EL TIOVIVO
Pedro Fuentes
Esta
historia ocurrió allá por mediados de los 50, en un pueblo de unos
1.800 habitantes y que en aquellos tiempos vivía mayoritariamente de
la agricultura.
Se
encontraba situado a unos 18 km de una capital de provincias pequeña,
omito el nombre para que no sirva de escarnio entre las poblaciones
cercanas.
El
protagonista de este relato, se llama Anselmo, hijo de un agricultor,
sus ideas no eran seguir viviendo toda su existencia de un trabajo
tan duro y sacrificado, por lo cual por su mente discurrían ideas
para montar algún negocio.
Ocurrió
que siendo las fiestas de la capital de la provincia, fue allí para
divertirse.
Dando
vueltas por la feria, se paró delante de un tiovivo no muy grande,
con sus caballitos que giraban y subían y bajaban al compás de una
música llamativa y monótona pero alegre.
Anselmo
vio que subían muchas personas, padres con niños, parejas y algún
grupo de chicos y chicas.
Casi
cada vez el lleno era absoluto, miró el precio, lo multiplicó por
las personas que subían, vio que muchos repetían, calculó lo que
podían gastar de luz, en fin, preguntó, se informó del fabricante
e incluso supo de alguno que se vendía de segunda mano.
Como
tenía algunos ahorros pensó que con una financiación, al fin y al
cabo, tenía tierras para poder ofrecer garantías, lo consultó con
su padre, a éste no le supo muy bien, pero, Anselmo era su único
hijo, él ya era mayor y pensó que mejor eso a que cansado del
trabajo de agricultor, se marchase, además, si salía mal, quizás
el dinero perdido le haría afianzarse más en el trabajo de la
tierra.
Anselmo
tenía hasta el sitio perfecto, casi al lado de la plaza Mayor, su
abuelo les había dejado una casa ruinosa y que tenía el solar lo
suficientemente grande para montar su feria particular, tiró lo que
quedaba de ruinas, acondicionó el terreno, pidió los permisos y
empezó los trámites de la compra del tiovivo, empezaría por uno de
segunda mano, que le daban garantías y luego, según cómo fuese,
quizás hasta podría ampliar el negocio.
La
inauguración iba a ser a principios de Junio y como aquello, para el
pueblo era un acontecimiento, Anselmo invitó a todas “las fuerzas
vivas” del lugar, allí estaba el alcalde, el cabo de la guardia
civil, el cura, el médico, la maestra, la hija del farmacéutico,
ya que éste está muy mayor y su hija ya ha acabado la carrera y le
va a sustituir al mando de la farmacia.
Eran
las cinco de la tarde de un día muy caluroso para el tiempo que
estaban, cuando todos ellos se reunieron en el solar que ya no
aparecía yermo, una valla verde de madera lo rodeaba, una parte
estaba plantada de césped y alrededor, por dentro de la valla, la
madre de Anselmo había puesto su toque femenino plantando unas
flores.
Se
había acercado al evento casi todo el pueblo, incluso algún vecino
del pueblo de al lado, más pequeño, pero que tenía una central
eléctrica que daba luz a varios pueblos del contorno y del cual
dependían para la energía.
Para
la inauguración, el alcalde, D. José diría primero unas palabras,
luego pasaría D. Francisco el cura a bendecir las instalaciones,
después todas las autoridades subirían a los caballitos y darían
unas vueltas, para finalmente el público en general podría subir
previo pago de la entrada correspondiente.
Los
caballitos tenían alrededor un toldo que bajaba y cubría todo el
tiovivo y lo protegía de las inclemencias del tiempo y que estaba
echada hasta el discurso del Sr. Alcalde, éste, dirigiéndose a la
concurrencia les habló de los años de progreso que esperaban a
todas las poblaciones de España, gracias al Caudillo que dirigía
los destinos del país.
Alabó
la actitud emprendedora que había llevado a Anselmo a ser precursor
de la industria del pueblo y había abierto la puerta del turismo en
aquella magnífica villa que él tenía el placer de dirigir.
Al
grito de Viva Franco y arriba España, Anselmo que sujetaba las
cuerdas del toldo, tiró de ellas y lo subió, dejando al
descubierto el tiovivo resplandeciente, con unas barras que brillaban
con el sol de la tarde y unos caballos de todos los colores.
El
señor cura, un orondo personaje de unos cincuenta y cinco años de
edad, se acercó al tiovivo, le hizo señas aun monaguillo escuálido
de unos 13 años y éste le acercó la estola que se puso encima del
alba que ya llevaba, el monaguillo sujetó el acetre con su mano
izquierda y le acercó a D. Francisco el hisopo, éste lo cogió, lo
introdujo en el recipiente y sacudiéndolo sobre los caballitos dijo:
In nomine patri et fili…… cuando hubo terminado, Anselmo pidió
a los presentes que se subiesen para dar una vuelta de honor.
