Hasta la vuelta, amigos,
LA
HERENCIA
Pedro
Fuentes
CAPITULO I
Don Cipriano cumplió los 86 años cuando
por primera vez en la vida se sintió mal, algo no andaba bien en su interior,
no era un hipocondriaco, vio que no tiraba, que se cansaba, le faltaba el aire
y sentía una presión en el pecho, así que como vivía solo y además no tenía más
familiar que un sobrino segundo, hijo de su primo hermano por parte de padre,
decidió llamarlo para decirle que había avisado al portero para que por favor
le acompañase a urgencias del hospital de la Seguridad Social, que no estaba
muy lejos, le dijo que por favor le acompañase por lo que le dijese el médico.
El señor Cipriano era soltero, toda la
vida trabajó de funcionario, persona culta y estudiosa, su único vicio era la
lectura, de vez en cuando iba al cine y al bar del hogar del jubilado, allí,
además de tomar un cortado, jugaba unas partidas de billar francés con algún
antiguo compañero de la Delegación de Hacienda, donde trabajó toda su vida.
Leandro llegó a urgencias justo cuando la
enfermera llamaba a Cipriano a la consulta.
Quiso pasar con su tío pero la enfermera le
dijo que no, que primero entraba solo y si acaso lo avisarían luego.
Dos largas horas después, por los
altavoces lo llamaron, primero vio a su tío que le dijo que se encontraba bien
pero cansado, luego un médico lo llamó y entraron ambos en un pequeño despacho,
allí el doctor sin rodeos le dijo:
Su tío ha tenido un infarto de miocardio,
esto quiere decir que por un espacio de tiempo más o menos prolongado, ha
tenido falta de oxígeno por el bloqueo del flujo sanguíneo hacia el músculo
cardiaco.
Esto puede ser motivado por una serie de
factores, como el colesterol elevado, el consumo de bebidas alcohólicas, una
vida sedentaria, o hereditario, por lo que me ha dicho su tío, es de vida
ordenada, seguramente será hereditaria o que al vivir solo, la cuestión
alimentaria no sea tan ordenada como él cree.
Todo esto será motivo de estudio por el especialista
cardiólogo al que le voy a enviar.
A
partir de ahora, tendrá que llevar una vida más ordenada, andar mucho, no
fumar, nada de beber, nada de ejercicios exagerados, una vida reposada y
tranquila.
Mi tío vive solo, ¿Usted cree que sería
conveniente que viviese con nosotros o en una residencia, o quizás ponerle
alguien que lo cuide? Preguntó Leandro.
Una de las tres cosas antes que estar
solo, pero la ideal es que viviese con su familia, no es que esté grave, pero
si se volviese a repetir el ataque, si está solo podría ser fatal, contestó el
doctor.
¿Cree conveniente que conozca su estado?
No tiene importancia, sí es conveniente
que sepa que se tiene que cuidar, pero sin decirle la gravedad de la situación,
deben decirle las cosas pero sin darle disgustos.
Le voy a hacer un informe para su médico
de familia y la recomendación para que le envíen al especialista en
cardiología, hasta entonces, le recetaré unas pastillas que debe tomar.
Esta vez ha sido un ataque leve y cogido muy a
tiempo, lo dejaremos en planta uno o dos días para ver cómo reacciona y luego
lo enviaremos a casa, mientras tanto pueden irlo preparando.
Creo que nos lo llevaremos a casa, tengo
dos habitaciones libres desde que dos de mis hijos se han casado, pero antes lo
hablaré con mi mujer y mi otro hijo que ya tiene 23 años.
CAPITULO
II
A los tres días, don Cipriano se fue a
vivir a casa de su sobrino nieto.
Leandro y su hijo se encargaron de recoger de
su piso las cosas que el anciano quería tener a mano y la ropa que él deseaba. Como
la habitación que le asignaron, era bastante amplia, le llevaron también el
televisor, un equipo de música y los libros que dijo.
