No es real, es un homenaje a Horcajo
de los Montes y al Parque Nacional de Cabañeros, entre Ciudad Real y Toledo,
tocando con Extremadura, llegué allí porque me perdí, iba para Fuencaliente, a
un camping, con una auto caravana, me indicaron mal y aparecí en Horcajo en el
camping Mirador de Cabañeros, buen sitio para perderse, ahora, de vez en cuando
voy directamente, ya no me pierdo.
abañeros, buen sitio para perderse, ahora, de vez en cuando
voy directamente, ya no me pierdo.
EL TESORO
Pedro Fuentes
Estaba paseando por el campo, por un camino de tierra.
Una gran llanura se veía a mi derecha el camino la separaba
de un bosque de encinas y alcornoques.
A ambos lados del camino las zarzas lo invadían todo.
Hacía bastante tiempo que no llovía y el campo permanecía
totalmente seco.
La llanura, en un tiempo había estado sembrada de cereales y
estos, ya recolectados, dejaban un color
amarillo dorado, en el centro de la cual
unas carrascas solitarias, me recordaban
las inmensas llanuras del Serengueti en
Tanzania, pero no, estaba cerca del Parque Nacional de Cabañeros en Castilla La
Mancha, entre las provincias de Ciudad Real, Toledo y Cáceres.
El sol del mediodía me hizo internarme entre los árboles para descansar un rato a la sobra de
un alcornoque.
Aprovechando un sendero hecho por jabalíes entre las zarzas,
crucé y me introduje en el bosque, a unos cien metros del camino, localicé una
explanada, allí, a la sombra de un árbol me senté y me refresqué con agua de
una cantimplora que llevaba.
Como no tenía mucha agua, con el primer sorbo me enjuagué la
boca y bebí tres más, pero no calmé la
sed, por lo que después de descansar, me interné más en el bosque buscando
algún riachuelo o pozo.
Llevaba unos mil metros andados cuando entre unas ramas vi
lo que parecía un pozo o agujero bordeado por unas piedras, pero no se veía
agua ni se adivinaba el fondo, me acerqué a las piedras y en ese momento el
suelo cedió.
Caí dentro como deslizándome por un tobogán. No se cuanto
descendí, pero llegué al fondo y me golpeé con algo duro.
No supe cuanto tiempo estuve inconsciente, abrí los ojos y
no vi nada, la oscuridad más absoluta me rodeaba, ni siquiera se adivinaba la entrada por la que había
caído.
Palpé mi cuerpo y en principio parecía que no me había roto
nada, me incorporé y podía andar, solamente notaba un leve dolor de cabeza.
Saqué el mechero “zippo” que siempre llevo encima como
fumador que soy y lo encendí.
El suelo estaba lleno de piedras y algunas ramas secas, cogí
una y le prendí fuego, ardió bien y pronto noté por el fuego que había una
corriente de aire por un pequeño agujero de la pared.
Con otro palo piqué alrededor y con poco esfuerzo cayó
tierra y el agujero se convirtió en una
galería por la que podía avanzar casi erguido, de allí venía aire, por lo que
supuse que habría una salida, así que cogí tres maderos para que me sirviesen
de antorchas y avancé, buscando una claridad que me indicase una posible.
Llevaba unos cincuenta metro andados cuando tropecé con
algo, enfoqué la antorcha y entonces vi huesos, bastantes huesos, también había
ropas viejas que se deshacían solamente con tocarlas, el susto fue
impresionante.
Pasé por encima cuidando de no pisar ningún resto, me
santigüé y seguí andando, la primera antorcha tocaba a su fin, así que encendí
otra y seguí andando, ahora olía a humedad y el suelo se hacía más blando, estaba semi mojado,
de pronto noté como un griterío que me asustó, por todos lados se desprendían
de la pared murciélagos y salían volando en el mismo sentido que yo andaba, con
los palos y la antorcha procuraba separarlos de mi, me acordaba de las viejas
historias cuando era niño que decían que se agarraban al pelo, además siempre
había oído que eran animales que muchas veces se contagiaban de rabia.
Poco a poco el camino se ensanchaba, la corriente de aire
era la misma, pero no se veía claridad por ninguna parte.
Seguí adelante y me encontré con una culebra bastarda, me
extrañó verla dentro de una cueva en la época del año que estábamos, quizás
fuese por el extremo calor que hacía fuera o porque estuviésemos cerca de una
salida, procuré no molestarla, ya que aunque su veneno no sea mortal para el
hombre si es molesto por los dolores de cabeza y mareos que puede producir su picadura.
Cada vez las precauciones que tomaba era mayor, además, me
sentía como febril, tenía frío y los temblores de mi cuerpo no me dejaban
respirar bien, llevaba ya mucho rato avanzando y no sabía ni a donde iba ni se
veía claridad alguna.
El camino se ensanchaba y ya podía andar totalmente de pie,
intentaba razonar que si había murciélagos y la culebra bastarda, no podía
estar lejos de la salida, así que seguí adelante, ya que además la corriente de
aire parecía mayor.
De pronto la cueva se ensanchó y me encontré en una especie
de sala de unos veinte metros cuadrados, la examiné a la luz de la antorcha y
vi además que en el techo, de unos quince metros de alto, parecía que entraba
algo de claridad, me acerqué a la vertical del agujero y choqué con algo duro,
miré al suelo y vi un cofre de unos sesenta por cuarenta y cuarenta centímetros
de altura.
El cofre estaba cerrado con dos cerraduras, intenté abrirlo
y no pude.
Entonces, con los dos palos que me quedaban intenté hacer
palanca, golpeando con una piedra del suelo, después de mucho esfuerzo, logré
que saltara la tapa.
Lo que vi allí fue como un relámpago, parecían monedas de
oro, pero al ir a cogerlas, el suelo se abrió a mis pies y bajé resbalando, la
velocidad se iba incrementando, de vez en cuando aparecían como raíces de algún
árbol, no podía agarrarme a ellas, pronto el tobogán se acabó y entré en un
pozo vertical muy amplio y yo, por el centro descendía vertiginosamente,
gritaba, un sudor frío me recorría el cuerpo y mientras tanto intentaba
contener las ganas de orinar.
De pronto todo se paró, no sentí ni golpe ni nada, quedé extendido boca
arriba, palpé mi cuerpo estaba en una superficie blanda, sudaba por todos los
poros de mi piel, las ganas de orinar era casi inaguantable, tanteé a mi alrededor y pronto vi que estaba encima de
mi cama, me puse en pie, encendí la luz y salí corriendo al lavabo, llegué
justo a tiempo para poder orinar, había sido una pesadilla horrible, no debí
cenar plátanos de postre.
Cuando fui a lavarme
las manos abrí mi mano izquierda que estaba cerrada, medio agarrotada y de ella
cayó una moneda de oro.
He vuelto a la Raña y sus alrededores infinidad de veces,
busco el pozo, el camino, el bosque. Nada no lo he localizado.
FIN
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