Por cierto, esta noche iremos a ver el "Don Juan mendocino" que se celebra en Guadalajara en diferentes lugares, todos ellos palacion y rincones de los descendientes de los Mendoza, ya contaré en próximos relatos.
Y ahora..................
LA MUJER DEL CUADRO
Pedro Fuentes
Capítulo I
Cuando
Rosendo decidió que ya estaba cansado de vivir en la gran capital, buscó una
casa en un pueblo, quería algo tranquilo, pero no un pueblo muerto, tampoco
quería algo que en invierno no existiera y en verano se colapsara con
visitantes e hijos del pueblo que conservaban una casa y volvían cada verano,
llenándose todo de gentes de la capital, con hijos que dejaban solos porque
allí no pasaban los coches de la ciudad. A partir de entonces el peligro eran las bicicletas y
todos los sonidos de la naturaleza era apagados por el vociferar de los niños.
Después de
mucho mirar se encontró con un pequeño pueblecito de unos ciento cincuenta
habitantes y que en verano se ponía en unos quinientos, pero como el pueblo de
al lado, unos siete kilómetros, estaba lleno de vida, encanto y atracciones
turísticas, a Mieles del Peñón, que así se llama el pueblo, van pocos turistas.
Rosendo, que
se dedica a escribir; y según él, se retira para crear su mejor libro, un
relato que lleva rondando por su cerebro y que no termina de cuajar porque
necesita un sitio tranquilo, al fin lo encontró en Mieles del Peñón, en el
corazón del Somontano en Huesca, fue a visitar a unos amigos al pueblo de al
lado y estos lo llevaron de excursión a comprar miel, queso y vino, los producto más conocidos del pequeño pueblo.
Por
casualidad vio un pequeño cartel en un balcón que decía “se vende” y un
teléfono de la capital, estaba situada la casa en la pequeña plaza del pueblo,
a espaldas de la iglesia. Más allá de la plaza, al final de ésta había un
pequeño muro que servía de asiento y tras él la montaña y la vista del peñón
que daba nombre al pueblo, más arriba una ermita y campo, mucho campo.
La casa,
situada entre varias más que había en la plaza, y todas habitadas incluso en
invierno fue lo que le impulsó a llamar por teléfono, además de un algo
irresistible que le habían contado de aquel pueblecito, varias leyendas salidas
de la más remota historia; aquel pueblo fue siempre, según las citadas leyendas,
pueblo de brujas famosas en el entorno que le rodeaba, allí se celebraba
incluso una fiesta tradicional de varios siglos en la que se procesionaba con
calaveras y calabazas imitándolas, con velas en su interior las noches cercanas
a la de difuntos, a modo de predecesor del moderno halloween.
El
propietario resultó ser un señor de avanzada edad, recluido en un asilo en la
capital, con sus facultades mentales reducidas y cuyo administrador era su
hijo, el cual quedó con Rosendo para la semana siguiente.
Al entrar de
la calle en la casa, lo primero que se encontraba era una especie de recibidor
sala de estar, con una gran chimenea en su lado izquierdo, al frente una puerta
que conducía a las antiguas cuadras, convertidas en pequeño apartamento con un comedor
cocina sala de estar, a la izquierda un cuarto de baño con ducha y a la derecha
una habitación doble pero un poco reducida por un gran armario que se apoyaba
en la pared central. Tanto la sala de estar como la habitación tenían sendas
ventanas que daban por la cara posterior de la casa a un pequeño patio que se
diría que en sus tiempos fue una pocilga.
A la derecha
del recibidor había una escalera empinada que llevaba al piso superior, al
llegar a éste, tras pasar una puerta, había una sala recibidor amueblada con
dos sofás y una biblioteca bastante extensa, al lado izquierdo de ésta estaba
el cuarto de baño completo, a la derecha una puerta con una habitación doble en
la que parecía ser dormitorio de matrimonio. Al lado derecho, inmediata a la
habitación grande estaba la puerta de la cocina, con todos los servicios a la
izquierda y una mesa en el centro. Al fondo una puerta franqueaba el paso a una
terraza bastante grande, la mitad de la cual estaba como tendedero, la otra
mitad cubierta por una uralita, con la pica
de lavar. Una barandilla por el lado ancho daba sobre la antigua pocilga de la
planta baja.
Saliendo
nuevamente al recibidor, a la izquierda se encontraba otra habitación doble,
con una pequeña ventana sobre los antiguos chiqueros. A la derecha de la
escalera había una habitación sencilla y de reducidas dimensiones. En la pared
del fondo, dos puertas, la de la izquierda que lleva a un comedor y la derecha
a una habitación doble ambas con un pequeño balcón a la plaza.
En la sala
superior, a la altura de la puerta del cuarto de baño, se veía en el techo una
trampilla que llevaba a la buhardilla, a la que se subía con la ayuda de una
escalera transportable.
