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jueves, 10 de diciembre de 2015

EL TESORO (Yo confieso)



No es real, es un homenaje a Horcajo de los Montes y al Parque Nacional de Cabañeros, entre Ciudad Real y Toledo, tocando con Extremadura, llegué allí porque me perdí, iba para Fuencaliente, a un camping, con una auto caravana, me indicaron mal y aparecí en Horcajo en el camping Mirador de Cabañeros, buen sitio para perderse, ahora, de vez en cuando voy directamente, ya no me pierdo.
abañeros, buen sitio para perderse, ahora, de vez en cuando voy directamente, ya no me pierdo.


EL TESORO


Pedro Fuentes

Estaba paseando por el campo, por un camino de tierra.

Una gran llanura se veía a mi derecha el camino la separaba de un bosque de encinas y alcornoques.
A ambos lados del camino las zarzas lo invadían todo. 

Hacía bastante tiempo que no llovía y el campo permanecía totalmente seco.

La llanura, en un tiempo había estado sembrada de cereales y estos, ya recolectados,  dejaban un color amarillo dorado,  en el centro de la cual unas  carrascas solitarias, me recordaban las inmensas llanuras del  Serengueti en Tanzania, pero no, estaba cerca del Parque Nacional de Cabañeros en Castilla La Mancha, entre las provincias de Ciudad Real, Toledo y Cáceres.

El sol del mediodía me hizo internarme entre los  árboles para descansar un rato a la sobra de un alcornoque.

Aprovechando un sendero hecho por jabalíes entre las zarzas, crucé y me introduje en el bosque, a unos cien metros del camino, localicé una explanada, allí, a la sombra de un árbol me senté y me refresqué con agua de una cantimplora que llevaba.

Como no tenía mucha agua, con el primer sorbo me enjuagué la boca y bebí  tres más, pero no calmé la sed, por lo que después de descansar, me interné más en el bosque buscando algún riachuelo o pozo.
Llevaba unos mil metros andados cuando entre unas ramas vi lo que parecía un pozo o agujero bordeado por unas piedras, pero no se veía agua ni se adivinaba el fondo, me acerqué a las piedras y en ese momento el suelo cedió.

Caí dentro como deslizándome por un tobogán. No se cuanto descendí, pero llegué al fondo y me golpeé con algo duro.

No supe cuanto tiempo estuve inconsciente, abrí los ojos y no vi nada, la oscuridad más absoluta me rodeaba, ni siquiera  se adivinaba la entrada por la que había caído.

Palpé mi cuerpo y en principio parecía que no me había roto nada, me incorporé y podía andar, solamente notaba un leve dolor de cabeza.

Saqué el mechero “zippo” que siempre llevo encima como fumador que soy y lo encendí.

El suelo estaba lleno de piedras y algunas ramas secas, cogí una y le prendí fuego, ardió bien y pronto noté por el fuego que había una corriente de aire por un pequeño agujero de la pared.

Con otro palo piqué alrededor y con poco esfuerzo cayó tierra y  el agujero se convirtió en una galería por la que podía avanzar casi erguido, de allí venía aire, por lo que supuse que habría una salida, así que cogí tres maderos para que me sirviesen de antorchas y avancé, buscando una claridad que me indicase una posible.

Llevaba unos cincuenta metro andados cuando tropecé con algo, enfoqué la antorcha y entonces vi huesos, bastantes huesos, también había ropas viejas que se deshacían solamente con tocarlas, el susto fue impresionante.

Pasé por encima cuidando de no pisar ningún resto, me santigüé y seguí andando, la primera antorcha tocaba a su fin, así que encendí otra y seguí andando, ahora olía a humedad y el  suelo se hacía más blando, estaba semi mojado, de pronto noté como un griterío que me asustó, por todos lados se desprendían de la pared murciélagos y salían volando en el mismo sentido que yo andaba, con los palos y la antorcha procuraba separarlos de mi, me acordaba de las viejas historias cuando era niño que decían que se agarraban al pelo, además siempre había oído que eran animales que muchas veces se contagiaban de rabia.

Poco a poco el camino se ensanchaba, la corriente de aire era la misma, pero no se veía claridad por ninguna parte.

Seguí adelante y me encontré con una culebra bastarda, me extrañó verla dentro de una cueva en la época del año que estábamos, quizás fuese por el extremo calor que hacía fuera o porque estuviésemos cerca de una salida, procuré no molestarla, ya que aunque su veneno no sea mortal para el hombre si es molesto por los dolores de cabeza y mareos  que puede producir su picadura.

Cada vez las precauciones que tomaba era mayor, además, me sentía como febril, tenía frío y los temblores de mi cuerpo no me dejaban respirar bien, llevaba ya mucho rato avanzando y no sabía ni a donde iba ni se veía claridad alguna.

El camino se ensanchaba y ya podía andar totalmente de pie, intentaba razonar que si había murciélagos y la culebra bastarda, no podía estar lejos de la salida, así que seguí adelante, ya que además la corriente de aire parecía mayor.

De pronto la cueva se ensanchó y me encontré en una especie de sala de unos veinte metros cuadrados, la examiné a la luz de la antorcha y vi además que en el techo, de unos quince metros de alto, parecía que entraba algo de claridad, me acerqué a la vertical del agujero y choqué con algo duro, miré al suelo y vi un cofre de unos sesenta por cuarenta y cuarenta centímetros de altura.

El cofre estaba cerrado con dos cerraduras, intenté abrirlo y no pude.

Entonces, con los dos palos que me quedaban intenté hacer palanca, golpeando con una piedra del suelo, después de mucho esfuerzo, logré que saltara la tapa.

Lo que vi allí fue como un relámpago, parecían monedas de oro, pero al ir a cogerlas, el suelo se abrió a mis pies y bajé resbalando, la velocidad se iba incrementando, de vez en cuando aparecían como raíces de algún árbol, no podía agarrarme a ellas, pronto el tobogán se acabó y entré en un pozo vertical muy amplio y yo, por el centro descendía vertiginosamente, gritaba, un sudor frío me recorría el cuerpo y mientras tanto intentaba contener las ganas de orinar.

De pronto todo se paró, no sentí  ni golpe ni nada, quedé extendido boca arriba, palpé mi cuerpo estaba en una superficie blanda, sudaba por todos los poros de mi piel, las ganas de orinar era casi inaguantable, tanteé a  mi alrededor y pronto vi que estaba encima de mi cama, me puse en pie, encendí la luz y salí corriendo al lavabo, llegué justo a tiempo para poder orinar, había sido una pesadilla horrible, no debí cenar plátanos de postre.

 Cuando fui a lavarme las manos abrí mi mano izquierda que estaba cerrada, medio agarrotada y de ella cayó una moneda de oro.

He vuelto a la Raña y sus alrededores infinidad de veces, busco el pozo, el camino, el bosque. Nada no lo he localizado.

FIN


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