LOS CARACOLES
Pedro Fuentes
CAPITULO III
Habían
pasado ya dos meses cuando se volvieron a encontrar Pedro y Vicente, este último
tenía la lectura de unos poemas suyos en una tertulia y Pedro, invitado, no
pudo negarse, a Ricardo no logró localizarlo.
Cuando los
dos amigos se encontraron, se preguntaron por él, ninguno sabía nada, extrañados, decidieron ir a su casa al día
siguiente.
Vicente
tenía las llaves del apartamento de Ricardo, ya que era la persona más allegada
que tenía.
Ricardo que
era muy reservado, nunca hablaba con
nadie de su familia, todos sus amigos, pocos, sabían que había llegado a Madrid
para estudiar y nadie sabía incluso de
dónde era, una vez, en plena borrachera les había confesado a los dos amigos
una historia rarísima sobre un tiovivo, pero como Vicente y Pedro estaban casi
en el mismo estado lamentable que él, tampoco se enteraron mucho de la historia.
Decidieron
ir al apartamento, preguntaron a la portera y ésta les dijo que hacía un par de
meses que no lo veía.
Subieron
ambos al cuarto piso, letra F, seguidos por la portera, que también quería
enterarse y abrieron la puerta, lo que allí vieron les heló la sangre, miles y
miles de caracoles lo invadían todo, unos paseándose por el suelo y las
paredes, otros muertos, caparazones vacío, las plantas, de las que Ricardo era
aficionado, comidas hasta los troncos, pero ningún rastro de Ricardo, parecía
que se lo hubiese tragado la tierra.
La portera
salió corriendo y avisó al presidente de la comunidad. Este, cuando vio lo que
allí pasaba, llamó a sanidad y a la policía.
Cuando Pedro
y Vicente contaron lo que sabían de hacía dos meses al comisario, éste mandó un “Z” a buscar a la
Sra. Herminia.
Una vez
Herminia en la comisaría, contó todo, ella no había hecho nada malo, Ricardo
había ido a pedirle consejo, ella, por buena voluntad, y sin cobrarle nada,
porque ella aconseja pero no cobra, lo que pasa es que la gente que es muy
buena, le da algo, una gallina, un conejo, diez durillos para que se tome algo,
pero ella no cobra, vive de la caridad.
Bueno, el
tal Ricardo llegó con unos fuertes dolores, ella pronto vio que tenía llagas en
el estómago y le dijo lo que su bisabuela le enseñó a su abuela, ésta a su
madre y su madre a ella
Le mandó una dieta de ensaladas, mucha agua y
le dio a tragar enteros, unos cincuenta huevos de caracol repartidos en diez
tomas durante media hora, estos huevos, terminan eclosionando en su gran
mayoría y con sus babas, recorriendo el estómago, tapan las llagas y las curan,
luego, después de 15 días, con los ácidos del estómago mueren los caracoles y
ya está.
Por lo que
dicen, los ácidos no los han matado, puede ser que se pasara de comer lechuga y
beber agua, pero yo al chico, desde aquel día no lo he vuelto a ver, otras
veces he dado el mismo remedio y esto no ha pasado. Dijo la Sra. Herminia con
la fe de quien da una clase magistral de medicina.
El
comisario, oído todo dijo
:
Guardia,
encierre a esta bruja en el calabozo hasta que aparezca el chico y que rece
porque aparezca y bien porque como le haya pasado algo la acusamos de
asesinato.
Luego empezó
las averiguaciones para localizar a la familia de Ricardo, localizó el pueblo
del que era y que allí no le quedaba nadie, al parecer sus padres habían muerto,
y hacía poco, su hermana y su cuñado fallecieron en un accidente, tenía un
tutor que era militar, pero estaba destinado desde hacía poco a Melilla.
Pedro y
Vicente se dedicaron a llamar a todos los amigos y conocidos e ir por los
lugares que frecuentaba Ricardo, pero todos se dieron cuenta de lo poquito que
sabían de él, decía que estudiaba, pero no sabían qué, no trabajaba y sin
embargo, no es que le sobrara el dinero pero parecía vivir desahogadamente.
Diez días
después l
os dos amigos se reunieron en una cafetería en la Glorieta de Iglesias
para intercambiar información. No habían logrado nada.
