Este relato fue en principio un guión para un corto, pero bueno, ya se explica en el prólogo de dicho relato, así que pasamos directamente a la historia de hoy.
Y ahora...................
ROJO SOBRE NEGRO
Pedro Fuentes
(Nota del autor)
Este relato fue escrito en torno a 1968, tiempo en el que se
escribió “El tercer yo”, obra de teatro, en colaboración entre Vicente Fisac y
yo mismo y que se publicó en Editorial Bubok. *
Es muy posible que en
la presente obra, haya habido una colaboración de los dos amigos, pero no
logramos recordarlo. Se escribió como
guión para un corto rodado en 8 mm.
La cinta desapareció, el guión, a través del tiempo ha
aparecido en una vieja carpeta junto con otros escritos y recuerdos de aquellos
tiempos.
Escena I
Carlos camina solo y triste en el atardecer.
Sus pasos titubean y se resienten en su lucha contra el
asfalto.
Tiene la vista perdida en la lejanía que le impiden los
grandes árboles.
Sus ojos, mojados, vagamente difuminan todas las cosas.
A su lado siente pasar ráfagas de viento.
De vez en cuando retumban en sus sienes unos ruidos…..una
música estúpida y cambiante.
Va cerniéndose la noche en un revoloteo silencioso sobre su
cabeza.
Escena II
Isabel lo miraba con sus tiernos ojos.
Ella dejó sobre la mesa el contacto frío del vaso.
La mano de Carlos seguía acercándose imperceptiblemente.
De pronto ambos sintieron el contacto de una mano ajena.
Sin decir nada, mirando simplemente aquellas manos, fueron
estrechándolas cada vez con más fuerza.
Escena III
Carlos camina lenta y fatigosamente.
Sus pasos se aceleran cada vez que una persona pasa a su
lado.
Se diría que huye.
Pero no, nadie le sigue.
Acaso sea su sombra que nunca se aparta de su lado.
Y ante él todo está turbio y extrañado.
No conoce aquella larga avenida, interminable.
Está fatigado, cansado de andar tanto por ese mismo camino,
tan recto, sin final.
Escena IV
¿Cómo es que vienes solo?; le preguntó Antonio mientras le
tendía la mano.
“No ha podido venir”, dijo Carlos insensiblemente.
No había podido ir, pero. “No te preocupes”, le había
respondido Antonio.
Efectivamente no tenía por qué preocuparse, allí estaba
Inés.
Escena V
Carlos, sin saber por qué ha consultado su reloj.
Son las ocho y media.
Sigue caminando.
El sol rojizo y tenue ilumina su cara.
Escena VI
¿No te molesta esa luz? Dijo Inés.
Un poco, ¿Por qué? Respondió aun ignorante Carlos.
Sin hablar, en un instante confuso, Carlos se sintió
arrastrado al interior de la casa.
Allí no les molestaría aquella tenue luz rojiza.
Entonces no hizo falta que ninguno de los dos comprendiera
nada.
Una fuerza superior a ellos los arrastró a un mundo
incomprensible de contactos leves.
Escena VII
Carlos está fatigado y siente un frio mortal que invade su
cansado cuerpo.
En un instante aquella avenida se ha transformado en un
puente.
El se asoma apoyándose trémulo en la frágil barandilla.
El paisaje de abajo no es distinto.
Coches de diversos colores pasan más deprisa que sus
reflejos.
El, torpe, siente de pronto una revelación en su interior.
Su alma quiere volar por el vacío, pero sus manos se aferran
brutalmente a aquella barandilla.
En un esfuerzo incomprensible, se da la vuelta y corre
atravesando la negra calzada.
Escena VIII
Solo son unos instantes y su cuerpo vacilante se detiene.
Una ráfaga se acerca hacia él.
Intenta correr, huir.
¡Solo son dos pasos a la acera!
Sin embargo Carlos ha dudado de nuevo y aquella ráfaga
continúa hacia su incierto futuro.
Escena IX
Volvía Carlos, alegre, a su casa.
Mas cuando ya se disponía a entrar, su vista se posó
bruscamente en un cuerpo de mujer: ¡Isabel!
¿Qué haces aquí? Dijo sin titubear Carlos.
Su cerebro marcado por el alcohol no acertaba a reaccionar
debidamente.
Ella lo miraba fijamente.
Se observaba en sus ojos una extraña maraña de sensaciones.
Era amor, era desprecio, era…… todo menos indiferencia o
asombro.
Escena X
Al final comprendió Carlos lo que aquellos ojos le decían, o
mejor lo intuyó.
Se lanzó loco hacia ella y prorrumpió en gritos o gemidos,
“Yo no he sido, ¿comprendes?
No hice nada.
No tuve la culpa”
Pero ella callaba.
Entonces la presión de las manos de Carlos sobre los hombros
de ella se hizo más leve.
Cuando ésta fue ya casi imperceptible, se alejó lentamente.
Las manos que antes aprisionaban sus hombros colgaban ahora
muertas de sus brazos y su rostro se alzaba impotente al verla desaparecer.
Escena XI
Caros yace tendido en el asfalto.
Respira lentamente, con torpeza.
Instintivamente se lleva la mano a la frente y en los dedos
siente el caliente líquido.
Se estremece.
Sacando entonces fuerzas de donde no las tiene delante de
sus ojos, está manchada con el carmín de la muerte.
Carlos trata de incorporarse y cae pesadamente al negro
asfalto de nuevo. Está muerto.
FIN
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