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jueves, 28 de diciembre de 2023

LA TANGANA

 

LA TANGANA

 

Pedro Fuentes



Temporada 1983/84, Tercera División Nacional de Fútbol, Grupo XII. El partido más violento de la Liga española lo disputaron la S.D. Tenisca y la U.D. Mensajero, los dos de La Palma y máximos rivales desde 1.922.

Pero antes de llegar a aquel partido, el día 3 de Octubre de 1.983, vamos a analizar qué sucedió y por qué se llegó a aquella situación.

La Sociedad Deportiva Tenisca se fundó en 1922 y me remito a las crónicas que dicen:

La fundación del club se gestó en las escalinatas de la Plaza de San Francisco, en Santa Cruz de la Palma, cuando un grupo de jóvenes decidieron crear el Tenisca Club Balompié. Sus nombres eran: Antonio Pérez Castro, Juan Antonio Hernández Toledo, Blas Pérez Casañas, Luis Rodríguez Hernández, Félix Pérez Casañas, Sergio Arrocha Martín, Celestino Hernández Acosta, Nicolás Cabezola Perera, José Arrocha Rodríguez y Domingo Calero Labesse.

Se eligió la denominación de Tenisca para el nuevo club por ser el nombre de una princesa benahoarita; el nombre fue planteado por Luis Rodríguez Hernández.”

Al poco tiempo de su nacimiento, ya hubo sus más y sus menos, a consecuencia de los cuales, un grupo se separó y los escindidos crearon el Mensajero.

Las rencillas y piques entre ellos, existieron durante toda la vida, pocas parejas llegaron al matrimonio siendo cada uno socio de un club diferente, era la versión moderna de “Montescos y Capuletos”.

Se cuenta que el primer partido que jugaron el Tenisca contra el Mensajero y recalco el contra, fue el 13 de Julio de 1924 quedando empatados a 0.

El Mensajero planteó un partido a lo “supercadenaccio”, los once jugadores se metieron debajo de los palos de la portería y no hubo forma de que pudiesen marcar los del Tenisca, la verdad es que no he podido conocer a nadie que me explicase qué hizo el árbitro, qué los jugadores del Tenisca y qué el público, pero creo que con esos ánimos pudo armarse la “gorda”.

Un mes más tarde jugaron de nuevo y el resultado fue de 6-1 a favor del Tenisca.

Las crónicas comentan que entre 1926 y 1930 no se disputaron partidos de futbol en Santa Cruz, todo ello debido a: (copio textualmente de Wiquipedia)

A partir de 1926, y casi hasta 1930, se jugará poco al fútbol en Santa Cruz de La Palma.

La causa parece haber sido la frecuente dureza con que se empleaban los jugadores y que ocasionó más de una grave lesión, amén de grandes polémicas populares en contra del fútbol.”

Temporada tras temporada, cuando coincidían en la misma categoría, los partidos entre Tenisca y Mensajero eran de alto riesgo.

Yo había ido alguna vez con mi padre y algún hermano al viejo campo del Bajamar, creo que en mi vida vi un par de veces un Tenisca-Mensajero y la verdad no recuerdo la violencia que aquellos partidos generaban.

No era muy seguidor del futbol en general y ni de aquel en particular, de aquellos partidos recuerdo vagamente dos cosas, una que me pasaba el partido esperando saliese el balón por el lado de la carretera, porque eso era caer al mar, siempre había allí chicos dispuestos a ganar algún duro por tirarse a recogerlo, la otra era una especie de magdalenas con pasas, no recuerdo como se llamaban, que mi padre me compraba.

Por cierto, si alguna vez mi padre me reñía me vengaba diciéndole que me hacía del Mensajero, lo peor que le podía decir a mi padre.

El era del Tenisca.

Cuando perdía llegaba a casa enfermo.

Todo ello hacía que se fuese caldeando cada vez más el ambiente para los partidos de máxima rivalidad, no ibas a comprar a una tienda por su mayor calidad, ibas por si era del Mensajero o del Tenisca.

Cuando los críos jugaban al futbol, yo jugaba, de crío, en la plaza de Santo Domingo, no jugaban al futbol, se jugaba al “Mensajero-Tenisca”.

Cuando ganaba uno de los dos, en su local social había baile, en el otro apagaban las luces y se dedicaban a mirar por detrás de las cortinas, no sé qué pasaba, pero no me extrañaría que llorasen amargamente.

Después de aquellas refriegas en el campo de futbol, en las casas de los perdedores aquella noche no se cenaba o se cenaba a escondidas del o la forofo. Digo “del o la” porque había también muchas seguidoras de ambos equipos. Según he averiguado, el partido de 1983 condujo a varias parejas a la separación.

A continuación copio íntegramente la crónica del partido publicada en el diario “El País” de 7 de Octubre de 1.983.

El partido Mensajero-Tenisca, de la Tercera División canaria, disputado el pasado domingo, fue considerado por miembros del Comité de Competición como uno de los encuentros más violentos disputados hasta ahora en el fútbol español. Un total de 48 encuentros de suspensión merecieron sus incidentes. El partido de estos dos equipos, que pertenecen a la misma ciudad, Santa Cruz de La Palma de unos 15.000 habitantes, estuvo rodeado de. Circunstancias muy especiales. El árbitro del partido, Gilberto Casañas, de Santa Cruz de Tenerife, aseguró que cada una de las peñas con que cuentan los equipos se jugaron dos millones de pesetas en una apuesta. El colegiado contó que los aficionados de la peña del Mensajero dieron también de ventaja el empate a sus contrincantes. También indicó el árbitro que se filmó el partido en un vídeo por un fotógrafo profesional, que después puso a la venta y que se proyectó al día siguiente en algunos bares de la ciudad. En esa proyección se repitieron los incidentes entre los partidarios de uno y otro equipo. Comentó, además, tener noticias de que algunos matrimonios no se hablan durante algún tiempo al dividirse sus simpatías por uno y otro equipo. Gilberto Casañas recordó que el partido de vuelta se disputará el día de los carnavales y "puede ser sonado".

Gilberto Casañas, árbitro tinerfeño de Tercera División, categoría en la que es veterano por las temporadas que lleva en ella, manifestó: "el follón empezó desde el primer minuto del partido, en el que se pudo comprobar la rivalidad de dos equipos de la misma ciudad que hacía dos años que no se enfrentaban al no pertenecer a la misma categoría. Me aseguraron que el Mensajero se reforzó de tal forma que se gastó unos 50 millones de pesetas en nuevos fichajes. En la ciudad se habla de que el entrenador del Mensajero, Moncho Lamelo, percibe unos cinco millones de pesetas por temporada. Los aficionados de uno y otro equipo están todo el año pensando en este partido. Tenía que haber expulsado a casi todos los jugadores de los dos equipos, pero no lo hice porque entonces yo y mis jueces de línea no hubiéramos salido vivos del campo; hubieran quedado en el terreno de juego sólo tres jugadores, los dos porteros y un defensa del Tenisca, que no se merecieron la expulsión. Expulsé a dos jugadores, uno de cada equipo, porque no tuve otro remedio, porque se agredieron".

El partido, cuyo resultado final fue de empate a un gol, concluyó con el tiempo reglamentario, aunque durante el encuentro se produjeron incidentes entre jugadores y el público intentó en más de una ocasión saltar al terreno de juego. El partido fue interrumpido en dos ocasiones, por espacio de cinco y diez minutos, porque el jugador del Mensajero, Márquez Fernández, se negó en principio a salir del terreno de juego después de que fuera expulsado y provocara la animosidad del público.

Los incidentes más graves se produjeron al finalizar el partido. El público invadió el terreno de juego con la intención de agredir al árbitro. El colegiado no recibió más que puñetazos y patadas, gracias a la intervención de la Policía Nacional. Fue en esos momentos cuando los jugadores y dirigentes sancionados también participaron en los incidentes. Los jugadores y dirigentes han sido castigados con un total de 48 partidos de suspensión y a un directivo se le ha suspendido con seis meses de inhabilitación. Las sanciones se deben a insultos graves y reiterados, en unos casos, y pegar al árbitro y a sus jueces de línea, en otros. .

El árbitro del partido abandonó el campo en un furgón de la Policía Nacional. "Me dirigí a la comisaría, donde permanecí hasta las dos de la madrugada, hora en que pude trasladarme a la casa de un amigo, donde me escondí para pernoctar. No podía viajar en avión a Tenerife hasta la mañana siguiente", contó Gilberto Casañas. "A la mañana siguiente" añadió el árbitro, "fui trasladado en un coche de la Policía al aeropuerto, donde me fueron a buscar un grupo de aficionados. La Policía me llevó entonces a la comisaria del aeropuerto y no me dejó hasta que subí al avión que me llevó a Tenerife".”