La casa
estaba en bastante buenas condiciones y en un principio a Rosendo le agradó, tenía
posibilidades para lo que él quería, podría instalar su despacho en la
habitación doble de arriba. La habitación de matrimonio sería su habitación,
abriría el comedor porque él no era de comer en la cocina y dejaría las otras
dos habitaciones por si legaban invitados. El piso inferior lo dejaría por si
estuviese más caliente en invierno al tener la chimenea cerca.
Cuando
estuvo tratando con el dueño, le pareció una persona agradable y con muchas
ganas de vender lo antes posible.
El precio le
pareció correcto, más bien bajo. El propietario le comentó que la casa era la
posible herencia de cuatro hermanos el día que su padre muriese y que ninguno
de los hermanos quería vivir allí y la residencia del padre costaba mucho
dinero.
El anciano
vivía en el pueblo, en la casa con su mujer y su hijo mayor, que se dedicaba al
cultivo de las tierras, hacía ya 25 años
que su padre enviudó, y a partir de entonces se le fue un poco la cabeza,
luego, cuando la mujer del hijo, veinte años más joven que él, y de buen ver,
desapareció, según dicen las malas lenguas,
se marchó con un francés que había veraneado en el pueblo desde que
ambos eran unos críos.
Matías, el
marido abandonado, se volvió taciturno y aprovechando que un amigo suyo,
también del pueblo, le dio trabajo de guarda de noche en una fábrica que tenía
en la capital, dejó a su padre solo en el pueblo y marchó.
El abuelo
seguía su vida, era un poco raro, pero en el pueblo todo el mundo le trataba
con consideración, una vecina le iba a hacer la limpieza de la casa y él, con
un poco de huerta que cultivaba y parte de la cosecha que le correspondía por
los terrenos que había cedido para su cultivo a otro vecino decía:
Yo, mientras tenga para tabaco, unos
“chaticos” de vino y unas almendras, ya tengo bastante.
Pronto llegó
Rosendo a un buen acuerdo con Matías y fueron al notario para cerrar el trato.
Matías era el administrador de su padre desde que éste empezó a perder sus
facultades mentales y fue recluido en el asilo.
Capítulo II
Una vez
comprada la casa, en quince días Rosendo se instaló allí. A partir de entonces,
cuando se dedicó a charlar con los vecinos, se enteró en parte de la historia
de la familia de la casa comprada.
Un vecino,
de unos noventa y tantos años, que cada día, al atardecer, salía de una casa
cercana a “La Castañera” que así tenía por nombre la casa que había comprado
Rosendo y se sentaba en un banco de tronco que estaba adosado a la pared.
Rosendo se presentó al anciano y éste le contaba
historias.
Esta plaza,
le dijo un día, era un carrascal, estaba detrás de la iglesia, último edificio
del pueblo. Según decía mi bisabuelo, aquí, justo pegado a la iglesia estaba el
antiguo cementerio, y toda esta fila de casas, las nuestras, eran el comienzo
del carrascal.
Justo donde
estaba su casa, había una encina centenaria, daba unas bellotas tan dulces que
todo el mundo la llamaba “La Castañera”, esto me lo contaba mí bisabuelo, que
decía que su padre lo había visto.
Terminaron
cortándola porque como usted sabe, y si no ya lo sabrá, este pueblo tiene
tradición de las brujas más famosas del contorno que se escondían y aun hoy
dicen que se esconden en las cuevas de los barrancos.
Pues bien,
en la carrasca donde hoy está su casa, que quedaba por fuera de la pared del
cementerio, se reunían las brujas de los contornos y con sus hechizos, en las
noches de luna y sobre todo en la de San Juan en Junio y la de San Fabián en
Febrero, en las hogueras de las ánimas, a los difuntos del cementerio, a
primeros de noviembre, para todos los santos, alguno de los cuales habían
aparecido a la mañana siguiente con las tumbas profanadas y los lobos, que
entonces había muchos, despedazando los restos.
Muchos eran
los que decían que en las “fogueras” que hacían, saltaban machos cabríos a dos
patas poseídos por los demonios y entre estos y las brujas y brujos procreaban íncubos
y súcubos.
Muchas
noches, se escuchan las campanas en toque de “alerta” dicen que guiadas por un
sacristán que murió hace trescientos años en olor de santidad. Aunque yo no las
he oído nunca, pero yo duermo como un tronco.
Otros
vecinos le contaron que a veces, al pasar por delante de su casa habían oído
lamentos, pero lo achacaban a la gran cantidad de gatos que corrían por el
pueblo en los días de celo.
Al principio
a Rosendo le hizo gracia que su casa fuese una casa de leyenda y esto le hacía
concentrarse más en su trabajo, los artículos que mandaba vía internet a los
periódicos y revistas en los que colaboraba.