Leandro y su mujer, Rosario, pronto
hablaron seriamente con su tío y le hicieron ver lo prudente que sería por su
parte que hiciese testamento. D. Cipriano a su vez les dijo que de su pensión,
aportaría una parte por sus gastos y que a la vez le buscasen una cuidadora,
para cuando él quisiese salir e ir al cine, le acompañase, gasto que correría a
cargo también de su pensión, que era holgada.
Todo se hizo y a la semana habían
contratado por horas una señora de unos cincuenta años, de bastante buen ver y
de nacionalidad cubana.
Al cabo de dos meses, en un plan urdido
por los padres y el hijo, empezaron a llevarse los domingos a D. Cipriano a
comer fuera, cada vez las comidas eran más apetitosas, el vino no faltaba, la
copita “era digestiva”.
Las veladas cada vez se alargaban más,
poco rato pasaba el buen señor en su habitación, el hijo de Leandro, de
veintitrés años, Alfredo, algún día lo “sacó” a pasear y lo enredó para
llevárselo a una casa de mala reputación, “ya que comprendía que el abuelo
tuviese sus necesidades”
El
hombre se refugió yendo al cine con su cuidadora Edelmira e incluso en lugar de
unas horas paseaba cada tarde, iban al bar a tomar unas infusiones, fueron al
teatro, pero cuando llegaba a casa, por las noches, las cenas eran opíparas y
cada vez más tarde, luego los fines de semana había marcha para comidas y cenas
en restaurantes, después, cada dos viernes por la noche el niño de la casa se
lo llevaba a los lupanares.
CAPITULO
III
A los siete meses, el abuelo falleció,
tuvo un fuerte refriado y la lesión cardiaca, agravada por la subida de
colesterol y la bajada de defensas, le jugaron una mala pasada.
De hecho fue una muerte bastante digna.
A la mañana siguiente su sobrina, cuando
le llevó el desayuno, lo encontró muerto en la cama.
Después del entierro, a los quince días
de llorar al abuelo amargamente, llamaron primero a Edelmira y le dijeron que
como no la iban a necesitar más, en agradecimiento le pagarían una mensualidad
como gratificación.
Edelmira marchó con lágrimas en los ojos.
Luego fueron el matrimonio y los tres
hijos a la Notaría para declararse herederos legítimos.
El notario los recibió, les ofreció
asiento y les dijo:
Señores, siento comunicarles que el Sr.
Cipriano, en vida hizo donación de todos sus bienes pasados y futuros a doña
Edelmira Cienfuegos de nacionalidad cubana y me entregó una carta, en sobre
cerrado para que se la entregase a ustedes cuando reclamasen la herencia, aquí
está, debidamente cerrada y lacrada, si me firman el recibí, con mucho gusto se
la entregaré.
Firmaron y el notario les dijo: .
Les dejo solos en esta salita, por si
quieren leer la carta en familia y en privado.
Leandro se sacó del bolsillo las gafas de
cerca, rasgó el sobre, carraspeó un par de veces y leyó.
Mis queridísimos sobrinos:
Solamente cuatro letras para deciros que
desde el primer momento me di cuenta de vuestras intenciones, me parece mal
dejaros sin un céntimo ya que habéis hecho que mis últimos días estuviesen
llenos de buena vida.
Cuando me di cuenta de todo, con Edelmira
fui al médico, tomaba la medicación que me dabais para el corazón y las que me
mandó el medico para el colesterol y para contrarrestar la “mala vida” que me
hicisteis pasar, Edelmira me amó y cuidó como nadie lo había hecho, hasta tal punto, que a ti, Alfredito, te diré
que cuando me llevaste a aquellos sitios, yo pagaba otra vez a las señoritas
para no hacer nada pero que luego te dijeran a ti lo bien que había ido todo, y
lo hacía por respeto y amor a Edelmira, así que decidí haceros esta mala
pasada.
Otra noticia, Edelmira y yo nos casamos.
Todavía estoy oyendo cuando me dijo “Sí,
mi amol”.
FIN
Ja,ja,ja!!! Sí mi amol!!! Que pases buenas vacaciones!!!
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