Con este relato de hoy, me voy a tomar unas largas vacaciones en las que iré publicando algún relato pero no con fecha fija.
Mientras tanto, estoy preparando los libros "Las historias del búho" Tomo II y III
CUCARACHAS
Pedro Fuentes
Capítulo I
La primavera de aquel año había venido
adelantada y calurosa, con lo cual todos los insectos eclosionaron antes, así
que, cuando la hija de Begoña, Leticia, nieta de la Sra. Pepita, con su marido
y los tres hijos, pequeños, la última de meses, fueron a pasar la Semana Santa
con la abuela, la Sra. Pepita, que vivía
sola, en un piso de su hija Begoña, no pudieron imaginar con lo que se iban a
encontrar. Llegaron a la casa, un piso
grande, bastante moderno y acogedor, de una pequeña ciudad de provincias.
A aquel
piso, Begoña, no iba normalmente, puesto
que tenía un apartamento más céntrico y ella y su marido preferían estar allí.
Su otro hijo el hermano de Begoña y los nietos por parte de éste, si iban,
tenían aquel piso como si fueran a heredarlo, incluso lo llamaban la “casa
familiar”.
Cuando aparecían por allí con uno o dos
matrimonios “invitados” dispuestos a
pasar las fiestas patronales, alguna vez habían mandado a la abuela a dormir en
el apartamento para ellos estar mejor.
Begoña, amante de la familia y dispuesta a
pasar por todo, por el sentir familiar y su ánimo de ayuda, callaba y no
protestaba.
Eran las diez de la noche cuando Leticia, su
marido y sus tres pequeños, llegaron a la casa donde vivía la abuela, dejaron
el equipaje en las habitaciones. Los niños dormirían en la habitación de
Leticia cuando ere soltera y allí dejaron las cosas de los críos. Esta
habitación, amplia, con una cama grande y espacio para la cunita de viaje de la
pequeña, daba a una terraza cerrada por la que se podía acceder a la cocina,
esta puerta, normalmente cerrada hacia la habitación, tiene una persiana que generalmente
está abierta. Cuando la niña pequeña cenó, la llevaron a la habitación para que
durmiese y luego cenar todos los demás.
Leticia cambió a la niña, desplegó la camita
de viaje y acostó, luego fue a la puerta de la terraza, la cerró y bajó la
persiana.
Un grito de horror heló la respiración de los
demás habitantes, todos corrieron hacia allí, la niña grande empezó a llorar,
la pequeña le siguió porque no comprendía qué pasaba, el niño, de cinco años
dijo:
Papá, ¿Qué son?
La persiana era negra, por ella corrían miles
de cucarachas, Leticia dijo:
Abuela, ¿No habías visto eso?
“No,
alguna de vez en cuando en la cocina”.
Leticia corrió hacia la cocina, cerró la
persiana que daba desde allí a la terraza y se encontró con el mismo panorama,
fue hacia su marido y le dijo:
Espérame en el coche con los niños que yo voy
a matar todo lo que pueda y nos iremos al apartamento.
La abuela protestó diciendo que no era para
tanto y que ella se quedaba.
Capítulo II
Begoña y su marido, Alfredo, aparecieron a los
cuatro días de la noche de las cucarachas, llegaron dispuestos a acabar con
todas, así que compraron ocho o diez esprays mata cucarachas, venenos de todas
las clases y aquí se acabó el problema,
pensaron.
Begoña y Alfredo, o Alfredo y Begoña, tanto
monta, monta tanto, era una pareja que
en los años sesenta ya se enfrentaron a todo para salir adelante, se
llevaron casi todos los palos de la vida, pero ahora, los dos jubilados y
acostumbrados a tirar delante del carro, dijeron esta plaga no es una plaga.
Cuando aparecieron en el piso, después de
desmontar unos cuantos muebles y ver lo que había, decidieron, decidió Begoña y
dijo sentenciando:
Aquí hay que sacar todos los muebles y
electrodomésticos y llamar a una empresa de fumigación.
Media hora más tarde ya sabía qué muebles y
qué electrodomésticos poner y quien y cuando iban a fumigar.
La madre de Begoña, la Sra. Pepita no paraba
de llorar, ¿cómo le iban a tirar los muebles de su vida? ¿Y sus recuerdos?, Una
colección de recetas de cocina en fascículos de la revista Ama que tenía en un
armario.
