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viernes, 7 de diciembre de 2012

CITA EN EL RETIRO III Y LOS CARACOLES (R)

Hoy publico "Cita en el  Retiro" El desenlace y repito la historia de los caracoles, en la que el protagonista es el inefable Ricardo y de segundones Vicente, y yo, transcriptor de la historia. Como ya sabeis, los tres hemlos mantenido una amistad de toda la vida.

Por cierto, Ricardo me ha llamado para que le ayude y escriba una aventura en la que está metido, con lo tranquilo y pacífico que es y vaya jaleos en los que se mete.

Y ahora los relatos de hoy.

CITA EN EL RETIRO
Pedro Fuentes
Capítulo III

El día 15 de Mayo de 2011, domingo, llegué a Madrid desde Alicante, me dediqué a recorrer la ciudad como siempre que llego allí después de un largo tiempo de estar ausente.
Paseando fui hacia Sol para recorrer todo el centro, bajé por Preciados y ya noté algo raro, mucha gente joven que iba hacia Sol con mochilas, alguna pancarta todavía enrollada, en sus voces se notaba nerviosismo, hablaban entre ellos muy alto, mientras otros susurraban, Sol estaba tomada en sus alrededores por coches anti disturbios.
Sin comerlo ni beberlo me encontré con el comienzo de la manifestación del 15M. Hice un cálculo de fechas, habían pasado 44 años y 54 días desde que se formalizó el movimiento “22 de Marzo” en la Universidad de Nanterre en Francia, yo, con 62 años me encontraba en otra revuelta que parecía sería de grandes proporciones, mi mente retrocedió ese periodo de tiempo, me pregunté qué sería de mis viejos camaradas, entre ellos uno que perdí de vista allá por 1970 en la Plaza de España, un domingo a las doce del medio día, él terminaba de salir de la Dirección General de Seguridad por revueltas estudiantiles. Nos despedimos entonces y ya no supe más de él, Salvador.
En plena Plaza del Sol, en el comienzo del jaleo tuve un recuerdo para Matilde y todos los amigos y camaradas perdidos. En un principio me alegré de que la juventud empezase a despertar del letargo del consumismo, pensé “El que no es revolucionario a los 17 no es conservador a los 40” No sé de quien era la frase pero me la apliqué, pensaba ya en mi jubilación, mi vida había sido bastante cómoda en lo laboral y me dije: “Esto no es para mí”. Y me marché por la calle Mayor dirección Postas para ir a la Plaza Mayor.
Fuera de la Plaza de Sol se notaba el ambiente de fiesta del día de S. Isidro, patrón de la Villa. Estuve paseando hasta las tantas, Madrid siempre está lleno de gente por las calles, ahora hacía 5 años que no recorría sus calles y todo parecía igual, aunque en el fondo se notaba la profunda crisis en la que andábamos metidos.
El lunes, cuando me desperté, recordé que había estado no sé si soñando o recordando aquel otoño y primavera de 1967/68, miles de escenas pasaron por mi mente, desayuné en el  hotel y como no tenía otra cosa que hacer hasta la tarde que había quedado con mi amigo Vicente, me fui andando tranquilamente al Retiro, ahora en pleno hervidero de la primavera. Paseé por todos aquellos sitios que tan bien conocía de mi juventud.
Encontré el banco en que me había declarado a Matilde y me senté, abrí el periódico que llevaba debajo de mi brazo y me puse a leer.
No habían pasado ni cinco minutos cuando alguien me preguntó:
 ¿Puedo sentarme?
Si, claro. Le contesté sin levantar la mirada de mi periódico.
Al cabo de unos minutos, mientras pasaba de página, levanté la vista, al lado se había sentado una elegante mujer, mayor ya pero con los rasgos de haber sido una gran belleza.
Disculpe, señora, ¿La conozco de algo?
Eso mismo estaba pensando yo, que le conocía pero no sabía de qué.
Yo, cuando tengo un rato o me quiero relajar de mi trabajo, que está muy cerca vengo y me siento aquí.
Pues cuando vengo a Madrid, suelo pasear por el Retiro y a veces me siento aquí, pero no hemos coincidido nunca.
La mujer sonrió y con picardía me miró y dijo: En el otoño de 1967 coincidimos muchas veces.
Le miré a los ojos y dije: Claro, tú…. ¡Tú eres Matilde!
¡Y tú Pedro!

