LA BARBERIA
Pedro Fuentes
Capítulo II
En 1969, cuando ya tenía veintiún años, con un grupo de amigos hicimos una excursión de cuatro días a Andalucía, a varias capitales, mis recuerdos de hacía diez años, dormían el sueño de los justos, cuando paseando por aquella ciudad, de pronto algo me sorprendió, allí, frente a mí, había una reja que cerraba un local que parecía abandonado y en los laterales del escaparate se podían divisar todavía los restos inclinados de tres colores, blanco, rojo y azul, encima, donde en su día había unas letras pintadas, a duras penas y con mucha imaginación se podía leer “BARBERIA”.
Mi amigo y compañero de viaje, Antonio, me estiró del brazo y me dijo:
¿Qué te pasa? Parece que hayas visto un fantasma.
Si, lo he visto, delante de mí hay un recuerdo que me impresionó hace diez años, un misterio que aún creo está sin resolver, lástima que mis notas las tengo en Madrid, pero antes de irnos, quiero hacer unas averiguaciones, nos veremos en el hotel a la hora de comer.
Me dirigí a la acera de enfrente y entré en un bar que había, me acerqué a la barra y al camarero mayor que vi le dije después de pedirle un cortado:
¿Lleva usted mucho tiempo aquí, en este bar?
El camarero asintió con la cabeza.
¿Vio alguna vez esa peluquería de enfrente abierta?
No, cuando yo llegué llevaba unos tres años cerrada.
¿Sabe lo que pasó en ella?
Bueno, creo que nadie lo sabe, he oído muchas cosas en este tiempo, pero de verdad, no sé nada serio, la gente hablaba mucho entonces, se dijeron muchas barbaridades, el caso es que el dueño desapareció pareció tragárselo la tierra, pero eso ha pasado muchas veces y no ha tenido que ser un crimen, de pronto a uno se le cruzan las ideas y decide cambiar de vida y hacer lo que hasta entonces no ha hecho. ¿Quién en esta vida no ha querido nunca romper con todo y empezar de nuevo en otro lugar y de una forma distinta?
Sí, pero entre otras cosas, a mí me contaron una historia algo distinta a los dos o tres años de cerrarse la barbería, me hablaron incluso de una gran mancha de sangre y de que nadie quiso comprar el local, pese a que era un buen local y en un sitio inmejorable.
Yo no estuve nunca dentro, pero he conocido a gente que si estuvo y me han contado que la mancha, podía ser hasta una enfermedad del mosaico, lo que pasa es que en esta tierra la gente es muy supersticiosa y empezaron a hablar de un crimen horrendo, de una oreja en la papelera, trapos manchados de sangre, historias de crímenes pasionales, total, que a los herederos les hicieron la puñeta.
Decidí que hasta que no volviese a Madrid y recogiese mis notas, no podría seguir la investigación, pese a ello, entré en varios comercios de los alrededores en los que se notaba que no se habían hecho muchos cambios y en los que había personas algo mayores que yo.
El resultado fue más o menos el mismo, así que volví al hotel con mis compañeros y de nuevo aparqué el asunto hasta una nueva y mejor ocasión, aun a sabiendas de que todo el tiempo que transcurriese, corría en mi contra para esclarecer los hechos.
Llegué al hotel y me reuní con mis compañeros, comimos y decidimos hacer la siesta una hora para luego salir de nuevo a ver la ciudad.
Me estiré en la cama y no pude dormir, así que cogí unas hojas de papel y bajé a la terraza del bar, un precioso patio andaluz que en el tiempo que estábamos parecía el vergel que pintaban los poetas andaluces. Un penetrante olor a azahar, mezclado con el aroma embriagador de los claveles floridos, el color de los geranios rojos y blancos eran una lujuria de olores y colores, mi amigo Vicente se habría pasado horas enteras componiendo poesías sobre la belleza de aquel patio.
Pedí un café y me puse a escribir todo lo que había investigado por la mañana y los recuerdos de mi visita anterior.
Cuando llegaron mis amigos, yo ya había tomado una resolución, volvería a Madrid, reuniría todos mis apuntes y junto con un conocido, sub inspector de la policía, indagaríamos si era posible, sobre los desaparecidos en las fechas que se “ausentó” el barbero y qué se había conseguido, luego, aprovechando unas vacaciones, volvería a seguir sobre el terreno los datos que consiguiese.
Salimos a pasear por la ciudad, visitamos el barrio judío, un museo que nos quedaba por ver y luego estuvimos tomando los finos de la región, como en el hotel solamente teníamos media pensión, con unas cuantas tapas típicas nos dimos por cenados, más tarde nos dedicamos a recorrer la ciudad de noche.
Al día siguiente, domingo, nos levantamos tarde y nos marchamos para Madrid, pararíamos una vez en Despeaperros, para contemplar aunque fuese poco el extraordinario parque Natural y comer sobre la marcha para luego enfilar la carretera Nacional 4 y llegar a media tarde a casa.
Cuando llegué a mi casa, antes de deshacer la maleta, fui a por el baúl de los recuerdos y busqué el libro de notas, allí estaba, ligeramente ajado por el paso de unos 10 años, pero se podía leer con claridad, estaba escrito con una pluma Parker y se notaba en la letra el paso del tiempo, aquel cuaderno lo había terminado en 1959. Todo estaba allí.
Me preparé un bocadillo y una cerveza, me senté en la mesa y me dispuse a releer todo y hacer un esquema resumen de todos los hechos.
Al día siguiente llamé al policía y éste me dijo que intentaría hacer algo, yo, por la tarde, después del trabajo, me fui a la Hemeroteca Nacional a intentar leer los periódicos de aquellas fechas.
Pocos datos pudimos conseguir, efectivamente el barbero había desaparecido y después de las gestiones correspondientes, se le dio oficialmente por muerto, con lo cual sus herederos, dos hermanos, hombre y mujer, sobrinos en segundo grado hicieron las gestiones correspondientes para heredar.
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