Cuando
flaqueaba o el trabajo, o las ganas de trabajar, buscaba por todos lados
información sobre las leyendas del pueblo, cosa ardua y difícil, ya que
normalmente no eran escritas y las gentes cada vez, con tanta televisión y
tanta “modernidad”, no se reunían por las noches al lado de la chimenea o a la
puerta de las casas a contar cosas de “brujas”, encima, cuando alguien
empezaba, siempre había una madre o un padre “progre” que decía que los niños
se iban a traumatizar. Sin embargo, cuando se hablaba de aquellos temas
“ocultos” alguna persona mayor decía: ¡ojo! ¡Qué hay ropa tendida! Ya nadie
conocía esa frase o no importaba que los niños supiesen antes de tiempo lo que
no debían de saber.
Cuando la
mujer de Matías se fugó con “el francés”, le contó un vecino, las campanas
tocaron a “arrebato”. Matías se volvió huraño y al poco tiempo marchó del
pueblo, no podía soportar las sonrisas que provocaba al pasar en algunos
hombres, sin embargo, alguna mujer que otra lo quiso consolar.
Con el buen
tiempo Rosendo decidió pintar la casa, para lo cual avisó a un joven que había
en el pueblo que se dedicaba a estos menesteres y a chapuzas de albañilería.
Decidieron empezar por la vivienda superior y según cómo, seguir por el
apartamento del bajo.
Al mover
todos los muebles y trastos de la casa, para retirar algunos y apartar otros,
Rosendo cogió una escalera que había en la planta baja y la subió para alcanzar
la trampilla de la buhardilla. Subió a ésta y allí encontró algún que otro
mueble, entre ellos un buró antiquísimo y precioso que necesitaba restaurar y
decidió que lo bajaría la planta baja para dedicarse en los largos días de
invierno. También encontró un precioso cuadro al oleo de un rostro de mujer de
unos treinta años, una mujer elegante y con una tez blanquísima. Lo apartó para
bajarlo.
Con la ayuda
de una mujer del pueblo, se dedicó a sacar todos los libros para poder retirar
la librería y a la vez sacarle el polvo a estos.
La mayoría
de los libros eran novelas y se notaba que eran típicos de mujer, por contenido
romántico. Otros, los que menos, eran de historia reciente de España y el resto
relatos policiacos y de misterios.
A partir de
aquel trasiego, Rosendo empezó a oír sobre todo por las noches, ruidos extraños
en la casa, al principio lo achacó a que al mover los muebles y pasarlos todos
a la sala de estar superior, hasta pintar las habitaciones, el suelo y las
vigas se quejaban. A la tercera noche, el ruido ya fue mucho mayor, salió de su
habitación, la primera en ser pintada y notó que los ruidos venían de la planta
inferior, se dispuso a descender y cuando iba por la mitad de la escalera notó
como una corriente fría le pasaba rozando el cuello y le erizaba el vello de su
cuerpo, pensó que se había abierto la puerta de la calle, pero no era así. No
vio nada extraño y al subir tuvo la misma impresión pero en sentido contrario.
Cuando llegó arriba, encontró la puerta de la buhardilla abierta. Pensó que había
sido el aire.
No le dio
importancia a los hechos y tampoco los comentó a los vecinos.
Capítulo III
Al fin quedó
toda la casa pintada, el único problema fue retirar el armario de la habitación
de la planta baja, hubo que hacer venir al carpintero del pueblo de al lado, ya
que su padre ya estaba jubilado y era el que lo había instalado a medida.
Rosendo al
final mandó también arreglar la fachada y pintarla. La casa parecía otra.
Se acercaba
la noche de San Juan, la noche de las brujas como se le conoce. Rosendo llamó a
una amiga suya y la invitó a pasar el puente allí, San Juan era el viernes, con
lo cual, desde la víspera hasta el domingo eran casi cuatro días.
Adela
aceptó, era una mujer algo más joven que Rosendo y enamorada de él desde que lo
conoció. Este, decía que había vivido tanto tiempo solo que ya no deseaba
compartir su mundo con nadie y menos que le intentasen cambiar su vida, pero a
Adela le tenía un cierto cariño fruto de tanto tiempo de amistad. Su relación
era un mutuo acuerdo, se encontraban cuatro o cinco veces al año, a veces
compartían vacaciones e incluso, estando solos los dos habían acordado que en
Navidad se reunían para celebrar una gran fiesta en algún balneario de lujo.
Los
muchachos corrían por todo el pueblo buscando muebles viejos para quemar en la
gran hoguera que se hacía para todo el pueblo en la plaza de detrás de la
iglesia, donde se había hecho siempre, a la altura de lo que había sido la
pared posterior del antiguo cementerio y cerca de una fuente de la que nadie
bebía salvo los forasteros.