Después de todo lo comentado, me río de los “derbis” famosos del futbol, léase Real Madrid-Atlético de Madrid, Betis-Sevilla, Barcelona-Español, aunque creo que entre la política, la crispación, la mala educación y muchos periodistas que por vender abusan del enfrentamiento de los seguidores, se está convirtiendo el fútbol en opio para el pueblo y algún día nos arrepentiremos.

No me gusta el futbol por todo lo que conlleva, la última vez que fui a un campo, eran críos de categoría infantil y oí, yo, sin que nadie me lo contara, y no fue en La Palma, cómo un padre le gritaba a su hijo:

“Dale una patada y rómpele la pierna.”

Y a otro:

“Arbitro, hijo de p……, c……….”

Sigo amando a mi tierra, La Palma, y espero que por este relato no me vayan a declarar “Persona nom grata”

FIN

NOTA.-Para este relato, y para mayor veracidad, he tenido que recurrir a varias fuentes a las que quedo agradecido, como:

Wiquipedia.

Diario El País.

Blogg del Sociedad Deportiva Tenisca y Unión Deportiva Mansajero

Blogg del Unión Deportiva Mansajero y Sociedad Deportiva Tenisca

O al revés para que nadie se enfade.






miércoles, 20 de diciembre de 2023

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON (Capítulo IV)

 


 

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON    

 

Pedro  Fuentes

 

Capítulo IV


El doctor D. Benigno, le dijo al náufrago que le llamaría Diego a partir de entonces, se lo llevó a su casa y lo puso a su servicio, según lo hablado con Diego, D. Benigno llegó a la conclusión de que tendría unos setenta y dos años, una vez cortado el pelo y las barbas, y curadas las llagas del sol, parecía otra persona, además, estaba delgado y musculoso, por lo que parecía más joven.

Cada tarde, cuando el doctor dejaba de trabajar se reunía con Diego y éste le explicaba cómo era su vida en San Borondón.

El doctor, que siempre dijo que San Borondón era un espejismo, empezó a creer en el mito, incluso empezó a tomar notas y publicó algunos relatos basados en las vivencias de Diego.

Una tarde, D. Benigno le preguntó: ¿Cómo hiciste la canoa en la que viniste y que tenemos guardada en el cobertizo?

No la hice, la encontré en una cueva, al lado de la que caí, era más grande y accesible, estaba tapada con hojas de unos helechos gigantes que había en la isla, el cuero de que está hecha, no es de cabra, es de vaca y por allí no hay, además, está forrada con brea, que tampoco hay por allí.

Al lado de donde estaba había como un altar con una cruz en medio, parecía un altar y había unas inscripciones en un idioma que yo no conocía. Las maderas parecían tener cientos de años, pero allí, en esa cueva parecía que todo se conservaba bien, incluso encontré unos frutos que me hicieron sospechar que había alguien más en la isla y que me hizo estar un tiempo escondido vigilando la cueva.

Don Benigno se fue a la biblioteca y rebuscó por todos lados hasta encontrar un libro con grabados de la leyenda de San Brandán, luego encontró unas escrituras y signos celtas, se lo enseñó todo a Diego y éste reconoció parte como los grabados del altar, eran celtas y latín.

El doctor ya no tuvo dudas, alguien había estado en la isla mucho antes y todo hacía parecer que la leyenda de San Brandán que daba nombre a la isla, por lo menos era auténtica.

Otro día, le preguntó si había explorado más cuevas y Diego le contó:

Al costado de donde estaba el altar, había una cueva cuya entrada era muy estrecha, yo, notando que por allí entraba mucho aire y que se veía luz, ayudado por palos y piedras, ensanché la entrada, una vez pasada ésta, se fue agrandando y llegó a una gran nave, en el fondo había un pequeño lago, era agua salada, Me tiré a nadar en él y vi unas piedra blancas, no pudo coger ninguna porque parecían sujetas al fondo, por la marca en las orillas del lago, me di cuenta de que allí dentro también había fuertes mareas, por lo cual sospeché que estaba comunicado con el mar abierto.

No tuve más que esperar a que bajase la marea, cuando ocurrió vi las piedra al completo, eran blancas y brillantes, muy pulidas, la mayoría eran columnas, había a cientos, eran como una iglesia pero rodeadas de gradas, también de aquel material blanco brillante.

Don Benigno buscó otros libros y le enseñó a Diego un grabado de la Grecia clásica.

Si, así era todo, dijo Diego.

El doctor dio un respingo de alegría, había descubierto la existencia de la Atlántida.


FIN




 

 

jueves, 14 de diciembre de 2023

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON (Capítulo III)

 

 

 

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON

 

Pedro  Fuentes

 

 

Capítulo III


Durante el camino por la carretera serpenteante pero bien arreglada, gracias a los buenos años de la exportación de plátanos y tomates, que une a Tazacorte con Los Llanos, el anciano, no dejaba de balbucear palabras de las que solamente se entendía Borondón y Cruz del Sur.

Pronto llegaron al pequeño hospital que estaba atendido por monjas y recién terminado de construir.

Bajaron al náufrago y lo alojaron en una habitación pequeña e individual, ya que el doctor quería que no se le molestase para nada hasta que recobrase perfectamente la conciencia.

Pidió que lo lavaran y limpiasen las llagas de las quemaduras del sol. Después le dieron una cena suave y lo dejaron dormir hasta la mañana siguiente.

Al día siguiente, cuando despertó, ya entrada la mañana le avisaron que el hombre había despertado.

El doctor llegó a la habitación y acercó una silla a la cama, el anciano quería levantarse, pero el médico le tranquilizó y le explicó que tendría que ser poco a poco para no marearse y le pidió que le respondiese a algunas preguntas, si las sabía.

¿Sabes como te llamas? Le preguntó.

Todos en los barcos me llaman “Chino cocinero”

¿De dónde eres?

No lo sé, vivía en una isla, creo que se llamaba Terfe o algo así.

¿Tenerife?

Si, creo que sí, era cocinero, un día huí de mi casa ya que allí no recibía sino golpes y patadas.

Me enrolé en un barco de grumete.

En uno de los barcos que estuve, un marinero se quiso aprovechar de mí, lo empujé cuando íbamos de Cádiz a Tenerife y cayó al mar, desapareció.

El capitán me iba a entregar a las autoridades.

Antes de entrar en el puerto me tiré por la borda y llegué nadando.

Me escondí unos días y cuando vi el Cruz del Sur pedí enrolarme.

Al saber que era cocinero, el capitán, el señor Mendes, un portugués amable me dijo que sí.

No sabía hacia donde zarpábamos, luego supe que el barco lo había fletado un inglés que quería estudiar las plantas, el primer destino era La Palma para coger provisiones y agua. Después salimos rumbo a lo desconocido, cuando supe que íbamos a buscar una isla que nadie había visto y que los marineros creían que era maldita, me arrepentí, hubiese sido mejor la cárcel, pero ya no había remedio.

¿Estas cansado? ¿Quieres que descansemos?

No, ahora parece que me acuerdo de cosas.

Nos sorprendió una gran tormenta, pensamos que moriríamos todos, pero cuando peor estaba la cosa alguien gritó: ¡¡¡Tierra a babor!!! El capitán mandó virar y nos dirigimos a una bahía donde quedamos protegidos.

El barco tenía grandes desperfectos y aquel lugar desconocido nos venía bien.

Pasamos la noche allí, llovía torrencialmente, la mar había bajado, además, en aquella rada quedamos protegidos del mar y del viento que nos azotaba por estribor. Las cámaras, sobre todo la del científico y la del capitán estaban medio inundadas.

A la mañana siguiente el temporal había amainado pero seguía lloviendo, eran unas gotas finas pero persistentes.

Mr. Harvey pidió permiso al capitán para bajar a tierra, preparamos un chinchorro y bajamos cuatro hombres, un marinero de La Palma, el Sr. Inglés, Simón, su ayudante y traductor y yo, recibimos del capitán la orden de no alejarnos de la costa y estar siempre a vista de los que quedaban en el barco, el capitán y dos marineros más que estaban evaluando los daños del barco.

Nosotros íbamos armados con un fusil y dos pistolas, yo no llevaba armas.

Mr. Harvey tomaba notas de todo lo que veía, a mí, en mi ignorancia, la vegetación me recordaba a la de Cabo Verde y Canarias, dos sitios que conocía, los helechos eran mucho más grandes y los árboles más gruesos y altos, pero eran diferentes a los que yo conocía.

La tierra era como la de Canarias, negra y las rocas eran de volcán.

Vimos cuevas y algunos animales raros y unas cabras, pero no tenían cuernos, nos extrañó que no asustarse de nosotros, por lo que D. Simón, que hablaba español nos dijo que el científico afirmaba que era porque no conocían humanos, por lo que nos quedamos tranquilos de que no hubiese salvajes.

