contrató, a partir de entonces nuestros encuentros eran cada vez más lejanos, ella fue conociendo otro mundo y yo empezaba a pasar un poco de ella ya que mi vida iba por otros derroteros y vivía en un mundo de bohemia y revolución.


EL HIPOCONDRIACO  (R)

Pedro Fuentes
Esta historia está basada en hechos reales, por lo cual los nombres de sus personajes han sido modificados para conservar la privacidad de los mismos.

Alfredo estaba jubilado cuando Ricardo lo conoció, por la gran afición de los dos por la náutica y la pintura, pronto congeniaron, además tenían el barco en el mismo puerto y muy cerca el uno del otro.
Alfredo era el mayor hipocondríaco del mundo, su médico de cabecera no sabía qué recetarle, ya le había dado todos los placebos existentes. Era tan hipocondríaco que creía tener todas las enfermedades menos las que en realidad tenía, su mujer era una enciclopedia médica, conocía más enfermedades y medicinas que un vademécum, su marido lo tenía todo y más fuerte que nadie, si le dolía la cabeza, o era un derrame cerebral o una embolia, si le dolía el pecho, bueno, eso era gravísimo, un cáncer, una tuberculosis, un ataque cardíaco, en el estómago podría ser cualquier cosa menos que se había pasado comiendo, porque eso sí, era un comedor compulsivo, sus males no se curaban comiendo, pero, se aliviaban bastante. Cuando le dolían las articulaciones, era reuma o artrosis seguro, según él, la espalda, la tenía totalmente rota, además, se auto-medicaba, Ricardo no le podía hablar de nada que fuese relacionado con la salud o la enfermedad, tampoco del hijo de Alfredo, que por cierto era médico forense.
Cómo sería Alfredo que una vez le contaba a Ricardo que había llegado a su casa de noche con su mujer, tenía muchísimas ganas  de orinar, según él por culpa de los problemas de próstata que llevaba desde hacía años y no se explicaba como el PSA no detectaba nada anormal, el caso es que con las prisas llegó al baño sin encender la luz, medio desabrochado el cinturón. Con una mano se bajó la cremallera del pantalón y con la otra buscó entre la ropa, con las prisas cogió la punta del cinturón, la enfocó hacia donde creía adivinar el wáter y se puso a hacer pis, de pronto notó varias sensaciones, una que se estaba orinando encima y otra sensación fue que aquello que tenía entre la mano, era totalmente plano e inerte, se llevó tal susto que pensándose lo peor del mundo y tan mal se sintió que se escaparon dos lágrimas y gritó a su esposa: ¡¡Inés!! Mira lo que me ha pasado. Inés corrió al cuarto de baño, encendió la luz y viendo el espectáculo  soltó una carcajada. Alfredo al fin, armado de valor se miró entre las manos y un suspiro de alivio le recorrió, ya no le importaba ni haberse orinado encima ni las lágrimas escapadas.
Anselmo tuvo un final feliz para su hipocondría, una tarde de principio de verano, cuando todavía no apretaba  el calor, fue a hacer un recado con el coche, era de esas personas que exasperan por llevar una velocidad por lo menos treinta quilómetros por debajo de la permitida, frenaba en casi cada curva, el caso es que en un tramo de recta y en el que no había ni cuneta, tuvo un desmayo, se salió de la vía y se fue parando poco a poco, ya que no ejerció ninguna presión sobre los pedales, al fin, se acabó el recorrido contra un pequeño árbol que ni siquiera se partió. Las personas de un coche que iba detrás, vieron lo ocurrido, corrieron a socorrerlo, cuando llegaron vieron que estaba muerto sobre el volante.
Después de los trámites oportunos, le hicieron la autopsia, su hijo, que el forense  quiso saber lo que le ocurrió y estuvo presente, el informe fue tajante, parada cardiaca sin motivo aparente, tenía un cáncer que se le había ramificado por todo el cuerpo, no había sufrido hasta ahora las consecuencias ni los dolores, no le quedaban ni seis meses de vida y una muerte muy dolorosa, un final espantoso, él que creyó tenerlo todo, murió sin tener nunca la certeza de que no era hipocondriaco sino un enfermo real.
FIN