La noche de
las brujas todo el pueblo bebía para evitar los hechizos y encantamientos,
luego llenaban cubos y con escobas viejas y rotas para que no se pudiesen
montar las brujas y con ellas, a modo de hisopo rociaban todas las casas del
pueblo. El que no lo hacía padecía todos los males durante el año siguiente
hasta la nueva “foguera” de S. Juan.
Siempre se
había dicho que el año en que se fugó Leonor, la mujer de Matías con el
francés, no habían bendecido la casa.
La rondalla
formada por los mozos, ensayaba para la ronda de aquella noche, ya hemos dicho
que eran pocos los habitantes, pero para aquellas fechas, venían muchos de los
que habían marchado a la capital. Incluso siempre se rumoreaba que vendría una
artista de cine y teatro hija del pueblo pero que nunca había vuelto.
Los
adolecentes se disfrazaban de “Dominica
la Coja” famosa bruja de los contornos quemada por la Inquisición, luego, para
rememorar la historia, se despojaban del disfraz y lo lanzaban a la “foguera”.
Se danzaba alrededor de las lumbres, los chicos de ocho o nueve años llevaban
calabazas vacías con cortes imitando calaveras y velas encendidas dentro. Era
costumbre asar en ellas patatas y cebollas que se tomaban ya al amanecer
rodeadas con los buenos vinos de la zona mezclado con la famosa miel del
entorno.
Adela llegó
al pueblo sobre las cinco de la tarde, en su coche, aparcó justo a la puerta
para descargar la maleta. Iba como siempre, recién maquillada y elegantísima,
era de esas mujeres que pese a sus cincuenta años hacía volverse a los hombres
y al muchas mujeres envidiosas. Rosendo bajó a recibirla y ambos se besaron
suavemente en los labios, descargaron la maleta que quedó en la casa y fueron a
aparcar en un campo cercano que a tal fin estaba preparado sobre todo cuando en
la plaza había fiesta. Luego volvieron andando y cogidos del brazo, ella con
sus finos tacones, estaba tan habituada a ellos que le daba lo mismo andar por
un sembrado que por la más elegante de las pasarelas. Cuando llegaron a la casa
y entraron, medio pueblo los había visto y le contaba al otro medio. Al fin y
al cabo era la primera vez que veían a Rosendo con compañía femenina y ¡qué
compañía!
No hubo ni
qué preguntar, Adela se instaló en la habitación de matrimonio, con Rosendo.
A las nueve
Rosendo tenía ya preparada una cena para dos a base de coctel de aguacate con
gambas y luego unos solomillos al jerez, la noche sería larga y había que estar
bien alimentados.
Después de
cenar, salieron de casa con una cesta con patatas y cebollas para asar y
dejaron preparado el vino con miel en la planta baja de la casa, dejaron todo
preparado y fueron a tomar café al bar del pueblo, Adela se había cambiado por
un conjunto más deportivo y un calzado cómodo pero seguía igual de elegante y
apetecible, Rosendo la llevaba del brazo y se la presentaba a sus convecinos
que quedaban más maravillados que si hubiese venido este año la famosa actriz
hija del pueblo.
A las 10 de
la noche se encendió la hoguera, la noche era clara y en el horizonte se veía
el resplandor de las hogueras de los pueblos cercanos, cada uno pugnaba por la
más grande, ese tendría menos maleficios.
Muchas
persona, después de estar un rato en la hoguera, con sus cubos llenos de agua
de la fuente y puestos cerca para calentar, saltaban y reían bebiendo los buenos
caldos de la zona, el Somontano en esa época empezaba a comercializar sus
vinos, unas buenas campañas estaban haciendo que España primero y luego el
resto del mundo los conociese como los habían conocido los paisanos durante
cientos de años.
Mientras los
mayores esperaban para “bendecir” las casas, las parejas jóvenes se perdían por
los campos cercanos buscando tréboles.
Al pasar el
trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
La noche de San Juan.
Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
Los mis amores van.
Al pasar el trébole
La noche de San Juan.
Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
Al pasar el trébole
Los mis amores van.
Muchas mujeres salían al
campo buscando la verbena que tenía que ser recogida en la noche de San Juan porque
las leyendas decían:
La verbena, recogida en la noche de S. Juan era
febrífugo, sedante, expectorante, antiespasmódico, antirreumático, anti
neurálgico, útil en cefaleas y migrañas, digestivo, estomacal, útil en dolores
gástricos, depurativo, anti anémico, excelente estimulante de los intercambios
metabólicos, diurético, empleado en afecciones renales o hepáticas, usos
externos en gargarismos y afecciones dérmicas, astringente, aperitivo,
estimulante de las contracciones uterinas en el parto. Ninguna mujer de más de
cuarenta años dejaba de tener verbena en casa.
