Y ahora.............
AMOR VERDADERO
Pedro Fuentes
CAPITULO III
Ya está terminando el invierno, la
primavera se empieza a notar en las plantas, pequeños brotes salen en los
árboles, cuando vamos al Retiro, que así llaman al gran parque que vamos, le
explico a Elisenda cosas sobre los árboles y la naturaleza, le enseño que hay
pájaros muy peligrosos porque comen toda clase de insectos, entre ellos pulgas.
Al principio Elisenda no distingue un
animal de otro, ella solamente conoce a los perros y sabe que hay grandes y
pequeños, de mucho pelo y de poco pelo. De los árboles y plantas no sabe nada,
no conoce, porque nunca se ha fijado, la hermosura de las flores y lo
embriagador de los olores, es más, no conoce ni otro tipo de insectos, una vez
que estuvimos de visita en otro perro, le enseñé una garrapata, cuando le dije
que era una especie, prima lejana nuestra, no se lo creía.
Las ovejas ya deben de pasar pronto,
Charo se lo ha dicho a Paco, su amigo, y como los dos son de campo, han dicho
que irían a verlas, como el pretexto es pasear a Tobi, podremos ir con ellos.
El nerviosismo se respiraba en el
ambiente, Elisenda no las tenía todas consigo, lo de abandonar la ciudad no era
para ella, veía que iba a perder toda la vida de lujo y farándula que había
llevado hasta aquel momento, no entendía el campo, no veía que pueda ser bonito
el verde de los prados, el color de las rosas, ¿Cómo podía oler bien la hierva
después de la lluvia? Las ovejas, el pelo de las ovejas olía que apestaba
cuando estaba mojado y tener que vivir allí soportando la humedad, no había
saboreado la sangre del pastor, pero si era más fuerte incluso que la de aquel
amigo de Charo, que sí la había probado, no podía ser más desagradable, alguna
vez, después de picar a Paco tuvo que devolver, yo le decía que era debido a
que estaba a punto de poner huevos, pero yo sabía que no.
¡Rodolfo! Por favor, no vayamos al campo,
es más divertida la vida en la ciudad, me decía.
No, Elisenda, la vida en el campo es más
libre, toda está llena de olores, sabores, colores, aventuras, la alimentación
es más sana, la sangre no te hace emborracharte. Le contestaba yo.
Las discusiones entre nosotros eran cada
vez mayores, ella gritaba y lloraba por cualquier cosa, yo no podía seguir en
la ciudad, mi vida en la ciudad era monótona, además siempre terminaba yendo a
picar a aquellos que más parecía que sabían a alcohol, incluso una vez piqué a
uno que olía raro, era algo que me hacía sentir exultante, lleno de vida, más
ágil que nunca, luego caía en la cuenta de que a la persona que picaba le
pasaba lo mismo y luego tenía tanto él como yo volver a saborear aquella
sustancia, cada vez necesitaba picar más veces y cada vez la resaca era peor.
Decididamente volvería al campo, no
quería que la ciudad me devorase.
Aquella mañana supe que era el día, Charo
cantaba, se arregló, peinó a Tobi con más esmero que nunca con el consiguiente
peligro para Elisenda y yo, oí a la vedette como le daba permiso para estar
todo el día fuera, pero tenía que sacar a Tobi toda la mañana para que luego
estuviese tranquilo el resto del día.
Paco le vino a buscar y nos fuimos con
Tobi, miré a la casa por última vez y se me alegró el corazón. Noté que
Elisenda lloraba por dentro.
Llegamos a una calle muy ancha, al lado
del jardín donde solíamos ir a pasear, nos pusimos en un sitio donde se
estrechaba el paso y estaríamos más cerca del ganado, al fondo, por arriba
veíamos una puerta muy ancha, de piedra, con unos arcos y unos jardines
alrededor protegido con vallas para que el ganado no entrase, al otro lado, más
abajo estaba la señora de piedra con el carro de piedra y los leones de piedra
donde salté por primera vez sobre Tobi.
Cogí a Elisenda de una pata y le dije:
Ven, Elisenda, saltaremos sobre las
primeras, son las más fuertes, las que mandan, además si no nos gustan,
podremos bajar y dejar que pasen hasta encontrar alguna que nos guste.
No, Rodolfo, no saltaré, lo he pensado
mucho, yo no podré vivir sin mis comodidades, vete tú, yo comprendo que la
ciudad te está matando. Me dijo
No, Elisenda, sin ti no podré vivir. Le
contesté
Y conmigo te estás matando. ¡Vete! ¡Vete
y que seas feliz!
No, no puedo así, ¿Qué será de mi vida?
Encontrarás una pulga de campo y serás
feliz, yo me moriría allí, ¡Vete! ¡Te juro que no te olvidaré!
De pronto sentí un empujón, corregí el
salto en el aire y caí sobre una mullida lana de una oveja merina.
Miré hacia detrás y ya no vi ni a
Elisenda, ni a Tobi ni a Charo ni a su Paco, dos lágrimas cayeron de mis ojos,
me acurruque en la lana y dormí, cuando desperté ya salíamos de la ciudad y un
inmenso campo invadía todo el horizonte. La oveja en la que cabalgaba corría
perseguida por un perro pastor porque nos estábamos separando del rebaño.
FIN
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