FIN

LOS CARACOLES (R)

Pedro Fuentes

CAPITULO I
Ricardo terminaba de salir del médico, su semblante era de preocupación, el otoño de Madrid, frío y lluvioso no parecía molestarle, andaba meditabundo, con las manos en los bolsillos del abrigo jaspeado. Iba caminando por medio del bulevar de Alberto Aguilera rumbo hacia la glorieta de Bilbao, aunque en realidad no le importaba ni iba a ningún sitio determinado, simplemente pensaba y sus pensamientos no se apartaban de la consulta del doctor, no había duda, el diagnóstico era claro, tres úlceras gastrointestinales, el tratamiento largo y un cambio de vida radical, eso le recordó tres cosas, una, la primera, sacó un paquete de tabaco, cogió un cigarrillo, se lo puso en la boca y lo encendió, pensando que sería el último, dos, no podría beber, tres, había quedado con su amigo Vicente en la glorieta de S. Bernardo, menos mal que había cogido el rumbo adecuado, ya estaba casi llegando, Pasó la calle Vallehermoso y por delante del cine Conde Duque, a donde querían ir a ver “La semilla del diablo”. Llegó casi con el tiempo justo, por el por el lado superior de S. Bernardo llegaba Vicente con otro viejo conocido, Pedro.
Vicente y Pedro son dos buenos amigos, Vicente, más serio, formal, apasionado de la poesía, parecía un poeta de la generación del 98 enjuto, grandes ojeras, Pedro es más alegre, se diría que demasiado, se toma la vida con descaro, delgado, un bigotillo que no termina de cuajar y apasionado con el teatro, ahora está dando sus primeros pasos en una compañía amateur. Los dos se conocen del colegio, Ricardo empezó siendo amigo de Vicente entre los tres y cuatro o cinco más hicieron un grupo muy peculiar, no les unía casi nada, salían juntos desde hacía años, se lo pasaban bien, muy jóvenes empezaron a organizar guateques, generalmente el casa de Vicente, que era donde más espacio había y donde la familia “dejaba”. Con el tiempo se fueron disgregando, unos porque se emparejaron con alguna chica y otros porque siguieron caminos muy diferentes.
Se encontraron y viendo la cara que traía Ricardo, le preguntó Vicente ¿Te ocurre algo?
 Eso, porque traes una cara que ya, comentó Pedro.
¿Por qué no vamos a una cafetería y os lo cuento?, dijo Ricardo.
Si no vamos al cine, podemos ir a la glorieta de Bilbao a Yucatán, allí estaremos tranquilos y podremos charlar, dijo Pedro.
 Sin más comentarios empezaron a andar hacia el sitio señalado.
Yucatán es una cafetería larga y estrecha, con una barra a la izquierda, luego, al final hay una escalera y arriba un salón con mesas, que son utilizadas en las tardes frías por parejas y estudiantes o grupos pequeños de amigos. Pedro es bastante asiduo y suele venir con alguna chica o compañeras del grupo de teatro para leer y memorizar alguna obra.
Los tres se sentaron en una mesa y pidieron café Vicente y Pedro y Ricardo  un vaso de leche fría.
Bueno, espetó Vicente, ¿qué te ha dicho el médico?
Tengo tres úlceras gastrointestinales, se acabó fumar, beber y comer todo lo que me gusta, además de un montón de medicinas, un jarabe y unos polvos parecidos al bicarbonato.
El caso es que hay un medicamento que dicen que es muy bueno, pero solamente se puede comprar en Andorra o en Francia, Roter. 
Sí, dijo Pedro, recuerdo que mi padre lo había tomado, creo que se lo traían de Canarias.
Una cosa, dijo Pedro de nuevo, ¿Recordáis a aquella novia mía, Isabel?
Cómo no, dijo Vicente, haciendo un aspaviento nos ponías 40 veces el disco de Chales Aznavour en cada guateque.
Bueno, pues cuando acabó Magisterio la enviaron a un pueblo por la carretera de Cuenca, Morata de Tajuña, yo estuve allí, unos críos me abollaron el 600 con una piedra porque casi atropello a un cerdo que cruzó la calle, pero un cerdo de cuatro patas, bueno, dos y dos jamones.
Pues me dijo Isabel que se había torcido un tobillo y la llevaron a una especie de bruja sanadora por allí y le hizo unas friegas y salió andando de allí como si nada, aquella tipa curaba todo. ¿Por qué no cogemos el coche y vamos de excursión? Por probar no se pierde nada, está a unos treinta y tantos quilómetros.
¿Tú crees que esa mujer sabrá algo de úlceras? Le dijo Ricardo.
Ni idea, pero nos vamos a pasar una tarde estupenda riéndonos de los hechizos que te hagan, y lo mismo Vicente escribe algún poema y yo estudio al personaje por si algún día hago “Las brujas de Salem”.



