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miércoles, 7 de febrero de 2018

LUCÍA Capítulo XIX






Otro miércoles y otro capítulo de Lucía, la historia de esta muchacha que tuvo que enfrentarse a la realidad de la vida y aprender de ella al mismo tiempo.


Y ahora...................

LUCÍA


Pedro Fuentes


CAPÍTULO   XIX







Tal y como había dicho el cardiólogo, al día siguiente, cuando pasó a las diez de la mañana, firmó el alta, le dio a Lucía un montón de indicaciones y varias recetas de los medicamentos que ya de por vida tendría que tomar y les dijo que al más mínimo síntoma de arritmias o dolor en el pecho, no esperasen, que llamasen una ambulancia o un coche si pensaban que éste sería más rápido y fuesen a urgencias.

Lucía tomó nota de todo y empezó a recoger mientras llegaban los informes y el alta que tardaría un poco por los trámites administrativos.

Engracia estaba bastante animada dentro del estado de los últimos días, ya que el médico le había dicho que debería andar mucho, que al principio fuese poco a poco y aumentase la distancia día a día. Le habían puesto un régimen bastante estricto, pero eso no le importaba, no era de mucho comer.

A las once y cuarto, bajaron a la calle y tomaron un taxi que las llevó hasta Raimundo Lulio.

Fueron recibidas en casa por las vecinas de la planta, le comentaron que no se preocupase por nada y que cualquier cosa que necesitase que lo pidiese, pero que tenía que reposar.

Cuando al fin se quedaron solas, Lucía mandó sentarse en el salón a su madre y se dispuso a organizarse, primero la ropa sucia a la lavadora, después la cocina y luego preparó la cama de su madre para que se echase la siesta después de comer.

Mientras la comida estaba al fuego, llamó a Pepe y le comunicó que ya estaban en casa y que el lunes ya empezaría a trabajar. Luego llamó a su tío Genaro y éste quedó en ir un rato por la tarde a hacerles compañía y a quedarse con su madre por si tenía que hacer algún recado. Telefoneó a continuación a su prima para comunicarle que estaban en casa y que el domingo la esperaban a comer y a pasar el día con ellas.

Engracia conectó la televisión y ya parecía que se le pasaban los males, incluso algo del mal genio con su hija. Ésta le había comunicado que el lunes empezaría a trabajar, pero que la vecina se quedaría con ella por lo menos hasta la hora de la cena.

¿Quieres que te traiga algo mientras preparo la comida?

No, ya me esperaré
.
Lucía se apresuró en la cocina y preparó rápidamente unas verduras cocidas y sin sal y unas rodajas de merluza a la plancha. Mientras se preparaban las verduras, puso la mesa. Cuando todo estaba dispuesto, avisó a su madre y ésta se sentó a la mesa.
“Puaf” que malas están estas verduras, les falta sal.

No, madre, no tienen nada de sal, tú no puedes comer con sal y yo, para animarte, tampoco tengo sal, la tienes prohibida, ponte un chorrito de aceite de oliva por encima y si quieres te pico un ajo para darles algo de sabor, yo lo voy a hacer con las mías, además en el hospital no te ponían sal y no te quejabas.

Allí estaba enferma, pero aquí ya estoy bien.
Si quieres seguir bien, tienes que comer sin
 sal, lo han dicho los médicos.

Lucía se levantó de la mesa, fue al trinchante, donde había dejado los papeles y le llevó una hoja a su madre.

¿Ves lo que pone aquí? Todos los alimentos sin ninguna sal, los que ya llevan sal en su elaboración, como el queso, el jamón, los embutidos, etc. Prohibidos, las grasas y los fritos, prohibidos, la leche y derivados, desnatados. ¿Quieres que siga leyendo?

Para eso, mejor no comer o morirme,

Puedes hacer cualquiera de las dos cosas, ya eres mayorcita para aceptar esos sacrificios, pero yo no voy a hacer nada más, no tienes edad para que te de unos cachetes. Procuraré hacer la comida con más especies para darle un sabor más agradable, yo no estoy mala y me sacrifico para que tú no lo pases tan mal.

Esta porquería no la voy a comer, me marcho a la cama.

Bueno, haz lo que quieras, avísame cuando quieras comer que te calentaré las verduras y el pescado y luego una fruta, pero antes de irte, tómate las pastillas que te he preparado al lado del agua en ese plato.

De mala gana y peor cara, Engracia se metió las pastillas en la boca y las tragó con medio vaso de agua, luego se levantó y se dirigió a su habitación.

Al cabo de 15 minutos, sonó el teléfono.

Si, ¿Dígame?

¡Hola! Soy Ricardo, ¿Lucía?

Si, dime, soy yo.

Me ha dicho Pepe que ya estabas en casa, ¿Qué tal está tu madre?
No me digas nada de ella que estoy a punto de matarla, ahora dice que no quiere comer sin sal y se ha ido a dormir sin comer.

Bueno, tranquila, ya se acostumbrará, cuando le venga hambre comerá sin sal y sin comida si hace falta.

El domingo juramos bandera, no podemos salir hasta la tarde. ¿Estarás en el bar por la noche?

No, hasta el lunes no empiezo a trabajar nos veremos después, si te va bien.
Vale, lo haremos así, ¿Tú como estas?

Bien, yo estoy bien, ya nos veremos.

Hasta el lunes entonces.

Colgó el teléfono e inmediatamente llamó a Rosario.

¡Hola, Rosario! ¿Puedes hablar?

Si, dime.

Lucía le explicó lo que le pasaba con la comida de su madre y le dijo:
Tú cocinas habitualmente ¿Sabes que puedo hacer para darle un poco de sabor a los platos?.

No te preocupes, el domingo iré un poco antes y prepararemos alguna cosa que no note que no lleva sal y te explicaré alguna receta. Cuando salgas, compra romero, tomillo, albahaca, pimienta y orégano y llevaré también alguna cosa, si te parece haremos macarrones y pollo a la plancha.

Vale, prima, te espero y gracias por tu ayuda.

Lucía se metió en la cocina y escondió toda la sal que pudo encontrar, luego guardó el poco embutido que había, al fondo del congelador.

Luego fue hasta la habitación de su madre, estaba

 dormida, así que preparó una nota diciéndole que iba a comprar al mercado, que volvería en un momento, luego se acordó de que con el jaleo no había terminado de comer y se sentó en la mesa a terminar el plato, verdaderamente la verdura sin sal no sabía a nada y costaba hasta tragarla.




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