LA BARBERIA
Pedro Fuentes
Capítulo III
Por fin, en 1973, pude tomarme unos días, 20,
y me fui, con todas mis notas a la bonita ciudad andaluza, no había descubierto
nada verdaderamente importante, pero si
lo suficiente para poder seguir algunos hechos, si su familia, aquellos
sobrinos lejanos me quisiesen ayudar.
Me alojé en el mismo hotel que la vez
anterior, parecía estar igual, sus flores, sus naranjos, todo era igual, en el
mismo centro.
Lo primero que me planteé fue visitar a los
dos sobrinos, a él lo había localizado pronto, ella fue algo más difícil, pero
también lo había conseguido gracias a mi amigo el policía.
La primera visita fue al local de la barbería,
allí todo seguía igual. Luego fui a ver a la sobrina, me pareció que era más
accesible, quizás por ser mujer creía que sería más dialogante y además el
interés por enterarse de algo sería mayor.
Vivía relativamente cerca de la barbería, en
un piso heredado del peluquero, en realidad, fue la vivienda habitual de
Rafael, el peluquero.
Era una vivienda unifamiliar, una puerta verde
y a ambos lados dos ventanas con rejas adornadas con flores. Llamé a la puerta
y me abrió una mujer morena, de unos cuarenta años, la clásica belleza
andaluza, peinada con un moño y que parecía sacada de un cuadro de Julio Romero
de Torres, entre abrió la puerta y asomó su cuerpo por la abertura, a su
espalda se podía contemplar un zaguán y detrás una arcada que mostraba la
entrada a un patio fresco y lleno de flores.
¿Doña
Paquita González?
Sí, yo soy, ¿qué desea?
Verá, es una historia muy larga, tan larga que
empezó en 1959, cuando yo era un crío. Vine a esta ciudad con mis padres en
vacaciones, yo tenía entonces una tía aquí, bueno, pues pasando por la barbería
de su tío, que ya estaba cerrada, no sé por qué, mi tía me contó una historia,
bueno, nos la contó a todos, pero yo quedé impresionado. Allá por el año 1969, estuve
de nuevo aquí y vi que el local seguía igual.
Como ya de crío, me gustaban los misterios y
éste había quedado en mi cabeza, me puse a investigar, de hecho sigo en ello y
me gustaría llegar al fondo del asunto.
Bueno, mi tío desapareció, lo dieron por
muerto y ahí se acabó todo, por mi parte creo que no es bueno destapar el
asunto ni levantar a los muertos, dijo mientras se santiguaba, estén donde
estén, además, yo era entonces muy joven y no recuerdo gran cosa.
A mí me gustaría visitar la peluquería, saber
algo de su tío, si dejó algo escrito, no sé, un poco de su vida, en fin, qué
pudo pasar por su cabeza o qué ocurrió.
Ya le he dicho, yo no sé nada, además, fue mi
hermano Miguel el que al ser mayor que yo se encargó de todo.
Su tío vivió en esta casa ¿Verdad? ¿No tienen
fotos o algún recuerdo?
No, solamente hay una foto de él en el salón y
otra de sus padres, mis bisabuelos, que eran los abuelos de mi tío, lo demás,
los papeles de la barbería y las cosas personales se las llevó mi hermano.
¿Me deja ver las dos fotos?
Pase, se las enseñaré, pero no hay nada más.
Me franqueó el paso y me llevó al salón, era
un espacio grande y amueblado con un aparador muy grande al frente, al otro
lado un trinchante precioso, haciendo juego y en medio una gran mesa rodeada
por ocho sillas, tres a cada lado y dos una en cada cabecera, en el otro rincón,
dos grandes sillones, una mesita en medio y una biblioteca, todo ellos haciendo
juego. Encima del trinchante colgadas en la pared, varias fotos, una de ellas
donde se veía un matrimonio, ya mayor, él con unos grandes bigotes y ella con
un peinado igual al que lucía la dueña de la casa, el parecido era mucho, la
foto, como era costumbre en aquellos retratos estaba coloreada.
A los lados, varias fotos más, la propietaria
con un hombre, su marido y tres criaturas, en un extremo había una con un
hombre, también con bigotes y vestido de uniforme, creo que de guardia de
asalto, hecha a las puertas de Retiro madrileño y de principios de los treinta.
Al otro lado, una foto de un matrimonio mayor, ya de los años cincuenta, con una
cría de unos doce años y un chico de unos veinte, que resultaron ser los padres
con los sobrinos de Rafael.
Este salón era de mi tío, no se ha tocado
nada, solamente alguna foto más moderna, en realidad aquí no entramos casi
nunca.
¿Le importaría darme un vaso de agua? Le dije
a la dueña de la casa.
Si, ahora se lo traigo.
Al salir Paquita, me di prisa y me dirigí a la
biblioteca para ver los títulos de los libros, muchas veces se sabe algo de las
personas por lo que leen.
Allí estaban los Episodios Nacionales de Don
Benito Pérez Galdós, varias obras de Pío Baroja y libros de los autores de la
generación del 27, otros de historia de la 2ª República y de la Guerra Civil.
Cogí uno al azar y vi que sus hojas habían sido leídas e incluso algunas
estaban con notas al margen.
Los dejé rápidamente y en ese momento entró
Paquita con un vaso vacío y una jarra con agua.
Son ustedes unos grandes lectores.
Sí, mi marido sí, pero todos estos libros eran
de mi tío.
Bueno, pues no la molesto más, iré a ver a su
hermano ¿Cree que me podrá ayudar?
No lo sé, no hablamos de mi tío, hace muchos
años, quizás 5 que no tocamos el tema.
Bueno, muy agradecido por todo, ha sido usted
muy amable, doña Paquita.
Adiós, no sé su nombre
…..
Fuentes, Pedro Fuentes. Encantado de conocerla
y gracias por su amabilidad.
Sabía que llamaría a su hermano y quería que
hablara bien de mí.
Como ya era casi la hora de comer, entré en un
mesón típico y me tomé un Moriles con unas aceitunas, luego me fui a un
restaurant cerca del hotel, donde sabía que se comía bien y pedí un salmorejo
con berenjenas empanadas fritas y un
estofado de rabo de toro, todo ello regado con vino de la tierra, luego me fui
al hotel y dormí una buena siesta.
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