CAPITULO II
Cuatro días después, a media mañana, habían quedado en comer unos bocadillos por el camino, salieron de Argüelles camino de la carreta de Cuenca los tres amigos en un 600 azul de Pedro. La idea era llegar a Morata y una vez allí preguntar, por lo que Pedro sabía, Isabel ya no estaba allí de maestra, además había perdido su rastro hacía algún tiempo.
El tiempo era incluso caluroso para las fechas en que estaban. Llegaron a Morata y pararon en  un bar en la Plaza Mayor, enfrente del Ayuntamiento.
Mientras tomaban dos cafés y un vaso de leche, preguntaron al que parecía dueño y camarero si sabía de una mujer que tenía fama de sanadora.
Si, contestó el interpelado, pero no es aquí, en Morata, tienen que ir por la calle que sale al lado derecho de la iglesia, en esta plaza y siguen hasta que terminan las casas y empieza una carretera asfaltada, estrecha y con muchos agujeros, cuando lleguen al cartel de fin de Morata, a cosa de medio kilómetro, entre dos chopos, a la derecha, verán un camino de tierra, entran por él y pasada la primera curva, a la derecha, verán una casa que parece abandonada, pero que no lo está, si se fijan suele haber un par de cabras atadas delante y además le saldrán dos perros ladrando, son mansos, pero no bajen del coche, paren a la altura de las cabras y llamen sin salir del coche a la Sra. Herminia, ella saldrá y amansará a los perros, entonces podrán salir, ella es la sanadora y algo bruja según dicen.
Se metieron en el coche y siguieron las instrucciones al pie de la letra, a los veinticinco minutos estaban al lado de las cabras y gritando a tres voces por la Sra.  Herminia entre ladridos de los dos perros.
Al fin salió de la casa una mujer muy gruesa, con una bata de andar por casa y mandó callar a los perros, luego les dijo a los tres amigos que bajaran, cosa que hicieron, momento que aprovechó el macho de los dos animales para mear la rueda delantera derecha, mientras que la perra, moviendo el rabo se acercó a Ricardo como si supiese que las próximas comidas serían gracias a él.
¿Qué se les ofrece? Preguntó la Sra.
Pedro, que iba por delante le respondió: Nos han dicho que Vd. es sanadora y traemos a este amigo, que últimamente sufre de muchos dolores de barriga y no se le pasan con nada, para ver si sabe qué le puede pasar y cuál es el remedio.
Que pase él solo,  voy a tener para una media hora, Vds. dos pueden pasear, tengo para unos tres cuartos de hora, pueden tirar por ese camino y llegarán hasta un riachuelo que les gustará, no se preocupen si los perros les siguen, cuando se cansen volverán solos.
Vicente y Pedro, aficionados a la fotografía cogieron sus respectivas cámaras del coche y se fueron al río. Pasaron el tiempo sin pensar, incluso descubrieron unas ruinas donde pudieron poner una cámara para hacerse una foto con el automático.
Transcurridos los 55 minutos, regresaron al coche, Ricardo ya había salido de la casa y estaba sentado en una piedra mirando las cabras.
¿Has solucionado algo? Dijo Vicente deseando que su amigo sanara.
Si,  ¡Jo!  Sin decirle nada supo lo de las úlceras, me ha dado unas bolitas blancas, viscosas y que me parecía como si estuviesen vivas y medio litro de agua entre antes y después para tragarlas, le he preguntado cuánto le debía  y me ha dicho que la voluntad, o sea, ¡mil pelas!. Luego me ha dicho que los próximos tres días tengo que pasarlos a base de ensaladas de lo que yo quiera y toda la que quiera pero sin vinagre y sin sal.
¡Me cago en diez!, eso no hay quien lo pase, dijo Pedro, amigo del buen beber y buen comer, bueno, en fin, que sea por ti, ahora vamos a un bar, pedimos una lechuga y Vicente y yo nos repartimos tu bocadillo con unas cervecitas.