Rosendo y Adela disfrutaban del ambiente de
fiesta y bailaban cuando la ronda pasaba cerca, habían sacado dos sillas de
casa y junto con los demás vecinos celebraban la fiesta charlando y contado
historias de la noche más famosa del año después de la Nochebuena.
Ya eran las dos de la madrugada cuando todo el
pueblo en procesión recorrió casa por casa con sus escobas rotas y su agua
caliente de la fuente y “bendijeron” casa por casa, luego volvieron a la plaza
y se dedicaron a poner en la lumbre las patatas y cebollas.
Empezaba a refrescar y Adela se acurrucaba en el
pecho de Rosendo mientras éste la envolvía con su brazo y ambos brindaban
nuevamente con un vaso de vino.
Al amanecer todos esperaron para ver la Rueda de
Santa Catalina, pero el horizonte estaba cubierto por nubes y no lograron
verla. Se terminaron las últimas patatas y cebollas asadas, se tomaron el
último vaso de vino con miel y cada cual se retiró a su casa.
Capítulo IV
Rendidos por la fiesta y el alcohol Rosendo y
Adela se fueron a la cama y se durmieron apaciblemente hasta casi la una del
medio día, cuando despertaron encontraron toda la ropa del armario e incluso la
de la maleta de Adela esparcida por el suelo, revuelta y arrugada.
No supieron a qué achacarla, ¿Quizás a unos
gamberros que vieran la puerta abierta? ¿Tal vez bebieron más de la cuenta y
sin enterarse armaron semejante revuelo?
Quedaron de acuerdo en olvidar el suceso.
El día transcurrió normal, después de arreglar
de nuevo la ropa salieron a dar una vuelta, fueron al pueblo de al lado a
comer, hicieron turismo y ya, entrada la tarde volvieron a casa, todo estaba
tranquilo y en orden, prepararon embutido y pan para cenar y luego salieron a
la plaza a tomar la fresca hasta cosa de las once y media, luego entraron en
casa y se fueron a la habitación entre arrumacos, cuando ya estaban acostados y
abrazados el uno al otro, de pronto sintieron un frio intenso, la ventana se
abrió de golpe y un viento frio les hizo apretarse contra la sábana, única ropa
que tenían a mano. Rosendo se levantó a cerrar la ventana cuando se oyó un
estropicio en la sala de estar.
Salieron corriendo para ver qué había pasado,
abrieron la puerta y en ese mismo momento se cerró la que llevaba a las
escaleras. Rosendo la abrió y salió corriendo hacia abajo sin pensar que estaba
desnudo y persiguiendo a un posible ladrón.
Llegó abajo y vio que la puerta de la calles
estaba cerrada por dentro, entró en el apartamento después de coger una “troza”
de al lado de la chimenea y no vio nada anormal, todo estaba correcto, miró al
buró que había bajado de la buhardilla y luego al cuadro de la dama que
encontró y por un momento creyó ver una sonrisa socarrona en la dama
representada.
Cuando subió nuevamente, Adela, envuelta en la colcha
de la cama lloraba y temblaba en un ataque de pánico. Rosendo le preparó una
tila y una copita del pacharán que él mismo había preparado con aguardiente de
Colungo.
A la mañana siguiente, sábado, todo estaba
normal en Mieles del Peñón, las gentes se preparaban para ir a la población de
al lado, unos a vender sus productos en el mercado semanal y otros a comprar,
podía ser un gran día por la gran afluencia de turistas que había al ser sábado
y puente.
Cuando Rosendo se encontró con Gervasio, uno de los
vecinos, le preguntó por el golpe de viento frío que había ocurrido. Gervasio
le comentó que no había habido el tal viento, que al contrario había sido una
noche bochornosa y que incluso tuvo que dormir con la ventana abierta.
Al ver a Rosendo sorprendido le dijo: ¿has visto
o ha ocurrido algo raro?
Rosendo le contó lo ocurrido, Gervasio sonrió y
le dijo: ¿Es la primera vez que ocurre?
Tan fuerte si, habían ocurrido pequeñas cosas
pero no tan fuertes ni tan duraderas.
Por eso internaron al abuelo, decía que veía
cosas y que oía gritos, susurros, lamentos, puertas que se abren y cierran con
grandes corrientes de aire frío, en el pueblo había quien decía que el abuelo
estaba loco y otros que achacaban los hechos a que la casa estaba encantada,
siempre hubo comentarios sobre eso, la casa es una buena casa, pero nadie la
quería, al final la vendió por poco dinero porque nadie se atrevía a vivir en
ella.
Adela salió de la casa y Rosendo le hizo un
gesto a Gervasio para que callase y le dijo: Bueno, ya hablaremos, ahora nos
vamos al mercado.
Adela perfectamente maquillada no dejaba ver en
su rostro la noche de perros que pasó.
