TRAS LA PARED
Pedro Fuentes
Capítulo II
Una vez comprada la casa, en quince días Rosendo se instaló allí.
A partir de entonces, cuando se dedicó a charlar con los vecinos, se enteró en parte de la historia de la familia de la casa comprada.
Un vecino, de unos noventa y tantos años, que cada día, al atardecer, salía de una casa cercana a “La Castañera” que así tenía por nombre la casa que había comprado Rosendo y se sentaba en un banco de tronco que estaba adosado a la pared. Rosendo se presentó al anciano y éste le contaba historias. Esta plaza, le dijo un día, era un carrascal, estaba detrás de la iglesia, último edificio del pueblo.
Según decía mi bisabuelo, aquí, justo pegado a la iglesia estaba el antiguo cementerio, y toda esta fila de casas, las nuestras, eran el comienzo del carrascal. Justo donde estaba su casa, había una encina centenaria, daba unas bellotas tan dulces que todo el mundo la llamaba “La Castañera”, esto me lo contaba mí bisabuelo, que decía que su padre lo había visto.
Terminaron cortándola porque como usted sabe, y si no ya lo sabrá, este pueblo tiene tradición de las brujas más famosas del contorno que se escondían y aun hoy dicen que se esconden en las cuevas de los barrancos.
Pues bien, en la carrasca donde hoy está su casa, que quedaba por fuera de la pared del cementerio, se reunían las brujas de los contornos y con sus hechizos, en las noches de luna y sobre todo en la de San Juan en Junio y la de San Fabián en Febrero, en las hogueras de las ánimas, a los difuntos del cementerio, alguno de los cuales habían aparecido a la mañana siguiente con las tumbas profanadas y los lobos, que entonces había muchos, despedazando los restos.
Muchos eran los que decían que en las “fogueras” que hacían, saltaban machos cabríos a dos patas poseídos por los demonios y entre estos y las brujas y brujos procreaban íncubos y súcubos.
Muchas noches, se escuchan las campanas en toque de “alerta” dicen que guiadas por un sacristán que murió hace trescientos años en olor de santidad.
Aunque yo no las he oído nunca, pero yo duermo como un tronco.
Otros vecinos le contaron que a veces, al pasar por delante de su casa habían oído lamentos, pero lo achacaban a la gran cantidad de gatos que corrían por el pueblo en los días de celo.
Al principio a Rosendo le hizo gracia que su casa fuese una casa de leyenda y esto le hacía concentrarse más en su trabajo, los artículos que mandaba vía internet a los periódicos y revistas en los que colaboraba.
Cuando flaqueaba o el trabajo, o las ganas de trabajar, buscaba por todos lados información sobre las leyendas del pueblo, cosa ardua y difícil, ya que normalmente no eran escritas y las gentes cada vez, con tanta televisión y tanta “modernidad”, no se reunían por las noches al lado de la chimenea o a la puerta de las casas a contar cosas de “brujas”, encima, cuando alguien empezaba, siempre había una madre o un padre “progre” que decía que los niños se iban a traumatizar. Sin embargo, cuando se hablaba de aquellos temas “ocultos” alguna persona mayor decía: ¡ojo! ¡Qué hay ropa tendida!
Ya nadie conocía esa frase o no importaba que los niños supiesen antes de tiempo lo que no debían de saber.
Cuando la mujer de Matías se fugó con “el francés”, le contó un vecino, las campanas tocaron a “arrebato”. Matías se volvió huraño y al poco tiempo marchó del pueblo, no podía soportar las sonrisas que provocaba al pasar en algunos hombres, sin embargo, alguna mujer que otra lo quiso consolar.
Con el buen tiempo Rosendo decidió pintar la casa, para lo cual avisó a un joven que había en el pueblo que se dedicaba a estos menesteres y a chapuzas de albañilería.
Decidieron empezar por la vivienda superior y según cómo, seguir por el apartamento del bajo.
Al mover todos los muebles y trastos de la casa, para retirar algunos y apartar otros, Rosendo cogió una escalera que había en la planta baja y la subió para alcanzar la trampilla de la buhardilla.
Subió a ésta y allí encontró algún que otro mueble, entre ellos un buró antiquísimo y precioso que necesitaba restaurar y decidió que lo bajaría la planta baja para dedicarse en los largos días de invierno.
También encontró un precioso cuadro al oleo de un rostro de mujer de unos treinta años, una mujer elegante y con una tez blanquísima. Lo apartó para bajarlo.
Con la ayuda de una mujer del pueblo, se dedicó a sacar todos los libros para poder retirar la librería y a la vez sacarle el polvo a estos.
La mayoría de los libros eran novelas y se notaba que eran típicos de mujer, por contenido romántico.
Otros, los que menos, eran de historia reciente de España y el resto relatos policiacos y de misterios.
A partir de aquel trasiego, Rosendo empezó a oír sobre todo por las noches, ruidos extraños en la casa; al principio lo achacó a que al mover los muebles y pasarlos todos a la sala de estar superior, hasta pintar las habitaciones, el suelo y las vigas se quejaban.
A la tercera noche, el ruido ya fue mucho mayor, salió de su habitación, la primera en ser pintada y notó que los ruidos venían de la planta inferior, se dispuso a descender y cuando iba por la mitad de la escalera notó como una corriente fría le pasaba rozando el cuello y le erizaba el vello de su cuerpo, pensó que se había abierto la puerta de la calle, pero no era así.
No vio nada extraño y al subir tuvo la misma impresión pero en sentido contrario.
Cuando llegó arriba, encontró la puerta de la buhardilla abierta. Pensó que había sido el aire. No le dio importancia a los hechos y tampoco los comentó a los vecinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario