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miércoles, 5 de marzo de 2014

AMOR VERDADERO (Capítulo III)

Hoy publico el capítulo III de Amor verdadero, ya que estoy fuera de mi residencia habitual y no sé si mañana podré conectarme.

Y ahora.............
AMOR VERDADERO

Pedro Fuentes

CAPITULO  III

Ya está terminando el invierno, la primavera se empieza a notar en las plantas, pequeños brotes salen en los árboles, cuando vamos al Retiro, que así llaman al gran parque que vamos, le explico a Elisenda cosas sobre los árboles y la naturaleza, le enseño que hay pájaros muy peligrosos porque comen toda clase de insectos, entre ellos pulgas.
Al principio Elisenda no distingue un animal de otro, ella solamente conoce a los perros y sabe que hay grandes y pequeños, de mucho pelo y de poco pelo. De los árboles y plantas no sabe nada, no conoce, porque nunca se ha fijado, la hermosura de las flores y lo embriagador de los olores, es más, no conoce ni otro tipo de insectos, una vez que estuvimos de visita en otro perro, le enseñé una garrapata, cuando le dije que era una especie, prima lejana nuestra, no se lo creía.
Las ovejas ya deben de pasar pronto, Charo se lo ha dicho a Paco, su amigo, y como los dos son de campo, han dicho que irían a verlas, como el pretexto es pasear a Tobi, podremos ir con ellos.
El nerviosismo se respiraba en el ambiente, Elisenda no las tenía todas consigo, lo de abandonar la ciudad no era para ella, veía que iba a perder toda la vida de lujo y farándula que había llevado hasta aquel momento, no entendía el campo, no veía que pueda ser bonito el verde de los prados, el color de las rosas, ¿Cómo podía oler bien la hierva después de la lluvia? Las ovejas, el pelo de las ovejas olía que apestaba cuando estaba mojado y tener que vivir allí soportando la humedad, no había saboreado la sangre del pastor, pero si era más fuerte incluso que la de aquel amigo de Charo, que sí la había probado, no podía ser más desagradable, alguna vez, después de picar a Paco tuvo que devolver, yo le decía que era debido a que estaba a punto de poner huevos, pero yo sabía que no.
¡Rodolfo! Por favor, no vayamos al campo, es más divertida la vida en la ciudad, me decía.
No, Elisenda, la vida en el campo es más libre, toda está llena de olores, sabores, colores, aventuras, la alimentación es más sana, la sangre no te hace emborracharte. Le contestaba yo.
Las discusiones entre nosotros eran cada vez mayores, ella gritaba y lloraba por cualquier cosa, yo no podía seguir en la ciudad, mi vida en la ciudad era monótona, además siempre terminaba yendo a picar a aquellos que más parecía que sabían a alcohol, incluso una vez piqué a uno que olía raro, era algo que me hacía sentir exultante, lleno de vida, más ágil que nunca, luego caía en la cuenta de que a la persona que picaba le pasaba lo mismo y luego tenía tanto él como yo volver a saborear aquella sustancia, cada vez necesitaba picar más veces y cada vez la resaca era peor.
Decididamente volvería al campo, no quería que la ciudad me devorase.
Aquella mañana supe que era el día, Charo cantaba, se arregló, peinó a Tobi con más esmero que nunca con el consiguiente peligro para Elisenda y yo, oí a la vedette como le daba permiso para estar todo el día fuera, pero tenía que sacar a Tobi toda la mañana para que luego estuviese tranquilo el resto del día.
Paco le vino a buscar y nos fuimos con Tobi, miré a la casa por última vez y se me alegró el corazón. Noté que Elisenda lloraba por dentro.
Llegamos a una calle muy ancha, al lado del jardín donde solíamos ir a pasear, nos pusimos en un sitio donde se estrechaba el paso y estaríamos más cerca del ganado, al fondo, por arriba veíamos una puerta muy ancha, de piedra, con unos arcos y unos jardines alrededor protegido con vallas para que el ganado no entrase, al otro lado, más abajo estaba la señora de piedra con el carro de piedra y los leones de piedra donde salté por primera vez sobre Tobi.
Cogí a Elisenda de una pata y le dije:
Ven, Elisenda, saltaremos sobre las primeras, son las más fuertes, las que mandan, además si no nos gustan, podremos bajar y dejar que pasen hasta encontrar alguna que nos guste.
No, Rodolfo, no saltaré, lo he pensado mucho, yo no podré vivir sin mis comodidades, vete tú, yo comprendo que la ciudad te está matando. Me dijo
No, Elisenda, sin ti no podré vivir. Le contesté
Y conmigo te estás matando. ¡Vete! ¡Vete y que seas feliz!
No, no puedo así, ¿Qué será de mi vida?
Encontrarás una pulga de campo y serás feliz, yo me moriría allí, ¡Vete! ¡Te juro que no te olvidaré!
De pronto sentí un empujón, corregí el salto en el aire y caí sobre una mullida lana de una oveja merina.
Miré hacia detrás y ya no vi ni a Elisenda, ni a Tobi ni a Charo ni a su Paco, dos lágrimas cayeron de mis ojos, me acurruque en la lana y dormí, cuando desperté ya salíamos de la ciudad y un inmenso campo invadía todo el horizonte. La oveja en la que cabalgaba corría perseguida por un perro pastor porque nos estábamos separando del rebaño.

FIN



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