Cogieron el coche de Rosendo y se marcharon de
compras, se quedaron a comer en un pueblo cercano y regresaron a media tarde.
Para entonces medio pueblo sabía que la casa “encantada” daba señales de su
existencia. La única persona que no sabía nada era Adela, pero ésta temblaba
cada vez que pensaba en la noche.
Después de cenar salieron con sendas sillas a
fumar y a tomar la fresca en la plaza.
Subieron a la casa cuando era la una de la
noche. Nada parecía extraño, el silencio era absoluto, nada recordaba los dos
días anteriores, se fueron a dormir, Adela estaba muy cansada, se había tomado
una pastilla para dormir, Rosendo un whisky con hielo, se metieron en la cama,
Adela le dio un beso a Rosendo y se desearon buenas noches mientras se cogían
de la mano.
Dormían profundamente cuando Adela se despertó
sobresaltada, soñaba que iba deslizándose sobre una pista de hielo y un viento helado le daba en la cara, de pronto la pista
se terminaba y no podía frenar, cayó al vacío y se despertó, no sabía dónde
estaba, gritó, Rosendo se despertó y encendió la luz, Adela no estaba a su
lado, había caído de la cama arrastrando la ropa.
La cara de Adela era de niña enrabiada y Rosendo
se echó a reír, luego ella también al ver lo ridículo de la situación, pero sus
risas se helaron de golpe. De la planta baja les llegó un grito desgarrador de
mujer, luego un disparo y después un silencio sepulcral.
Rosendo reaccionó al cabo de unos segundos que
le parecieron horas, con el pijama corto de verano que llevaba bajó las
escalera de cuatro en cuatro, la puerta de la calle estaba cerrada como él la
dejó. Fue al pequeño apartamento y vio que estaba cerrada por dentro, cogió una
llave que había encima de la chimenea y con ella empujó la de dentro y abrió,
no había nada, fue hasta el buró y vio a los pies de éste un gran charco de
sangre todavía fresca, no supo qué hacer, de pronto se volvió asustado, detrás
de él algo se había movido, giró rápidamente y vio una figura de mujer envuelta
en una sábana, gritó asustado, la figura también gritó, era Adela asustada por
el grito de Rosendo. Se abrazaron y Rosendo le indicó donde había visto la
sangre. El suelo estaba impoluto, no había ningún rastro de sangre.
Salieron a la calle por si alguien había oído el
grito y el disparo, nadie parecía estar despierto, solamente un gato negro
cruzó la plaza de derecha a izquierda, Adela recogió sus dedos corazón y anular
bajo el pulgar y dejando el índice y meñique estirados tocó con las puntas de
estos el marco de madera tres veces, luego estirando la mano de nuevo se
santiguó tres veces, tiró del brazo de Rosendo que se quedó petrificado y lo
hizo entrar, cerrando la puerta tras de él.
Se sentó en la cama, encima de la almohada, con
las rodillas encogidas y rodeadas por sus brazos, mientras de su boca salían
suspiros y gemidos, esta vez Rosendo preparó sendos whiskys bien cargados y con
hielo hasta arriba del vaso largo, se fue a la habitación, se sentó al lado de
Adela casi con la misma posición, brindó con un vaso en cada mano y luego pasó
uno a su compañera. En la mesita de noche quedó la botella a la espera con una
cubitera al lado, pocas palabras se dijeron hasta que casi al amanecer, con una
botella y dos vasos vacíos cayeron rendidos, más borrachos que cansados.
Cuando despertaron a medio día, se ducharon, se
dijeron pocas palabras y Adela le dijo para finalizar: Rosendo, me voy, vente
conmigo, por favor.
No, no puedo ir contigo, quiero descubrir qué
pasa y hacer lo que vine a hacer, escribir el libro.
No me pidas que vuelva, si quieres verme tendrá
que ser muy lejos de esta casa.
Rosendo la acompañó hasta el coche, ella abrió
el maletero, él puso la maleta dentro, se dieron un beso que a ambos les supo
al último.
Capítulo V
Rosendo entró en la casa, se preparó un
bocadillo, una cerveza y se puso a escribir unos artículos que tenía bastante
retrasados, supo la hora que era cuando empezó a sentir hambre nuevamente, eran
las ocho y media, dejó el portátil, subió al lavabo, se lavó un poco, se peinó
y salió a la calle cerrando la puerta, cosa que casi nunca hacía, se fue al bar
del pueblo, un poco más abajo y entró, allí encontró a los parroquianos de
siempre y a la Sra. María que atendía la barra y la cocina.
Buenas tardes, a todo el mundo.
Buenas, le contestaron los parroquianos en
general, uno le dijo: ¿Ya ha marchado la señora?
Si, tiene que trabajar, pero volverá pronto,
cuando tenga fiesta de nuevo.
