Otro miércoles y otro capítulo de Lucía, la historia de esta muchacha que tuvo que enfrentarse a la realidad de la vida y aprender de ella al mismo tiempo.
Y ahora...................
LUCÍA
Pedro Fuentes
CAPÍTULO XIX
Tal y como había dicho el
cardiólogo, al día siguiente, cuando pasó a las diez de la mañana, firmó el
alta, le dio a Lucía un montón de indicaciones y varias recetas de los
medicamentos que ya de por vida tendría que tomar y les dijo que al más mínimo
síntoma de arritmias o dolor en el pecho, no esperasen, que llamasen una
ambulancia o un coche si pensaban que éste sería más rápido y fuesen a urgencias.
Lucía tomó nota de todo y
empezó a recoger mientras llegaban los informes y el alta que tardaría un poco
por los trámites administrativos.
Engracia estaba bastante
animada dentro del estado de los últimos días, ya que el médico le había dicho
que debería andar mucho, que al principio fuese poco a poco y aumentase la
distancia día a día. Le habían puesto un régimen bastante estricto, pero eso no
le importaba, no era de mucho comer.
A las once y cuarto, bajaron a
la calle y tomaron un taxi que las llevó hasta Raimundo Lulio.
Fueron recibidas en casa por
las vecinas de la planta, le comentaron que no se preocupase por nada y que
cualquier cosa que necesitase que lo pidiese, pero que tenía que reposar.
Cuando al fin se quedaron
solas, Lucía mandó sentarse en el salón a su madre y se dispuso a organizarse,
primero la ropa sucia a la lavadora, después la cocina y luego preparó la cama
de su madre para que se echase la siesta después de comer.
Mientras la comida estaba al
fuego, llamó a Pepe y le comunicó que ya estaban en casa y que el lunes ya
empezaría a trabajar. Luego llamó a su tío Genaro y éste quedó en ir un rato
por la tarde a hacerles compañía y a quedarse con su madre por si tenía que
hacer algún recado. Telefoneó a continuación a su prima para comunicarle que
estaban en casa y que el domingo la esperaban a comer y a pasar el día con
ellas.
Engracia conectó la televisión
y ya parecía que se le pasaban los males, incluso algo del mal genio con su
hija. Ésta le había comunicado que el lunes empezaría a trabajar, pero que la
vecina se quedaría con ella por lo menos hasta la hora de la cena.
¿Quieres que te traiga algo mientras
preparo la comida?
No, ya me esperaré
.
Lucía se apresuró en la cocina
y preparó rápidamente unas verduras cocidas y sin sal y unas rodajas de merluza
a la plancha. Mientras se preparaban las verduras, puso la mesa. Cuando todo
estaba dispuesto, avisó a su madre y ésta se sentó a la mesa.
“Puaf” que malas están estas
verduras, les falta sal.
No, madre, no tienen nada de
sal, tú no puedes comer con sal y yo, para animarte, tampoco tengo sal, la
tienes prohibida, ponte un chorrito de aceite de oliva por encima y si quieres
te pico un ajo para darles algo de sabor, yo lo voy a hacer con las mías,
además en el hospital no te ponían sal y no te quejabas.
Allí estaba enferma, pero aquí
ya estoy bien.
Si quieres seguir bien, tienes
que comer sin
sal, lo han dicho los médicos.
Lucía se levantó de la mesa,
fue al trinchante, donde había dejado los papeles y le llevó una hoja a su
madre.
¿Ves lo que pone aquí? Todos
los alimentos sin ninguna sal, los que ya llevan sal en su elaboración, como el
queso, el jamón, los embutidos, etc. Prohibidos, las grasas y los fritos,
prohibidos, la leche y derivados, desnatados. ¿Quieres que siga leyendo?
Para eso, mejor no comer o
morirme,
Puedes hacer cualquiera de las
dos cosas, ya eres mayorcita para aceptar esos sacrificios, pero yo no voy a
hacer nada más, no tienes edad para que te de unos cachetes. Procuraré hacer la
comida con más especies para darle un sabor más agradable, yo no estoy mala y
me sacrifico para que tú no lo pases tan mal.
Esta porquería no la voy a
comer, me marcho a la cama.
Bueno, haz lo que quieras,
avísame cuando quieras comer que te calentaré las verduras y el pescado y luego
una fruta, pero antes de irte, tómate las pastillas que te he preparado al lado
del agua en ese plato.
De mala gana y peor cara,
Engracia se metió las pastillas en la boca y las tragó con medio vaso de agua,
luego se levantó y se dirigió a su habitación.
Al cabo de 15 minutos, sonó el
teléfono.
Si, ¿Dígame?
¡Hola! Soy Ricardo, ¿Lucía?
Si, dime, soy yo.
Me ha dicho Pepe que ya estabas
en casa, ¿Qué tal está tu madre?
No me digas nada de ella que
estoy a punto de matarla, ahora dice que no quiere comer sin sal y se ha ido a
dormir sin comer.
Bueno, tranquila, ya se
acostumbrará, cuando le venga hambre comerá sin sal y sin comida si hace falta.
El domingo juramos bandera, no
podemos salir hasta la tarde. ¿Estarás en el bar por la noche?
No, hasta el lunes no empiezo a
trabajar nos veremos después, si te va bien.
Vale, lo haremos así, ¿Tú como
estas?
Bien, yo estoy bien, ya nos
veremos.
Hasta el lunes entonces.
Colgó el teléfono e
inmediatamente llamó a Rosario.
¡Hola, Rosario! ¿Puedes hablar?
Si, dime.
Lucía le explicó lo que le
pasaba con la comida de su madre y le dijo:
Tú cocinas habitualmente ¿Sabes
que puedo hacer para darle un poco de sabor a los platos?.
No te preocupes, el domingo iré
un poco antes y prepararemos alguna cosa que no note que no lleva sal y te
explicaré alguna receta. Cuando salgas, compra romero, tomillo, albahaca,
pimienta y orégano y llevaré también alguna cosa, si te parece haremos
macarrones y pollo a la plancha.
Vale, prima, te espero y
gracias por tu ayuda.
Lucía se metió en la cocina y
escondió toda la sal que pudo encontrar, luego guardó el poco embutido que
había, al fondo del congelador.
Luego fue hasta la habitación
de su madre, estaba
dormida, así que preparó una nota diciéndole que iba a comprar
al mercado, que volvería en un momento, luego se acordó de que con el jaleo no
había terminado de comer y se sentó en la mesa a terminar el plato,
verdaderamente la verdura sin sal no sabía a nada y costaba hasta tragarla.
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