Pero eso no fue lo más duro ni ingrato. Cuando su queridísimo yerno le dijo que
después que en tres días no podía entrar en el piso, uno por el peligro de la
cantidad de veneno que se había echado, y dos porque no era conveniente que
entrara aire fresco que le diera tregua a las cucarachas, la batalla de San
Quintín, fue un juego de niños con la que armó.
Llamó a su hijo para decirle que no le dejaban
entrar en casa, pero no le dijo de la plaga ni la próxima fumigación.
Leticia, a instancias de su madre, llamó a
Antonio, su primo, para explicarle la situación, a lo que contestó el primo que
no era posible, puesto que él había estado en la casa hacía una semana y su
“abuelita” no le había dicho nada. Es más, había estado con su mujer en el piso
y no se creyó lo que decía su prima, porque “la abuelita” no le dijo nada, y no
habían visto nada.
Capítulo III
Una vez tomadas las riendas de la situación, Begoña
y Alfredo se decidieron a atacar, lo primero la comunidad y Sanidad, luego una
empresa de fumigación y otra de muebles y electrodomésticos, no había duda,
había que tirarlo todo, muebles nuevos, electrodomésticos nuevos y antes una,
dos, tres, las que hagan falta, fumigar, había que terminar con la plaga,
llegaron a encontrar una cucaracha andando por el congelador, tan tranquila y
fresquita.
Llegó el equipo de fumigación, hizo un estudio
de los animales, quedó en fumigar tres veces, la primera ya, la segunda una vez
quitados todos los muebles y electrodomésticos y la tercera antes de poner los
nuevos, todo esto no garantizaba la total desaparición.
Después de la primera vez, cuando Begoña
empezó a tirar cosas, comidas, bolsas de legumbres etcétera, la Sra. Pepita
lloraba y lloraba, se tiró hasta los congelados, mientras tanto, el fumigador
dijo que allí no se podía entrar en cinco días, y la abuela decía:
Pues yo vendré esta tarde.
Begoña decidió quitarle las llaves, no se le
podía hacer entender que con los venenos le podría dar algún desmayo y caerse,
además, si los insectos tenían aire nuevo, el veneno no les haría tanto efecto.
Total, lloros a su hijo porque Begoña no le
dejaba entrar en el piso.
No sabemos cómo entró, pero lo hizo.
Después de las tres fumigaciones, el encargado
de ellas dijo:
No hemos encontrado a las hembras, son más
grandes y cuando se sienten amenazadas sueltan montones de huevos, hay alguna
posibilidad de que estén muertas en algún sitio inaccesibles o que haya quedado
alguna viva, lo cual quiere decir que habrá que volver a fumigar.
Una vez pasada la última fumigación y pasados
los días de rigor, la señora Pepita volvió a su casa, su hija y su marido se
fueron de vacaciones y todo volvió a la normalidad.
Después de volver de un crucero, cuando Begoña
llamó a su madre, ésta no contestó, un presentimiento le embargó, cogieron el
coche y corrieron a la casa en la que vivía se madre.
Alfredo y su mujer abrieron la puerta de piso,
era de noche y al encender la luz vieron como media docena de cucarachas
gigantescas y miles de cucarachas pequeñas corrían por todos los sitios,
entraron en la casa y buscaron a su madre, allí no había nadie, el único rastro
fue el bolso de su madre, abierto encima de la cómoda de su habitación.
Salieron corriendo de la casa, preguntaron a
los vecinos, nadie la había visto después de los tres días que volvió a la casa.
Preguntaron a toda la familia, nadie sabía nada,
denunciaron su desaparición a la policía,
Llamaron a los fumigadores, entraron en el
piso, ni rastro, esta vez sí pudieron acabar con las grandes hembras, de un
tamaño descomunal, pero de la Sra. Pepita no había ni rastro, salvo por el
bolso, se diría que no había entrado en la casa.
EPILOGO
Habían pasado tres meses y todo seguía igual,
de la Sra. Pepita nunca más se supo, su libreta bancaria y su tarjeta no habían
tenido movimiento, nadie supo dar razón de ella.
Alfredo estaba
sentado en su sillón preferido en casa,
leyendo, cerró el libro y lo puso encima de la mesita era La Metamorfosis de Kafka,
sonrió, dio una bocanada al puro que fumaba, miró al cielo y dijo dejando que
el humo saliese de su boca voluptuosamente:
Los caminos del
Señor son inescrutables.
F I N