Yo me dediqué a recolectar unos frutos que no conocía pero que vi que las cabras los comían, eran dulces si estaban maduros y muy amargos verdes, parecía guayabas, también encontré un fruto verde, como si fuese una mano medio cerrada y con unos pinchos blandos, crecía en una especie de enredadera, corté uno por la mitad y parecía como patatas o boniatos pero más blandos, a una de las cabras, que parecía más amigable y que me seguía le di a comer y lo hizo, con lo cual cogí como unas veinte.

Cuando llegamos al barco el inglés estaba alteradísimo, le preguntó al capitán si sabía dónde estábamos, le contestó que no, que con la tormenta había perdido en control del rumbo y las marcaciones, por lo que habría que esperar a que aclarase y a la vuelta para saberlo.

Mientras arreglábamos el barco, del que se había roto el mástil entre otras cosas, montamos en tierra unas tiendas de campaña y allí se quedaron los ingleses y dos de nosotros que nos turnábamos con el arreglo del barco y acompañar las incursiones que hacían el científico y D. Simón. Yo aprovechaba el tiempo libre para recolectar frutos y “patatas de aire” que resultaron muy apetitosas para acompañar las comidas y hacer puré, además logré ordeñar algunas cabras que cada vez eran más confiadas y también pescar. Un día matamos una especie de lagartos pero bastante grandes y la carne resultó apetitosa.

Un día que estaba solo me fui a buscar alimentos un poco más lejos de lo habitual, por unos acantilados, resbalé y caí, tuve la gran suerte de ir a parar encima de unos matorrales, pero perdí el conocimiento.

Cuando desperté no se cuanto tiempo había pasado, me levanté, no parecía tener nada roto salvo un chichón en la frente.

Fui hacia la rada, el barco no estaba, me pareció verlo desaparecer por el horizonte a contraluz del sol que aparecía, por lo que deduje que debí pasar allí por lo menos un día y una noche.

¿Sabes dónde estabas? Preguntó el doctor.

No, ellos nombraban a San Borondón, pero no lo sabían de cierto, lo que sí sé es que por allí no pasaban barcos, en todo el tiempo que allí estuve, nunca vi ninguno.

¿Qué hiciste?

Pasé varios días llorando y aterrorizado, luego pensé que peor era si me hubiese matado, así que me puse a arreglarme la vida, comida no me faltaba, dónde guarecerme del mal tiempo tampoco, no parecía hacer frío allí, sabía que era una isla porque la bordeamos toda, había mucha agua dulce. En un gran árbol al lado de donde elegí para hacerme una choza, pelé una gran superficie de corteza y empecé a marcar una raya por cada día que llevaba allí.

¿Te apetece que paseemos un rato? Dijo el doctor.

Salieron al jardín y pasearon un rato, hasta que los avisaron para comer.

El hombre parecía recuperarse por momentos, mientras comían miraba al doctor y le contaba cosas de las que le ocurrieron en la isla, no se acordaba bien de donde era.

Recordaba que sus primeros años de vida los había vivido en La Palma, allí pasó su infancia, una infancia humilde, con mucha hambre y sin cariño, recordaba que su padre le pegaba, así que un día se había metido en un barco, se escondió y cuando zarpó y ya no se veía la isla se presentó delante del primer marinero que vio y le dijo que le llevara al capitán que quería trabajar de grumete, tenía entonces nos catorce años, el capitán aceptó y nombró al cocinero, que era chino mi protector y maestro, de ahí me vino el nombre de Chino Cocinero, ya sabe, en los barcos el cocinero, que suele ser chino además tiene que hacer cualquier tipo de faena.

Aprendí a cocinar y ya, al siguiente barco que me enrolé, fui de cocinero, fui a Cuba varias veces y cuando tuve el problema con el marinero al que tiré al agua, me enrolé en el Cruz del Sur con el señor Edward Harvey.

Yo no quise hacerle mal a aquel hombre, me quiso atacar, me aparté y lo empujé, tropezó con unos cabos y salió por la borda, no sabía nadar y se ahogó, como nadie lo vio me quisieron culpar, por eso huí del barco.


 

jueves, 7 de diciembre de 2023

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON (Capítulo II)

 

 

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON


Pedro Fuent




Capítulo II


Cuando llegaron a Tazacorte un grupo de personas le estaban esperando, primero porque era mucho más tarde de lo habitual, y segundo porque alguien había observado que llevaba algo remolcado y los curiosos, que no sabían qué podía ser se acercaron a la playa donde varaban las embarcaciones.

Antes de llegar, antes de nada, Norberto se puso de pie y gritó: ¡Avisen a doña Concepción!

¡Traigo un náufrago medio muerto!

Esta Sra. era medio enfermera, ayudaba en los partos y si había alguna urgencia, lo atendía mientras llegaba el médico, Don Benigno que vivía y trabajaba en los Llanos y no bajaba si no era algo grave.

Cuando vararon, lo primero que hizo Norberto fue dar dos cajas con los bonitos pescados a sus dos hijos mayores para que se los llevasen a D. Elías, que estaría preocupado por si le pasaba algo a su embarcación.

Doña Concepción llegó rápidamente, hizo que bajaran al náufrago y lo pusiesen en el suelo, encima de unas mantas que a tal fin había colocado, luego lo tapó con otra y le dio agua a beber mientras le decía:

Bebe a sorbitos, despacito, despacito, primero mójate la boca y los labios antes de tragar. ¿Te duele algo?

Le tomó el pulso y lo encontró débil, pero estable, le fue poniendo un paño húmedo por la cara y el hombre empezó a abrir los ojos.

¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes?, ¿Dónde me han encontrado?

Tranquilo, te ha encontrado Norberto, un pescador de aquí, estabas a la deriva en este extraño bote. ¿De donde vienes?

No lo sé, yo vivía solo en la isla, me dejaron allí hace mucho tiempo, había un barco, La Cruz del Sur, una goleta, pero hace mucho tiempo, se marcharon y me dejaron solo, a medida que contaba esto, empezó a llorar y a temblar.

¿Tienes frío?

No, tengo miedo, no me dejen, no me dejen solo otra vez.

Al momento llegó el doctor, Don Benigno se acercó y con la mirada inquirió a Doña Concepción, ésta miró al doctor y le dijo:

No sé, doctor, se lo ha encontrado Norberto en alta mar, estaba medio muerto en este chinchorro tan raro, lo recogió y lo ha traído remolcado, dice que estaba en una isla, donde lo habían dejado, ha nombrado una goleta, La Cruz del Sur.

No puede ser, dijo el doctor, La Cruz del Sur fue una goleta fletada por Mr Edward Harvey hace medio siglo por lo menos para ir a la isla de San Borondón, El barco regresó a Tenerife.

El capitán creo que se llamaba Mendes y era medio portugués, de Madeira, Contó que había dejado a Mr Harvey y a su ayudante y traductor Simón a bordo de un vapor con el que se cruzaron y que se dirigía a Funchal, luego, después de arreglar el barco, que tuvo problemas con un temporal, cuando llegaron a Cádiz marchó para Inglaterra con un cargamento de fruta y desapareció en la travesía, hubo un tremendo temporal y al parecer naufragó, había varios palmeros en la tripulación, todos murieron, pero uno, el cocinero, un agricultor también palmero, de Santa Cruz se quedó perdido en San Borondón.

En la estancia allí se adentró en la isla y ya nadie lo vio más.

Al ver D. Benigno que el náufrago mejoraba lentamente, decidió que lo subieran a su coche y se lo llevó a Los Llanos, al pequeño hospital que allí había e internarlo por lo menos hasta que se recuperase del aturdimiento y a la vez poder hablar con él puesto que por lo que decía, había estado en S. Borondón

jueves, 30 de noviembre de 2023

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON (Capítulo I)

 

 

 

EL NAUFRAGO DE SAN BORONDON


Pedro Fuentes


Capítulo I

 

1.915 fue un año de mucho hambre en Canarias, sobre todo en las islas periféricas.

Nuestra historia se desarrolla en La Palma y comienza en Tazacorte.

Tazacorte dos años antes, era una zona estratégica para la producción de plátanos y tomates, la Fyffes Límited de Irlanda había adquirido terrenos y había llegado al acuerdo con una distribuidora, Hudson que tenía conexiones en Canarias y transportaban los productos de Tazacorte, pero la primera guerra mundial abrió un paréntesis de grandes proporciones en Canarias, produciendo en Tazacorte un lamentable estado de hambre y miseria.

En estas circunstancias se desarrolla nuestra historia.

Norberto, un pescador de Tazacorte, que cada día salía a pescar con la barca de D. Elías, un rico pescadero que poseía tres pequeñas embarcaciones, una de ellas la de Norberto, vendía el pescado que cogían y les daba a los pescadores una pequeña parte para que a duras penas sobreviviesen.

Aquel día salió rumbo al suroeste, donde le comentaron que se habían visto bonitos, además, en aquel tiempo las corrientes predominantes venían de allí y así, luego, a la tarde, a la hora de volver no se haría tan pesado y cansado el remar.

Eran ya las cuatro y empezaba a volver, el día no se había dado mal, llevaba una docena de bonitos, al poner proa a Tazacorte, ahora que el sol ya empezaba a declinar vio a semi contraluz algo raro a como una milla por el oeste, en principio le pareció un calderón llamado también ballena piloto, luego, al ver que estaba estático pensó que estaría muerto y decidió acercarse por si se podía aprovechar.

Puso proa hacia el objeto y ya llevaba media milla cuando se fue dando cuenta de que era algo parecido a una embarcación muy rara, además, por su costado de babor parecía haber una tela o trapo.

Cuando llegó vio que la embarcación era como de cuero impregnado de alquitrán, no había visto nada igual.

Miró dentro y estaba llena de hojas de helechos mayores de lo que vio nunca, algunas frutas estaban medio cubiertas por las hojas, pero éstas de pronto se movieron y no era el viento, vio aparecer un brazo velludo con una mano grande, fuerte y llena de callos.

Después del susto, con uno de los remos hurgó dentro, el susto fue grande, pero también para el hombre que medio muerto allí estaba.

El hombre era muy mayor, pero no tanto como aparentaba, llevaba unas grandes barbas y vestía con unas pieles que parecían de cabra y calzaba una especie de mocasines también de cabra, olía a demonios y su cara estaba llena de ampollas del las quemaduras del sol.

Sacó Norberto un pellejo en el que llevaba agua y le dio a beber, el hombre sorbió el agua despacio, como si quisiese que le durase lo más posible.

¿Quién eres? ¿De donde vienes?

Solamente entendió:

Borondón, San Borondón. La Cruz del sur.

No entendió qué quería decir, San Borondón era un barrio de Tazacorte y una isla de la que hablaba la gente, “la no encontrada” o algo así.

Norberto decidió, por prudencia y miedo tirar un cabo y remolcar la especie de chinchorro con el hombre dentro rumbo a Tazacorte.

Así, al remar mirando a popa, siempre lo vería si se movía y podría cortar el cabo si notaba algo sospechoso.


jueves, 23 de noviembre de 2023

EL TIOVIVO

 

 

 

EL TIOVIVO



Pedro Fuentes



Esta historia ocurrió allá por mediados de los 50, en un pueblo de unos 1.800 habitantes y que en aquellos tiempos vivía mayoritariamente de la agricultura.

Se encontraba situado a unos 18 km de una capital de provincias pequeña, omito el nombre para que no sirva de escarnio entre las poblaciones cercanas.

El protagonista de este relato, se llama Anselmo, hijo de un agricultor, sus ideas no eran seguir viviendo toda su existencia de un trabajo tan duro y sacrificado, por lo cual por su mente discurrían ideas para montar algún negocio.

Ocurrió que siendo las fiestas de la capital de la provincia, fue allí para divertirse.

Dando vueltas por la feria, se paró delante de un tiovivo no muy grande, con sus caballitos que giraban y subían y bajaban al compás de una música llamativa y monótona pero alegre.

Anselmo vio que subían muchas personas, padres con niños, parejas y algún grupo de chicos y chicas.

Casi cada vez el lleno era absoluto, miró el precio, lo multiplicó por las personas que subían, vio que muchos repetían, calculó lo que podían gastar de luz, en fin, preguntó, se informó del fabricante e incluso supo de alguno que se vendía de segunda mano.

Como tenía algunos ahorros pensó que con una financiación, al fin y al cabo, tenía tierras para poder ofrecer garantías, lo consultó con su padre, a éste no le supo muy bien, pero, Anselmo era su único hijo, él ya era mayor y pensó que mejor eso a que cansado del trabajo de agricultor, se marchase, además, si salía mal, quizás el dinero perdido le haría afianzarse más en el trabajo de la tierra.

Anselmo tenía hasta el sitio perfecto, casi al lado de la plaza Mayor, su abuelo les había dejado una casa ruinosa y que tenía el solar lo suficientemente grande para montar su feria particular, tiró lo que quedaba de ruinas, acondicionó el terreno, pidió los permisos y empezó los trámites de la compra del tiovivo, empezaría por uno de segunda mano, que le daban garantías y luego, según cómo fuese, quizás hasta podría ampliar el negocio.

La inauguración iba a ser a principios de Junio y como aquello, para el pueblo era un acontecimiento, Anselmo invitó a todas “las fuerzas vivas” del lugar, allí estaba el alcalde, el cabo de la guardia civil, el cura, el médico, la maestra, la hija del farmacéutico, ya que éste está muy mayor y su hija ya ha acabado la carrera y le va a sustituir al mando de la farmacia.



Eran las cinco de la tarde de un día muy caluroso para el tiempo que estaban, cuando todos ellos se reunieron en el solar que ya no aparecía yermo, una valla verde de madera lo rodeaba, una parte estaba plantada de césped y alrededor, por dentro de la valla, la madre de Anselmo había puesto su toque femenino plantando unas flores.

Se había acercado al evento casi todo el pueblo, incluso algún vecino del pueblo de al lado, más pequeño, pero que tenía una central eléctrica que daba luz a varios pueblos del contorno y del cual dependían para la energía.

Para la inauguración, el alcalde, D. José diría primero unas palabras, luego pasaría D. Francisco el cura a bendecir las instalaciones, después todas las autoridades subirían a los caballitos y darían unas vueltas, para finalmente el público en general podría subir previo pago de la entrada correspondiente.

Los caballitos tenían alrededor un toldo que bajaba y cubría todo el tiovivo y lo protegía de las inclemencias del tiempo y que estaba echada hasta el discurso del Sr. Alcalde, éste, dirigiéndose a la concurrencia les habló de los años de progreso que esperaban a todas las poblaciones de España, gracias al Caudillo que dirigía los destinos del país.

Alabó la actitud emprendedora que había llevado a Anselmo a ser precursor de la industria del pueblo y había abierto la puerta del turismo en aquella magnífica villa que él tenía el placer de dirigir.

Al grito de Viva Franco y arriba España, Anselmo que sujetaba las cuerdas del toldo, tiró de ellas y lo subió, dejando al descubierto el tiovivo resplandeciente, con unas barras que brillaban con el sol de la tarde y unos caballos de todos los colores.

El señor cura, un orondo personaje de unos cincuenta y cinco años de edad, se acercó al tiovivo, le hizo señas aun monaguillo escuálido de unos 13 años y éste le acercó la estola que se puso encima del alba que ya llevaba, el monaguillo sujetó el acetre con su mano izquierda y le acercó a D. Francisco el hisopo, éste lo cogió, lo introdujo en el recipiente y sacudiéndolo sobre los caballitos dijo: In nomine patri et fili…… cuando hubo terminado, Anselmo pidió a los presentes que se subiesen para dar una vuelta de honor.

D. José, el alcalde, con buen criterio dijo a Anselmo y a los demás invitados:

Yo creo que no es conveniente que subamos, delante de todo el pueblo, me parece que seremos pasto de las risotadas del personal.

Todos asintieron menos el monaguillo que se aferraba al cura y que estaba viendo que iba a perderse lo mejor.

Anselmo, hombre de negocios y de mundo, viendo que se le terminaría el acto en un momento contestó:

No, Sr Alcalde, está todo previsto, como han visto Uds. Hay un toldo que cubre todo el artilugio, así que cuando ustedes estén en la plataforma, yo bajaré el toldo, suben a los caballitos y cuando hayan dado unas vueltas, cuando bajen, subiremos de nuevo el toldo y haremos que la gente aplauda.

Bueno, si es así, sea por el progreso, dijo el Alcalde y todos asintieron, menos el monaguillo que quería pasar lo más desapercibido posible no fuese a quedarse en tierra.

Todos subieron a la plataforma, bajó el toldo y se subieron a los caballitos, primero el alcalde, luego el sacerdote, a continuación el cabo de la guardia civil; la farmacéutica, a quien gustaba el médico, joven, recién llegado al pueblo, se subió delante de él tomando pose de experta amazona, después se montó la joven maestra, también recién llegada y en su primer año en el cargo, subió luego el monaguillo, con los bártulos de la bendición y procurando que no se le viese.

A la voz de adelante, dicha por el cabo, que ya había visto al monaguillo y al que estuvo a punto de descabalgar pero no le dio tiempo, el tiovivo se puso en marcha.

Había dado el artilugio siete vueltas, cuando Anselmo oyó la débil voz del alcalde que decía:

¡Anselmo!, ¡ya vale!

Anselmo, presto a obedecer la orden, se acercó a la palanca del freno, quizás por los nervios, a lo peor por una mala instalación, se quedó con el hierro en las manos y aquello no frenó, se dirigió a donde estaba el interruptor general y no lo encontró, eso fue porque con las prisas del montaje y por falta de luz habían hecho un tendido provisional y directo.

Nadie había para dar órdenes, las personas que lo habrían podido hacer estaban todas atrapadas en un aparato que a falta de freno, la inercia iba acelerando.

Ya llevaban como unas treinta vueltas cuando se oyó al cura que gritaba “¡por Dios!, ¡que paren esto!”. A la vuelta cuarenta el Guardia Civil gritó:

¡¡Paren esto o fusilo a alguien!!.

Anselmo, desesperado, sudando, manchado de grasa, no sabía qué hacer, a punto del llanto oyó a su padre que le dijo:

Coge el Land Rover y vete a la central y que corten la luz.

Anselmo una vez más se tuvo que rendir a la sabiduría de su padre. Cogió el coche y salió a lo que daba de sí. Pasaban de las cien vueltas cuando llegó a dar la orden de corte de energía eléctrica, luego, a la misma velocidad, bajó para poder subir la lona.

Cuando al fin izó el toldo, el espectáculo fue dantesco.

El Sr. Alcalde estaba a los pies de su caballito vomitando.

El cura se encontraba arrodillado sobre los talones, detrás de su caballo, rezando y llorando.

El cabo se mantenía erguido sujetándose a la barra de su caballo, en sus pantalones se notaba que sus esfínteres no le obedecían.

El médico, bastante desmejorado, arrodillado al lado de la farmacéutica, que estaba tendida y desmayada, le daba aire.

La maestra, fiel a su magisterio, se había abrazado al caballo, estaba medio inconsciente, pero enseñando todo su muslamen, por cierto digno de ver.

El único jinete que se encontraba erguido era Ricardito el monaguillo que se estaba echando un trago largo de agua bendita.

El pueblo, pese a los años pasados sigue riendo. Anselmo no ha vuelto de Alemania ni de vacaciones, la farmacéutica se casó con el médico, al cura lo enviaron a otro pueblo, el cabo solicitó traslado, el alcalde se retiró de la política y vive de las rentas, la maestra se casó con un rico terrateniente del pueblo de al lado. Ricardito se fue a Madrid a estudiar y no se sabe gran cosa de él.



FIN



jueves, 16 de noviembre de 2023

DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA (Capítulo IV)

 

 
 
 
 
DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA


Pedro  Fuentes



CAPITULO  IV




A las seis y media, cuando ya había oscurecido, llegó Antonio Fernández, fue a la tienda directamente, allí esperaron la llamada del doctor y quedaron en verse en el hostal
.
Cuando se encontraron, después de las presentaciones, Don Julián, el médico, sacó un sobre del bolsillo de la chaqueta y les dio a los dos:

No hay nada raro, algo bajo en hierro y vitamina C, normal en glóbulos rojos y leucocitos, pero nada importante, parece como si estuviese totalmente extenuado, ¿Saben si últimamente ha hecho más esfuerzos de lo normal o ha tenido una actividad frenética, incluso en el plano sexual? ¿Es posible que consumiese drogas o bebiese y fumase de una manera desmedida?

No, doctor, dijo Antonio, yo soy compañero de trabajo y a la vez amigo y es una persona bastante metódica e incluso se cuida físicamente, hace tenis y vamos a correr dos o tres días por semana, pero de una forma prudente.

Yo le conozco menos pero no he oído nunca nada raro de él.

Cuando llegaron a la habitación, llamaron a la puerta, como no abría avisaron a la dueña del hostal y ésta les abrió con otra llave.

Los cuatro, cuando se acostumbraron a la semi oscuridad, se quedaron atónitos, en la cama no había nadie, miraron en el cuarto de baño y tampoco estaba, Maribel, más observadora dijo: La ropa que llevaba esta mañana y que cambió por el pijama está en la silla, doblada tal como la dejó y el pijama no está por aquí. No parece faltar nada del equipaje.

No puede estar muy lejos, en pijama y con el tranquilizante que le inyecté, además de su estado, no puede estar muy lejos. Dijo D. Julián.

¿Sabes, Maribel, dónde está el coche?

Si, está en la parte de detrás del hostal, muy cerca de la tienda, de hecho hemos pasado por allí ahora cuando veníamos, pero no me he fijado.

Bajaron a la calle y fueron hasta el sitio indicado por Maribel, allí no estaba el coche.

¿Dónde está la Guardia Civil? Preguntó Antonio.

Por aquí detrás, a tres manzanas está el cuartelillo, contestó Maribel.

¡Vamos!

D.  Julián dijo
:
Vayan ustedes, ya me dirán algo.

Antonio y Maribel, a buen paso se dirigieron al cuartelillo, hablaron con el sargento y éste tomó nota, luego llamó por radio a las dos patrullas que estaban de guardia y les dio la descripción del coche y de Domingo.

Uno de los agentes contestó enseguida

Ese coche estaba detenido cerca de la carretera el otro día, al amanecer, cerca de la curva de la “dama blanca” y estaba dentro, durmiendo el sujeto que han descrito, estamos bastante cerca del sitio
.
Vayan hacia allí y vigilen los caminos que dan a la carretera norte. Dijo el sargento.

¿Qué es eso de la “dama blanca”? Dijo Antonio.

Bueno, esa es una leyenda urbana, que dice que en una curva que hay muchos accidentes se aparece una mujer con una túnica blanca avisando del peligro. Chorradas de pueblo. Sentenció el sargento.

Muchos dicen que la han visto, del pueblo y forasteros. Dijo Maribel ligeramente enfadada, es más, mi tío Anselmo dice que la vio.

Si mujer, si, como la Santa Compaña. Dijo el sargento sonriendo.

No habían pasado ni diez minutos cuando la emisora hizo un chasquido característico y se oyó la voz del agente:

Mi sargento, estamos en el sitio, el coche está aquí, totalmente  cerrado pero no hay nadie dentro ni por los alrededores.

No se muevan de ahí, vamos para allá. Dijo el sargento, dio órdenes a un agente para que se quedase en el cuartelillo y él, otro agente de conductor y Antonio y Maribel montaron en un todo terreno y salieron por la carretera del norte, llovía abundantemente.

Cuando llegaron al lugar, no pudieron ver nada, las posibles huellas habían sido borradas por la lluvia.

Dio órdenes el sargento para que la patrulla se quedase vigilando hasta que fuese otra a relevarles y ellos cuatro fueron carretera arriba, hasta el siguiente pueblo, no vieron nada, cuando llegaron eran más de las diez y no se veía un alma por la calle, solamente había luz en un bar en la plaza Mayor, entraron, en el mostrador estaba un hombre, el dueño, apoyada la barbilla y una cara de aburrimiento en una mano cuyo codo y antebrazo la sujetaban apoyado en la barra, parecía escuchar a un hombre medio borracho que sentado en la mesa más cercana, con un vaso en la mano  y que no paraba de decir, lo que el alcohol le dejaba:

Te juro que la he visto, era la Santa Compaña, pasaba cerca de la curva de la “Dama Blanca”.

Domingo no apareció hasta tres meses después, un hombre que recogía leña lo encontró en medio del bosque, vestía una túnica que en su día fue blanca, era un esqueleto con piel, a su alrededor se adivinaban gotas de cera, ni las alimañas se acercaron para comer los despojos.

FIN

jueves, 9 de noviembre de 2023

DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA (Capítulo III)

 
 
 
 
 
 
DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA



Pedro  Fuentes




CAPITULO  III



Al amanecer un gallo le despertó con su canto. Se sentó al borde de la cama, al incorporarse para ir al baño, las piernas no resistieron, cayó de rodillas en el suelo, se encontraba totalmente agotado, ojos los tenía irritados, las ojeras parecían más grandes y negras que el día anterior, se metió en la ducha, puso el agua todo lo caliente que pudo resistir, luego cambió a lo más frío posible, repitió la operación cuatro o cinco veces, al principio se despejó algo, pero cuando bajó a desayunar parecía que se iba a caer por los escalones.

Antes de ir a la tienda de Maribel, fue hasta el estanco a comprar tabaco, para ello tuvo que pasar al lado del coche aparcado en una calle lateral de la plaza donde se encontraba el hostal, cuando lo vio, quedó sorprendido, tenía las ruedas llenas de barro y los bajos todos sucios, aunque lo había lavado el día anterior, abrió la puerta y se sentó al volante, la alfombrilla estaba manchada  de barro, el mismo barro que había en las ruedas, le pareció, no estaba muy seguro, de que el cuenta kilómetros tenía más kilómetros, daba la impresión de que alguien había utilizado el vehículo.

Salió de nuevo, se aseguró de apuntar los kilómetros y poner el contador parcial a cero, luego cerró la puerta con la llave y se marchó a por el tabaco a un bar ya que era fiesta y el estanco estaba cerrado,  también aprovechó para tomar otro café.

Cuando llegó a la tienda, Maribel estaba subiendo la persiana metálica.

¡Qué mala cara traes! ¿No has podido dormir o has estado de juerga? Le dijo
.
Domingo le contestó:

No, me acosté temprano y me dormí, no me he despertado en toda la noche y estoy cansado como si hubiese estado corriendo desde ayer.

¿No estarás malo? ¿Tienes fiebre? Aquí tenemos vigorizantes, te voy a preparar uno y el resto te lo tomas tres veces al día.

Domingo, sonriendo le dijo: ¿Ya estás intentando vender el producto sin haber inaugurado y en día de fiesta?

A la una salieron, quedaron en tomar algo y luego tomar el resto del día de fiesta.

Por todo el pueblo se veían, sobre todo mujeres con pañuelos negros y vestidos de luto con ramos de gladiolos y crisantemos que caminaban hacia el cementerio.

¡Maribel! Dijo una señora de unos cincuenta años que pasó por su lado. ¿Sabes que tío Anselmo está mucho mejor? Se ha levantado y todo, el doctor dice que no sabe qué ha pasado, que él no cree en milagros, pero lo parece. Yo pienso que lo mismo son aquel preparado que le llevaste el otro día.

No sabes cuánto me alegro, esta tarde iré a verlo.

¿Sabes, Domingo? Le di el mismo preparado que te he hecho a ti. Las brujas del lugar, que haberlas ahílas, dicen que lo tenía cogido la “Santa Compaña”, cosas de pueblo, lo que tenía era una anemia galopante, últimamente comía como un pajarito. Le preparé aquel combinado que tenemos en la tienda a base de hierro, fósforo, potasio y vitamina C y D. Lo mismo que a ti.

Bueno, bueno, parece que te podremos dejar sola, pero ojo, no te enemistes con el médico, procura darle la razón aunque solamente sea de cara a las gentes del pueblo.

Se despidieron a las dos y Domingo se fue al hostal donde comió e intentó dormir, como no pudo se puso a trabajar hasta la hora de cenar, luego bajó al restaurant y cenó copiosamente, luego se tomó la tercera toma del preparado, subió a la habitación, preparó un buen vaso de whisky y se metió en la cama, cerró los ojos y perdió la conciencia.

Al amanecer abrió los ojos y se encontró en la cama, casi no podía incorporarse, lentamente se deslizó hasta el borde de la cama y haciendo un giro sobre su costado izquierdo, sacó la pierna derecha de debajo de las sábanas, apoyó el pie en el suelo y así pudo incorporarse, le dolía todo el cuerpo, llegó hasta el cuarto de baño y se metió debajo de la ducha, primero bien fría, luego, poco a poco fue abriendo el agua caliente hasta que no pudo resistir el calor, cerró el grifo caliente y abrió de golpe el frío hasta que los huesos le dolieron, volvió al caliente y luego reguló a unos treinta grados, así estuvo un buen rato, luego salió de la ducha y fue a afeitarse, con la toalla limpió el vaho del espejo y se sobresaltó, allí apareció la cara del ser que había visto guiando la procesión de los fantasmas.

 No, ¡¡era él!! ¡Sus ojos eran dos bolas de cristal dentro de unos grandes cuencos!, con la delgadez del rostro sus orejas parecían inmensamente grandes, sus piezas dentales se marcaban debajo de la piel, luego se fijó en su cuello, largo y estrecho, sus hombros parecían una percha vacía, su pecho hundido dejaba ver el esternón como un puñal entre sus costillas.

Tan pronto como pudo vestirse, llamó a Maribel y le dijo que por favor fuese con el médico lo antes posible.

Cuando llegaron, Maribel se asustó, el médico no tanto porque no lo conocía de antes.
Maribel, al verlo, le comentó al doctor sin que Domingo se enterase:

Parece mi tío Anselmo antes de curarse.

El galeno le sacó unas muestras de sangre y luego le puso una inyección.

Hasta la tarde, a última hora no tendremos los análisis, mientras tanto, le he puesto una inyección para que duerma por lo menos hasta entonces. Sería conveniente que Maribel llame a su familia para que en el momento que puedan, mejor después de los análisis, le lleven a su casa o al Hospital General.

No tengo familia cercana, dijo Domingo, llama, por favor a la empresa y dile lo que me pasa a Antonio Fernández de mi Departamento, él vendrá a buscarme, somos buenos amigos.

En diez minutos fue perdiendo la conciencia, lo metieron en la cama, con la inyección quedó relajado y dormido, el médico le tomó el pulso, vio que era correcto, lo auscultó y todo parecía normal.

Nos podemos marchar, le dijo a Maribel, dormirá todo el día, cuando estén los análisis la llamaré y vendremos a verle, mientras tanto llame a su amigo a la empresa para que preparen el traslado, ahora, mientras más duerma más se recuperará, no sé lo que puede tener, diría que es un virus, igual que su tío Anselmo. No se han dado más casos, pero hay que estar preparados.

Marcharon y dejaron a Domingo descansando.



 

jueves, 2 de noviembre de 2023

DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA (Capítulo II)

 

DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA


Pedro  Fuentes


CAPITULO  II



El ser que estaba a su lado le miró fijamente, sus ojos, dentro de aquellas órbitas parecían perderse, estaba tan demacrado que se adivinaban en la piel las encías con las piezas dentares. Con una voz seca y firme, pero que parecía de ultratumba dijo:

¡Pon en marcha el coche y sal a la carretera hacia la izquierda!

Como un autómata le hizo caso, se había quedado como si le hubiesen quitado el alma, era incapaz de pensar, conducía por una carretera estrecha, con muchos árboles a los lados y una niebla espesa que no dejaba ver los márgenes ni la cuneta, pero no importaba, el coche parecía seguir un camino marcado por un piloto automático.

Después de dos curvas, hay una tercera a la izquierda muy peligrosa, allí se han salido muchos coches y han muerto varias personas, tómala con sumo cuidado, luego, a la derecha hay un pequeño llano, entra en él y para el coche. Dijo aquella figura cadavérica que no sabría cómo describir
.
Paró  el coche, se apoyó en el volante y se quedó dormido.

Le despertaron unos golpes en la ventanilla, sobresaltado, dio un salto y miró fuera.

Dos hombres, con el uniforme de la Guardia Civil miraban desde el exterior, bajó la ventanilla y les dijo: ¿Sucede algo, guardia?

Eso nos lo tendrá que decir usted. Contestó el mayor de los dos detrás de un bigote negro y de grandes proporciones.

No, no sucede nada, venía desde Villadiego del Monte donde estuve trabajando y se me hizo muy tarde, tenía sueño y me paré a dar una cabezadita y veo que debí dormir más de la cuenta porque ya ha amanecido, voy para la capital. Les contestó Domingo
.
Pues va usted en dirección contraria, ha salido de Villadiego hacia el norte en lugar de al sur.

No sabía lo que le estaba pasando, no recordaba nada, las últimas imágenes de su mente eran las del cartel de final de Villadiego.

Me debí perder, gracias por haberme despertado, tengo que volver al pueblo para asearme y desayunar, luego  volveré a la capital. Siguió diciendo Domingo.

Bueno, si ya ha descansado, puede salir, pero hacia la derecha, Villadiego está en dirección contraria a la que llevaba pero a unos treinta kilómetros, y tenga cuidado, a unos ciento cincuenta metros, a la derecha, hay una curva muy mala en la que han muerto varias personas, aunque el peligro de verdad es de noche y con niebla.

Llegó a la población a las ocho y media, aparcó en la plaza, cerca de la tienda de Maribel y se fue a un hostal de la misma plaza, solicitó una habitación, quería ducharse y cambiarse, por suerte, siempre llevaba en el maletero del coche una pequeña maleta con ropa, ya que muchas veces, por su profesión, a menudo tiene que quedarse fuera de casa sin tenerlo previsto.

Desde el hostal llamó a la empresa para comunicarles que no iría o lo haría por la tarde, que había tenido problemas en la carretera la noche anterior y aprovecharía para terminar algunas cosas en la tienda de Maribel, luego la llamó a ella y quedó en la tienda a partir de las once.

Después de desayunar y ducharse, puso el despertador para las once menos cuarto y se metió en la cama. No logró dormir, intentó repasar lo ocurrido en la última noche, no hubo forma, desde que entraba en la carretera con la niebla hasta que le despertó el Guardia Civil del bigote, no recordaba nada. Era como si la niebla hubiese borrado todo.

A las diez y media, puesto que no había podido dormir, se duchó de nuevo, bajó a la calle, entró en un bar y tomó un café doble. No estaba nervioso, pero parecía que no hubiese dormido en toda la noche, pero eso no era posible, el guardia le despertó y dormía profundamente.

A las once en punto llegó a la tienda donde ya le esperaba Maribel. En lugar de saludo,  preguntó 
directamente:

¿Qué pasó? ¿Tuviste algún accidente?

Domingo le contestó:

No lo sé, salí del pueblo porque vi el cartel de final del Municipio, pero he despertado en el coche a  treinta y tantos kilómetros de aquí, pero en dirección contraria, estaba fuera de la carretera y dormido, me despertó la Guardia Civil, pero parece que no haya dormido y estoy cansado, me he metido en la cama del hostal y no he podido ni cerrar los ojos. He llamado a la empresa y les he dicho que estaba aquí, así que terminaremos lo que dejamos a medias en la tienda, de todas las formas, podré hacer mi trabajo por internet.

Si, más vale que te quedes aquí, además, recuerda que mañana es jueves y fiesta de Todos los Santos y podrás hacer puente, porque la verdad es que tienes una cara terrible.

Pasó la mañana lo mejor que pudo, se conectó a internet, resolvió los problemas que tenía en la oficina y se dedicó a terminar los asuntos de la tienda de Maribel
.
¿Quieres que vayamos a comer juntos? Me preguntó Maribel.

No, no puedo, tengo tanto sueño que voy a comer ligero y me echaré a dormir hasta las cinco, que vendré a la tienda para que organicemos los stocks y hablar con la central por si hay cosas pendientes, además, antes quiero ir a lavar el coche que huele a demonios. Dijo Domingo.

Así lo hizo, a la una fue a la gasolinera donde hay también un lavadero de coche, lo primero fue lavar el asiento del conductor, entonces vio que el olor procedía de orines, igual que pantalones y ropa interior cuando se los quitó por la mañana, pero no sabía qué había pasado, supuso que dormido en el coche y debido al frío o la postura, se le había escapado algo de orina, pero no recordaba nada.

Cuando terminó, fue al hostal y les comunicó que se quedaría hasta el domingo, luego pasó al restaurant y tomó un buen caldo bien caliente y un entrecot no muy grande, no tomó café y se fue a la habitación a dormir. Decidió ponerse el pijama y meterse en la cama con todas las luces apagadas y la persiana cerrada, puso el despertador a las cinco menos veinte, faltaban dos horas y media.

Imposible, cuando sonó el despertador, estaba en el pequeño balcón de la habitación y se había fumado medio paquete de tabaco.

El resto de la tarde, lo pasó en la tienda con el ordenador, por dos ocasiones se quedó adormilado delante del teclado, a las ocho salieron a la calle y le dijo a Maribel:

Vamos a tomar algo, pero antes quiero comprar tabaco y una botella de whisky, esta noche dormiré como sea.


Tomaron varias cervezas con unas tapas, con aquello ya no pensaba ni cenar, a las nueve y media se despidió de Maribel y fue para el hostal, subió a la habitación, se sirvió medio vaso de whisky y lo bebió mientras fumaba tres cigarrillos y se ponía el pijama, se metió en la cama, apagó la luz y los párpado cayeron sobre los ojos como pesadas persianas metálicas.

jueves, 26 de octubre de 2023

DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA (Capítulo I)

 
 
 
 
DEMASIADO CERCA DEL MAS ALLA



Pedro Fuentes



Capítulo  I



La noche era fría y húmeda, por motivo de trabajo, Domingo había tenido que ir a aquel pueblo a setenta y cinco kilómetros de la ciudad, fue para revisar el montaje de una de las tiendas de la cadena para la que trabaja.

El trabajo de Domingo es ese y  además formar a las personas que o bien porque adquieren la franquicia o porque la empresa titular los contrata para abrir una tienda y necesitan asesorar al personal.

Allí había ido porque por los estudios de mercado hechos, decían que sería un buen negocio ya que no existía ni en la población, de veinte mil habitantes, ni en las dos poblaciones  que distan seis o siete kilómetros, una al norte y otra al sur, más pequeñas pero en una comarca con alto poder adquisitivo, una tienda de dietética.
 
Una empleada de la firma, en la capital, natural de Villadiego del Monte, que así se llama el pueblo, dio la idea, se hicieron los estudios de mercado y se vio que era una buena plaza.

La familia de la empleada, Maribel, además tenían en la calle Mayor, muy cerca del ayuntamiento y justo antes de entrar en la plaza de la iglesia, un local que reunía las condiciones deseadas.

Se le dio la oportunidad a Maribel de ser ella la que se hiciese cargo de la tienda, la pusiese en marcha y luego seguir con ella o buscar una persona de confianza para poner al frente del negocio
.
Como ya estaba próxima la apertura,  había ido a inspeccionarlo todo y poner en marcha toda la cuestión informática.

En un principio  había acabado a las ocho el trabajo, pero Maribel, a la que Domingo conocía de la central, una muchacha de veintitantos años, cerca de los treinta, con un encanto bastante especial aunque no una gran belleza pero si agradable y simpática, le invitó a cenar, ya que a partir de entonces no se verían hasta la inauguración.

Aceptó la invitación por cortesía pero le fastidiaba un poco volver a casa de noche, en aquel tiempo de otoño y por una carretera comarcal de montaña de unos cincuenta kilómetros hasta llegar a la general.

No había peligro de heladas en aquel tiempo, pero al ser una carretera bordeada por bosques, la humedad había dejado una capa de agua en el asfalto y una ligera neblina  parecía salir  de entre los árboles hacia la carretera, eran cerca de las doce de la noche y la música del CD del coche le acompañaba.

La niebla iba en aumento, los árboles, a ambos lados de la carretera parecían figuras fantasmagóricas  extendiendo su largos brazos sobre la carretera, avanzaba lentamente y cada vez se hacía más largo el camino, todavía faltaban unos treinta kilómetros hasta la general y empezó a tener ganas de orinar, así que aprovechando un estrecho camino que salía de la carretera hacia el bosque,  con sumo cuidado de no empotrar el coche contra ninguna piedra ni caer en una cuneta profunda, salió de la carretera, paró y apagó el motor y las luces para no despistar a ningún posible  conductor.

Salió del coche y se adentró unos cinco metros en el camino.

De pronto, a la derecha, a unos veinte metros dentro del bosque y por entre los árboles le pareció ver luces que se movían, al acostumbrarse sus ojos a la oscuridad, vio lo que parecía una larga fila de antorchas o velas, un aire fresco que se levantó le traía olor a cera de velas encendidas.

Distinguió unas voces pero no adivinaba a oír ni comprender las palabras, parecían salmos pero no entendía las palabras, a veces  parecía latín y otras castellano antiguo e incluso gallego o portugués, otras veces eran canciones, pero también ininteligibles.

Domingo se consideraba más bien miedoso, no en demasía, pero no le gustaba enfrentarse a las cosas que no conoce o le parecen del más allá, pero aquello llamaba su atención, se acercó sigilosamente un poco más para intentar ver con algo de claridad, al fin pudo distinguir que la persona que iba al frente, estaba vestido con una especie de hábito franciscano pero de color blanco y con capucha, pero pese a llevar la capucha puesta le vio la cara, era alargada y demacrada, por un momento pensó  que le había visto, porque le pareció que aquellos ojos que parecían flotar dentro de las cuencas, se cruzaron con su mirada cosa improbable  porque la noche era muy oscura y la niebla cada vez era más espesa, pero de igual forma que él lo había visto, el fraile blanco también lo pudo ver a él.

El de la cara demacrada llevaba una cruz en una mano y uno especie de acetre con su isopo. Detrás le seguían como unas veintitantas figuras, repartidas en dos filas y digo figuras porque no se podía distinguir las facciones de ninguna, parecían no tener rasgos, pese a que la especie de sábanas blancas que llevaban por encima no les tapaban sino la parte de atrás de las cabezas, lo único que se veía o más bien se adivinaban, eran las cuencas vacías de los ojos.

De pronto se dio cuenta de una cosa que le sobresaltó, no pisaban el suelo, parecían flotar como a unos treinta centímetros del suelo y según pasaban, un viento frío se levantaba, pero éste no movía la llama de las velas, ni la niebla parecía desplazarse, pero llegaba el olor de la cera quemada y el aire en la cara.

Cuando terminó de pasar la procesión, dio la vuelta, lo más sigilosamente posible y llegó al coche, mirando más para detrás por si alguien o algo le seguía,  abrió la puerta, miró otra vez hacia los “fantasmas” y se sentó en el asiento.

El grito que dio fue espeluznante, el corazón pareció saltársele del pecho, en ese momento recordó de que aunque bajó del coche para orinar, no lo había hecho, un líquido caliente corrió por la entrepierna de su helado cuerpo.

En el asiento de al lado,  estaba sentado el “fraile” encapuchado, con su cruz y su acetre, era más pálido y cadavérico que cuando lo había visto presidiendo la procesión.

Se sujetó al volante con las dos manos e inclinó la cabeza hacia delante y apoyándola entre las manos lloró de pánico. Su cuerpo temblaba como una hoja en un vendaval


 

jueves, 19 de octubre de 2023

LA BARBERIA (Capítulo VII)

 

 

La  Barbería

 

Pedro  Fuentes

 

Capítulo VII



Sonó el despertador a las seis de la madrugada, suerte que los días ya empezaban a alargar y ya estaba amaneciendo. Me duché rápidamente, me afeité, preparé cuatro cosas y el neceser en una bolsa de viaje. De pronto me acordé de que no había reservado el hotel, así que esperé a que fuesen las siete menos cuarto y llamé, el guardia de noche todavía no había abandonado recepción, me dijo que no había problema en aquellas fechas y me reservó tres habitaciones contiguas. A las siete menos cinco bajé a la calle con mi bolsa, a las siete menos tres minuto subió por Joaquín María López entrando en Gaztambide un Seat 1500 color crema que parecía recién pintado por el brillo, lo conducía Alfredo, en el asiento de atrás iba Paloma tocada con un sombrero oscuro.

Alfredo me indicó que dejase la bolsa en el maletero y que me sentase a su lado.

Nos pusimos en marcha y lo primero que le dije fue que no había podido ponerme en contacto con Rosario, así que si parábamos a repostar o descansar procuraría llamarle de nuevo en horario escolar, ya que estaba un poco preocupado por que era su costumbre coger ella el teléfono.

Paloma dormitaba en el asiento trasero y Alfredo era un conductor experimentado, mantenía una velocidad constante y se notaba lo cuidado del coche, yo había llevado uno igual durante mi tiempo de mili y sabía de qué hablaba.

Ayer me puse en contacto con mi amigo el policía y de dijo que tenía un compañero de promoción que nos ayudaría, que cuando llegásemos le llamase para darnos los datos. También le comenté que por un descuido no había llamado al hotel pero que lo había hecho esa misma mañana y ya estaban las tres habitaciones reservadas.

El viaje transcurrió sin incidencias, llegamos al temido Despeñaperros y paramos a mitad del recorrido, donde era habitual hacerlo, repostamos y fuimos a tomar algo y descansar un rato.

Aproveché la parada para llamar a Rosario, nadie me contestó, lo intenté varias veces pero no obtuve respuesta ninguna de las veces, pensé que quizás estuviese en el patio o hubiese ido a comprar, pero eso era solamente un pobre consuelo, empezaba a preocuparme.

Cuando lo comenté con Alfredo y Paloma, también se preocuparon, así que abusando de mi amistad llamé al policía, éste me dijo que ya estaba casi todo arreglado, que no habría problemas, entonces le dije lo de Rosario y si podían enviar a alguien hasta la casa. Me contestó que haría lo posible pero no me aseguraba nada, que seguramente estaría comprando o algo así.

Al fin llegamos, Fuimos al hotel e inmediatamente marchamos a casa de Miguel, para no despertar sospechas, quedamos en que fuesen Alfredo y Paloma como si estuviesen de viaje y quisiesen saludar a Rosario.

Llegaron a la casa y nadie les abrió, entonces llamaron a las casa de los lados y en una les dijeron que no sabían nada, en la otra una señora de unos setenta y tantos años les dijo que la hermana del señorito Miguel estaba con gripe y ella había ido a cuidarla a ella y a los niños.

Ya más tranquilos nos fuimos a la casa de Paquita.

Cuando llamaron y ella misma abrió la puerta, por unos momentos, luego se fundieron en un abrazo de risas y lágrimas. Yo veía la escena desde la esquina de la acera de enfrente.

Volvimos al hotel y quedamos que Rosario pasase por allí después de comer, ya que Paquita estaba mejor, así que cuando los niños marchasen al colegio ella vendría.

Llamé a mi amigo el policía y me dijo que fuese a la comisaría que hablarían del asunto.

Así lo hice, quedamos en que al día siguiente todos seríamos citados y abriríamos la barbería.

Al día siguiente, a las diez y media estábamos esperando delante de la barbería todos, Miguel,, Paquita, Rosario, dos policías uno de ellos el amigo de mi amigo y yo, esperábamos al enviado del juzgado. En la acera de enfrente se había reunido un montón de personas expectantes, entre ellos pude reconocer al dueño del bar de enfrente y a los vecinos a los que yo había entrevistado.

Apareció el juez, su secretario y un cerrajero, le preguntó a los presentes si alguien tenía las llaves, al no responder afirmativamente nadie, dio las órdenes oportunas y el cerrajero procedió a la apertura de la cancela metálica y luego a la puerta de cristal, cosa que le costó más, se retiraron montones de hojas, papeles y porquerías que se acumularon durante casi diez años, fecha en la que se había abierto la puerta.

¿Alguien ha tenido las llaves alguna vez? Dijo el juez.

Miguel dijo:

Yo las tuve, pero hace diez años, cuando me fui a mi casa las dejé en casa de mi tío.

¿Quién vive allí ahora?

Yo, dijo Paquita, allí hay un cajón lleno de llaves pero la mayoría no tienen etiqueta y no sé ni de donde son.

Una vez dentro, todos hicieron un semi círculo pegados a la pared, enfrente de los espejos de la barbería. En las estanterías estaba las botellas de lociones, en el mostrador reposaban las máquinas de cortar el pelo y las navajas del afeitado, en un rincón, al fono había seis asientos unidos unos a los otros y en medio unas revistas y un ABC de 18 de Abril de 1954.

Frente al semicírculo nos encontrábamos el juez, el secretario y un policía, el otro policía se encontraba franqueando la puerta de entrada.

El juez le dio la palabra al subinspector y este me la cedió a mí.

Hice un sucinto relato de los hechos y los que me habían llevado allí y dije a boca de jarro:

Usted, y señalé a Miguel, el día dieciocho de abril de 1954, a última hora vino a la barbería con el pretexto de que su tío le afeitase, así que después de cerrar se sentó en ese sillón y su tío le empezó a afeitar, cuando se volvió para preparar el jabón, le clavó un cuchillo en la espalda.

Llevaba unos días planeándolo, se había enterado de varios asuntos, el primero que su tío era el hermano por parte de padre de Rosario, aquí presente, por lo cual no iba a heredar nada, además su tío llevaba una doble vida en Madrid, tenía relaciones con otro hombre y quería dejarlo todo y marcharse con él, cosa que usted no comprendía y que era una mancha para su honor.

Eso tendrán que demostrarlo, dijo Miguel.

Alfredo se aclaró la vos y sacó unos papeles de un porta folios y dijo: Yo soy ese hombre de Madrid, aquí tengo los papeles del padre de Rafael que demuestran que Rosario era su hija, además me dejó un documento que eran sus últimas voluntades por si le pasaba algo. Todo quedó en el olvido cuando desapareció, la primera que dijo de ocultarlos fue Rosario que no quería formar un escándalo, eran otros tiempos y estas cosas no se veían con el mismo prisma que ahora.

Sin cadáver no hay asesinato, además, todavía no han demostrado nada. Dijo Miguel.

Usted, una vez su tío muerto, lo troceó, no le importó nada la sangre, lo tenía previsto, si había preparado la coartada de que su tío, en un descuido, afeitando a un viajero anónimo, le había cortado la yugular, como ya he dicho, una vez troceado, aquella noche hizo un agujero aquí mismo, debajo de ese sillón en el que usted fue el último cliente, ahí enterró las partes no reconocibles de su tío, piernas, brazos y tronco, la cabeza, los pies y las manos se las llevó en un saco de esparto y las enterró en la finca que su familiar tenía a las afueras. Entre otras cosas, usted no se dio cuenta de que su tío fue herido en el tórax durante la guerra y eso nos dará la prueba, el resto, lo metió en la fosa hecha debajo del sillón, e incluso tuvo la macabra idea de cortarle una oreja para dar más realismo al afeitado y la dejó en la papelera de al lado como si se hubiese perdido. Metió los restos es otro saco y los roció de ácido, luego lo tapó y puso el sillón encima, luego se fue a su casa y a los dos días fue a la policía alarmado por la desaparición de Rafael.

Usted y su hermana, cómplice sin saberlo, propagaron el bulo de que había desaparecido y que estaba escondido en casa de un amigo. Cuando la policía hizo todas las pesquisas, en lugar de quitar la sangre con un buen fregado, para corroborar la leyenda, la “limpió” con ácido, con lo cual creó esta mancha que parece de sangre y que no desaparece. Con lo cual nadie quiere comprar el local ni usted vender.

El juez hizo una señal al policía de la puerta y éste hizo entrar una brigada de tres albañiles que empezaron a escava, después de retirar el sillón, a metro y medio bajo tierra encontraron el saco y dentro unos huesos carcomidos por el ácido.

Miguel fue detenido, Rosario y sus amigos se abrazaron y emprendieron una nueva vida, Rosario heredó a su hermano y le cedió la casa a Paquita en usufructo de por vida.

Alfredo, su hermana Paloma, Rosario y yo, volvimos en el 1500 a Madrid, ahora, en el asiento de detrás iban las dos señoras.

Cuando están en Madrid los visito bastante a menudo, si voy a Andalucía y están allí nos vemos también.



FIN