Gervasio que estaba por allí le dijo: ¿Ha
ocurrido algo nuevo en la casa?
No, nada anormal, de vez en cuando parece oírse
a las brujas del pueblo con sus risotadas, pero nada nuevo, como las escobas
las tengo guardadas bajo llave y el aspirador no lo saben conducir pues bueno,
aquí paz y después gloria.
Por cierto, estoy pensando buscarme un perro que
me haga compañía, ¿Alguien sabe de alguien que tenga cachorros y quiera vender
alguno?
En el Rincón del Vero hay un refugio de animales
y hay recogidos perros de todo tipo y edades, son muchos los turistas que
abandonan por los contornos.
Vale, gracias, ya me acercaré por allí.
Sra. María, ¿Me podría preparar unos huevos
fritos con longaniza de Graus?
Sí, señor Rosendo, enseguida los hago. ¿Quiere
vino?
Sí, claro, tinto de la tierra.
Se sentó en una mesa y se puso a leer el
periódico.
Terminó de tomarse los huevos, pidió un café, se
lo tomó, pagó, se despidió de los paisanos y se marchó para casa.
Cuando llegó fue directamente al cuarto de baño,
cogió un bote de polvos de talco y bajó a la planta baja, entró en la habitación
y abrió el armario, que siempre estuvo semi vació, esparció polvos regularmente
por todo el suelo, luego fue haciendo lo mismo hasta la puerta de la calle. Cada estancia por la que
pasaba la cerraba y si tenía llave se la ponía en el bolsillo.
Subió las escaleras, quitó la bombilla que había
a mitad de ésta, llegó a la puerta superior y la cerró por dentro y retiró la
llave también, esparció polvos de talco en la sala y se metió en su habitación,
también cerró la puerta y se metió en la cama a dormir, estaba bastante cansado
y esperaba que si había jaleo, ya habría dormido y descansado algo.
Leyó un rato y al momento le entró el sueño,
apagó la luz y metió debajo de la almohada una linterna, el llavero con todas
las llaves recogidas y un cuchillo de grandes dimensiones.
No sabía cuánto había dormido cuando oyó un
susurro y algo así como un aliento que le llamaba:
¡Rosendo, Rosendo, despierta!
Rosendo al oír aquella voz que repetía su
nombre, fue despertándose muy suavemente. La voz venía como de muy lejos, pero
a la vez sentía un aliento en su oído ¡Rosendo, Rosendo, despierta!
Cuando por fin se despertó, sintió que un
escalofrío recorría su cuerpo, la muchacha del cuadro estaba allí, en su cama,
sobre él, pero no le pesaba, solamente sentía como si una corriente de aire
frío le entraba por todos los poros de su cuerpo. Rosendo quiso sujetarla por
los hombros pero sus manos de hundieron en una especie de sustancia viscosa
fría y repugnante.
Rosendo, Rosendo, repetía la voz de ultratumba,
¡Sígueme! La figura se levantó y cruzó la habitación flotando un palmo por
encima del suelo.
Rosendo metió la mano debajo del armario, sacó
el cuchillo y lo lanzó hacia la figura,
éste se clavó en la puerta y la figura desapareció a través de ella.
Cogió la linterna y las llaves y abriendo la
puerta siguió a la figura que parecía esperarle y seguía llamándole:
¡Rosendo, Rosendo, sígueme!
El corazón de Rosendo parecía explotarle dentro
de su pecho, le parecía oír todos los huesos de su cuerpo rozando unos contra
otros y no sabía si sus rodillas le iban a resistir o bajaría las escaleras
rodando, un sudor frío le inundaba la espalda.
Cuando llegó al recibidor, enfocó el suelo con
la linterna, los polvos de talco estaban impolutos sobre el suelo y ni siquiera
se movían al paso de la corriente de aire frío que él sentía y que salía de la
figura de la mujer del cuadro... ésta traspasó la puerta del apartamento y
entró, Rosendo abrió de prisa con la llave y también pasó.
La figura se dirigió a la habitación y también
traspasó la entrada, se dirigió al armario y desapreció junto con la corriente
de aire. Abrió Rosenda y no vio nada, solamente oía:
¡Rosendo, Rosendo, búscame, estoy aquí dentro!
Rosendo sacó toda la ropa, dejó el armario
completamente vacío, pero allí no había nada. Se dio la vuelta y entonces se
dio cuenta de dos cosas, en el marco del cuadro solamente había un lienzo en
blanco y sobre el buró había un libro que antes no estaba, en él, en la ajada
portada podía leerse en letras doradas mate ya por el paso del tiempo “Diario”.
Abajo, a la derecha, escrito a mano y con tinta un nombre “Leonor”.