D.
José, el alcalde, con buen criterio dijo a Anselmo y a los demás
invitados:
Yo
creo que no es conveniente que subamos, delante de todo el pueblo, me
parece que seremos pasto de las risotadas del personal.
Todos
asintieron menos el monaguillo que se aferraba al cura y que estaba
viendo que iba a perderse lo mejor.
Anselmo,
hombre de negocios y de mundo, viendo que se le terminaría el acto
en un momento contestó:
No,
Sr Alcalde, está todo previsto, como han visto Uds. Hay un toldo
que cubre todo el artilugio, así que cuando ustedes estén en la
plataforma, yo bajaré el toldo, suben a los caballitos y cuando
hayan dado unas vueltas, cuando bajen, subiremos de nuevo el toldo y
haremos que la gente aplauda.
Bueno,
si es así, sea por el progreso, dijo el Alcalde y todos asintieron,
menos el monaguillo que quería pasar lo más desapercibido posible
no fuese a quedarse en tierra.
Todos
subieron a la plataforma, bajó el toldo y se subieron a los
caballitos, primero el alcalde, luego el sacerdote, a continuación
el cabo de la guardia civil; la farmacéutica, a quien gustaba el
médico, joven, recién llegado al pueblo, se subió delante de él
tomando pose de experta amazona, después se montó la joven maestra,
también recién llegada y en su primer año en el cargo, subió
luego el monaguillo, con los bártulos de la bendición y procurando
que no se le viese.
A
la voz de adelante, dicha por el cabo, que ya había visto al
monaguillo y al que estuvo a punto de descabalgar pero no le dio
tiempo, el tiovivo se puso en marcha.
Había
dado el artilugio siete vueltas, cuando Anselmo oyó la débil voz
del alcalde que decía:
¡Anselmo!, ¡ya vale!
Anselmo,
presto a obedecer la orden, se acercó a la palanca del freno, quizás
por los nervios, a lo peor por una mala instalación, se quedó con
el hierro en las manos y aquello no frenó, se dirigió a donde
estaba el interruptor general y no lo encontró, eso fue porque con
las prisas del montaje y por falta de luz habían hecho un tendido
provisional y directo.
Nadie
había para dar órdenes, las personas que lo habrían podido hacer
estaban todas atrapadas en un aparato que a falta de freno, la
inercia iba acelerando.
Ya
llevaban como unas treinta vueltas cuando se oyó al cura que gritaba
“¡por Dios!, ¡que paren esto!”. A la vuelta cuarenta el
Guardia Civil gritó:
¡¡Paren
esto o fusilo a alguien!!.
Anselmo,
desesperado, sudando, manchado de grasa, no sabía qué hacer, a
punto del llanto oyó a su padre que le dijo:
Coge el Land Rover y vete a la central y que corten la luz.
Anselmo
una vez más se tuvo que rendir a la sabiduría de su padre. Cogió
el coche y salió a lo que daba de sí. Pasaban de las cien vueltas
cuando llegó a dar la orden de corte de energía eléctrica, luego,
a la misma velocidad, bajó para poder subir la lona.
Cuando
al fin izó el toldo, el espectáculo fue dantesco.
El Sr. Alcalde estaba a los pies de su caballito vomitando.
El
cura se encontraba arrodillado sobre los talones, detrás de su
caballo, rezando y llorando.
El
cabo se mantenía erguido sujetándose a la barra de su caballo, en
sus pantalones se notaba que sus esfínteres no le obedecían.
El
médico, bastante desmejorado, arrodillado al lado de la
farmacéutica, que estaba tendida y desmayada, le daba aire.
La
maestra, fiel a su magisterio, se había abrazado al caballo, estaba
medio inconsciente, pero enseñando todo su muslamen, por cierto
digno de ver.
El único jinete que se encontraba erguido era Ricardito el
monaguillo que se estaba echando un trago largo de agua bendita.
El
pueblo, pese a los años pasados sigue riendo. Anselmo no ha vuelto
de Alemania ni de vacaciones, la farmacéutica se casó con el
médico, al cura lo enviaron a otro pueblo, el cabo solicitó
traslado, el alcalde se retiró de la política y vive de las rentas,
la maestra se casó con un rico terrateniente del pueblo de al lado.
Ricardito se fue a Madrid a estudiar y no se sabe gran cosa de él.
FIN