Pedro
comentó:
Yo no sé qué
ha podido pasar, ¿Tú crees que se lo han comido los caracoles?
No puede
ser, quedarían los huesos, por lo menos. Sentenció Vicente.
Llevaban
media hora elucubrando las muertes más extrañas para Ricardo, cuando Pedro, que
estaba sentado frente a la puerta, se quedó con la boca abierta y balbuceó:
¡¡Mira!!
.
Vicente miró
también y se le cayó la cucharilla del café de las manos.
Por la
puerta, con una sonrisa de oreja a oreja, apareció Ricardo.
Sus amigos
corrieron hacia él, lo abrazaron y lo acribillaron a preguntas, Ricardo no
sabía ni qué ni a quien escuchar. Así que optó por lo más fácil, primero nos
sentamos, pido algo y os cuento todo desde el principio dijo.
Vicente,
según iban para la mesa le dijo:
¿Sabes que
te busca la poli?
Sí, eso ya
está arreglado, contestó.
Bueno,
primero quiero un whisky y vosotros pedid lo que queráis, pero hay que brindar,
que yo invito.
Pidieron
tres whiskys y mientras llegaban, Ricardo sacó tabaco y ofreció a sus amigos,
Pedro cogió un cigarrillo y Vicente pasó porque estaba en etapa de dejarlo, las
etapas de fumo, no fumo, de Vicente eran cortas e intermitentes.
Bueno, coño,
habla ya, dijo Pedro.
Ricardo se
echó para atrás en la silla, exhaló el humo del cigarrillo pausadamente y
empezó.
Una semana
después de lo de la bruja, los dolores de estómago me habían desaparecido, pero
sobre todo, por la noche notaba como si el estómago hirviese, no podía comer
nada, solamente lechuga y agua.
Ya no podía
dormir, notaba como mi estómago se desplazaba, además se me empezó a hinchar,
por la boca y la nariz me salían unas babas pegajosas y rarísimas, al orinar,
el pis es verdoso, y cuando defeco todo son bolitas, al final, cuando vi lo que
me ocurría, dio la casualidad que me llamó mi médico y me dijo que había unos
laboratorios que estaban probando una tratamiento de choque para las úlceras,
que no lo podían sacar al mercado hasta probarlo suficientemente, estaban
buscando voluntarios para internarlos en una clínica particular y someterlos al
tratamiento intensivo durante dos meses.
El ingreso, si
me interesaba era al día siguiente, pero que no se podía decir nada a nadie.
Yo dije que
si, arreglé todo rápidamente, os llamé para deciros que iba a estar fuera pero
no os localicé.
Inmediatamente, sabiendo que lo que tenía en
el estómago sospechaba que eran caracoles vivos, ya que busque en una
enciclopedia y vi que lo que me hizo tragar la bruja, eran huevos de caracol,
me di cuenta de que con tanta lechuga y agua, con el calor del estómago habían
eclosionado y crecido rápidamente, me fui al cajón de los medicamentos, cogí un
frasco de sal de frutas y me tomé medio litro de agua con varias cucharadas, el
efecto fue inmediato, empecé a vomitar, cada vez que lo hacía, salían puñados
de caracoles, unos muertos, otros los más, vivos y muchas cáscaras vacías.
Pasé una
noche de pesadilla, ya de madrugada solamente vomitaba el agua que bebía,
aproveché para comer algo que fuera ácido y salado por matar lo que pudiese
quedar. A la mañana siguiente, después de limpiar lo que pude, le dejé una nota
a la Sra. de la limpieza, que tenía que venir
No pudo
venir porque marchó a su pueblo por enfermedad grave de un familiar, luego pasó
lo que visteis vosotros y la policía, yo me pasé los dos meses en la clínica, a
base de medicamentos, cuando salí de allí y llegué a casa me enteré de todo,
fui a la poli y arreglé el asunto, luego os he buscado por todos los sitio y
ahora entré aquí a buscaros y si no ir a tu casa, Vicente, donde nunca te encuentro y aquí estoy.
Parece que
curado, los laboratorios no lo tienen claro, y yo pienso que gracias a los caracoles.
FIN
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