Capítulo VI
Cuando Rosendo vio aquello, ya no tuvo dudas,
pensó que algo nuevo y extraño le estaba pasando, algo que cambiaría el curso
de su vida, su corazón empezó a entrar en un estado de excitación contenida, ya
no era miedo ni siquiera a lo desconocido, subió a la planta superior con el
diario entre la manos, cogió una botella de whisky, una cubitera y un vaso
largo, se fue a su sillón favorito, el que iba consigo a todas las casas en las
que había vivido desde hacía treinta años, puso una lámpara de pie a su lado y
se sentó, bebió un buen trago que degustó a lo largo y ancho de su boca antes
de tragarlo, encendió un Romeo y Julieta, sopló el polvo que había en el libro,
lo abrió por la primera página y leyó:
23 de Junio de 1.963.- Me llamo Leonor, tengo 15
años y me han regalado este diario que voy a escribir durante toda mi vida.
Hoy es la noche de S. Juan y esta será la
primera vez que saldré por la noche con mis amigos y amigas……
Rosendo leyó y leyó el resto de la noche, cuando
empezaba a amanecer preparó una cafetera grande, había terminado con un cuarto
de la botella de whisky y fumado tres Romeo y Julieta, entonces se dio cuenta de
la tremenda humareda que había en la sala de estar, así que cuando volvió con
un termo lleno de café, abrió una ventana delante y otra detrás y creó una
corriente de aire que nada tenía que ver al de las apariciones.
Cuando ya el sol de junio empezó a calentar,
Rosendo cerró el diario después de leer el final.
23 de Junio de 1.985.- Hoy mi diario cumple veintidós
años, le he sido tan fiel como a mi marido, mi diario me cree y mi marido no,
sigue con sus tremendos celos, ha llegado un momento que me da mucho miedo, los
últimos tiempos sospecha y cree que le engaño con Jean Pierre. No sé cómo
decirle que no es verdad, que lo único que pasa es que Jean Pierre y yo nos
conocemos desde críos, desde que empezó a venir al pueblo con sus padres a
veranear, pero no hay ni ha habido jamás algo más que esa amistad, además, él
volverá hoy a París para casarse con la novia de toda la vida.
Le tengo tanto miedo a mi marido que le he
pedido a Jean Pierre que me lleve con él por lo menos hasta San Sebastián,
porque no puedo más, no soporto los malos tratos de mi marido y ese infierno de
los celos, al principio pensé que era porque me quería, pero ahora sé que no,
está enfermo y no quiere curarse.
Mañana, cuando amanezca le he dicho a Jean
Pierre que si decido ir con él estaré al lado de su coche para irnos, si no,
que no me espere.
Hoy será el último día que te escriba, diario
mío y tú, Matías, si alguna vez lees esto, quiero que sepas que te quiero y te
he querido siempre desde hace veintidós años cuando salimos juntos la primera
vez y cuando encontraste aquel trébol, en la noche de S. Juan me lo ofreciste y
te declaraste, yo tenía quince años como en la canción y jamás ha habido otro
hombre que no fueses tú.
Rosendo se duchó, se arregló y cogió el coche,
se fue a Barbastro, aparcó y se fue a la comisaría, allí pidió ver al
comisario, éste le recibió, luego salieron juntos, pidió su coche y un Land
Rover con una dotación de cuatro hombres.
Llevaron a Rosendo hasta el aparcamiento, cogió
su coche y los otros dos le siguieron hasta Mieles del Peñón, allí aparcaron
delante de la casa de Rosendo y entraron, el pueblo ya se había reunido a la
puerta, un policía guardaba la puerta, los demás entraron en el apartamento de
la planta baja, allí retiraron el armario de la habitación, luego con dos picos
y una pala empezaron a tirar la pared, era una falsa pared, cuando tuvieron un
agujero de aproximadamente un metro, a la señas del comisario pararon y éste
con una linterna miró en el interior. Luego, volviéndose sacó el teléfono móvil
de su bolsillo e hizo una llamada.
Soy el comisario Alfredo Martínez, cursen una
orden de detención contra Matías Requejo,
sospechoso de asesinato de su esposa Leonor. En la mesa de mi despacho
están sus señas en Zaragoza.
EPILOGO
Rosendo siguió viviendo en su casa de Mieles del
Peñón, donde escribió su libro “La mujer del cuadro” que obtuvo un rotundo
éxito, luego siguió con otros de gran éxito.
Cuando se celebraron las exequias por Leonor,
Jean Pierre llegó desde París con su mujer.
Adela volvió al pueblo y se instaló con Rosendo
en la casa, después de pasar por la iglesia donde los casó un cura campechano,
párroco y amigo del pueblo.
Rosendo y Adela cada 22 de Junio se marchan y
vuelven el 26 como muy pronto. Los vecinos dicen que no se han oído ruidos la noche de San Juan, en la
casa que ya no llaman “la carrasca” sino la casa de Leonor.
FIN