CAPITULO  III

Habían pasado ya dos meses cuando se volvieron a encontrar Pedro y Vicente, este último tenía la lectura de unos poemas suyos en una tertulia y Pedro, invitado, no pudo negarse, a Ricardo no logró encontrarlo, cuando los dos amigos se encontraron preguntaron por él, ninguno sabía nada, se extrañaron y decidieron al día siguiente ver de localizarlo.
Vicente tenía las llaves del apartamento de Ricardo, ya que era la persona más allegada que tenía, Ricardo que era muy  reservado, nunca hablaba con nadie de su familia, todos sus amigos, pocos, sabían que había llegado a Madrid para estudiar y  nadie sabía incluso de dónde era, una vez, en plena borrachera les había confesado a los dos amigos una historia rarísima sobre un tiovivo, pero como Vicente y Pedro estaban casi en el mismo estado lamentable que él, tampoco se enteraron mucho de la historia.
Decidieron ir al apartamento, preguntaron a la portera y ésta les dijo que hacía un par de meses que no lo veía.
Subieron ambos al cuarto piso, letra F, seguidos por la portera, que también quería enterarse y abrieron la puerta, lo que allí vieron les heló la sangre, miles y miles de caracoles lo invadían todo, unos paseándose por el suelo y las paredes, otros muertos, caparazones vacío, las plantas, de las que Ricardo era aficionado, comidas hasta los troncos, pero ningún rastro de Ricardo, parecía que se lo hubiese tragado la tierra.
La portera salió corriendo y avisó al presidente de la comunidad. Este, cuando vio lo que allí pasaba, llamó a sanidad y a la policía.
Cuando Pedro y Vicente contaron lo que sabían de hacía dos meses  al comisario, éste mandó un “Z” a buscar a la Sra. Herminia.
Una vez Herminia en la comisaría, contó todo, ella no había hecho nada malo, Ricardo había ido a pedirle consejo, ella, por buena voluntad, y sin cobrarle nada, porque ella aconseja pero no cobra, lo que pasa es que la gente que es muy buena, le da algo, una gallina, un conejo, diez durillos para que se tome algo, pero ella no cobra, vive de la caridad.
Bueno, el tal Ricardo llegó con unos fuertes dolores, ella pronto vio que tenía llagas en el estómago y le dijo lo que su bisabuela le enseñó a su abuela, ésta a su madre y su madre a ella.
Le mandó una dieta de ensaladas, mucha agua y le dio a tragar enteros, unos cincuenta huevos de caracol repartidos en diez tomas durante media hora, estos huevos, terminan naciendo en su gran mayoría y con sus babas, recorriendo el estómago, tapan las llagas y las curan, luego, después de 15 días, con los ácidos del estómago mueren los caracoles y ya está. Por lo que dicen, los ácidos no los han matado, puede ser que se pasara de comer lechuga y beber agua, pero yo al chico, desde aquel día no lo he vuelto a ver, otras veces he dado el mismo remedio y esto no ha pasado. Dijo la Sra. Herminia con la fe de quien da una clase magistral de medicina.
El comisario, oído todo dijo:
Guardia, encierre a esta bruja en el calabozo hasta que aparezca el chico y que rece porque aparezca y bien porque como le haya pasado algo la acusamos de asesinato.
 Luego empezó las averiguaciones para localizar a la familia de Ricardo, averiguó el pueblo del que era y que allí no le quedaba sino una hermana mayor que no sabía de él pero que esperaba que le llamase como siempre por Navidad.
Pedro y Vicente se dedicaron a llamar a todos los amigos y conocidos e ir por los lugares que frecuentaba Ricardo, pero todos se dieron cuenta de lo poquito que sabían de él, decía que estudiaba, pero no sabían qué, no trabajaba y sin embargo, no es que le sobrara el dinero pero parecía vivir desahogadamente. Diez días después los dos amigos se reunieron en una cafetería en la Glorieta de Iglesias para intercambiar información. No habían logrado nada.
