EL
HIPOCONDRIACO
Pedro Fuentes
Esta
historia está basada en hechos reales, por lo cual los nombres de sus
personajes han sido modificados para conservar la privacidad de los mismos.
Alfredo
estaba jubilado cuando Ricardo lo conoció, por la gran afición de los dos por
la náutica y la pintura, pronto congeniaron, además tenían el barco en el mismo
puerto y muy cerca el uno del otro.
Alfredo
era el mayor hipocondríaco del mundo, su médico de cabecera no sabía qué
recetarle, ya le había dado todos los placebos existentes.
Era
tan hipocondríaco que creía tener todas las enfermedades menos las que en
realidad tenía, su mujer era una enciclopedia médica, conocía más enfermedades
y medicinas que un vademécum, su marido lo tenía todo y más fuerte que nadie,
si le dolía la cabeza, o era un derrame cerebral o una embolia, si le dolía el
pecho, bueno, eso era gravísimo, un cáncer, una tuberculosis, un ataque
cardíaco, en el estómago podría ser cualquier cosa menos que se había pasado
comiendo, porque eso sí, era un comedor compulsivo, sus males no se curaban
comiendo, pero, se aliviaban bastante. Cuando le dolían las articulaciones, era
reuma o artrosis seguro, según él, la espalda, la tenía totalmente rota,
además, se auto-medicaba, Ricardo no le podía hablar de nada que fuese
relacionado con la salud o la enfermedad, tampoco del hijo de Alfredo, que por
cierto era médico forense.
Cómo
sería Alfredo que una vez le contaba a Ricardo que había llegado a su casa de
noche con su mujer, tenía muchísimas ganas
de orinar, según él por culpa de los problemas de próstata que llevaba
desde hacía años y no se explicaba como el PSA no detectaba nada anormal, el
caso es que con las prisas llegó al baño sin encender la luz, medio
desabrochado el cinturón.
Con
una mano se bajó la cremallera del pantalón y con la otra buscó entre la ropa,
con las prisas cogió la punta del cinturón, la enfocó hacia donde creía
adivinar el wáter y se puso a hacer pis, de pronto notó varias sensaciones, una
que se estaba orinando encima y otra sensación fue que aquello que tenía entre
la mano, era totalmente plano e inerte, se llevó tal susto que pensándose lo
peor del mundo y tan mal se sintió que se escaparon dos lágrimas y gritó a su
esposa:
¡¡Inés!!
Mira lo que me ha pasado.
Inés
corrió al cuarto de baño, encendió la luz y viendo el espectáculo soltó una carcajada.
Alfredo
al fin, armado de valor se miró entre las manos y un suspiro de alivio le
recorrió, ya no le importaba ni haberse orinado encima ni las lágrimas escapadas.
Anselmo
tuvo un final feliz para su hipocondría, una tarde de principio de verano,
cuando todavía no apretaba el calor, fue
a hacer un recado con el coche, era de esas personas que exasperan por llevar
una velocidad por lo menos treinta quilómetros por debajo de la permitida,
frenaba en casi cada curva, el caso es que en un tramo de recta y en el que no
había ni cuneta, tuvo un desmayo, se salió de la vía y se fue parando poco a
poco, ya que no ejerció ninguna presión sobre los pedales, al fin, se acabó el
recorrido contra un pequeño árbol que ni siquiera se partió.
Las personas de un coche que iba detrás, vieron
lo ocurrido, corrieron a socorrerlo, cuando llegaron vieron que estaba muerto
sobre el volante.
Después
de los trámites oportunos, le hicieron la autopsia, su hijo, que es
forense quiso saber lo que le ocurrió y
estuvo presente.
El
informe fue tajante, parada cardiaca sin motivo aparente, tenía un cáncer que
se le había ramificado por todo el cuerpo, no había sufrido hasta ahora las
consecuencias ni los dolores, no le quedaban ni seis meses de vida y una muerte
muy dolorosa, un final espantoso, él que creyó tenerlo todo, murió sin tener nunca
la certeza de que no era hipocondriaco sino un enfermo real.
FIN