Pedro comentó: Yo no sé qué ha podido pasar, ¿Tú crees que se lo han comido los caracoles?
No puede ser, quedarían los huesos, por lo menos. Sentenció Vicente.
Llevaban media hora elucubrando las muertes más extrañas para Ricardo, cuando Pedro, que estaba sentado frente a la puerta, se quedó con la boca abierta y balbuceó:
¡¡Mira!!.
Vicente miró también y se le cayó la cucharilla del café de las manos. Por la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, apareció Ricardo.
Sus amigos corrieron hacia él, lo abrazaron y lo acribillaron a preguntas.
Ricardo no sabía ni qué ni a quien escuchar. Así que optó por lo más fácil, primero nos sentamos, pido algo y os cuento todo desde el principio dijo.
Vicente, según iban para la mesa le dijo:
¿Sabes que te busca la poli?
Sí, eso ya está arreglado, contestó.
Bueno, primero quiero un whisky y vosotros pedid lo que queráis, pero hay que brindar, que yo invito.
Pidieron tres whiskys y mientras llegaban, Ricardo sacó tabaco y ofreció a sus amigos.
Pedro cogió un cigarrillo y Vicente pasó porque estaba en etapa de dejarlo, las etapas de fumo, no fumo, de Vicente eran cortas e intermitentes.
Bueno, coño, habla ya, dijo Pedro.
Ricardo se echó para atrás en la silla, exhaló el humo del cigarrillo pausadamente y empezó.
Una semana después de lo de la bruja, los dolores de estómago me habían desaparecido, pero sobre todo, por la noche notaba como si el estómago hirviese, no podía comer nada, solamente lechuga y agua. Ya no podía dormir, notaba como mi estómago se desplazaba, además se me empezó a hinchar, por la boca y la nariz me salían unas babas pegajosas y rarísimas, al orinar, el pis es verdoso, y cuando defeco todo son bolitas, al final, cuando vi lo que me ocurría, dio la casualidad que me llamó mi médico y me dijo que había unos laboratorios que estaban probando una tratamiento de choque para las úlceras, que no lo podían sacar al mercado hasta probarlo suficientemente, estaban buscando voluntarios para internarlos en una clínica particular y someterlos al tratamiento intensivo durante dos meses. El ingreso, si me interesaba era al día siguiente, pero que no se podía decir nada a nadie. Yo dije que si, arreglé todo rápidamente, os llamé para deciros que iba a estar fuera pero no os localicé. Inmediatamente, sabiendo que lo que tenía en el estómago sospechaba que eran caracoles vivos, ya que busque en una enciclopedia y vi que lo que me hizo tragar la bruja, eran huevos de caracol, me di cuenta de que con tanta lechuga y agua, con el calor del estómago habían eclosionado y crecido rápidamente, me fui al cajón de los medicamentos, cogí un frasco de sal de frutas y me tomé medio litro de agua con varias cucharadas, el efecto fue inmediato, empecé a vomitar, cada vez que lo hacía, salían puñados de caracoles, unos muertos, otros los más, vivos y muchas cáscaras vacías. Pasé una noche de pesadilla, ya de madrugada solamente vomitaba el agua que bebía, aproveché para comer algo que fuera ácido y salado por matar lo que pudiese quedar.
A la mañana siguiente, después de limpiar lo que pude, le dejé una nota a la Sra. de la limpieza, que tenía que venir. No pudo venir porque marchó a su pueblo por enfermedad grave de un familiar, luego pasó lo que visteis vosotros y la policía, yo me pasé los dos meses en la clínica, a base de medicamentos, cuando salí de allí y llegué a casa me enteré de todo, fui a la poli y arreglé el asunto, luego os he buscado por todos los sitio y ahora entré aquí a buscaros y si no ir a tu casa, Vicente, donde nunca te  encuentro y aquí estoy.
Parece que curado, los laboratorios  lo tienen claro, y yo pienso que gracias a los caracoles.
FIN

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